Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es MeilleurCafe, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to MeilleurCafe. I'm only translating with her permission.


Capítulo 9

—Increíble —susurró Bella.

La vista de Manhattan desde el mar proveía una perspectiva completamente diferente de la isla. Los rascacielos que estaban atestados en lugares imposiblemente pequeños de terrenos parecían como si estuvieran empujándose para quitar al otro del camino. Estos dominaban el paisaje de una manera que era difícil de comprender al encontrarse en las calles.

—Es hermoso, ¿no? —preguntó Edward, su boca cerca de su oído.

Ella tarareó en respuesta y descansó su cabeza contra su pecho, asimilando la vista de Nueva York y la sensación de Edward. Se encontraban frente a la barandilla de un ferry camino a la isla Governor. El bote se encontraba casi completo en su capacidad con personas que iban al parque para el concierto, pero Edward había asegurado un lugar donde podrían ver la punta sur de Manhattan.

Bella extendió su pulgar y dedo índice así una de las torres en el parque Battery era visible en el espacio entre ellos, como si ella pudiera quitarlos del paisaje urbano.

—Es raro, pero es como si pudieras tocarlos. Y es irreal que el peso de todo eso no hunda a toda la isla. —El ferry se mecía entre las olas y ella se mareó con el movimiento, apartándose de los brazos de Edward.

Su entusiasmo era como el entusiasmo de él cuando era un niño y sus padres lo llevaban a la isla Ellis o a la Estatua de la Libertad. Él también había estado fascinado con el tamaño de los edificios de la ciudad de Nueva York y cómo eran capaces de encajar en una isla—el tipo de cosas en las que ya no piensas cuando te conviertes en un adulto. A menos que seas Bella. Sus pensamientos se entrelazaban tan natural y perfectamente igual que sus dedos cuando se tomaban de las manos.

Con un fuerte sol aún brillando sobre la ciudad, la brisa del mar era una bendición. Calmaba el sudor que se les había formado por caminar desde el metro al embarcadero del ferry en el Municipal Ferry Pier. Bella sonrió e inclinó la cabeza hacia el viento, su cabello soplando alrededor de su rostro. Edward captó un mechón y lo enredó alrededor de su dedo.

—Te ves feliz —dijo él, inclinándose de nuevo así ella podía escucharlo sobre el rugido sordo de los motores. Llevó su cabello por detrás de su oreja.

Ella lo miró con sorpresa.

—¡Oh, lo soy!

Justo cuando él abría la boca para responder, el teléfono de ella sonó con otro mensaje de Rosalie. Ella había llamado a Bella temprano ese día para hacerle saber que Emmett había conseguido dos entradas para el concierto de un colega que no las iba a usar. Las dos mujeres habían estado charlando desde entonces para arreglar los detalles con ella.

¿Ya salieron los 2 del apt de E? Confiaba en Rose para empezar con algo sarcástico.

Bella sonrió con satisfacción. El brillo de la pantalla de su teléfono evitaba que Edward lo leyera, así que él la sacudió con impaciencia.

—¿Qué es tan gracioso?

—Rose.

—¿Rose es graciosa? ¿Cómo sucedió eso?

Bella le dio a Edward un empujón juguetón con su codo.

—Oye, no hables de mi amiga así. Le debemos mucho. Si no me hubiera convencido de ir a los embarcaderos con ella hace un par de semanas, estaríamos en este concierto por separado.

—Tienes razón. Fue su idea presentarnos, y fue la mejor que tuvo jamás. —Él frunció el ceño—. No le digas que dije eso.

Bella escribió. Hemos estado afuera desde el desayuno, sabelotodo. Ahora en el ferry. ¿Dnd están?

En la isla. Em busca comida. Encontramos cerveza.

Por supuesto.

—Emmett encontró dónde venden cerveza —reportó Bella.

—Es un buen hombre.

Bella le escribió a Rose con el tiempo estimado de llegada del ferry. Nos vemos pronto. ¡Te amo!

—Nos verán en el muelle —le dijo a Edward.

Una vez que guardó su teléfono en su bolsillo trasero, Edward intensificó el agarre de sus brazos alrededor de ella y apoyó la cabeza sobre su hombro.

—Hola, tú.

Ella se reclinó contra él.

—Hola a ti. —El ferry ahora estaba navegando en una curva suave hacia la isla Governor. Edward señaló a otro punto en el puerto.

—¿Has estado en la isla Ellis ya?

—No, pero me encantaría —dijo Bella, estirando el cuello para mirar a la histórica isla. Lo primero que apareció en su vista era el edificio principal, un salón imponente con estilo renacentista francés que ahora era un museo de inmigración.

—Creía que te tuvieron que procesar cuando emigraste del estado de Washington. —Esa sonrisa pícara de Edward apareció en sus labios—. Supongo que tendré que ser tu guía turístico allí también. Deberías estar contenta de que nos conocimos. Jamás verías algo si no fuera por mí.

Ella alzó sus cejas de manera juguetona.

—Quizás esperaba ir después de conocernos porque quería verlo contigo.

—Buena movida. Supongo que podrías haber ido con Emmett y Rose, pero Emmett se hubiera perdido en el camino, o incluso en un ferry. Rose se enfadaría, y tú estarías atascada en la isla con los dos. Estarías rogando salir del país.

Bella rio, mayormente porque Edward tenía mucha razón. Aunque lo dijo con cariño. Ella sabía que él caminaría sobre el fuego por ellos. Su lealtad y su cariño por sus amigos hacía que su corazón creciera. Ella amaba cómo él los amaba.

Él tenía puesta una de sus camisetas clásicas favoritas, con el logo de los Knicks tan desgastado que el balón se parecía a un damasco seco. Ella jaló de esta hacia abajo para besarlo lentamente y con demasiado pasión para un ferry lleno de familias. Edward gruñó un poco, manteniendo una presión firme en sus labios mientras el viento fresco soplaba a su alrededor. A regañadientes, él se separó de su boca caliente después de un rápido movimiento de su lengua.

—Entonces, ¿este es tu primer viaje en ferry?

—No, he estado alrededor del Estrecho de Puget y más al norte, mucho.

—Oh, cierto. Washington tiene su propio puerto.

—Varios, de hecho. Uno de ellos nos separa de otro país.

—Como Nueva York y Nueva Jersey.

—Nueva Jersey no es otro país.

—Bien podría serlo. —Edward observaba a varias gaviotas molestas planear por su lado, sin duda dirigiéndose hacia el vertedero en Staten Island.

—¿Estás comparando a Nueva Jersey con Canadá?

—Canadá parece demasiado bueno para eso.

—Cielos. ¿Por qué te metes con Nueva Jersey?

Edward se encogió de hombros.

—Por la misma razón que cualquiera lo hace: porque está allí. —Bella se carcajeó y sacudió la cabeza.

—Mi viaje en ferry favorito siempre fue el de las islas San Juan —dijo ella—. Me encantaba ir a la isla Orcas y hacer senderismo en el monte Constitución. Puedes ver hasta las cascadas y el monte Baker. Ahora, ese es un paisaje.

—Isla Orcas —dijo él pensativamente—. Orcas, ¿como las ballenas?

—Sí. —Ella frotó la frente contra su mentón, disfrutando de la ligera brusquedad de su barba. Al final del día, mucho de lo que él se afeitó en la mañana volvería a crecer. Sus rodillas se debilitaban de solo imaginar esa sensación áspera deslizándose hacia las partes más sensibles de su cuerpo.

—¿Viste ballenas en esos viajes en ferry?

—A veces. Depende del momento del año. —Ella se dio la vuelta, aún en sus brazos—. Deberíamos hacer eso juntos. Me encantaría ver las islas y escalar el monte Constitución contigo. Y Seattle, por supuesto. Y el monte Rainier, así como hablamos en la cena anoche. —Ella tomó sus manos y jugó con sus dedos casi distraídamente, sus pensamientos en lo que sería llevar a Edward a lugares que ella amaba cerca de su pueblo natal. Eso sería un cambio.

—Claro —dijo él, sonriendo—. ¿Cuándo quieres ir?

—¿Qué tal para Navidad?

Las cejas de él se alzaron. Pensaba que ella sugeriría el próximo verano.

—¿De este año?

—Sí. —Los ojos de ella se agrandaron mientras la idea se asimilaba—. Estaba pensando en ir a casa por las festividades, de todos modos. Ven conmigo —dijo ella con urgencia.

Navidad. Sí, eso podría funcionar.

—Así que, mi regalo sería, ¿conocer al jefe?

—No, el regalos de mis padres sería conocerte a ti —bromeó ella, y entonces se puso sería de nuevo—. Aunque probablemente pases las festividades con tus padres.

—He estado cada mañana de Navidad allí toda mi vida. Creo que puedo zafarme y saltarla este año. —La miró de cerca—. ¿Hablas en serio?

—Por supuesto. Me encantaría que vinieras conmigo. Ya es hora que yo te lleve de paseo. El Noroeste del Pacífico tiene varios museos increíbles.

—Entonces no hay manera de que pueda decir que no. —La convicción en su tono hacía que una corriente de emoción recorriera su cuerpo, sincera y cariñosa. Él se adaptó a la idea más rápido de lo que hubiera creído, incluso con una acechante nerviosidad por conocer a su familia. Pero ¿por qué no? Él no dudaba ni por un momento que seguirían estando juntos para la víspera de Año Nuevo y mucho más.

Se acercaban a la isla Governor. Mientras el ferry navegaba hacia el muelle, Bella estudió el paisaje: mucho verde, y a la distancia, varios edificios de apartamentos que probablemente almacenaban restos de cuando la guardia costera era dueña de la propiedad. Había muchos senderos y carreteras alrededor de la isla, la cual estaba llena de personas haciendo picnics, familias, y cientos de otras buscando un buen lugar para pasar un caluroso día de verano.

El bote se movía lentamente hacia el atracadero, y después de asegurarlo, la tripulación abrió las compuertas y permitió que los pasajeros bajaran. En el tope de las escaleras, Rose estaba escaneando la multitud que bajaba del bote. Cuando vio a Bella, agitó su mano con entusiasmo.

—Oigan —gritó Rose, casi trotando hacia ellos. Abrazó a Bella mientras Edward y Emmett se daban palmadas en la espalda—. ¿Cómo estás, cariño? Estoy tan contenta de que Emmett consiguiera estas entradas. He estado muriendo por salir con ustedes dos pero creo que tu policía aquí no quiere compartirte. —Bella simplemente sonrió, así que Bella enarcó una ceja y añadió—. No parece que te moleste mucho.

Ella enlazó su brazo con el de Bella mientras caminaban.

—De acuerdo, chica. Dime qué está pasando. —Cuando la única respuesta fue una risita, Rose dijo—: Sí, creo que lo entiendo. Pero aún así quiero los detalles.

—Aw, Rose. —Bella suspiró—. Tuvimos la mejor noche juntos.

—Juntos —repitió Rose.

—Juntos —afirmó Bella—. Y no solo para la cena. Toda la noche.

—¿La sequía ha acabado? —preguntó Rose, deteniendo a Bella.

—Así es.

—¡Sí! —Chocó las cinco con Bella—. Ya era hora, cielo.

—Ni me lo digas. Él es… Nosotros… —La voz de Bella titubeó mientras se sonrojaba.

Rose tarareó y preguntó, «¿Cuántas veces?».

—Cuatro, al menos. Quizás más. Probablemente más. ¿Acaso existen los orgasmos primarios y secundarios? Porque juro que…

—No lo pienses de más, cielo. Todos cuentan.

Bella asintió, su mente ya seguía adelante.

—Simplemente estoy emocionada de tenerlos con alguien más que yo misma. Con Edward —se corrigió a sí misma—. Rose, jamás creí que sería así de feliz tan rápido. A veces parece ser muy bueno para ser verdad.

—No digas eso. Los de ustedes es real. Sabes que nunca me equivoco con estas cosas.

—También pienso eso —confesó Bella—. Trato de no… estar asustada, porque se siente tan bien. Y jamás he tenido esto antes, ¿sabes? Jamás tuve algo que llegara fácilmente a mí. —Las palabras se escapaban apresuradamente porque ella había estado pensándolas y sintiéndolas por días, y Rose era la primera persona a la que podía decírselas—. Aún temo que va a explotar en mi cara de alguna manera, pero al mismo tiempo me siento muy tranquila al respecto ¿Es raro pero es bueno? No lo sé. Probablemente no esté teniendo mucho sentido.

—Por supuesto que sí —contestó Rose—. Todo lo que acabas de decir suena exactamente el tipo de cosa que dirías ahora que estás con un tipo que te merece. Sabía que Edward sería bueno para ti. De hecho, sabía que ambos serían buenos para el otro. Eso es lo más importante. Pero como sea —añadió decisivamente—, no tienes de qué preocuparte. Él está loco por ti.

Bella nunca había querido que su amiga insistente y pesada tuviera más razón que nunca. Aunque odiaba manchar esta conversación con cualquier mención de exnovias, quería contarle a Rose lo que sucedió después del desayuno.

—Después de que tuvimos esta noche increíble, nos topamos con Tanya esta mañana —dijo, arrugando la nariz con enfado.

—Oh, santo cielo. ¿Qué pasó?

—Estábamos regresando de desayunar y de repente allí estaba, en la calle, como algo sacado de una horrible película para mujeres. Deberías haber visto la cara de Edward.

—Me lo imagino —dijo Rose sarcásticamente—. ¿Qué hizo ella?

Bella relató todo mientras caminaban lentamente juntas, con Edward y Emmett por delante de ellas. Edward se dio la vuelta después de unos minutos, frunciendo el ceño y buscando, pero se relajó cuando vio a Bella con Rose a unos metros detrás de ellos.

Rose se encogió de hombros y puso una cara.

—Sabes que no hay nada de qué preocuparse, ¿cierto?

—Eso es lo que Edward dice. Él siempre está haciéndome sentir segura. Aún así, ya sabes… sería bueno que ella no fuera tan hermosa —confesó Bella.

Rose hizo un ademán con la mano, restándole importancia.

—Primero que todo, no eres horrible. Segundo, a él de verdad no le importa eso. Está más preocupado con tener a alguien que sea como él, que piense lo mismo, que quiera las mismas cosas de la vida. —Ella mira pensativamente alrededor del sendero por el que caminaban, cerca de una pequeña loma de césped con muchos árboles, mientras consideraba sus próximas palabras—. Tú y Edward… realmente son iguales en el fondo. Ya sabes, donde importa.

—Gracias, Rose. Es bueno escucharte decir eso. —Bella sabía que la mirada de su amiga era aguda; al igual que sus evaluaciones.

Caminaron junto a un comerciante que vendía gyros, un sándwich al estilo griego con pan pita y salsa de yogur. Edward se dio la vuelta y señaló con el pulgar hacia el puesto, sus cejas alzadas de una manera que lograba ser una pregunta y una demanda. Rose pidió por Emmett mientras él compraba cerveza en otro puesto. Los cuatro encontraron una mesa de picnic bajo unos árboles, la sombra un descanso bien recibido en el calor del atardecer.

Emmett regresó con tres botellas de cerveza fría y su usual sonrisa gigante. Bella raramente lo había visto en otro humor que no fuera bueno. Su afabilidad era el amortiguador perfecto para las bombas mordaces que a menudo soltaba la boca de Rose. Emmett la amaba profundamente; él veía el corazón generoso y amable que se encontraba debajo de su exterior exasperante. Incluso ahora más, Bella apreciaba el esfuerzo que él había hecho para conocer a Rose y encontrar el amor que ella tenía para ofrecer. Ella sabía lo que significaba para sí misma que Edward hiciera lo mismo por ella.

Rose y Emmett mantenían su relación un poco agitada, pero entonces, pelear era como un juego previo para ellos. A Bella le gustaba que su pasión fuera provocada de otra manera. Provocar estaba bien. Reír era mejor. El cariño era increíble. El enojo la hacía retirarse.

—¿Estás con nosotros o qué? —Emmett chasqueó sus dedos hacia ella, aún sonriendo.

—¿Una chica no puede tener un momento? —Bella le devolvió la sonrisa para hacerle saber que estaba bromeando. Desenvolvió su sándwich y lo levantó, la mitad de la lechuga colgaba de un borde. Ni ella ni Edward habían comido desde su desayuno almuerzo, y su estómago estaba gruñendo. El gyro olía tan bien ahora mismo.

—Y bien, ¿cuándo vamos a jugar de nuevo? —demandó Emmett.

Edward, con la boca llena, levantó las manos en un gesto de "¿de qué estás hablando?".

—He estado haciéndote la misma pregunta por un mes.

—¿Tu teléfono murió? Podrías haber llamado.

—Sí, o tú podrías haberme llamado. —Edward puso los ojos en blanco—. Esta conversación es muy parecida a la que tuve con la primera chica que invité al baile de sexto grado. ¿Qué tal el domingo por la noche? Trabajo de día por el próximo par de semanas.

—¿Puedo mirar? —preguntó Bella. La salsa de yogur caía por el costado de la palma de Edward. Ella la atrapó con su dedo y se lo ofreció. Él tomó su mano y llevó su dedo a su boca, envolviéndolo con su lengua cálida y entonces la retiró lentamente.

—¿No hay alguna norma en contra del porno con dedo en espacios públicos? —preguntó Emmett con un resoplido.

—¿Qué? Estoy comiendo mi almuerzo —protestó Edward.

—¿De la mano de Bella?

—No se debe desperdiciar.

—Oye, Rose —dijo Emmett, agitando su cerveza en su dirección—. Quiero que metas tu dedo en la botella y que dejes lamer la cerveza. Déjame ver si podemos terminar esto antes de la cena de mañana.

Edward enrolló un trozo de papel manteca y se lo lanzó a su amigo.

—Como si pudieras hacer que dure tanto.

Con varias horas para que comenzara el concierto, decidieron explorar la isla. Por pedido de Bella, fueron a dos sitios históricos, incluyendo el Castillo Williams, un fuerte de arenisca de doscientos años que fue construido como parte de un sistema para defender el puerto interior de Nueva York. Otro, Fort Jay, era incluso más antiguo y más extenso, con un número de edificios que creaban la forma de una estrella.

Los cuatro más tarde caminaron por una gran exhibición de arte que había sido montada por el día. Había pinturas y dibujos de artistas locales así como niños de escuelas públicas en Brooklyn y Queen a lo largo del laberinto de senderos. Bella no estaba sorprendida de saber que los cuatro pasaron la mayoría de su tiempo allí, inspeccionando casi todas las piezas mientras Edward hacía preguntas a los artistas estudiantes que se encontraban cerca de sus creaciones. El interés genuino de él los tomaban por sorpresa. A juzgar por sus expresiones, no muchos extraños tenían curiosidad sobre lo que habían pintado o la fuente de su inspiración.

Después de agotar todas las posibles obras, así como la paciencia de Emmett, los cuatro regresaron a Fort Jay, donde se encontraba el terreno del desfile. Un gran escenario se encontraba armado en el extremo más lejano del enorme campo de césped. Muchas familias y parejas ya habían tomado su lugar.

Se pusieron cómodos en la manta que Rose había traído, pero cuando Dave Matthews y la banda aparecieron en el escenario, se pusieron de pie, junto con casi todos los demás en el terreno. A Bella siempre le había gustado su música, pero el concierto llevaba su apreciación a un nuevo nivel. La banda comenzó a tocar la mayoría de sus canciones, algunas enfatizando el jazz o el funk, a veces quedándose con el rock agresivo. Bella podría haber bailado toda la noche, y lo hizo durante la mayoría, con Rose o con Edward. Emmett simplemente se mecía con su cerveza en mano.

Una vez que las notas conocidas de "Crash into Me" comenzaron a sonar, Edward se ubicó detrás de ella, casualmente envolviendo sus brazos alrededor de sus hombros mientras se movían al ritmo de la melodía sensual y tensa. Él bajó la cabeza cerca de la de Bella y cantó a la par, la letra como una bienvenida nota que los aislaba de una manera que solo los amantes podían cuando estaban rodeados de personas.

Touch your lips just so I know
In your eyes, love, it glows so
I'm bare
boned and crazy... for you.

Oh, and you come crash into me
Baby, and I come into you
In a boy's dream…

Edward presionó sus labios firmemente contra su oreja, su voz como whisky caliente mientras susurraba Levanta tu falda un poco más. Sus brazos intensificaron su agarre alrededor de ellas, acercándola más aún en una conexión que era sexy y absoluta, incluso a través de sus prendas. Edward deslizó sus manos por el frente de sus shorts, jalándola firmemente hacia él. Ella podía sentirlo, duro y prominente, y movió sus caderas, agradeciéndole al presionar su trasero contra él.

Él gimió, de repente deseando que no fuera música en vivo, sino una grabación que estaban escuchando en su apartamento, donde podían estar solos. Él había leído que "Crash into Me" era en realidad sobre un mirón. Edward no tenía disposición a llevarlo tan lejos y darle a todos un espectáculo aquí.

—Nena, lo que eres para mí… —dijo con voz tensa—. Cuando te lleve a casa esta noche… —Edward cerró los ojos, mil posibilidades avivándolo, la letra incitándolos a más. Bella se hundió más hacia atrás por unos momentos y entonces se apartó a regañadientes, consciente de las cientas de personas alrededor de ellos. Rodeó el cuello de él con su brazo y lo acercó hacia sus labios.

—No sé cuál es el resto de ese pensamiento, pero sé que me va a gustar —dijo, lo suficientemente fuerte para ser escuchada sobre la música. Bella lo besó, profunda y firmemente, y entonces le permitió respirar con una sonrisa.

—Me aseguraré de eso —contestó él con voz ronca.

Si Dave Matthews pudiera haberlos visto desde el escenario, hubiera notado a dos personas que parecían como si seguían disfrutando de toda la energía y el sudor que esta banda estaba dejando en el espectáculo. Él no tendría noción de que por dentro ansiaban su actuación final. Finalmente, los miembros de la banda saludaron por última vez a la multitud y las luces alrededor del campo se encendieron. Bella ayudó a Rose a doblar la manta, ansiosa por regresar al ferry tan rápido como era posible. Habría una gran multitud esperando a salir de la isla, y ella estaba completamente concentrada en acercarse al frente de la fila tanto como pudiera.

—¿Quieren ir a tomar o comer algo? —preguntó Emmett mientras caminaban de regreso al muelle.

—Nah —contestó Edward, un poco demasiado rápido—. Estamos bien. Creo que simplemente iremos a casa.

—Oh, cierto. No se preocupen por mí. Solo porque yo esté hambriento…

—Rose cuidará de ti —dijo Edward, agitando sus manos como si estuviera ahuyentándolos.

—Sí, y supongo que Bella cuidará de ti.

Los cuatro estaban riéndose del comentario de Emmett cuando Edward disminuyó el ritmo. Bella levantó la mirada en sorpresa cuando su brazo cayó de su hombro. Él estaba observando atentamente a algo a su derecha, su cabeza inclinada como si estuviera a punto de hacer una pregunta. Ella estiró su cuello pero no podía descifrar qué había llamado su atención tan rápidamente. Sin una palabra, él caminó hacia un pequeño grupo de personas a alrededor de veinte metros de distancia.

—¿Edward? —Bella comenzó a seguirlo, pero Emmett rápidamente se acercó para detenerla.

—Quédense aquí —dijo Edward por encima de su hombro en un tono serio que nunca había usado con ella. Levantó su mano detrás de él para enfatizar que lo decía en serio.

Aún confundida, Bella miró a Emmett y a Rose.

—¿Qué…?

Se escuchó un grito proveniente del grupo, y Edward salió disparado. Las personas frente a Bella bloqueaban su vista. Frustrada, caminó alrededor de ellos.

Dos hombres se enfrentaban en una zona despejada de tierra a lo largo del borde del terreno de desfile, gritando en un idioma que ella no podía entender. Uno se encontraba de espaldas a Bella, y ella pudo ver algo brillando en su mano izquierda.

Oh, Dios. Tiene una navaja. La garganta de Bella se tensó una vez que se dio cuenta de qué era. Y Edward se dirigía hacia ese peligroso desastre.

Mientras el hombre sujetaba el mango de la navaja, agitaba su otro puño hacia su oponente en este enfrentamiento. Dos mujeres estaban llorando y gritando. Todos los demás se apartaron excepto por Edward, que corría directo a ellos.

En segundos, Edward se encontraba sobre él, sujetando su muñeca y jalando su brazo hacia atrás. Empujó al hombre al suelo, una nube de tierra levantándose a su alrededor.

—¡Suelta la navaja! ¡Suéltala! —gritó Edward.

Con un gruñido, el casi agresor abrió su mano y movió sus dedos, dejando caer la navaja. Edward se movió lo suficiente así podía plantar su pie sobre esta y mantenerla en el suelo. Juntó ambas manos del hombre y mantuvo una rodilla sobre su espalda mientras daba instrucciones de que no se moviera. El hombre comenzó a gritarle a Edward en un inglés entrecortado, y Edward sacó la placa de policía de su bolsillo y le informó que se encontraba bajo arresto.

Aún manteniendo su postura, miró alrededor de la multitud que estaba observando y dijo, «¿Alguno podría llamar a más policías? Me vendría bien un poco de ayuda».

Bella buscó a tientas su teléfono en el bolsillo de sus shorts, pero alguien debió haber hecho la llamada ya porque dos oficiales finalmente aparecieron, corriendo hacia donde se encontraba Edward, aún sujetando al sospechoso en su lugar. Les mostró su placa, y los oficiales uniformados le indicaron que se moviera así podían tomar al sospechoso bajo arresto. Edward señaló al suelo y levantó su pie así uno de los policías podía recuperar la navaja.

Bella se quedó allí estupefacta, aún incapaz de apartar la mirada de Edward mientras él ponía al tanto a los oficiales sobre el incidente. Todo había sucedido tan rápido —quizás habían pasado cinco minutos— que ella difícilmente había tenido tiempo para sentir conmoción. Ciertamente estaba asentándose ahora. Apenas sintió que Rose colocó un brazo alrededor de ella, apenas escuchaba que su amiga le estaba hablando. Ella asintió sin hablar y mantuvo su mirada en su novio, sin confiar que sus ojos le decían que Edward estaba realmente a salvo hasta que él trotó de regreso a ella.

—Oigan —dijo Edward, tomando su mano y mirando a Rose como si dijera, puedo con esto—, lamento eso. ¿Estás bien?

Bella sacudió la cabeza como si estuviera despertándose a sí misma.

—¿Si estoy bien? Sí, eso creo. Yo no soy el que corrió detrás de un tipo con una navaja. —Llevó sus manos al pecho de él, y entonces las deslizó por sus brazos, incapaz de resistirse a buscar heridas a pesar que ella sabía que no tenía ninguna—. ¿Estás bien ? No te cortaste, ¿cierto?

—Nah. Estaba seguro de que podía hacerlo ni bien lo vi. Es más fácil cuando puedes acercarte por detrás. —Él se encogió de hombros, tan casual como siempre, como si hiciera esto todos los días. Bella recordó entonces que él probablemente lo hacía. Pero esta noche, él no tenía una porra, un arma, u otro oficial con él desde el comienzo.

Ella soltó un largo suspiro.

—Dios, eso fue tan rápido. Ni siquiera me di cuenta de lo que estaba pasando hasta que te vi arrodillarse sobre ese tipo. —Ella comenzó a temblar, y Edward sujetó sus manos con más firmeza. No quería apartar la mirada de los ojos de ella, los cuales eran recriminatorios y agradecidos, dos emociones luchando entre sí—. Te podrían haber lastimado. —Era una desafortunada perogrullada para la vida de cualquier policía, pero Bella no pudo resistirse a decirlo.

Suponía que Edward no quería escucharlo, y ella tenía razón. Él estaba negando con la cabeza.

—Te lo dije, sé lo que hago. No iba a permitir que ese tipo lastimara a alguien, especialmente a mí. —Edward la jaló hacia él y suavemente acarició su mejilla—. Tienes que confiar en mí. Eso lo sabes.

Bella bajó la mirada y dejó caer su frente contra el pecho de Edward.

—Lo sé. Lo hago. —Es el resto del mundo lo que me preocupa.

Ella intentó sacarlo de su mente. Sucedió; ya acabó y quedó atrás; y Edward lidiaba con ello como el profesional que era. Bella se sacudió como si estuviera obligándose a que todo dentro de ella se sintiera como se sentía antes que viera a su novio taclear a alguien que cargaba una navaja.

Tomando su mano, ella señaló hacia el extremo de la isla.

—Vamos. Tenemos que tomar un bote.

Mientras caminaban hacia el muelle, Edward pensaba que ella quizás seguía molesta. ¿Por qué esto parecía tan extraño para ella cuando su propio padre había sido un policía toda su vida? Él había creído que habían resuelto esto durante su discusión mientras desayunaban, pero quizás eso fue un deseo de su parte.

Él quería relajarla de nuevo, como ella había estado la mayoría del día. Durante el viaje en metro de regreso a casa, le contó una historia muy larga sobre la primera vez que había ido a ver a los Knicks en 1992, cuando él tenía casi siete años. Su papá y Eleazar lo llevaron al Madison Square Garden donde los Knicks estaban en un partido intenso de las eliminatorias. Él finalmente logró que Bella riera cuando le contó que vomitó en los zapatos caros de cuero de Eleazar durante la parte más emocionante del partido.

—Oh, no. Él debió haber estado tan furioso —dijo Bella.

—Nah, él no se molestó por ello. Mi papá revisó mi frente y se dio cuenta que tenía fiebre. Estaba enfermo. Pero eso ni siquiera fue lo peor.

—¿Qué podría ser peor que enfermar y vomitar?

—Los Knicks perdieron, y con los Bulls, por increíble que parezca. Oye. Estamos en casa. —Edward señaló mientras el tren se detenía en la estación de metro Greenpoint.

El aire húmedo de la ciudad fue como una bofetada una vez que salieron del subterráneo. Bella repentinamente se encontraba consciente de su piel pegajosa. Incluso su ropa interior se sentía pegoteada. Caminaron las cuadras hasta su apartamento mayormente en silencio, los sonidos de Brooklyn llenando los espacios en su conversación.

Después de abrir la puerta, Edward se dirigió directo al fondo del apartamento mientras Bella fue al cuarto para tomar su bolso. Ella podía escucharlo hablar con Mookie mientras ella entraba a la cocina.

Él abrió una botella de cerveza que acababa de sacar del refrigerador.

—¿Una para ti? —preguntó, ofreciéndosela a Bella.

—Ahora no, gracias. Realmente me gustaría darme una ducha, si está bien.

—Esa es una buena idea —dijo Edward, frotando su cuello sudado—. Me vendría bien una para mí. —Ambos dejaron de moverse mientras la idea les caía al mismo tiempo.

—¿Quieres…? —Bella señaló con su pulgar en dirección al baño—. Podríamos ducharnos juntos —finalmente ofreció.

—Ahh… sí. Sí, ¿por qué no? —Los ojos de él se iluminaron, no solo brillaban sino que ardían—. Eres una genio.

—Bueno, el cerebro es el órgano sexual más importante. —Bella agachó la cabeza ligeramente y lo miró, sus ojos nublados y presumidos. Él guardó la cerveza de vuelta en el refrigerador.

Edward tomó sus manos y caminaron hacia su habitación, la sonrisa más pequeña asomándose en sus labios. No apartó la mirada de Bella mientras se quitaba la camiseta, excepto por la fracción de segundo que cubrió su rostro. Él sostuvo su mirada todo el tiempo en que se desabrochó los shorts y los pateó a un rincón de su cuarto. Seguía mirándola incluso cuando deslizó sus pulgares por debajo del elástico en su ropa interior y se la quitó. La única diferencia fue la sonrisa que se había convertido en una satisfecha para entonces.

Bella quería apartar la mirada desesperadamente y mirarlo por completo, pero no se rindió. No quería ser la primera en ceder bajo presión en esta tonta competencia. Cruzó los brazos para quitarse la blusa, pero Edward la detuvo.

—Permíteme —dijo él, repitiendo el pedido que ella había hecho la noche anterior. Él se quitó la camisa y la colocó cuidadosamente en su vestidor. Con una expresión de exagerada concentración, él bajó el cierre de sus shorts, y entonces los sostuvo así ella podía quitárselos.

Ella se estremeció ante el frío del cuarto.

—¿Tienes frío? —preguntó él, preocupado.

—Un poco. Aunque se siente un poco bien, después de tener calor todo el día. Frotó sus manos por sus brazos—. Estoy tan pegajosa.

—Entonces deberíamos meterte en la ducha ahora. —Él desabrochó su sostén y se lo removió, dejándolo con su blusa. Sus ojos permanecían en los de ella, incluso cuando deslizaba sus bragas por sus piernas. Ella se las quitó y las lanzó cerca de los shorts de él.

—¿Puedo estar a cargo de lavarte? —preguntó Bella. Ella quería sonar sexy, pero de alguna manera su voz sonó seria. Edward creía que no podía ser más erótico si ella se se lo hubiera demandado. El honesto goce de ella de su cuerpo era una dulce dicha.

—Puedes hacer lo que quieras, nena. —Toma mi corazón.

Tomando su mano de nuevo, él los llevó hacia el baño. Los músculos en su parte trasera se movían, tensos y precisos, con cada paso. Ella casi lamentaba que el apartamento fuera tan pequeño y solo tardaran meros segundos para ir de un cuarto a otro.

Él abrió la puerta para la ducha y se estiró para abrir el agua.

—¿Esta temperatura está bien?

—Está bien. —Va a hacer más calor aquí sin importar qué.

Ella se encontraba de espaldas al agua, mirando a Edward, quien se inclinó por detrás de ella y tomó el jabón del estante de la ducha.

—Voltéate —dijo él, su voz un susurro ronco sobre el siseo del agua.

Una vez que ella lo había hecho, sostuvo los brazos de ella extendidos, lejos de su cuerpo. Masajeó sus manos y enlazó sus dedos con los suyos, sujetándolos mientras su boca buscaba su cuello, besando y mordisqueando suavemente a lo largo de una pequeña parte de su piel. Soltó sus dedos y los deslizó por sus brazos, dejando un camino de burbujas de jabón. Finalmente llegó a sus pechos, maravillándose de cómo se sentían en sus manos. Él cubrió su piel resbaladiza, su tacto intensificándose con cada movimiento alrededor de sus duros pezones.

Bella gimió, perdida en la sensualidad del agua, la suave espuma, y las manos de Edward.

—Eres muy riguroso —masculló ella.

—Quiero asegurarme de que estés limpia. Y que lo disfrutes.

Ella podía escuchar la sonrisa en su voz.

Él deslizó sus manos hacia abajo, abajo, pasando por su vientre, alrededor de su trasero y piernas, y entonces entre ellas, reduciendo la velocidad mientras aumentaba el ardor que Bella sentía allí. Como un provocador, él deslizó su mano entre sus piernas sin permanecer, volteándola lentamente hasta que estuviera enjuagada. Edward se agachó para lavar sus piernas, enjabonando placenteramente sus muslos y pantorrillas. Bella se sobresaltó al sentir su boca en su espalda baja. Estaba besándola ferviente pero lentamente, dejando un camino abrasador mientras se movía de cadera a cadera, izquierda a derecha, a lo largo de la parte superior de su trasero.

Una vez que él terminó y las piernas de Bella estaban enjuagadas, ella tomó el jabón y volteó hacia él.

—Mi turno.

Ella repitió el proceso con él casi exactamente. Mientras enjabonaba su pecho y sus brazos, esquivó su mirada; no fue hasta que sus dedos se movieron al sur de su vientre que ella lo miró a los ojos mientras lo sujetaba, acariciando y girando sus manos a su alrededor.

La boca de él se abrió y soltó un suspiro profundo mientras su cabeza caía hacia adelante. Bella obtuvo una pequeña venganza al imitar su provocación, sus manos desapareciendo entre sus piernas para frotar sus pantorrillas y entonces subirlas por sus muslos. Él estaba quieto bajo el agua con la cabeza colgando, y ella frunció el ceño. ¿Pasaba algo? Pasó sus dedos por su cabello empapado, apartándolo de su frente.

—¿Edward?

Él abrió los ojos y su verde intenso cobraron vida con deseo. Sin hablar, la jaló hacia él y la besó, su boca hambrienta y firme. Sus manos recorrieron su cuerpo, moviéndose hacia su espalda y siguiendo las gotas de agua, alcanzando su trasero y volviendo a subir para sujetar sus pechos.

—Mierda. No puedo esperar más —dijo él, tomándola en sus brazos y colocándola contra la pared de la ducha. Con un suspiro profundo, entró en ella, y Bella arqueó su espalda ligeramente, respondiendo pronunciando su nombre.

Ella intentaba moverse en sincronía con él, queriendo encontrarse con sus embestidas sin zafarse de su agarre. La bañera era del estilo de los sesenta—no muy grande, y con solo un pequeño borde a su alrededor. Bella bajó sus piernas e intentó balancearse sobre sus dedos a lo largo de la orilla trasera pero solo tenía unos centímetros para moverse, y sus pies no dejaban de resbalarse. Parecía que estaba pedaleando en el borde de la bañera, tratando de conseguir un poco de impulso y no teniendo mucha suerte con eso.

—Diablos —masculló Edward. Él se había salido de ella, para su propia irritación. Sus manos fueron a su trasero y la presionó contra la pared de nuevo—. ¿Estás bien? —preguntó, su mirada estudiando su rostro. Él la sostenía con facilidad, pero ella se encontraba de puntitas de pie sobre el borde para mantener el equilibrio. Al menos el agua lo golpeaba en la espalda y ella no estaba siendo rociada en la cara.

—Oh, sí —dijo ella, exhalando fuerte. Envolvió sus manos alrededor de su polla, y él gimió y giró la cabeza como si estuviera floja en su cuello mientras ella lo posicionaba de vuelta. Presionó en ella de vuelta, la sensación deliciosa en todas partes menos su espalda, la cual chocaba contra la pared cada vez que él embestía.

Intentaba concentrarse en sentirlo dentro de ella, pero estaba muy segura que su ritmo fracturaría su columna en unos minutos. La cabeza de Edward se encontraba contra su cuello; ella tenía sus brazos rodeándolo por debajo de los suyos y se sujetaba a sus hombros como si se le fuera la vida en ello. Probablemente no quedara mucho… Dios, ¿acabo de pensar en eso?

No había un momento que pudiera existir en cualquier dimensión donde ella querría apresurar el sexo con Edward. Para empeorar las cosas, sus pies estaban resbalándose de nuevo. Los presionó contra la pared, sus dedos chocando contra el borde de la bañera, pero no le proveía la estabilidad que ella necesitaba aunque seguía aferrándose a él.

Usó sus manos y pies para encontrar el equilibrio, lo cual casi hizo que Edward perdiera el suyo. Él se enderezó y la miró, confundido, cuando ella se resbaló incluso más. Se separaron por completo en el proceso, y Bella se estremeció ligeramente al sentir la polla de Edward saliéndose de ella por una segunda vez.

La observó mientras intentaba pararse de nuevo y sus rodillas cedían como un potrillo recién nacido en el barro. Ella miró a los ojos Edward con impotencia, y ambos estallaron en carcajadas.

—Lo siento —dijo Bella, entre risitas—. No eres tú, soy yo. Me resbalo cuando estoy mojada.

—Oye, no, no te disculpes. No quiero que estés incómoda. Eh… vamos —dijo él—. Salgamos. —Pero, primero, la volteó así podía echarle un vistazo a su espalda. La piel estaba ligeramente roja a lo largo de su columna. Él maldijo suavemente y dijo—: Demonios, espero que no te salgan moretones.

—Los llevaré con orgullo —dijo ella, sonriendo—. Nadie tiene que saber que usé la palabra de seguridad muy rápido.

Edward rio. Abrió la puerta de la ducha y se estiró para tomar varias toallas que había dejado sobre la encimera cerca del lavabo. Él salió de la ducha y entonces extendió su mano para tomar la suya y la ayudó a salir de la bañera.

—Gracias —dijo Bella, repentinamente sintiéndose un poco tímida de pie allí, desnuda y esperando. Y fría, el aire acondicionado le robaba todo el calor del agua caliente.

Edward atractivamente extendió una gruesa toalla blanca, y Bella se acercó dándose la vuelta. Gentilmente, él la frotó sobre sus hombros y brazos, bajando entonces hacia su torso e incluso sus piernas. Ella observó, sintiéndose caliente de nuevo, mientras él cuidaba de ella, cuidadosamente secando el agua de su fallido experimento Ducha de Momentos Sexys.

Él se estiró por detrás de ella para tomar una bata de toalla que colgaba de un gancho en la puerta.

—Toma. Eso te mantendrá caliente y te secará aún más. —La ayudó a colocársela, y ella levantó el cuello, olfateando. Olía a Edward.

Él rápidamente envolvió una toalla así colgaba torcidamente de su cintura. Bella no podía apartar la mirada de él. Aunque había un gran atractivo en la desnudez, verlo cubierto de cierta manera —ya fuera una sudadera de baloncesto muy suelta o un par de shorts que resaltaba su trasero— era igual de atractivo. Había algo sobre el misterio en ello, quizás porque dejaba expuesta la cantidad suficiente de piel. O, en caso de la toalla que él ahora tenía puesta, era la plana subida de su estómago, particularmente la zona de su ombligo donde el suave vello se intensificaba de camino hacia abajo. Bella creía que podría ser la parte más hermosa del cuerpo de un hombre, particularmente si el hombre en cuestión era Edward.

—Oye, ¿sigues aquí? —le preguntó, divertido.

—¿Qué? Oh. Claro. —Puede que ella también hubiera estado distraída con su erección, la cual seguía a media asta bajo la toalla—. Simplemente necesito peinar mi cabello.

—Te veré en el cuarto. —Él dio un paso adelante y jaló del cinturón de la bata, llevándola hacia él con un movimiento rápido. Sus ojos brillaban con necesidad e impaciencia—. No te tardes.

—No lo haré —susurró ella, cautivada por la repentina apariencia de Edward Salvaje.

—Bien. —Él hizo a un lado la bata y la besó debajo de su clavícula, sus labios y su lengua calientes contra su piel aún húmeda.

Cerró la puerta detrás de él, y Bella desenvolvió la toalla de su cabeza. Mientras la bajaba al suelo, rozó la punta de sus dedos sobre el lugar de su pecho donde los labios de Edward tocaron su piel, no ardiente sino que febril. Su cuerpo sentía su ausencia del muy breve momento que estuvo dentro de él. Todo lo que calmaba el dolor era el saber que él volvería allí pronto.

Por una vez, su cabello largo cooperó y fue capaz de desenredarlo rápidamente, sin muchos nudos. Ella deseaba poder secarlo, pero quería regresar a Edward.

Él estaba parado en su cuarto frente a la mesa de noche, inclinándose mientras sacaba algo de una gaveta. Una vez que la escuchó, él volteó rápidamente y soltó lo que había tenido en las manos. Bella vio dos o tres condones caer sobre la superficie, y se estremeció mientras Edward caminaba lentamente hacia ella. Su deseo se desplegó hasta que creyó que vibraba.

Ella aún tenía puesta la bata. Edward desató el cinturón y la abrió, deslizando sus manos alrededor de su cintura. Las llevó hacia sus hombros, apenas rozando los costados de sus pechos solo para provocarla, antes de apartar la bata y dejar que cayera al suelo en un susurro.

Bella se estremeció a pesar que Edward había ajustado el aire acondicionado y la temperatura en el cuarto había bajado. Él la quería tan cómoda como fuera posible; sus pequeñas caricias —cómo él había anticipado que ella necesitaba— la llenaba más de calor que el aire.

—Voy a comenzar desde lo más alto e iré bajando. —Pero primero, él tomó su mano y la volteó, besando su palma. Sus labios, húmedos y suaves, se movieron hacia su muñeca, donde suavemente lamió su piel. La anticipación provocó que se le erizara la piel.

—Eso no es lo más alto —susurró ella.

—¿Me estás diciendo qué hacer? —preguntó con un tono divertido.

—Nooo… —dijo ella, la palabra arrastrada mientras sus labios ahora acarician su cuello—. Solo señalando que no fuiste donde dijiste.

—Conozco mi geografía, nena —masculló él—. Conozco la tuya también. —Sus palabras terminaron con un susurro mientras sus labios se deslizaban a su pecho, sus besos más demandantes hasta que tomaron su pezón en su boca. Una succión, un mordisqueo, un giro de su lengua una y otra vez, y Bella estaba perdida en sensaciones profundas.

Gentilmente, él plantó besos sobre sus costillas y su vientre, sus manos a los costados de ella para mantenerla quieta. Bella creía saber dónde se dirigía. Jadeó un suave "ah" cuando su boca, impaciente y abierta, se acercaba a la parte superior de sus piernas. Él besó a su alrededor, dándole tiempo para recibirlo allí, antes de bajar aún más y Bella sintió la sorpresa de su lengua caliente contra ella.

Sus ojos se cerraron, y de alguna parte profunda dentro de ella soltó un largo y bajo gemido. Sintió la sonrisa de él contra ella, y su aliento, caliente y pesado.

—¿Esto está bien? —preguntó él suavemente.

—Más que bien. Jodidamente… increíble —dijo ella con voz ronca.

Él se ubicó entre sus labios, su lengua lenta al principio pero mágica y firme. Ella cerró fuertemente sus párpados y soltó un chillido una vez más, y ni siquiera se encontraba a medio camino. Todo dentro de ella estaba debilitándose, suavizándose. Cuando abrió los ojos, ella creyó que se vendría allí mismo al ver a Edward arrodillado frente a ella, al ver su cabello marrón rojizo brillar con la luz, sus ojos cerrados como si estuviera fascinado, y su boca colisionaba contra ella.

Él exploraba no solo para sentir y saborear sino para descubrir lo que ella quería de él. Edward sabía que lo estaba haciendo bien cuando ella se desplomó, plantando sus manos en su espalda para evitar caerse por completo. Respirando pesadamente, lo besó tanto como podía pasando sus hombros.

Él soltó una risita ante su gemido de disgusto cuando él se apartó.

—Llevémoste a la cama —dijo, levantándola y cargándola hacia donde él había apartado las mantas. Se estiró por encima ella, apoyándose sobre sus rodillas, susurrando—. No acabaré hasta que tú acabes.

Una vez más, él marcó un camino de besos por su cuerpo, haciendo una pausa en sus pechos, su vientre, y sus caderas hasta que se ubicó justo dónde Bella deseaba que él regresara. Edward, bendito sea, comenzó de nuevo, soplando aliento caliente en ella, y entonces besando donde había quedado.

—Hermoso —masculló—. Todo de ti. Tan hermoso.

Sus palabras y sus caricias eclipsaban cualquier experiencia como esta que ella hubiera tenido, sus labios y lengua redefinían la intimidad para ella. Reconocía la conexión entre ellos como una más grande que antes, aunque hubiera considerado eso imposible la noche anterior. Sus suspiros y gemidos, suaves pero significativos, dejaban en claro que Edward amaba lo que hacía tanto como ella. Se aferró a las sábanas y se permitió ser aclamada.

—Oh —jadeó, sobrepasada por la fuerza de su orgasmo. Se retorció por unos segundos antes que Edward la calmara, frotando sus manos por sus piernas.

Se deslizó por su cuerpo, susurrando palabras suaves de cariño mientras plantaba sus labios dulcemente por su piel, aquí, allí, y en todas partes. Cuando finalmente se encontró con su mirada, la adoración y el asombro en sus propios ojos —en todo su rostro— casi la hacían llorar. Lo jaló hacia ella y lo besó, firme y por un largo tiempo.

—Te gustó eso, ¿o no? —Sus palabras eran provocativas, pero su tono era suave.

—Oh, por Dios, sí —contestó Bella—. Y te devolveré el favor. Pero ahora —dijo ella, su voz un susurro lleno de necesidad—, te quiero dentro de mí.

Edward cerró los ojos por un momento, sus palabras retumbaban desde su pecho.

—Diablos, nena. —Las palabras de ella eran como un acelerante echado directamente sobre su deseo e impaciencia. Parecía que él había estado esperando todo el día; el concierto y luego sus tambaleos en la ducha fueron un juego previo largo. Esos interludios estuvieron bien mientras duraron, pero era el momento de más.

Ella lo ayudó con el condón, y él se ubicó entre sus piernas, entrando rápidamente. Encontraron su ritmo en un instante. Esta noche, era más rápido e intenso, su necesidad física de estar juntos —de estar conectados— los impulsaba aún más. Él se sentía tan bien dentro de ella, una completitud que era indescribible pero aún así exacta. La llevó al borde una vez más, y con su cabeza enterrada en su cuello, ella no vio la sonrisa de satisfacción iluminar su rostro cuando soltó un grito al correrse de nuevo.

Él levantó la cabeza, besándola en un ritmo lento en contraste a la manera frenética con la que hicieron el amor. Otras emociones además de pasión estaban despertándose, volviéndose innegablemente más fuertes. Ella lo satisfacía, en cuerpo y alma.

Bella lo rodeó con sus piernas con más fuerza cuando sintió su respiración acelerarse. Con un fuerte jadeo, él se tensó, presionó sus labios contra los de ella, sus ojos cerrados con éxtasis.

Mientras él se recuperaba, Edward besaba su cuello y mascullaba palabras de cariño que Bella apenas podía descifrar. Lo abrazó más fuerte una vez más antes de que él se apartara, acostándose sobre su costado para mirarla y acariciar su rostro con sus dedos.

Él trazó su cabello, alrededor de su mejilla, entonces suavemente sobre sus ojos y bajando por su nariz. Edward realmente no sabía lo que estaba haciendo, ni tenía control sobre ello; ahora que ya no se encontraba dentro de ella, sabía que quería seguir tocándola, donde sea, para mantenerlos unidos.

Bella copió sus acciones, sus manos deslizándose por su barbilla, por su cuello y entonces su pecho. Ella deslizó sus dedos por el costado de su cuello, siguiendo el pequeño espacio hacia sus caderas y la parte superior de sus piernas.

Ya sin titubear, sus caricias conservaban una sensación de asombro, exploración y alivio. Pero entonces la mano de Bella encontró el trasero de Edward y se negó a seguir, como si tuviera mente propia.

Era… extraordinario. Ella movió sus manos por su espalda y sobre sus nalgas, disfrutando de la suave piel y firme músculo. Esto era lo más cercano a la perfección en un hombre humano. Los ángeles lloraron. Los poetas soltaron sus bolígrafos. Michelangelo se bajó de su andamio y dijo "¿por qué molestarse?".

—No que no me queje, pero… estás acariciando mi trasero —observó Edward.

—Me gusta —dijo ella distraídamente, aún concentrada en las extraordinarias líneas de su cuerpo—. ¿También puede ser mi trasero?

Él rodó y la jaló sobre él, sujetando su trasero.

—¿Por qué querrías mi trasero cuando tienes uno perfectamente bueno?

—Podemos intercambiar. Mi trasero por el tuyo.

—Hecho. —La besó—. Debería ser claro ya que eres dueña de mi trasero. —Sin perder un segundo, dijo—: Oye, ¿tienes hambre?

Él parecía casi ilusionado, quizás queriendo su permiso para salir de la cama. Bella se dio cuenta que su verdadera pregunta era, "Tengo hambre. ¿Y tú?"

—Claro. ¿Qué tienes en mente?

—Hagamos unas quesadillas.

Bella se rio y sacudió la cabeza. Todo un hombre. Hambriento después del sexo.

—Suena genial.

Él se bajó de la cama y abrió varias gavetas del vestidor, primero sacando una camiseta y entonces un par de pantalones con cordón ajustable. Después de lanzar la camiseta a la cama, se inclinó para colocarse los pantalones y atar el cordón. Bella observó sus movimientos rápidos, fascinada; sus músculos, movimientos y manos hábiles. Esos dedos largos… Puede que estén unidos a él, pero le pertenecían a ella. Ella los quería a su completa disposición. Su boca también, en adición a su trasero.

Ella hurgó en su bolso hasta encontrar una camiseta de tirantes y un par de shorts pijamas. Después de haberse puesto los shorts, se enderezó para ver a Edward caminando hacia ella, esa sonrisa arrogante y despreocupada grande y feliz.

—Ven aquí —dijo él, señalando con sus dedos hacia su camiseta. Se la tendió y él levantó sus brazos, pasando la camiseta por su cabeza y tirando del borde para acomodarla.

—Eres casi tan bueno poniéndome la ropa así como lo eres sacándola —dijo Bella.

—Me gusta más la otra, pero intento ser flexible. —Él silenciosamente admiró el ajuste ceñido, incapaz de resistirse a pasar sus manos por la espalda baja de ella y sobre su trasero—. ¿Lista para cocinar?

Él abrió el refrigerador y comenzó a sacar queso, una cebolla, tortillas, salsa, y varias aceitunas. Dejando todo sobre la encimera, él volteó de nuevo hacia Bella.

—Puedes encargarte del cheddar, ¿cierto?

—Claro. ¿Dónde está el rallador?

Edward señaló la alacena a su izquierda.

—Al final. Se encuentra al fondo, dentro del colador. —Con una sonrisa lenta y segura, él observó como ella se inclinó y se volvió a levantar rápidamente. No había suficiente tela en su camiseta para tapar su trasero, el cual había estado expuesto gracias a sus shorts cortos.

—Hiciste eso a propósito —dijo ella, entrecerrando los ojos.

—¿Y? —Él ni siquiera se molestó en controlar su sonrisa.

Con toda la dignidad que ella podía juntar, Bella se agachó para buscar el rallador.

—Tienes doce años.

—Pero tú no. —Él señaló de manera apreciativa desde sus piernas a su pecho.

No muchos tipos podían hacer eso sin insultarla o ser groseros. Su molesto compañero de trabajo Mike Newton la hubiera sacado de quicio con comentarios como ese. Pero Edward se reía de ella sin menospreciarla. Ella comenzaba a verlo como un tipo de tributo, una voluntad para darle todo tipo de atención que él era capaz de dar. Y mientras que ella pudiera devolverla, seguiría pasando la audición.

—No te preocupes, Oficial. Soy de edad legal —dijo ella, haciéndole cosquillas. Él se dobló y sujetó sus manos. Tiene cosquillas. Qué bueno saberlo.

Mientras que Bella rallaba el queso, Edward salteaba cebolla y preparaba otra sartén para calentar las quesadillas. Ella observó cómo él colocaba el cheddar y hábilmente añadía las cebollas a la tortilla antes de doblarla y colocarla en la sartén. Preparó una segunda para Bella, sin cebolla. Él había puesto un poco de música, y la letra de una canción del álbum "Gru Grux King" de Dave Matthews llenaba la cocina.

Bella tomó varios platos de otra alacena. Saber dónde se encontraban sin tener que preguntar la hacía sentirse incluso más como en casa. Edward sacó varias botellas de cerveza del refrigerador y las colocó sobre la mesa antes de que se sentaran.

Después de varios bocados, Edward habló con cuidado.

—¿Estás bien con lo que pasó con Tanya? Quiero decir, ¿quieres hablar más de eso?

—Supongo. Claro. —contestó Bella, sorprendida. Lo miró con sinceridad—. ¿Y tú?

Él se encogió de hombros.

—Simplemente me preguntaba si seguía molestándote.

Ella inhaló profundamente y dejó su comida de vuelta en el plato.

—Definitivamente me tomó por sorpresa. Y fue un poco raro que sucediera la mañana después de nuestra primera vez juntos. —Bella lo miró por el rabillo del ojo para ver si lo entendía.

—¿Sabes? No lo miro de esa manera. —Él jugó con su cuchillo distraídamente—. Mientras más pienso en ello, más me doy cuenta de que estoy feliz de que la viéramos esta mañana. Me hizo ver más que nunca que tomé la decisión correcta al terminar con ella. Me dio tiempo a solas, lo cual necesitaba, así estaba listo cuando te conocí. —La miró atentamente, obligándola a que entendiera lo que quería decir—. Te esperé por mucho tiempo. Ahora sé que estaba esperando incluso cuando estaba con Tanya. —Bella se ablandó con sus palabras, derritiéndose de una manera que no tenía nada que ver con el calor de la estufa.

—Valió la pena cada segundo que pasé solo. Si no hubiera tenido ese tiempo, cuando te conocí podría haber estado… —Su voz se apagó, y Bella volteó a mirarlo—. No lo sé. No me hubiera ido realmente bien al pasar de una mujer a otra. —Edward bajó la mirada casi confundido por un momento, tratando de encontrar las palabras correctas.

Bella acarició su mejilla.

—Sé a lo que te refieres. Simplemente es más fácil poner en orden tu vida cuando estás solo por un tiempo. Te ayuda a pensar con más claridad sobre lo que quieres o no quieres.

La expresión de él se relajó.

—Exactamente.

—Ella debió haber estado muy molesta —masculló Bella.

—Lo estuvo —concordó Edward—. Pero sabía que tenía que hacerlo. Era lo justo. —Sus ojos verdes eran mucho más serios de lo usual—. Sabía que no podría encontrar lo que realmente necesitaba si me conformaba con menos.

—¿Y ahora? —dijo ella, su voz lo suficientemente alta para que él escuchara.

—Ahora no necesito más tiempo solo. Ahora te tengo a ti.

Ella comió un bocado de su quesadilla, dándose tiempo para pensar antes de hablar.

—Jamás lo hubiera creído, pero ahora estoy contenta de que mi exnovio rompiera conmigo. Por la misma razón que tú dijiste: puede que no haya estado en el lugar correcto de otra manera.

Edward la miró con renovado interés. Al fin. El ex.

—¿Qué pasó?

—Aún no estoy completamente segura —dijo ella con una pequeña risita—. Estuvimos juntos poco más de un año, y entonces un día él dijo que ya no estaba funcionando para él. —Se encogió de hombros—. Creo que él había encontrado a alguien más. Poco después de terminar, lo vi con otra chica. Mujer. Como sea.

—¿Comenzó a salir con ella antes de decirte? —Edward hizo una bola con la servilleta en su mano. Odiaba a los mentirosos, y sin conocer al hombre en cuestión, estaba listo para estrangularlo por su falta de respeto con Bella.

—No pregunté —confesó ella—. Estaba bastante devastada.

—Te merecías algo mejor que eso —dijo Edward firmemente—. Él suena como una gallina, un cobarde.

—Quizás —ella permitió—. Su rechazo fue muy duro para mí. Jamás dejé de pensar que quizás él hizo lo mejor al romper conmigo porque no éramos los indicados para el otro. Me llevó un tiempo descifrar eso.

Cuando finalmente se encontró con los ojos de Edward de nuevo, ella vio la comprensión en ellos, y empatía pero no lástima.

—Por lo que conozco de ti ya, puedo ver eso. Puedo entender el sentirse de esa manera. Pero, ya sabes, no fuiste tú. No fue nada que hiciste o no hiciste. Él no apreció todo lo que tienes para ofrecer. Jamás comprenderé cómo el tipo pudo pensar así. Asumo que es un idiota. —Él apartó la mirada por un momento—. Lamento que tuvieras que pasar por eso, pero estoy contento de que esté fuera de tu vida.

Bella asintió.

—También yo. Estoy mucho mejor. No lo sabía en ese momento, pero él me hizo un favor. No puedo imaginarme estando aún con él. —Especialmente ahora.

Ella frunció el ceño ligeramente, sus palabras saliendo de manera pensativa.

—A veces, siento que estaba corriendo para alcanzarlo, como si él creía que era mejor que yo de una manera que lo ponía a la delantera, y yo tenía que llegar a su nivel. No creo que podría ser yo misma por completo con él.

Él sostuvo su mano.

—Jamás te tomaré por sentado —dijo él firmemente—. Conozco lo suficiente de ti ya para ver lo que traes a mi vida.

—Me he sentido mejor contigo en dos semanas de lo que con Peter en más de un año. —Bella le sonrió, pero sus ojos tenían una emoción más fuerte—. Ya recuerdas que no me gustan las cebollas.

Los suaves rasgueos de la guitarra de Dave Matthews endulzaban el aire, y "You and Me" traía el último tema para su noche. Cuando Edward levantó su mano y besó la punta de sus dedos, el contacto lo llevó a una visión del futuro que se encontraba a años de distancia, quizás décadas; donde él y Bella eran mayores pero aún se encontraban frente a una mesa, comiendo y bebiendo. Aún hablando, y más que todo, aún juntos.

You and I, we're not tied to the ground

Not falling but rising like rolling around

Eyes closed above the rooftops

Eyes closed, we're gonna spin through the stars

You and me together, we could do anything, baby

You and me together, yes, yes