Capítulo 9

El mundo se inclinará ante nosotros

Elain se despertó nerviosa, había tenido una pesadilla en la que Aethelred se había colado en el castillo como una serpiente, deslizándose por los pasillos sin ser visto hasta llegar a sus aposentos. Ella le había mirado aterrorizada desde du lecho incapaz de moverse mientras él la apuñalaba en el vientre repetidamente con saña.

Al otro lado de los muros de piedra la lluvia inclemente golpeaba con violencia.

Elain se forzó a calmar su respiración alterada, aunque en verdad lo que quería hacer era llamar a Ivar para olvidar entre sus brazos el desprecio reflejado en los ojos de su medio hermano al atacarla.

Sí, podía haber sido solo una pesadilla, pero la realidad había estado muy cerca de ser igual de terrible.

Curiosamente a pesar del dolor constante en su costado Elain no había vuelto a pensar en aquel momento, en aquellos ojos.

En como Aethelred se había lanzado contra ella con la intención de apuñalarla, pero él no había contado con que no se quedase paralizada por el miedo, siempre subestimándola, hasta el final.

Pues a pesar de recordar la sensación de moverse demasiado despacio. en verdad debió haberlo hecho con sorprendente rapidez, ya que el tajo destinado a abrirle el vientre terminó cortando su costado.

El caballo al que aún sostenía por las riendas se encabritó asustado por la repentina violencia, obligando a Aethelred a tomar algo de distancia para no salir lastimado, aquello le dio el tiempo preciso a ella para subirse al corcel en cuanto sus patas volvieron a tocar tierra para poder huir.

Sí, el ver el frío metal dirigirse hacia ella había acelerado su corazón, y el dolor del corte la había sorprendido, pero ninguna de esas cosas había sido la peor. La peor habían sido sus ojos, ver en ellos ese desprecio, como si su vida valiera menos que la de cualquier alimaña del bosque y él desease aniquilarla.

Apretó la manta que la cubría detestándose por tenerle miedo, sí, la había atacado, pero no volvería a hacerlo, la próxima vez que se encontrasen él no podría hacerle daño, moriría si lo intentase, Ivar se encargaría de ello, y a decir verdad, ambos lo disfrutarían.

Aun así, no podía mentirse a sí misma, no sería la última vez por desgracia que soñaría con los ojos de su medio hermano.

Y eso la llevó a Alfred, ¿estaría bien en los pantanos? ¿Habría enfermado? ¿Al desaparecer ella habrían decidido cambiar la dirección de su huida? Esperaba que sí.

Con lentitud se incorporó hasta apoyar la espalda contra el cabecero de su cama, nueve días habían pasado ya, este era el segundo desde que los hijos de Ragnar habían enviado emisarios para dar con su familia y proponerles celebrar una asamblea.

Asamblea en la que ella misma estaría presente, ninguno de los vikingos había puesto una sola objeción ante ello, era desconcertante sentirse tan cercana en espíritu con un pueblo tan distinto al suyo propio.

Pero Elain suponía que aquellos sentimientos debían haber sido los mismos que había experimentado su padre, Athelstan, monje en tierras de Anglia, guerrero en tierras del norte.

Era curioso sentirse en conexión con un hombre al que no había conocido, pero esas emociones consiguieron calmarla y hacerla sonreír, pues a fin de cuentas su padre había encontrado su camino entre los nórdicos, había vivido a su manera y eventualmente había muerto, pero todos los hijos de Dios lo hacían antes o después, de modo que no había pena en una verdad tan ineludible.

Se levantó sintiendo el frío en la planta de los pies, pero no retrocedió para ponerse las zapatillas, continuó hasta la ventana, quería ver la lluvia cambiando el mundo sin que nadie lo percibiese como tal salvo ella.

Solo una lluvia más para los demás, un nuevo comienzo para todos ellos en verdad.

Ivar entró en los aposentos de Elain esperando encontrarla dormida, en su lugar estaba de pie frente a la ventana, abrazándose a sí misma y descalza sobre el frío suelo de piedra.

La muchacha se giró al oír el golpe de su muleta contra el suelo. -¿Te encuentras bien?- Le preguntó acercándose a ella preocupado por su bienestar.

-Sí, solo quería ver la lluvia.- Dijo dándole de nuevo la espaldacon calma, como pocos eran capaces de hacer.

-¿No has visto suficiente agua caer del cielo en este maldito país?- Ella se rio, sabiendo cosas que él ignoraba, pero no le importaba, de hecho le gustaba, algo le decía que rara vez Elain había guardado algo en secreto que la hiciera feliz. -¿Qué es tan gracioso?- Su pecho se pegó a su espalda y su brazo libre rodeó su cintura acercándola a él para darla calor.

-Tú,- respondió Elain con sinceridad.

-¿Por qué?-

-Porque diría que este maldito país tiene algo que te gusta bastante, aparte de la oportunidad de derramar sangre cristiana quiero decir.- Le respondió divertida

-Sí,- admitió sonriendo mientras acariciaba el cuello de la doncella con su nariz, notando como ese gesto la hacía estremecerse como una llama bailando en el hogar. –Creo que podría aprender a amar esta tierra siempre que tú la reines.-

-¿Me pondrás tú mismo la corona Ivar?- Su voz entrecortada, nerviosa y excitada, notando como la mano de él bajaba hasta el valle entre sus piernas, casi como si el vikingo no se diese cuenta de lo que hacía.

-Sí.- Ante su respuesta ella se giró y le miró a la cara, la mano ahora descansando en la cadera de la princesa.

-¿Y serás rey a mi lado?- Ni la propia Elain sabía sí le estaba retando a cumplir ese destino, o si de verdad creía que él podría no querer aceptarlo.

-Sí,- Ivar no hablaba por hablar, quería ese futuro a su lado, porque a pesar de que eso le convertiría en rey de cristianos, también sabía que le traería gloria, y la gloría, siempre acarreaba sangre derramada.

El beso fue lento, exploraron la boca el uno de la otra entreteniendo sus manos en el cuerpo de su contraparte, como si fueran tierras extranjeras a conquistar.

Cuando se separaron Elain tenía las mejillas sonrojadas, y él deseó verla tumbada sobre su cama de Kattegat, con su largo cabello negro desordenado sobre las pieles y esa misma expresión en su rostro.

Lo que le llevó a recordar el cura que había capturado Floki, razón por la que había ido a buscar a Elain en horas tan tempranas.

-Elain…-

-¿Qué sucede?- Le preguntó ella con el ceño fruncido al ver la duda en el rostro de Ivar.

-Floki ha capturado a un cura, podremos casarnos en cuanto así lo desees.-

-¿Y te preocupa el tener que bautizarte para que el matrimonio sea legítimo? No es importante, no te cambiará, no si no crees en mi Dios, y no lo haces, más adelante podremos casarnos según tus costumbres.-

-No se trata de eso.- Se separó de ella, -ya sé que no me cambiará, mi padre se bautizó para poder tomar Paris y siguió siendo tan fiel a Odín como antes de darse ese estúpido baño en el río.-

-¿Entonces cuál es el problema?- Elain dio su espacio al más querido de los hijos de Aslaug dejando que este apoyase una mano sobre la estantería de la chimenea, notando por su postura que un toque suyo no sería bienvenido por parte de él, no en ese momento.

-Yo,- confesó Ivar sintiéndose más tullido y roto que nunca. –Yo soy el problema.-

-No lo entiendo,- dijo Elain despacio, aún sin acercarse, esperando que la tormenta del interior de Ivar azotase el exterior.

-Elain, aunque me bautice, aunque nos casemos…- La miró con dolor, sintiendo aunque la tenía a solo dos metros de sí, que estaba más lejos de ella que cuando aquel barco le había apartado de las costas de Anglia. –Yo no puedo…- Avergonzado consigo mismo no fue capaz de continuar.

-Ivar, todo estará bien.- Trató de apaciguarle ella, aún sin conocer sus temores.

-No, no lo estará,- rugió él perdiendo el control, -no podré darte hijos, no podré satisfacerte, no podré porque no soy un hombre de verdad, soy un tullido.- La miró y a ella se le encogió el corazón por el dolor de él. –¿Lo entiendes ahora?-

Elain por fin se acercó, pues conociendo la causa de su tormento podía calmarlo.

-Ivar,- tomó su rostro entre sus manos y besó sus parpados con dulzura, sintiendo la respiración entrecortada de él a causa del llanto que había liberado. –Estaremos bien, si no puedes darme hijos adoptaremos uno y diremos que es nuestro, y a quien se atreva a decir que no es cierto, bueno…- Se encogió de hombros y miró el hacha que él llevaba a la cintura. –Creo que tendrías claro lo que hacer llegado el caso, aunque no estoy segura de que nadie fuera tan idiota.-

-¿Y qué hay de lo de satisfacerte? Por los Dioses,- se desesperó y llevó una mano a la nuca de ella mirándola a los ojos con intensidad. –Eres una mujer preciosa y mereces disfrutar de ser amada, así que…- La soltó con reticencia para volver a mirar al fuego. -¿Cuánto tiempo pasará antes de que tenga que ver como escoges a otro para que te dé lo que yo no puedo darte? ¿O es que esperarás acaso que lo ignore y que miré hacia otro lado?-

-Debes de haberlo intentado innumerables veces para no tener ninguna duda de que serás incapaz de satisfacerme.- No podía sino sentirse sorprendida por esa preocupación suya, pues no había conocido ni a un solo noble en su corte al que le importase el placer de las cortesanas con quienes compartía el lecho.

Pero su sorpresa porque él desease su placer no era lo importante ahí, sino la angustia que Ivar estaba sintiendo por esa intensa presión que se habíacolocado sobre los hombros por ella, por ambos en verdad.

-En realidad,- se quedó callado durante unos instantes recordando a Margrethe, -solo una.-

-¿Y solo por qué una vez no pudiste ya crees que eso es una ley inquebrantable?- Lo dijo con un tono tan incrédulo que él se vio obligado a volver a mirarla.

-¿Crees que me avergonzaría a mí mismo más de una vez de esa manera?-

-Lo que creo es que la primera vez que alguien te derribó en una pelea no te dijiste a ti mismo, bueno, esto no es lo mío, me quedaré en casa jugando al ajedrez.-

-Elain,- suspiró él convencido de que ella le echaría de sus aposentos en cualquier momento pese a sus palabras. -Quiero que seas feliz,- respiró aceleradamente, odiándose por estar a punto de renunciar a ella a pesar de haberla anhelado con cada parte de su ser desde que Ecbert le envió de vuelta a Kattegat. -No tienes que casarte conmigo solo para ser reina, puedo conseguir que lo seas sin que tengas que humillarte cargando con un tullido por marido.- Sus palabras le sonaron como el lamento de un ahogado incluso a él.

-Ivar.- Ella tomo de nuevo su cara entre sus manos y le besó profundamente, con todo el anhelo que su joven corazón había contenido durante los dos años de su separación. –Te quiero a ti, Ivar Sin Huesos, y ser tu esposa no será una humillación sino un orgullo, séque el mundo se inclinará ante nosotros, solo no renuncies, no ahora.-

-Pero…-

-Te he escuchado, entiendo tu corazón Ivar y te digo que seremos felices, no tendré necesidad de buscar otros hombres.- Le aseguró rozando sus labios con los de ella, sintiéndose acalorada por la conversación en sí, y por estar al lado del fuego.

-Eso lo dices ahora.- Replicó Ivar temiendo creerla.

-Te preocupa no darme un niño, podemos adoptarlo ya te lo he dicho,- él gruñó.

-No es solo eso.- Insistió avergonzado.

-Lo sé, también satisfacerme… Yo… He hablado con mi madre sobre estos temas,- carraspeó nerviosa, -y sé por ella que unos dedos diestros y una lengua hábil son más que suficientes para hacer feliz a una mujer.-

-¿Tu madre te dijo eso?- Una sonrisa traviesa cubrió el rostro de Ivar al escucharla, -¿y has probado eso de los dedos diestros?-

-Ivar.- Le regañó ella tan sonrojada que a él se le asemejó una rosa en flor.

-Vaya con la princesa cristiana,- se rio pegándose más a ella, -¿y eso no es pecado?-

-Existe algo llamado confesión.- Dijo ella riéndose a causa de los nervios, pues aunque se hubiese dado placer así misma solo se lo había confesado a su propia madre, de modo que hablar de ello con alguien más, en especial con Ivar era excitante, nuevo y cálido.

-Vamos a buscar un cubo de agua,- dijo él inesperadamente dándole un apretón a su mano. –Pero primero ponte unos zapatos.-

-¿Para qué?- Cuestionó ella llena de curiosidad pero obedeciéndole sin titubear.

-Para que el cura que ha capturado Floki me bautice y así podamos casarnos de una maldita vez, necesito ver como usas esos dedos en tu intimidad.-

-Pagano.- Dijo ella con una sonrisa arrugando ligeramente su nariz al hacerlo.

-Sí, soy un pagano, pero por los Dioses que hoy me haré cristiano.- Gruñó ayudándola a ponerse una bata para que fuera más abrigada por los fríos pasillos del castillo.

Elain disfrutó de la cercanía de Ivar mientras recorrían juntos el camino hasta la capilla donde esperaba Floki con el seguramente aterrorizado cura que habría de casarlos.

Su matrimonio sería feliz, no albergaba duda alguna, no porque se amaran, que lo hacían, sino porque él confiaba en ella, y ella creía en él.

Siendo su relación así, tan prometedora como ella la veía, serían imparables.

Y la intimidad sería maravillosa aunque su miembro no funcionase, de eso, apretó la fuerte mano de Ivar con la suya, tampoco dudaba.

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Bien halladas seáis almas Corsarias, espero que el capítulo os haya gustado y que los Dioses estén de vuestro lado.