—Ya fui a ver —dijo Kotetsu, en referencia al jardín y el onsen.

—¿Y? —preguntaron los otros dos con una taza humeante de caldo de pollo en conserva brik puesta entre las manos.

—Nada, no hay nada en el jardín, nada fuera de lugar, pero en el onsen…

La mujer seguía recostada, flotando plácidamente mientras su pelo libre de la toalla se esparcía como un monstruo amorfo color plata que esperaba su siguiente víctima.

—Aoba, sabías que estaba prohibido usarlo.

—¿Eh?

—No me vengas con eso, la caldera del onsen estaba encendida.

Y he ahí el oscuro secreto del onsen: no era natural. Una verdadera ofensa para la gente adinerada que lo primero que hacía al tener fortuna suficiente era comprarse una propiedad con aguas termales privadas, y el Daimyō del País del Fuego no tenía. Pero eso pocos lo sabían, les bastaba poder estar en agua que alcanzaba los cuarenta grados mientras el resto del mundo se congelaba.

—¡No! ¡Yo no fui!

—¿Casualmente estaba encendida cuando entraste? —preguntó Kotetsu seriamente.

Aoba se quedó callado. Sí, estaba casualmente encendida cuando llegó.

"Pedazo de mierda, ven aquí"

El jōnin dio un respingo y se puso de pie ante la aún severa mirada del chūnin, sin decir nada, dejó el lugar, realmente odiaba sentirse envuelto en la brumosa sensación que se desplegaba cuando Kotetsu lo reñía por cualquier cosa.

.

La habitación que se les había asignado era compartida, vagamente cómoda pero sinceramente la comida compensaba el resto. Aoba fue directo al cuarto de baño para lavarse los dientes tras haber terminado su taza de sopa y un emparedado de queso.

Se retiró las gafas, sacó un rollito de hilo dental de su bolsa, cortó un tramo y procedió a la limpieza bucal rutinaria mirando su imagen en el espejo, incluso para él era extraño verse sin lentes, más aún sin banda, casi no se reconocía… miró con más atención…

¡No se reconocía porque no era él!

Se movió violentamente hacia atrás, pero los azulejos del baño parecieron esfumarse dejándolo solo en un entorno brumoso y oscuro. Escuchó el viento romperse, como cuando alguien golpea hacia la nada con fuerza, agachó la cabeza al sentir que la perdería víctima de un fuerte golpe acertado por un martillo, o lo que parecía serlo, si había algo que no tenía la costumbre de hacer, era fijarse con qué lo matarían, más bien se enfocaba exclusivamente en conseguir que no lo lograran.

Levantó la vista para ubicar a su agresor sacando un kunai de su bolsillo, pero solo vio difusamente el cuarto de baño nuevamente.

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Luego de un rato, Kotetsu terminó pateando la puerta.

"Es tan estúpido que es capaz de ahogarse lavándose la cara."

Aoba estaba en el piso con el cepillo de dientes en la mano como si fuera un kunai listo para la defensa, Izumo entró detrás con una botella de alcohol y un ventilador por si acaso la suposición de que se había ahogado era cierta. Lo sacudieron un par de veces, pero parecía no responder, sus pupilas se movían bruscamente de un lado a otro haciéndolas casi desaparecer tras sus cuencas.

"Solo quiere acaparar atención."

Kotetsu rastreó de manera rápida los alrededores, no había señales de que le hubieran desplegado ninguna técnica de infiltración.

—¿Estás bien? —preguntó Izumo cuando finalmente el otro parecía entrar en sí, ayudándolo a incorporarse.

—Eh… sí, sí, me di contra el espejo cuando me levanté del lavamanos para secarme la cara —mintió Aoba, frotándose un golpe imaginario.

"¿Cómo semejante imbécil puede ser jōnin?"

Kotetsu carraspeó.

—Déjalo Izumo, solo quiere que me olvide de que desobedeció la orden de no usar el onsen.

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—Pásame el aderezo —solicitó Kotetsu.

Izumo se lo pasó.

—Aoba-san no llegó a tener fiebre, pero quizás no sea bueno que salga, iré yo a hacer el rondín fuera. ¿Te quedas en la caldera? —preguntó seriamente.

Desde lo ocurrido la primera vez en las aguas termales habían pasado un par de semanas, ya las nevadas hacían crujir la mampostería de madera y se habían hecho casi rutinarias las crisis de Aoba, alucinaciones severas en su mayoría. Kotetsu por su parte, juraba que no había nada ni nadie, pero las marcas moradas en el cuello del jōnin contrariaban esa afirmación.

—Como todos los días —respondió luego de un rato, ya en conocimiento de que el control de las calderas estaba a su casi completa responsabilidad luego de oponerse firmemente a que Aoba lo hiciera.

No querían explotar de vuelta a Konoha.

—Ya es fin de mes, en el despacho están los reportes de Aoba y mío, falta que redactes el tuyo.

—Sí, ya sé.

Un momento de silencio incómodo hizo acto de presencia. Izumo se removió incómodo en su silla.

—Se me olvidó anexar en el mío, pero ¿Podrías preguntar si pueden mandar un equipo de apoyo? ¿Un médico cuando menos? La condición de Aoba me preocupa y…

—¡Y nada! —gritó el otro, golpeando la mesa —¡No voy a verme como un maricón cobarde! ¡No hay nada en esta casa, solo que ese imbécil exagera!

—Él es el líder de esta misión.

Kotetsu le dirigió una mirada cargada de tal odio, que su compañero sintió perfectamente la real intención asesina, por lo que no dijo nada más. Se había exaltado de sobremanera dejando los palillos sobre la mesa con fuerza innecesaria.

Izumo lo miró, se estaba impacientando más de lo usual. Puso atención a la banda que le cubría la nariz y parte de las mejillas, estaba sucia y desgastada, había empezado a rascarse nuevamente, una manía que tendía a hacer cuando se ponía nervioso de la misma manera en que alguien se truena los nudillos o choca los dedos. Hacía eso desde lo ocurrido con su compañera de equipo, razón original de la cinta que se puso en cuanto se desgarró la piel.

Y ni hablar de la manía por mascar cierta droga para cortar resacas, inventada por la legendaria Tsunade cuando sus facciones juveniles eran verdaderas. En realidad, se trataba de un fármaco recetado para víctimas de genjutsu que presentaban alguna secuela postraumática.

O en el caso de Kotetsu, para calmar el rezago de días malos.

Tal vez, y solo quizás, el consejo no se habría molestado por el incidente del ninja con maxilar y brazo roto si el herido no hubiera sido el nieto de Koharu Utatane, la anciana consejera, un muchacho de buena pinta, buena familia, desempeño más que aceptable, menos que impresionante, con el único defecto de tartamudeo. Situación que acarreaba bromas de todo tipo y de la que Kotetsu llegaba a abusar.

En lo personal, Izumo tampoco beatificaba al herido, no después de lo sucedido en el bar aquella noche. El chico se las había ingeniado para una venganza que no implicara hablar y ponerse en ridículo, era joven, casi recién graduado y susceptible a las mofas, así que usando su posición, o mejor dicho, la de su abuela, consiguió el expediente de Kotetsu encontrando el error más aparatoso que cualquier ninja pudo haber cometido, sacó una copia repartiendo más duplicados entre propios y conocidos, entre ellos los familiares de quien fuera su compañera de equipo y a quienes por ser civiles solo les fue notificado que su hija "había caído en batalla".

Tsunade hizo lo posible para que no fueran suspendidos, con el sueldo de mensajería no podrían costearse una temporada sin sueldo asegurado. Por eso terminaron en la puerta, el único sitio donde el consejo no refutó su permanencia con la garantía de que vieran cómo el joven sería jōnin y ellos solo recepcionistas.

Pero, pese a todo, Koharu Utatane más que la agresión a su nieto, enfatizó que la diferencia de rangos que marcaba un abuso evidente, y había argumentado profesionalmente con el hecho de que la familia civil se hubiera enterado de semejante vergüenza, pero en ese caso Izumo no le veía la lógica, y lo expresó:

"¿No es acaso que su nieto fue quien liberó el expediente?"

"No fue mi nieto quien realizó el acto."

El perdón y el olvido, dos formas distintas de aliviar un alma que no se les permitieron.

Izumo no era imbécil, Kotetsu las había estado consumiendo paulatinamente como caramelos que relajaban su frustración por el puesto inaugurado en su honor. Porque hasta antes de ese incidente, no había vigilante en la puerta, aunque había luchado por dejarlo.

Hizo cuentas mentales. ¿Cuánto tiempo tenía que no las tomaba? ¿Un año?

Suspiró pesadamente, mirando al otro retirarse a las calderas que era el sitio en donde se le encontraba la mayor parte del tiempo, revisando polvosos recortes de periódico que se había vuelto su recurrente pasatiempo, ya ni siquiera le insistía con lo del shōgi, la obsesión por enseñarle a jugar se apagaba como las conversaciones durante la cena.

Se puso de pie, tomó su capa para salir y empezó con la ronda exterior.

.

Kotetsu había bajado al sótano para aminorar la presión de la caldera del lado oeste elevando la del este que era la que tocaba. Hizo el juego correspondiente de manivelas y llaves, se suponía que esperaría unos momentos a que todo marcara como se debía para luego retirarse a revisar si alguna alimaña había caído en las trampas.

Se suponía…

Siguiendo un impulso, desde la primera vez que bajó, en lugar de subir al terminar su trabajo con los termostatos, había tomado su linterna, decidido a echar un vistazo a los periódicos viejos. El olor del papel podrido le resultó bastante familiar, había trabajado tanto tiempo en ese ambiente que se había acostumbrado a tal grado que ni el olor ni el polvo parecían afectarlo. Sacó una pastilla más para que el agrio polvo blanco le llenara la boca y le ayudara a concentrarse.

Se sentía fascinado por esa elemental sensación del transcurrir histórico que cualquiera tiene al echar un vistazo a las noticias de diez o veinte años atrás, pero potencializado a siglos enteros de azarosas suertes de la casona donde grandes políticos habían tocado temas que tan solo podía imaginarse.

Había un libro en particular con recortes de noticias amarillistas, no estaba el nombre del compilador en ninguna parte, pero los hechos descritos sobre los escándalos de muertes y tragedias le llenaban la cabeza con escenas que le hubiera encantado ver.

¿Qué lúgubre parte de su mente decía eso?

A decir verdad, él sabía de muchas escenas importantes ocurridas en ese sitio por las clases de historia en la academia, años atrás, pero de recibir la información de boca del ninja más viejo de todos los tiempos, a vivirla, había un largo trecho de sádica curiosidad.

Claro, la academia, la escuela que nunca terminó con propiedad por convertirse en un efectivo de guerra.

¡¿Y todo para qué?! ¡Para terminar en un puesto imaginario con un salario más ilusorio!

Para cuando se dio cuenta, habían pasado casi dos horas, estaba lleno de polvo y la banda sobre su nariz se volvía cada vez más negra por la suciedad de la mano que buscaba rascarla y terminaba frustradamente en alguna mejilla enrojeciéndola un momento.

.

Aoba miraba el techo de la habitación, tratando de ignorar con todas sus fuerzas la gritadera que escuchaba.

"Perro infeliz, ven acá."

"Te voy a demostrar quién merecer ascender"

Se frotó las sienes buscando aminorar la sensación de un martillo volándole la cabeza cada par de minutos, y entre los ecos de las voces que lo atormentaban la palabra que había descubierto se paseaba fantasmagóricamente entre las escenas de un infierno latente.

"Cuidado."

"Pedazo de mierda no mereces llamarte ninja."

"Cuidado"

"Cuidado."

¿Qué significaba?

Maldijo ante su total falta de capacidad para afrontar lo que ocurría, estaba aterrado, los tres habían revisado a conciencia cada rincón de la casa y no había rastros de absolutamente nadie. Resultaba perturbador saber que, si la broma se las jugaba un ninja de nivel superior al suyo, era precisamente una broma, que el maldito no revelaba su presencia y les asesinaba, en cambio solo esperaba a ver cómo se desquiciaban.

"Volverse loco…"

Esa era otra opción, finalmente había tocado el límite de su cordura desde que comprendió la inusual habilidad que tenía.

Aoba no pertenecía a ningún clan ninja de larga trascendencia, podría remontarse la historia del mismo a la graduación de su padre y nadie más en la familia, pero ni siquiera aquel hombre bonachón, muerto durante el ataque del zorro de las nueve colas, podía decir que tenía ese inusitado… "resplandor" que era como Jiraiya lo llamaba, el otro portador que conocía con dicha peculiaridad.

Tendría unos dos años cuando supo que su madre se había casado con su padre solo porque estaba embarazada, y eso era un secreto del que ninguno hablaba. Aun así, él lo sabía, la había "escuchado pensar" sobre eso una tarde mientras le limpiaba la cara luego de comerse un chocolate.

Recurrentemente pensaba ella en la palabra "divorcio" y aunque en su momento no supo lo que era, presentía que era malo, y rehuía de escuchar cuando la palabra aparecía, así como procuraba no recibir a su padre cuando regresaba de misión porque todo en él era oscuro y turbio.

Conoció a Jiraiya poco antes de que este se fuera de la aldea por el periodo más largo, casi enseguida de que Orochimaru partiera también. Pero solo consiguió una breve charla, curiosidad por parte del sannin más que nada.

Resplandor…

Saber cómo se siente alguien sin que te lo diga, escuchar su alma más que su pensamiento, presentir el curso de sus decisiones.

—Personalmente — había dicho el ermitaño —. Nada que te sirva mucho para una batalla porque estas son rápidas, pero muy bueno para otras cosas…

Como el niño que era, le miró expectante, a la espera de que le confirmara que podría ser algo importante y no el síntoma de una inminente pérdida de la cabeza como había creído un tiempo ya que su madre le había dicho que no era posible que tuviera algún poder ya que no tenía técnica de línea sucesora un clan que acababa de formarse.

—Para conversar con hermosas mujeres por ejemplo ¡Ellas adoran que adivines lo que sienten!

En ese momento estuvo completamente lejos de entender a lo que el hombre se refería. Si bien consiguió acomodarse bastante bien dentro de la división de investigación junto con algunos prominentes Yamanaka, que se mostraron bastante curiosos respecto a su habilidad para irrumpir en los pensamientos de las personas, al menos de manera parcial.

"¡Perro infeliz deja que te alcance! ¡Ven! ¡Ven acá!"

Aoba soltó un débil gemido.

.

Izumo tiritaba de frío, casi nueve horas afuera y lo único que había conseguido era un nombre, y ni siquiera algo como tal, más bien un apodo que no quería experimentar en persona la razón del mismo: Pain.

Una palabra sin rostro ni forma, tal vez algún código.

Lo único que quería era un café caliente, un emparedado de queso fundido, un huevo cocido y una ración de arroz. Fue directo a la cocina y abrió la llave del gas para encender la estufa para también poner las manos al fuego mientras lo demás estaba listo. Había olvidado los guantes y pagaba las consecuencias.

Dio un leve respingo al escuchar un ruido, apagó la flama que hervía el agua para el café y aguzó el oído no pudiendo evitar arrugar la frente.

Eran como graznidos…

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Permanecía sentado en la mullida silla del despacho principal de la casa con un bolígrafo en la mano y varias hojas de papel en blanco sobre el escritorio de ébano a la espera de llenar el informe que debería mandar a Konoha.

"¿Podrías preguntar si pueden mandar un equipo de apoyo? ¿Un médico cuando menos? La condición de Aoba me preocupa y…"

La furia tensaba su mano y le imposibilitaba para escribir.

¿Acaso no confiaba en que pudieran terminar la misión exitosamente? ¿No se creía con las habilidades necesarias? ¿No creía que él pudiera hacer algo?

—Cabrón — escupió.

Luego de tantos años no consideraba que una oportunidad como la que tenían ahora fuera a presentarse dos veces. Si Izumo quería, podía ser chūnin toda su puta vida, pero él no, no sería tan mediocre como para resignarse a la puerta el resto de sus días.

El águila mensajera azuzaba sus plumas a la espera de que se pusiera en su pata el mensaje a llevar.

Kotetsu dirigió una mirada al ave, esta inclinó un poco la cabeza.

"¿Vas a ser tan cobarde como para mandar ese ridículo mensaje de ayuda?"

—¿Me lo dices a mí? —chilló el otro apretando con más fuerza su instrumento de escritura, el ave volvió a girarse poniendo atención a su plumaje, enajenada de lo que ocurría solo emitió un pequeño ruido.

"¿Vas a hacer lo que te diga? ¿Te vas a rendir ahora que es tu oportunidad de mostrar tu valía como ninja? ¡Qué poco hombre!"

—¡No! ¡No me rendiré! — estalló —¡No volveré a ese maldito sitio como un perdedor!

El bolígrafo, agrietado por la fuerza con que había sido sujeto, cayó con furia sobre el animal. La crianza de este le pudo dar segundos para apartarse del impacto que hizo crujir la madera, voló sobre la sala queriéndose poner en un sitio apartado del desequilibrado hombre, pero se trataba de un lugar cerrado.

Pesadamente, Kotetsu se puso en pie, estaba mareado, asqueado, cansado y con una sensación adormilada en el cerebro. Se llevó las manos al rostro y casi de manera inconsciente vagó a tientas por los pasillos de la casa.

Pronto llegó al salón principal.

Las largas mesas estaban cubiertas por sábanas blancas. Aquel sitio en particular era el único que desencajaba radicalmente con la temática del resto de la construcción, desde su mobiliario hasta su decoración en general, junto con el gran reloj de péndulo y el bar.

—¿Qué hice? — se preguntó a sí mismo —. Aoba podría estar mal de verdad…

—Yo creo que has hecho lo correcto.

Levantó la mirada girando para encontrarse con un hombre de mediana edad, una fina barba cubría su afilado mentón, tez clara y ojos oscuros a juego con el pelo corto, ligeramente hacia arriba. Lo único que no parecía hacer combinación era el tono pardo de la barba.

—Tú…

—Hagane-sama —se refirió aquél extraño usando su apellido y un honorífico que ni en sueños se había imaginado que pondrían con él —. Ha sido tediosa la espera, pero realmente me da gusto saber que finalmente cumple con su deber, Kage-sama estará complacido

—Yo…

—Su compañero es algo molesto, la preocupación que siente solo es propio de las mujeres.

—Sí, a veces le pasa, se porta como la mamá de los pollitos —agregó Kotetsu, metiendo las manos a los bolsillos de su pantalón y ladeando el rostro en lo que armaba el rompecabezas de lo que pasaba, disimulando ante la risa coqueta de un par de damas al otro lado y el barbullo de un grupo que parecía reír de una buena anécdota.

—¿Hagane-sama no puede ponerlo en su lugar? Lo mismo para el otro que es más como un chiquillo.

—¿Aoba? Ese pobre diablo, realmente me pregunto si no lo habrán golpeado mucho de niño.

—Una mujer preocupada y un niño asustado —dijo el desconocido, moviendo la cabeza a modo de negación—. Hagane-sama, como el único hombre que hay, debe poner las cosas a marchar como deben, reprenderles severamente cuando cuestionen su autoridad.

—Ganas no me faltan.

—¿Y por qué se abstiene?

—Él es… el líder…— repitió con amargura.

—Mis chūnin decían que yo no servía para líder.

Kotetsu abrió los ojos lo más que pudo y por dos segundos pareció cobrar sentido de la realidad.

—¡Tú! ¡Eres el Jōnin que mandó Tsunade-sama! ¡El que mató a su equipo y se suicidó! —exclamó alterado, el otro apenas hizo un gesto.

—Yo les demostré quién era el líder, y no dejé dudas al respecto.

Antes de que la conversación pudiera avanzar en algo más, la puerta de madera se abrió de par en par, desvaneciendo a todos los invitados que socializaban en el salón, las damas y sus amplios vestidos se esfumaron junto con la música y el bullicio propio de una grata noche.

Se trataba de Izumo, sostenía una taza de café en una mano, de la cual, más de la mitad ya se había caído entre sus movimientos.

—¡Kotetsu! — le llamó alterado —¡Las aves mensajeras!

Lo que había aterrado a Izumo era que su única comunicación con el exterior yacía despedazada sobre la alfombra bermellón del despacho. Se detuvo en seco mirando la sangre en las manos y rostro de su compañero que lucía desencajado, mirándole como un demonio embravecido.

—Kotetsu —volvió a llamar, empezando a buscar cualquier anomalía que le indicara que ese no era su amigo.

—Te voy a enseñar quién es el líder —le dijo con la voz hueca y cavernosa lanzándose contra él…

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Izumo se aferró a la silla, tensándose con fuerza cuando Aoba le pasó el desinfectante por la herida del ojo. La apertura alcanzaba unos cuatro centímetros y sangraba profusamente.

—Estas heridas siempre son aparatosas, pero apenas te abrió la capa externa de piel —dijo el jōnin, colocando la gasa y empezando a pegar los vendoletes.

Un incómodo silencio se había formado desde que Aoba, atraído por un ruido que escuchó, fue directo al salón donde sin temor a equivocarse, Kotetsu pretendía cuando menos romperle las piernas a quien suponía ser su compañero de misión. Con algo de trabajo consiguió sacárselo de encima y someterlo, dejando un desorden digno de escena de crimen por el único golpe que Kotetsu había conseguido acertar, manchando el papel tapiz con la sangre de Izumo.

Luego de un breve intercambio de golpes, finalmente consiguieron atarle y encerrarlo en la despensa, un sitio aislado con comida suficiente para que pudiera estar bien un rato en lo que resolvían el plan a seguir. Usaron todos los sellos que conocían para evitar su fuga y mientras el viento arreciaba contra la construcción sepultando la casa bajo la nieve, los dos ninjas de Konoha solo meditaban lo ocurrido.

—No tiene lógica lo que dijo Shizune, no tenemos más de cinco meses aquí, no pudo haberse hastiado tan pronto —opinó Izumo, moviéndose hasta la puerta de su habitación sin animarse a abrirla, solo pegando el oído para escuchar con claridad el escándalo que armaba el otro desde su improvisada celda, profiriendo todo tipo de maldiciones hacia su persona.

Aoba lo miró aún con los lentes oscuros, que no se quitaba pese a que ya estaba entrada la noche y estaban en un interior.

—No es él —le dijo suavemente de tal forma que hasta las paredes habrían tenido problemas para escucharlo.

—¿Disculpa?

—Es la casa…

Izumo se llevó una mano a la frente apartando un poco su cabello.

—No juegues conmigo, tenemos que pensar. ¿Podríamos llegar al pueblo para mandar un mensaje a Konoha?

El viento sacudiendo con fuerza la estructura de madera pareció responder con una negativa la pregunta formulada, intensificando también, la ferocidad de la nevada.

—Es en serio, está usando la frustración de Kotetsu para controlarlo.

—Una casa… es solo una casa, lo más seguro es que nos hayan descubierto en la frontera.

—¿Por qué simplemente no nos matan? Tienen ventaja numérica —preguntó el jōnin queriendo evidenciar la falta de fortaleza en su argumento.

Izumo levantó el rostro y volvió a pegar la oreja en la puerta.

—Aoba-san — dijo en voz baja —. Ya no se oye nada

El jōnin se incorporó e imitó a su compañero con respecto a la puerta.

—¿Se habrá quedado dormido?

—Voy a ver…

No le discutió, la preocupación que sentía por Kotetsu era comprensible, y de hecho en esos cinco meses había sentido algo de celos, por llamar de algún modo al sentimiento que le daba cuando se quedaba fuera de contexto en sus conversaciones, llenas de chistes locales y anécdotas personales.

Había momentos en los que se sentía tímido, como si sobrara en aquel sitio, y si bien le habían hecho notar en su cara que era por ciertas referencias humillantes que cuestionaban su sentido común, y tenían la educación de incluirlo en la medida de lo posible, era ya inminente que esos dos parecían estar en un mundo aparte.

"Culpa de su puesto"

Desde que estaban a cargo de la guardia en la puerta principal su tiempo libre para socializar se había reducido dramáticamente hasta limitarse únicamente a las interacciones momentáneas con quien entraba o salía.

Izumo dejó la habitación, con todo el arte ninja del sigilo que pudo lograr, recorrió el pasillo y llegó hasta las escaleras tratando de estar alerta al mínimo ruido que indicara que, en el peor de los casos y en un nuevo arranque de furia incontenida, hubiera podido escapar.

Tragó grueso sintiendo un escalofrío en su espalda, escuchaba... voces.

Kotetsu no estaba solo.


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