Aiko esperó impaciente con la primera luz del día junto a la pequeña puerta emplazada en el muro oeste. Llevaba una capa oscura en los hombros, para abrigarse porque esa madrugada particularmente, el frío congelaba el aire al salir de su boca con cada exhalación.

Enrollada en sus manos, tenía otra.

Era para Kyojuro.

Cuando escuchó el suave repiqueteo en la puerta, sus manos apresuradas quitaron el pasador y lo hicieron ingresar. Le dio la capa y mientras él se la colocó, ella miró por todos lados, debía asegurarse de que no había moros en la costa.

-¿La has visto ya?-

- Aún no. Sigame, lo llevaré con ella, Koichi ya se marchó.- Dijo Aiko, y comenzó a andar, veloz y silenciosa, como una sombra por el pasto verde.

Corrieron a través del jardín, y Kyojuro se ocultó detrás de algún que otro árbol hasta llegar a la casa.

Era temprano, pero la servidumbre ya estaba despierta y cumpliendo sus obligaciones.

Aiko, con sigilo, lo llevó al cuarto de Yuzuki, lo hizo entrar y cerró el fusuma detrás de ella.

Al entrar en la habitación, el corazón de Kyojuro se le estrujó de dolor.

Ahí estaba Yuzuki, o lo que quedaba de ella, recostada sobre su lado izquierdo, dormida.

-No...- susurró él, y se sentó junto a ella. Acarició su cabello y la llamó por su nombre, pero no hubo respuesta. Sólo se dio media vuelta pesadamente y siguió durmiendo. Kyojuro miró a Aiko y vio la preocupación pintada en sus ojos.

- Así es cada mañana...y cada vez me cuesta más despertarla.- Aiko se sentó junto a él, y miró preocupada a su Señora, a su amiga, dormir rozando la inconsciencia.

Dormir con la muerte acechándola.

- ¿Cuando regresará él?- preguntó Kyojuro, sin dejar de acariciar a Yuzuki. Podía sentir los huesos de sus hombros bajo sus manos, y su respiración lenta y pausada.

- Suele venir por la noche, luego de cenar. Llega y va a la cocina a prepararle ese maldito té.-

- Entonces lo esperaré...me ocultaré en tu habitación, como habíamos acordado.- dijo él, sin dejar de acariciar a la mujer que antes rebosaba de vida, y que ahora apenas lograba respirar.

- Si. Nadie irá allá.-

Kyojuro asintió. Dejó un suave beso en la mejilla fría de Yuzuki y salió.

Siguió a Aiko silenciosamente y a toda velocidad por los pasillos de la casa y se metió en su habitación.

- Le traeré algo de comer en unas horas.- le dijo ella. Sintió el deseo de abrazarlo y agradecerle hasta que le duela la garganta el hecho que le haya creído, de que haya ido. En su lugar, se postró en una solemne reverencia y le agradeció desde allí.

- Por favor, no hagas eso.- le dijo él, con un nudo en la garganta. Conocía poco a Aiko, aunque Yuzuki le había hablado de ella y siempre tuvo palabras de aprecio y respeto. Y si Yuzuki la quería, entonces debía ser una buena persona. Por lo que él también aprendería a quererla.

-No sé cómo agradecer que esté aquí.- dijo ella, alzándose.- No puedo soportar lo que está pasando. Y me siento totalmente inútil y frustrada. Ese mocoso engreído de Koichi es la condena de esta Casa. No soy una mujer instruida, pero no soy estúpida.- dijo Aiko, vehementemente.

-Eres lista, y obedeciste a tu instinto. Probablemente le hayas salvado la vida a ambos.- contestó Kyojuro.

Aiko sonrió. Y él pudo ver el claro reflejo del cariño en sus ojos pequeños y negros.

-Esta Casa es mi vida. Y ellos, más allá de todo, son mi familia.-

- Hoy cambiará todo, Aiko. Esta noche haré lo necesario para terminar con esto.-

Las horas se arrastraron pesadamente. Kyojuro escuchó el alboroto de la casa durante el día, los ruidos típicos de los quehaceres domésticos. Pero faltaba algo...algo que él escuchó muy seguido mientras trabajó alli.

La música de Yuzuki.

Esa ausencia le hizo doler el corazón. Porque esa joven alegre, charlatana y llena de curiosidad y energía fue reducida a un montón de huesos flacos echados en un futón, a oscuras.

Y el dolor del corazón del ex Pilar de volvió ira. Haría pagar a Koichi a cómo de lugar.

Por la noche, ya muy tarde, Aiko llegó a apresurada y entró a su habitación. Miró a Kyojuro a los ojos y con la bruma de la bronca brotando de su ser, le dijo.

- Él está allí.-

Kyojuro se deslizó por la casa cómo una sombra y apareció detrás de Koichi apenas éste puso el agua a hervir. Procedió con cautela, no sabía si Koichi se percataría de su presencia, ni cómo reaccionaría. Al ver que no lo notó, no supo contenerse más.

- Me vas a decir qué le hiciste a Yuzuki, ahora mismo.- Ordenó Kyojuro.

Y con la punta de la katana desenvainada, presionó la nuca de Koichi, quien se estremeció de pies a cabeza. Kyojuro quiso asegurarse de que entienda que iba enserio, entonces presionó levemente el metal contra la piel.

Pudo ver cómo el hombre, alto y de cabello negro perfectamente peinado hacia atrás, tensó la espalda.

- Supongo que tú debes ser el famoso espadachín, el Rengoku que me faltaba conocer.- dijo, dejando suavemente sobre la mesa la taza que tenía en la mano. Kyojuro no respondió, Koichi rió suavemente y alzó ambas manos.- ¿Ahora ademas de secuestrar mujeres te metes a sus casas y amenazas a sus maridos? Tú si que escalas rápido.-

- Dime qué le estás haciendo a Yuzuki.- Kyojuro apretó los dientes. Su padre tenía razón cuando le dijo que el tipo era una mierdecilla, y él, aunque se consideraba un sujeto paciente, tenía muchas ganas de hacerlo picadillo.

- Nada.- contestó Koichi, dándose media vuelta lentamente, aún con las manos en alto. Miró a Kyojuro los ojos y le mostró la sonrisa más socarrona que vio en su vida. Y agregó.- ¿como piensas que *yo* podría lastimar a mi propia esposa?-

- ¿Entonces qué le sucede?-

- Ah, solamente está estresada.- Dijo él , haciendo un ademán de desdén con la mano.- Sabes que su padre está muy enfermo, eso la preocupa. Las mujeres son exageradas y emocionales, tómalo como un consejo gratuito, mantente soltero.-

- Está hecha un esqueleto en ese futón...- espetó Kyojuro, y Koichi sonrió. La punta de la katana le rozaba la nariz pero él no temblaba, no estaba nervioso. Kyojuro no percibió nada de él, era muy bueno ocultándose.

O era un completo psicópata.

- Si, ha bajado de peso. Personalmente me gustan con más carne en los huesos pero.-

- No estoy de humor para juegos.- Siseó interrumpiéndolo Kyojuro y aferró su espada con más fuerza.

- Maravilloso, porque yo tampoco.- Dijo Koichi y más rápido de lo que le hubiera gustado aceptar a Kyojuro, sacó su pistola, y aunque no la levantó del todo, apuntó y disparó.

Le dio de lleno en el hombro izquierdo, haciéndolo retroceder, pero no soltó la katana.

Koichi salió corriendo por las pasarelas externas y a viva voz llamó a los guardias.

Kyojuro no tardó nada en alcanzarlo, y frenarle el paso, desplazarse esas distancias tan cortas era pan comido para él.

- Eres un cobarde.- Exclamó, cuando se apareció frente a él y le interrumpió el paso. El hombre del arma trastabilló y cayó de culo al piso de la pasarela.

- Tranquilo, hablemos...- sonrió Koichi.- ¿No quieres saber cómo ha estado Yuzuki estos días?-

Kyojuro frunció el ceño y se percató de una silueta que sobresalía de la ropa del tipo y de un movimiento limpio, cortó el bolsillo del saco occidental que llevaba Koichi, haciendo caer un pequeño frasquito con un polvillo plomizo, que rodó hasta sus pies.

- ¿Que es eso?- le preguntó.

Los guardias se amontonaron alrededor de ellos pero ninguno se atrevió a atacar: todos habían entrenado con Kyojuro, sabían muy bien de su velocidad y resistencia.

El hombre podía ser letal si así se lo proponía aunque fuese un sujeto pacífico. Así que sólo se dispusieron a observar, rodeándolos, aferrados a sus espadas. Lo cierto es que tampoco querían atacarlo...sabían que era un buen tipo y siempre se portó bien con todos. No podían decir lo mismo del niño mimado que yacía en el suelo.

Así que la mayoría de los guardias estaban a favor de Rengoku.

-¿*Que* es eso?- Kyojuro repitió la pregunta con marcada rabia.

-Oh, eso...- Empezó a decir Koichi, a medida estiraba su mano para tomar disimuladamente su arma.- Es...medicina.-

- Bébela.-

- ¿Estas loco?- exclamó Koichi, y se aferró al arma con fuerza.- ¿No te enseñaron que automedicarte está mal?-

- ¿Que es...?- Repitió Kyojuro. Había tenido suficiente de la impertinencia de Koichi y sus respuestas esquivas le crisparon los nervios.- Te lo pregunto por última vez.-

- ¡ES PLOMO!- Gritó Koichi y desde el suelo, alzó el arma y apuntó en dirección a la cabeza de Kyojuro, pero éste, veloz como era, cortó la muñeca de un golpe seco y limpio. Hubo un sonoro asombro entre los guardias y muchos movimientos de pies nerviosos. Se debatían entre atacar o no.

"No uses dos veces el mismo truco con un zorro viejo" pensó Kyojuro, mientras vio la mano del muchacho caer frente a él.

Koichi aulló de dolor, tomó el muñón con fuerza y miró a Kyojuro con los ojos inyectados en ira. La sangre manó espesa y caliente, manchando la madera pulida de la pasarela.

Kyojuro se puso de cuclillas y tomó el frasco.

- ¿Vas a decirme ya qué es?-

- ¡CORTASTE MI MANO! ¡GRANDÍSIMO HIJO DE PUTA!- Koichi gritó y con la mano sana empezó a maniobrar para quitarse el cinturón, era necesario hacer un torniquete. Entonces se dirigió a los guardias y gritó a todo pulmón.- ¡HAGAN ALGO MANGA DE INÚTILES CAGONES!

- Ibas a volarme la cabeza.- Explicó Kyojuro, analizando el frasquito y su contenido a contraluz.- Ya me diste en el hombro. Tienes buena puntería. A esta distancia eras una amenaza. Dime qué es esto, y como puedo curarla.

- ¡VETE AL CARAJO! ¡MI MANO! HAGAN ALGO, CARAJO! - Gritó a los guardias.

El griterío atrajo más miradas.

Varias cabezas asomaron por diferentes partes de la casa, detrás de los shojis, incluso por detrás de los guardias. Pronto, toda la servidumbre estaba espectante, sorprendida, cuchicheando entre ellos.

Incluso Aiko, que miraba la escena con los ojos y la boca muy abiertos en evidente sorpresa.

- Si no das las respuestas que busco, te cortaré la otra mano y no podrás volver a jalartela en tu vida.- Dijo Kyojuro, y empuñando con fuerza su katana la llevó justo entre las piernas del hombre. Y presionó.- O directamente quizá te la corte. DIME QUE ES ESTO Y CÓMO LA SALVO.-

- ¡¡Es plomo, es plomo, está intoxicada con plomo!! Un tratamiento simple bastará.- aulló Koichi.

- ¿Durante cuánto tiempo se lo diste? ¿Cuánto tiempo estuviste envenenadolos? A Yuzuki y al Señor Gotō- preguntó Kyojuro.

El cuchicheo cesó, y una expectativa densa se cernió sobre ellos.

Quería que todos lo escuchen de la boca de Koichi la verdad.

Y éste, con su torniquete improvisado y los ojos brillandole de ira, lo miró temblando en el piso. Todo su ser destilaba odio en ese momento, y no tuvo forma de ocultar sus emociones. Odió a Yuzuki, a Tetsuo y a Kyojuro más que a nada ni nadie en este mundo. Si Rengoku hubiera llegado una semana después, su propósito se hubiera cumplido, y sería un hombre joven, viudo, y rico. "¿Cómo lo supo...como supiste que ella estaba muriendo? ¿Acaso estaban tan conectados?"

- ¡RESPONDE!-

- ¡Un mes!.- Gritó Koichi, sin dejar de mirarlo.- Pero no te preocupes, podrás salvar a tu preciosa princesa.- dijo con un tono claramente despectivo.- un lavaje intestinal, un tratamiento quelante y estará bien. El viejo no correrá tanta suerte. Pero su vida ya estaba concluida de todos modos.-

Hubo una conmoción generalizada. Los guardias soltaron sus armas y comenzaron a insultar a Koichi. Pronto todos se vinieron sobre él y el comandante que suplantó a Kyojuro cuando su puesto quedó vacante, un hombre enorme de rostro bastante tosco, se paró delante de todos y con una voz fuerte y resonante como un rayo, ordenó:

- ¡TODOS Y CADA UNO VOLVERÁ A SUS PUESTOS! AQUI SE HA COMETIDO UN CRIMEN PERO ESO NO JUSTIFICARÁ OTRO.- Se dio media vuelta y tomó a Koichi de un brazo, tiró de él y lo hizo poner de pie, casi como si fuera un muñeco de paja.- Señor, vendrá conmigo a la sala de guardias. Y nos ocuparemos de usted luego. Nadie le hará más daño, pero voy a ponerlo a disposición de la justicia a primera hora.-

Koichi no dijo nada, sólo tragó saliva. Miró a Kyojuro y lo maldijo entre dientes.

- Por cierto...lo de tu mano...- Dijo Rengoku, acercándose lentamente. Cuando estuvieron frente a frente, mirándose a los ojos, le dijo.- También fue por mi cuervo, maldito pedazo de mierda.-