Violeta
.
No había llegado a casa la noche anterior.
Probablemente había tenido mucho papeleo por terminar.
Hinata sabía que ser Hokage era un papel comprometedor.
Y aunque ambos pensaron que podrían sobrellevarlo, las circunstancias no se estaban dando.
Estar juntos en familia se hacía cada vez más complicado.
Aún así estaba bien.
Se amaban.
Amaban a sus niños.
Naruto llegó a las seis de la tarde.
Hinata lo notó desde el primer momento en que él pisó la entrada.
Estaba triste, pálido.
No la miraba.
–¿Naruto-kun?
La peliazul hizo que la mirara a los ojos sosteniendo delicadamente su rostro con indicios de barba.
Sus ventanas del alma tan azules como el mar, estaban vacías.
¿Cuándo fue la última vez que lo vió así?
¿Cuándo fue la primera vez que lo vió así?
–Ven, vamos a comer.
Hinata se consideraba comprensiva.
Naruto la consideraba la diosa de la comprensividad, recordó ella.
Sentados uno frente al otro, tomaron la sopa de algas sobre la mesa.
El rubio sorbió con extrema lentitud, con extremo cansancio, como si no tuviera ganas de vivir.
La mujer comía rápido, mirándolo de reojo, porque a pesar de su paciencia, la ansiedad por saber qué le sucedía podía más con ella.
Cuando el Séptimo terminó, Hinata esperó minutos sentada a que soltara palabra.
Callada.
Él fijó su vista en la mesa.
No la levantó en ningún momento.
La oji perla no podía estar más preocupada.
–Te preparé el baño.
Anunció después de haberse levantado para calentar el agua.
Naruto ya había lavado los platos.
Como si fuera un infante invitado, lo guió hasta el cuarto de baño agarrándolo del antebrazo.
Lo dejó dentro, no sin antes tomar su ropa colocada desprolija sobre la tapa del escusado.
Cerró la puerta.
Recorrió el pasillo iluminado por los últimos rayos de sol.
Algo terriblemente malo sucedía.
Intentaba guardar la calma, especialmente ante Naruto.
Sin embargo, era insostenible la incertidumbre.
¿Qué pasaba?
¿Quién o qué lo tenía tan afligido?
Las lágrimas comenzaron a salir de sus iris.
Odiaba verlo así.
Odiaba que el mundo estuviera sobre sus hombros otra vez.
Y odiaba no poder ayudarlo.
Abrió la puerta de la habitación que compartía con su esposo.
Frente a la cómoda estaba el cesto de ropa sucia, Hinata se detuvo para meterlas hasta que observó algo rojo en las prendas.
Las acercó a su rostro y, sin rastro de agua salada en sus mejillas, apreció las marcas de lápiz labial en la sudadera naranja de su esposo.
La expresión de la mujer era completamente seria.
Incrédula.
Entonces aproximó las prendas a su respingada nariz.
Perfume.
De cítricos y flores exóticas.
La separó de su rostro.
Mas siguió contemplando las huellas de pasión.
Pasó tanto tiempo sin moverse, sin cambiar de emoción, que Naruto ya había llegado a la habitación con una toalla en su cintura.
Hinata volteó hacia él.
Nubes vacías, grumosas, oscuras.
Mares turbulentos, azules, culpables.
Ambos sabían que lo sabían.
Será más fácil para él decirme ahora, pensó ella con deseos de desaparecer.
Y así fue.
Porque el Hokage ya no tenía que decir todo, sino solo una palabra.
–Perdóname.
Aunque su esposa advirtió que él quería decir más, no lo hizo.
No había necesidad.
Hinata arrojó al cesto lo que aún sostenía con aversión.
Los días siguientes, las semanas siguientes, los meses siguientes…
Fueron un hoyo negro.
La esposa, la madre…
Cada día.
Se levantaba en la mañana.
Hacía el desayuno de Boruto y Himawari.
Despedía a su hijo.
Aspiraba la casa.
Lavaba la ropa.
Arreglaba el jardín.
Hacía manualidades con su niña.
Hacía la comida.
Recibía a Boruto de la academia.
Lavaba los platos.
Preparaba el baño.
Hacía la cena.
Se acostaba en la cama, mirando la pared.
Y esperaba.
Sin ella quererlo, esperaba pacientemente.
Tanto hasta escuchar sus pasos en la madera, su cuerpo hundido en la cama y su respiración en la nuca.
No la abrazaba.
Ni se acercaba de más a ella.
Porque Hinata no lo abrazaba, ni se acercaba de más a él.
La fémina fue testigo de los intentos de su esposo para recuperar su confianza, su amor.
Sin coqueteos fuera de lugar.
Sin regalos ostentosos.
Sin discursos de promesas románticas.
Únicamente con pequeñas y sinceras acciones.
Cómo traerle helado.
Lavar sus propios calzoncillos.
Escribirle notas de "Te amo, ten un buen día".
E ir por pan de arroz entrada la noche.
Pequeñas y sinceras acciones…
Miedosas de equivocarse.
Tímidas de arriesgarse.
Hinata realmente lo valoraba.
Porque conocía perfectamente que Naruto la amaba.
Lo juraba por su vida.
No obstante por alguna razón, no podía sacarse de la mente ese labial, ese perfume.
La inmensa tristeza que la embargó al saber que Naruto Uzumaki había estado con alguien más.
Muy en el fondo su curiosidad ansiaba conocer con quién, por qué, cómo, cuándo, dónde, y cuántas veces lo hizo.
Claro que no se atrevía a preguntar.
No se atrevía a saber la verdad dicha por su boca.
En aquel tiempo que había pasado no se sintió dueña de su vida, y si acaso llegase a enterarse de los detalles, moriría.
Dolía demasiado.
Dolía y ya no quería que lo hiciera.
Quería seguir adelante, quería corresponder los esfuerzos de su esposo por recuperarla.
Volver a besarlo, abrazarlo, darle sonrisas juguetonas, sonrojos inocentes…
Su cuerpo.
Su alma.
Quería dar la vuelta a su almohada y encarar sus ojos anhelantes de amor.
Quería gritarle que lo odiaba.
Lo odiaba por haber sido capaz de haberle ocasionado tanto daño.
Para ese punto se había imaginado un millón de escenarios en los que el amor de su vida pudo estar haciéndole el amor a alguien más.
Y entonces se imaginaba a sí misma golpeándolo, cerrándole todos sus puntos de chakra.
Matándolo de sufrimiento al hacerle creer que nunca recuperaría su cariño.
Finalmente, le susurraría que lo amaba.
Lo amaba por haber luchado por ella, por lo que los dos juntos significaban.
Para ese punto, se había imaginado un millón de escenarios en los que el amor de su vida pudo estar haciéndole el amor a ella.
Con más perdón.
Con más pasión.
Sin embargo, Hinata no podía olvidar.
Y había llegado a la conclusión que sólo podía hacerlo de una manera.
–Gracias por cuidarlos esta noche.
Hanabi asintió, con el rostro lleno de dudas.
Hinata no correspondió a esa preocupación ni a esas dudas.
No al menos esa noche.
Lo había pensado mucho.
Demasiado.
Tal vez lo había pensado cada día desde que se enteró de la aventura de Naruto.
Fue al lugar donde todos buscaban lo mismo que ella.
Una construcción con un tamaño moderado, sobria y aislada de las calles concurrentes.
Llevaba un vestido púrpura, holgado y corto, que dejaba al descubierto sus lechosas piernas y levemente visible el inicio de sus pechos.
Y para comodidad, un suéter negro, largo y ligero que cubría sus brazos y espalda hasta el término de sus muslos.
Si se detenía ahora…
Si llegaba a pensar…
No se determinaría a hacerlo.
Así que tomó una bocanada de aire, y entró.
Había más personas de las que se imaginaba, diría que el bar estaba repleto.
Las luces eran cálidas, el sentido de la existencia de aquel lugar lo sentía frío.
Buscar amor en el desamor, la intimidad en la extimidad.
Ver que había tantos como ella, la hizo hiperventilar.
Miró a la entrada del bar.
Estaba comenzando a pensar.
El instinto de Hinata hizo que negara la cabeza y pidiera un vaso de licor.
La primera persona que vió a los ojos fue al barista.
Por un momento tuvo miedo de que la reconociera.
Luego recordó que había ocultado la herencia Hyuga por un ligero jutsu de transformación que únicamente hacía sus ojos negros.
Enfocado en una sola parte del cuerpo, haría que mantuviera el jutsu por más tiempo.
Aún así, sus nervios la hacían creer que alguien en cualquier momento gritaría "¡Uzumaki Hinata está aquí! ¡Está engañando a nuestro Hokage!".
Fue cuando tomó de un trago el líquido seco.
Se sentó al final de la barra.
Esperando a que sucediera.
Mientras observaba cómo mujeres y hombres se encontraban.
Chicas con chicos, chicas con chicas, chicos con chicos.
Era como un jardín de flores con colores, texturas y olores distintos.
Como una jauría de animales salvajes que se olían, se gruñían en aprobación y se iban a una madriguera bien escondida del mundo.
Hinata tomó el tercer trago.
Y entonces llegó.
Junto a ella, se sentó un hombre con cabello rojizo oscuro, con sus hebras lacias apuntando hacia abajo, piel bronceada, manos robustas, alto y fornido y con movimientos suaves.
Más importante aún…
Ojos tan azules como los de su esposo.
Preciosos, comos dos canicas de un zorro curioso.
No.
Zorro, no.
No era Naruto.
Era un extraño.
Era un lobo que quería una noche sin soledad.
Y ella una conejita que quería hacerse de la presa de alguien para olvidar.
–Tú… ¿E-Estás bien?
Sorprendentemente, ella no fue la primera en tartamudear.
–No lo sé –susurró aún en medio del ruido ajeno.
–¿Quieres contarme? –Hinata arqueó las cejas–. Sobre la razón por la que no sabes si estás bien o no.
Hinata estaba confundida y a la vez aliviada de que en aquel lugar, hubiera un único hombre que desencajara tanto como ella en ese mundo instintivo y desértico de decoro.
Él quería hablar.
Él quería escucharla.
No irse de allí a hacer lo que se suponía que todos hacían cuando encontraban a alguien con quien pasar la noche.
–No ahora –contestó finalmente y sonrojada por sus pensamientos.
–Está bien. –El chico pareció desanimarse, pero siguió ahí a su lado, en lugar de buscar a alguien más que no actuara como una mojigata–. ¿Por qué viniste aquí?
Hinata pudo ver su intensa intriga.
Todos estaban allí por una razón.
Y ella le contestó con la mirada.
–Entiendo… –Suspiró el pelirrojo que parecía cada vez más hundido.
Y Hinata se felicitó por ir en buen camino.
La peliazul, inquieta e insultándose a sí misma, preguntó:
–¿T-Tú por qué estás aquí?
Los párpados del hombre se abrieron.
Parecía que no tenía una respuesta a esa pregunta, sin embargo él la tenía.
–Buscaba a alguien especial para mí –sonrió suave, hasta encantador–. Y la encontré.
La mujer se sonrojó furiosamente.
¿Qué debía decir ahora?
¿Cuál era el siguiente paso?
Con Naruto era una nueva conversación, un abrazo o un beso tierno.
¿Cómo era aquí? ¿Cómo era con un extraño?
–Gra-Gracias –respondió insegura–. Tú también eres especial.
Tenía que fluir si quería conseguir algo con ese apuesto hombre.
–No más que tú. Eres realmente hermosa.
Sus colmillos salieron cuando le sonrió abiertamente.
La peliazul enrojeció aún más.
–¿Quieres tomar algo? –preguntó ella repentinamente.
Vió que reflexionaba con cuidado.
¿Tan importante era elegir si beber o no algo?
–Seguro.
Bebió un par de vasos de sake.
Hinata lo observaba.
–Todos aquí parecen desesperados, ¿no? –dijo el lobo entre risas nerviosas.
–Supongo. –Sabía que lo decía por las personas pegándose sugerentemente a las caderas de otras, pero ella claramente estaba desesperada.
–¿Vienes seguido por aquí? –preguntó él.
–Es la primera vez –reveló como si fuera más pecado que el hecho de ir regularmente.
Ya de por sí sentía una vergüenza inmensa el estar allí.
–Yo prefiero ir a lugares más abiertos, ¿sabes?. Me gustan mucho las áreas verdes.
–A mí también. –Soltó facciones tranquilizadoras.
Comenzaba a sentirse cómoda.
–¿Y qué es lo que te hace felíz?
–Me, me gusta estar con mi familia.
–Ah, ¿si? Que bien. –De pronto él carraspeó–. Y… ¿Tienes novio o algo? Quiero decir, eres demasiado bonita por dentro y por fuera.
Hinata selló sus labios en cuanto lo escuchó.
Se sintió culpable.
¿Por qué diablos estaba haciendo eso?
¿Para vengarse de Naruto?
¿Para qué realmente?
Naruto la amaba.
Naruto había cometido un error.
Naruto estaba intentando todo para que ella pudiera perdonarlo.
¿Por qué le estaba haciendo esto?
–H… Hey, ¿Estás bien?
La voz intranquila del apuesto hombre hizo que volviera a la realidad.
Sus ojos eran como cielos reflejados en océanos.
Tan instigadores y predadores.
Tan dulces y reconfortantes.
Le recordaron por qué estaba allí.
Naruto la había engañado.
Una o más veces, no importaba, se había acostado con alguien.
Había fallado a su amor.
Había osado lastimarla.
La furia regresó a ella, se alcanzaba a ver en su mirada, por lo que el hombre se asustó.
–¿Qué pasa? ¿Hice algo ma-...?
–¿Qué es lo que quieres? –Hinata se había vuelto una pantera, si él quería tener sexo con ella, que se lo dijera de una vez, no iba a posponerlo más–. Dijiste que me buscabas, que buscabas a alguien especial: a mi. Me encontraste. ¿Ahora qué?
El hombre se sorprendió tanto como ella de sus palabras tajantes.
Lo vió entrecerrar los ojos.
Callado.
¿Qué estaría pensando?
–¿Qué quisieras hacer conmigo? –dijo ronco, serio. Casi hasta le parecía molesto–. Viniste aquí por algo, ¿no es así? –Inclinó su cuerpo hacia ella, peligroso–. ¿A qué viniste?
Hinata lo miró fijo.
Comenzaba a dudar otra vez.
Ese hombre leía su alma.
No sólo por la obviedad de que todas las personas venían a ese bar únicamente por una cosa.
Sino que Hinata tenía la sensación que ese hombre aparentemente amable, podía saber todo de ella con sus acciones y palabras.
Tuvo la sensación de retroceder, no obstante el hombre sin nombre dejó dinero sobre la barra, la tomó de la mano y la llevó afuera donde el aire fresco recorrió su piel sensible.
El bar estaba rodeado de una pequeña zona boscosa.
El misterioso pelirrojo la guió hasta que la espalda de Hinata tocó el muro lateral del bar.
No había nadie.
Más que arbustos frondosos cubriendo sus cuerpos aún vestidos.
El lobo en ningún momento fue rudo en su agarre, más había una intensidad contenida de violenta pasión.
La tomó de las caderas.
Y soltó aire caliente en su oreja.
–¿Por qué estás aquí?
Hinata se estremeció.
–Dímelo, necesito saberlo.
Ella no entendía por qué él decía eso.
–Por favor, dime.
No entendía su necesidad de escuchar sus razones.
–Por favor.
No entendía su voz que se resquebrajaba con cada frase.
Los labios de él estaban a unos milímetros de los suyos.
Esperando su permiso.
Hinata lo supo.
Ya no había vuelta atrás.
Debía acabar con su dolor de una vez por todas.
Así que calmó la ansia del hombre al juntar sus labios.
Ardientes.
Vehementes.
Pasionales.
Necesitados.
Exploradores.
La peliazul no se permitió pensar, sólo a sentir sus grandes manos apretando sus piernas blancas, su lengua jugando con la suya, sus balanceos contra ella que la hacían suspirar.
Era extraño.
Y a la vez conocido.
Estaba con otro hombre que no era su esposo.
Que no era Naruto.
No había amor.
Sólo algo salvaje.
No había cama.
Sólo un muro helado.
Y aún así, Hinata ansiaba que al terminar, volviera a nacer el amor y calor hacia Naruto.
El lobo la recorrió toda con sus manos.
Fue gentil.
Fue descortés.
Acarició todos sus montes y depresiones.
La besó como si al siguiente minuto muriera.
Cuando entró en ella fue cálido y suave.
Como pétalos de rosas blancas manchadas de un concepto sucio.
Al igual que ella, sus empujes parecían furiosos.
Por al fin tener un acto carnal que aliviara sus sufrimientos.
Hinata por al fin sentir que estaban a mano.
El hombre…
No sabía el por qué su ira y necedad de sentirla por completo.
Gemían, mas el sonido era amortiguado por las hojas.
Sudorosos y acompañados por las estrellas.
La bella mujer sintió el cielo.
Y cuando lo hizo, el hombre se detuvo.
La contempló.
Sus expresiones, sus estremecimientos.
Hinata lo miró sonrojada con sus rizos nocturnos pegados a sus mejillas.
Él era extraño.
Sin duda él quería y podría continuar con su propio alcance de placer.
Sin embargo, la miraba.
Salió de ella.
Acomodó su pantalón.
Y arregló delicadamente la ropa de la mujer.
–¿Estás bien?
Era la tercera vez que preguntaba eso.
¿Por qué lo preguntaba tanto?
Hinata sintió como sus mejillas se mojaban y su barbilla temblaba.
Respondió temblorosa:
–Sí –inhaló entrecortada–. Estoy bien.
Ahora podría comenzar de nuevo.
–¿Estás segura?¿No te lastimé?
La mujer se enterneció por su inquietud.
De un lobo pasó a ser un cachorro.
Ese hombre no lo sabría jamás, pero ella le estaría agradecida infinitamente por el resto de su vida.
–Gracias. –Hinata tomó su mano–. D-De verdad lo necesitaba.
–Claro. Lo que sea para ti, preciosa. –Sonrió con una expresión indescifrable para ella–. ¿Volverás algún día por aquí?
–No –negó, apenada–. No volveré.
Hinata escuchó al pelirrojo exhalar.
–Ya veo.
–¿Y tú?
Él negó con la cabeza, sonriendo tranquilo.
–Tampoco volveré. –Hinata apreció como sus iris azules voltearon hacia un lado para luego volver hacia ella, fijamente–. ¿Cuál es tu nombre?
Ella negó.
–¿No quieres decirme? –Rió en un tono que a Hinata le pareció sensual–. Entonces inventa uno.
–No soy buena con eso –desvió la mirada.
Si ya no lo vería jamás, ¿qué sentido tenía decirse sus nombres?
–Por supuesto que puedes. Yo podría ser… El príncipe de tus sueños.
Hinata rió.
–Dí un nombre –suplicó el hombre–. Sólo eso te pido.
Hinata comprendió.
Ella no le había dicho sus razones de su estancia en ese lugar.
Y aunque él tampoco lo hizo, ella no tuvo necesidad de saberlas.
Él sí.
Como agradecimiento, pensó en un posible nombre.
Él permaneció esperando..
Con pupilas brillantes, incitadoras.
Entonces Hinata lo tuvo.
–Violeta.
El hombre mostró sus dientes.
–Me gusta. –Apretó su mano blanca para después soltarla dócilmente–. Hasta luego, Violeta.
Ella se separó aún más de su lado y, antes de seguir con su camino, colocó su vista en él y negó gentilmente:
–Hasta nunca.
Y aunque ese hombre era todo un príncipe, nunca lo llamaría el príncipe de sus sueños.
Durmió esa noche sola en su habitación.
Se levantó en la mañana.
Fue al complejo Hyuga a recoger a Boruto y Himawari.
Hizo el desayuno.
Se despidió de su hijo.
Aspiró la casa.
Lavó la ropa.
Arregló el jardín.
Hizo manualidades con su niña.
Hizo la comida.
Recibió a Boruto de la academia.
Lavó los platos.
Preparó el baño.
Hizo la cena.
Se acostó en la cama.
Mirando a la pared.
Y esperó.
Esperó pacientemente.
Escuchó sus pasos en la madera, su cuerpo hundido en la cama y su respiración en la nuca.
Hinata volteó su almohada.
Lo encaró.
A él y a sus mares profundos y anhelantes de amor.
Pegó su cuerpo al de él.
Lo abrazó.
Él la abrazó.
Estaba lista para volver a amar por completo.
Egoístamente, estaba lista.
–Perdóname –susurró Hinata.
Por haber recurrido a la misma traición de la cual ella había sufrido para poder avanzar.
Naruto la besó.
Tierno, corto y suave.
–¿Tú me perdonas? –preguntó él–. ¿Tú me amas, Hinata?
–Te amo, Naruto-kun. –Una lágrima salió de ella, la última que saldría ahora–. Siempre te amaré.
En sus brazos cayó dormida, mientras Naruto admiraba su rostro con ayuda de la luz de la luna.
Por eso, Hinata no pudo escucharlo susurrar en su oído.
–Violeta.
...
...
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Publicado el 16/02/24.
