Capítulo 6

El tejado donde los gatos maúllan

A Bellemere siempre le había gustado contar historias a sus hijas antes de dormir. Se tumbaba en la cama con las piernas hundidas entre las sábanas y la espalda apoyada en el cabecero y sus ojos viajaban a kilómetros de allí, sumergida en las profundidades de las historias, como si las palabras fuesen tan capaces de navegar como los barcos. Desde debajo de las sábanas, Nami había viajado con la Marina a islas llenas de peligros y aventuras, con reyes malvados y héroes disfrazados de villanos.

Bellemere había contado mil y una historias que le llevaron a volar más allá de los mandarinos y el hambre.

Una vez que mataron a su madre, Nami no volvió a escuchar historias ni a leer libros de fantasía. Solo mapas y coordenadas. Números, mesetas y calas.

Nami evitaba vagar alrededor de la imaginación y los sueños. Sobrevolar ciudades solo se lograba leyendo mapas.

Toda la vida achacó el volar a sueños lejanos en la Grand Line, no a ciudadanos comunes del East Blue. Hasta que Luffy la llevó a sobrevolar el reino de Goa.

Nami tenía la teoría de que dibujar mapas desde los tejados haría el trabajo más sencillo, pero el miedo a caer y dejar en la estacada a su hermana y al pueblo de Cocoyashi la atormentaba.

Luffy lo hacía fácil. Conocía los callejones de la ciudad, las plazas y las escaleras. Y lo más importante, sabía surcar el cielo. En vez de chanclas parecía viajar sobre nubes. Las zancadas que daba entre las tejas eran fluidas y llenas de vida. Jugaba con la idea de tocar el sol. Para él no parecía existir el peligro, solo la diversión. Aunque tenía claro que, de los dos, el que más posibilidades tenía de tocar el suelo con la cabeza era él, había estado a punto de resbalar a las chimeneas un par de veces.

Lo había visto jugar en la orilla, sobre los acantilados, a un paso del ancho mar y ahora que sabía que era usuario de una de las frutas del diablo empezaba a cuestionarse si aquel muchacho era capaz de sentir miedo cuando nunca lo había tenido cerca del agua. Aunque al verlo bailar entre las tejas, a una eternidad de la tierra, sabía que el terror era ajeno a él.

Tras horas de juegos entre tejados y dibujos de líneas rectas, Nami, cansada, le pidió tregua a Luffy, que tenía una energía interminable para inventarse mil y un retos sobre las tejas que suponían mil y una forma de morir antes. Él aceptó con la condición de que subieran al tejado más alto de la ciudad y Nami, a pesar de las reticencias, acabó aceptando, porque Ace llevaba razón, a su hermano era muy difícil sacarle las ideas de la cabeza.

La barriga de Luffy rugió en cuanto se sentaron los dos juntos sobre el borde del campanario, con los pies a un paso de echar a andar sobre el viento. Y por primera vez en años, su imaginación voló.

—El primer integrante de tu tripulación debería ser un cocinero —comentó Nami con el sonido de la música y las risas de la plaza surcando el vacío hasta sus negligentes oídos.

Luffy se echó a reír, emocionado ante la idea.

—O un músico, o un espadachín, o un francotirador, o…

—Lo mejor sería un médico, vives un paso más cerca de la muerte que cualquier otra persona. Te gusta demasiado correr riesgos.

—¡Pero es que es muy divertido!

Ella lo miró de reojo en un intento por descifrar algo dentro de tanta energía.

—¿El qué? ¿El peligro?

Luffy volvió a dedicarle aquella expresión que empezaba a afinar cada vez más para hacerle ver lo raras que eran sus preguntas, aunque fuesen lo más anodino del universo.

—Las aventuras, Nami. ¡No existen las aventuras sin riesgos!

Los cuentos de Bellemere invadieron la cabeza de la chica en busca de los peligros, ¿acaso robar comida a los gigantes para alimentar pueblos hambrientos no era peligroso? ¿La lucha del valiente Oden contra el dragón tirano no había sido a vida o muerte?

A lo mejor Luffy tenía más ojo para estudiar las aventuras, ser un soñador quizás tenía más ventajas de las que ella veía.

Desde el tejado más alto de la ciudad de Goa la risa de su madre se como en su mente, como si se burlase del orgullo herido de su hija al ser consciente de lo minúsculo y encorsetado que se encontraba su pensamiento. Encerrado bajo las garras de Arlong.

—Sería bonito tu sueño, sino fuese por los piratas, eso de levar anclas y nunca mirar atrás suena bien. Sin pesos ni cadenas. Solo surcar el mar, como las gaviotas, volando.

—O como los escarabajos.

Ella se echó a reír por la comparativa, tan propia de Luffy y tan extraña. A lo mejor algún día ella también sería capaz de ver la belleza en aquellos bichos.

—Sería maravilloso tener sus caparazones. Viven protegidos de todo con una armadura.

Él la observó, con el pelo revuelto por el viento y el sombrero dando bandos a la espalda. El sol bailaba con las dulces hebras de su cabello negro, como si lo arropase.

—Una armadura no te protege del mundo, Nami. Ellos luchan mucho. Los cuernos sirven para eso, ya te he dicho que molan mucho. Y de todas formas, ellos salen a volar con alas finiiiiiiiiisimas y aunque tengan muchísimo miedo ellos vuelan. Tú sigues siendo una oruga —afirmó, con el pecho fuera y la barbilla alta.

Ella resopló.

—Se llaman gusanos.

—¿Y qué diferencia hay entre los gusanos y las orugas?

—La misma que entre los cuernos y las narices.

La cara de Luffy se iluminó, orgulloso de que Nami hablase de cuernos.

—Ya verás, cuando seas un escarabajo naranja fuerte y grande serás la mejor navegante del mundo. Todo el mundo conocerá el nombre de la navegante del Rey de los Piratas.

Nami sacudió la cabeza, con fastidio.

—Seré la mejor navegante, pero no voy a ser pirata, Luffy, vete buscando otro oficio si quieres que trabaje en tu barco. Y mucho dinero, que yo cobro alto por mis servicios —puntualizó al final. Su ética monetaria siempre iba por delante.

—¡Namiiiiii!

Ella hizo oídos sordos de las quejas, se levantó y se limpió la falda con una sacudida de la mano.

—Venga, que yo también tengo hambre y tengo que calentar la comida para la cena.

Luffy se olvidó de la pelea, con ojos hambrientos y la boca abierta.

—¡¿Qué hay de comer?!

La pregunta provocó que Nami observarse al adolescente con recelo.

—No sé lo que cenarás tú, Luffy, yo voy a cenar lentejas.

Él puso mala cara, pero asintió pensativo.

—Bueno, Ace seguro que ha cazado algo, así que no te preocupes, las lentejas con la carne están ricas.

—No voy a comer con vosotros, tengo mi comida y mi lugar para dormir.

—¿Pero no quieres hacer fiesta de pijamas? Eres muy aburrida, Nami. Ven a dormir a casa.

—No, ya te he dicho que…

Los pájaros alzaron el vuelo segundos antes de que el mundo temblase bajo sus pies. Las tejas tintinearon mientras entrechocaban unas con otras y, de repente, la pared del edificio frente al campanario, un inmenso palacio dorado y blanco, estalló.

La explosión envió trozos de yeso y piedra en todas direcciones y el temblor agudizó la sensación de peligro.

Nami intentó equilibrarse y en cuanto miró hacía delante, al borde del tejado, observó que Luffy intentaba algo parecido. La diferencia fue que un pedazo de yeso impactó bajo las chanclas del muchacho y el talón se deslizó, en busca de un apoyo que terminó siendo de aire.

Cuando su madre murió a Nami le dio la sensación de que el recorrido de la bala hasta su cabeza había sido eterno. La luz en sus ojos tardó años en apagarse. Las comisuras de la boca eones en regresar a su sitio. El cuerpo se debatió siglos contra la gravedad para dar de bruces con el suelo.

Cuando Luffy resbaló y se precipitó al vacío, el tiempo volvió a alargarse. La rodilla se curvó en un ángulo extraño, demasiado elástico. El fastidio se convirtió en sorpresa y la boca se le abrió, incapaz de masticar la caída. Las tejas salieron a volar antes de que lo hiciera el cuerpo.

La diferencia entre la muerte de su madre y la caída de Luffy fue la inmovilidad.

En el momento en el que apretaron el gatillo, Nami se volvió de piedra. En cambio, antes de que la primera teja rozase el borde, su brazo había salido precipitado para agarrar el chaleco rojo de su amigo.

Bellemere se marchó sola, pero Luffy la arrastró con él en cuanto enganchó los dedos en la ropa.

—Na… —la frase del muchacho fue silenciada por el duro sonido de la explosión.

En cuanto los dedos de Nami se entretejieron entre las hebras rojizas de la prenda, el tiempo volvió a su cauce y el vacío se precipitó sobre ambos.

Los muslos, las costillas y la barbilla de la chica dieron de bruces contra las tejas mientras Luffy se encontraba con la caída. Durante unos instantes, ella recordó que, hasta hacía unos minutos, su cuerpo seguía quejándose de la paliza de Arlong y, aun así, no sintió dolor cuando se golpeó contra el suelo. La adrenalina ya la había arropado.

Los dos gritaron cuando él quedó colgado del tejado, únicamente sujeto por los delgados brazos de su amiga. A pesar de la fruta del diablo, el golpe habría sido mortal.

Las tejas se deslizaron bajo el cuerpo de Nami y el miedo volvió a chillar por ella en cuanto tuvo medio cuerpo fuera.

La mirada de ambos amigos conectó entre el terror y Luffy no tardó en estirar los brazos y agarrarse a la veleta del campanario, a donde ambos fueron a parar en cuanto la goma volvió a su lugar.

En cuanto sintió la tierra bajo los pies, Nami devolvió lo poco que había comido en todo el día, temblorosa y sudada. Con la adrenalina aún hormigueando bajo la piel.

Luffy se echó a reír a su lado, entre jadeos. Ella le prometió una muerte lenta y dolorosa con una sola mirada.

—Ahora tienes que venir sí o sí a comer con nosotros.

Nami quiso decir algo, pero una segunda explosión sacudió la ciudad y las ganas de hablar se diluyeron con ella.

No sabía qué narices estaba mal en aquella isla, pero maldito fuese el momento en el que pensó que sería un lugar tranquilo y sencillo para cartografiar.


Notas al final:

Bueno, amores, lo suelo comentar por AO3 porque aquí como no me dan la opción de notas me cuesta tocar los textos. Este cap está así de rápido gracias al puente y a que estoy introduciendo unas nuevas tramas chulisimas que se me ocurrieron el otro día (por eso en el cap anterior había esa conversación extraña) y me he emocionado. A lo mejor subo otro pronto o la semana que viene.

Es que con el trabajo tengo los tiempos cortado. ¡Espero que os esté gustando tanto como a mi!

bye, nos vemos pronto 3