Capítulo 8

La medida de la libertad

A Nami, el hecho de saber que le quedaba un solo día junto a Luffy y Ace, le provocó ansiedad durante la cena. Las lentejas las masticó a disgusto, con la boca llena y el corazón roto. Continuó así, a una respiración del infarto, hasta que llegó la hora de dormir.

Mientras los pensamientos se retorcían y con el techo de madera cada vez más cerca, un ronquido de Ace en la cama de al lado la sacó de las pesadillas y la hizo rodar de lateral para verlo.

En el colchón, pequeño y viejo, el adolescente había invadido la cama mientras Luffy lo abrazaba como un pulpo a su presa. La imagen la hizo sonreír a pesar de la ansiedad. Incluso en su forma de dormir se leían los trazos del calor, del amor y de la libertad que ella añoraba. De un mundo sin preocupaciones, solo alegría y sueños bonitos.

Una lágrima solitaria se le escapó, frustrada consigo misma por aquellos sentimientos que la desgastaban, deseosa de adelantar la mano y rozar con las yemas de los dedos una vida mejor.

En soledad y silencio se permitió llorar un rato para desahogar la pena. Cuando terminó, las mejillas enrojecidas contra el colchón mojado le dieron escalofríos y el mundo se volvió más liviano.

Luffy murmuró algo mientras apretaba aún más el abrazo a su hermano. Nami sonrió con ganas, sin contenerse, sin pensar, por una vez en lo que parecía toda la una vida, en las consecuencias de una sonrisa.

Las horas pasaron mientras ella observaba a los hermanos dar vueltas y más vueltas en el colchón, agobiados por el calor pero siempre juntos y el amanecer llegó antes de lo esperado con la promesa de un último día. Un último día que Nami pensaba aprovechar hasta el último minuto. Porque estaba decidida a no lamentar su marcha cuando en la madrugada hiciese las maletas. Si la misión ya estaba completamente perdida, tenía que explotar al máximo esas últimas horas.

Cuando el sol empezó a despuntar por el horizonte, Nami se desperezó y se levantó al fin, en busca de una muda de recambio. La noche anterior no le había importado cambiarse en una de las esquinas oscuras, para dormir en una camiseta más cómoda, pero sabía que la luz sería un problema si se cambiaba durante el día.

El pensamiento le dio escalofríos, así que, rápida como una culebra, se deslizó de la cama prestada de Luffy y se dirigió a una esquina de aquella casa sin intimidades para ponerse su camiseta preferida, la blanca de rayas azules, que ocultaba todo lo que tenía que continuar siendo secreto. La tinta bajo el frío de la mañana le dio la sensación de que se retorcía, pero aquello era solo su imaginación, se recordó al tirar del borde de la camisa hacía abajo.

Mientras los hermanos continuaban dormidos, Nami desarrolló los mapas que llevaba, dibujados a mitades y al final concluyó que con dos o tres libros quizás sería capaz de intentar completarlo. El problema sería Arlong. Un viaje más con las manos vacías, tembló al pensarlo y sus dientes chirriaron. Tan solo la idea de estar un mes a base de legumbres otra vez le daba dolor de tripa, pensaba comer hasta que la barriga le dijese que no le cabía ni una miga más en el cuerpo. Arlong no era mucho de levantar la mano, pero la avaricia rompía el saco y Nami llevaba sin ser productiva demasiado tiempo.

—¿Qué hay para desayunar? —preguntó aún medio adormilado Luffy.

El muchacho posó la barbilla en su coronilla para usarla de apoyo. Las manos de Luffy se movieron sobre los papeles de aquí para allá, en busca de dibujos de sirenas sobre mapas de ciudad.

—Podrías dibujar cuentos, dragones, payasos, piratas…

Nami recordó la imagen de su madre garabateada en tinta sobre papel cortado y le apartó las manos para devolver los mapas de nuevo a su sitio.

—Yo no dibujo, solo cartografió.

—Pues lo harías muy bien, podrías ser también la artista de mi tripulación.

Ella resopló, pero en vez de negarse en rotundo, recordó que se había prometido vivir su último día sumergida en el sueño y se dejó llevar por la corriente de sus palabras.

—Seguro que encontrarás a alguien que dibuje mejor que yo. A lo mejor el cocinero, el francotirador o el médico son capaces de dibujar dragones. Yo solo puedo reproducir lo que veo.

Luffy se echó a reír mientras se alejaba de ella para buscar el desayuno en la despensa.

—No te preocupes, encontraremos dragones para que los dibujes.

Ace, aún desperezándose sentado en la cama, se echó a reír. La voz le salió ronca al hablar.

—Para cuando los encontréis yo ya los habré dibujado tres veces.

—¡Pero si no sabes dibujar!

La indignación era palpable en la voz del muchacho y Ace la potenció en cuanto lo sobrepasó un con brazo por encima de su cabeza y alcanzó la bolsa llena de bollos del armario.

—Te enviaré uno de recuerdo, Luffy, para que lo cuelgues en tu barco.

—Y yo te enviaré tres de Nami para que lo cuelgues del tuyo.

La chica arrebató la bolsa de dulces a Ace en un descuido y se metió un bollo entero en la boca. Los dos la miraron con la boca abierta mientras ella masticaba tranquila y tragaba.

—¿Para qué vais a enviaros dibujos? ¿No vais a ir en el mismo barco?

Ellos se dedicaron una mirada llena de orgullo antes de proceder cada uno con una historia sobre honor, hermandad y sueños que a Nami le ambientó el desayuno entre risas y azúcar. Hacía tanto tiempo que no probaba nada dulce que estuvieron apunto de llorar varias veces a lo largo de la historia.

Con la historia, divertida y un poco estrambótica, a ella le surgieron más dudas de las que resolvió. Porque solían cortarse el uno al otro con la emoción y asumían que ella tenía conocimiento sobre ciertos hechos de su vida de los que ella no sabía nada.

—¿Pero vosotros no erais dos? ¿Quién es Sabo? ¿Qué es el pacto de las bebidas? ¿Quién de los dos tiene dinero para pagar dos barcos? ¿No sería mejor que viajaseis bajo la misma bandera?

El humor cambió tan rápido que ella apenas tuvo tiempo de preguntarse por qué. Las sombras crecieron mientras los dos hermanos se miraban el uno al otro. Luffy abrió la boca y la volvió a cerrar. Ace, en cambio, se levantó y dio media vuelta mientras se sacudía las manos.

—Sabo era nuestro hermano. Murió hace unos años, cuando se embarcó al mar —explicó Luffy, cabizbajo y con los hombros caídos.

—No murió, lo mataron. —La voz de Ace fue tan fría que a Nami se le congelaron los huesos—. Lo mató un Dragón Celestial por culpa de su propia familia. Y después lo sustituyeron sin más. Como si nunca hubiese existido.

El silencio cayó como un pesado mar de hielo entre ellos. Los músculos le gritaron desesperados porque rompiese la inmovilidad, pero ella se quedó totalmente congelada, atrapada en un pasado que no era suyo pero que olía como el suyo.

—Ace, no es…

Ella interrumpió a Luffy más rápido de lo que jamás se habría sentido capaz siendo una estatua de sal, saltó sobre sí misma y por primera vez en mucho tiempo, fue ella la que ofreció el abrazo. Ambos se sorprendieron cuando chocó contra los dos, a punto de derribarlos. Sobrepasada por sus propias emociones.

Luffy soltó una risa mientras le devolvía el abrazo, encantado y Ace la apretujó un poco, agradeciendo en silencio un gesto bonito, pero que para ella significaba un mundo entero que se moría por compartir con ellos.

Le habría gustado hablar de su madre, de su experiencia. Contarles que aún guardaba un botecito con tierra oscurecida por la sangre bajo una tabla suelta del suelo de su casa. Preguntarles si ellos recordaban la voz de su hermano o la habían olvidado. Cuánto tiempo habían tardado en perder su olor. Si el corazón aún les dolía como veía en las palabras de Ace y en los ojos negros de Luffy.

Porque por primera vez sentía que dos personas con las que no compartía pasado, la comprenderían y sentirse acompañada le daba una paz inmensa.

No contuvo el abrazo porque, por un día, se había permitido sentir, pero se prohibió a sí misma mencionar a Bellemere porque la libertad, para ella, siempre había tenido una medida.


Estoy preparando algo, pero por ahora es momento de disfrutar de la primera parte del último día juntos.

Estos capítulos de disfrutar y desarrollo me gustan mucho, amo ir poco a poco cocinando cositas.