KAWAAKARI
"El río que resplandece en la oscuridad"
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Parte II
Capítulo XII
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La nieve caía en copos que descendían con la cadencia de un invierno que se sabe poseedor del momento. Kagome los observaba mientras éstos se unían a los ya caídos y con ello formaban una gruesa capa de nieve en el jardín interior del templo. El espectáculo era hermoso. El blanco del agua solidificada conseguía irradiar del mismo modo que haría el sol y aunque debería disfrutar de aquel instante sagrado de la naturaleza, Kagome sólo podía pensar en la imposibilidad de salir del templo este día.
—Kagome ¿Pasa algo? —le habló su madre, que permanecía junto a ella en una de las estancias dedicada a labores diarias.
El lugar tenía una de sus puertas abiertas para permitir la vista al exterior y ambas mujeres permanecían junto al fuego de un hogar cercano, con la parte baja del cuerpo cubierta por una manta que conservaba el calor.
—Nada —se apresuró a responder ¿Qué le podía decir?
Sus pensamientos y recuerdos se encontraban muy lejos del lugar en que ahora estaba y, probablemente, de la comprensión y aceptación de su madre.
—Te están quedando muy bien los trazos, son firmes y delicados —su madre hizo aprecio al trabajo que llevaba a cabo sobre el papel.
Dedicaban un día de cada tres a la transcripción de los haikus del emperador y las enseñanzas del shinto. A su madre siempre le había gustado leer y escribir ya que consideraba que aquello era libertad para la mente y el espíritu. Desde que Kagome era pequeña, le había creado un hábito sobre el tema, a pesar de la negativa inicial de Kagome que prefería estar subida a un árbol que plasmando líneas finas de tinta sobre un papel. Ahora estaba agradecida por el empeño de su madre.
—Gracias —expresó, ante las palabras afectuosas que ella le dedicó.
—Has mejorado mucho en el kanji del alma y en éste, el del espíritu —indicó y continúo elogiando la mujer.
—Gracias —repitió Kagome, agregando una suave reverencia esta vez.
Su madre pareció comprender el momento que necesitaba su hija para asimilar las palabras positivas y detuvo sus elogios.
Kagome trazó unas cuantas líneas más del trabajo que estaba ejecutando y volvió a distraer la mirada en el exterior, atraída por el modo en que caían los copos de nieve. Por un momento los relacionó con la forma silente e incansable en que sus propias ideas permanecían en su mente. Habían pasado algunos días desde su encuentro con InuYasha Taisho y aún no le era posible encontrar la calma suficiente para repasar los hechos sin volver a la misma ansiedad que experimento junto a él. Kagome se preguntaba si era posible que el hombre en cuestión, quién hasta hace poco era un completo extraño para ella, pudiese sentir algo similar. Su intuición le decía que ambos estaban experimentando sensaciones nuevas, a pesar de venir desde diferentes puntos del conocimiento de la vida. Kagome era totalmente consciente de la ingenuidad que la rodeaba, tanto por el modo en que había sido enseñada, como por su forma de vida. Ella estaba dentro de un rango privilegiado entre las mujeres, a pesar de tener como únicas obligaciones en la sociedad, la de ser admiradas por su belleza y desarrollar la diligencia y el silencio como un atributo. No obstante, en su caso, su madre y su abuelo la habían ayudado a salir ligeramente de ese paradigma y aquello le daba una amplitud un poco mayor a la hora de observar el mundo. Tenía la sensación de que InuYasha Taisho provenía de un camino totalmente inverso. En principio, era un hombre en un mundo hecho a la medida de éstos. Su porte señorial lo ubicaba en una escala en la que, además, debía ser temido y respetado. Kagome sabía poco de los detalles que rondaban la vida licenciosa de un soltero en estos tiempos, sin embargo, sí tenía conocimiento de que aquella vida existía. Su amiga Yuka había hecho mención de aquello alguna vez, a raíz de la amistad que mantenía su hermano mayor por dos años, con Hojō Seijitsu.
—Creo que Hojō nos visitará dentro de poco. Tu abuelo se encontró con su padre hace unos días —su madre mencionó aquello como si adivinase que el chico había cruzado su mente.
—¿Desde cuándo Hojō anuncia visita? —quiso aligerar la carga de la formalidad que parecía estar tomando la presencia del joven en casa— Hasta dónde me alcanza la memoria, él nunca ha necesitado autorización para venir a casa.
—Quizás sus intenciones están cambiando —acotó su madre y Kagome tuvo la sensación de que la nieve que caía fuera se le colaba por la espalda del komon que vestía.
Un total silencio se abrió paso en la estancia. Sólo un momento después escucharon a una de las mujeres que trabajaba en la casa.
—Señora —escucharon la voz de Hanae que parecía llevar un instante junto a la puerta interior, a la espera de que ellas terminasen su conversación.
—Sí ¿Pasa algo? —la madre de Kagome se dirigió a la mujer.
—Han traído una nota —le extendió una pequeña bandeja de madera de bambú destinada a la entrega de la correspondencia.
—Será del joven Seijitsu —su madre estuvo dispuesta a recibir la nota, en tanto Kagome licuaba algo más de tinta para continuar con su escritura—. No parece que sea de él.
Kagome notó la voz dubitativa de su madre y aquello atrajo su atención.
—Entonces ¿De quién puede ser? —la pregunta de Kagome se vio abruptamente respondida cuando vio e interpretó el sello que acompañaba a la misiva.
—Taisho InuYasha. He escuchado hablar de esta familia, aunque no conocía ninguno de sus inkan —las palabras de su madre se iban quedando entorno a Kagome igual que haría una niebla sutil que no llegaba a captar del todo su atención.
¿Por qué InuYasha estaría escribiendo a su familia?
La pregunta quedó en la mente de Kagome y resultaba casi tan extraña como la forma en que se habían despedido InuYasha y ella el último día que estuvieron juntos. Una vez consiguieron salir del inquietante momento compartido en los jardines Koishikawa, caminaron en dirección al templo en que vivía Kagome. Se acompañaron de un silencio tenso que no llegaba a ser incómodo, aunque tampoco era el tipo de silencio que ella se imaginaba existía entre quienes compartían algo parecido a la intimidad o a un secreto. Sin embargo, en el momento en que la dejó a los pies de la escalera que precedía al templo, le había expresado unas palabras que predisponían su intención: tendrá noticias de mí.
Llevaba días intentando saber qué significado podía tener aquella frase. Pensó en que se refería, simplemente, a que lo encontraría por la calle de forma fingidamente fortuita, o que él volvería a reunirse con ella en uno de sus paseos por los jardines que acababan de dejar. Sin embargo, Kagome no pensó jamás en la posibilidad de una misiva dirigida a su familia; esto se sentía como sacar los encuentros casuales que habían tenido del anonimato en que ahora se encontraban.
—¿Qué será lo que dice? —la pregunta que hizo su madre era la adecuada, aun así, Kagome sentía que nada era como debía ser. InuYasha Taisho, hasta ahora, permanecía en la seguridad de sus secretos y eso conseguía que sus encuentros tuviesen un carácter mágico que se veía comprometido con esa carta.
—¿La abrirá? —Kagome no estuvo segura de si su voz había sonado todo lo calmada que hubiese deseado.
—Sí. Está dirigida a la familia y no a alguien específico de ella, así que me parece correcto.
Kagome contuvo el aliento, mientras observaba a su madre abrir el sobre y sacar del interior el papel rectangular que permanecía doblado sobre sí mismo cuatro veces. Detuvo su mirada en la caligrafía de trazos firmes y oscuros que se extendía por el papel de arroz. Se llevó una mano al estómago de forma instintiva, parecía querer proteger sus emociones de la descarga que la situación traía consigo. Se dio cuenta que su madre estaba leyendo en silencio y aquello acentuó aún más la inquietud que sentía.
—Inesperado —fue la primera impresión que escuchó salir de ella.
Kagome tuvo que cerrar los dedos en un puño para contener el ansia de pedir la carta para leerla. Quiso preguntar qué era lo inesperado, sin embargo no confiaba en su propia voz para hacerlo.
—El señor Taisho pide una reunión con la familia —Kagome fue consciente del modo en que se le secaba la boca y tragó con dificultad, intentando aliviar su garganta de la tensión y la sequedad. Cada segundo que su madre se tomaba para releer la nota a ella le parecía una eternidad—. Dice que no desea nada demasiado formal y que estará dispuesto para el día que decidamos.
Kagome se esforzó en aclarar su voz con un suave y disimulado carraspeo.
—¿Dice cuál es el motivo? —el tono resultó algo más agudo de lo habitual, no obstante, su madre permanecía intrigada por la carta y eso, probablemente, ayudó a que no lo notase.
—No. Simplemente pide una reunión —dijo, observando el inkan una vez más— ¿Qué edad tendrá? —Kagome pensó en responder que no sabía, lo cual era cierto. No obstante, su madre complemento su primera pregunta con otra— ¿Lo conoces?
Kagome se quedó muda, con la boca cerrada de forma hermética, como si cualquier cosa que pudiese decir fuese capaz de romper algo alrededor. Finalmente su madre alzó la mirada del papel y la observó a la espera de una respuesta que Kagome no alcanzó a formular.
—Señora —Hanae habló desde la puerta interior de la estancia.
—¿Sí? —la atención de su madre cambió de dirección de forma momentánea.
—Ha llegado otra nota —la mujer se acercó con su bandeja de bambú y un sobre en ella.
La madre de Kagome la tomó y al mirar el inkan, mencionó.
—Esta vez sí es de Hojō.
Kagome suspiró con suavidad, aliviada al ver la atención de su madre cambiar de rumbo.
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InuYasha ascendía por la escalera de piedra que conectaba la casa principal con la mazmorra, mientras se limpiaba las manos con un pañuelo que, como otros muchos, iría al fuego después de usar. El rojo de la sangre le bordeaba las garras, impregnándose bajo la cutícula, algo que sólo podía retirar sumergiendo las manos en agua. Había sido interrumpido por Myoga, que bajó hasta el sótano del lugar para darle el aviso de que tenía un visitante. Sólo tardó un instante en saber de quien se trataba, su olor se había desperdigado por el lugar con la misma rapidez con que lo hacía la peste.
Al llegar hasta la primera planta se fue directamente al salón principal, lugar en que se recibía a los invitados. La puerta estaba entrecerrada y aquello era el anuncio primario de que había alguien en el interior. InuYasha empujó una de las hojas de madera sin mayores miramientos y ésta se abrió dándole una visión amplia del espacio.
—Sesshomaru ¿No es algo tarde para visitas de cortesía? —fueron sus palabras., No era un saludo, no los había entre ellos. Por la ventana se apreciaba la oscuridad casi total de la noche.
—Veo que tus modales siguen siendo tan refinados como siempre —la respuesta llegó desde un lateral de la sala en la que se encontraba el youkai, de pie y junto a uno de los estantes de libros que quien había decorado el lugar se había empeñado en poner.
La luz de la estancia era tenue, InuYasha lo prefería así. Bordeó uno de los sillones que había en el lugar y se acercó a la chimenea que mantenía un fuego medio, lo suficiente como para que la casa no se sintiese como una cueva.
—Me gusta mantener las tradiciones —sonó todo lo casual que podía. Luego de aquello, y justo en el momento en que Sesshomaru se giró para mirarlo, lanzó al fuego el pañuelo ensangrentado que tenía en las manos.
La mirada de su medio hermano resultó mucho más aguda de lo que InuYasha esperaría. Incluso bajo la apariencia humana que Sesshomaru adquiría por medio de un hechizo similar al propio, sus rasgos resultaron fieros.
—Parece que te has estado divirtiendo —las palabras resultaron afiladas, del mismo modo que la mirada que Sesshomaru continuaba dedicándole. InuYasha, que no bajaba la guardia jamás ante su medio hermano, se tensó un poco más, dispuesto para un enfrentamiento si era necesario.
—Algo así —no iba a entregar detalles de sus acciones.
Sesshomaru se mantuvo en silencio por un corto momento, parecía evaluar su siguiente comentario, algo que desde luego no era habitual en él.
—¿A qué debo tu visita? —InuYasha aprovechó ese detalle para apresurar el momento, deseaba terminar lo antes posible con esta inesperada reunión.
Sesshomaru se acercó un poco más a él, quedando de pie en el centro de la habitación. Lo observó de ese modo condescendiente que no había dejado de usar desde que lo conoció, a pesar de que InuYasha había entrado en su mundo porque lo necesitaba.
—La reunión de los Shugoshin se ha adelantado.
Las palabras resultaron escuetas y con la misma falta de emoción característica de casi todas las conversaciones que había tenido con Sesshomaru.
—¿Cuál es el motivo? —InuYasha no escondió su desagrado. No le gustaba tener que encontrarse con ese grupo vanidoso de seres que se autoproclamaban deidades protectoras. Quizás aquello tuvo algún sentido al inicio de los tiempos; sin embargo él creía que ya no era así.
—No hay motivo —nuevamente recibió una escueta respuesta. Aunque esta vez fue matizada por otra frase que sólo estaba ahí para hacer aún más categórica la indiferencia del youkai a la hora de transmitir el mensaje—. Simplemente es así.
En ese instante InuYasha tuvo claro que algo más de fraguaba con esta visita.
—No necesitabas venir hasta aquí para informarme sobre esto —se dirigió a Sesshomaru, al principio sin mirarlo. InuYasha observó la llama del fuego que había en la chimenea y el pañuelo ensangrentado que aún se estaba quemando. El olor metalizado de la sangre al incinerarse se esparcía por la habitación y a él le importaba poco si aquello molestaba a su medio hermano; sus lazos no conseguían ni un mínimo de cortesía por su parte. Lo miró nuevamente y le dirigió una pregunta— ¿Por qué has venido realmente?
Sesshomaru se giró, tomó su abrigo desde uno de los sillones de aquella sala y se lo colgó del brazo, preparando así su salida. Sin embargo, le dirigió unas palabras antes de marcharse.
—Quería saber si eras tú el que está dejando cadáveres desperdigados por el poblado y creo que…
—Ciudad —lo interrumpió InuYasha. Sesshomaru arrugó ligeramente el ceño ante aquella superflua aclaración. Resultó ser una acción tan breve que bien podía ocupar sólo medio segundo.
—¡Qué más da! —exclamó el hombre, alzando la voz de forma ligera.
—No soy yo —aclaró InuYasha—. A pesar de lo que puedas pensar —se indicó a sí mismo y a las innumerables manchas de sangre que había en su indumentaria—. Sé esconder mis huellas.
Sesshomaru lo miró con calma, haciendo un escrutinio del híbrido que tenía delante. Nunca había sido de su agrado, aunque una vez pudo dejar a un lado el deseo salvaje de terminar con la vida del bastardo que dejó su padre, consiguió ver el uso que le podía dar dentro del clan.
—Espero que así sea —Sesshomaru fue consciente del desdén en su propia voz, no obstante, le importó muy poco—. Ese instinto humano mediocre que existe en ti puede causarnos problemas si no lo controlas.
InuYasha sabía que aquellas palabras estaban destinadas, justamente, a despertar su ira. Conocía las artimañas de Sesshomaru, había caído en ellas al principio, cuando su propio conocimiento del uso de la retórica era inexistente.
—Por cierto —el youkai volvió a hablar de camino a la puerta—. Puedes llevar una mascota, a los Shugoshin les complace divertirse con los humanos.
InuYasha chasqueó la lengua y habló.
—No te molestes en cerrar la puerta al salir —expresó, esgrimiendo una indiferencia estoica, a pesar del fuego que ardía dentro de él de forma permanente.
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Continuará.
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N/A
Tengo tantas ideas que quiero poner en esta historia, que en ocasiones me pregunto si seré capaz de posicionarlas todas. Mi esperanza está puesta en ello.
Espero que el capítulo les haya gustado y que me dejen sus comentarios.
Anyara
