Capítulo 3
Las salidas a tomar brunch con Rosalie y sus amigas se habían vuelto habituales, Jaspers también se nos unía a veces, las cosas parecían haber mejorado un poco.
Hasta que un día llegué al bar y mi chico no estaba en su piano. Esperé por horas, con la esperanza de que apareciera en el escenario, pero nunca ocurrió.
—Disculpa, ¿y el chico que toca el piano?— pregunté al camarero que me trajo mi copa.
—Es su noche libre, señorita. ¿Gusta dejarle algún mensaje?
—Claro, gracias. Así está bien.— Derrotada, pagué mi cuenta y salí a caminar por los callejones. ¿Qué habría pasado? No había tomado una noche libre en un mes y, de pronto, ya no estaba.
La incertidumbre se apoderó de mis pensamientos mientras deambulaba por las calles familiares, ahora teñidas de una melancolía que no conocía. Cada nota que solía envolverme en el bar resonaba en mi memoria, y la ausencia del pianista dejaba un vacío en mi corazón.
Días pasaron, y cada visita al bar se volvió una búsqueda ansiosa de su regreso. Mis amigos intentaron consolarme, pero la música que solía ser mi refugio se había desvanecido. Finalmente, en un atardecer nublado, regresé al bar con la esperanza de encontrar respuestas.
—Disculpa, ¿volverá el pianista pronto?— pregunté al camarero, mi voz temblorosa.
El camarero, con compasión en sus ojos, respondió:
—Lamentablemente, ha decidido dejar de tocar aquí. Dijo que necesitaba un cambio.—
La noticia golpeó mi corazón con una fuerza que no esperaba. La conexión que había compartido con el chico cobrizo, aunque solo fuera a través de su música, se había roto abruptamente. Mientras dejaba el bar, la incertidumbre se mezclaba con la tristeza, y la melodía de mis noches parisinas había cambiado para siempre.
Mis noches en el acogedor bar fueron reemplazadas por largas caminatas acompañadas únicamente por una botella de vino.
…
—Bella, ¿todo bien?— me preguntó Jasper en un día especialmente difícil.
—Sí, ¿por qué la pregunta?— dije mas molesta de lo que pretendia
—Bueno, últimamente no sales de tu departamento nunca.—
—Estoy bien, solo, ya sabes, la vida— me encogí de hombros.
—Claro. Esta noche unos amigos iremos a un bar, ¿quieres ir?— preguntó preocupado.
—Claro—, acepté para que me dejara en paz. —Bien, nos veremos a las 9—.
Caminando hacia el nuevo bar al que Jasper me había invitado, escuché no solo las conocidas notas de mi chico cobrizo, sino también su melodiosa voz cantando —Feeling Good—. Entré al bar y ahí estaba, apoderándose del escenario libre, fuera de su piano.
Su mirada se encontró con la mía mientras cantaba, y un destello de reconocimiento cruzó sus ojos esmeralda. No necesitaba más palabras; entendí que este nuevo capítulo en su vida también había sido un reencuentro con la música en su forma más completa.
Mis amigos y yo nos acomodamos en una mesa, y disfrutamos de la actuación en vivo de este hombre cuya música había sido mi consuelo en noches solitarias. La voz de mi chico cobrizo llenaba el espacio, y aunque no estaba frente al piano, su presencia era igualmente magné energía del nuevo bar se intensificó al finalizar la actuación, y nos dirigimos a la mesa donde Jasper y sus amigos aguardaban. Peter, con una expresión de entusiasmo, se adelantó para presentarnos a su amigo Edward.
—Chicos, les presento a mi amigo Edward, la gran estrella de esta noche — dijo Peter con un gesto teatral.
Edward se acercó con una sonrisa de lado, irradiando una presencia magnética que capturó mi atención. —Hola, mucho gusto. Espero que les haya gustado el show — dijo con humildad, pero sus ojos esmeralda sostenían la intensidad de alguien familiarizado con el escenario.
—Ha sido fantástico — dije sin ser consciente de lo que salía de mi boca.
Cinco pares de ojos me miraron asombrados, y yo, consciente de mi espontaneidad, solo me incliné hacia adelante para tomar un sorbo de mi copa, tratando de disimular la sorpresa y la vergüenza que surgían de mis propias palabras. Y así, en la atmósfera vibrante de aquel nuevo bar, descubrí que la música tenía el poder de unir destinos.
Después de ese vergonzoso momento, Edward regresó al escenario y continuó con su actuación, mirándome a los ojos en todo momento. Estaba hipnotizada por él; simplemente no podía alejar mis ojos de su presencia magnética.
Al terminar su actuación, se unió a nosotros en la mesa. Al principio solo escuchaba, pero rápidamente me encontré siendo parte de la conversación. Poco a poco y sin darme cuenta, los amigos de Jasper se iban, dejándome hablando con Edward prácticamente solos.
—No puedo creerte —dijo con su sonrisa de lado.
—Te lo juro, es físicamente imposible que yo baile, tengo 2 pies izquierdos.
—Tendría que comprobarlo por mí mismo. No he conocido jamás a nadie que no pueda bailar.
—Pues lo has hecho —dije divertida.
Hasta que Jasper me dijo que era hora de irnos. Derrotada, tomé mis cosas, pero antes de irme, el mundo cambió para siempre.
—Isabella — Edward me detuvo del brazo. —¿Podemos vernos otra vez?
—Claro— dije confundida y feliz
—¿Podrías darme tu teléfono?
—Sí, es...
Regresé a mi departamento sin saber bien qué había pasado, pero estaba feliz por primera vez en mucho tiempo. Esa madrugada dormí tranquilamente como no lo hacía hace mucho tiempo.
Los días siguientes fueron un torbellino de mensajes y llamadas entre Edward y yo. Descubrimos nuestras afinidades, compartimos risas y, sin darme cuenta, él se convirtió en la luz que disipaba las sombras que habían oscurecido mi vida.
Una tarde, decidimos encontrarnos en un pequeño café. Edward llegó con esa sonrisa de lado que ya había empezado a encantar mi corazón. Nos sumergimos en una conversación interminable, y cuando la tarde se desvaneció en la noche, la conexión entre nosotros era innegable.
—Isabella —dijo Edward con tono serio pero amable. —No sé cómo lo hiciste, pero lograste que hasta yo creyera que eres incapaz de bailar. ¿Me darías el placer de desafiarme a un baile la próxima vez que vayamos al bar?
Sonreí ante la propuesta
. —Está bien, pero solo si prometes no reírte demasiado.
—Lo prometo —respondió con complicidad.
El sonido de su risa resonó en mi mente mientras caminábamos juntos hacia la salida del café, y en ese momento supe que de alguna manera, habia encontrado a mi persona.
