Disclaimer: Los personajes que aparecen en esta historia, así como el universo donde se desarrolla la trama no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Hajime Isayama.

Colapso

Epílogo

La luz matinal se filtraba suavemente a través de las raídas cortinas. Cada rincón de la habitación despertaba con la promesa de un nuevo día. Mientras los primeros rayos del alba pintaban las paredes con suaves tonos dorados, poco a poco, Mikasa abandonó las profundidades del sueño para regresar a la realidad.

Aquello era como un ritual. Lo primero que notó fue el peso sobre su cintura, seguido de la calidez de un cuerpo y el aroma que emanaba de éste, tan familiar, tan amado.

—No te atrevas, Mikasa Ackerman—masculló Jean contra su cabello: la voz ronca, gutural.

Ella contuvo las ganas de esbozar una sonrisa.

—Jean…, tenemos que salir de la cama. Es tardísimo—replicó Mikasa, que lo abrazó y lo besó en un hombro.

Él apoyó la cabeza en la almohada y le susurró al oído.

—No intentes escapar—le advirtió.

Mientras Mikasa consideraba revisar la opinión que le merecía su conversación matutina, é le separó más las piernas y se pegó a ella, provocándole un cosquilleo placentero en lo más profundo de su ser.

—Solo una vez más—dijo él.

—Ni se te ocurra—se negó ella—. No tenemos tiempo.

—Un cuarto de hora. Seré rápido.

Tras recordar su habitual parsimonia, lo miró con escepticismo.

—Al menos quedate en la cama un minuto más—ofreció.

—No puedo dormir más—dijo mientras se retorcía bajo él, se le aceleró el pulso y se acaloró. Aun le parecía impresionante que, después de todos esos años, fuese imposible resistirse al encanto de un Jean excitado y tan viril que daba la casualidad de que estaba desnudo en su cama—. ¿De verdad solo vas a tardar un cuarto de hora?—le preguntó con un hilo de voz, y vio su pronta sonrisa.

—¿Llevas un cronometro contigo?—preguntó Jean, depositando un beso cerca de la comisura de sus labios.

—Ni hablar, Jean Kirstein. No voy a caer en tus artimañas—espetó.

Abatido, el aludido se apartó de ella, dejando caer todo el peso de su cuerpo en el espacio vacío de la cama.

—¿Qué sucedió con mi esposa? ¿Acaso algún ente apareció en la noche y la cambio por el capitán Levi?—dijo en tono dramático, mientras cubría sus ojos con el antebrazo.

Mikasa le propinó un suave golpe en el hombro y él suspiró.

De repente, se encontró a sí misma momentáneamente cautivada por el destello de la luz del sol en su mano izquierda. El anillo, un delicado símbolo de su relación, susurraba promesas en la mañana. Con Jean tumbado a su lado, y el calor de su presencia, decidió quedarse un rato más en el santuario de su espacio compartido.

Aquella era una de las mañanas que tanto disfrutaba. Jean, ella, los dos reposando en el lecho. Absortos en su propio mundo.

—Solo quedate en la cama. Te prometo que no intentare seducirte—insistió.

—Debemos hacer los preparativos del día—suspiró.

Lejos de darse por vencido, Jean decidió utilizar otras tácticas de convencimiento y, antes de que ella fuese capaz de escabullirse, hundió el rostro en su cuello y, cuando se aseguró que Mikasa tenía la guardia baja, comenzó a besar la columna blanca y pálida para seguir con las clavículas y, después, subir hasta sus labios.

—Después—susurró.

Ella, dividida entre el encanto de sus extremidades entrelazadas y las responsabilidades que le esperaban al otro lado de la puerta, pasó suavemente los dedos por el cabello alborotada de Jean.

Una sonrisa se dibujó en sus labios y su aliento le provocó escalofríos. Pero el deber llamaba, y Mikasa, con un suspiró renuente , se liberó del amoroso abrazo de su esposo.

Lo escuchó soltar un gruñido de frustración y ella no pudo evitar dejar escapar una pequeña risita.

Si bien, la imagen de Jean con la mitad del cuerpo a medio cubrir, dejando al descubierto su torso era demasiado excitante, no podía hacer caso omiso a las responsabilidades que aguardaban por ella ese día.

Rápidamente, alcanzó la bata y la colocó sobre sus hombros.

—Puedes dormir todo lo que quieras, Jean. Preparare el desayuno—anunció con voz cantarina antes de abandonar la habitación.

De pie en el suelo de madera de la cocina, tiritaba mientras esperaba a que la tetera rompiera a hervir sobre los antiguos fogones, pensó en todos los motivos que la hacían sentirse dichosa.

A sus veintisiete años, vivía cómodamente en la pequeña cabaña que ella y Jean, su esposo, habían construido con mucho esfuerzo. Ambos habían decidido contraer matrimonio poco después de su fortuita separación y dramático regreso. Era, por mucho, una decisión bien pensada y para nada impulsiva.

Cuatro años después, Jean desempeñaba un cargo menor en el Ministerio de Asuntos Exteriores, debido a su reticencia de viajar continuamente, puesto que quería pasar más tiempo a lado de su esposa. Por supuesto, aquella excusa no fue bien vista entre los altos mandos: no le habría importado cambiar de trabajo, pero teniendo en cuenta el caos económico imperante en la Isla, podía considerarse afortunado por el mero hecho de tener empleo.

En cuanto a ella, trabajaba como auxiliar en una pequeña clínica de Shinganshina. Si bien, su labor no era bien renumerada, la satisfacción que le causaba ayudar a las personas no se comparaba con nada.

El aroma fresco del pan recién cortado impregnaba la cocina cuando Mikasa finalizó su tarea matutina. La suave luz de la mañana se filtraba por la ventana, pintando la estancia con tonos cálidos y acogedores. Sin previo aviso, una presencia conocida se hizo presente a sus espaldas. Jean, con su típica expresión picara, depositó un ligero beso en su hombro, provocando que ella se estremeciera levemente.

—¿Al fin te diste por vencido?—pregunto ella con una sonrisa, girándose para encontrarse con la mirada de Jean.

Él río suavemente.

—Bueno, alguien decidió despertarme, así que pensé que sería mejor levantarme antes de que la situación empeorara.

Le tendió una taza de café humeante y el periódico del día. Jean aceptó ambas cosas con una expresión de agradecimiento.

—¿Quién diría que te harías adicto a mi café?—comentó Mikasa con una risa ligera mientras observaba cómo Jean daba un sorbo apreciativo.

—Tal vez no sea solo el café lo que me tiene aquí—respondió con una mirada juguetón, dejando entrever un matiz de complicidad en sus ojos.

Mikasa dio unos sobros de té caliente.

—¿A qué hora planeas ir al puerto hoy?—preguntó ella, mientras Jean tomaba asiento en la mesa.

—Al medio día—respondió.

Mikasa asintió y le sir virio más café, antes de tomar asiento frente a él.

—¿Por qué? ¿Necesitas que me quede más rato para echarte una mano?—inquirió con sinceridad.

Ella le devolvió una sonrisa suave y negó con la cabeza.

—No, todo está listo. Armin y Annie llegaran antes con Nicolás y Natalia. Por cierto, termine de tejer las bufandas para ellos—añadió con orgullo, recordando el esfuerzo y cariño dedicado a cada punto.

Jean dio otro sorbo; su mirada reflejaba un cariño genuino por la familia que su amigo estaba formando a su alrededor.

—Adoras a esos niños—señaló.

Mikasa, mordió su hogaza de pan y asintió con expresión cálida.

—Sí, naturalmente. Armin es como un hermano para mí.

—Eso me hace pensar que tal vez ya sea momento de tener uno propio ¿no lo crees?—dijo él sin apartar la vista del periódico, tan casual como si hablara del clima o cualquier acontecimiento trivial que formara parte de sus vidas.

El contenido de la taza de té pareció traicionarla, y un sorbo mal calculado la hizo toser, llevándose la mano a la boca mientras intentaba recuperar el aliento.

Sin más demora, Jean dejó las cosas sobre la mesa y se acercó a ella, preocupado.

—¿Estas bien?—preguntó, colocando una mano con delicadeza en su espalda.

Mikasa, entre toses y suspiros, asintió con la cabeza, tratando de recuperar la compostura. Sin embargo, la mención de formar su propia familia había destapado un rincón de pensamientos que había mantenido cuidadosamente oculto.

Durante todo ese tiempo, los dos se las habían apañado para evitar un embarazo. Con el trabajo de Jean y sus obligaciones, ambos habían optado por posponer el sueño de formar una familia. Mikasa no podía evitar cuestionarse que, con la cantidad de sexo que tenían religiosamente y lo descuidados que podían llegar a ser en ocasiones, era extraño que no hubiese sucedido con anterioridad. Y ahora que reparaba en ello, no había pensado en ese asunto desde hace mucho tiempo.

—Lo siento, tu respuesta me tomó por sorpresa—murmuró—. Hace mucho que no hablamos del tema—comenzó, su voz revelando una mezcla de emociones.

Jean asintió levemente, retirando la mano de su espalda, pero manteniendo la mirada en ella.

—Tienes razón. Tal vez sea hora de hablar al respecto. He estado pensando en eso últimamente—admitió.

Mikasa enarcó una ceja, curiosa, al mismo tiempo que Jean tomaba su mano.

—¿No te gustaría tener un pequeño correteando por la casa que sea la mezcla de notros dos, En mi opinión, cinco niños estarían bien.

Mikasa soltó una risa.

—Estas siendo ambicioso.

Jean, sin soltar su mano, la miró con ternura y le propuso una visión de un futuro juntos.

—Creí que querías tener la casa repleta de pequeños.

Ella sonrió y negó con la cabeza.

—Probablemente dos.

Jean se inclinó hacia ella, y la beso suavemente, sosteniendo su rostro entre sus manos.

—Tres.

—Dos—insistió Mikasa en tono juguetón.

—Está bien—cedió él con una sonrisa—. Quizás cambies de opinión en el futuro.

Una vez más, volvió a besarla, pero a diferencia de los otros besos que habían compartido en la mañana, aquel era más apasionado, demandante. La besó no como si fuera la primera vez, sino la última, como si el mundo estuviera a punto de acabarse y cada segundo valiera una vida. Se dio un festín con ella. A tientas, Mikasa le buscó la boca con la suya mientras le enterraba los dedos en el pelo. Su textura la estimuló hasta lo indecible.

Aunque la ímpetu del sexo no duraba tanto como al principio, encontraron que la calidad superaba a la cantidad. Cada caricia, cada susurro, cada beso era exquisito. Se amaban con una profundidad que superaba los encuentros apasionados, y eso, en sí mismo, era una forma de intimidad que ambos valoraban enormemente.

—Jean…—masculló, colocando una mano en su pecho para detenerlo—. Armin y Annie llegaran pronto.

—Pueden esperar—ronroneó contra su cuello.

—Jean—volvió a llamarlo de forma censuradora.

—Está bien—concedió de mala gana. Deslizó los labios hasta la delicada curva bajo su barbilla y le acaricio la piel con la nariz—.Pero no creas que te escaparas fácilmente esta noche. En cuanto cerremos la puerta de la habitación, me asegurare de devorarte.

Mikasa intentó recordar cómo se respiraba. Cómo se podía mantener de pie sin que le flaquearan las piernas. Echó la cabeza hacia atrás y clavó la mirada en esos ojos de cálido y reluciente dorado.

La soltó con sumo tiento y retrocedió. Enmudecida, lo contempló caminar en dirección a la alcoba, ajeno a todas las emociones y sensaciones que desencadenaba en ella.


El sol del medio día pintaba con tonos dorados el tranquilo prado donde se alzaba la tumba de Eren. Mikasa se encontraba postrada a su lado, su mirada fija en la línea del horizonte donde antes se erguía imponente la muralla. El viento susurraba suavemente entre las ramas del árbol, llevando consigo los recuerdos de días que parecían una eternidad atrás.

—La última vez que hablamos me dijiste que querías que viviera una vida larga y feliz—murmuró con voz apenas audible—. Me tomó tiempo hacerlo, pero creo que lo estoy logrando—sonrió.

El calor del sol acariciaba su piel y las hojas del árbol bailaban con la suave brisa. Mikasa podía sentir la presencia de Eren en cada susurro del viento y en cada rayo de sol que iluminaba su rostro.

—Jean es increíble… Tenías razón cuando dijiste que era un buen hombre—expresó sus pensamientos al viento.—. En ocasiones lo olvida y debo recordárselo—rió discretamente—. Gracias a él todo mejoro. Gracias a su paciencia, su cariño, su amor.

Discretamente, secó una lagrima que rodaba por su mejilla. Desde hace unos días, se había percatado que estaba más sensible de lo habitual.

—Esta mañana tocó el tema de tener hijos. Tal vez sea momento de decirle que debemos ampliar la cabaña—espetó.

El suspiro que dejó escapar contenía la carga de decisiones significativas que se avecinaban.

Sus pensamientos se centraban en algo que aún no había compartido con Jean. Dos días antes de su regreso, había descubierto que estaba embarazada. La noticia llenó su corazón de alegría y ansiedad. Durante esos dos días, había considerado cuando y cómo revelarle la emocionante noticia, notando el peso de la responsabilidad y la expectativa que venían con ella.

Por esa razón, la mención de Jean sobre tener hijos esa mañana la hizo pensar que tal vez él ya lo sospechaba. ¿Acaso había leído en sus gestos o palabras algo que ella misma no había expresado?

—Quizás sea momento de hablar con él sobre esto—murmuró Mikasa, con la sensación de que sus palabras también estaban dirigidas a la pequeña vida que creía dentro de ella.

—A los demás les está yendo bien—comenzó Mikasa, su voz resonando en la tranquilidad de la colina—. Levi tiene una prospera cafetería en Marley. Connie ha conseguido un buen empleo y le compró una casa a su madre. Esta tarde nos presentara a su novia. Annie y Armin, formaron una linda familia. Nunca había visto a Armin tan feliz, y eso me conmueve.

Un rastro de risa escapó de ella, seguido de un suspiro entrecortado. Se tomó otro momento para secar las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.

—Disculpame, estos días he estado emocional—dijo, como si Eren pudiese entender el torbellino de sentimientos que la invadían.

Mikasa continuo hablando, compartiendo las luchas y los esfuerzos de Reiner y Pieck, quienes aún tenían dificultades para encontrar su lugar en el mundo, pero estaban intentándolo.

—Al final de cuentas, todo estamos cumpliendo con nuestra parte. Estamos honrando nuestra promesa—concluyó Mikasa, con la esperanza de que, de alguna manera, esas palabras llegaran a Eren.

El silencio abrazó sus pensamientos. La tierra que yacía en mutismo ante ella, testigo de tantas tragedias, nunca podría curar las heridas profundas que se habían infligido. Se había derramado demasiada sangre, y el corazón llevaba las cicatrices imborrables de un pasado tumultuoso.

—Lo que perdimos jamás podremos recuperarlo—susurró—. La tierra jamás curara. Se derramó mucha sangre.

En medio de aquella tristeza, Mikasa también llevaba consigo la verdad de que, a pesar de las perdidas, el viaje había tenido sus propias recompensas.

—La única opción que nos queda es hacer las paces con el pasado y tratar de aprender de él—continuo, su voz cargada de aceptación.—Si tuviera la oportunidad de verlos a todos ahora, me daría cuenta de cada paso de nuestro viaje valió la pena.

Sus reflexiones llevaban consigo una sensación de madurez y entendimiento. Mikasa sabía que no podía cambiar el pasado, pero también reconocía la importancia de encontrar la paz dentro de si isma y en aquellos que aun caminaban junto a ella.

Al cabo de un rato, colocó una mano sobre la fría lapida.

—Debo marcharme. Los demás arribaran pronto, así que nos vemos después—susurró, como si el viento se llevara sus palabras hacia donde descansaba Eren.

Con un último vistazo a la tumba, consiguió ponerse de pie. Se secó las lágrimas con determinación y descendió la colina.

Desde lo más alto, vislumbró a todos preparándose para el almuerzo. El sol del medio día pintaba con tonos cálidos el escenario, como si la naturaleza misma estuviera bendiciendo el encuentro. Las risas y voces llenaban el aire, creando una sinfonía de vida que resonaba en su corazón.

Mikasa se sintió reconfortada al ver a sus seres queridos reunidos, cada uno llevando consigo las historias y lecciones de su propia travesía. Con un suspiro de alivio, dejó atrás el sendero, lista para unirse al presente y compartir ese momento especial con aquellos que, de alguna manera, habían encontrado la fuerza de seguir adelante.

Una vez alcanzó su destino, su primera parada fue un abrazo afectuoso a Armin, quien llevaba al pequeño Nicolás en brazos. Mikasa estrujó suavemente las mejillas del niño, recibiendo risitas y gestos juguetones a cambio.

—¿Quieres ir con la tía Mikasa?—preguntó Armin.

—Mi-mi—intentó vociferar el pequeño—.Kasa— finalizó, resultando ser todo un desafío, provocando las risas entre todos.

—Es precioso—comentó ella, admirando al pequeño con cariño—. ¿Estas considerando tener otro?—preguntó con una chispa juguetona en sus ojos.

Armin, con un tinte de rubor en las mejillas, respondió tímidamente:

—Tal vez, quien sabe.

Annie, con su típica franqueza, intervino desdeñosa:

—Ni en sueños, Armin Arlert.

Sostenía a su propia hija en brazos, su réplica iba acompañada de una sonrisa burlona, y Mikasa no pudo reír ante la respuesta sarcástica.

Después de disfrutar de un cálido momento con Armin, Annie y los niños, se acercó a saludar a Connie, quien iba a acompañado de una encantadora joven. Connie, con una amplia sonrisa, procedió a las presentaciones.

—Mikasa, ella es Ethel. Ethel, ella es Mikasa—dijo el chico, con un brillo de orgullo en la mirada.

Mikasa extendió la mano amistosamente hacia Ethel, notando la agradable energía que la joven irradiaba. Ethel, con una sonrisa amable, asintió con entusiasmo.

—Connie ha hablado mucho de ti y de Jean—dijo Ethel.—Es un placer finalmente conocerte.

—También hemos escuchado historias increíbles sobre ti. Deberían pasar un fin de semana a visitarnos. Sería agradable—respondió Mikasa.

—Eso suena genial. Sería un placer—añadió Ethel, entusiasmada.

—Definitivamente, deberíamos planearlo—dijo Connie, asintiendo con energía.

Mientras compartían risas y planes, notó la llegada de Reiner y Pieck. Se disculpó con ellos y se aproximó a recibir a los recién llegados.

—Lamento la tardanza, tuvimos un viaje complicado—dijo Pieck tan pronto como vio a Mikasa.

—¿Todo está bien?

—Si, por supuesto, de maravilla. Nada que un neumático ponchado pueda arruinar–sonrió Pieck—. Por cierto, luces radiante—dijo luego de examinarla de pies a cabeza.

—Tu también te ves encantadora—respondió Mikasa, agradecida por el cumplido.

Reiner, cargando algunas cajas de vino, se unió a la conversación.

—¿Dónde puedo dejar esto?

—Adentro está bien. Siéntanse como en casa—señaló en interior de la cabaña.

Con esa bienvenida, Reiner y Pieck se integraron al grupo, sumándose a la atmosfera alegre del almuerzo.

Mientras todos contribuían llevando platos y alimentos a la larga mesa, una tradición que habían iniciado en memoria de sus amigos caídos, la anticipación llenaba el aire. Nicolo, victorioso, salió al encuentro de los demás y anuncio con entusiasmo:

—Espero que tengan mucha hambre, porque he preparado un banquete completo.

Las risas y las expresiones de alegría resonaron, todos parecían ansiosos por disfrutar de la comida que Nicolo había preparado con tanto esmero. En medio de la algarabía, Armin se acercó a Mikasa con una pregunta danzando en su rostro.

—¿Dónde esta Jean?

Mikasa, echó un vistazo a su reloj de pulsera, comprobando que, en efecto, su esposo arribaría mucho tiempo después de la hora acordada.

—No debería tardar en llegar. Fue al puerto por Levi y los demás—murmuró.

Sin embargo, la expectación se vio interrumpida abruptamente cuando, el objeto de su conversación, anunció:

—Miren quien esta aquí.

La atención de todos se volcó hacia la entrada, y la sorpresa iluminó los rostros de los ahí presentes cuando Falco apareció en la escena, empujando lasilla de Levi. A su lado, Gabi los seguía de cerca.

Las risas y abrazos se desataron, pronto todos se reunieron para recibirlos a todos.

Al acercarse a Levi, Mikasa expresó con sinceridad.

—Me alegra tenerlo de vuelta aquí.

Levi, con su característico estoicismo, simplemente dejo escapar un suspiro, lo que provocó una risa ligera por parte de Mikasa.

—Falco, puedo jurar que serás más alto que Colt—escuchó decir a Reiner.

El joven negó con la cabeza.

—Tonterías, quiero ser igual de alto que él.

Gabi puso los ojos en blanco.

Las conversaciones y la música sonaban de fono mientras todos tomaban asiento alrededor de la mesa, compartiendo risas y anécdotas. La comida preparada por Nicolo se desplegaba ante ellos, una deliciosa muestra de hospitalidad y el cuidado que todos se brindaban mutuamente.

Mikasa se acercó con una sonrisa afectuosa, y ambos intercambiaron un beso rápido.

—Te extrañe—dijo con suavidad

—Solo me fui por un par de horas—respondió en tono bromista.

—Aun así lo hice.

Compartieron un beso casto en los labios, sumiéndose por un instante la intimidad de su matrimonio. Desde lejos, Connie interrumpió la escena.

—¡Vamos, tortolitos! ¡La comida se va a enfriar!

Jean soltó el aire contenido en sus pulmones a la vez que Mikasa reía.

—Sí, mamá—respondió Jean.

De la mano de su esposo, se dirigieron juntos hacia la mesa. Tomaron asiento en la cabecera, listos para compartir la comida y el calor de la compañía de amigos y seres queridos. El jardín resonaba con risas y conversaciones, Mikasa, al observar a su alrededor, se sentía agradecía por la familia que había encontrado en ellos.

«Las personas dicen que los sufrimientos son infortunios—reflexionó.— Pero si me preguntaran si me gustaría quedarme tal como era antes del Retumbar o pasar por todo eso de nuevo, diría, Por Ymir, déjenme pasar por todo de nuevo».

Alguien le acercó una copa, pero Mikasa se rehusó.

—Prefiero beber jugo—declaró cortésmente.

Jean, con una expresión sorprendida, levantó una ceja. Antes de que pudiera comentar al respecto, Armin miró en dirección a ellos.

—Jean, deberías decir unas palabras—sugirió.

Normalmente, aquella tarea siempre recaía en Armin, sin embargo, al ser el anfitrión, Jean aceptó la encomienda con gracia.

Carraspeó un poco, atrayendo la atención de todos en la mesa.

—Bueno, todos pueden empezar a comer. Y antes de que todos se pongan demasiado hambrientos, demos gracias por nuestra buena fortuna.

Pese a que su tono era ligero, sus palabras resonaban con sentido de gratitud y aprecio por el momento y las personas que los rodeaban.

Cuando volvió a tomar asiento, Mikasa recargó la cabeza contra el hombro de Jean, sumergiéndose en la comodidad de su presencia. Él, notando su demenor tranquilo, preguntó con curiosidad:

—¿Fuiste a ver a Eren?

Mikasa asintió suavemente.

—Si, lo hice.

—¿Y bien?—cuestionó interesado.

Mikasa depositó un beso tierno sobre la mejilla de Jean y entrelazó sus dedos con los suyos. Mientras acariciaba su vientre con la otra mano, murmuró:

—Estuve pensando en lo que dijiste esta mañana, sobre tener hijos.

—¿Y bien?—preguntó, al tiempo que enarcaba una ceja con gesto burlón.

—Puede que no haya sido del todo sincera contigo, pero ese sueño está más cerca de lo que piensas—confesó.

Jean, asimilando la noticia, pregunto con incredulidad:

—¿Estás segura?

Mikasa afirmó con la cabeza.

—Acabo de darme cuenta. Ayer mire en mi cajón y vi los paños limpios. Lo he calculado y no me ha venido el periodo desde que fuiste a Hizuru., y de eso hace diez semanas.

Instintivamente, colocó una mano sobre su vientre, maravillado por la anticipación de una nueva vida que florecía en medio de la calidez y la familiaridad de su hogar.

—¿Niño o niña?—quiso saber Jean con lágrimas en los ojos.

Mikasa suspiro.

—No lo sé—se encogió de hombros—. Pero si es un niño, se cómo vamos a llamarlo.

Jean sonrió.

—¿Lo sabes? Creo que un padre tiene que estar involucrado con el nombre de su hijo.

—Marco—lo interrumpió de tajo.

Él se quedó petrificado mientras asimilaba la noticia. La mención del nombre de su mejor amigo, el cual había muerto hace más de una década, evocó recuerdos en Jean. Con una lágrima deslizándose por su mejilla, sintió el peso de la pérdida.

Mikasa, con ternura, acunó su rostro entre sus manos.

—¿No te gustaría enseñar al pequeño Marco a montar a caballo?—preguntó con suavidad.

—Sí—consiguió responder, la emoción brillando en sus ojos.

Los dos se besaron detenidamente. Al apartarse, compartieron una sonrisa cómplice y decidieron que era momento de unirse al resto para disfrutar de la comida.

Mientras escuchaban una de las tantas anécdotas de Connie, Mikasa reflexionó en silencio:

«A veces, cuando nuestras vidas no se desarrollan según lo planeado, creemos que todo esta perdido. Sin embargo, solo es el comienzo de algo nuevo y bueno. Mientras haya vida, habrá felicidad. Aún queda mucho, mucho por vivir».

Y así, en ese rincón acogedor del mundo, la antigua Legión de Reconocimiento celebraba no solo el presente, sino también el futuro que les aguardaba. En aquel jardín, bajo la luz del día Mikasa y Jean cerraban un capítulo, sabiendo que el libro de sus vidas aún tenía muchas páginas por escribir.

Fin


NA: ¡Y con esto llegamos al final de este bonito viaje! ¡gracias infinitas por acompañarme durante dos largos años! Por el apoyo que me transmitían en cada review, por la infinita paciencia y por continuar conmigo hasta el final.

Espero, de todo corazón, que la conclusión de esta historia haya sido de su agrado. Todo el fic está hecho con mucha dedicación, amor y esfuerzo. Llevo más de diez años escribiendo fics y, Colapso es el primero en el que incursiono en otro fandom, lo cual supuso salir de mi zona de confort y aventurarme.

No saben cuánto disfrute desarrollar la historia de la relación de Mikasa y Jean, ambos son personajes muy queridos para mí.

Sin nada más que agregar, esto no es una despedida definitiva. Espero regresar pronto con otro proyecto. Una vez más, gracias infinitas. Las/los quiero mucho.

Les mando un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren.

¡Hasta pronto! ¡Bye, bye!