Naruto no me pertenece.

Universo Alterno. Todo está ambientado en una mezcla de China imperial (últimos periodos) con toques de reinos del medioevo europeo y nada es históricamente preciso, no intento hacer un retrato fiel, sólo tomo elementos que vayan acorde a lo que tengo en mente. Más adelante (espero) se incluirá una fuerte dosis de género fantástico.

Y sí :D Esto es un Sasuke x Hinata / Minato x Hinata, y espero una pareja no les anule la otra; no obstante está pensado con SasuHina como relación principal y final. Un poco de ShikaTema porque los amo y quizá mención muy efímera de otras parejas.

Advertencias generales del fic: descripción de escenas sexuales (18), mención de muerte de personajes (ninguno principal), violencia, posible lenguaje soez, depresión, bastante drama y angustia. Un poco de Out of Character justificado, más que nada en Minato.

Enjoy!

.

.


Los Hyūga llevaban una larga tradición en Konoha.

Siglos atrás y viniendo desde muy lejos, habían llegado decididos a establecerse allí a pesar de la obvia xenofobia a la que inicialmente estuvieron expuestos por los originales habitantes de aquel verde y bendecido territorio. En ese tiempo, lo que actualmente era una extensa región, todavía seguía siendo una aldea con una población muy reducida, pero considerablemente protectora y recelosa de sus cosas con lo que había al otro lado de sus límites. No era raro entonces escuchar bocas que murmuraban y compartían rumores acerca de lo que a veces se escuchaba afuera, de ruidos y gruñidos que engendraban miedos en adultos que luego se pasaban a cuentos orales para asustar a sus niños; a veces uno que otro cuento era más terrorífico y exagerado que el anterior, quizás para mantenerlos lejos del peligro de atravesar aquellos límites.

Aún así, desde entonces había sido un territorio prometedor en el cual vivir, con una multitud de árboles y agua corriendo alrededor de dicha aldea en la cual aquellos primeros Hyūga, gente de pálidos ojos y pálida piel, llegaron con sus trajes sucios y sudorosos dispuestos a cambiar su nómada vida por la tranquilidad de un lugar al cual llamar hogar. A pesar de la terquedad inicial con la que fueron recibidos, a lo largo de las primeras décadas demostraron ser trabajadores, con costumbres propias que podían moldearse y unirse a la cultura de los habitantes que ya vivían allí y posteriormente hacerse de una propia prefactura en las actuales extensas tierras dentro de los límites de Konoha.

Esta parte de la historia era la que parecía haber olvidado el Emperador o al menos había decidido que no le importaba más.

Era también, por supuesto, lo que mantenía a Hiashi Hyūga con su mandíbula apretada para no explotar de ira, decepción y enfrentarse a una posible muerte por rebelión ante cualquier palabra imprudente, reacia, que su boca soltara y pudiese considerarse como deslealtad o amenaza.

Por años, mi alteza, por largos años le hemos servido fielmente a Konoha, quería decir, pero sabía que dichas palabras no llegarían al corazón del fuerte hombre frente a él, Minato Namikaze, Emperador de Konoha.

—No necesito más de su presencia, señor Hyūga —mencionó entonces el poderoso hombre.

Hyūga hizo la correspondiente reverencia, observando con la mayor calma que podía cómo Madara Uchiha se acercaba al Emperador para manifestarle silenciosamente algo a su oído. Esa había sido su antigua labor hace menos de un ciclo lunar atrás, y dio media vuelta dirigiéndose hacia la gran salida del palacio imperial, consciente de los pesados pasos que trás de él se unieron y que continuarían con él hasta llegar a los muros propios de su hogar; pasos de altos y uniformados ANBU que de ahora en adelante, hasta nueva orden —quizás meses, quizás años—, custodiarían las afueras del complejo en donde residía el clan Hyūga y reportarían cualquier anomalía al Emperador.

Una total injusticia, pensó Hiashi, porque con ese acto se le dejaba en claro que ya no era bienvenido al Palacio, que no volvería a ser la mano derecha ni la voz fiable de Minato Namikaze, y que cualquier otro rumor que no le gustara al Emperador sólo cobraría las cabezas de algunos de su clan, probablemente empezando por la suya.

Konoha ya no sería la misma, estaba claro.

Quizá incluso más rumores, un mal consejo, la más mínima falsa evidencia podría terminar en una cacería humana sin sentido, haciendo que inocentes civiles fuesen llevados a innombrables castigos: su Emperador ahora estaba sediento de venganza; cegado por el odio hacia un ente invisible, hacia un asesino sin rostro que le había arrebatado lo más preciado para él: su único heredero.

Pensó entonces en Hinata, su hija. Un año antes había estado seguro de que, de entre todas las niñas de la espléndida capital, incluso de todo el imperio, su hija era la más bella y la que más merecía cualquier reconocimiento por parte del palacio. Tenía apenas trece años y no había belleza que la igualara ni mentalidad tan bondadosa. Sabía leer y montar a caballo como el mejor soldado, y cantar en dulce voz antiguas canciones que hablaban de amor y lealtad patriótica.

Hiashi había estado seguro que Minato Namikaze consideraría bien su ofrecimiento para que Hinata fuera elegida como futura esposa de su joven y saludable hijo, que sería ella por encima de otras niñas que pertenecían a dinastías gobernantes o princesas de otros reinos lejos de allí.

Ahora simplemente le quedaba claro que se había dejado ilusionar. Incluso un año atrás, cuando se encontraban en los mejores términos y a pesar de que el tiempo lo ameritaba tal y como sugería la tradición, el Emperador se había abstenido de confirmar públicamente si el futuro casamiento de su hijo seguiría con tradicionales lazos maritales o cedería a otras opciones. «Que sea por amor», era lo que contaban embobadas las ancianas como una de las últimas palabras de la emperatriz Kushina antes de morir, y era lo que Hiashi había creído que pasaría, que el joven heredero Naruto, aún crédulo e impresionable, quedaría prendado desde el momento en que hubiera presenciado el debut de Hinata ante la sociedad.

Sin embargo, ahora el joven Naruto estaba muerto y sobre Hiashi había recaído la culpa de haber sido el superior que lo había enviado al Bosque Oscuro, lugar donde el primogénito y único hijo del Emperador había encontrado su precipitada muerte. Pero Hiashi, también antiguo líder de la Guardia Real y conociendo él mismo el peligro de tal bosque, había asegurado que siempre consideró la vida de Naruto por encima de la de él y que tal petición nunca había salido de sus labios, pero por mucho que había querido aclarar las erróneas acusaciones que se decían de él —por mucho que había rogado, por primera vez en su vida de rodillas, con su rostro en una desfigurada mueca— no hubo espacio a sus reclamaciones, no cuando Madara Uchiha había prometido una búsqueda del joven príncipe y había cumplido parte de ello, devolviéndole al Imperio restos sin vida de aquel hijo que ya no sería su próximo Emperador; y había regresado con rasguños en su rostro y culminado entonces su promesa, dejando atrás muertos a seis de sus diez hombres más fuertes sólo para recuperar lo que quedaba de Naruto, apenas una cabeza pequeña, sola, nada por debajo de su cuello, ni siquiera un descompuesto torso o extremidades roídas. Una cabeza púrpura casi inexistente de la cual los cuervos se habían llevado sus azules ojos.

Y la bestia, el despreciable animal que realmente había acabado con esa brillante vida, había perecido gracias a la fuerte mano de Madara Uchiha y a los pies del Emperador estaba extendido el rugoso y despreciable cuero del ser al que había enfrentado.

El relato de la asfixiante sombra y los oscuros árboles deformados por los que Madara había atravesado y de los cuales había escapado quedaron en secreto a través de los susurros de éste a la oreja del Emperador. Además, si once hombres habían luchado con la bestia y sólo cinco habían regresado, ¿qué posibilidad había tenido Naruto, su hijo, en una desconocida misión solo en el Bosque Oscuro? ¿Y por qué alguien que se decía orgulloso de ser la mano derecha del Emperador y haber prometido cuidar lo más importante del Imperio no había evitado tal tragedia? ¿Realmente hacía bien su trabajo?

Como fuera, lo único evidente era que el último líder del clan Uchiha había ido al infierno y aunque había luchado con todas sus fuerzas sólo pudo traer tan pocos restos del extinto heredero.

Así, con tan desoladora escena no hubo espacio a las justificaciones del Hyūga y por primera vez en años el Emperador había mirado con total desprecio y repulsión a quien había sido su mano derecha.

¿Por qué el joven hijo del emperador encontró tan oscuro destino? ¿Quién había enviado a Naruto a dicho lugar? ¿Acaso fue aquel, el que está más cercano a nuestro Emperador? ¿Acaso fue algo planeado por la cabeza del clan Hyūga en contra de nuestro Emperador?

No, no había sido él, pero las susurrantes acusaciones llegaron a oídos de un adolorido padre, incrédulo que su hijo de catorce años estaba muerto y Hiashi fue despojado de su alto puesto. Alguien tenía que pagar, no importaba el hecho de que nadie sabía cómo Naruto había llegado a ese lugar.

Habría sido más fácil señalar a crueles sujetos a los cuales torturar como venganza pero contrario a eso ahora estaba la evidencia física de una anormal criatura grande, y por todo el Imperio se empezó a advertir de más monstruos o demonios dentro del Bosque Oscuro, secuaces del animal que había decapitado al príncipe, al adorado hijo a quien el Emperador había enseñado y protegido con tanto esmero y que ahora estaba muerto.

Sin importar cómo, alguien tenía que pagar.

Hyūga primero, otros más después.

Sí, habían sido décadas en que los Hyūga habían mostrado grata fidelidad al Imperio, pero ahora les quitarían gran parte del terreno que por años les pertenecía, subirían sus impuestos, bajarían a su patriarca de su rango dentro del cuerpo militar al igual que los beneficios en riquezas y autoridad que por tanto tiempo habían sido concedidos a su clan, y sin duda alguna de ahora en adelante los ojos de la población ya no verían igual a todo aquel que se apellidara Hyūga, incluso a su inocente y sincera niña.

De alguna forma habían quedado malditos al igual que aquel bosque.

Cuando Hiashi salió del todo por la gran puerta principal supo que pasaría mucho tiempo antes de que otro miembro de su clan volviera a pisar el pulcro y colorido suelo del Palacio.

.

.


En la mañana Hinata recordó, casi como la primera cosa que pasó por su cabeza al despertar, que el hijo del Emperador tendría veinte años si aún estuviera vivo. Recordaba haber crecido mirándolo, incluso aprendiendo de él desde la distancia.

A Naruto le habían encantado los caballos y quizá esa había sido la razón por la que de niña Hinata se había esmerado también por aprender de tales animales.

Ahora, con la oscuridad cerniéndose sobre ella y elevando su mano dominante con lentitud en gesto de paciencia y apacibilidad, miró a la bestia frente a ella —que por supuesto podía llamarse bestia por su gran tamaño—, que relinchó otra vez y meneó su pesada cabeza.

—Chsss —calmó Hinata intentando tranquilizar al caballo sin saber qué tan manso podía ser. Si bien era una conocedora en ellos (también había crecido viendo a su padre manejarlos y a su primo tomarse muy en serio sus respectivas labores de aseo y cuidado durante su niñez y adolescencia), era distinto encontrarse con un caballo adulto al que nunca había visto antes como para estar completamente segura que sí estaba haciendo lo mejor que podía.

La bestia, grande y probablemente peligrosa, y de la cual Hinata no tenía la más mínima idea de su nombre —cosa que le serviría para un efecto más inmediato en sus intentos por calmarlo más— al menos era el único animal del particular y aislado establo donde se hallaba. Con un poco de suerte esperaba que el animal aceptara su presencia por esa noche.

Los grandes y almendrados ojos del caballo la observaron y un rato después de la interacción entre ambos el animal al parecer por fin cedió y mostró algo de docilidad. Hinata ubicó su mano sobre el largo rostro de él, dedos acariciando con suavidad por encima de su nariz y Hinata supo que ya no tendría que preocuparse por que alertara a otros animales y a su amo y sirvientes sobre su presencia. Era una intrusa después de todo.

—Tu amo te cuida muy bien, ¿no es cierto? —murmuró ella con alegría. Cualquier persona que respetara a un animal como lo hacía el dueño de este caballo debía ser alguien bueno, y ante tal pensamiento sintió conflicto en su corazón por tomarse la libertad de entrar en aquel establo ajeno y pretender ocupar un espacio en él durante la noche. Con dicha culpa decidió no tomar ninguna de las manzanas que habían en un caja —obviamente incentivos que pertenecían al animal— a pesar de que había un vacío en su estómago.

Mañana muy temprano regresaría a casa por un buen bocado y, si también tenía suerte, llegaría antes de que su nana ingresara a su habitación y se diera cuenta de su ausencia.

No tenía la más mínima intención de alarmar a otra persona por lo sucedido hoy, y el ANBU que la había estado persiguiendo por un largo trayecto tampoco admitiría que había sido por culpa de él que la primogénita del clan Hyūga se había alejado tanto de casa. Hinata suspiró afligida, a pesar del miedo que había sentido quería convencerse de que sólo se había tratado de un percance, uno que ella aspiraba no se repitiera jamás en su vida.

Quizá el ANBU estaba siguiendo órdenes que ella no entendía. Quizá durante los primeros metros el hombre había dado la vuelta, ignorándola, y a ella sólo la había estado persiguiendo su propia paranoia.

El caballo, contento por sus atenciones y al parecer seguro de que ella no era una enemiga, empezó a parpadear cayendo en un apacible sueño. Hinata, que de ninguna forma podría dormir parada, dejó de acariciar a la bestia y se adentró a un rincón del establo para echarse sobre un gran montón de paja.

Cayendo en los brazos de un agotado sueño no se dio cuenta de otros oscuros ojos que la estuvieron observando. El joven hombre, dueño del animal y probablemente la real razón por la que la bestia había dejado de inquietarse, minutos antes y silenciosamente había capturado por detrás al hombre uniformado, tapado su boca con fuerza y atravesado con su filosa arma la garganta musculosa de un lado al otro, sosteniendo dicho cuerpo hasta que ya había dejado de tener fuerzas y lo dejó caer lentamente al suelo.

Bien, pensó, otro ANBU menos del cuál preocuparse.

En cuanto a la joven Hyūga en su establo… no estaba muy seguro de qué hacer. Obviamente el ANBU la había estado persiguiendo, probablemente con pésimas intenciones y la chica había llegado hasta su propiedad creyendo que le había perdido. Habiendo llegado allí y fijándose en la hora sabía que la joven ya no podía regresar a casa, no con la oscuridad cerniendo sobre ellos. Regresar podría implicar un peligro aún mayor, y con esa belleza despampanante la Hyūga había sido lo suficientemente lista para saber que la oscuridad era más mortífera si la atravesaba ella sola.

Además, Sasuke no sabía cuál podría ser la dinámica de ella con los miembros de su propio clan, si regresar tan tarde incluso podría implicar un castigo; su padre, Hiashi Hyūga, llevaba años muerto —para Sasuke, claramente una orden dada por alguien desde el Palacio aunque el mismo clan Hyūga nunca se hubiese atrevido a señalar tal muerte como algo ajeno a lo natural—, así que su hija podría estar siendo actualmente la ficha más débil e indefensa entre las decisiones que se tomaban en aquella familia.

Al menos podía deducir muy bien que era una solitaria figura.

Ahora bien, ¿por qué no acercarse a la puerta principal y pedir ayuda?, pensó Sasuke. Quizá la joven mujer conocía muy bien que dicha mansión era el hogar de él, de Sasuke Uchiha, y ya estaba enterada del comportamiento apático que profesaban los rumores afuera.

Se abstuvo de pensar en tal posibilidad y enfundando su arma luego de limpiarla y viendo el cuerpo sin vida y lleno de sangre de su víctima, Sasuke Uchiha decidió que una mujer no podía dormir en el mismo lugar en donde cada vez más se extendía un charco de sangre. Luego de esperar por un tiempo más y de despertar y calmar nuevamente a Aoda, su más leal caballo, se arrodilló a un lado de la joven y pasó sus brazos por debajo de ella hasta elevarla en ellos. No era para nada pesada y de cerca entendió por qué el ANBU se había dejado encandilar por ella hasta el punto de creer que podía salirse con la suya: su nariz era perfecta, su piel blanca estaba sin imperfecciones, igual a la que sólo de niño había visto en su madre, y las curvas que dejaban ver su pálida vestimenta de seda y encaje exclamaban que su cuerpo ya había madurado como para abrazar y acoger al de un hombre.

Sin embargo, Sasuke Uchiha despreciando en lo que se habían convertido los miembros de ANBU caminó suavemente cargando con ella hasta llegar a la puerta principal de su mansión. Su criada más anciana, Chiyo, le estaba esperando con una brillante lámpara sobre las escaleras.

La anciana trató de levantar la luz para ver la cara de la muchacha que su joven amo cargaba, pero Sasuke pasó por su lado con rapidez y la deficiente visión de ella no le permitió observar ni un detalle.

—Que mañana nadie se acerque a Aoda, ¿queda claro, anciana? Y vete ya a descansar —ordenó mientras llevaba a la joven Hyūga arriba hasta su propia habitación.

Así, dejándola caer con delicadeza sobre su cama, Sasuke caminó hasta una mullida silla cerca al amplio ventanal y se sentó allí dispuesto también a dormir. No obstante, luego de una hora de mantenerse despierto y muy acorde a su personalidad, Sasuke sopesó si la presencia de ella podría resultar en algo contradictorio. No habían muchos empleados en aquella mansión a pesar de su extensión, arquitectura diferente —y por tanto cuidados especiales— y de ser de tres pisos; la mayoría trabajaba en los terrenos que aún pertenecían a su tío y vivían fuera en otras partes del complejo, sólo Chiyo tenía su propia habitación allí dentro en el primer piso; por tanto, si la joven Hyūga era vista por alguien más en la mañana, Sasuke descartó que aquello llegara a oídos de Madara; justo ahora lo que menos quería era llamar la atención del hombre.

Lo que quería, sin duda alguna, era poner sobre el cuello del Emperador la misma arma filosa con la que había asesinado al ANBU esa noche.

Tratando de cerrar los ojos nuevamente, Sasuke decidió entonces que llamaría a Shikamaru a primera hora. Mejor deshacerse de la joven Hyūga antes de que le diera un mayor dolor de cabeza.

.

.


El viento helado de la noche llegó a las dos figuras dentro de la habitación, pero Minato Namikaze ignoró el escalofrío que aquello le hizo sentir prefiriendo reflejar en su rostro un rictus lleno de éxtasis y próxima satisfacción.

Jalando el sedoso cabello de la mujer aumentó más el ritmo en entrar y salir de ella, disfrutando plenamente de la generosa opresión que el cuerpo femenino ejercía sobre su hinchado miembro, sintiendo una inusual cantidad de sudor resbalando por su cuello y mentón.

Llevaban horas en eso.

Contrastando bellamente con su musculoso cuerpo, las suaves curvas y el color dorado de la mujer también se llenaron de esa transpiración mientras jadeaba, en cuatro, por el inmenso placer que sentía.

Ella había sido obligada a dejar su familia y por entonces pensó que era lo peor que le había podido ocurrir. Ese lejano día ella había gritado y llorado, y había escupido en la cara de un soldado que la dejó con un golpe en su abdomen sin aliento; sin embargo, ahora estaba sintiendo la más exquisita experiencia que su cuerpo podía recibir, sintiendo bajo sus manos la tela más sedosa y fina que debía existir en todo el mundo, traída sólo para ese momento, y siendo atendida durante meses como si se tratara de una princesa de aquellos lejanos reinos que sólo había conocido de niña por los cuentos de su madre.

Una princesa, sin embargo, no debía de recibir tal multitud de veces un miembro erecto embistiendo deliciosamente contra su interior; aun así, a veces se imaginaba que su belleza sería suficiente y que si gritaba y gemía como a su Emperador le gustaba, él podría enamorarse de ella y ella podría darle hijos dignos de altos cargos y riquezas.

Sin embargo, Minato cerró sus ojos indiferente ahora de la belleza de su cabello y la dorada piel de ella brillante por el sudor; sólo buscó ahora por la materialización de su orgasmo; si quiera apenas la sintió a ella retorcerse.

No la amaría y tampoco quería protegerla o hacerla suya, sólo... la deseaba como a las demás. Sólo eso.

Amantes, concubinas, antiguas primeras damas de la corte, prostitutas… como sea que las llamaba Madara y de donde sea que las trajera, tenerlas ahí, en ese instante, le hacía feliz.

Más y sería incapaz de pensar. Otro poco más...

Ya ni siquiera la escuchaba.

Más.

Su cuerpo entonces convulsionó y se vació en lo más profundo de ella, de sólo otra chica más que le servía. Sólo así, en ese instante, el rostro del hijo que con tanto esmero había enseñado y protegido, el que había nacido para heredar su posición y había jurado a una tierna edad de seis años llevar a Konoha a su época más triunfante, no le devolvía la mirada con unos inexistentes ojos.

Sólo así, en ese instante, su mente era por fin un ruido blanco que no le recordaba lo solo que se encontraba, ni lo cobarde de tomar él mismo una daga y clavarla en su pecho.

Sabía que ya no le sería posible sentir algo de amor por alguien más. Sus amores se habían extinguido y dudaba conocer a alguien más por quien realmente interesarse; excepto por aquellos momentos cuando estaba usando el cuerpo de alguien más, su mente se había quedado en el pasado y se rehusaba en salir de allí.


.

Spoiler: va a conocer a la dulce Hinata y le va a interesar xD

¡Gracias por leer!