Ramón usó su pelo, para agarrarse de una de las patas de la mesa y propulsarse hacia el interior de uno de los carritos de servicio que uno de los sirvientes arrastraba por los pasillos. El salto fue rápido, lo suficiente cómo para que nadie se diera cuenta. Sin embargo, Ramón tuvo que usar todas sus fuerzas para detenerse en seco una vez dentro del carrito, pues al caer en el interior, casi se corta la cara con un afilado cuchillo que sobresalía del resto de utensilios. De no haber sido por su rápida reacción, de seguro hubiese perdido el ojo izquierdo. Pero el interior del carrito era aún más escalofriante.
A su alrededor, Ramón pudo ver cientos de platos de porcelana unas diez veces más grande que él, así como cuchillos muy afilados, tenedores y cucharas. Claramente los bertenos se estaban preparando para un banquete, y Ramón podía imaginarse quienes iban a ser el platillo principal.
Mientras estaba perdido en sus pensamientos, un desnivel hizo que el carrito se sacudiera, haciendo que varios objetos filosos y punzantes se abalanzaran sobre el Troll. Ramón hizo todo lo posible por esquivarlos, pero no pudo prever cómo la punta de un tenedor se le enterró por su espalda; justo debajo de su pulmón derecho.
El dolor era terrible, y el pequeño troll usó todas sus fuerzas para contener sus gritos de dolor. Quedarse más tiempo en ese lugar sería sumamente arriesgado, así que aprovechó una distracción del berteno que tiraba del carrito para saltar tras un enorme jarrón que decoraba los pasillos del castillo. Una vez que no hubiesen "moros en la costa", Ramón aprovechó la oportunidad para impulsarse con su cabello y aterrizar sobre uno de los candelabros que descasaban sobre la pared del castillo. Afortunadamente, era apenas mediodía, lo cual aseguraba que el candelabro estuviese apagado y suficientemente frio cómo para que el troll pudiese revisar su herida.
Afortunadamente, la herida no parecía ser tan grave. La punta del enorme tenedor parecía haber desgarrado su piel un poco, pero no había alcanzado ningún órgano importante. Ramón se quitó el chaleco y usó una venda para detener el sangrado, la cual enrolló alrededor de sus dorsales y su abdomen, no sin antes aplicar una pasta de hiervas medicinales que preparó y empacó antes de salir de viaje. Una vez tratada la herida, Ramón intentó ponerse su chaleco de nuevo, pero el roce de la prenda con el vendaje era muy incómodo. Para empeorar las cosas, el peso de su enorme mochila descansaba justo sobre la herida, haciendo que cargar con ella fuera imposible. Sin más remedio, Ramón tuvo que abandonar todo su equipo en ese lugar, tomando solamente la navaja la cual acomodó sobre su espalda de una manera que no tocara la herida. Con suerte, sus pertenencia serían quemadas por un despistado berteno que encendiera el candelabro sin siquiera mirar si había algo en su interior. Pero en ese momento, Ramón no tenía otra opción.
Mientras se estaba recuperando, un fuerte grito lo hizo ocultar su cabeza una vez más. La colérica y autoritaria voz provenía de una enorme puerta doble, y antes que Ramón pudiese pensar si ir a revisar o no, un pequeño berteno abrió las puertas con prisa mientras empujaba un carrito de servicio. Ramón no podía creer su suerte, dado que justo sobre el carrito se encontraba una gran jaula, y en su interior, los trolls secuestrados. Ramón no tuvo mucho tiempo para identificarlos a todos antes que el berteno diese la vuelta por uno de los pasillos y se alejara de su vista, pero al menos fue capaz de identificar a Grandulón por su tamaño, las gemelas con su pelo entrelazado, a Diamantito por su gran brillo y a Cooper que destacaba entre todos. Había otros tres o cuatros trolls más, pero Ramón no tuvo tiempo a identificarlos a todos.
Sin perder un minuto, Ramón tomó un frasco de su inventario y lo sostuvo con sus dientes mientras seguía al berteno de cerca. Usaba su peculiar pelo como un látigo para columpiarse de un candelabro a otro, sin acercarse lo suficiente cómo para que lo detectaran, o alejarse demasiado cómo para perderlos de vista tras adelantar una bifurcación dentro de los enormes pasillos del palacio. El berteno tiró del carrito hasta llegar a una habitación, cuyas puertas se abrieron una vez el carrito las golpeó con fuerza, y luego volvieron a cerrarse.
Al comprobar que no había nadie cerca, Ramón por fin descendió al suelo y se acercó a las enormes puertas con cuidado. Mientras más se acercaba, más nervioso estaba. De pronto, un estruendo se sintió dentro de la habitación, lo suficientemente fuerte cómo para hacer temblar el suelo de piedra. Ramón se apresuró pensando lo peor, pero las puertas no se iban a abrir con facilidad. Ramón tuvo que usar todas sus fuerzas para empujarlas, e incluso apoyarse con su cuchilla de metal para mantenerlas abiertas mientras él podía entrar. Esa fue una tarea increíblemente difícil, sin tener en cuenta la herida en su espalda, la cual manchó aún más el vendaje con su sangre al tener que ejercer tanta fuerza.
Una vez dentro, Ramón se llevó una extraña sorpresa. La habitación parecía ser una enorme cocina, con cacharos de metal gigantescos en cada esquina. Justo al medio, una enorme pila de cacerolas sucias que se alzaba cómo una enorme montaña para el diminuto troll. Y aún más extraño, a mano izquierda del local, se encontraba una enorme cama donde el berteno lloraba sin cesar. Ramón se apresuró para esconderse sin tener tiempo para preguntarse que estaba pasando, pero apenas unos segundos más tarde, el berteno se dió la vuelta y se quedó profundamente dormido. Aún más, roncaba tan fuerte cómo el galope de una manada de bisontes.
Lo que Ramón hizo a continuación fue un acto temerario, aún más cercano a la estupidez. El troll se acercó a donde el berteno yacía, y trepó hacia la cama con sumo cuidado. Ramón conocí a los suyos, así que hizo todo lo posible para que el resto de los trolls no notara su presencia, mientras se mantenían en silencio con las cabezas bajas dentro de la jaula. Una vez arriba, Ramón se acercó con mucho cuidado y tomó un pedazo de tela para cubrir su boca y su nariz, mientras analizaba a la enorme criatura. El troll pudo percatarse que se trataba de una berteno hembra, muy joven, con un vestido viejo y andrajoso, y un cabello corto de color rosado culminado por unos moñitos que cubrían toda su cabeza. Con mucho cuidado, agarró el vestido de la berteno y trepó delicadamente sobre su cuerpo. El peso de Ramón era insignificante, y la berteno que roncaba cómo un motor de camión no se inmutaba. Entonces, ramón tomó el extraño frasco, le retiró el corcho, y vertió un singular líquido transparente sobre el rostro de la berteno.
Al contacto con el extraño líquido, el rostro de la berteno comenzó a contraerse. Mostraba inminentes señales que se iba a despertar mientras Ramón retrocedía unos pasos hasta apoyarse sobre el pecho de la criatura. La nariz de la berteno se movía, como si una comezón la estuviese molestando, y sus ojos comenzaron a abrirse un poco. Ramón no tenía intensiones de moverse, en cambio, sostenía la cuchilla en su mano, listo para rebanarle el cuello a la criatura si esta llegaba a despertarse. Afortunadamente, la berteno volvió a caer en un sueño aún más profundo que el anterior, y Ramón pudo relajarse un poco. Y sin previo aviso, una voz se escuchó a sus espaldas.
?: - ¡Mirad! Es Ramón. -
Ramón se dió la vuelta, y pudo ver a Grandulón mirándolo con asombro, mientras el resto de los trolls enjaulados se acercaba a contemplar. Rápidamente, Ramón se impulsó con su cabello y aterrizó sobre la mesa dónde la jaula descansaba mientras se remotía el pedazo de tela del rostro, a unos increíbles cuatro metros de distancia de dónde él estaba. Cuando Ramón se detuvo frente a la jaula, aquellos que estaban atrapados comenzaron a animarse y a cantar de la emoción, pero su felicidad no duró mucho.
Al ver la ignorancia de sus similares, Ramón golpeó con fuerza las barras de metal de la jaula con su navaja, provocando un sonido seco que asustó a todos los presentes.
Ramón: - ¿Acaso están locos? ¿Quieren que nos maten a todos? -
Los demás pudieron entender con facilidad, así que decidieron quedarse callados mientras Ramón abría el candado de la jaula usando su cuchilla. Afortunadamente era una cerradura sencilla, nada que él no pudiese solucionar.
Las gemelas: - Hola guapo. -
Ambas dijeron al mismo tiempo, mientras miraban con picardía los pectorales y antebrasos bién definidos de Ramón. Para todos, la fortaleza del troll era un asombro, puesto que ninguno de ellos lo había visto antes sin cubrir su pecho. Además que siempre permanecía distantes de todos. Aún así, Ramón no les hizo el menor caso.
Cooper: - Oh, amigo. ¿Cómo es posible que esa berteno no se despertara con tanto alboroto? - Decía con su peculiar forma de hablar.
Ramón: - El cloroformo la dejará fuera por un tiempo. -
Las gemelas: - ¿El qué? - Preguntaron a la par.
Ramón: - El cloroformo. Es un... - Hizo una pausa. - ¿Saben qué? Olvídenlo. No lo entendería aunque se los explicara. -
Ramón finalmente pudo abrir el candado y uno por uno, los trolls comenzaron a salir de la jaula. Primero Grandulón, luego las gemelas, seguidas por Cooper, Diamantito y otros tres trolls más que Ramón no conocía. Pero faltaba alguien más.
Ramón: - Esperen. ¿Dónde está Poppy? - Todos se miraron con tristeza en sus rostros.
Grandulón: - Ella... No está. -
