Bienvenidos a esta nueva historia, espero les guste, esta vez nos centramos en la travesía de Marc mientras los chicos de París siguen haciendo sus cosas heroicas. Espero sus reviews.
Un saludo y dentro capítulo.
El obturador de la cámara sonó y Marc bajó del pequeño muro de piedra donde estaba sentado, caminó hacia el trípode y tomó la cámara para comprobar que las fotos estaban bien hechas. Un pequeño viento le meció los oscuros cabellos y le obligó a subirse la capucha.
—Últimamente hace más frío —dijo al viento, colgándose la cámara al cuello y desmontando el trípode, la funda estaba junto a su mochila en la pequeña banca del frente.
La razón por la que se había tomado esa foto era muy clara, la vista de la ciudad desde Yarra's Edge era magnífica, las luces parpadeantes al ocaso y su reflejo en el agua eran tintes perfectos para un cuadro de exposición.
Tenía que enviárselo a Nathaniel, a él le gustaría pintar ese paisaje.
Le gustaría, ¿cierto?
Su mirada decayó con un suspiro, terminó de guardar sus cosas y se echó la funda al hombro, comenzando a caminar hacia el puente.
Marc estaba disfrutando como nunca su estadía en Melbourne, no solo porque la ciudad era hermosa en su máxima expresión, sino porque tenía tantos lugares que visitar que agradeció poder quedarse tres meses más para hacer turismo.
Realizar su intercambio fue sencillo, él ya tenía ascendencia australiana y los trámites salieron en un santiamén luego de comprobar que dominaba el inglés a la perfección. Lo único malo de ir a Australia, es que no pudo hacerlo en compañía de su mejor amigo.
Un mes antes de que obtuviese la plaza, Nath le comentó que podría pasarse horas plasmando en su cuaderno todos los lugares interesantes que tenía la ciudad., y, como su amigo no lo logró, él se encargaría de llevarle fotos de cada uno de ellos.
Pero no solo de los monumentos famosos o sitios emblemáticos, a veces solía pasarse por un café cercano a Collins Street y se tomaba un par de fotos apreciando la calma del lugar.
Su rutina en Australia se repetía tres de los cinco días laborables de la semana. Despertaba en el pequeño departamento cerca de Albert Park y desayunaba una taza de café con una tostada, luego cruzaba dos calles y llegaba al Melbourne Camera Club para pasar tres horas del día con sus compañeros.
Al salir de allí, caminaba hacia la estación de tranvía que lo llevaba a su destino final, su instituto temporal.
El tono rojizo del cielo desapareció al salir del puente, atrayendo un ligero viento helado que le hizo temblar al sentirlo en sus hombros. Decidió que iría a la cafetería de siempre para cenar algo antes de volver al departamento en la estación de esa misma calle.
Ese día quería dormir bien, porque mañana era viernes, y comenzaba el ajetreo en Albert Park, desde el mediodía hasta la tarde se escucharían veinte motores a miles de revoluciones dándole vueltas al circuito sin descansar. Nunca se sintió atraído por esos eventos, pero intentaría aprovechar la cercanía del departamento para ver algo, porque entradas a la venta ya no existían.
Ya encontraría una solución para ese problema.
Cruzó la calle con suma calma y las puertas corredizas se abrieron, revelando un bello local con tonos oscuros de marrón en las paredes y un olor a nuez en el ambiente le terminó gustando, era relajante.
Se sentó en una mesa cercana a la ventana y pidió un café, acomodó la mochila y sus implementos a un lado para poder descansar un poco de ellos. El único elemento que quería llevar era su cuaderno de notas, por lo que aprovechó a hacer unas cuantas mientras bebía con calma.
Hace algunos meses el proyecto que tenía con su amigo pelirrojo se estancó, se suponía que eran la dupla perfecta, un dibujante y un guionista; clásico de los cómics o novelas gráficas que llenan las estanterías como pan caliente en este último tiempo.
—¿Debería llamarlo? —se preguntó a sí mismo el pelinegro, observando la hora local en su teléfono y entendiendo que quizá era un mal momento para hacerlo.
Todos los días desde que se fue era un mal momento, no podía evitarlo, extrañaba hablar con su mejor amigo, ¿Qué estaría haciendo Nathaniel ahora que no estaba él? ¿Lo seguirían molestando? ¿Volvería a ser el hombre invisible de la clase? La duda lo carcomía a cada segundo.
Rendido, tomó su teléfono y decidió buscarlo primero en redes sociales, entró a la aplicación y pasó por una lista larga de publicaciones hasta que recordó que el pelirrojo apenas las usaba. Su única cuenta tenía una última publicación de hace dos años con una foto de ellos a punto de ponerse a trabajar.
Solo tres personas seguían a Nathaniel en aquella red, la mamá del pelirrojo, Juleka y él, por lo que no había razón alguna para…
Marc soltó el teléfono y creyó haber leído mal, lo tomó de nuevo y tuvo que volver a la aplicación de antes con rapidez, se le enredaron los dedos con cada intento y le dio un sorbo a su café para calmarse, por más contradictorio que sonase aquello.
—¡¿Cómo?!
Nathaniel no tenía tres seguidores como él recordaba, por supuesto que no, el pelirrojo ahora tenía diez. Y el más destacado sin duda, era el usuario aaadri_agreste8
—¿Adrien? ¿Desde cuándo? —Marc comenzó a buscar y a informarse como una vecina chismosa, entró al perfil del rubio y buscó entre sus fotografías, encontrando algunas donde Nathaniel y Alix aparecían etiquetados.
—Santa mierda —maldijo por lo bajo el pelinegro, que observó la fotografía con mucho detalle. Ese no era Nathaniel, debían estar jugándole una broma muy buena como para creer que ese era su amigo.
A su lado estaba Alix usándolo como un caballo humano y Adrien tomaba la selfie desde una sombrilla en lo que parecía ser un yate en Mónaco. ¡¿Mónaco?! Así que allí iban los millones invertidos de Gabriel Agreste.
Las fotos seguían y seguían, no parecían ser de algún evento puntual, Nathaniel en verdad estaba pasando tiempo con Alix y Adrien, además de una chica rubia y otra pelinegra.
Quien lo diría, su mejor amigo, ya tenía otros amigos…
Marc se sintió confundido, era lo que siempre había querido para el pelirrojo, después de todo fue la situación que vivieron ambos en aquella época la que los unió. ¿Estaba mal verlo sentirse feliz con más gente?
Tampoco es como si él no lo hubiera hecho, por lo que no tenía nada que decirle a Nathaniel, pero si era así, ¿por qué nunca le llamó? ¿Acaso se olvidó de él?
Agitó la cabeza al darse cuenta de que sus pensamientos lo llevarían por el camino equivocado, Nathaniel no era así y nunca lo sería, quizá solo quería descansar de muchas cosas.
Se terminó su café de inmediato y salió de allí, rumbo a su hogar temporal, caminó solo hasta la esquina y cruzó la calle hacia la estación de tranvía que lo dejaría justo en frente. Necesitaba descansar, porque si no lo hacía, su cabeza le daría ideas para una historia de amistad y traición; no volvería a trasnocharse por eso.
Al llegar a su departamento dejó su chaqueta en el colgador y se quitó los zapatos. Los puso en un pequeño mueble que compró para eso y cerró la puerta con llave. El piso era pequeño y perfecto para un estudiante, contaba con un baño, cocina, sala y una habitación donde pasaba la mayor parte de los fines de semana.
Llevó la funda del trípode hasta su habitación y dejó la mochila en su cama, lanzándose sin temor alguno y cerrando los ojos. Tenía que dormir ya, porque mañana ya no podría.
Cerró los ojos y tomando un par de respiraciones profundas, Marc se quedó dormido pensando en una versión deforme y mejorada de Bodas de Sangre de García Lorca.
—¡Marc, despierta!
El grito sobre su oreja y el peso en su abdomen levantaron al pelinegro de golpe, incorporándose hasta la mitad y abriendo los ojos para cruzar su mirada con una de color grisáceo y entusiasmo rebosante en sus pupilas.
—¡Ah, Vic! —Marc se movió hacia atrás y recogió las piernas del susto, provocando que su amiga saltara de su cama y se pusiera de pie al lado de la puerta de su habitación—. ¿Cómo entraste?
—Me diste una llave —le recordó la chica rubia, provocando que Marc se sonrojase por olvidar ese pequeño detalle—. ¡Pero eso no es lo importante, Marc! ¡¿Sabes que sucede hoy en Albert Park?!
—Sí, lo sé, harán ruido desde el medio día —se quejó por lo bajo el pelinegro con un tierno puchero.
—Uy, qué pena, ¡pero me da igual! —exclamó Vic, moviéndose por la habitación del pelinegro con familiaridad—. ¿Recuerdas la oportunidad de la que te hablé?
—Eh… ¿Las prácticas de prensa? —intentó suponer el pelinegro.
—Exacto, pues adivina. —Vic le mostró una amplia sonrisa y sacó del bolsillo de su chaqueta dos pases exclusivos—. ¡Lo conseguí!
—Eso es genial, me alegro —respondió Marc, fingiendo una sonrisa y esperando a que su amiga se fuera de allí para volver a dormir.
—¿Y por qué estás vestido así? Ni siquiera te has duchado —sonrió Victoria, agitando su rubio cabello ondulado y saliendo de la habitación del chico—. Alístate rápido, que salimos en quince minutos.
—¡Eh! ¡Alto! ¡Alto! ¿De qué estás hablando?
—Marc, son dos pases de prensa, tú te vienes conmigo.
El pelinegro se quedó estático, ignorando los reclamos de su amiga por no estar corriendo a por su ropa y preparándose para salir. Sus oídos no lo habían engañado, y los compadecía, porque sufrirían todo el día.
Suspiró y decidió hacerlo rápido, Vic era muy mala cuando se enojaba.
Observó su ropa y puso una expresión pensativa, una pregunta rondó su cabeza y decidió acudir a una persona que él sabía, estaría despierta.
Tomó su teléfono y texteó un mensaje con rapidez.
"¿Qué te pones para ir a un Gran Premio de Fórmula 1?"
Continuará...
Cualquier duda que tengan y que no haya resuelto, pueden decírmela sin ningún problema, saben que siempre intento interactuar con ustedes tanto como sea posible.
Con eso dicho, un saludo y hasta el próximo capitulo.
