Cuando Katsuki estaba en la habitación, dejaba de ser el tonto del cabello mal pintado y el quirk gracioso, y se convertía en alguien extraordinario. Seguro, heroico y capaz de hacerle frente a lo que sea.

Verlo a su lado representaba un día soleado y un corazón lleno. Todas las cosas buenas pasaban cuando estaban juntos y tendían a desboronares cuando no.

Vio a su alrededor recuperando el aliento mientras descansaba sobre sus rodillas.

El campo de entrenamiento había quedado vacío. Las nubes de polvo y escombros que el rubio había levantado durante su práctica ahora flotaban suavemente cerca del suelo y la fiesta había acabado.

Vio su celular ansioso por algún mensaje, pero por supuesto, no había ninguno. Alguna reunión, un documento de último minuto o una noticia importante se había llevado al rubio y aunque había tenido muchos de esos últimamente, aun no podía acostumbrarse.

Su estómago se volcaba con un vacío inquietante en el segundo en el que se volvía incapaz de predecir el siguiente movimiento de Bakugou.

Se frotó el cabello húmedo soltando ese suspiro frustrado que traía atorado en el pecho desde hace días y caminó a zancadas hacia los vestidores.

El sonido de las risas lo recibió al final del corredor. Un grupo bastante grande solía abarrotar los casilleros a esa hora. Tanto gente de su grupo como de otros salones y entre ellos un par bastante agradables con los que de hecho disfrutaba hablar.

Lentamente había ido haciendo las pases con ese pasillo lleno de gente que ahora se molestaba en saludarlo, palmear su espalda y ofrecerle una toalla e incluso podía acudir allí buscando compañía.

Esperaba encontrar a Tetsutetsu y dejarse arrastrar a uno de esos entrenamientos nocturnos que dolían por semanas, pero terminó tropezando con la única persona que no quería ver.

Mina estaba junto a la puerta bromeando con algunos de sus compañeros y sonriéndole como si apenas acabara de notarlo entrar.

Su estómago se escogió con el impulso de huir a penas la vio; como había estado haciendo desde que la rechazó.

Había pasado ya una semana desde su incidente y se estaba quedando sin formas de huir de esa conversación. Iban a tenerla tarde o temprano, pero una habitación llena de chicos era el último lugar donde quería ser confrontado respecto a su relación y lo que sea que sentía al respecto.

Cuando se topaba con ella por el pasillo, sus miradas se encontraban o sus equipos de trabajo coincidían, no sentía las cosas de las que todos hablaban.

Sabía que era hermosa, pero la idea no lo agitaba. Y aunque suponía que ser objeto del afecto y atracción sexual de una chica linda debía provocarle algo, ahí, en su estómago, donde debían estar las mariposas y el revoloteo que tenían a los chicos de alrededor tan alterados, no había nada más que un vuelco incómodo.

No pudo apartar la mirada cuando lo saludó. Su energía desbordante y ruidosa era difícil de ignorar. Su actitud alegre lo hacía sentir culpable, pero no estaba seguro de como iniciar una conversación sin que se sintiera muy personal; sin exponerse a ser juzgado. No quería herirla, pero tampoco quería ser herido. Y aunque el paso siguiente parecía tan sencillo como decir la verdad, aun no estaba listo para abrirse y confiar en que ella lo entendería sin más.

Un golpe en su hombro disipó la tensión acumulada en su estómago. No necesitaba voltear para reconocer el toque brusco de Bakugou.

El cambio de ambiente fue notorio. Para los ojos del espectador, la forma en la que se recomponía y empezaba a irradiar alegría apenas Bakugou entraba a la habitación, era curiosa. Para Mina, una historia que se había estado repitiendo tanto que empezaba a sentirse como otra excusa.

Si bien Kirishima parecía el más apegado a esa asfixiante dinámica del mejor amigo, el rubio solía orbitar a su alrededor más de lo que se esperaría de alguien con su actitud.

La pelirosa se acercó tratando de capturar su atención antes de que pudiera saltar detrás del rubio. Había tomado su mano de manera juguetona y tirado lo suficiente para tener sus rojos orbes saltando entre ella y Bakugou.

La sostuvo dudando brevemente, pero su elección era obvia. Le sonrió con esa puntiaguda hilera de dientes que sabía que le gustaba a los demás y se aprovechó de su encanto para darle una escusa rápida y dejar su encuentro para otra ocasión que podría no llegar.

—¿Qué fue eso? —preguntó Bakugou cuando lo sintió acercarse por detrás, mientras buscaba en su casillero—

El rubio no solía mostrar mucho interés en los demás, pero incluso él notó su huida.

Lo que pasó en la sala común aun era un secreto y se mantendría así. Estaba seguro de que el rubio a penas le prestaba atención la mitad de las veces que habría la boca, pero había algo en el tema que lo avergonzaba.

Prefirió evadirlo y enfrentar en cambio lo obvio; el sobre que Bakugou sostenía en la mano.

—¿La pasantía? —preguntó acercándose curioso con la barbilla sobre su hombro—

El muchacho se revolvió un poco buscando más espacio, pero le pareció más un jugueteo brusco que un intento. Porque cuando era serio, no era tan fácil esquivar sus golpes ni tan divertido devolverlos.

El metal crujió detrás de ellos cuando sus pechos chocaron y creyó que había logrado acorralarlo, pero se rio ruidosamente cuando una ágil explosión le hizo cosquillas en el rostro. Las manos de Bakugou estaban libres y había una expresión de victoria en su rostro.

—Admitido... —le había presumido agitando el sobre frente a su cara—

Le tomó un momento asimilar la información y un poco más decir algo. La punzada que lo apuñaló el estómago le hizo complicado buscar sus siguientes palabras. Sabía que estaba buscando una felicitación, era justo la noticia que el rubio había estado esperando, después de todo, pero tenía que ser una maldita broma.

Sabía que ser una joven promesa en su último año era muy distinto a ser un perdedor con problemas en matemáticas, pero ese cabrón había sido admitido en la universidad más importante del país en su primer intento y sin siquiera despeinarse, y sentía que podía vomitar su almuerzo en cualquier momento.

Se había estado preparando para dar ese paso tanto como todos. Pero incluso si los exámenes universitarios, las conversaciones sobre el futuro y las pasantías eran un tema frecuente de conversación, siempre sintió que tenía más tiempo.

Hasta ahora todo lo que había hecho era ser positivo y tratar de seguirle el ritmo a los demás, pero repentinamente Bakugou tenía todo resuelto y el se había quedado atrás otra vez.

Claro que iban a venir las dudas y la inseguridad. No era fácil comunicar lo que flotaba incómodamente en el ambiente. Ambos se daban cuenta, pero Bakugou no iba a consolarlo ni a disculparse por estar siguiendo su propio camino y él no podía dejar que eso lo afectara.

Lo suyo era animar, sonreír y ser optimista. Siempre estaba listo para celebrar cada pequeña tontería de la que el rubio quisiera presumir. Debía ser el más dispuesto a reconocer el resultado de su diciplina, pero a penas consiguió ocultar la angustia que cargaba su abrazo.

Podría ser que este fuera el inicio del fin y el sentimiento fuera mutuo o que Katsuki finalmente se hubiera rendido con el asunto del contacto físico, pero se quedo ahí entre sus brazos, ligeramente menos rígido que de costumbre y ni siquiera se quejo cuando fue un poco más caluroso de lo normal.

Los días que siguieron fueron una mezcla de alegría nerviosa y miedo. De ver al rubio anhelantemente cuando no se daba cuenta y preguntarse si a el le importaba al menos un poco en comparación al horrible sentimiento de pérdida que el estaba viviendo.

No solo cayó en cuenta por primera vez sobre lo angustiante e incierto que era su futuro. Repentinamente, era consiente del poco tiempo que le quedaba junto a Bakugou.

Sabía reconocer el miedo que empezaba a arder en su estómago. Estuvo ahí la primera semana que tomaron clases separados porque sus actividades extracurriculares ya no coincidían, estuvo ahí cuando tuvo que hacer planes con Midoriya y su grupo después de clases porque Bakugou ya no tenía tiempo para ayudarlo a estudiar y también estuvo cuando Aizawa le informó que debía empezar a considerar otras opciones, porque su promedio no iba a permitirle aplicar a las universidades que él y el rubio habían elegido en primer lugar.

Lo siguiente que supo fue que estaba solo un viernes por la noche, escribiendo un ensayo y rogando por puntos, mientras el rubio asistía a un recorrido en su universidad soñada.

La soledad era tan real que helaba. No había temido a la separación desde que tuvo la edad suficiente para entender que su madre no lo abandonaría en el jardín de niños. La ansiedad infantil típica que lo hacía romper en llanto al verla partir desapareció con los años y no esperó volver a verla casi rozando la adultez, pero ahí estaba. Haciéndolo sentir desvalido, abandonado y desesperado por un poco de calor.

Esto se convirtió en un esfuerzo constante por apegarse a la rutina del rubio, robar su atención y ser el mejor amigo que alguien pudiera pedir.

El más atento, comprensivo, ordenado, puntual, responsable y empalagoso. Capaz de anticiparse a todo, listo para ser útil cada que se presentara la oportunidad y ofrecer lo mejor de sí. Desde animar, limpiar y servir, hasta involucrarse donde no lo llamaban. Estaba dispuesto a ganarse el derecho a no ser abandonado. Y eso estaba matándolos a ambos.

Para la siguiente semana, cada poro de su cuerpo exudaba ansiedad y el rubio empezaba a sentirse seriamente irritable por su presencia.

No importaba cuanto se divirtieran, cuanto tiempo pasaran juntos, cuanto pareciera que las cosas funcionaban con normalidad; la incertidumbre no se acababa cuando Bakugou volvía. Era como ver sobre su hombro constantemente con la sensación de que algo terrorífico lo acechaba.

Podía alcanzarlo hoy o mañana, o simplemente quedarse allí toda la noche viéndolo desde la oscuridad. Recordándole que el rubio podía marcharse en cualquier momento y lo haría.

Si era optimista, el tiempo que les quedaba juntos podía estirarse algunas semanas y un par de días durante los eventos de verano, pero era todo.

El último periodo de pasantía estaba a la vuelta de la esquina, serían poco más de dos meses en los que pasarían más tiempo en patrullas que en la academia. A esto le seguía las evaluaciones, algunos eventos estudiantiles y preparativos para la graduación.

pensó en eso compulsivamente por días, pero jamás encontró la forma de meterlo en una conversación que al rubio no le pareciera estúpida.

Era casi la hora de la cena y estaba sentado en el banquillo de la cocina tratando de concentrarse en sus apuntes cuando la conversación de su grupo de estudio empezó a sonar más interesante que el examen de mañana.

—Serían un par de estaciones de diferencia, podríamos tomar el tren juntos —escuchó a Uraraka y lo que era un intento de coqueteo para Midoriya—

—¿Ambos tienen su pasantía en la misma ciudad? —pregunto repentinamente interesado—

—También Iida —comentó el peliverde—

—¿Hay alguien más contigo? —preguntó la castaña—

No, había revisado el listado. Él era el único en esa área. Había sido una suerte que tuviera una buena relación con Fat Gum y lo hubiera aceptado de vuelta pese a su promedio, pero eso lo había dejado bastante limitado comparación al resto, que buscaba oportunidades laborales, ciudades grandes con universidades importantes o recomendaciones.

Le agradaba el héroe rubio, había aprendido mucho con él y probablemente era su mejor oportunidad para recibir una recomendación de empleo, pero repentinamente se sintió preocupado por su falta de planeación y lo lejos que estaría de Katsuki.

La castaña notó su incomodidad y trato de añadir algo de optimismo a la plática.

—¿Enviaste solicitudes a otras agencias? Muchos aun siguen viendo sus opciones.

Tanto Aizawa como Bakugou habían coincido en que esa era su mejor opción. No podía debatirlo, pero empezaba a sentirse nervioso por la distancia y todo lo que implicaba estar por su cuenta, cuando a penas sabía que estaba haciendo. Era un periodo aterrador de transición que sin duda soportaría mejor si al menos tuviera a Katsuki con él.

—¿Sabes si aun están aceptando aplicaciones?

Admitía que había sido una idea apresurada y principalmente impulsada por el miedo, pero no creyó que fuera tan mala. Incluso tuvo algo de sentido cuando se la sugirió a Present Mic, esperando que pudiera ayudarlo a convencer a Aizawa, pero se la replanteó con más cuidado luego de decirla en voz alta frente a Bakugou esa noche.

Estaban sentados uno frente al otro en la habitación del rubio. Katsuki revisaba sus formularios pendientes y el fingía dar un último repaso a sus notas.

El sonido del papel se detuvo en seco, los filosos ojos escarlata le prestaron atención por primera vez en días y deseó no haber abierto la boca.

Su única intensión había sido aprovechar los pocos meses que le quedaban como estudiante. No había pensado realmente en el impacto que eso podría tener en su futuro, en su ya inestable situación académica o en la demandante agenda del rubio. Y podía ser que gran parte del malestar que se estaba gestando en lo profundo de su pecho viniera de la tensión de las ultimas semanas, que ambos estuvieran más cansados de lo normal o simplemente no fuera el mejor momento para hablar luego de que prácticamente no habían tenido un momento a solas en días, pero terminó fácilmente en una discusión.

El había sido irrazonable, pero el rubio estaba siendo cruel. Y lo que empezó como un sermón concienzudo sobre por que tirar su futuro a la suerte estaba mal, terminó con el rubio irritado, exhausto y finalmente harto de la actitud de Kirishima de las ultimas semanas.

Su amabilidad, apego y complacencia parecían no haber sido bien recibidos. Y si bien, en retrospectiva podía reconocer que se había dejado llevar por el pánico y quizás había sido invasivo, creía genuinamente que estaba ayudando.

No se le paso por la cabeza nunca que tal vez Katsuki no quisiera sus atenciones o sus sacrificios. Y sin bien nunca le pregunto si le parecía bien, se sentía correcto y quiso hacerlo.

El sujeto prácticamente le había salvado la vida, era normal que le retribuyera de alguna manera, pero los limites eran confusos y los términos de su relación lo eran aun más.

El rubio no se quejaba cuando se metía a su cama, pero no podía soportar que le hiciera el almuerzo, se colara en sus actividades extracurriculares o reemplazara sus productos de baño cuando se acababan.

—¡Nunca te pedí que hicieras nada! —le había debatido con chispas escapando involuntariamente de sus palmas—

Para ese punto ambos estaba inclinados sobre la mesa de estudio gritando y el malestar iba más allá de la pasantía, las tareas domesticas o si estaba bien compartir la cama. Era acerca de su amistad y la dinámica que suponía convivir juntos, que a meses de ayudarlo a recuperarse empezaba a perder su punto.

Era notorio que el pelirrojo ya no lo necesitaba como al inicio, estaba perfectamente bien garantizándose un trato digno allá afuera por su cuenta, pero insistía en aferrarse a él.

—Es lo que hacen los amigos —había justificado herido por la falta de reconocimiento—

El rubio casi parecía insultado por su argumento y entendía la contradicción. Ya eran buenos amigos antes y habían muchos buenos amigos allá afuera también y no necesariamente estaban compartiendo gastos o poniendo en riesgo su futuro por el otro.

Lo que empezó como un gesto de solidaridad en un momento difícil se había trasformado en esta dinámica que ya no tenía sentido y estaba lejos del compañerismo.

No entendía que los tenía juntos o por que tenerse mutuamente le resultaba tan esencial, pero no quería que fuera de otra forma.

—Quería ser útil —había empezado desesperado por justificarse— y hacer que esto durara un poco más.

—¡Deja de actuar como si me necesitaras! —un golpe en la mesa y una mano tomándolo por la camisa lo detuvieron en seco— ¡Es asfixiante!

No sabía que había pasado. Quizás ya no era tan fuerte como antes o Bakugou podía verse realmente intimidante mientras pisoteaba los sentimientos de alguien, pero sus ojos se empañaron y su voz se quebró con tal rapidez que tartamudeo un par de veces incapaz de recomponerse.

Se soltó del agarre bruscamente y se alejó tratando de evitar que lo viera llorar.

Había hecho todas esas cosas porque lo apreciaba, pero ahora se sentía como un idiota.

Se llevó el dorso de la mano al rostro con brusquedad tratando de detener las lágrimas y salió de la habitación casi a ciegas.

Era tarde, las luces estaban apagadas, las puertas principales cerradas y no había muchos sitios privados a donde huir.

Se sentó a mitad de la escalera tratando de detener el llanto antes llegar a la sala común donde podría llamar más la atención. Escondió su cabeza entre sus brazos, se abrazó a sí mismo y trató de no ahogarse con el poco aire que parecía llegar a sus pulmones mientras trataba de ser silencioso.

Unos minutos después su cuerpo se tensó escuchando unos pasos suaves acercarse.

Era Mina. Se sentó a su lado sin decir nada y simplemente lo rodeó con un brazo para consolarlo.

Era vergonzoso y agrio, considerando lo evasivo que había sido con ella, pero apreció la compañía y el silencio hasta que finalmente pudo calmarse lo suficiente para erguirse y limpiarse el rostro.

—¿Bakugou? —la escuchó preguntar—

Asintió sin quitar la vista de las escaleras. Ella guardó silencio y luego tomo su mano de manera consoladora dejándolo apoyarse en su costado.

Fue un gesto cálido, que en medio de la noche, solo en su camiseta sin mangas y pantalones cortos, apreció aun más.

Hubo otro silencio que sintió alargarse mientras se armaba de valor para hacer lo que debió hace mucho.

—Lo siento —dejó salir con voz rasposa— no debí evitarte.

—Esperaba que al menos me rechazaras —dijo la chica sin rencor—

—No sabía como decirlo sin lastimarte.

Ella se tomo un tiempo para ver a la oscuridad también, suspirar y volverse hacia él con un tono comprensivo.

—Me tomó un tiempo entenderlo por mi cuenta y creo que me habría gustado escucharlo de ti, pero supongo que no se puede forzar estas cosas... no siempre puedes ser correspondido.

Habían sido cercanos tanto tiempo que enamorarse uno del otro tenía sentido, pero lo que encontraba en ella era más similar a la amistad sencilla y divertida que se supone que debía encontrar en Bakugou y eso era desconcertante.

Apretó con más fuerza su mano buscando las palabras correctas, pero no las encontró. No había como explicar que en su último año hubiera elegido mendigar la atención de un gruñón malhumorado, en lugar de corresponderle a una chica linda, pero debía empezar por alguna parte y que mejor que la verdad.

—Esa noche, cuando me besaste, solo acepté tu compañía porque extrañaba a Bakugou—se aventuro a decir por primera vez en voz alta— Cualquiera habría matado por estar en mi lugar, pero aun no confiaba del todo en ti. Y aunque no pude pensar en una sola razón para rechazarte luego de que te confesaste, tampoco podía dejar de desear que fuera él quien vino a buscarme.

Sus ojos, que habían estado fijos en la oscuridad enfrentaron con creciente valentía los rosas.

—No debí irme de esa forma. Pero incluso si las cosas hubieran sido diferentes o nada malo hubiera pasado entre nosotros, seguiría viéndote solo como una amiga.

La chica apretó sus manos con un gesto adolorido, pero asintió.

Parecía justo, ambos se habían lastimado lo suficiente a este punto para estar dispuestos a borrar y volver a empezar.

Un abrazo conciliador era lo que cerraba el trato. El calor lo envolvió y por un momento casi se sintió mejor.

Su nombre cayó de manera dura en el silencio del corredor oscuro. La voz áspera de Bakugou disipó el ambiente tranquilo de golpe y se volvió rápidamente un cosquilleo en su vientre bajo que funcionó mejor que un bálsamo para sus heridas.

Todo su malestar quedó en el olvido cuando el chico le hizo un gesto para que volviera a la habitación. Lo cegó como una luz encantadora bajo la que quedo prendado, cobijado y feliz.

La chica trato de sostenerlo, cautelosa de la actitud arisca del que parecía el responsable de su llanto en primer luchar, pero el pelirrojo le sonrió con un brillo que solo podía catalogar como ingenuo. Seguro de que estaría bien.

Era algo grande de decir para alguien con los parpados hinchados y la nariz goteando, pero debía haber alguna certeza, si ver al rubio al inicio de la escalera, con las manos en los bolsillos y un gesto agrio bastaba para aliviar lo que sea que lo había herido tanto.

Se limpió las lágrimas, le agradeció a Mina y corrió detrás de él, como si ni nada fuera más grande que el sentimiento de verse medianamente querido por él.