La alacena no tenía ni una sola ventana, ya se había cansado de golpear y gritar para que lo dejaran ir. Se recargó contra la puerta sentado en el piso con la última envoltura metálica de Axedrina apretada en las manos.

—¿Hagane-sama?

Kotetsu se puso de pie rápidamente girándose, queriendo imaginar al ninja del otro lado de la puerta.

—Sácame de aquí —le dijo con la voz rasposa.

—Esto ha sido una decepción, definitivamente usted no tiene más del nivel chūnin, le falta tanto para ser líder de una misión —respondió el otro.

Algo en su voz, pese a que intentó parecer que realmente lo lamentaba, tenía el matiz malicioso de quien sabe que está logrando provocar a su objetivo.

—¡No! ¡No! ¡Es que no puedo hacerle eso a Izumo! ¡No puedo! ¡Él es…!

—Hagane-sama, a veces es necesario sacrificar ciertas cosas para alcanzar objetivos más altos, el camino ninja se forja con batallas, si no fuera así, la vocación de uno sería apenas la de monje… Pienso que debimos empezar con Kamizuki-sama, se le nota más competente

—No te atrevas… yo puedo hacerlo, yo tengo que hacerlo, por favor.

—Hagane-sama, lo sacaré solo si promete poner a disposición de Kage-sama a su equipo, está interesado en tener su propio grupo de ninja élite, especialmente a ese sujeto de nombre Yamashiro Aoba.

—¿Para qué quieren a ese imbécil?

—Los planes de Kage-sama no se cuestionan, solo se obedecen, un buen ninja obedece a su Kage sin discutir.

—Lo haré… sácame de aquí…

—Me tomará unos minutos, pusieron bastantes sellos.

Una oleada de turbio chakra envolvió su prisión por fuera, podía sentir la emanación desenrollándose como un pulpo abrazando una embarcación. Por unos momentos incluso le fue visible un poco de humo que se colaba por las rendijas de la puerta, negro con algunos destellos violetas, pesado, brumoso. No pasó mucho cuando la última barrera que era un presillo simple se escuchó al ser removida. La puerta se abrió con un chirrido y fuera de la alacena, todo era más oscuridad.

—Demuestre la calidad de ninja que es —dijo una voz sin dueño a su espalda. Kotetsu entrecerró los ojos.

—Les voy a enseñar… que puedo ser más que un guardia en la puerta…

Se llevó una mano al bolsillo superior de su chaleco. No lo habían desarmado, par de idiotas, el error les costaría caro.

Sacó un pergamino que desenrolló hábilmente al tiempo en que hacía unos sellos, una nube de humo se marcó sobre su cabeza y entre las penumbras de la cocina se reveló la forma de su invocación. La tomó por el mango a modo de maza con la cadena colgando y haciendo sonar el metal de sus eslabones al moverse, el ojo que sobresalía de la coraza violeta en una sección roja miró a varios lados buscando enfocar el objetivo a destruir, sin embargo, parecía que estaban solos y eso lo desconcertó un poco, esperaba a Izumo desplegando su técnica también.

— ¿En dónde están? —preguntó caminando hacia las habitaciones que compartían agitando la maza un par de veces.

—¿Dónde? ¿Dónde? —repetía como si de vedad fueran a responderle —¡Donde están pedazos de mierda!

La criatura que invocó Kotetsu, similar a una ostra, se estremeció un poco, algo no marchaba como debiera.

.

La invocación de Kotetsu estaba a su espalda esperando ser lanzada contra algo, su único ojo no dejaba de inspeccionar el entorno, había una especie de reunión táctica, pero era completamente incapaz de diferenciar los flujos de chakra, todos los presentes tenían algo así como uno mismo, y eso no le gustaba. Pero no había procedido según sus instintos, su invocador permanecía inmutable, tal vez esperando el momento más propio para actuar. Aunque la otra situación que lo ponía nervioso era la ausencia de Izumo, si no estaba él para hacer su jutsu de liberación de agua iba a tener más de un problema para atacar.

—Hagane-sama estará a cargo de la operación —concluyó uno de los ninjas a quien no se le veía el rostro señalando al chūnin.

—Kotetsu-kun hará un buen trabajo.

El aludido solo pudo hacerse un poco hacia el frente debido a un peso extra en su espalda. Por un momento solo miró los brazos que lo rodeaban sin animarse a voltear. Pronto, al frente de su rostro cayeron dos mechones de cabello rubio rizado, y el nombre de la joven kunoichi murió en sus labios.

El resto de los presentes se desvanecieron dejándolos solos, a lo que ella se puso al frente dedicándole la mirada pícara que la había caracterizado en la academia, poco antes de que se convirtieran en miembros del mismo equipo.

—Vamos Kotetsu-kun —le dijo casi silabeando las palabras pegándose a él sin quitarle los brazos de encima —. Pórtate como hombre y acaba con esto de una vez…

Ella se acercó más pegando su pecho al de él obligándolo a maldecir mentalmente por llevar puesto el chaleco que le dejaba sentirla…

—¿Kotetsu?

La voz de Izumo rompió todo encanto, le hizo regresar a la realidad, la patética realidad.

—Aquí estoy…

—Eh… vaya… lograste salir…

—¡¿Tan poca cosa me crees?!

—¡No es eso! Es que… eran demasiados sellos…

Izumo estaba nervioso, su compañero estaba en lo que podría denominarse faceta de batalla, destilando por los poros de la piel ese instinto asesino que sacaba un shinobi durante un enfrentamiento con otro, el mismo que le garantiza salir victorioso o cuando menos salvar su vida. Retrocedió instintivamente, pero no fue sino hasta que vio la ostra dirigirse a él que sintió la urgente necesidad de escapar.

Se salvó por pocos centímetros.

La ostra asesina era increíblemente lenta, por eso él debía hacer primero la liberación de agua, y mientras no lo tocara estaría perfectamente.

Saltó hacia la izquierda. Aunque Kotetsu estaba haciendo la señalización para dirigir su invocación, seguía teniendo la ventaja de la velocidad. Con un estrepitoso crujido una columna de madera fue despedazada junto con el muro contiguo, la invocación incluso destrozo el piso y la malla de gruesa madera que elevaba la construcción dejando entrar un poco de aire frío que se había quedado atrapado cuando el exterior de la casa empezó a sepultarse en la nieve.

Izumo sacó de su chaleco un juego de notas explosivas, se las pegaría a la ostra en la parte roja que era la más blanda, no le causaría un daño irreversible debido a la capacidad regeneradora de esta, pero al menos la dejaría fuera de combate para ponerlo en igualdad de condiciones con su invocador.

—¡Lo siento! —exclamó cuando se disponía a neutralizar a la que había sido siempre una efectiva compañera de batalla.

El plan era pegar las notas y quitarse tan rápido como pudiera de su camino para no darle tiempo de re-direccionarse. Casi resultó, pero antes de pegar las notas sus pies quedaron clavados al suelo, giró el rostro encontrándose con un aún más desencajado Kotetsu sosteniendo un jutsu de parálisis.

—No te necesito ¿Ves? ¡Puedo hacerlo solo! —le gritó.

Lanzó las notas porque ya las tenía activadas, pero ni una sola se impactó en su objetivo y solo consiguió destruir otro muro de papel empezando un conato. Buscó rápidamente con la mirada la maza al tiempo en que trataba de liberarse de la técnica de parálisis, aun así, lo único que fue capaz de reconocer, fue un impacto en su cabeza.

Estaba muerto…

Esa ostra podía destrozar rocas de un solo golpe tan efectivo como el puño de Tsunade.

Su cuerpo se desplomó hacia el frente sin tener siquiera la oportunidad de poner las manos. La visión se le puso borrosa, el aturdimiento era exagerado, sin embargo, tenía que reconocer que estaba vivo y consiente.

¿Por qué no estaba muerto?

Como pudo, consiguió moverse a un lado al tiempo en que escuchaba sus costillas romperse.

Quedó boca arriba en el último ataque, escupió un poco de sangre y la silueta de Kotetsu acercándose le infundió tal terror como no lo había sentido nunca en otra batalla. Sus ojos refulgían como los de una bestia y la energía que emanaba no tenía otra cosa más que intenciones de matarle ahí mismo.

Pero, ¿por qué no lo hacía?

Con el primer golpe habría sido suficiente para reducirlo a astillas de hueso y sesos desparramados en un rango de varios metros. Volvió a sacar sangre por la boca, casi enseguida, torpemente volvió a quitarse.

Alcanzó las escaleras y pudo entrar en una de las habitaciones. Una puerta no lo detendría, pero le daría tiempo, posibilidades de esconderse, de escapar, de lo que fuera. Entró al cuarto de baño cerrando la puerta, meditando rápidamente las opciones que le quedaban. Hubo un instante de silencio que le pareció más escalofriante que el ruido de las cosas al ser destruidas. No se acercó a la puerta, no era ningún novato, pero el silencio era demasiado angustioso. Miraba la puerta blanca como si fuese una bomba a punto de estallar, después miró la ventana, demasiado pequeña, pero podría pasar.

Silencio…

¿Se habría marchado?

¡Aoba estaba solo!

Alcanzó la manilla en un instante y al siguiente saltó hacía atrás ahogando un quejido en cuanto la ostra abrió un boquete en la madera, quiso alcanzar la ventana sin apartar la mirada del agujero por el que Kotetsu asomaba lentamente la cabeza mostrando una sonrisa demencial.

—¡Soy un digno jōnin!

Izumo no intentó usar la ventana, usó sus últimas bombas para hacer un agujero en el piso dejándose caer un nivel y correr de nuevo, sin embargo, la ostra volvió a impactarse, esta vez en su espalda con tremenda furia.

Volvió a escupir sangre al soltar un grito, trato de articular palabra, pedirle que se detuviera, razonar con él. Pero ni siquiera él mismo era capaz de salir de su confusión donde todo le daba vueltas y no distinguía el arriba del abajo.

El dolor era punzante, estaba atenazando cada nervio sacudiéndole incesantemente la poca conciencia que le quedaba.

¿Así se abría sentido ella esa mañana en Suna? ¿Así habría querido suplicarles?

Tosió para tratar de liberar la obstrucción de vías respiratorias por los coágulos que se le habían formado. Volvió a abrir la boca, pero solo salió más sangre que aumentó su impotencia.

Lo iba a matar, eso era seguro.

Lo iba a matar como hicieron con esa chica años atrás.

Reunió impulso para hacer dos movimientos más, uno hacia arriba y otro a la izquierda alcanzando el segundo piso y el pasillo de este. Kotetsu no tardó en alcanzarlo por lo que debió hacerse hacia atrás cubriéndose el rostro para no terminar revestido de astillas.

La ostra volvió a agitarse.

Iba a morir, no había más.

Iba a morir y ser solo un recuerdo turbio en la mente de Kotetsu.

El viento al ser cortado le llegó al oído fracciones de segundos antes de que el caparazón violeta se impactara en su cabeza por el lado izquierdo haciéndolo volar un par de metros hasta traspasar un par de muros de bambú y papel.

El tiempo pasó lentamente.

¿Así se habría sentido ella? ¿Así de traicionada?

Sabía que un día iba a morir porque era un ninja.

Todo se volvió oscuro para él…

.

—Lo siento Izumo-san… solo un momento —dijo Aoba terminando de conectar las trampas.

Estaba siguiendo detalle a detalle lo que acontecía en el vestíbulo. Había perdido contacto con Kotetsu, todo él se hallaba sumido en una nebulosa violenta desde hacía un rato, la misma que días antes solo lo cubría en breves periodos ahora le brindaba cierto furor lúgubre.

Izumo, por su parte, estaba noqueado y leerle los pensamientos era como tratar de entenderle a un tartamudo, pero estaba vivo y consciente, lo que indicaba buenas posibilidades. Para cuando sus ideas se volvieron una radio sin señal, Aoba salió de la habitación donde estaba y corrió encontrando el cuerpo del chūnin estampado por la cabeza en un muro, sangrando profusamente de tal forma que las paredes se hallaban manchadas y un charco se extendía en el suelo.

Sacó un kunai, lo hizo girar por la argolla en su dedo y lo arrojó desganadamente sabiendo a la perfección que eso desataría más la furia del poseso cuerpo de Kotetsu.

—¡Mierda! ¡No puedes tratarme así! —le rugió lanzando su maza al saberse subestimado.

Aoba se agachó escuchando el silbido del viento sobre su cabeza, desde su sitio volvió a arrojar otras dos cuchillas que ni siquiera se aproximaron al ninja. Saltó a su derecha hasta topar con muro al evadir el re-direccionamiento y luego volvió a retroceder.

Tragó grueso cuando el ojo de la invocación desde su carnosidad roja le miró desafiante al haberlo evadido por escasos centímetros. Enseguida lanzó un par de notas al techo para estallarlo usando el boquete para subir, iniciando una persecución entre habitaciones y salones.

—Justo como lo planeé —dijo Aoba ajustándose los lentes en el momento en que la ostra destrozaba una columna consiguiendo que se vencieran los últimos niveles el ala este.

Una risa hueca, cavernosa y brutal se escuchó en la garganta del Chūnin que recuperaba su arma.

—¿Qué pretendes? ¿Qué destruya la casa? ¡¿Crees que así terminará?!

Una gota de sudor resbaló por la sien del jōnin, básicamente ese era el plan.

El viento helado arreció en lo que quedaba de la habitación donde se encontraban, la nieve empezaba a meterse y el frio a sentirse. Afuera todo era oscuridad y dentro el panorama no mejoraba, las instalaciones eléctricas habían fallado entre tanto destrozo, ni siquiera el fuego que se había iniciado en el vestíbulo servía para referenciar algo.

—Esta casa ha sido construida y destruida innumerables veces, no eres el primer idiota que la quemaría hasta sus cimientos…

—Muy bien, entonces me las arreglaré para recuperar a mi equipo y largarnos de aquí.

—¿Qué te hace pensar que quiero regresar contigo?

Aoba se puso serio.

—No hables por Kotetsu-san…

Justo se disponía a hacer sellos para una llamarada, pero antes de terminar, un fuerte dolor en su muslo lo obligó a interrumpir y llevarse la mano a la pierna derecha: una lanza de piedra lo había atravesado. Maldijo abiertamente dirigiendo una mirada al jardín donde varios guardianes de piedra se juntaban en el patio, uno de ellos le había arrojado su arma. No fue capaz de sentirles acercarse ya que no tenían chakra propio y el que los movía era el que se desplegaba por absolutamente todos lados, además, al ser objetos inanimados sin mente propia, tampoco los podía leer.

El proyectil había sido certero y poderoso, pero realmente no sabía si le aterraba que unas rocas cobraran vida, o el hecho de que las cosas estaban marchando muy mal, peor de lo que se había imaginado.

Moverse con la piedra tallada entre sus músculos no era opción, así que debía sacarla y rogaba porque no desgarrara la arteria femoral porque entonces moriría. Dio un puñetazo a la parte frontal para trozar la piedra y sacarla con mayor facilidad, pero en los pocos segundos que le tomó liberase, sus sentidos estallaron en una alerta fugaz que solo le permitió reaccionar para levantar los brazos.

Sus huesos no resistieron mucho y el sonido de ellos quebrándose apenas fue encubierto por el grito que profirió, aunque al menos seguía con la cabeza en su lugar. El impacto fue tal, que el cuerpo maltrecho del jōnin salió disparado varios metros pasando por el boquete que momentos antes habían hecho, cayendo de espaldas contra la nieve del jardín.

—Por favor que no lo agarre en mal momento dijo entre quejidos cerrando los ojos con fuerza y concentrándose tanto como pudo.

.

Jiraiya y Naruto se habían detenido a comer en un modesto pero respetable local.

—¿Es que no podemos comer otra cosa? —preguntó enfurruñado, pero de todos modos comiendo.

El pequeño rubio por su parte ni siquiera se molestó en responderle y seguía parloteando sin prestar atención a nada más. El viejo sannin miró por la ventana del lugar el paisaje; las montañas nevadas del fondo se enmarcaban con un cielo nublado que evidenciaba la tormenta que arreciaba en sus cumbres.

Recordaba demasiado bien la casona que ocupaba una de las cimas, la había visitado varias veces en sus incursiones diplomáticas e infiltradas para sacar información de talle político.

Un escalofrío le recorrió la espalda solo de recordar cómo tuvo que hacerse pasar por un chico con gusto por las mujeres demasiado mayores. El horror de los pechos viejos colgando le quitó el poco apetito que le restaba tras comer ramen instantáneo desde hacía varios días y al llegar a un pueblo para comer ramen casero.

Se pidió una botella de sake, que con suerte le dejaría un sabor menos grotesco que el de los labios marchitos que lo reclamaban ansiosamente durante las noches.

—Sarutobi era un viejo perverso —se quejó en voz baja luego de un rato en que la botella bajaba el nivel de su contenido—. Pero si es el tipo de misión prefieres ¿No? Seduciendo mujeres…— repitió sus palabras burlonamente. Levantó una vez más la copa en cuanto la hubo llenado y justo cuando se la llevaba a los labios una poderosa punzada en su cabeza le obligó a bajarla.

Tratando de mantener la compostura solo carraspeo y golpeó la mesa recibiendo más de una queja por parte de Naruto que había visto algo de sopa derramarse. La punzada se hacía cada vez más intensa y al principio le llegó con la misma sensación de quien escucha un kunai rasgando la pizarra verde de un salón de clases.

—¿Se encuentra usted bien? —preguntó el camarero acercándose con un vaso de agua en caso de ser requerido.

—Sí, sí, todo perfecto.

—No te preocupes, es la edad, ya está viejo para estas cosas —argumentó Naruto señalando la botella de sake a lo que fue premiado por el sannin con un certero golpe en la cabeza.

El camarero se retiró y la punzada volvió a aparecer obligando a Jiraiya a encogerse un poco.

La señal era inconfundible, era un código desesperado de ayuda. Un código de Konoha para ser más específicos, reduciendo más el rango de probabilidades; en toda Konoha había únicamente dos personas con la posibilidad de estar en la misma frecuencia, por llamar de algún modo a la forma de comunicación que se sostenía con el resplandor.

Se tomó en un sorbo lo que le quedaba de licor y se puso de pie.

—Naruto, necesito que vayas al hotel, duerme bien porque mañana te haré entrenar hasta que revientes.

—¡¿Otra vez irás a ir a espiar mujeres a los baños?!

—¡¿Eh?! ¡Maldito mocoso!

Un tercer chirrido salvó a Naruto, Jiraiya giró sobre sus talones dejando el lugar… y la cuenta sin pagar.

.

Había invocado un sapo, aunque no estaba seguro de qué tanto podría avanzar a medida que el frio arreciaba con más inclemencia.

Personalmente, no se consideraba del tipo de ninja que vagaba por el mundo salvando a todo aquél que se pasara en su camino. Reconocía tal vez que sí llegaba a prolongar sus estadías en determinados sitios con problemas, pero de ninguna manera para resolverlos, más bien accedía a enseñarles cómo arreglarlo.

Sacó su pipa, las señales de ese jōnin le llegaba tan confusas que definitivamente no podía negar que se trataba de una situación de vida o muerte. Bajo otras circunstancias lo habría pasado por alto… no en realidad no, era un viejo sentimental al final.

Si no se equivocaba estaba con los chicos favoritos de Tsunade. Soltó una pequeña risa, al imaginar a la voluptuosa rubia revolviéndoles el cabello como a una mascota, pero la sonrisa desapareció cuando la interferencia volvía a hacerse presente.

—¿Todo bien Jiraiya? —preguntó su improvisado transporte.

—Solo apresúrate a llegar, no sé cuánto vallan a aguantar esos muchachos.

Si dejaba que esos tres se mataran, Tsunade iba a estar de un humor de perros.

Desde la primera vez que estuvo en esa casa supo que algo no marchaba bien, y no tenía nada que ver con la mano de una anciana en su trasero. El ambiente viciado le empezaba a hostigar haciendo que en más de una ocasión estuviera a punto de perder el control de su técnica de transformación. Sostener un henge al tiempo en que ponía todo su empeño en no huir de la mujer mientras esta le obligaba a cumplir lo que supone tocaba al marido, no le dejaba concentración para bloquear los las señales de lo que ocurría.

Luego del infarto que le dio a la esposa del feudal mientras estaba en el onsen, solo fue capaz de permanecer ahí un día, únicamente por una sirvienta que había simpatizado con él y lo mantenía entretenido en un cuarto de blancos. Se trataba de una chica especial, también resplandecía un poco, aunque ella no se daba cuenta realmente.

Recordaba ese día, la chica llorando había corrido a sus brazos suplicándole que fuera a la habitación; había entrado a limpiar una tina cuando entre el vapor de las aguas termales vislumbro una figura que días antes se habían llevado envuelta en una sábana blanca con corte fúnebre.

Ella fue despedida por el escándalo que armó, y él debió desaparecer antes de que mandaran más ninjas.

Pero lo más horrible que recordaba de esa casa, fueron los quince minutos que permaneció escondido en un pequeño templo de los que se enfilaban a los costados de la escalinata.

—¡Malditas piedras! —se quejó en voz alta cuando la figura del palacio se presentó ante él revelando en conjunto a esos espantosos muñecos deformes, regordetes pero cuadrados.

El sannin saltó de su montura dispuesto a hacerles frente sin ningún tipo de rodeos, formó un rasengan y se abalanzó contra el primero de la fila haciéndolo estallar, pero enseguida, de entre el follaje aparecían más y más. El millar de guardianes tallados emergían desde todos los rincones de la montaña, algunos con la brea que Izumo les había puesto al inicio de la temporada consiguieron que se pegaran a sus cuerpos la hojarasca sepultada y podrida.

En algún momento el oscuro paisaje se iluminó vagamente con la hoguera que se había formado en un costado de la casona. No sin algo de trabajo por la desventaja numérica, Jiraiya y su invocación consiguieron abrirse paso entre la barrera de piedras hasta el patio de servicio donde tres ninjas aguardaban el primer movimiento.

Izumo se mantenía de pie con mucho trabajo, parecía que en cualquier momento se iba a caer y solo alcanzaba a limpiarse una herida en la cabeza untándose algún tipo de cauterizador, aunque no era suficiente. También se llevaba una mano a las costillas sujetándose para mantenerse erguido de una sola pieza.

Aoba estaba arrodillado, a sus lentes les faltaba un cristal, pero parecía no haberse percatado del hecho y Kotetsu en cambio, fuera de notarse cansado no tenía nada grave.

Jiraiya consiguió acortar la brecha que lo separaba de los otros, pero, para ese momento, Kotetsu y su maza habían escogido ya a quien acabarían primero. Se lanzo sobre Izumo con tal grito que consiguió estremecer los pocos nervios que le quedaban al chūnin. Aoba también reaccionó evidenciando una lesión en la pierna que le dio cierta desventaja al momento de tomar impulso.

Sin embargo, Izumo ya lo esperaba, se había hecho de una de las lanzas, Jiraiya lo había escuchado muy claramente.

"Si no puedo ayudarte, no te dejaré morir solo"

Jiraiya arrugó el entrecejo bufando por la determinación suicida, volvió a hacer sellos de invocación, iba a detenerlos, amordazarlos y llevarlos a rastras con Tsunade. Pero tan pronto como estaba por tocar suelo, los guardianes aparecían en pedazos obligándolo a retomar su asunto con ellos.

Las manos de Kotetsu volvieron a estrujar con fuerza la empuñadura de la maza, pero en vez de apuntar a su compañero invirtió la dirección de este, haciendo que la parte posterior de la ostra apuntara a su propio rostro.

Una oleada de comprensión inundó a Izumo que soltó el arma con la que planeaba empatar el resultado.

Kotetsu se asestó un segundo golpe. Los otros tres por un momento permanecieron como espectadores de un suceso tan tétrico como esperanzador.

Los gritos posesos de Kotetsu le erizaron los vellos de la nuca, pero fue solo hasta que la ostra se des-invocó cuando comprendieron que un pedazo de la conciencia de su amigo aún estaba presente.

"Recuerda lo que yo olvidé…"

Aoba abrió mucho los ojos ¡Ese era Kotetsu gritando desde la bruma!

Y así como de momento había aparecido, volvió a perderse.

—¡Escuchen bien ustedes dos! —gritó Jiraiya haciéndose notar —¡Ese mocoso está peleando de su lado! ¡Así que dejen de poner esa cara de perro asustado y lo ayudan o yo mismo los hago estallar!

Aoba entreabrió los labios… ¿Estallar?

"Recuerda lo que yo olvidé…"

—¡Hey! ¡Pedazo mal hecho de arquitectura barata! —gritó —. Te recuerdo que encerramos a Kotetsu-san en la mañana ¡Y nadie revisó la presión de las calderas!

Izumo pareció reaccionar, hizo sus sellos y dijo a la cosa en que se había convertido su amigo:

—Dile a Kotetsu que te expliqué por qué mi técnica se llama "Liberación de agua" …

El ninja llevó sus manos al suelo hundiéndolas en la nieve que perdía consistencia, nunca lo había hecho en tal magnitud, pero nunca era tarde para una primera vez. Direccionó su chakra entre las capas lodosas y avanzó con mucho trabajo, podía sentir cómo lo repelía la misma energía que tomaba control de Kotetsu, y entonces lo entendió… no era la casa, era la montaña en sí. Puso todo su empeño en seguir escarbando con chakra mientras Aoba conseguía cubrirlo usando el único brazo que aún podía mover para luchar con el otro. Las calderas acabarían con la casa, pero la otra técnica… al parecer puso en claro que esa sí le causaría problemas.

Izumo empezaba a sentir el calambre en los brazos, propio de un abuso en el flujo de chakra, pero faltaba tan poco para llegar al agua que estaba en el corazón. Sintió la desesperación de haber llegado a su propio límite, estaba repeliéndolo exitosamente y por más que empujaba no conseguía alcanzar el trecho que faltaba.

Y como quien estira la mano y pronto siente como lo sujetan dándole el impulso necesario, alcanzó lo que quería procediendo a usar su técnica, volviendo terriblemente densa el agua, lo suficiente para que aumentara su volumen. Ya estaba hecho, siguió expandiendo todo lo que podía y para cuando un estridente ruido, como de un relámpago se emitió, supieron que al fin lo había conseguido.

La tierra se estremeció bajo sus pies, entre las grietas emergió la extraña agua ennegrecida por la presencia de aquél pesado chakra que escapaba ansiosamente.

Una segunda explosión proveniente de las calderas no tardó en consumir lo que restaba de la casa. El sannin había terminado hacía unos momentos con los guardianes que le saltaron encima y ahora solo volvía a montar sobre el sapo.

—Te preocupaste más de la cuenta Jiraiya, estos chicos podían solos —le dijo el anfibio.

El ermitaño se frotó las ásperas manos.

—Yo tenía ganas de venir a reventar a estos malditos, me debían una. Anda, tráelos acá, la montaña se va a colapsar.

Usando la lengua alcanzó a los casi inconscientes Izumo y Aoba pasándolos a su lomo junto a su invocador, en un segundo instante a Kotetsu que profería todo tipo de gritos y maldiciones, pero a él lo mantuvo dentro de su boca encerrado en la bolsa, bien sujeto por la pegajosa lengua. Enseguida, haciendo gala de sus poderosas ancas se apartó a saltos ante el inminente deslave.

"¡Mátalos! ¡Mátalos a todos!"

—No me jodas, perdedor —dijo Jiraiya sacando su pipa tranquilamente.


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