Notas: Feliz... ¿Sábado? Sí, sí, no me he confundido. Resulta que mañana voy a estar fuera de casa todo el día y he preferido adelantar el día de actualización antes que retrasarlo porque siempre me hace feliz leeros, incluso cuando estoy muy ocupada. Para qué mentir, me he sentido con la mente muy embotada desde que comenzó el año y he escrito mucho menos de lo que me gustaría, pero bueno... Supongo que tengo que aprender a ser paciente conmigo misma.
Por fin vamos a saber un poco más del pasado, que sé que lo estábais pidiendo, así que... Deseo concedido^^
A la mañana siguiente, a pesar de encontrarme con el ánimo más calmado, no me atreví a mencionarle al profesor Taisho la voz que había escuchado en sueños. Me aterrorizaba lo que pudiera suponer, por lo que me convencí a mí misma de que debía de tratarse de un sueño sin más importancia.
Hacía mucho que había dejado de tener visiones de vidas pasadas, y no existía motivo alguno por el cual se hubiesen podido reanudar, por lo que debía tratarse de una mera proyección de mis propios miedos e inseguridades.
Debía de ser eso.
Me pasé la siguiente semana concentrada en trabajar hasta que pude entregarle a Mai los diseños definitivos, ganándome un merecido descanso, al menos en el terreno laboral. La entrega coincidió con el solsticio de verano, haciendo más poética la fecha acordada.
Aquel viernes, la señora Takahashi decidió cerrar la tienda para buscar nuevos proveedores y hacer nuevos pedidos. A pesar de que insistí en acompañarla, me aseguró que estaba completamente fuera de mis obligaciones, por lo que podía tomarme el día libre.
Entonces acabé acercándome a casa de Sesshomaru para ayudar a Towa en su elección de instituto. Había estado toda la semana tratando de decidir junto a su padre, pero dado que él no había vivido la experiencia de estudiar en ningún centro de secundaria, no tenía ni idea de cómo funcionaban o cómo se impartían las asignaturas. Era por eso que había estado recibiendo algunos mensajes de Towa al respecto, pero quise aprovechar mi tiempo libre para ayudarla de forma presencial.
Después de haber hecho un exhaustivo filtro de institutos que no permitían a las alumnas llevar pantalón, escuchamos cómo Sesshomaru llegaba a casa, después de haber pasado todo el día en la universidad. De manera nada sutil, la joven me echó de su habitación, alegando que estaba cansada y que quería desconectar un rato. Apenas un segundo después de haber cerrado la puerta entre nosotras, escuché una animada melodía proveniente de la videoconsola que le había prestado.
- ¿Kaori? – Me llamó el demonio, sorprendido por verme en su casa sin previo aviso. - ¿Qué haces aquí?
Me recogí un mechón de pelo por detrás de la oreja con nerviosismo. A pesar de no haber hecho nada malo, no pude evitar tener la sensación de haber sido pillada in fraganti debido a aquel abrupto encuentro.
- Había venido a echarle una mano a Towa con el tema del instituto.
La mirada de Sesshomaru se suavizó, visiblemente relajado.
- Ya veo, muchas gracias. – Dijo él, acercándose para tocar mi hombro suavemente. - ¿Algún progreso?
Asentí, sintiendo el calor de sus dedos a través de la ropa.
- Sí, hemos reducido las posibilidades a un listado con menos de 20 centros. – Dejé escapar una risa nerviosa. – Sé que suenan como muchos, pero hemos descartado cientos de ellos.
La mano del profesor descendió hasta la mitad de mi espalda, guiándome con delicadeza a través del pasillo, alejándonos de la habitación de Towa.
- No me cabe duda de que habéis hecho un buen trabajo. – Me elogió, su voz tan dulce y cándida que sentí mi corazón palpitar con fuerza. – ¿Me dejas invitarte a una taza de té?
- Me encantaría. – Respondí sin dudar.
Sesshomaru preparó entonces en la cocina una taza de café para él y un té blanco para mí, con ligereza y precisión. A pesar de tratarse de un procedimiento tan cotidiano y sencillo, me maravillaba verle hacerlo.
Me daba paz interior.
Los dos nos sentamos en el sofá del salón, con las bebidas descansando en la mesa de cristal frente a nosotros. En ese momento, fue el demonio el primero en romper el silencio:
- Sobre la otra noche... - Comenzó él, manteniendo su voz en un susurro. – Dijiste que querías saber sobre mis cicatrices. – Su mirada de lado era cautelosa. – ¿Aún quieres conocer la historia detrás de ellas, Kaori?
En realidad, sí que había seguido intrigada por aquel asunto, pero no me había parecido apropiado volver a sacar el tema de sopetón.
- Claro que sí, Sesshomaru. – Respondí, juntando las manos sobre mi regazo. – Si quieres contármelo, soy todo oídos.
Él, tratando de mantener su estoico semblante, dio un sorbo a su humeante taza de café. A pesar de aparentar serenidad, estaba convencida de que tenía sentimientos contradictorios al respecto de seguir hablándome de su pasado. Sesshomaru, pues aún debía de temer que mi opinión sobre él pudiese cambiar, tal y como había sucedido tras su relato sobre la historia de Airin.
Sin embargo, yo no podía parar de sentir que necesitaba conocer toda su historia para entenderlo. Y sabía sólo de ese modo podría salvarle de ese pasado que tanto le pesaba.
Tras haber aceptado la Perla Índigo de manos de Riku, formulé mi deseo nuevamente y esperé a que el destino volviese a poner a la mujer que amaba en mi camino. Durante esas décadas, viajé junto a mis hijas, las cuales se habían forjado una reputación como cazadoras de demonios mientras Airin había vivido.
En el proceso, habían obtenido las perlas de color plateado y dorado. Towa portaba la primera en su ojo izquierdo, mientras que Setsuna albergaba la otra en su pupila derecha. Ambas aprovechaban el poder que les concedía aquel misterioso artefacto para amplificar el alcance de sus poderes demoníacos sin perder el control, mientras seguían en busca del resto de perlas. Para cuando me había unido a ellas, únicamente les restaba localizar dos de ellas.
La pareja de Towa, de nombre Riku, normalmente se nos adelantaba en busca de información gracias a su amplia red de contactos. Gracias a esta vasta fuente de información y el tesón de las gemelas, en menos de medio siglo habían logrado recuperar las esferas restantes.
La perla carmesí y la índigo se habían consumido tras que yo hubiese formulado mis deseos; Towa y Setsuna portaban en sus ojos la dorada y la plateada; mientras que Riku custodiaba las otras tres: la esmeralda, la púrpura y la anaranjada. Todas las Perlas Arcoíris existentes estaban finalmente reunidas.
De ese modo, la misión que mis hijas se habían autoimpuesto tras la muerte de su madre había finalizado. Bajo su custodia, nadie podría hacer mal uso del poder de Zero. Ellas podían sentirse en paz de una vez por todas.
Y yo, que simplemente había sido un mero espectador en todas sus aventuras... No podía estar más orgulloso de lo fuertes que se habían vuelto. Sin necesidad de mi ayuda o guía.
En aquel punto, los tres jóvenes hablaron de establecernos en un poblado humano, y entregarse a una vida más calmada, mezclándose con seres mortales. Yo encontré aquella perspectiva terriblemente abrumadora, no sólo por cuánto odiaba el ajetreo de los humanos, sino porque había sido capaz de olvidar temporalmente mi duelo únicamente al haber estado centrando mi atención en la caza de demonios.
De modo que, para no romper del todo el acuerdo al que había llegado con mis hijas de permanecer unidos tras la muerte de Airin, Towa y Riku se instalaron juntos en la ciudad, como un matrimonio de recién casados, mientras que Setsuna accedió a mudarse conmigo a una cabaña cercana a la población, en el interior del bosque.
En la ciudad, Towa y su pareja establecieron un próspero negocio de armería. A pesar de que mi hija, gracias a su conocimiento y destreza física, era la artesana autora de todas las espadas que salían de allí, sin embargo, la cara del negocio la ponía su pareja. No estaba bien visto que una mujer se dedicase a un oficio tan varonil, por lo que llamaban menos la atención de los aldeanos si ella permanecía en las sombras. Incluso comenzó a dejarse el cabello largo para poder pasar desapercibida más fácilmente entre las mujeres de la población.
Por nuestro lado, en la cabaña del bosque, rodeados de calma y quietud, convivía con Setsuna pacíficamente. Yo, por primera vez alejado de un contexto bélico y sin obligaciones a las que atender, cultivé una gran afición por la pintura. Por su lado, mi hija menor desarrolló su talento por la música y el canto. Su voz sonaba tan angelical como la de Rin, aunque poseía un matiz mucho más maduro y refinado que el de su madre. Ambos disfrutábamos mucho de salir al campo para dedicarnos al arte, simplemente haciéndonos compañía.
- Padre. – Me llamó Setsuna en una ocasión, tras terminar de tocar una pieza que acababa de componer para su flauta de bambú. – Me gustaría ir a la ciudad mañana. Durante mi última visita, Towa me habló de un instrumento llamado "koto" que se ha vuelto muy popular en algunos locales. Es de cuerda pulsada, y podría cantar mientras toco música de ese modo, a diferencia de la flauta. – Explicó, refiriéndose al instrumento entre sus manos. - Así que me gustaría ir a echarle un vistazo, e investigar cómo puedo hacerme con uno.
Yo simplemente asentí en silencio, concentrado mientras seguía dibujando la figura de una pequeña flor que se erguía justo a mis pies. Trazando cuidadosas líneas sobre el papel, la imagen iba cobrando forma. Una vez hube finalizado la delicada silueta de un de sus pétalos, fue cuando pude levantar el pincel.
Entonces me volví hacia Setsuna, dedicándole mi completa atención.
- Si quieres, puedes llevarte algunas de los últimos dibujos que he realizado. Si consigues venderlos, puedes utilizar ese dinero para tu nuevo instrumento. No tienes que pedirle nada a Towa.
Dado que yo apenas pisaba la aldea por mi deseo de mantenerme al margen de los seres humanos, normalmente era Setsuna quien se encargaba de comerciar con mis obras cada cierto tiempo. Jamás me hice, ni muchos menos, un nombre en el ámbito artístico, pero algunos aldeanos aceptaban de buen grado adquirir los paisajes que yo dibujaba para decorar sus hogares o establecimientos por un módico precio. Con esos ingresos nos daba de sobra para nuestros escasos gastos, dado que obteníamos casi todo lo que necesitábamos de la naturaleza.
- Está bien. – Aceptó ella, acercándose para lanzar una mirada curiosa a la flor que estaba dibujando. – Déjame preparadas las ilustraciones de las que quieras deshacerte para llevarlas conmigo mañana.
A pesar de encontrarme muy cómodo viviendo con Setsuna, en ocasiones agradecía los viajes que ella realizaba a la ciudad, sobre todo cuando permanecía allí varios días, ya fuera porque echaba de menos a su hermana, o porque tuviera asuntos que atender allí. Durante esos períodos podía permitirme sumergirme en mis recuerdos sin interrupciones.
Dentro de mi armario guardaba varios pergaminos que reservaba para aquellas noches de completa intimidad. Entonces dibujaba a Rin, sin descanso. Tal y como se conservaba en mi memoria: sonriendo, con las mejillas sonrojadas, o con sus ojos observándome con adoración. A veces, sin darme cuenta, también había terminado por retratar a Airin. Aunque cuando descendía a aquel punto de melancolía, no lograba distinguir a quién de las dos estaba dibujando.
El dolor por la pérdida de ambas se había vuelto sordo, pero no había logrado mitigarse con el tiempo, provocando que un sentimiento terminase fundiéndose con el otro.
En aquella ocasión, durante esa larga noche, dibujé su silueta desnuda. Me recreé en cada trazo de pincel recordando dónde estaba cada lunar, cada suave curva, tratando de replicar la textura de su piel y el perfil de sus labios.
Alcé los ojos hacia la luna que se colaba por uno de los ventanucos de la cabaña.
La extrañaba.
Y no podía evitar preguntarme qué sería de nueva vida, y dónde se encontraría el alma de la mujer que amaba con todas mis fuerzas.
Si es que podía llegar a saberlo algún día.
Cuando Setsuna regresó a casa con el "koto" que había logrado adquirir, no se mostraba tan contenta como yo hubiera esperado. A pesar de que comenzó a practicar con entusiasmo, yo sentía su voz atragantada en su garganta, y su mirada perdida en el horizonte. Quizás la técnica para tocar el nuevo instrumento era más desafiante de lo que ella había imaginado.
Aunque no era propio de ella echarse atrás por algo así.
- Setsuna, ¿te encuentras bien? – Le pregunté, interrumpiendo su práctica para ofrecerle un vaso de agua.
La joven carraspeó, aclarándose la garganta antes de aceptar el recipiente que le ofrecía.
- S-sí, gracias...
Ella bebió lentamente, girándose para evitar el contacto visual conmigo. Se trataba de mi hija, y la conocía lo suficiente para saber que algo la preocupaba. Y no se trataba del instrumento frente a ella.
- ¿Ha ocurrido algo con Towa cuando la has visto? ¿Algún problema con Riku o el negocio?
La chica se cruzó de brazos mientras suspiraba con pesar.
- Bueno... Mi hermana no está del todo contenta con su vida en la ciudad. No es lo que esperaba.
- ¿En qué aspecto? – Inquirí, preocupado por su expresión.
- A pesar de estar perdidamente enamorada de Riku, no le satisface vivir bajo su sombra. Aunque no se lo haya dicho a él, a mí sí me ha comentado que le gustaría que su trabajo fuera reconocido. Y la angustia mucho lo largo que tiene el cabello. Se está plateando cortárselo como lo llevaba antes.
Lo cierto era que yo mismo era incapaz de imaginarme a mi hija mayor con melena, y apenas lograba hacerme una vaga imagen mental porque de niña el pelo le llegaba hasta los hombros, pero aun así... Se trataba de un peinado que no encajaba la imagen que tenía de Towa, por lo que debía de ser bastante extraño para ella misma.
- Entiendo... Si ese asunto te tiene la cabeza dando vueltas, ¿preferirías mudarte con tu hermana, Setsuna?
La joven abrió sus almendrados ojos azules de par en par, perpleja por aquella proposición. Entonces dejó escapar un melancólico suspiro:
- No, no me gustaría interrumpir en su vida de pareja, sería bastante incómodo. – Resopló, confirmándome cuánto extrañaba a su hermana en el día a día. Quizás, si no fuese por la presencia de Riku, ellas hubieran seguido viviendo juntas, con o sin mí. – Pero es posible que la visite más a menudo a partir de ahora. ¿Por qué no vienes un día conmigo? Hace años que no os encontráis Towa y tú.
Me encogí de hombros, recuperando el vaso de cerámica de las manos de Setsuna.
- Si está de mal humor, no creo que la haga feliz verme. Seguramente sólo consiga hacerla estallar. Sólo tú puedes calmar su explosivo temperamento, Setsuna.
Mi hija no respondió al juicio que acababa de emitir, y simplemente me observó en silencio mientras yo me retiraba para enjuagar el recipiente entre mis manos.
Tal y como mi hija menor me había informado, sus visitas a la ciudad se hicieron más frecuentes y duraderas. En principio, a mí no me molestaba, pero la soledad recurrente comenzó a extender nuevamente sus oscuros tentáculos por mi mente, haciéndome pensar en Rin mucho más que de costumbre. Y aunque sabía que no era sano para mí, no podía parar de dibujarla, de recordarla y extrañarla cada segundo que respiraba.
Tras varias noches de volcar mis emociones sobre metros de lienzo sin descanso, finalmente llegó el día en el que se me agotó la tinta. Y dado que necesitaba seguir plasmando aquellos desbordantes sentimientos para mantenerme cuerdo, decidí tomar una parte del dinero que teníamos ahorrado en casa y me dirigí a la ciudad por primera vez en mucho tiempo. En realidad, no recordaba nunca antes haber ido solo, pero no se me pasó por alto el hecho de que debía ocultar mi esencia para parecer un ser humano, de modo que mi apariencia no resultase llamativa.
Al desconocer por completo la tienda en de la que Setsuna proveía de los materiales que necesitaba para mi arte, no tuve más remedio que deambular sin rumbo por las atestadas calles del mercado. Aquel bullicio ensordecedor y la cantidad de olores que flotaban en el aire estimulaban en exceso mis sensibles sentidos, haciéndome sentir completamente desorientado. Por eso mismo era que odiaba las aglomeraciones de humanos más que nada en el mundo. Hacían que la cabeza se me embotase en un palpitante dolor de cabeza del que resultaba complicado deshacerme.
Sin embargo, en mitad de aquella amalgama de estímulos, logré distinguir uno muy claro: el dulce olor a jazmín que tan nostálgico me resultaba. Ignorando el resto de aromas que acosaban mis fosas nasales, me centré en aquella familiar esencia y la seguí, cautivado.
Persiguiendo aquel atisbo de esperanza, terminé frente a la puerta de un salón de cortesanas. Del interior brotaba el sonido de un shamisen, acompañado de una celestial voz. Una que reconocía muy bien, y no me cabía rastro de duda porque sonaba más dulce y aguda que la de Setsuna.
Sin darle un segundo pensamiento, abrí la puerta del establecimiento con un golpe seco. Todas las cabezas allí reunidas se giraron inmediatamente hacia mí, sobresaltados por el repentino sonido.
La artista que tocaba en el centro de la sala también se detuvo, dirigiendo sus redondeados ojos castaños hacia mí.
- Buenas tardes, caballero. – Me saludó la alegre voz de la cantante. - ¿Desea pasar y tomar asiento? Aún me quedan algunas canciones más en el repertorio.
La familiar sonrisa de aquella joven hizo que el corazón se me encogiera de júbilo.
Ella respondía al nombre de Himawari en esta nueva vida. Significaba "girasol", la cual había sido la flor preferida de mi esposa, teniendo varios kimonos con estampados de dicha planta en la tela. Desconocía de si se trataba de un apodo que utilizaba como cortesana, o si era su verdadero nombre, pero en realidad no importaba. Ya que yo sólo podía ver a Rin.
Había vuelto una vez más a mí.
Mientras regresaba a la cabaña en el bosque tras haber disfrutado de la función en el salón de cortesanas, mi cabeza no paraba de reproducir en bucle los perfectos movimientos de sus labios al entonar una canción, sus delicadas manos tocando enérgicamente el instrumento de cuerda que sostenía, y, sobre todo...
Aquellos orbes castaños que me dedicaban tímidas miradas y sonrisas.
Entre el público había podido contar al menos una decena de hombres que la observaban encandilados. Himawari los tenía a todos presos bajo su cautivador hechizo, pues al parecer, yo no era el único afectado por sus encantos.
Cuando comenzaba a preocuparme por lo que podría ocurrir con ella al caer la noche, la muchacha se retiró a descansar, cerrando por completo su agenda de aquel día. Permanecí entonces atento a los comentarios de los presentes en la sala, gracias a lo cual descubrí una información muy interesante: Himawari, a pesar de trabajar en una casa de cortesanas, no ofrecía servicios sexuales, al contrario que el resto de sus compañeras.
El motivo estaba relacionado con que su excepcional talento y encanto natural le permitían generar beneficios de sobra al local, de modo que se había ganado aquel privilegio. Por supuesto, el hecho de que aquella chica de mirada inocente estuviera fuera del alcance de todos no hacía más que encender más las pasiones de quienes la adoraban, generando aún más expectación y un público asiduo para verla durante un rato, aunque solo fuera cantando y tocando el shamisen.
Lo cierto era que una parte de mí, la cual había nacido a raíz de matrimonio de Airin con su asesino, se quedaba mucho más tranquila al saber que Himawari no tenía que llevarse a un hombre distinto a su cama cada noche. Me sentía mejor pensando que podía descansar tranquilamente en su alcoba, sin correr el riesgo de que ningún cliente pudiera hacerla pasar por lo mismo que Hitohide. Los hombres eran propensos a tratar a las mujeres como simples cuerpos destinados para su propio placer, especialmente cuando pagaban por ello. Y no deseaba que su preciada alma volviese a pasar por algo así.
Al llegar a la cabaña del bosque, me llamó la atención percibir una débil iluminación desde el exterior. Setsuna debía de haber regresado.
- Buenas noches, Padre. – Me saludó ella apenas entré por la puerta. – Me extrañaba que hubieras salido.
Mi hija se encontraba arrodillada en el suelo, afinando las cuerdas de su nuevo instrumento favorito. Se había soltado el cabello, dejando que sus largos mechones castaños cayesen sobre su espalda libremente. En aquella noche de luna nueva, sus ojos se habían vuelto de color castaño, revelando su naturaleza medio humana.
- Me quedé sin tinta, por lo que había salido a comprar más. – Respondí con completa franqueza.
Mi relación con Setsuna se había fundamentado en la sinceridad y transparencia completas, de modo que confiábamos ciegamente el uno en el otro. Sin embargo, notando que algo no encajaba, la joven arqueó una ceja, suspicaz.
- ¿Y cómo es que has vuelto con las manos vacías?
Si no se hubiese tratado de ella, podría haberle mentido u ocultado información, pues presentía que no le gustaría escuchar la verdad. Pero no quería traicionar su confianza. Mi hija menor no se lo merecía, después de todo el esfuerzo que había invertido en reconstruir nuestra relación.
- Me he encontrado con ella. Con el alma de vuestra Madre.
Setsuna levantó los dedos de su "koto" y se puso en pie. Su expresión se había torcido en una de angustia.
- No es buena idea que vuelvas a involucrarte con ella. Vive una situación muy delicada...
Entonces fue mi turno de interrogarla a ella:
- ¿Ya eras consciente de que ella vivía en la ciudad, Setsuna?
Mi hija agachó la cabeza, asintiendo apesadumbrada.
- Sí. Towa fue quien lo descubrió primero, en realidad, pues la conoció en el mercado por pura casualidad. Al parecer, fue vendida al burdel por una familia muy humilde de otro poblado a cambio de unas monedas para subsistir... La reclutó el dueño del local, a sabiendas de que podía sacar beneficio de su belleza y su aspecto inocente. – Me explicó mi hija, apretando los puños a sus costados, llena de impotencia. – Sin embargo, esa chica le dijo a Towa que le aterra la idea de acostarse con un hombre. Le produce tanto rechazo que le había rogado al jefe que la contratase como criada, limpiadora, lo que fuera... Salvo cortesana. Por supuesto, como nada de esto funcionó, le pidió una oportunidad de demostrar que podía reportarle tantos o incluso más beneficios sin necesidad de vender su cuerpo. – Setsuna exhaló un gran suspiro, tratando de destensar sus hombros. – Y, al menos de momento, parece que ese plan le está funcionando...
Aquel trato sonaba tan conveniente que no pude evitar sospechar.
- Pero tan pronto como aparezca un hombre que ofrezca una cifra suficientemente jugosa, estoy convencido de que su despreciable empleador no dudará en romper ese trato. – Sentencié.
Mi hija cerró los ojos, apesadumbrada.
- Pienso exactamente lo mismo. – Admitió ella con pesar.
- Tenemos que sacarla de allí, entonces, antes de que sea demasiado tarde.
Mi hija negó categóricamente con la cabeza, alzando sus ojos hacia mí.
- Sólo podemos sacarla de allí con dinero, y aún no tenemos suficiente. Towa y yo ya hemos estado ahorrando para hacerlo. – Me explicó. – No podemos arriesgarnos a llevárnosla por la fuerza y llamar la atención. La gente también me conoce, y sabe que somos hermanas. Si se nos identificase o relacionase a alguna de las dos con su desaparición del burdel, eso obligaría a Towa y Riku a abandonar su negocio y todo lo que han trabajado estos años para mezclarse con los humanos.
Apreté el puño, conteniendo las ganas que tenía de estamparlo contra algo. No volvería a cometer el mismo error que con Airin. No me importaban las reglas sociales de los seres humanos, no volvería a dejarla desprotegida, a merced de la voluntad de ningún hombre que se creyese en posesión de su vida.
- Entonces lo haré yo. – Mascullé.
- ¿De verdad no lo entiendes, Padre? – Me reprendió ella, alzando el tono. - Eres un hombre. Si muestras el más mínimo interés en ella, la vas a matar del susto.
- No esperarás que me quede de brazos cruzados siendo consciente de su situación, Setsuna.
Mi hija parecía a punto de comenzar a tirarse de los pelos, a sabiendas de que no lograría convencerme fácilmente. Tratándose de Rin, no pensaba ceder lo más mínimo.
Haría todo lo que estuviese en mi mano para salvarla.
- Es por esto mismo que no queríamos que supieses de ella... Towa me va a matar por habértelo contado. Te lo imploro, Padre. No intervengas en todo esto. Deja que nosotras nos encarguemos.
La angustia reflejaba en los ojos castaños de Setsuna me golpeó en mi punto más débil. Se trataba de la misma mirada suplicante que la de su madre.
No podía negarme a nada que ella pidiese en aquellas circunstancias. Las espinas que amenazaban con estrangular mi corazón me lo impedían. Mi conciencia no podría soportar causarle más ansiedad a mi hija de la que ya cargaba a sus espaldas.
Internamente, maldije aquella noche de luna nueva.
- Está bien. – Accedí a regañadientes. - Confío en vosotras.
Aunque no era mentira, solo por si acaso, decidí que me pasaría a menudo por la casa de cortesanas, solo para vigilar que no hubiese cambios en la precaria situación de Himawari.
Al día siguiente, a pesar de las innumerables objeciones de Setsuna, regresé a la ciudad para comprar los materiales que aún necesitaba. Una vez hube completado el recado, me encaminé directamente hacia el local donde Himawari trabajaba. En esta ocasión, al descorrer el shoji de la entrada, me encontré con que era otra de las cortesanas quien tocaba el shamisen al fondo de la sala, mientras mi amada danzaba con un abanico en mano, completamente sumida en la melodía.
- Buenos días, caballero. – Me saludó un fornido hombre, vestido con ropajes de buena calidad. – Me temo que las chicas aún están ensayando. Vuelva más tarde, cuando hayamos abierto.
Aquel tipo de negocios normalmente tenían más actividad a medida que avanzaba la tarde, y apenas era mediodía, por lo que suponía que no tenían mucho tiempo más para practicar sus espectáculos.
- Me gustaría simplemente tener una palabra con esa chica, si fuera posible. – Dije con la mayor educación posible, bastante convencido de que aquel señor frente a mis ojos era el dueño del local, y quien había comprado a Rin por unas míseras monedas.
Se dibujó una siniestra sonrisa en los labios de aquel sujeto al darse cuenta de que le estaba señalando a Hinawari.
- Es nuestra joven más solicitada. No le saldrá barato. – Me advirtió.
Dejé caer un puñado de monedas sobre el mostrador, completamente seguro de que podría complacer su codicia con aquella cantidad, al menos de momento.
- ¿Es suficiente para tomar un té con ella?
- Sí, por supuesto. – Asintió el hombre, contando cuidadosamente cada mísero ryou con la expresión de su rostro completamente iluminada.
Cuando el ensayo hubo terminado, el dueño del local mandó a una de las muchachas a preparar un té, justo antes de anunciar a la señorita Himawari que me atendiese. Ambos nos sentamos en una pequeña mesa junto a la terraza, desde donde se colaban los cálidos rayos de sol y el refrescante aire del exterior.
- Buenas tardes, caballero. – Me saludó ella, con una radiante sonrisa. – Sois el hombre mismo hombre que irrumpió ayer en mitad de la función, ¿verdad? El color de su cabello resulta inconfundible.
Sentí cómo mi corazón se derretía al escucharla dirigirse hacia mí. No tenía ni idea de cuántas décadas había esperado para verla de nuevo. Había pensado tantas veces de camino hasta allí qué decirle, o como actuar frente a ella, pero mi mente se había quedado completamente en blanco en su presencia.
Todo lo que se me pasaba por la cabeza era seguir mirándola, adorando el simple hecho de que mi esposa volvía a estar viva y respirando.
- Me halaga que me recordéis, mi buena señora. – Fue todo lo que pude responder de forma automática con una leve inclinación de cabeza, recordando la etiqueta que había aprendido un siglo atrás en el palacio junto al mar.
La chica me obsequió entonces con una sonora y clara carcajada. Sentí mis entrañas estremecerse con aquel alegre sonido, aunque no comprendía qué era lo que le había resultado tan gracioso.
- Os dirigís a mí con demasiada formalidad, mi señor. Le recuerdo que somos nosotras quienes estamos a su servicio, y no al contrario.
Me recordé entonces a mí mismo que las circunstancias habían cambiado drásticamente. Aquella joven no era la misma princesa a la que yo había servido alguna vez en un castillo lejano, pero tampoco podía tratarla con la misma cercanía con la que me había dirigido a mi esposa. Dado que era complicado encontrar un término medio, decidí para mí mismo pecar de hablar con extrema formalidad, antes que arriesgarme a dejarme lleva por la familiaridad que esa mujer me hacía sentir.
En ese momento, se acercó a nosotros una de las cortesanas, portando una tetera humeante y dos vasos de cerámica sobre una bandeja. La mujer se arrodilló a nuestro lado, depositando los enseres con suprema elegancia.
Himawari le agradeció a su compañera, llamándola por el nombre Kiku, o "crisantemo". Aquello me confirmaba la sospecha de que no fueran sus verdaderos nombres, y que todas empleasen apodos relacionados con flores para mantener algún tipo de temática interna.
A pesar del amable tono que había empleado la mujer con el rostro de Rin, su compañera le respondió con una fría mirada. La cortesana tenía un lunar en la barbilla que la hacía fácilmente reconocible, así como su agria expresión. Sin embargo, este trato no pareció molestar a Himawari lo más mínimo.
La mujer que tenía el mismo rostro que Rin comenzó a servir el té con sus delicadas manos mientras Kiku se dirigía hacia mí con falsa cortesía.
- Buenas tardes, caballero, espero que el té sea de vuestro agrado, así como nuestra compañía.
Fruncí los labios. Había caído en una encerrona por parte del ladino dueño del establecimiento. Estaba claro que iba a resultar mucho más caro poder hablar a solas con la anfitriona estrella de aquel lugar. Suspiré, asumiendo que era lo máximo a lo que podía aspirar en aquel momento.
- Me encuentro más que satisfecho por el momento, muchas gracias. – Respondí con una ligera reverencia a aquella mujer, sentada entre Rin y yo, manteniendo una distancia prudencial.
Entonces Himawari me ofreció una diminuta taza de té con ambas manos.
- Tome, mi señor... ¿Por qué nombre debería dirigirme a usted? – Me preguntó ella con expresión coqueta.
No podía negar que se le daba bien hacer que mi corazón diese un vuelco. No sólo era su belleza, sino que cada una de sus más mínimas expresiones lograban remover mi interior.
- Sesshomaru. – Respondí, aceptando de buen grado la bebida que me ofrecía.
- ¿A qué os dedicáis, Señor Sesshomaru? – Se dirigió a mí entonces la segunda mujer, su tono volviéndose más meloso.
No pude evitar sentirme violento al recordar las pretendientas que había tenido como Lord del Oeste. Aquel falso interés me hacía hervir por dentro, pero me contuve para mantener la compostura. Di un breve trago al té que me habían ofrecido antes de comenzar a explicarles:
- Soy pintor, y me preguntaba si podría emplear su imagen como inspiración para mis obras.
Los labios de Himawari se curvaron delicadamente, ocultando su boca con una de sus amplias mangas para privarme de su sonrisa.
- Sería todo un honor, mi señor.
- Sentíos libre de utilizarnos como musa para sus creaciones. – Añadió Kiku, quien se había arrastrado lentamente para acabar sentada a mi lado.
Al sentir cómo su hombro rozaba mi brazo, me puse en pie, decidido a impedir que aquella desconocida se acercase a mí más de la cuenta. Sabía que sólo estaba haciendo su trabajo, pero no podía evitar sentirme incómodo ante su osado comportamiento hacia mí.
- Debo retirarme por el momento. Volveré con mis pinceles y un pergamino en blanco la próxima vez.
Con aquella promesa, ambas cortesanas me despidieron con una sonrisa. Aunque yo sólo podía ver a Rin.
Mi amada esposa.
Durante algún tiempo, comencé a frecuentar aquel local por las noches. Normalmente se llenaba de borrachos y hombres con demasiado tiempo libre, lo cual mantenía el ambiente animado con las diferentes actividades que realizaban las cortesanas para entretener a sus clientes. Todas contaban con un potencial artístico remarcable, aunque ninguna destacaba tanto como Himawari. Ella era perfecta, en todos los aspectos.
Cada vez que acudía a aquel lugar, me contentaba con pedir algunos vasos de sake, los cuales consumía en una esquina del local, alejado del eje central del bullicio de aquel salón, con mis artilugios de pintura en mano. Las noches en las cuales no quedaba del todo satisfecho con el retrato que hacía de Rin, podía fácilmente venderlo por un alto precio a otro de los clientes, los cuales pagaban una buena suma por poseer un objeto que captase una mínima parte de la esencia de aquella talentosa joven. Y con ese dinero podría costearme volver otra noche, además de ahorrar otra buena parte.
Jamás me marchaba del local hasta que no se anunciaba la retirada de Himawari a sus aposentos, asegurándome de que, una vez más, no había sido comprada por algún ricachón depravado. Entonces me ponía en pie para regresar a mi cabaña, aunque en ocasiones, las cortesanas que estuvieran libres para ese momento, no dudaban en tratar de retenerme para que pasara la noche con ellas. Después de todo, era más beneficioso para ellas realizar aquellos favores íntimos.
La más insistente de todas era la mujer del lunar en la barbilla, Kiku. Casi parecía haber desarrollado una obsesión malsana por mi persona, pero jamás cedería a sus perversiones. No tenía interés en ninguna mujer que no fuese mi adorada esposa, después de todo.
Las visitas al salón de las cortesanas me granjearon frecuentes discusiones con Setsuna, hasta el punto de amenazó con contarle todo a Towa para que me hiciera entrar en razón. Pero yo no la escuchaba. Simplemente me había obsesionado con proteger a aquella chica con las únicas herramientas que disponía: mi atenta vigilancia y el dinero que acumulaba gracias a mis pinturas.
A pesar de mis cuantiosas contribuciones a la economía familiar, mi hija menor seguía sin estar conforme con mis acciones. Pero llegó un punto en que incluso esa terminó por rendirse, considerándome una completa causa perdida.
Setsuna sabía mejor que nadie que no tenía sentido que siguiera intentando hacer entrar en razón a un hombre la había perdido a cambio de recuperar su corazón.
Notas: Pues así se presenta esta segunda reencarnación, jeje... Tengo mucha curiosidad de saber vuestra opinión ahora mismo de la situación, y de saber si cambiará después de saber lo que ocurrirá a continuación.
Estuve TAN contenta de poder escribri finalmente a Setsuna en este capítulo y poder desarrollarla un poco más... Sé que no es exactamente igual que la que vemos en Yashahime, pero tiene otro contexto por lo que he tenido que adecuarla un poco a eso, auque sí he querido mantener su amor a la música (una pena no haber tenido excusa para darle un violín).
Esto no se acaba aquí, por supuesto, sabréis más en el próximo capítulo, y aunque no me guste dejaros con el suspense, vamos a tener que dejar pasar otras dos semanas si no quiero ir con el agua al cuello...
Espero que lo comprendáis, y bueno, que tengáis muy muy buena semana, os leo!
