¡Hola! ¡Hola!
He tardado un mes en actualizar, y pido perdón de todo corazón.
El trabajo, el cansancio, las fiestas y la falta de ideas, me impidieron continuar esta historia. Pero, por fin y tras un mes, aquí tenéis la siguiente parte.
Ciertamente no esperaba que fuera tan largo. Mi idea era hacer una historia con cuatro o cinco capítulos, pero ya veis que vamos por el séptimo, y según mis cálculos aun quedan otros 2-3 capítulos más :v
Peeero weno. Veo que os va gustando, y eso me alegra mucho ^^ Gracias por continuar leyéndolo ~
En fin, espero de verdad que os guste este capítulo, y...
¡Nos leemos abajo!
▹Capítulo 7◃
X
Cuando Senku abrió los ojos aquella mañana, lo primero que se le vino a la mente fue lo mal que había dormido, y seguidamente la imagen de su rubia compañera sonriéndole.
- Maldita sea... - gruñó por lo bajo.
Estaba echo un lío. Entendía lo que le pasaba, no era imbécil. Era el ser más listo que había en esos momentos, así que por supuesto que sabía lo que le sucedía. Sin embargo no quería admitirlo, y no quería pensar en ello puesto que había cosas más importantes en esos momentos, como salvar a la humanidad, por ejemplo.
Aun así...
- S-Senku...~
Su mente no paraba de rememorar una y otra vez la suave voz de Kohaku pronunciando su nombre entre suspiros.
Jamás hubiera pensado que aquella chica tan salvaje y rebelde, pudiera llegar a ser a la vez tan sumisa con él. Y aquello, aunque no fuera correcto, lo llevaba a imaginar escenarios aún más ardientes que el de día anterior.
- Senku...
Como deseaba oírla suspirar de placer, como deseaba llegar a tocar su intimidad y hacerla gritar, como deseaba no tener que callar y ocultar que en esos momentos la despetrificación era lo que menos le importaba. Porque ahora, aunque quisiera negarlo con todas su fuerzas, la leona era lo que más inundaba su mente...
Rápidamente y siendo consciente por fin de la situación, negó repetidas veces con la cabeza esperando disipar todas esas absurdas ideas.
Estaba loco, loco de atar. No podía anteponer su más grande misión por una chica. No era justo para nadie.
¿Amor? ¿Relaciones? Ni hablar. Nunca había pensado en ello y no iba a ser ahora el momento.
Debía parar.
Dando un largo suspiro se levantó de la cama y tras ponerse la chaqueta salió en seguida de la casa.
Pese a ser su hogar, había pasado demasiados días allí metido pendiente de la chica, por lo que no había podido avanzar demasiado con sus proyectos. Así que, sin pensarlo ni un momento, se encaminó directo al laboratorio. Si había suerte, nadie lo molestaría y podría dedicar el día entero a crear maquinaria para el invierno.
- Senku-chan ~
La voz de Gen llegó a los oídos del peliverde, quién, dando un largo suspiro, detuvo sus pasos y giró la vista en su dirección.
- Mentalista. – saludó.
- Pensé que no saldrías nunca de tu casa. – comentó el bicolor acercándose a él. - ¿Cómo te encuentras? ¿Triste?
Senku alzó una ceja sin comprender a qué se refería.
- ¿Por qué lo estaría? – inquirió.
- Bueno, sería lo normal dado que Kohaku-chan ha vuelto a casa.
El oji-rojo chasqueó la lengua antes de comenzar a caminar de nuevo siendo seguido por su compañero.
- Al contario, me alegro de que lo haya hecho. – soltó el chico con indiferencia. – Se ha recuperado parcialmente, así que ya no me necesita.
- ¿Y eso no te pone triste?
Las constantes insistencias del mentalista molestaban a Senku con regularidad, y pese a eso, el muchacho se mantuvo firme intentando no caer en las provocaciones del bicolor.
- Como ya he dicho, me alegro por ella, y también por mí. No tengo tiempo para cosas más allá de mi misión, así que, cualquier cosa que pueda pasar, tiene a su familia. – explicó de manera seria.
- Quizás suena demasiado cursi para ti, pero perfectamente podría decir que nosotros también somos su familia. – comentó Gen.
- Un billón de puntos para ti, mentalista. Es muy cursi. – afirmó Senku con cara de asco. – Aun así, sabes que no me refería a eso.
- Lo sé.
- Entonces olvídalo de una vez y déjame volver a mi vida diaria.
- Es que tu vida diaria es muy triste.
Una mirada llena de reproche fue lo que Senku le dedicó.
- ¿No tienes nada mejor que hacer? – preguntó el peliverde, entrando al laboratorio.
- Sabes perfectamente que no.
- Entonces busca algo. No tengo tiempo para ti.
Y antes de que Gen pudiera contestar, la voz de alguien lo interrumpió.
- S-Senku...
Ambos muchachos giraron su vista hacia atrás encontrándose a la joven sacerdotisa bajo el umbral de la puerta.
El nombrado se dirigió hacia ella tras verla empapada en sudor. Su respiración era entrecortada.
- ¿Ocurre algo, Ruri-chan? – preguntó el bicolor acercándose también.
Ella no contestó, o al menos no en seguida. Intentaba por todos los medios luchar contra el cumulo de lágrimas que inundaban sus ojos.
- K-Kohaku... - murmuró ahogando un sollozo.
Aquello fue suficiente para que a Senku comenzaran a invadirle los nervios.
- ¿Qué ha pasado, Ruri? – preguntó intentando mantener la calma. - ¿Qué ha pasado con la leona?
La rubia se mantuvo en silencio unos minutos, y ante la insistencia del peliverde, alzó la cabeza, y susurró:
- Ella... ha desaparecido...
X
Lejos del pueblo, a no muchos kilómetros, Kohaku se encontraba sentada bajo la sombra de un árbol a la espera de que sus piernas volvieran a funcionar.
Estar toda la noche andando después de varios días sin salir de la cama, había hecho que se cansara rápido. Más de una vez se había tropezado consigo misma.
Dando un largo suspiro, se llevó las piernas hasta el pecho abrazándolas en el acto. Estaba agotada, agotada y dolida.
Todavía no asimilaba lo que había pasado...
Flashback
Tras lo ocurrido en casa de Senku, este mismo dictaminó que estaba lo suficientemente bien para regresar a casa. Y aunque ella insistió en quedarse, aunque fuera una noche más, él se negó.
Aquello, sumado a la seria voz del chico, hizo que la joven se alzara de la cama y junto a su hermana saliera de la casa sin tan siquiera decir adiós.
Ni una mirada, ni una palabra. Solo silencio.
Kohaku no quiso darle muchas vueltas. Entendía demasiado bien al chico como para enfadarse con él. Tenía una misión y sabía que el estar con alguien podría retrasar dicho objetivo. Aun así... Dentro de ella esperaba que en algún momento él cediera a sus sentimientos. Porque sí, seguía conociendo demasiado bien al chico como para no darse cuenta de que ella era especial para él, y no solo amistosamente hablando. Él la quería, de la misma manera que ella le quería a él. Pero no era el momento, no aún.
Una vez llegada a su hogar, su padre la recibió tan seco como siempre.
- ¿Te has recuperado bien? – le preguntó él desde la distancia.
- Sí, padre. – respondió ella de la misma manera.
- Senku dice que todavía no lo está. – se apresuró a decir Ruri con una severa mirada. – Todavía tiene que descansar unos días más. Y tiene prohibido entrenar.
- ¿Cuándo te ha dicho eso? – inquirió la rubia menor alzando una ceja.
No recordaba haberlos dejado solos ni un minuto.
- Aquí. – Y de quien sabe dónde, sacó un pequeño papel en el que estaban escritas varias cosas. – Y pone expresamente lo que no debes hacer.
En esos momentos Kohaku no pudo hacer más que maldecir a su hermana el saber leer.
- Se preocupa por ti. – añadió Ruri.
Kohaku la vio sonreír de manera tierna y ella, casi sin pensarlo, no pudo hacer más que imitarla y asentir.
- Supongo que lo hace. – contestó.
Y Kokuyo, pese a la lejanía, pudo jurar haber visto un ligero rubor sobre las mejillas de su hija menor.
Fue entonces cuando decidió soltar aquello que había guardado desde el día anterior.
- Tengo que hablar contigo, Kohaku.
La nombrada lo miró seria a la espera de que hablara, más cuando el tiempo pasó y nada salía de la boca del hombre ambas hermanas se observaron extrañadas.
- ¿Ocurre algo, padre? – inquirió Ruri con preocupación.
Era común que su padre tuviera largas conversaciones con ellas. Adoraba regañarlas y advertirles sobre los peligros de esos días, sobre todo a Kohaku, quien pese a las advertencias de Kokuyo, siempre lograba meterse en líos. Había sido así desde siempre. Lo que no era tan común es que tardara tanto en hablar, y que en vez de estar furioso, su mirada mostrara simple seriedad.
- He tomado una importante decisión. – comenzó el antiguo líder. – Debido a los recientes acontecimientos, me he dado cuenta de que el tiempo está pasando demasiado rápido, y aunque es algo que no se puede evitar, sé bien que sí se puede mejorar.
Kohaku ladeó la cabeza sin entender, mientras que Ruri pestañeaba confusa.
- Lo siento padre, creo que ninguna de las dos entendemos lo que quieres decir. – formuló la rubia mayor. - ¿Qué es lo que se puede mejorar?
Kokuyo posó fijamente la vista sobre la menor, quien tras verlo fruncir el ceño, creyó saber de qué se trataba.
- ¿Qué has hecho? – preguntó Kohaku sintiendo su corazón bombardear con fuerza. - ¿Qué demonios has hecho?
Ruri giró su vista observando como su hermana pequeña caminaba lentamente hacia su padre. Rápidamente se posiciono frente a ella evitando así que diera un paso más. Sabía que no hacerlo, ambos comenzarían una pelea, y ni siquiera sabía por qué.
- Padre. – habló la mayor intentando mantener la calma. - ¿Qué ocurre?
- Voy a dar a Kohaku en matrimonio.
Y por un breve instante, el silenció reinó en el lugar.
- ¿Cómo dices...? – susurró la menor segundos después.
- ¡Padre, no lo hagas! – soltó Ruri para sorpresa del hombre. - Es muy joven todavía. ¡Ni siquiera ha cumplido la mayoría de edad!
- Lo hará pronto, y es algo que ya está decidido. – proclamó Kokuyo levantándose de su asiento. – Mañana mismo lo anunciaré, y todo aquél que quiera a Kohaku como esposa, deberá luchar por ella.
- Padre, por favor. No lo hagas. – repitió la mayor observando como su hermana tenía la cabeza agachada. – Quieres que una de tus hijas sea desposada, ¿verdad? Entonces... ¡Yo tomaré su lugar!
El hombre no pudo hacer más que suspirar y negar con la cabeza repetidas veces. Tenía una debilidad por su hija mayor, por lo que no podía llevarle la contraria a la muchacha. Pese a eso, estaba decidido a cumplir con lo dicho aunque ella no estuviera de acuerdo.
- No quiero que una de mis hijas sea desposada, Ruri. Quiero que sea Kohaku. – aclaró. – Tu ya tienes a alguien en tu corazón, ¿verdad?
Aquella pregunta tomó por sorpresa a Ruri, quien, pese a querer ruborizarse, no lo hizo. No era el momento. Aun así, asintió.
- Por eso mismo sé que debes casarte con esa persona, y no con quién yo elija. Quiero que seas feliz. – declaró él con una leve sonrisa.
En otras circunstancias, Ruri se hubiera enternecido con esas palabras, y aunque quisiera negarlo, no podía evitar sentirse ciertamente feliz. Pero también sabía, pese a no verla, que aquello, al contrario que ella, había herido a su hermana. Y no podía dejarlo pasar.
- ¿Y qué hay de la felicidad de Kohaku? – inquirió con seriedad.
Kokuyo volvió a suspirar y una vez más tomó asiento.
- Ella será feliz con la persona con la que se case. – explicó él. – Seré cuidadoso con la elección, pero no puedo permitir que siga desperdiciando su vida de esta manera. Es por su bien.
- ¿Desperdiciando su vida? ¿Por su bien? – repitió la mayor llevándose una mano al pecho dolida. – Padre... Kohaku merece ser feliz con quien ella deseé... ¿Acaso no importa la persona que ocupa su corazón?
- ¡No! – bramó él.
Aquello, junto con el golpe que dio sobre el reposabrazos, hizo que Ruri se sobresaltara.
- Padre...
- Si es quien yo creo, no lo acepto. – soltó él. Y por primera vez desde hacía un rato, los ojos de Kokuyo se encontraron con los de Kohaku. – Ella hará lo que yo diga, y no hay más que hablar.
Nuevamente el silenció los invadió mientras esperaban a que algo ocurriera. Ruri sabía que aquello no había terminado aquí, al igual que Kokuyo.
Kohaku todavía no había hablado, pues estaba demasiado ocupada repitiendo mentalmente las palabras de su padre.
No entendía como, pese a saber su padre lo mucho que odiaba esas viejas y absurdas costumbres, se había planteado si quiera la idea de casarla. Y más aún, proceder a hacerlo.
Admiraba lo mucho que amaba a Ruri, y la dificultad que tuvo para aceptar a Chrome como su compañero de vida, pero no entendía por qué no podía hacer lo mismo con ella. No entendía por qué odiaba tanto la idea de que ella fuera feliz, y sobre todo libre. No entendía por qué odiaba tanto a Senku. No entendía, y sabía bien que a él no le importaba si lo hacía o no. Solo le importaba que acatara sus órdenes.
- Ni hablar. – pronunció finalmente cerrando los puños con fuerza.
Lo que sí entendía su padre, o eso esperaba, era que ella no iba a quedarse callada.
- Está decidido, Kohaku. No hay nada que puedas hacer. – explicó él lo más tranquilo posible. – Te encontraré un marido adecuado, y en tres días, te casarás.
- No lo haré. No mientras seas tú quien elija y no yo. – aseguró ella con una ladina sonrisa.
Estaba desafiándolo, tal y como siempre hacía, ocasionando que Kokuyo sintiera su sangre hervir.
- No estás en condiciones de elegir, no mientras sea tu padre. – imitó frunciendo el ceño. – Debes empezar a madurar, Kohaku. Debes encontrar un hombre.
- ¡Ja! – se burló ella. - ¿Debo? Estás loco.
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Kokuyo se alzó ferozmente de su asiento y comenzó a caminar con grandes pisadas hacia su hija.
- ¡¿Cómo osas faltarme al respeto de esa manera?! – gritó. La temblorosa mano de Ruri lo paró antes de poder llegar a Kohaku. - ¡Soy tu padre!
- ¡Y yo soy tu hija! ¡¿Acaso se te olvida?! – respondió ella acercándose también. Nuevamente la otra mano de la rubia mayor se posó sobre su hombro deteniendo sus pasos. - ¡Hablas de que yo debo madurar, pero el que debe hacerlo eres tú!
- ¡¿Cómo dices?!
- ¡No voy a dejar que hagas con mi vida lo que quieras! ¡Ya lo hiciste con Ruri-nee una vez! ¡No pienso ser la siguiente! – bramó la menor con furia.
Aunque Kokuyo no quisiera admitirlo, aquello le había dolido, pues siempre se había arrepentido de intentar casar a su hija mayor con alguien a quien no quería. Y Kohaku lo sabía.
Por eso la joven no lo entendía.
- ¡Es tu obligación como mujer!
- ¡¿Ja?! ¡¿Qué demonios estás diciendo?!
Ruri tuvo que ejercer un poco más de presión en ambos para separarlos, pues sentía, que pese a estar en medio, ambos llegarían a las manos. Quería evitarlo a toda costa.
- ¡Eres terca! – le gritó Kokuyo. - ¡Una maldita terca!
- ¡Padre! – le reclamó Ruri observándolo.
Eso estaba llegando muy lejos.
- ¡Y tú un idiota! – le respondió la menor.
- ¡Kohaku, basta! – recriminó la mayor posando la vista en ella.
- ¡Eres una caprichosa! ¡Una maleducada! ¡Una irrespetuosa! ¡La deshonra de la familia!
- ¡Padre, es suficiente!
Ruri observó a Kokuyo con los ojos más feroces que pudo pese a que él ni siquiera la miraba.
- ¡Nunca esperé nada de ti, pero siempre logras sorprenderme! – continuó el antiguo líder. - ¡Me decepcionas!
- ¡Ja! ¡Mira quien habla! ¡El que no luchó lo suficiente por su hija y quiso dejarla morir!
- ¡Kohaku!
Ruri reaccionó rápidamente apartando a su hermana lejos de su padre, quien tenía el rostro desencajado y una enorme vena saliendo de su cuello.
- ¡¿Sabes quién sí lucho?! ¡Yo! – prosiguió la menor. - ¡¿Y sabes quién la salvó?! ¡Senku! ¡De no ser por él...! – "Estaría muerta." Quiso decir, pero no podía pronunciarlo, no quería pensarlo. - ¡Senku la salvó mientras tú solo observabas sin hacer nada!
- ¡Siempre estuve a su lado! ¡Recé por ella, recé a los dioses para que la protegieran del mal que tuviera, y todo mientras tú desaparecías días, incluso semanas sin decir nada! ¡La abandonaste! – respondió Kokuyo.
- ¡Padre!
- ¡Hice por Ruri-nee más de lo que hiciste tú en tu vida! ¡Y estoy segura de que hubiera podido hacer lo mismo por madre!
El eco de aquellas palabras retumbó contra las paredes amaderadas de ese hogar, que con cada grito se iba derrumbando más y más.
Ambos adultos, observaban a la rubia menor con los ojos abiertos de par en par, sin creerse lo que escuchaban.
Lejos de acobardarse, e incluso arrepentirse, Kohaku continuó con aquello que había estado guardando.
- Ibas a dejar morir a Ruri-nee al igual que hiciste con nuestra madre.
El sonido de una bofetada se escuchó en el lugar seguido de un profundo silencio.
Kohaku abrió los ojos de par en par. Sabía que aquellas palabras habían sido duras, incluso puede que injustas, por eso mismo esperaba alguna repercusión por ello. Lo que no esperaba era que quien se la diera no fuera su padre, sino su hermana.
Ruri estaba frente a ella, con la mano levantada y observándola con los ojos fruncidos y al borde de las lágrimas.
Kokuyo no dijo nada. Se mantuvo tras su hija mayor con los puños fuertemente cerrados, y el dolor en sus ojos reflejado.
- Entiendo tu enfado, Kohaku, de verdad que sí. – habló Ruri con la voz temblorosa pero lo más firme posible. – Pero no metas a madre en esto. Ella ya no está, y no es justo mancillar su memoria de esta manera. No te lo pienso permitir.
La rubia menor asintió en silencio aun sorprendida de que su querida hermana le hubiera puesto la mano encima.
- Lo siento... - se disculpó.
Y con solo esas palabras, se dio media vuelta y comenzó a correr hacia la salida mientras la voz de Ruri llamándola hacía eco en el lugar.
Fin Flashback
De eso hacía horas, muchas horas, tantas que el sol había comenzado a salir dando paso a la mañana. Pues sin pensarlo comenzó a correr lejos de la aldea hasta que sus piernas le pidieron un descanso.
- Al fin te encuentro. – escuchó de repente. – Kohaku.
Con sorpresa, la nombrada giró la cabeza hacia atrás encontrándose con su compañero peliblanco.
- Ukyo... - susurró con cierta confusión.
Rápidamente posó su vista hacia el frente sintiendo sus mejillas arder.
Aquello no pasó desapercibido para el joven, quien con una leve sonrisa, terminó de rodear el árbol para sentarse a un lado de la chica.
Sin decir nada, se quitó la chaqueta que portaba y se la puso a la chica sobre los hombros.
Kohaku por su parte, se giró a verlo aún más roja que antes. Quiso negarse a recibir dicha prenda, pero en cuanto el calor comenzó a envolverla, se dejó hacer.
Hubo un breve silencio en el que ninguno de los dos dijo nada. Ukyo intentaba darle su tiempo para, por si quería, hablar cuando estuviera preparada, la chica en cambio intentaba por todos los medios no hacerlo, pues estaba segura de que en algún momento se rompería. No estaba dispuesta a que nadie la viera de esa manera.
Finalmente, tras varios minutos en silencio y unas cuantas respiraciones, fue ella quien habló.
- ¿Qué haces aquí...? – inquirió en voz baja.
- Te vi salir del pueblo. – contestó él de inmediato mirando al frente. – Era muy tarde y...
Por un instante, el chico calló.
Kohaku giró la vista hacia él a la espera de que continuara, más al ver su rostro supo que estaba arrepentido.
Con una leve sonrisa volvió a mirar hacia abajo a la par que negaba con la cabeza.
- No pasa nada, puedes decirlo. – soltó y una vez más fijó su vista en él. - Me seguiste.
Él la imitó y conectando la mirada en la de ella asintió algo cohibido.
- Estaba preocupado. Te escuché llorar.
Kohaku parpadeó confusa. Era extraño saber que alguien la había visto caer tan bajo.
Ella siempre expresaba todo lo que sentía: felicidad, alegría, enfado, tristeza... Siempre se había dicho a sí misma y a los demás que era común soltar aquello que sentían, y que no tenían por qué guardarlo. Sin embargo, la mera idea de llorar frente a alguien era algo que había prometido no hacer, y hasta el momento lo había conseguido.
No se avergonzaba de ello, pues seguía siendo una persona normal con sus emociones y sentimientos, una humana, pero siempre se había mantenido firme ante esa promesa, y siempre lo había cumplido. Había pasado por tantas cosas que podrían haberla hecho llorar y nunca había soltado ni una sola lágrima.
Una pequeña y cínica risa salió de sus labios.
Era irónico que tras tantos años aguantando, haya explotado por algo tan absurdo como eso.
- Kohaku. – la llamó de repente el muchacho. Ella volvió a posar su vista en él al sentir su áspera mano sobre la suya. – Sé que lo sabes, pero quiero que lo escuches de mi boca. Sea lo que sea que te ocurra, puedes contármelo.
Aquello confundió aún más a la joven, quien, pese a los nervios por al repentino contacto con él, se mantuvo quieta en el lugar observándolo.
- Ukyo...
- Sé que no somos muy cercanos, y que quizás preferirías hablarlo con alguien más, pero... puedes confiar en mí. – continuó diciendo. Su rostro estaba totalmente serio, lo que causó en ella cierta comodidad. Sabía que sus palabras eran totalmente sinceras y eso la alegraba. – Me gustaría que pudieras confiar en mí como el amigo que estoy dispuesto a ser.
El muchacho sentía que quizás estaba insistiendo demasiado, pero el haberla visto así de rota, le había hecho preocuparse enormemente. Por eso mismo, tan solo quería expresarle que pasara lo que pasara podía contar con él.
Hubo un breve momento de silencio entre ambos, donde pese al frío del ambiente, compartieron entre si un sinfín de cálidas miradas.
Finalmente y para sorpresa del arquero, la rubia miró al frente y comenzó a hablar.
- Se trata de mi padre.
- ¿Habéis discutido? – se atrevió a preguntar.
Una triste sonrisa surcó los labios de la chica.
- Mas que eso. – contestó. Y volviendo a enterrar la cabeza entre sus piernas murmuró: - Quiere que me case.
Fue algo casi inaudible, pero el buen oído del muchacho logró captar cada una de las palabras. Sus ojos se abrieron de par en par.
- ¿Casarte? ¿Pero... cómo? ¿Por qué? – preguntó sin ocultar su sorpresa.
- Porque así lo quiere él. Dice... que no quiere que pierda más el tiempo.
- No lo entiendo...
- Yo tampoco. – contestó alzando de nuevo la vista. – Él sabe lo mucho que odio esta absurda tradición, no por nada luché por Ruri hace años. Y aun así él...
- Ignora el cómo te puedas llegar a sentir. – contestó él. - ¿No es así?
Kohaku asintió.
- Pensé que desde que Senku llegó a la aldea, este tipo de eventos quedarían en el olvido. Todos lo pensábamos. Pero mi padre... lo odia. Odia a Senku
- ¿A Senku? ¿Pero por qué?
-No lo sé. Creí que después de tanto tiempo conociéndolo, lo habría aceptado. – respondió. - Se que a veces puede ser alguien difícil de tratar, e incluso fácil de odiar, sin embargo, y a pesar de lo que puedan decir algunos, Senku no es un mal chico. Ha ayudado mucho a la aldea. Salvó a mi hermana, y aun así... mi padre quiere alejarme de él...
Ukyo pudo ver en la mirada de la chica una gran decepción.
- Lamento oír eso, Kohaku. – contestó al mismo tiempo que apretaba su mano en un intento por confortarla. - Pero si lo que dices es cierto, algo debe haber pasado para que tu padre haya actuado así. ¿Se lo has preguntado?
- Lo he intentado, pero ambos tenemos el mismo carácter. Empezamos a discutir, a gritarnos y Ruri terminó llorando. – soltó tras un bufido. - Soy una hermana terrible...
- No lo eres. – se apresuró a decir el chico. - He visto y oído como tratas a Ruri, y te puedo asegurar, que no hay mejor hermana que tú. Incluso con Suika eres increíble. Las cuidas, las proteges y las amas por encima de todo, por encima de ti misma. - soltó.
Kohaku giró su rostro hacia él oyéndolo hablar, mientras intentaba por todos los medios no romperse por cada palabra.
Ukyo pudo ver los azulados ojos de la chica aguarse, y sabiendo que lo único que podía hacer por ella ahora mismo era confortarla, rodeó sus brazos en el delgado cuerpo de Kohaku y la atrajo hacia él. Por primera vez en su vida, la joven se dejó hacer y hundió su rostro en el pecho del chico, derramando así unas cuantas lágrimas.
Se sentía tan estúpida...
- Todo irá bien, Kohaku. – susurró el peliblanco dándole pequeñas caricias sobre su espalda. - Todo irá bien.
Un pequeño chasquido llegó a los oídos del muchacho, quien, aun sin soltar a la chica, giró levemente su rostro hacia atrás encontrándose a la figura de Senku alejarse con rapidez. Lo había escuchado llegar hacía un rato, sin embargo esperó pacientemente a que en algún momento se acercara a ellos, y fuera él quien consolara a la chica. Más no fue así.
¿Cuánto más tendría que esperar para que ese patán tuviera la valentía suficiente para admitir de una vez por todas que Kohaku le gustaba?
Con decepción el chico soltó un pequeño suspiro llamando la atención de la chica.
- Siento haber actuado así. – comentó alejándose rápidamente de él con las mejillas levemente incendiadas. - Lo siento tanto, ha sido tan absurdo de mi parte...
- ¿Absurdo? No lo ha sido. – contestó él con rapidez. - Me alegro de que me hayas enseñado esa parte de ti. Ahora puedo decir que estamos más unidos que antes.
La seguridad con la que soltó aquellas palabras, y su radiante sonrisa, hicieron que el corazón de la chica bombardeara con un poco más de fuerza que antes.
- Gracias por estar siempre a mi lado, Ukyo. – murmuró ella con una leve sonrisa. - Te lo agradezco de todo corazón. Eres un buen chico.
El nombrado asintió en silencio mientras se levantaba del frío suelo.
- Deberíamos volver. – comentó. - Estoy seguro de que están preocupados.
Kohaku negó rápidamente observando el camino que llevaba a la aldea.
- Lo dudo. Mi padre estará furioso.
- Sé que lo sabes, pero tienes que hablar con él y hacerle saber tu opinión sobre su decisión. - soltó mientras ayudaba a la chica a ponerse en pie. - Es tu padre al fin y al cabo.
Kohaku se alzó y una vez estuvo frente a él, lo observó fijamente dejándose llenar por esas cálidas y seguras palabras.
Tan ensimismada estaba en pensar la paz que el chico le brindaba, que no notó como nuevamente colocaba su chaqueta sobre ella hasta que sintió sus manos acariciarle los hombros.
Quiso negarse a llevarla, pues estaba seguro de que el chico tenía frío. Sin embargo él no se lo permitió.
- Quédatela. Al menos hasta que lleguemos a la aldea. – pronunció, y tras ver las mejillas hinchadas de la chica no pudo evitar soltar una pequeña risa. - Por muy fuerte que seas, tu cuerpo sigue débil, Kohaku. Tienes que intentar cuidarte. Y si no lo haces...
Por un instante el chico calló, y la rubia muchacha ladeó la cabeza a la espera de que continuara.
- ¿Si no lo hago...? – repitió ella.
Nuevamente la suave risa de Ukyo inundó el lugar.
- Quería soltar algo parecido a: "Te las verás conmigo". – dijo intentando engrosar su voz.
Aquello le pareció gracioso a Kohaku, quien, pese a sus intentos por no hacerlo, finalmente soltó una leve carcajada.
- No te pega nada esa voz. – comentó ella deteniendo su risa.
Ukyo rio levemente avergonzado confirmando que era un desastre para imitar voces, sin embargo, y tras unos segundos de burla, su rostro volvió a serenarse de nuevo.
- Me hubiera gustado decir eso, pero no hubiera sido ni de lejos la realidad. – comentó, y con lentitud posó una mano sobre la mejilla de la chica haciéndola estremecer. -Porque si no te cuidas tú, no tengo ningún problema en hacerlo yo.
Con rapidez, Kohaku se apartó de él sintiendo sus mejillas arder, mientras negaba repetidas veces con la cabeza.
- N-no es necesario. – comentó. – Me cuidaré.
Y con esas palabras comenzó a caminar hacia la aldea sin pensar en lo débil que estaba su cuerpo.
Ukyo notó el leve tambaleó en su andar, por lo que, sin previo aviso, la cogió de la mano deteniéndola de continuar.
- Sé que no vas a pedirme ayuda, así que te la daré sin más. – soltó ante la tímida mirada de la chica. - Solo por ahora. Hasta que lleguemos a la aldea. ¿De acuerdo?
Kohaku lo observó fijamente sintiendo como nuevamente sus palabras la convencieron. En silencio asintió con la cabeza y comenzaron a andar a la par hacia la aldea.
La chica pensó que iban a tardar mucho más en llegar, pues había estado parte de la noche caminando, sin embargo, se le hizo bastante ameno.
Una vez allí la voz de Ruri llamó su atención.
- ¡Kohaku!
La nombrada tuvo que soltar la mano del chico para recibir con totalidad y en sus brazos el tembloroso cuerpo de su hermana.
- Ruri-nee. -pronunció tras finalizar el abrazo. - Siento tanto lo que dije, yo...
La mano de la rubia mayor posándose en sus mejillas, interrumpió su hablar.
- Todo eso no importa ahora. – contestó ella observándola detenidamente. - ¿Estás bien?
Antes de poder responder a su pregunta y así intentar tranquilizarla, Kohaku notó como varias personas la miraban mientras otros simplemente cuchicheaban.
- ¿Qué está pasando? – inquirió con el ceño fruncido. Ante la inexistente respuesta de su hermana, la joven rubia, posó su vista en ella. - Ruri-nee, ¿qué está pasando?
- Se trata de padre... - contestó la mayor agachando la cabeza.
- ¿Qué ha hecho ahora? – quiso saber la menor aun con el ceño fruncido.
Ruri volvió a callar y nuevamente Kohaku insistió.
- Él... ha anunciado tu matrimonio. – respondió. – Él... padre... ha elegido a alguien.
Ante esas palabras, Kohaku abrió los ojos en sorpresa.
Había creído firmemente en las palabras de su padre. No era un mentiroso. Si decía que iba a hacer algo, lo haría, costara lo que costara. Sin embargo, creyó que tras su huida se dedicaría más en pensar en lo que había hecho y en la posibilidad de perder a su hija, que en el maldito matrimonio. Por un instante lo creyó. Aun así, su sorpresa fue mayor al descubrir que en vez de servirla como trofeo para quien la quisiera, tal y como había dicho anteriormente, había elegido él a la persona que supuestamente estaría a su lado toda la vida.
- ¿A quién? – pronunció la rubia menor con cierto temor.
Había bastantes chicos que la asqueaban, así que con el rostro lleno de espanto, repitió una vez más aquella pregunta.
Ruri, quien había permanecido con la cabeza agachada, la alzó con lentitud y con más sorpresa aun, Kohaku notó que su azulada mirada no iba dirigida a ella.
Con rapidez giró su rostro hacia atrás y la respiración se le cortó al ver de quien se trataba.
El chico peliblanco había permanecido quieto tras ella por si algo malo ocurría y así, poder reconfortarla de inmediato, sin embargo la triste mirada de Ruri posándose sobre los suyos, lo hicieron abrir la boca y soltar un leve:
- ¿Qué...?
La voz de la rubia mayor confirmó aquello que ambos recién llegados temieron.
- A él... A Ukyo...
Y sintiendo su mundo desmoronarse, Kohaku giró la cabeza hacia el frente aun sin creerse todo aquello.
X
¡Fin del capítulo 7!
¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado?
Kohaku por fin ha descubierto lo que su padre quiere hacer con ella, así que tenía que escribir una escena dramática sí o sí. ¿Os ha gustado? ¿Creéis que Kohaku se ha pasado un poco?
Sé que este capítulo no tiene escenas SenHaku, pero pienso compensarlo con el capítulo siguiente, el cual no está ni empezado ni ideado :v pero algo haré, no os preocupéis ~
Sin mas que decir:
¡Nos leemos próximamente!
