—¿Qué pasa? —Wakiya borró la sonrisa de su rostro al notar la preocupación de Daina.

—Es Sota, le dije que si tenía una emergencia me llamara —Miró hacia él de reojo.

—¡Atiendelo ya! —enfatizó el "ya."

Daina deslizó el dedo por la pantalla y contestó sin esperar más.

—¿Hola? ¿Sota?

—Habla el doctor Minamo —respondió una voz profunda y un poco mayor—. Su hermano llamó y nos dijo que debíamos contactarlo.

Daina palideció y sintió que se le saldría el alma del cuerpo.

—¡¿Qué le pasó?! —Saltó de la silla.

Esa reacción encendió la alarma en Wakiya y mantuvo la vista fija en su amigo.

El doctor explicó que Sota tenía síntomas de una enfermedad que Daina no era capaz de pronunciar.

—Se pondrá bien pero ahora mismo estamos preparando todo para llevarlo al hospital.

—¿A-a cuál hospital?

Con esas palabras Wakiya se pudo de pie de un salto, con los ojos tan abiertos que parecía que se saldrían de sus cuencas.

—El hospital Sanno. En Minato, 8 Chome-10-16 Akasaka.

—¿Puedo hablar con Sota?

El doctor puso el teléfono en altavoz.

—Sota, dime que no es tan malo como suena…

—El doctor dijo que no era grave pero sí necesito ir al hospital unos cuantos días —Tosió.

A juzgar por el tono del doctor, Daina sospechaba que le dijeron eso a Sota solo para que se sintiera tranquilo, pues era un niño pequeño y no tenía a nadie más cerca.

—Entiendo… —le tembló la voz— Estaré contigo lo antes posible.

Colgó y, con el cuerpo temblando, se dirigió a Wakiya.

—¡Llévame al hospital Sanno ahora mismo! —exclamó.

—No tienes que decirlo dos veces —Asintió Wakiya.

Ambos salieron corriendo del comedor y de ahí hasta donde una de las empleadas domésticas de Wakiya.

—¡Llama al chofer ahora, tenemos que ir al hospital! —ordenó.

La mujer abrió mucho los ojos al ver al hijo de su jefe tan alterado.

—En un minuto, señorito Komurasaki.

En ese momento, pudo sentir a Daina murmurando cosas con un hilo de voz además de temblorosa y hasta amenazaba con quebrarse.

—Por favor… no dejes morir a Sota… —rezaba a alguna deidad.

Wakiya alzó las cejas triste por verlo tan preocupado.

—Oye… —No era nada bueno con las palabras pero no tenía más remedio— verás que se va a curar.

—¡¿Con qué dinero?! —gimoteó— ¡Apenas podré pagar esto, si dura más tendré que trabajar gratis en el hospital por mucho tiempo!

—No mientras yo esté aquí —En ese instante, la generosidad de la que Hoji hablaba afloró el Wakiya—, voy a cubrir todo el tratamiento y medicinas que necesiten.

—Gracias… —Una lágrima cayó del rostro de Daina.

—¿No quieres algo de agua, leche, un té o algo para calmarte en lo que esperamos?

—S-sí —Secó sus lágrimas con la manga de su chaqueta—. Un poco de agua estará bien…

—¡Trae un poco de agua cuando acabes! —le indicó a la empleada que estaba al teléfono y esta asintió.

—El chofer estará aquí en diez minutos —aclaró en cuanto colgó el teléfono.

—Cuanto antes mejor.

La empleada regresó con el vaso de agua y se lo entregó a Daina.

—¿Qué te dijo el doctor? —quiso saber Wakiya— ¿Qué tiene?

—No puedo pronunciarla —tartamudeó luego de beber el agua—, pero el doctor sospecha de que son síntomas de algo crónico.

—Entiendo… —Se encogió de hombros.

—No me dijo los síntomas pero tosía durante la llamada.

Daina optó por omitir los síntomas que tuvo Sota antes de venir, estaba seguro de que si lo decía se ganaría un puñetazo o una bofetada de Wakiya por haberlo dejado solo, por mucho que Sota hubiera insistido.

—Entiendo… tal vez sea algo en los pulmones.

—Sí, tal vez —Bajó los ojos.

El silencio fue tan denso que hacía parecer que el aire en torno a ellos se solidificaba y más bien estaban bajo el agua y la presión de la misma.

«Debí quedarme en casa con él…» se reprochaba en silencio.

«Por mucho dinero que pueda darle, no puedo comprarle la calma que necesita…» reflexionó Wakiya.

—Debe estar muy asustado y solo…

—Escucha, nadie podía predecirlo —habló en un tono más suave—, ahora lo importante es que estés ahí para él lo antes posible. Mi chofer ya no tarda en llegar.

—Eso espero…

Dicho y hecho, el chofer estuvo ahí de inmediato y los llevó a toda prisa al hospital donde Daina no tardó ni un segundo en acercarse a la ventanilla.

—Señor, por favor tome un número…

—Acaban de ingresar a un familiar —interrumpió rápido—, me dijeron que viniera enseguida, Sota Kurogami, soy su hermano mayor.

La recepcionista parpadeó al escucharlo.

—Espere en el segundo pasillo a la izquierda, el doctor saldrá a llamarlo en cuanto tenga noticias de su tratamiento.

—Gracias.

Ya un poco más calmados, Daina aguardó junto a Wakiya en las sillas más cercanas a la entrada a la sala de emergencias.

—¿Quieres hablar de algo para distraerte? —sugirió Wakiya al ver que Daina permanecía con la cabeza agachada, con las manos juntas y una pierna temblando.

—¿Como qué?

—¿Qué tal si me cuentas sobre tus hobbies? ¿Qué te gusta además del beyblade? —intentó sonreírle.

—Me gustan las matemáticas y la psicología —La pierna dejó de temblar—. Siempre fui muy hábil con los números y mi madre era psicóloga; tenía muchos libros así y de filosofía.

—Apuesto a que serías un gran arquitecto, profesor o psicólogo si te lo propones —Le dio una palmada.

—De hecho sí, pero aún no estoy tan seguro. También me gusta dibujar.

Wakiya se mordió la lengua, estuvo a punto de preguntarle por qué no se unía a algún club, hasta que recordó sus palabras: no quiero que Sota esté solo tanto tiempo. Sería una mala idea hacer esa pregunta.

—Podría regalarte un set de dibujo para tu cumpleaños… o para navidad, está un poco más cerca.

—Como quieras —Sonrió un poco y levantó la cabeza.

—Solo dime qué te gustaría, acuarelas, óleo, marcadores con base agua o alcohol, lápices, acrílicos, témpera, tinta… —Enumeró unos cuantos materiales con los dedos— Tú nómbralo y te daré los materiales de la mejor calidad que pueda encontrar en Japón.

—Sabes mucho de materiales —comentó.

—Mi padre quiere que sepa de todo un poco —Agitó su mano en el aire—, pero prefiero la administración, el beyblade y la cocina.

—¿Cocinas? —Daina abrió más los ojos.

—Sí, a veces me gusta cocinar junto a mis nanas y así aprendo.

—Entonces un día quiero probar tu comida.

—Te daré el mejor banquete —Guiñó un ojo.

—¿Kurogami Daina? —Sin darse cuenta el tiempo pasó hasta que el doctor llamó.

—¡Por aquí! —Saltó de su silla y se dirigió al doctor.

—¿Y sus padres? —Buscó por la sala de espera.

—Ah… no tenemos padres… —Se encogió de hombros.

El doctor hizo lo mismo al notar que tocó fibras sensibles por error.

—Lo lamento.

—¿Cómo está Sota? —pidió saber enseguida.

—Sota está bien pero al ser algo crónico necesitamos que se quede unos meses en el hospital —explicó mientras leía los papeles— ¿No tuvo síntomas o algo antes de que llamaran a emergencias?

Daina tragó saliva al imaginar la reacción de Wakiya al verse forzado a ser sincero.

—Sé que tuvo unos mareos y calor esta mañana pero nada más —confesó.

Wakiya casi saltó de su asiento al escuchar eso y apretó los puños sin decir nada.

—Entiendo. Como es el mayor a cargo necesito que firme unas cosas para su hospitalización.

—Por supuesto —Asintió.

El doctor lo ayudó a firmar unos cuantos papeles seguido de una explicación acerca de para qué era cada cosa y algunos kanji que no podía leer.

—¿Cuánto sería, doctor? —interrumpió Wakiya— Yo pago los gastos.

—Puede consultar en la ventanilla —indicó.

—De acuerdo. Luego quiero hablar contigo, Daina —Partió hacia allá.

Este último sintió que ya sabía lo que le esperaba en cuanto salieran de ahí.

—¿Puedo ver a Sota? —soltó enseguida.

—Por ahora necesita descansar, pero puede verlo mañana en el horario de visitas.

—Entiendo… Gracias, doctor.

Daina abandonó el pasillo mientras Wakiya acababa de pagar y lo esperaba junto a la salida con los brazos cruzados, con el ceño fruncido y con los ojos fijos en él.

—¿Wakiya?

—Vamos afuera —sentenció antes de salir.

Daina lo siguió y caminaron un par de pasos lejos de la entrada. Wakiya tomó mucho aire por la nariz y confrontó a Daina.

—¡¿SE PUEDE SABER EN QUÉ PENSABAS?! —Lo agarró de la chaqueta y lo sacudió como un trapo de la fuerza que tenía en los brazos— ¡¿CÓMO SE TE OCURRE DEJARLO SOLO SI ESTABA MAL?!

—O-Oye, yo le dije que no vendría pero él insistió —Levantó las manos con los ojos muy abiertos.

—¡Da igual! ¡Sota te necesitaba! —gritó y lo empujó— ¡Debiste decírmelo!

—Lo-Lo siento… —Daina perdió el balance por un momento.

—A quien le debes una disculpa es a Sota —resopló todavía irritado.

—Ya lo creo —suspiró.

—Vamos, mañana te llevo a verlo apenas salgamos de la escuela —indicó antes de empezar a andar.

Dicho y hecho, Wakiya llevó consigo a Daina al hospital a visitar a su hermano junto con Hoji a quien tuvieron que poner al día.

—Falto un día y pasa esto… —Se encogió de hombros— Lo siento, Daina.

—No tienes que disculparte —respondió.

—Si no te importa haremos una parada en el hospital antes de llevarte a tu casa —habló Wakiya.

—No hay problema —Asintió Hoji.

—Siento haberlos metido en esto… —Daina agachó la cabeza.

—No —intervino Wakiya—, para eso estamos.

—Y si las cosas hubieran sido diferentes no tendrías el apoyo para tratar a Sota —agregó Hoji.

—Bueno, tienen razón —hizo el esfuerzo por no quebrarse.

—El susto ya pasó —Wakiya trató de animarlo—. Ahora está en buenas manos y puedo pagarle al mejor doctor que ese hospital pueda ofrecer.

—No sé cómo voy a pagarte esto —intentó sonreír.

—Si insistes… —Sonrió con cierta picardía— además de la tarea de matemáticas podrías hacerme las tareas por un mes.

—¿No te dije que solo te ayudaría a hacerlas?

—Tú pediste opciones —Rio—. Y creéme que no quieres ser mi criado personal para pagarme.

—¿Eres muy caprichoso? —contraatacó Daina.

—¡NO! —exclamó ofendido— Tengo gustos muy refinados, que es muy distinto —Alzó un dedo.

—¿Qué tanto? —se atrevió a preguntar.

—Lo suficiente —respondió Hoji.

—Pues… —Wakiya se detuvo a pensar— Lo más exigente que se me ocurre es que me prepares un baño de sal a la temperatura justa.

—¿No quieres que también te haga un masaje en los hombros o en los pies? —preguntó con sarcasmo.

—Si no te importa servirme hasta en eso, el puesto es tuyo —respondió en tono bromista.

—Paso de ser tu Cenicienta.

Wakiya optó por fingir que no escuchó eso, no con esas palabras.

—Con que me ayudes con las tareas y me acompañes en el entrenamiento como amigos me basta.

—Suena bien para mí —Asintió Daina.

Algunos minutos más tarde estuvieron en el hospital Sanno donde Sota aguardaba en su habitación, la número 14-2. Daina vaciló antes de abrir la puerta.

—¿Y si se molesta porque no estuve con él?

—Es tu hermano, lo entenderá —Asintió Hoji.

Daina tensó su cuerpo y se mordió el labio.

—Muy bien, mejor tarde que nunca.

Al entrar este esperaba decaído y con la vista fija a las sábanas donde reposaban sus manos.

—¿Sota?

Este pareció salir de su ensimismamiento y enseguida buscó a Daina en la puerta.

—¡Hermano! —Sonrió un poco al verlo.

—Sota… Lamento mucho haberte dejado —empezó y corrió unos pasos hacia él—, el doctor no me dejó pasar ayer y cuando te vi en la mañana…

—Daina, no te culpes más —interrumpió Wakiya.

—Estaba asustado… —Sota intentó no llorar.

—Tranquilo —Daina sostuvo sus manos—, ya estoy aquí y vendré cada vez que pueda.

—Gracias, hermano —Sonrió un poco.

—Y prometo que ganaré todas mis batallas por ti —añadió.

—Eso será pan comido para ti —respondió más alegre y emocionado con la imagen de su hermano ganando—, eres fuerte y tienes al mejor entrenador —Miró a Wakiya.

—Un gran entrenador y dos buenos amigos —confirmó mirando a Wakiya y Hoji, aunque no congeniaba tanto con este último.

Ambos asintieron sonrientes.

—Está en muy buenas manos —respondió Wakiya—, ya verás que nada lo detendrá.

—¡Me aseguraré de ver sus batallas y darles muchos ánimos! —exclamó Sota.

Tal parece que Sota no dimensionaba lo que estaba pasando ya que nunca preguntó por los gastos del hospital y nunca se vieron en la necesidad de explicarle. Aunque era de esperarse, más allá de haber perdido a sus padres, todavía era un niño de apenas seis años que poco y nada sabía de cómo funcionaba el mundo. De cualquier forma, esas explicaciones podían esperar otra ocasión.

—¿Cuándo crees que pueda ir a casa? —preguntó el pequeño.

—No lo sé… —Daina se encogió de hombros— ¿Qué tanto te dijo el doctor?

—Dijo que estoy bien pero que necesito quedarme unos cuantos meses… —Su sonrisa desapareció.

Daina sintió esas palabras como una punzada en el pecho y los recuerdos de cuando Sota pasó por aquella depresión cuando perdieron a sus padres llegó a su cabeza. «No puedo dejar que pase por eso de nuevo.»

—Descuida, ganaré todas las batallas por ti, te vendré a ver siempre que pueda —repitió— y antes de que te des cuenta, estarás en casa de nuevo —Le extendió el meñique.

—Es una promesa —Le extendió el mismo dedo e intentó volver a sonreír.

Ambos hermanos juntaron sus meñiques para hacer la promesa.

—Pórtate bien y escucha al doctor y a las enfermeras, ¿sí?

—Lo haré, hermano —Asintió.