Capítulo reescrito con sangre porque lo había terminado, me faltaba solo darle una releída para actualizar y perdí el documento sin regreso. Así que lo tuve que escribir otra vez y fue una tortura inmerecida para mí (me dio una seria depresión, lo juro, porque no hubo caso que me quedara como antes). Pero bueno, aquí estamos porque mi compromiso de terminar todas mis historias es lento, pero real~


La última impresión

Capítulo VIII

Desde antes de la creación de las colonias espaciales, existían acuerdos muy antiguos que regulaban cómo debían ser tratados los prisioneros de guerra, los que se han mantenido vigentes hasta el día de hoy, conocidos como el Convenio de Ginebra. Sin embargo, dicho convenio no nos dio ninguna protección a los pilotos gundams cuando combatíamos en el espacio, pues sus términos solo tenían validez en la Tierra.

Oz, por ejemplo, encontró entretención en torturar a Duo cuando en plena guerra lo capturaron nada más llegar al espacio con su gundam, bajo la excusa de un interrogatorio. No lograron que dijera nada, pero las condiciones en que lo llevé a un hospital luego de rescatarlo habrían hecho llorar a cualquier ser humano. Y no terminaron ahí, al no poder ejecutarlo públicamente como era su plan, destruyeron su Deathscythe en vivo y en directo como venganza, causándole daño psicológico en reemplazo del físico cuando se vieron impedidos de volver a acceder a él.

Por mi parte corrí con mejor suerte. En mi vida como agente militar, solo estuve cautivo en dos ocasiones: la primera brevemente en el hospital militar de la Alianza desde donde Duo me sacó antes de que pudiese ser interrogado y la segunda vez, más extensa, en la Base Lunar donde no sufrí ningún daño gracias a la velada protección de Trowa, quien se había infiltrado en los enemigos. En esa misma ocasión, Duo fue duramente golpeado antes de aterrizar en la misma celda donde estaba Wufei y yo. Ahora que lo pienso, él siempre se llevó la peor parte en manos del enemigo.

Recuerdo ese lugar. La celda donde estábamos recluidos entonces eran paredes de metal interminables y la luz que se filtraba por los bordes de la puerta apenas nos permitía distinguir las siluetas de los otros dos pilotos. Recuerdo la tranquilidad suprema de Wufei, la respiración pesada de Duo que trasmitía dolor en cada exhalación, mi propia preocupación por su estado y por el futuro de nuestra causa. Recuerdo el hambre punzante, la falta de higiene y agua, la imposibilidad de hacer nuestras necesidades con dignidad, siempre bajo vigilancia y arrastrando pesados grilletes para evitar nuestro escape.

Estar prisionero es probablemente una de las situaciones más difíciles que puede vivir un soldado en plena guerra. No solo porque significa que fallaste en tu misión, sino porque tu más íntima libertad es eliminada. En cambio, en el presente, gracias a los tiempos de paz, estoy encerrado en bastante mejores condiciones y sin arrepentimientos de fallar en mis planes. Francamente, no se me ocurre ninguna otra razón en que estar privado de libertad pase a ser una bendición como en mi situación actual: aquí Duo no puede alcanzarme. Sonrío en la semioscuridad de mi celda. He perdido, pero he ganado de todas formas.

Estoy recluido en el cuartel principal de Preventers, a la espera de mi juicio por violar las disposiciones oficiales para los expilotos gundam, lo que probablemente se traduzca en que me encierren para siempre, o en el mejor de los casos, por largos años. La celda que me contiene está hecha de ladrillos, cuenta con una diminuta ventana gracias a la cual puedo disfrutar de ráfagas de aire puro y por el frente tiene largos barrotes verticales que me hacen sentir como un animal en exhibición. Fuera de eso, recibo alimentos y no hay cadenas que me aten ni siquiera si solicito ir al baño. De hecho, la seguridad es tan mala que, si lo quisiera, podría huir con los ojos cerrados.

Aparte de las cámaras que apuntan a mi celda, siempre hay un guardia de espaldas a mí, no lo suficientemente lejos para evitar que pueda jalarle el cuello y quebrárselo en dos, cosa que no habría dudado en hacer si fuera un enemigo y todavía estuviéramos en guerra. Van rotando en turnos, pero ninguno interactúa conmigo, lo que agradezco porque no tengo interés en mantener una conversación con nadie. Sé que la vigilancia es doble, pues otro guardia custodia el exterior y regula quien ingresa y quién no. Es a él a quien escucho discutir con una mujer, alza la voz indicando que no puede permitirle el paso. Sé que es Relena, alcanzo a escuchar su tono serio al decir "He solicitado el permiso por la vía oficial, no puedes negarme entrar". No me cabe ninguna duda de que la veré en breves minutos, ella sabe cómo imponerse y conseguir lo que quiere.

Lo único que lamento es que me verá en este estado. Esa noche de frío en Belchite donde fallé en emboscar a Duo y en cambio el emboscado fui yo, en lo único que tuve éxito fue en resfriarme severamente. Sé que tengo neumonía, mis pulmones queman al respirar y consigo poco oxígeno en cada inhalación. Mis ataques de tos son violentos y la flema que expulso por mi boca como consecuencia parece filtrarse por los canales más dolorosos. Le doy la bienvenida al malestar porque me distrae de pensar en lo que no quiero, de pensar en él, incluso cuando me está haciendo sentir más débil de lo que jamás he experimentado antes.

—¡Qué crueles! —exclama Relena poniendo ambas manos en los barrotes. Por supuesto, ha notado mi estado deteriorado nada más mirarme—, ¿cómo pueden tenerle en estas condiciones?

—Es él quien se ha negado a recibir atención médica y casi no quiere comer —interviene el soldado presente, antes de que yo pueda decir nada.

—¿Es cierto eso? —Ella evalúa mi rostro y parece leer una respuesta positiva en él—. ¿Estás tratando de morir pronto?

Su pregunta me hace caer en la cuenta de que en mucho tiempo no he pensado en eliminarme, desde aquellos tiempos de batalla, quizás desde que me enamoré de Duo. Sin embargo, no puedo explicarle que solo quiero permanecer tras las rejas para resguardarme, así que solo niego con la cabeza suavemente. Su expresión pierde dureza y en cambio se dirige al guardia presente con voz suave:

—Por favor, déjenos solos.

—No está permitido.

—Soy Relena Peacecraft —afirma imprimiéndole autoridad a su tono—. Me haré responsable ante Lady Une, su jefa. Salga, por favor.

Su tono no admite réplicas y tal como predije antes, se sale con la suya. A regañadientes el guardia deja la sala, cerrando la pesada puerta tras él.

—Heero, háblame —suplica de inmediato Relena—, ¿cómo puedo ayudarte? ¿Qué debería hacer?

—No hay nada que hacer —mi voz sale más disminuida de lo esperado y muy rasposa. No la he usado en varios días, de hecho, no he pronunciado ni una palabra desde mi arresto, ni siquiera en la audiencia previa del juicio donde se me dio la oportunidad de establecer mis razones, de explicar mi comportamiento evasivo.

—Suenas horrible —observa ella—. Me enteré de que en la primera audiencia no presentaste defensa y te negaste a tener un abogado. No pude llegar antes por mis obligaciones, pero no logro entenderlo. ¿Sabes que estás arriesgando tu libertad aquí?

Asiento.

—Tu libertad de por vida, Heero —recalca.

—Sí —respondo sin mentiras de por medio, pues lo entiendo perfectamente, tengo claro lo que arriesgo, pero estoy más concentrado en lo que puedo ganar.

Su mirada sigue siendo crítica. Entonces suspira con exageración.

—Veo en tus ojos salvajes que estás decidido a no hacer nada bueno por ti mismo, pero entiendes que no puedo permitirte eso, ¿verdad? —Es una pregunta retórica, no espera respuesta de mi parte antes de seguir hablando—. Eres mi amigo, Heero, el más importante que tengo y sobre mi cadáver vas a terminar encerrado, aunque eso sea lo que desees.

—Relena —digo su nombre con intención, pero ella me hace una seña terminante para que me acerque. Con considerable esfuerzo, me levanto de la banca de cemento ubicada al final de la celda donde estaba cómodamente sentado. Mi cuerpo se siente pesado, como si fuera a dejar de responder en cualquier momento. Apenas llego hasta los barrotes, siento su mano en mi frente.

—¡Estás peor de lo pensaba! Tienes mucha fiebre —afirma sacudiendo la mano como si la hubiese quemado el contacto—. Escúchame bien, Heero, partiremos por una revisión médica, traeré a mi equipo personal para que te examine, ¿de acuerdo?

No quiero ser revisado, ella lo sabe, entiende claramente mi hosco silencio.

—¿Vas a dejarte examinar para no preocupar más a tu buena amiga? Me quieres tanto como yo a ti, ¿verdad?

—Sí.

Mi respuesta fue ante su segunda pregunta, pero ella hábilmente da por hecho que he aceptado la primera.

—Buen chico —felicita—. Lo segundo es que aceptarás el abogado que te conseguiré hoy, será el mejor.

—Relena —repito sin fuerzas. Permanecer de pie me está costando más esfuerzo del que hubiese imaginado y detiene mi intento de dejarle claro que no requiero que nadie intervenga. Estoy bien sin representación.

—El juicio será mañana. Si no quieres hablar, está bien, pero aceptarás su defensa. Esto no es negociable —dice de forma tajante pasándome un bolígrafo y una tabla portapapeles que llevaba bajo el brazo—. No sé por qué quieres terminar encerrado de por vida, pero no me sentaré a mirar algo tan injusto sin hacer nada.

Firmo sin discutir porque si sigo de pie un minuto más, temo que las piernas en efecto me dejen de responder. Ni siquiera leo el documento, pero el comienzo da cuenta que es precisamente mi autorización para una defensa jurídica. Se lo devuelvo listo, pero soy incapaz de mentirle. Tampoco quiero que se haga falsas ilusiones.

—No hará diferencia —advierto, tan consciente como ella de que si me mantengo sin hablar, ni la mejor defensa podrá salvarme. Me pregunto vagamente cómo pensará hacerle frente a ese inconveniente.

—Ya veremos —dice molesta—. Y ahora que estamos hablando con sinceridad, será mejor que te replantees seguir en silencio. La jueza no tendrá piedad si vuelves a callar. Solo di la verdad Heero, sea cual sea.

"Sinceridad", esa palabra se clava en mi mente, provoca que no escuche nada más de lo que pronuncia después. Esa espina que me ha estado molestando todo este tiempo, de cómo Duo me encontraba, aflora con fuerza. Sería fácilmente explicada si Relena le hubiera permitido acceder a su equipo, es lo único que tenía en común mi computadora antigua y la nueva que conseguí para no ser rastreado. La primera la sabía intervenida por Duo, sin embargo, la segunda debió estar cien por ciento libre de su alcance. Eso me da la fuerza suficiente para seguir en pie y hablar.

—Relena…

—¿Sí?

—¿Me traicionaste?

Luce espantada por un segundo, lo noto claramente en su expresión.

—¿De qué estás hablando? —increpa cuando se recompone—. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—¿Le diste acceso a tu computadora?

—¿Hablas de Duo? —devuelve interrogante, escuchar su nombre quema más que cuando cruza por mi mente. Ante mi asentimiento, eleva sus manos y toma mi rostro, me obliga a acercarlo entre los barrotes, su cara queda muy cerca—. Heero, mírame a los ojos. Yo jamás haría algo que no fuera lo mejor para ti. Me has protegido siempre, puedes contar con que haré lo mismo contigo.

Cierro los ojos con dolor. Soy un tonto por dudar, la lealtad de Relena es a prueba de todo, tal como la que yo le profeso. Haría lo que fuera por su seguridad y siempre he sabido que puedo contar de la misma forma con ella. Y Duo es muy capaz de habérselas ingeniado para atraparme en la red. Básicamente es un dios de la informática... Vuelvo al punto de asumir que debe haber otra explicación que se me está escapando. Mi ego se hiere al perder de forma tan evidente frente a sus habilidades e ingenio. Es imperdonable que me haya llevado a dudar de una de las dos personas que no me han fallado nunca.

La fuerza extra que me otorgó esa curiosidad vital se desvanece de golpe. Doy media vuelta y no me detengo hasta dejarme caer sentado, regresando a mi posición inicial.

—Me voy ahora, Heero, pero, por favor, coopera en el juicio —suplica dejando traslucir su desesperación—. Mi corazón no resistiría verte condenado. Di la verdad y haz lo que te indique el abogado, ¿sí?

No tiene sentido que hable en el juicio. No hay razón que pueda defender mis acciones más que precisamente la verdad. Y no estoy dispuesto a compartir mi situación sobre Duo con nadie. No por orgullo, sino porque permanecer encerrado en una cárcel se ha vuelto una perspectiva segura para mí y no tengo intención de tomar otro camino. Estoy demasiado cansado para pensar en otras alternativas. Con un poco de suerte, para cuando salga él ya habrá rehecho su vida y yo seré realmente libre.

—Te dejaré pensar en paz —continua ante mi silencio—, aunque realmente espero que recapacites. No puedo ayudarte si tú no quieres ayudarte a ti mismo. Los médicos vendrán pronto.

Me siento miserable cuando se retira. No solo por dudar de ella o preocuparla así, sino también porque ese breve esfuerzo físico ha aumentado mi dificultad para respirar. La tos brota de mi pecho con violencia y agradezco que no haya sucedido frente a ella porque no es solo flema lo que sale por mi boca, sino también sangre.

La visita del equipo médico se concreta en horas de la tarde. El médico y su asistente se presentan, pero no intentan que responda, en cambio se ponen a trabajar de inmediato. Miden cuánta fiebre tengo, me inyectan medicamentos sin siquiera preguntarme y básicamente no necesitan que les confirme ningún síntoma. Solo con la revisión el viejo médico de cabecera de Relena enlista fiebre, escalofríos, tos con flema, dificultad para respirar, dolor en el pecho cuando se respira o tose y náuseas intensas que generan inapetencia como efecto secundario.

—Estás en el límite como para justificar internación en un hospital y es lo que recomendaré—concluye mirándome directamente. Doy mi negativa sacudiendo la cabeza de lado a lado.

—Entonces los medicamentos que te inyecté son tu mejor opción para ayudarte y te dejaré unas pastillas que debes tomar media hora después de cada comida. Si no lo haces, te aseguro que serás internado contra tu voluntad porque tu saturación de oxígeno está muy baja. Quiero decir que te falta poco para desmayarte y perder la conciencia. Si es lo que quieres, sigue sin hidratarte y sin comer como hasta ahora, vas por buen camino.

Su tono es duro, pero la amabilidad en su mirada lo traiciona.

—La señorita Relena está preocupada por la salud de su valioso amigo, no la deteriores más, muchacho —dice luego—. O al menos hay formas más rápidas de terminar con tu vida.

Cierro los ojos con dolor. ¿Cómo es posible que no pueda bloquear los recuerdos de Duo ni siquiera en estas condiciones? Instantáneamente mi mente comienza a rememorar la ocasión en que salté de un piso cincuenta y no accioné el paracaídas. Duo tras llegar a mí me dijo algo similar, de hecho, recuerdo textualmente sus palabras: "Si esto no sirvió, tendrás que pensar en formas más drásticas de terminar con tu vida".

Para cuando abro los ojos, ellos ya no están y hay un guardia sosteniendo una bandeja de comida frente a mi celda. Conozco el protocolo, abrirá la reja, se acercará a dejarla y se retirará sin perder un segundo más de su valioso tiempo. Como siempre, ni siquiera lo miro cuando siento sus pasos acercarse y cómo deposita la bandeja a mi lado como es habitual. Lo que me sobresalta es escucharlo mascullar:

— Con un demonio, Heero, luces como la mierda. Pareces más muerto que vivo.

Me congelo al reconocer su voz, es él, es Duo. ¿La fiebre alta está jugándome una mala pasada? Cuando levanto la vista, solo puedo clavarla en su nuca, pues él vuelve a salir de la celda y se para de espaldas a los barrotes como es la posición habitual de los guardias, de seguro para que las cámaras que apuntan en esta dirección no detecten la intromisión.

Es inútil engañarme, conozco esa forma de caminar, su cuerpo enfundado en negro. Pensé que Duo no podría alcánzame aquí, no porque le faltara habilidad para infiltrarse, sino porque pensé que él no arriesgaría su libertad, esa que tanto ama y protege, por mí.

Estoy sinceramente sorprendido de que esté aquí. Si lo descubren haciendo esto, terminará más años encerrado que yo.

—Me niego a que termines encarcelado por una eternidad —informa con firmeza, saltándose todo saludo, todavía de espaldas a mí—. ¿Qué puedo hacer para que te defiendas?

No tengo ni que pensar la respuesta, a pesar de mi voz rota, consigo decir:

—Deja de seguirme.

Duo suelta un sonido indefinido que parece mitad dolor, mitad frustración.

—No tengo mucho tiempo —responde—, pero tienes mi palabra. Si sales libre de ese tribunal mañana, no te seguiré.

La duda de mi parte flota en el ambiente. Él incluso de espaldas, es capaz de percibirla.

—Te lo juro por el Padre Maxwell y la hermana Helen —ofrece a modo de garantía—. No buscaré tu paradero ni me aproximaré a ti de ninguna forma. A menos que coincidamos en un lugar por accidente, no volverás a verme jamás. ¿Me das tu palabra de que te defenderás mañana?

—Sí.

—Bien —Él no pide más, su voz suena apretada, como si estuviese aguantando las ganas de llorar, lo que es ridículo porque jamás he visto a Duo Maxwell llorar, ni siquiera cuando Oz lo torturó o le partió las costillas a patadas—. Cuídate, Heero.

Escucho sus pasos alejándose y la pesada puerta de metal al cerrarse. Es lo último que oigo con claridad antes de que mi pecho colapse y la violenta tos me impida seguir respirando. Caigo de lado sobre la banca de cemento. Antes de perder la conciencia sé dos cosas con certeza. Uno que el médico de Relena era muy bueno y había evaluado con precisión mi estado. Dos, que Duo hablaba con la verdad, no tenía ninguna duda de ello. Me dejo llevar por la oscuridad sabiendo que por fin soy libre.

Tras toda la noche en el ala médica del edificio de Preventers, donde fui estabilizado, Wufei aparece para llevarme hacia lo que será mi juicio definitivo. Antes han pasado otros oficiales desconocidos a interrogarme sobre quién se infiltró en mi celda la noche anterior. Al parecer encontraron a los dos guardias inconscientes, en buenas condiciones, pero aunque despertaron pronto, no supieron identificar a su agresor. Todo lo que tenían era que se trataba de un tipo silencioso que los emboscó antes de que pudieran saberse bajo ataque. Por supuesto, no dije ni una sola palabra sobre su identidad, entre menos me relacionen con él, mejor para mí.

—Podrías pedir un aplazamiento —sugiere Wufei tras una mirada crítica—. Estaría más que justificado en tu estado.

Niego con la cabeza.

—Siempre creí que eras un hombre inteligente, Yuy, pero si continúas sin hablar no haces más que convencerme de lo contrario —afirma, haciéndome un gesto para que me siente en la camilla y baje los pies, luego baja la voz—. Por otro lado, Maxwell infiltrándose en tu celda anoche ya me dejó claro que no tiene ni una sola neurona en funcionamiento.

Él lo sabe, determino. Los tipos que me interrogaron antes sospechaban de la posibilidad que hubiese sido Duo, pero Wufei tiene la certeza, eso me parece llamativo. Me siento mejor que el día anterior y podría hablar, preguntarle sobre aquello o explicar mis acciones, pero he decidido ahorrar mis limitadas energías para hablar en el juicio. Explicárselo sería un gasto inútil, así que cierro los ojos cuando me obliga a salir en una silla de ruedas "por protocolo" y así soy llevado hasta el tribunal, aunque Wufei también desliza que aparecer así puede ablandar al jurado. Básicamente no me da opción de llegar de otro modo.

En el público, ya instalado en bancas de madera, hay muchas caras conocidas, está Quatre, Lady Une, Noin, Sally Po y para mi gran alivio, Trowa. Aunque llevo tiempo sin comunicarme con él —de hecho, el mismo tiempo que llevo huyendo de Duo—, sigue siendo el único amigo que tengo y se siente bien que esté presente apoyándome. Por supuesto, también está Relena, la que me da un abrazo suave mientras me susurra al oído que no vale la pena perder mi libertad y que el abogado tiene instrucciones claras de lograr que salga de allí a toda costa, que puedo confiar en que así será si coopero.

Me pongo de pie cuando ella regresa a su lugar junto a Noin y Sally. Toda la sala se queda en silencio. Mi vista se clava en la mesa central montada sobre una tarima que se eleva unos centímetros por encima del resto de la sala, la tengo al frente en línea recta, allí se sentará la jueza y a su izquierda, un nivel más bajo, ya está dispuesto el secretario judicial, quien tomará nota de todo lo que sucede en el juicio, cada palabra será respaldada por él. A la derecha hay un escritorio de espaldas a mí donde ya está ubicado el fiscal junto al abogado, ambos intentarán acusarme y condenarme. A la izquierda de la mesa central se sitúa el abogado defensor contratado por Relena, que resultó no ser solo un hombre, sino un equipo de tres. Tomo asiento junto a ellos y no tarda en ingresar el juez. Todos se ponen de pie y yo que acabo de sentarme no encuentro la energía suficiente para elevarme otra vez. Nadie parece ponerle atención a mi falta cuando vuelven todos a tomar asiento. Quizás porque están al tanto de mi condición debilitada, después de todo arribé al tribunal en una silla de ruedas.

El juez comienza la lectura de cargos: Violación de las disposiciones oficiales que rigen a los expilotos Gundam, darse a la fuga, resistencia al arresto, amenaza a la seguridad pública mundial. Eso último me hace mirar con sorpresa al abogado principal que me representa, quien se acerca a susurrarme al oído que es por mi experiencia militar, pero es el cargo más débil que tienen y conseguirá que sea desechado pronto.

—¿Cómo se declara el acusado?

—Inocente —respondo acercándome al micrófono dispuesto frente a mí, tras un rápido consejo de uno de mis abogados. De inmediato hay una reacción de gritos ahogados, de júbilo apenas contenido y asombro general.

—Veo que a diferencia de su audiencia previa, ha decidido hablar —comenta la jueza crítica—. Me alegra por usted, pero debo preguntar, tengo información aquí —dice revolviendo unos papeles— de que estuvo internado la noche anterior por un grave cuadro de neumonía y que ha rechazado el aplazamiento del juicio debido a su estado de salud. ¿Seguro que ha decidido aquello libremente?

—Sí, señoría.

—Su representado no luce bien —se dirige a mi abogado—, ¿está la defensa oficialmente a favor de continuar?

No sé qué responde mi abogado principal, solo lo escucho hablar y a la jueza hacer más preguntas dirigidas a quién sabe quién. Mi cabeza comienza a dar vueltas y utilizó todo mi autocontrol físico para mantenerme derecho. Será un largo juicio y tengo que resistir. Es el último esfuerzo que debo hacer para disfrutar lo ganado: mi libertad, pero en base a que la sesión no se levanta y comienzan a desfilar distintas personas por el estrado, puedo suponer claramente cuál fue la respuesta de mi defensa.

—¿En qué se basa usted para afirmar que mi representado es una amenaza para la seguridad pública mundial? —escucho a mi abogado principal, que está de pie a mi lado, dirigiéndose a un sujeto con uniforme de preventers que se encuentra sentado en la tarima.

—El señor Yuy tiene una fuerte preparación militar que le permitiría eliminar países enteros o colonias si quisiera en un santiamén, incluso prescindiendo de los extintos mobile suits. Que no esté supeditado al control de Preventers vuelve peligroso cualquier movimiento que haga, por lo mismo existen las disposiciones oficiales para los expilotos gundam —argumenta con vehemencia—. Tal como se ha expuesto aquí, el señor Yuy evitó reportar su paradero de forma premeditada. Se puede observar claramente que pasó de reportar su ubicación exacta, a otras cada vez más imprecisas hasta que dejó de notificar por completo a Preventers, lo que fue un claro acto de desobediencia, de romper relaciones con la institución que tiene el deber de controlarlo. Que esté precisamente actuando por su cuenta es un tema de seguridad mundial que amenaza la paz de la tierra y las colonias.

—Le recuerdo que mi representado luchó para instaurar la paz que tanto le preocupa a usted mantener —continúa mi abogado—. Además, recordemos que las disposiciones oficiales existen desde hace años, ¿cuánto tiempo mi representado cumplió con reportar su paradero a ustedes de forma correcta?

El hombre en el estrado lo mira con impotencia y no responde. Sabe que he cumplido con ello de forma puntual por la mayor parte de ese tiempo.

—Se lo pondré más fácil, ¿desde hace cuánto mi representado está incumpliendo comunicar su paradero?

—Cuatro meses.

—¿Y por solo cuatro meses se le está juzgando, sin atender a sus razones? Simplemente prejuzgando que desea hacer volar la tierra y las colonias solo porque no publicó su paradero un corto tiempo. Me parece un poco exagerado.

—Objeción —grita el abogado acusador.

—Objeción aceptada —dicta el juez—. Si no tiene más preguntas…

—Sí tengo —replica mi abogado—, Preventers insiste en hacer sonar a mi representado como un riesgo para la sociedad, pero no ha dicho nada hasta ahora de lo que sus propios registros dictan sobre la presencia de otro expiloto gundam que podría ser la explicación para la conducta de mi representado.

—Duo Maxwell no es quien será juzgado hoy —rebate el abogado de la fiscalía.

—Así es, ¿pero podría usted comentarme sobre los acercamientos que él ha tenido hacia mi representado? Me parecen vitales para que esta situación pueda ser juzgada con la debida claridad. Por favor, revisemos desde el principio porqué el contacto de ambos estaba en observación desde mucho antes que mi representado dejara de reportar su paradero.

A regañadientes, el preventivo en el estado comienza a exponer que la vigilancia de Preventers había alertado en muchas ocasiones que Duo Maxwell se acercaba a mí varias veces al año, pero que rara vez se me acercaba directamente, algo que yo ya había descubierto el día en que Duo me dejó leer su expediente.

—¿Y qué creían ustedes sobre esa situación? Lea la última línea, por favor.

—Que el 02 era un peligro potencial para la seguridad del 01.

—Exacto —dice victorioso mi abogado—. Traduzco para los presentes, Preventers creía que Duo Maxwell era un peligro para la seguridad de mi representado. ¿Por qué lo creían así?

—Porque el 02 parecía tenerlo en constate vigilancia. Se pensó que estaba planeando atacarlo, quizás por alguna vieja rencilla de guerra. Nunca encontramos pruebas, así que no es importante —se apura en explicar—, no tiene nada que ver con lo que discutimos hoy.

—No estoy de acuerdo, es muy relevante hablar de esto. Para ejemplificarlo, ¿podría explicar dónde estaba el 02 desde el punto en que mi representado dejó de exponer su paradero?

Cierro los ojos con fuerza cuando el Preventivo comienza a detallar la información que tenían, la que daba cuenta claramente que Duo iba tras de mí. La línea de defensa que estaba estableciendo mi abogado era clara, querían hacer ver que yo estaba en peligro y por eso dejé de informar mi paradero. Maldición, no puedo creer que la única forma de salir de esto sea metiéndolo en problemas. Es más, me niego a hablar de él de ninguna manera cuando se me llama al estrado.

—Señor Yuy, responda la pregunta del abogado de la fiscalía, ¿era o no el 02 un peligro para usted?

Mantengo mi terco silencio y mi abogado se apura en explicar mi conducta:

—Su señoría, no sabemos la influencia peligrosa que pueda tener ese sujeto en mi representado, quizás hablar sobre ello lo ponga en más peligro y por ello esté coaccionado a no responder.

—Es ridículo —rechaza el abogado acusador—, Heero Yuy es un hombre con una capacidad impensable en ataque y ofensiva, ¿y aquí quieren hacerlo ver como una víctima indefensa?

—Señoría —insiste mi abogado—, ¿quién mejor que un sujeto con las mismas habilidades "en ataque y ofensiva" para poner en riesgo a mi representado?

—Hay evidencia suficiente de que la participación de Duo Maxwell es vital para entender lo acontecido —acepta la jueza—, pero ya que se encuentra también prófugo, no podemos citarlo a declarar.

—Con todo respeto su señoría, no estoy prófugo —se alza una voz conocida desde el fondo de la sala—, pueden llamarme a declarar cuando así lo quieran.

Mi vista lo detecta de inmediato junto a Quatre, con la visera de un jockey negro cubriendo su rostro hasta que lo alza y deja ver su cara a todos los presentes. Siento lo mismo que aquella vez que lo descubrí desde la ventana de mi apartamento en Santiago, sentado en el portal del frente. Una emoción punzante en mi estómago y todo mi cuerpo parece electrizarse con su presencia, incluso en las malas condiciones en que me encuentro.

—¡Orden en la sala! —exclama el juez. Luego de la intervención de Duo se arma un barullo entre agentes de Preventers que gritan que sea detenido de inmediato por la intrusión del día anterior, a quien culpan de atacar a los dos guardias que encontraron inconscientes—. Cualquiera que impida el normal desarrollo de este juicio será expulsado. Fiscalía, prosiga.

—La fiscalía descansa.

—Bien —acepta la jueza—. Defensa, todo suyo.

Mi abogado se para frente a mí. Su tono de voz es seguro, pero su mirada es suplicante mientras dice:

—Solo tengo una pregunta, ¿es cierto que usted estaba siendo perseguido desde que dejó de reportar su paradero?

—Así es —escucho decir a Duo, que eleva la voz por sobre todos.

—Sr. Maxwell, agradecemos su cooperación, pero si vuelve a abrir la boca sin que yo se lo solicite, será expulsado de esta sala.

—Perdón su señoría.

—Repetiré la pregunta —retoma mi abogado, su mirada ruega a gritos que responda—, ¿es cierto que usted estaba siendo perseguido por Duo Maxwell desde que dejó de reportar su paradero?

En mi fuero interno, agradezco la intervención de Duo, porque me hace más fácil responder. Un rápido análisis de los hechos me permite saber que el trenzado no había hecho nada condenable por la ley y si yo no confirmaba que me había dañado de alguna forma, quedaría solo con la etiqueta de ser "un peligro para mi seguridad". El hecho de que hubiese estado siguiéndome solo era circunstancial, no haría gran diferencia si respondía con la verdad:

—Sí.

—La defensa descansa —informa mi abogado, evidentemente aliviado con mi respuesta.

La jueza me indica que puedo retirarme. Aliviado de que no me interrogaran más sobre Duo, vuelvo con lentitud a mi asiento. Mantenerme derecho está siendo todo un reto, pero nadie me mira ya, toda la atención está en el idiota trenzado que trata de protegerme interviniendo en un juicio a costa de su propia seguridad.

Mi abogado también regresa a su puesto a mi lado tras celebrar discretamente con los otros dos de su equipo, debaten brevemente cómo proseguir, pero su ánimo festivo me hace saber que el fin está cerca. Su jugada inmediata deja claro que piensan aprovechar la marea a su favor.

—La defensa llama a declarar a Duo Maxwell, si usted, jueza, lo permite.

—Objeción —reclama la fiscalía—, el sr. Maxwell no se encuentra en la lista de testigos aprobados para este juicio.

—Creo que es obvio que no podremos llegar a la conclusión de este caso sin el testimonio del señor Maxwell, quien amablemente ha hecho el favor de ofrecerse a declarar —interviene la jueza, no sin cierto sarcasmo al final—. Las razones del señor Yuy para escapar del control de Preventers sin duda todavía no están claras y no hay suficiente evidencia para juzgar si se trata o no de un asunto de seguridad mundial como plantea la fiscalía, o un asunto de seguridad personal como lo plantea la defensa. Por lo mismo, permitiré que Duo Mawell sea llamado al estrado.

Duo no tarda en sentarse en la tarima. Luego de obligarlo a presentarse y jurar decir la verdad, como habían hecho con todos los que estuvimos allí siendo interrogados, mi abogado defensor comienza su ronda de preguntas.

—Preventers tiene evidencia de que lleva muchos años siguiendo a mi representado, ¿niega usted esa información?

—No, no lo niego.

—¿Se considera un peligro para mi representado?

—Sí —admite Duo sin dudar—, lo soy.

Cierro los ojos con fuerza. ¿Cómo puede ser tan imbécil? Antes era como un fanático religioso protegiendo su libertad de vagar por todo el mundo, lejos de mí incluso, ¿y ahora pretende entregar su libertad en bandeja? No logro comprenderlo.

—¿Cómo explica que mi representado, quien tiene una irreprochable conducta anterior respetando las disposiciones oficiales para los expilotos gundam, comenzara a dejar de reportar su paradero?

—Lo forcé a ello, yo iba tras él —reconoce apuntándome con el pulgar—, Heero ocultaba su paradero de mí, no de Preventers.

—No más preguntas, su señoría. La defensa descansa.

El abogado de la fiscalía se planta ante Duo fulminándolo con la mirada. Lo culpa de arruinar su caso y no parece tener la intención de ocultarlo.

—Primero agradecer su presencia aquí, sr. Maxwell, debió ser difícil dejar su estado de prófugo por comparecer aquí.

—Nunca he estado prófugo —replica Duo con tranquilidad—, mi paradero siempre ha sido de conocimiento de Preventers, ¿no es así?

—Claro, siempre, de forma aproximada, usted nunca da su paradero de forma precisa —acusa veladamente—. Si fuera por mí, usted también enfrentaría un juicio por su conducta.

—Objeción, está acosando al testigo —interviene mi abogado.

—Objeción aceptada —responde la jueza al instante—, abogado de la fiscalía, reformule o vuelva a su asiento si no tiene nada más que decir.

—Reformulo —acepta—, ¿por qué es usted tan evasivo? ¿Por qué no da la posición precisa de su ubicación si no tiene nada que esconder?

—Porque no existen instrumentos para dar mi posición de forma más precisa en los lugares a los que viajo: montañas de gran altitud, millas al interior del mar, lugares perdidos en la nada —ejemplifica Duo—. Cuando dichos instrumentos se inventen para que los porten civiles como yo, con gusto les enviaré mi ubicación exacta. Porque no creo que quieran dejarme llevar tecnología de precisión militar, ¿verdad?

—No —replica hoscamente el abogado.

—Eso pensé. —Por primera vez desde que se sentó en el estrado, Duo sonríe como quien sabe que tiene el punto ganado—. ¿Seguro estas son las preguntas que desea hacerme?

—No —repite el abogado de la misma forma—, por mí estaría usted respondiendo por el cobarde ataque que recibieron los guardias de seguridad de Heero Yuy hace poco.

—Estaré contento de responder por cualquier acusación en la que se presenten pruebas —afirma Duo, sin dejarse amedrentar— . ¿Tiene alguna de que yo fui culpable de esa intrusión?

—Las cámaras fueron deshabilitadas y los guardias atacados no pudieron ver al agresor, pero el hecho de que el asaltante pudiera infiltrarse en un edificio con la seguridad que tiene este, parece obra de alguien tan entrenado como podría ser un expiloto gundam como usted.

—Por supuesto que yo podría hacerlo si quisiera —retruca Duo con la naturalidad de quien habla del clima—, todos saben de lo que somos capaces los expilotos, por eso nos controlan como si fuéramos prisioneros y nosotros con gusto les entregamos el control de nuestra libertad para que nada los altere de disfrutar la paz que conseguimos para ustedes.

Duo lleva la habilidad de no mentir a otro nivel, no niega en ningún punto haber sido el culpable, pero desvía la atención a las pruebas que sabía que no había dejado. Ojalá se hubiese esforzado así en no mentir cuando escapó por la ventana aquella última vez en Santiago, justo después de prometerme que podía confiar en él. Incluso aunque me invade una corriente de resentimiento ante esa traición, sigo hipnotizado por él, por su desplante magistral en el estrado al punto que dejo de ser totalmente consciente de lo mal que me siento.

—Abogado —interviene la jueza—, recuerde el objetivo de este juicio. Le he contado al menos tres comentarios inapropiados que podrían haber sido objetados como acoso al testigo.

—Sí, lo lamento, solo hacía algo de vida social con él —la sonrisa falsa del abogado acusador delata que miente—. Señor Maxwell, le haré una pregunta que espero se tome su tiempo en responder, porque de ella depende su propia libertad, recuerde que cualquier delito que usted reconozca aquí puede ser usado para juzgarlo. ¿Por qué dice ser un peligro para Heero Yuy?

Duo me mira directamente por primera vez. Parece realmente pensar en cómo responder y yo lo único que puedo desear es que no diga la verdad, no quiero que nadie sepa el tipo de relación tóxica que nos unía.

—He dañado a Heero Yuy sistemáticamente —dice por fin, después de lo que parece una eternidad en que su mirada está conectada a la mía—. Si ustedes no intervienen, lo volveré a hacer con graves consecuencias.

—¿Insinúa que le hará un daño mayor? —consulta el abogado con sorpresa.

—No lo insinúo, lo afirmo.

Nuevamente hay conmoción en la sala. El abogado de la fiscalía parece encantado. Ya no está enfocado en encerrarme a mí, sino en obtener consecuencias para Duo. No puede tenerlo por el ataque a los guardias, pero sí por lo que declare aquí.

—La defensa solicita una orden de alejamiento para mi representado —interviene mi abogado—, es necesario prevenir que Duo Maxwell se le acerque otra vez al sr. Yuy.

—Orden concedida —responde la jueza al instante—, pero sr. Maxwell, no termino de entender su objetivo aquí. Parece no tener problemas en reconocer que es un peligro para el sr. Yuy, pero más bien parece estarlo protegiendo.

Mi abogado se tensa a mi lado, listo para intervenir de ser necesario.

—Solo vine a cooperar con la verdad. —Duo le da una sonrisa transparente—. Soy un buen ciudadano, siempre estaré dispuesto a responder si he obrado mal.

Desde ese punto, el juicio se resuelve muy rápido. Duo acepta que quedara una advertencia de sus intenciones en su historial, la que serviría para condenarlo duramente si concreta el hacerme daño. También acepta ser investigado por el ataque a lo guardias, pero la fiscalía desecha a regañadientes presentar cargos sobre ello porque ya saben que no podrán otorgar pruebas. Por último, firma la orden de alejamiento que le impedirá acercarse a menos de 500 metros de mí con una expresión ilegible.

Relena corre a abrazarme cuando el jurado me declara inocente de todos los cargos y lo único que se me impone es retomar la obligación de informar mi paradero con precisión.

—Gracias —le digo sinceramente.

—No hay de qué —responde—, por una vez me tocaba ser quien te salvara a ti. Tienes mal aspecto, déjame cuidarte. ¿Vendrás conmigo al reino de Sanc, verdad? Te haría bien una temporada a mi lado.

Niego con la cabeza. Capté una señal desde el fondo de parte de Trowa y le digo que tengo donde ir. Apago su obvia decepción con un beso en su frente y prometo que me mantendré en contacto. Con mucho esfuerzo camino fuera del tribunal, olvidando la silla de ruedas. De paso me despido con una inclinación de cabeza de Quatre y Wufei. Noin, Sally y Lady Une parecen contenerse de venir hacia mí. Mi urgencia por salir de ahí es obvia para cualquiera. Se quién está allí a mis espaldas y solo su presencia llena todo el tribunal, asfixiándome más que esta maldita neumonía que ahoga mis pulmones.

Tal como espero, Trowa está en la puerta, ya montado en una moto, me tiende un casco extra.

—Necesitas salir de aquí, ¿no?

—Sí —digo dejando traslucir mi desesperación.

—Hay un lugar que ya te sirvió para recuperarte una vez —propone. Asiento, me pongo el casco y con dificultad me siento tras él.

Cualquier lugar lejos del trenzado me vendrá bien, pero resulta que la caravana del circo, aunque en la actualidad también realiza presentaciones en la tierra, se encuentra en una colonia del punto L3. Mayor distancia imposible para desintoxicarme de Duo que largarme al espacio.

El fin de nuestra historia por fin está aquí.

Continuará…


Gracias al coronavirus y su atentado contra mi sistema respiratorio por la inspiración para escribir la situación de Heero. No duden en dejarme sus impresiones y desde ya les agradezco por pasarse por aquí.