Para David era uno de los momentos más excitantes de su vida. Tenía a la bellísima reina sobre el regazo, desnuda, aceptando que quería su pene y pidiéndole, no que le hiciera el amor, sino que se la follara. Enardeció tanto que por poco eyacula.

—¿E-estás segura? —preguntó, excitado e inseguro porque no entendía de dónde venía ese deseo de Regina. No era que le disgustara, era todo lo contrario, pero le parecía extraño porque, a su parecer y la experiencia que tenía, era muy pronto para querer sexo fuerte.

—Sí, Encantador. —Meció de nuevo las caderas, presionando hacia abajo, dejando que su centro ardiente y palpitante mojara el hinchado pene. Sí, quería provocarlo, el deseo que tenía en ese momento era indescriptible, algo nuevo y por nada del mundo quería detenerse.

Era la Reina y podía hacer lo que quisiera.

Se miraron fijamente por unos minutos, ambos conscientes del fuerte deseo que sentían el uno por el otro mientras que la tensión sexual irradiaba en la habitación. David fue el primero en actuar, acercó sus labios hasta uno de los lindos pezones al cual le dio un par de tiernos besos que fueron suficientes para que comenzara a endurecer. Regina soltó un suspiro. Sacó la lengua, lo tocó apenas con ella y trazó círculos por la aureola. Arrastró la lengua, dejando un húmedo camino por entre medio de los pechos hasta llegar al otro pezón que se encontraba algo erguido. También lo beso un par de veces, cerró los labios alrededor de la protuberancia y lo acarició con la lengua. Apretó las nalgas de Regina quien se empujó contra él, como demandando que se apresurara. Subió las manos para agarrarla de la aún estrecha cintura y chupó tentativamente.

Esa acción estuvo a punto de enloquecer a la Reina porque no pudo aguantar más. Le agarró una de las manos y la llevó hasta su intimidad, gimiendo alto cuando los dedos la tocaron. No lo pudo ver, pero David sonrió a pesar de tener el pezón dentro de la boca, pero es que era increíble lo mojada y lista que estaba para recibirlo. Le acarició el clítoris y ella se estremeció, la sostuvo con firmeza con la mano libre por la espalda para mantenerla en su sitio al tiempo que cambiaba de pezón para darle el mismo trato. Regina gemía sin pudor alguno, dejándole saber que disfrutaba lo que hacía. Le metió un dedo sin dejar de acariciar el endurecido clítoris con el pulgar y de inmediato ella comenzó a ondular las caderas, montando su dedo con rapidez, desesperada quizá por conseguir alivio. Dejó el lindo pezón al tiempo que le metía otro dedo y Regina se echó a sus brazos.

—Quiero venirme —murmuró entre sus propios jadeos y gemidos sin dejar de montar esos maravillosos dedos que la estaban encaminando hacia el tan ansiado clímax. Cerró los ojos, dejándose llevar a pesar de que eso no era lo que solicitó. Soltó una queja que sonó realmente desesperada cuando David sacó los dedos y de pronto se vio recostada sobre la cama. Las grandes manos la jalaron por los muslos hasta quedar justo al borde. Lo vio inclinarse sobre ella, su boca se vio invadida por la experta lengua que casi le llega a la garganta y la dejó sin aliento.

—Te deseo —jadeó David contra la boca jadeante de Regina quien esbozó una sonrisa traviesa, casi triunfante quizá segura de que ahora se la follaría—. Te deseo tanto. —Le dijo al oído antes de atrapar con sus dientes el lóbulo y mordisquear un poco.

Arrastró los labios y los dientes por la definida mandíbula hasta llegar al mentón donde dejó un beso. Bajó del mismo modo por el estirado cuello, disfrutando de los hermosos jadeos, de la tensión del cuerpo perfecto y del intenso subir y bajar del pecho. Hundió la lengua en el ombligo y Regina arqueó la espalda, le puso las manos en la cabeza, empujando para que bajara.

David pasó la saliva acumulada en su boca. Moría por probarla otra vez, pero la atmósfera que se había creado era distinta, quemaba y demandaba de una forma diferente y única. Regina no quería que fuera lento o cuidadoso, quería ser follada y él no se iba a oponer. Era una orden de su reina que él, como su prometido, futuro consorte y fiel enamorado, obedecería sin protestar.

Le agarró las manos y las llevó hasta cada lado de la cabeza de ella quien le dedicó una retadora mirada. Entrelazó sus dedos con los de Regina y le estampó un beso intenso que la dejó sin aliento. Se separó de la bella boca, apresando el rojizo labio inferior en el proceso, jalando un poco antes de llevar dos de sus dedos a su boca para chuparlos bajo la ardiente mirada de la Reina que por momentos parecía estar a punto de perder el control.

Para ese punto su pene goteaba sobre el pubis de Regina quien soltaba suspiros entrecortados cada vez que lo sentía.

—Sé que quieres que te folle —comenzó a decir él, mientras marcaba con sutileza un húmedo camino desde el pecho de la Reina hasta llegar a la tibia intimidad que acarició apenas. Le sonrió con malicia cuando ella se estremeció y empujó la cadera contra su mano—, pero yo quiero tomarme mi tiempo.

—David. —Lo llamó con voz ahogada porque su cuerpo se encontraba extremadamente tenso y sentía que ya no podía aguantar más. Dios, jamás en su vida había experimentado tal grado de excitación, la espera por sentirlo dentro, follándola, la estaba matando, le quemaba por dentro.

El príncipe se encontraba hincado sobre el suelo, acomodó las piernas de la Reina sobre sus hombros y acercó el rostro a la ardiente intimidad que se encontraba obscenamente mojada y brillante por el exceso de lubricación. Inspiró profundamente, perdiéndose en el increíble aroma que despedía. Sacó la lengua y lamió a todo largo, desde abajo hasta arriba, una y otra vez hasta que los labios internos se abrieron como una flor para él. Entonces subió la mano izquierda para agarrar el seno derecho de Regina para amasarlo gentilmente mientras que, con la mano derecha, usó dos dedos para acariciar la abertura, subiendo hasta el clítoris que masajeó con sutileza. Fue cuando sintió las manos de la Reina apresando su cabello para empujar su rostro hacia ella. Concedió, pero lo hizo a su ritmo. Besó primero el clítoris, levantó la capucha que lo cubría viendo lo duro e hinchado que se encontraba ya, con seguridad palpitaba. Regina se retorció cuando lo envolvió con sus labios. Chupó un poco sin dejar de acariciarle los labios vaginales hasta que le metió dos dedos, los muslos se cerraron alrededor de su cabeza y hubo un ligero temblor en ellos. Sintió los fuertes apretones de la dulce intimidad de Regina, la escuchó gemir con fuerza, observó la tensión en el bello cuerpo, sabiendo que estaba muy cerca de venirse.

—¡No! —renegó desesperada cuando David volvió a dejarla en las puertas del orgasmo sacando los dedos que fueron reemplazados casi de inmediato por el grueso pene que comenzó a abrirse camino dentro de ella. Sus piernas ahora descansaban sobre los fuertes brazos de David quien la aferraba por los muslos.

—Dime si te lastimo —pidió porque se iba a odiar a sí mismo si le hacía daño mientras se la follaba como ella se lo estaba pidiendo.

Regina asintió, cerrando los ojos, amando la sensación de sentirse llena de su príncipe encantador. Su centro convulsionó sobre la dura erección cuando no hubo más que meter. Se miraron a los ojos por unos segundos y David empezó a moverse, deslizando su longitud dentro y fuera del orificio vaginal de su Reina, aumentando el ritmo con cada penetración, atento a las reacciones de ella a quien se le entrecerraban los ojos y la respiración se le agitaba tanto que se vio obligada a jadear.

Frunció el ceño, cerró los ojos y se aferró agarró del borde de la cama cuando se vio de un momento a otro a las puertas del orgasmo. Su vagina se apretó con fuerza al pene de David quien ahora le daba largas y certeras estocadas, mucho más duras y rápidas de lo normal.

—Oh… Joder, joder —dijo con voz estrangulada y llegó. Temblando de pies a cabeza, agitando las caderas al compás de cada oleada de placer.

—Te sientes tan bien cuando te vienes —gruñó David muerto de deseo. La aferró esta voz por la cintura, la alzó un poco, recargándola prácticamente en sus muslos de tal forma que el bello cuerpo quedaba algo arqueado.

Comenzó a empujar sus caderas con rapidez y algo de fuerza, amando el sonido mojado que producía la intimidad de Regina, mismo que era acompañados del fuerte golpeteo de sus cuerpos.

—M-más rápido —pidió Regina, mirando con intensidad a David quien asintió, aumentando el ritmo, convirtiendo las estocadas en embestidas que la tenían lloriqueando de placer. Sus pezones y clítoris estaban muy duros, la tensión en su vientre era demasiada y ya sentía un nuevo orgasmo formándose.

David se había dejado llevar. Embestía a Regina casi con toda su fuerza y le prendía mucho ver que ella lo disfrutaba. Sentía la ardiente intimidad apretando su pene de pronto.

—Carajo, Regina —dijo con ardor al verla masajearse los pechos.

—Me estás follando tan bien, Encantador. No pares. —Llevó una mano hasta su clítoris que frotó un par de veces. Escuchó a David gruñir excitado y se dejó ir.

El orgasmo la azotó con fuerza. La espalda se le arqueó perfectamente mientras abría más las piernas por la increíble tensión en su cuerpo. Después hubo un momento de relajación donde tembló sin control, separándose de inmediato de David, haciéndose casi un ovillo mientras disfrutaba de las oleadas de placer.

El príncipe por poco se viene. Llevó una mano hasta su pene y apretó la base para impedirlo. Se subió a la cama, recostándose a un lado de Regina quien aún no terminaba de atravesar el orgasmo. La suave piel estaba erizada y el bello cuerpo seguía temblando. La vio llevar una mano a su centro, moviendo las caderas, disfrutando de los remanentes del orgasmo.

Abrió los bellos ojos mirando a su encantador príncipe que respiraba agitado, aunque no tanto como ella. El pene seguía erguido, alzado como un duro mástil que por increíble que fuera volvió a encender el deseo en ella. Así que, con la confianza de que él aun necesitaba venirse, se abalanzó sobre él, subiéndosele a horcajadas, empalándose ella misma en el duro pene. Las manos de su prometido le agarraron los muslos.

—Dios, Regina —gimió guturalmente al volverse a sentir enfundado en la exquisita vagina que seguía estrecha, ardiente y húmeda. Jadeó con fuerza cuando Regina comenzó a moverse sobre él con intensidad.

Regina montaba en pene de David tal cual él le había enseñado, llevándolo dentro y fuera de ella, cada vez más profundo, arrugando el entrecejo al aumentar el ritmo de tan solo ver lo excitado que él se encontraba, parecía estarse aguantando las ganas de venirse y la Reina decidió cambiar eso.

Apoyó las manos en el fuerte torso de David para tener balance y entonces se animó a cabalgar con fuerza el hinchado pene que palpitaba en su interior. El príncipe soltó un gemido ahogado y apretó los ojos.

La Reina lo miraba con detenimiento. Se veía sumamente apuesto tratando de aguantar. Había cerrado los ojos, contraído el gesto y apretaba los dientes. Esa imagen le parecía tan erótica que no se pudo frenar a sí misma de decir lo que sentía en ese momento.

—Di que eres mío —demandó con la voz agitada, sin dejar de moverse, estremeciéndose de vez en cuando por el placer.

—Soy tuyo… ¡Solo tuyo!

Las varoniles manos la agarraron con fuerza de la cintura y la sostuvieron, impidiéndole el movimiento y fue cuando él comenzó a embestirla desde abajo, fuerte y duro. Era como si hubiera perdido el control y Regina no pudo hacer otra cosa más que echar la cabeza hacia atrás.

—¡Oh! S-sí —gimió con la voz estrangulada y ojos llenos de lágrimas del sublime placer que por momentos rayaba en lo doloroso—. Así… ¡Me gusta! —jadeó entusiasta. Las lágrimas surcaron su rostro, se agarró de los brazos de David donde encajó sus uñas al sentirse a punto de llegar. Él siseó de placer y Regina sollozó antes de explotar en millones de pedazos alrededor del grueso pene. Gritó el nombre del príncipe, su centro se apretó con tanta fuerza que para él fue difícil seguir con el movimiento, se vio envuelta entre los fuertes brazos pues David se había alzado y entonces lo sintió, derramando semilla caliente en su interior.

—Oh joder, joder. ¡Cómo te amo! —dijo entre dientes mientras terminaba de eyacular dentro de Regina quien sonrió a pesar de que su cuerpo temblaba por el orgasmo. Se dejó caer de espaldas y ella se le acomodó sobre el pecho. Le besó la frente sudorosa—. ¿Qué hice yo para merecerte? —preguntó sin aliento, pero con una sonrisa emocionada dibujada en el rostro.

Hubo un silencio donde nada se escuchó más que la agitada respiración de ambos. Regina suspiró cuando las manos de David acariciaron con suavidad su espalda.

—Ser mucho más de lo que un día soñé. —Fue lo único que pudo responder. Volteó a verlo y fue recibida por el más dulce y amoroso de los besos.

—Te amo —susurró contra los rojizos labios a los que dio otro tierno beso—. Me gustó nuestra discusión. Quiero seguir discutiendo contigo.

—¿Disculpa? —Se alzó para mirarlo a la cara. Arqueó una ceja y él asintió con expresión serena.

—Amé ser testigo de lo mucho que te apasionas por defender tus ideales. —Le acomodó el cabello tras la oreja con delicadeza—. Estoy seguro que nadie gobernara mejor este reino que tú.

—David —dijo, profundamente conmovida mientras se miraban fijamente.

—Y no puedo hacer más que sentirme como el hombre más afortunado del mundo porque estás conmigo, porque vamos a tener un hijo y nos vamos a casar.

—Sí —rio después de sorber la nariz. David tomó su mano izquierda y se la llevó a los labios, besándole la palma haciendo que el anillo luciera.

—No puedo esperar por ser tu príncipe consorte.

La risa de Regina llenó la habitación y el corazón de David quien también rio con emoción. Cerró los ojos con entrega cuando ella lo besó con todo el amor del mundo.


La mañana los encontró enredados bajo las sábanas. David fue el primero en despertar, intentó que Regina también lo hiciera, pero ella solo se enterró bajo las mantas y siguió durmiendo. Se levantó de la cama, poniéndose ropa para que Ruby no lo encontrara desnudo. Trató de despertarla una vez más, buscando el bello rostro de la Reina que volvía a dormir profundamente. No pudo evitar sonreír y suspirar enamorado al verla. Se veía sumamente bella y tan relajada que no pudo resistirse, le acarició apenas el rostro y le dio un beso en la frente. Regina soltó un largo suspiro mientras parpadeaba repetidamente tratando de enfocar.

—Sigue descansando. Le diré a mi padre que los alcanzarás más tarde.

—No. No puedo llegar tarde —bostezó—. Soy la Reina. Lo que estamos haciendo es muy importante —murmuró con los ojos cerrados, luchando por no quedarse dormida de nuevo.

—Lo que tú digas, Majestad —dijo y sonrió al verla sonreír—. Iré a asearme y vestirme. Después vendré por ti para acompañarte al salón de asuntos. —Eso hizo que ella abriera los ojos por fin y lo mirara.

—¿Sigues con esa loca idea? —preguntó, reprimiendo la risa que le causaba la postura de David respecto a su seguridad.

El príncipe se hincó en el suelo para quedar más a la altura de la Reina que seguía recostada en la cama.

—Por supuesto. Voy a ser tu caballero de brillante armadura. Como en los cuentos.

—¿Vas a acompañarme a todos lados? —preguntó, siguiendo el juego. Alargó una mano para acariciarle el cuello.

—A todos —aseguró tomando la delicada mano que lo acariciaba entre las suyas—. Seré tu sombra y no dejaré que nada malo te pase. Ni a ti ni a nuestra estrellita —prometió y le besó la mano que después acarició con los labios mientras la veía fijamente.

—Te amo —dijo, dejando escapar un suspiro enamorado.

David la besó en los labios esta vez. Lo hizo despacio, disfrutando de la suavidad de los tersos labios de Regina que se unieron a los suyos.

—También te amo. —Le besó de nuevo la frente—. Y será mejor que me vaya antes de que terminemos haciendo el amor. —Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta mientras la escuchaba reír.

En cuanto abrió se encontró con Ruby con el puño en algo a punto de tocar para anunciarse.

—Buenos días —saludó siguiendo su camino.

—Buenos días —correspondió riendo mientras entraba. Cerró la puerta y se volvió hacia su amiga que seguía en la cama, también reía y estaba algo sonrojada—. No me digas lo que estaban haciendo. No necesito saber. —Pasó de largo hacia el baño.

—Ay Ruby, no seas exagerada —dijo Regina mientras seguía riendo y se ponía de pie para seguir a su amiga.

Su baño fue sumamente relajante, tanto que por poco vuelve a quedarse dormida a pesar de que Ruby la acompañaba y hablaba sin parar.

—No sé qué me pasa. Me estoy quedando dormida —dijo mientras salía de la bañera y era envuelta en una elegante toalla por Ruby.

—Eso pasa cuando tienes mucha actividad —habló con tono sugerente, uno que Regina entendió muy bien pues solo cerró los ojos, esbozó una emocionada sonrisa mientras negaba con la cabeza y caminó con elegancia hacia el vestidor.

El vestido que eligieron era de mangas largas de encaje dorado que también le cubría el pecho y bajaba por el medio de la falda. Lo demás constaba de una fina tela negra cubría los hombros, bajaba por los costados y se extendía alrededor para formar la falda semi ancha. Ruby le trenzó el largo cabello, el calzado era no muy alto y, adornando su cabeza, una dorada tiara.

—Oh, por Dios —expresó con emoción cuando se vio al espejo de costado. Ruby había procurado no apretar mucho las cintas y ahora veía el por qué: su vientre era más notorio, formaba ahora una ligera curvatura que ya no era posible ocultar en esos entallados vestidos.

—El bebé ha decidido informarnos que es hora de llamar a las modistas —dijo Ruby entusiasmada viendo la figura de Regina a través del espejo. Volteó a ver a su amiga y no pudo evitar abrazarla al verla tan conmovida.

Regina abrazó con fuerza a Ruby al no poder contener la felicidad que sentía en esos momentos. Estaba comprometida con el hombre que amaba y el bebé de ambos crecía día con dentro de ella llenando su corazón de una alegría que jamás había sentido. Terminaron el abrazo cuando escucharon la puerta abrirse y ambas salieron del vestidor para encontrarse con David quien abrió los brazos para recibir a Regina en ellos.

—Estás bellísima —elogió y ella alzó el rostro para mirarlo.

—También estás muy guapo —sonrió al hablar y cerró los ojos cuando los labios del príncipe se apoderaron de los suyos—. El bebé se está mostrando más —le contó separando su torso de él. Puso una mano sobre su vientre para que lo notara.

David sostuvo a Regina por las caderas y se agachó lo suficiente para estar frente al lugar donde se encontraba su bebé.

—Estrellita —susurró emocionado, besando la pequeña curvatura—. Te esperamos con muchísimo cariño y amor. —Se alzó y miró fijamente a Regina quien le puso las manos sobre los brazos—. Te amo —la besó—. Te amo. Te amo. Te amo —repitió, besándola en cada una de sus confesiones.

—Debemos irnos —dijo Regina con un tono de voz muy bajito porque lo cierto era que no quería ir a ningún lugar. Deseaba quedarse con David.

Él asintió, la tomó de una mano y salieron de la habitación. Recorrieron los pasillos a paso lento, disfrutando de la mutua compañía. Apenas iban a la mitad del camino cuando David la rodeó con sus brazos por detrás y le besó detrás de la oreja sugestivamente.

—David. —Lo llamó con voz débil porque esa simple acción había encendido el deseo en todo su cuerpo. Su centro palpitaba reclamando por atención y su vientre se contraía con la necesidad que solo el contacto sexual lograba calmar. Era increíble lo mucho que había aprendido a conocer su propio cuerpo en tan poco tiempo.

—Te deseo ahora mismo.

—No podemos.

—Nadie se va a dar cuenta. —Le susurró con ardor al oído.

Regina apretó los muslos en busca de alivio. Intentaba recuperar la compostura haciendo un esfuerzo por frenar el deseo en ella, pero por alguna razón no podía.

—¿Aquí? —preguntó un tanto espantada por la propuesta. Y no era por el atrevimiento, sino porque el solo pensamiento la calentó más. Estaba segura que se encontraba mojada.

—Sí —respondió, arrastrándola a un pasillo más pequeño y por ende menos transitado. La colocó contra la pared y se hincó en el suelo alzando la negra falda.

—Voy a llegar… t-tAarde. —Mordió su labio inferior al sentir la lengua de David paseando a lo largo de su abertura. Se había metido bajo su falda, su ropa interior, le tenía sujeta por las nalgas y le daba placer con la lengua. Pasó saliva, sintió sus mejillas arder y luchó por no cerrar los ojos mientras se agarraba de la pared lo mejor que podía.

David besaba la intimidad de Regina y disfrutaba del embriagante aroma que lo encendía por completo. Los labios menores se abrieron para él permitiéndole enterrar su lengua en el apretado orificio. Cerró los ojos, disfrutando del intenso y maravilloso sabor, de la forma en que Regina trataba de reprimir los jadeos y gemidos. Sacó la lengua, acariciando los labios de nuevo, subiendo para coronar en el duro clítoris que besó, lamió y chupó.

La Reina llevó una mano a su boca para acallar el gemido que no pudo reprimir cuando David se fue sobre su clítoris. Las piernas le temblaron y agitó las caderas en un intento por apartarse de la fuente de placer, pero las varoniles manos se lo impidieron. No podía verlo, pero supo que enterró el rostro por completo entre sus piernas porque le metió la lengua muy profundo y ahí sí le fue imposible acallar el sollozo de placer que abandonó su boca. Onduló las caderas, pidiendo silenciosamente por más, buscando llegar al creciente orgasmo que ya se encontraba acumulado en su vientre y fue entonces cuando se vino, apretando dientes y ojos con fuerza tratando de aguantar para no hacer un escándalo en medio del castillo.

—Oh, joder —jadeó sin aliento mientras su cuerpo se contraía involuntariamente con cada deliciosa oleada de placer. David siguió lamiendo a su antojo, arrancando pequeños gemidos que murieron tan pronto como vio pasar a un caballero por uno de los pasillos—. D-david. —Lo llamó con voz temblorosa. El príncipe salió de debajo de sus ropas, pegándose a su cuerpo para besarla apasionadamente, obligando a que se probara a sí misma de la cálida boca de él.

—Tu sabor me enloquece —jadeó excitado mientras se abría los pantalones para liberar su necesitada erección. La agarró de los muslos y se los acomodó alrededor de la cadera de tal modo que Regina quedó suspendida entre él y la pared.

—Voy a llegar tarde —repitió al sentir el húmedo glande contra su entrada. Pudo sentir con claridad las palpitaciones.

—Mi padre lo sabe —susurró con voz grave porque la intimidad de Regina le quemaba la entrepierna y la cabeza de su pene ardía con el fuego que emanaba.

—Rápido —pidió abrazándose a él, gimiendo bajito en el oído de David mientras se abría paso dentro de ella, acaparando todo, llenándola de él.

Su sexo convulsionó sobre la dura erección enviando una oleada de placer. Se abrazó más al varonil cuerpo cuando comenzó a moverse, saliendo y entrando en ella con firmes estocadas que los hacía jadear a ambos cada vez que se empujaba dentro. Cambió el ángulo y aumentó el ritmo. Regina sintió que se derretía entre los brazos de David porque ese cambió hizo que el esponjoso glande frotara ese punto especial dentro de ella que la llevaba directo a la locura. Los ojos se le llenaron de lágrimas de placer al sentirlo deslizarse dentro y fuera de ella cada vez con más prisa, como si le fuera imposible controlarse.

—Más rápido… Por… Por favor —gimió ahogadamente y enterró el rostro en el cuello de David cuando este la embistió.

El golpeteo de los cuerpos y el sonido de humedad hizo que los dos se excitaran más. Regina sentía los pezones durísimos, el clítoris le palpitaba y las lágrimas resbalaron por sus mejillas. Era tanto el placer que mordió el hombro de David cuando las embestidas se volvieron erráticas y el pene creció en su interior hinchándose más, volviendo todo más ajustado.

—Voy a venirme. Aprietas tan rico —gruñó excitado, empujando con fuerza dentro de ella, metiéndose hasta lo más profundo que podía y fue cuando Regina se deshizo entre sus brazos, temblando incontrolablemente entre ellos, ahogando un gemido contra su hombro que mordió con más fuerza. Los fuertes apretones sobre su pene lo hicieron llegar, gimiendo conforme se derramaba abundantemente en el interior de Regina que no dejaba de temblar y retorcerse entre sus brazos presa del orgasmo.


Las puertas del salón de asuntos reales se abrieron para dar paso a una agitada Regina que lucía sonrojada y algo apenada.

—Siento llegar tarde —dijo a modo de disculpa al sentir todas las miradas sobre ella.

Sabía que era ilógico, pero sentía que ellos sabían lo que estuvo haciendo con David. Lo peor era que no solo los Reyes y Granny se encontraban ahí, sino que también los nuevos consejeros. Dos hombres y una mujer, los tres de mediana edad que se levantaron al igual que los demás y le hicieron la debida reverencia con total respeto.

—Majestad.

Se escuchó casi al unísono mientras Regina atravesaba el salón hasta llegar a su lugar. Tomó asiento y los demás le siguieron. Después de saludarse con cordialidad y de que George se asegurara de que se encontraba bien, los consejeros procedieron a presentarse y jurar lealtad simbólicamente. Luego pasaron a la agenda del día donde lo primero fue anunciarle algo muy importante.

—La corona ya está lista —dijo Midas con orgullo mientras indicaba con una mano a un caballero que ingresara con una elegante caja.

—Majestad. —Esta vez fue Stefan quien habló—. Presentamos ante usted la nueva corona del reino Blanco —dijo revelando el interior de la caja donde una fina pieza relució en medio del salón deslumbrando a todos los presentes.

Incluida Regina quien jamás pensó que la corona que por dos años vio como el símbolo de su desgracia se convertiría en algo tan esperanzador. O al menos era así como lo sentía. La veía y solo vislumbraba el futuro lleno de felicidad.

—Es perfecta. —Esbozó una pequeña pero triunfal sonrisa pues la nueva corona no se parecía en nada a la anterior.

—También está terminado el modelo de tu escudo —comentó George poniendo sobre la mesa un bosquejo que Regina trabajó junto con un experto que consistía de una corona con una espada por el medio rodeada de laureles.

La joven Reina lo tomó entre sus manos e inspiró profundamente. Esos elementos representaban el nuevo reinado, su reinado.

—Los preparativos para la coronación ya se están llevando a cabo —informó Granny con mucho entusiasmo. Le hacía tan feliz el hecho de que Regina fuera ahora quien gobernaba ese lugar, sabía que haría lo correcto a cada paso y se sentía muy orgullosa de ella.

—En unos días serás oficialmente la Reina absoluta del reino Blanco. —George le dedicó una suave sonrisa a la prometida de su hijo. Exhaló largamente dándose cuenta que la coronación le provocaba un poco de nervios por el tema de Hans. Quería confiar en que lograrían llegar a ese día sin que el joven Rey se enterara.

Regina asintió emocionada y agradecida con todos ellos por lo que estaban haciendo, pero más que nada por estar rodeada de personas en quienes podía confiar.

Lo siguiente que hicieron fue seguir con la agenda real. Los reyes aprovecharon la oportunidad para permitir que los nuevos consejeros hicieran su trabajo y ver si de verdad era posible que trabajaran con Regina.

La mujer, Maléfica, le pareció rara a Regina. Era alta, rubia, llevaba un báculo consigo lo cual resultaba extraño, pero lo que más llamaba su atención era que parecía como si la escudriñaba con la mirada a pesar de la amabilidad con la que se dirigía a ella. No estaba segura de poder acostumbrarse a ello. Los otros dos le parecían neutrales, pero ninguno de ellos, a excepción de Eugenia, le inspiraba confianza como lo hacía Rumpelstiltskin.

—¿Majestad? —La profunda voz de Pascal la trajo a la realidad.

—¿Decías? —cuestionó dándose cuenta que se perdió en sus pensamientos y no estuvo escuchando.

—Comentábamos que tan pronto como sea la coronación, sería conveniente comenzar con las diligencias —explicó Maléfica con serenidad, aunque estrechó los ojos.

—Les decía además que sería bueno que hagas la mayor cantidad de diligencias posibles antes de que el embarazo no te lo permita —argumentó Eugenia—. ¿Cómo vas con los malestares? —preguntó con un tono de voz atento y preocupado a la vez que se acercaba mucho a lo maternal.

—Me he sentido muy bien —aseguró Regina con una sonrisita dibujada en los labios porque le era imposible no sentir emoción por el cuidado que Granny tenía con ella por el embarazo. Sin embargo, sabía que el deber era primero y que el reino no podía esperar para que su nueva gobernante se hiciera presente—. Estoy de acuerdo con las diligencias.

—Elaboraremos un plan que se ajuste a su situación, Majestad —ofreció Sileno.

Regina asintió agradecida notado que el consejero de Oro se mostraba amable y accesible, contrario a Maléfica que la escudriñaba con la mirada, como si la juzgara. Luego estaba Pascal quien se notaba muy serio e imparcial, aunque era servicial y atento. Soltó un largo suspiro con la esperanza de que ese nuevo consejo funcionara mientras que, la idea de traer a Rumpelstiltskin, no dejaba de rondar por su cabeza.


En el reino de las Flores las cosas no marchaban bien. Los Reyes, padres de Florian, se encontraban disgustados e indignados ante la realidad de haber desposado en matrimonio a su hijo con una princesa que no era heredera legítima a un trono. Lo peor era que el reino Blanco estaba muy fuera de su alcance ahora porque gracias a Snow habían perdido cualquier posibilidad de mantener una alianza con Regina.

Sin embargo, la princesa no parecía ser consciente de la situación pues llevaba un par de días diciendo que quería recuperar el reino incitando a Florian a buscar aliados para conseguirlo.

—Snow, yo te amo, pero no voy a llevar al reino de las Flores a una lucha en vano. El reino Blanco no te pertenece. Entiende.

—Eres tú quien no entiende, Florian. El reino Blanco corre peligro en manos de Regina. Johanna tenía razón: es una bruja. Logró hechizar a mi padre y lo llevó a la perdición. Hizo que otro reino se levantara en armas y que asesinaran a mi padre para quedarse con la corona —expresó con voz sombría.

El príncipe, quien tenía a Eva profundamente dormida en sus brazos, la puso en la cuna para no interrumpirle el sueño. Después se acercó a Snow, la tomó de las manos que llevó hasta sus labios para besarlas.

—Cualquier posibilidad de recuperar el reino se perdió en el momento que deseaste la muerte de Regina y de ese bebé. —Le dedicó una amarga sonrisa porque podía ver lo mucho que Snow sufría, lo herida que estaba.

La princesa asintió con lentitud, dándose cuenta que Florian no la apoyaba y por ende no la ayudaría bajo ninguna circunstancia.

—Quiero estar sola con Eva —murmuró ausente, fingiendo estar perdida en sus pensamientos, cuando la realidad era que quería que Florian se fuera para recurrir a una medida desesperada.