Recomiendo el doble de discreción que el el capítulo anterior.

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Rey Gristle: - Eso fue ¡DELICIOSO! - Gritó con una euforia nunca antes vista.

Chef: - ¡Maravilloso! -

Chef aplaudió dos veces y una banda de bertenos mariachis invadieron en la habitación tocando una alegre melodía que avivó el corazón de todos. El Rey Gristle miraba anonadado mientras la banda lo rodeaba y danzaba a su alrededor. Mostrando en su rostro una felicidad genuina, cómo el de un niño que recién descubría una nueva pasión. Su rostro incluso mostraba ternura, a pesar la salsa amarilla que chorreaba de su boca y manchaba su camisa. Complementada con algunas terroríficas manchas de sangre.

A pesar de la euforia que era capaz de sacudir el castillo desde la mesa, Ramón no podía siquiera darse vuelta. Estaba tan asustado que sus músculos no le respondían y aduras penas podía controlar su vejiga. La escalofriante escena se repetía en su mente una y otra vez sin parar, llevándolo al borde de la locura. Finalmente, un fuerte golpe lo sacó del estado en que se encontraba.

El Rey Gristle abandonó la habitación dando pequeños saltitos de felicidad mientras la banda de mariachi lo seguía. El fuerte ruido provocado por las puertas al cerrarse, fue lo que logró sacar a Ramón del shock en el que estaba. Con mucho esfuerzo, logró mover las manos, luego los pies, y finalmente, fue capaz de darse vuelta, sólo para ver qué Chef se había quedado sola en la habitación.

En este punto, Ramón había perdido toda esperanza. Cada una de las células de su cuerpo le gritaba que huyese lo más rápido que pudiera. Su cerebro lo presionaba al límite, tratando de contener los impulsos de saltar y correr por su vida. Pero ese no era el momento. Un paso en falso era todo lo que necesitaba para que su vida corriese la misma suerte. Así que decidió quedarse oculto sobre el candelabro hasta que todos se fueran, pero:

Chef: - Es tan encantador ver a un niño sonreír por primera vez. - Dijo tras un largo suspiro. - ¿No lo cree así... princesa Poppy? -

En ese momento, un rayo de lucidez atravesó el cerebro de Ramón de un extremo al otro. Escuchar el nombre de Poppy fue todo lo que necesitó para que el miedo abandonase su cuerpo. Sus extremidades dejaron de sacudirse descontroladamente, sus músculo ya reaccionaban a su voluntad y su aplacado corazón volvió a latir con fuerza.

Al asomar la cabeza, Ramón pudo ver cómo Chef hurgaba dentro de la riñonera que llevaba, sacando del interior a la princesa Poppy bien sujeta con sus grandes manos. Poppy tenía el rostro desgarrado por el sufrimiento. Había visto desde la primera fila como Arroyín había sido devorado, así cómo escuchar sus agonizantes gritos y el crujir de sus huesos. Apenas podía moverse, con la uña de Chef rozando su cuello. Además, sus músculos tampoco reaccionaban por el miedo, las lágrimas corrían por su rostro sin poder decir una palabra, haciendo todo lo posible por no romper en llanto frente a su depredador.

Chef: - Oh... No llores pequeña... Porque si lo haces... "No podré disfrutar de mi felicidad." -

Las últimas palabras de Chef cortaron el aliento de Poppy, quien no pudo hacer nada antes que la berteno la volviera a esconder dentro de la riñonera. Una vez asegurada su presa, Chef se dió la vuelta y se retiró de la habitación, ignorando a la bestia que había despertado a sus espaldas.

Ramón, quien fue capaz de ver cada detalle, perdió gran parte de su autocontrol. El rostro despiadado de Chef al mirar a su presa, la angustia y el sufrimiento de Poppy, así cómo sus tambaleantes piernas, y su cuello amenazado a muerte, fueron el detonante de todas las frustraciones y despechos que Ramón había tenido en su vida.

Más por instinto que por voluntad, Ramón logró escabullirse entre el personal, siguiendo de cerca a Chef sin que esta se diera cuenta de su presencia. Usaba su pelo para saltar de un lugar a otro, ocultándose tras cualquier cosa, dejando atrás a los sirvientes bertenos que transportaban adornos y vasijas de un lugar para otro.

Finalmente, Chef llegó a una habitación ignorando la sombra que la seguía de cerca. La puerta del recinto estuvo abierta apenas dos segundos, pero fue suficiente para que Ramón se escabullese y trepase por las paredes hasta alcanzar una de las lámparas que colgaban del techo. Todo sucedió tan rápido que apenas tuvo tiempo de analizar la situación, pero sólo entonces, pudo percatarse de dónde estaba.

Era una habitación extremadamente oscura, iluminada solamente por las llamas de una chimenea recostada en una de las paredes. Justo al frente, un enorme sillón de terciopelo tomaba tonalidades naranjas y amarillas al compás de la danza del fuego. A mano derecha, una enorme biblioteca con varios libros, en cuyas estanterías decía: "Conocimientos culinarios sobre Trolls" o "Cómo despellejar a un Troll." A mano izquierda, una basta colección de cuchillos y hachas de carnicero, perfectamente ordenadas y afiladas. Sin duda alguna, el sitio ideal para un psicópata.

Chef: - Qué bueno estar en casa. - Dijo estirando su cuerpo, para luego dejarse caer sobre el cómodo asiento de terciopelo frente a la chimenea de piedra tallada.

Una vez cómoda, Chef volvió a meter su mano sobre la riñonera y sacó a Poppy agarrándola por el pelo. La princesa no tenía el coraje para decir una palabra, simplemente se aferraba con fuerza a una extraño ser que yacía en sus manos. Era el Sr. Peluche.

Chef: - Mmm. Veo que viene con aderezo. -

La berteno rió cínicamente por unos segundos, pero luego volvió a enfocarse en su presa, mirándola con los mismos ojos que un tigre mira a un ciervo. Su expresión no mostraba ningún tipo de compasión o piedad, a pesar del rostro de Poppy, que sería capaz de hacer llorar a incluso los más despiadados seres del bosque. Pero para la berteno, ella no era más que un simple alimento.

Chef: - ¿Sabes? Después de tanto tiempo, me considero una especialista preparando deliciosos platos con ustedes. - Le dijo a Poppy sin ningún tipo de remordimiento para luego mostrara una macabra sonrisa. - Pero... La verdad es... Que la mejor forma de devorarlos... Es engulléndolos vivos. -

En ese momento, la cordura de Poppy se quebró. Aferrándose al Sr. Peluche con todas sus fuerzas, comenzó a gritar desesperadamente mientras Chef la colocaba sobre su cabeza, con la boca abierta en su totalidad, lista para engullirla de un bocado. Y cuando Chef la soltó, Poppy vió pasar toda su vida por delante de sus ojos en menos de un segundo. Lo siguiente que vió, fue la oscuridad absoluta.

Chef cerró su boca, engullendo a la princesa cómo una serpiente tragándose un huevo. Por un instante, incluso se pudo apreciar su garganta abultada, pero luego simplemente se estabilizó. El berteno se disponía a recostarse para disfrutar su aperitivo al máximo, pero algo no estaba en sus planes.

?: - ¡NOOOOOOOOO! -

Un desgarrante grito se escuchó desde arriba. Era Ramón, quién se apresuró para alcanzar a Poppy antes que fuera devorada, saltando de lámpara en lámpara mientras se balanceaba con su pelo. Pero era demasiado tarde. La berteno miró hacia arriba para descubrir la fuente del grito, pero cuando alzó la cabeza, no pudo ver más que una sombra que se abalanzaba sobre su cuerpo.

Ramón cayó con fuerza desde las alturas, y con su afilada navaja, desgarró el cuello de Chef en un sólo corte limpio, cortando su tráquea perpendicularmente. Por impulso, la berteno se sacudió con fuerza, haciendo que la enorme silla de terciopelo cayese de espaldas, lanzando a Ramón varios metros rodando sobre el suelo. Al sentir su cuello abierto, Chef no pudo hacer más que retorcerse y mover sus manos para intentar desesperadamente perder sangre, pero en vano. No pasaron ni diez segundos antes que la enorme bestia cayese desplomada sobre el suelo sobre una enorme mancha de sus propios fluidos corporales. Tras la escalofriante escena, adornada perfectamente con la oscuridad del lugar, una serie de gritos hizo que la misma muerte se asustara.

Ramón: - ¡POPPY! ¡POPPY! ¡POPPY! ¡POPPY! - Gritaba repetidamente una y otra vez.

Sin perder ni un minuto, y a pesar de tener un hombro dislocado tras la fuerte caída, Ramón se puso de pie y corrió hacia dónde el berteno yacía. En ese punto, no quedaba una gota de cordura en la mente del troll.

No dudó ni un segundo en cortar las prendas que usaba la berteno, y su mano tampoco tembló al desgarrar el abdomen de la bestia con su navaja. Corte tras corte, Ramón se fue abriendo paso por la gruesa pie, hasta que finalmente las tripas del monstruo se desparramaron sobre él cuando la membrana ya no pudo soportar el peso. Tomando un segundo respiro, y sin parar de gritar el nombre de la princesa, Ramón atravesó el estómago abriéndolo cómo si se tratase de una calabaza. Fue sólo entonces cuando una pequeña veta rosada le dió un rayo de esperanza.

Ramón aló con fuerza, y logró sacar el cuerpo de Poppy del interior de la asquerosa bolsa, quién aún se aferraba con fuerzas al Sr. Peluche. A pesar de estar cubierto de sangre de pies a cabeza, la piel de Ramón ardió cuando los jugos gástricos de la bestia hicieron contacto con su cuerpo. Al percatarse, agarró parte de las ropas rotas y secó cada parte del cuerpo de Poppy, quién ya presentaba algunas quemaduras químicas debido a la exposición a los fuertes ácidos estomacales. Cuando finalmente estaba "limpia", Ramón continuó llamándola.

Ramón: - ¡POPPY! ¡POPPY! - Gritaba en agonía.

El cuerpo de Poppy se contrajo de forma violenta. Primero una vez, luego otra. Finalmente, su boca se abrió y un asqueroso fluido amarillento comenzó a salir de su garganta, seguida por una tos incontrolable.

Ramón: - ¡POPPY! ¡POPPY! - Esta vez gritó de alegría mientras limpiaba su rostro.

Poppy tuvo una muy leve recuperación. Cada parte de su cuerpo, ya fuese por dentro o por fuera ardía cómo el infierno. Su piel mostraba quemaduras, pero nada realmente severo, y su pelo y su ropa eran todo un desastre.

Poppy: - Ra... món. - Dijo con apenas fuerzas.

Ramón: - Si. Si. Soy yo. Ramón. - Dijo mientras le sujetaba una mano.

Poppy no tenía ni una gota de fuerza para hablar. En cambio, no pudo hacer más que mostrar una leve sonrisa de agradecimiento, mientras una lágrima corría desde su ojo derecho. Pero apenas cinco segundos después, los ojos de Poppy volvieron a cerrarse, para no volverse a abrir.

Ramón: - ¿Poppy? ¿Poppy? - Preguntó con miedo. - ¿¡POPPY!? - Gritó en agonía.