Los segundos pasaban en aquella avenida y el silencio entre las dos seguía reinando. Si había algo que no esperaba ya de aquel día era ver a Himawari salir justo de la residencia en la que se había detenido a pelear con el gato callejero. Sakurako había dado al fin con ella, pero no era capaz de articular palabra. ¿Cuánto tiempo había pasado? Aun así, le sorprendía recordar aquellos ojos castaños a la perfección. Tantos días que había pasado echándola de menos en Kanazawa, que incluso estuvo a punto de responder más de una vez alguna de sus tarjetas de cumpleaños. Ahora la tenía frente a ella y ni siquiera sabía qué decir. En realidad, era lógico, pues lo último que recordaba Sakurako que compartieron antes de que se fuera de Takaoka fue un enfado y el retirarse la palabra durante días. Había demasiadas cosas de las que se arrepentía, y la más dolorosa era, sin lugar a duda, haberse ido sin antes solucionar sus problemas con Himawari.
—Ha pasado… mucho tiempo. —Himawari no podía evitar dibujar una leve sonrisa en sus labios. No parecía tan sorprendida como lo estaba Sakurako al verla, pero sí más feliz—. Feliz cumpleaños.
«Vamos, ¡habla de una vez, idiota!», se decía a sí misma Sakurako, tratando de lidiar con su propio nerviosismo. «¡Ella está esperando a que digas algo!». Cada vez que miraba el rostro de Himawari, sentía el suyo arder de la vergüenza. Si tan solo algo o alguien la hubiera prevenido de aquel encuentro tan repentino, quizás habría tenido tiempo de prepararse unas pocas frases banales, de esas que se usan para saludar a cualquier persona que te encuentras por casualidad. Pero claro, casualmente Furutani Himawari no era cualquier persona.
—Sakurako, ¿estás bien? —volvió a hablar.
—¡Buenos días! —gritó Sakurako, inclinándose exageradamente hacia Himawari. Entonces recordó que casi era la una de la tarde—. Quiero decir… ¡buenas tardes!
—Me alegra mucho verte. ¿Cuándo has llegado? —preguntó ella.
—Pues… esta mañana —respondió.
Himawari se mostraba amable, parecía que no le guardaba ningún rencor por aquella disputa que tuvieron años atrás. Quizás, ni siquiera se acordaba de ello. Sin embargo, Sakurako notaba algo extraño en ella. La joven castaña estaba hecha un manojo de nervios y Himawari, en cambio, parecía bastante tranquila. Siempre le había parecido muy tierna la forma en la que Himawari se avergonzaba en su adolescencia, ¿acaso había perdido esa faceta de su carácter? Ese detalle casi la hacía desconfiar, al igual que el hecho de que se encontrara en una de las residencias de aquella avenida, pues sabía que ella no vivía por allí.
—Ahora mismo no tengo mucho tiempo, pero… ¿crees que podríamos quedar un día a solas para hablar? —dijo de pronto Himawari. Viendo que esto sorprendía aún más a Sakurako, rectificó—: Simplemente me gustaría hablar un poco contigo. Hace muchos años que no sé nada de ti, ni tú de mí.
«La boda». Aquello era lo único que le venía a la mente a Sakurako. ¿De verdad no se esperaba que ella lo supiera ya? ¿Acaso Himawari quería ser la que le diera la noticia? Todo lo que tenía que ver con esa celebración hacía que se le revolviera el estómago.
—No hace falta… —respondió la castaña, tratando de negarse. No podía hablar con ella del hecho de que se casara con otra persona. Le restó rápidamente importancia a la conversación e intentó marcharse por donde había venido—. Me están esperando en casa para comer. Ya nos veremos.
Sakurako ya estaba decidida a marcharse de allí a toda prisa si fuese necesario, pero Himawari caminó hacia ella y la sujetó tímidamente del brazo. En aquel momento, juraría que un extraño escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir su contacto, después de tantos años.
—Sakurako… ¿por qué no me dijiste que te ibas de Takaoka? —Himawari parecía más intrigada que molesta por aquello, y hablaba en tono amable para que la pregunta no resultara demasiado incómoda.
—Eh, yo…
—Nunca recibí una sola noticia tuya —continuó ella—, ni siquiera sabía dónde estabas todo este tiempo. Nadeshiko nunca me lo dijo.
Sakurako no estaba preparada para responder y despejar sus dudas aún, y su rostro así lo evidenciaba. Apenas podía dejar salir de su boca leves balbuceos, los cuales Himawari, lamentablemente, no era capaz de interpretar. La tensión podía percibirse en el ambiente, tanto que ambas chicas sufrieron un sobresalto cuando la puerta de la casa de la que había salido Himawari se abrió de nuevo, esta vez dejando salir a un hombre joven y alto, de unos 30 años, y de cabellos castaños y oscuros.
—¿Himawari? —la llamó de forma amable. Pronto se percató de que se encontraba a unos metros de la entrada y camino hacia ellas. Miró entonces a Sakurako y le dedico una sonrisa a modo de saludo antes de volver a dirigirse a Himawari—. ¿Es amiga tuya?
—¿Quién es? —Sakurako, con más temor que curiosidad, le preguntó a Himawari. Podía imaginarse quién era aquel joven, pero quería oírlo y confirmar sus sospechas. Para su mala suerte, era ahora su amiga de la infancia la que no era capaz de hablar.
—Encantado —respondió por ella el joven, inclinándose hacia Sakurako—. Mi nombre es Kato Michi. Soy el prometido de Himawari.
No, definitivamente no. Tan solo con escuchar aquello sabía que ese joven no le iba a agradar en la vida, y menos aún llamándose «Michi».
—¿Quieres entrar y tomar un té? —ofreció el joven.
Pero Sakurako ya había decidido que no pensaba prestar atención al pobre Michi, el cual solo se esforzaba por simpatizarle. Miró entonces desafiante a Himawari, ¿cómo era posible que ni se hubiera molestado en contarle nada en su tarjeta de felicitación? Vio en el rostro de su amiga de la infancia la preocupación y el desconcierto; ni siquiera ella se esperaba que iba a conocer a su futuro marido tan pronto.
—Y esta casa tan lujosa es de la familia de tu… prometido, ¿no? —Sakurako ya empezaba a notar que la poca paciencia que la caracterizaba se iba agotando. Si no se marchaba de allí pronto, su malestar solo iría en aumento. Al ver que Himawari no era capaz de pronunciar palabra y que Michi sí respondía, aunque Sakurako no lo escuchaba, decidió malhumorada dar por concluida la charla—: Muy bien. Hasta otra.
Sí que escuchó a Himawari reaccionar después y comenzar a llamarla a gritos desde la lejanía, pero ya era tarde, pues había dado media vuelta para echar a correr muy lejos de allí. La frustración y el agotamiento hicieron mella en su estado emocional, haciéndola llorar mientras corría a través de las calles de la ciudad. «¿Por qué, Himawari?», se preguntaba Sakurako en su interior. «¿Por qué no me dijiste nada?». La joven Ohmuro no se detenía en su huida, qué más daría una más en su vida. Quería gritar a pleno pulmón todos sus males, todo lo que llevaba callando durante años; que se había marchado de Takaoka por Himawari, huyendo del daño que quiso evitar a toda costa; que ese día, después de tantos intentos por olvidarla, se había resignado para viajar y volver a verla; y que, sin duda alguna, la única que podía arrebatarle la esperanza que le quedaba y hacerla llorar de aquella forma era ella.
Había llegado sin proponérselo cerca de la residencia de las Yoshikawa. Pensó en ese momento que quizás volver a ver a su antigua compañera de clase, Chinatsu, le podría ayudar a olvidar lo ocurrido durante unos minutos. Lamentablemente, su amiga no parecía estar en casa. «¡¿Acaso nada va a salirme bien hoy?!», se frustró Sakurako, dando una gran patada a una lata que había en el suelo. Una lástima que Chinatsu volviera a casa tranquilamente de una reunión escolar en el instituto donde trabajaba y no viera llegar esa lata justo al centro de su frente.
—¡Lo siento! —gritó Sakurako, dándose cuenta de que Chinatsu caía al suelo de espaldas a consecuencia de semejante golpe. Se acercó a ella y trató de socorrerla.
—¡¿Así me saludas después de tantos años?! —protestó ella, incorporándose.
—Siempre me suelen pasar estas cosas con las personas que aprecio… —intentó remediar Sakurako.
—¡Temeré entonces por mi vida cuando me odies!
A pesar del desafortunado accidente, Chinatsu la invitó a pasar a su casa y tomar una taza de té. Al igual que con sus demás amigas, Sakurako no había tenido ningún contacto con ella desde que se marchó, así que le alegró mucho poder pasar un poco de su tiempo en su compañía. Chinatsu seguía viviendo aún en su hogar de siempre, mientras ahorraba para independizarse. Además de ello, parecía más adulta ahora, pues se veía bastante más centrada, más madura.
—Así que trabajas como profesora, igual que Funami-senpai —decía Sakurako.
—Sí, ¡y trabajamos en el mismo instituto! ¡Navegar por el mundo de las letras, números y enseñanzas junto a ella es un sueño hecho realidad! —Chinatsu perdió de golpe su apariencia centrada y madura—. Quizás a veces organizo demasiadas reuniones de profesores, ¡pero necesito verla cada día al menos una vez o me marchitaré!
—Entiendo… —Sakurako solo quería cambiar el rumbo de la conversación—. ¿Y es difícil enseñar a tantas adolescentes?
—¡El fin de semana pasado tuvimos nuestra primera cita! —Chinatsu no parecía escucharla en ese momento —. Aunque… me decepcionó un poco, Yui-senpai no aportó demasiada pasión a nuestro encuentro.
—¿Por qué lo dices? —preguntó la joven Ohmuro, sabiendo que su amiga no dejaría el tema. «¿Acaso no dijo Sugiura-senpai que habían empezado con buen pie?», pensó.
—Pues verás, fue muy extraño. —Chinatsu se acercó a ella, creando cierta atmósfera de misterio—. No vino montando en un caballo blanco, ni vestida de príncipe. Pedí un par de copas y una botella de vino mientras comíamos, ¡pero no quiso probarlo!
Sí, lo sé, típico de Yoshikawa Chinatsu. Sakurako también lo está pensando mientras rueda los ojos. Quizás a Yui no le guste el vino, quizás ni sepa montar a caballo, y evidentemente no es un príncipe. Chinatsu se sirvió otra taza de té mientras su rostro denotaba que en aquellos años su enamoramiento de adolescente no había disminuido en absoluto.
—¿Y tú, Sakurako-chan? —preguntó de repente—. ¿Amas a alguien allí donde vives?
Sakurako negó con la cabeza. La única persona a la que consideraba haber amado alguna vez estaba a punto de casarse con otra persona.
—¿Has vuelto por Himawari? —Chinatsu notó al momento que su acompañante se tensaba al oír ese nombre—. Era tu mejor amiga. Me extraña que no quieras impedir que se case, tú mejor que nadie sabe que últimamente no es ella misma…
—Bueno, yo… Ya hablé con Himawari todo lo que tenía que hablar —respondió.
—¡Así que la has visto! —se sorprendió Chinatsu.
—Sí, estaba con su futuro maridito, el tal Michi. —Sakurako pronunció su nombre con tanto recelo que Chinatsu no pudo evitar fijarse en ello.
—¿Es que acaso estás celosa...?
—¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no!
—Sí lo estás, ¿verdad?
—¡No!
—Himawari-chan siempre ha sido tu rival en todo. Que se case antes que tú debe ser una derrota para ti, ¿no?
—¿Eh? ¿Te referías a eso? —Sakurako vio cómo Chinatsu se extrañaba con su pregunta y se tensó de nuevo.
—¿Qué iba a ser entonces? Siempre estabais compitiendo. ¿Qué razón es más importante como para volver a Takaoka por ella…? —Pero Chinatsu acabó viendo la luz—. ¡Es amor!
—¡No! ¡No, no, no, no y no!
—¡Ah, nunca pensé que este día llegaría! Si incluso yo sería capaz de cruzar valles y océanos para encontrarme con Yui-senpai. Y esos celos… ¡A mí me pasa a diario solo con que la cruel brisa toque sus labios!
—¡Tú estás loca!
—¡Enamorada! —corrigió Chinatsu. Se levantó entonces rápidamente y apoyó ambas manos sobre la mesa—. ¡Como tú!
—¡Diablos! —Sakurako no pudo evitar sobresaltarse por la acción de Chinatsu—. ¡¿Quién crees que eres para decirme cómo me tengo que sentir?!
—¡Alguien que te asegura que el amor es la mejor de las emociones, el sentimiento más hermoso!
—¡¿Y qué tiene que ver eso?! —dudó Sakurako.
—¡Pues que a veces también puede ser de lo más doloroso! —Chinatsu se subió completamente a la mesa, asustando aún más a su compañera. La señaló con el dedo mientras el volumen de su voz iba en aumento—. ¡Y a ti te duele!
Sakurako no sabía qué decir. ¿Acaso Chinatsu podía llegar a saber más sobre sus propios sentimientos que ella? ¿Qué clase de madurez había adquirido entonces, si ni siquiera se entendía a sí misma? Pero tenía razón, había vuelto por ella y le dolía inmensamente, tanto que solo se le ocurrió huir. Pero ya estaba más que harta de permanecer callada, ya lo había estado suficiente tiempo. Quizás Chinatsu podría ser su confidente aquella tarde, quizás ella la comprendería mejor que nadie.
—Yo… —trató de explicarse la castaña—. La verdad es que no sé ni por dónde empezar.
—No tengas miedo, Sakurako-chan. Quiero saber tu historia. —Chinatsu se pudo cómoda para lo que sería el relato del pasado de su amiga.
—Pues verás… Hace seis años, cuando aún vivía aquí, en Takaoka… Bueno, ya sabes que mi relación con Himawari siempre había sido un poco especial…
»Esa semana, la que decidí marcharme, habíamos estado todas las tardes haciendo tareas de la universidad. Quería estudiar medicina como ella. Era muy aburrido, pero al menos llevaba los estudios al día gracias a su ayuda. Y sí, hacía tiempo que me había dado cuenta de que estaba enamorada de ella, pero no me atrevía a decírselo. Qué estúpida, ni siquiera lo intenté. Los días pasaban y todo seguía igual. Yo cada vez me volvía más cobarde, me enfadaba porque no era capaz de transmitirle mis propios sentimientos y discutíamos a menudo por tonterías. Había días en los que pensaba que Himawari quizás sí sentía algo por mí, y otros podía asegurar que solo era para ella una amiga más. ¿Y qué hice al respecto? Lo más infantil. Me comporté como una niña pequeña que no puede tener lo que quiere, pero tampoco pedirlo. ¡Me quedé callada! Y Himawari… Al cabo de unos días me enteré de que había empezado a salir con alguien de nuestro campus. Una chica llevaba varias semanas detrás suya, pero nunca pensé que al final le diría que sí, no me lo esperé. Me pasé toda la tarde llorando, y parte de la noche también. Comencé a dormir mal y a tener dolor de estómago cada vez que la encontraba con esa chica.
Ya el fin de semana, Himawari y yo quedamos para tomar un helado, pero cuando llevábamos una media hora juntas, empezamos a pelearnos. Yo solo quería que me prestara más atención, pero es que tampoco me la merecía, y ella se molestaba porque siempre me veía de mal humor sin saber por qué. Al final, no pude soportarlo más y me fui de la heladería. Le dije cosas horribles, Chinatsu-chan, como que estaba loca al igual que su novia. Al llegar a casa, estaba furiosa y avergonzada, me sentía como una idiota. Comprendí que mi vida se había estancado desde hacía tiempo, siempre dependiendo de Himawari. Entendí que mi felicidad no podía verse rota de por vida solo por ella y mi cobardía. Entonces, no encontré motivos para quedarme. Empecé entonces a hacer una maleta. Mi familia tenía un conocido en Kanazawa que podía darme trabajo y así poder vivir unos años alejada de todo. Necesitaba huir lejos para olvidar lo que había ocurrido, para olvidar a Himawari y empezar de nuevo. Quizás el tiempo curaría mis heridas y borraría mis recuerdos, y así superarlo. Dejé la universidad, alquilé un apartamento barato y allí he vivido desde entonces... «
Chinatsu quedó perpleja. Jamás imaginó que la relación entre Himawari y Sakurako se había desgastado de tal forma años atrás y que aquello hubiera sido tan doloroso para Sakurako como para provocar su huida de Takaoka.
—Pero… si Himawari a los pocos días de irte terminó con esa chica —le dijo—. ¿Por qué has regresado ahora?
—¡Porque se ha vuelto loca! —contestó Sakurako.
—¡No vuelvas solo para decirle lo mismo que le dijiste al marcharte! —le regañó Chinatsu.
—Sí, bueno, tienes razón… —Sakurako recuperó la compostura—. Pero esa Himawari que me encontré antes no es la de siempre.
—La verdad es que estoy de acuerdo… —concluyó Chinatsu—. No sé si será por la influencia de su prometido o su familia, pero estos días no es la que conocemos.
La joven de las Yoshikawa se ofreció también a invitar a comer a Sakurako. Habían sido muchos años sin verla y reconocía que era agradable tener a una chica tan enérgica y alegre en casa. Sakurako, aun habiéndole confesado que había vuelto por Himawari, repetía una y otra vez que su vida no debía girar en torno a ella, que ya era hora de dejar de estar tan dolida por algo que sucedió tantos años atrás. Chinatsu, en cambio, lo tenía muy claro, y solo pensaba en unas pocas palabras para decirle:
—Entiendo que pienses que debes olvidarla porque para ti es difícil lidiar con tus sentimientos hacia ella, pero es que el amor es así. Habrá momentos en los que llorarás, otros en los que reirás y otros que serán para comprender y ayudar. Pero lo importante, Sakurako-chan, es encontrar a la persona con la que puedas hacer todas esas cosas.
Marchando el tercer capi para los amantes del SakuHima, y del yuri en general, por qué no. Sakurako parece haberse venido abajo con relativa facilidad y ha revelado sus pensamientos más ocultos. Veremos si Himawari lo tiene tan sencillo.
Aún estamos en el comienzo, pero tú, que estás leyendo esto, siéntete libre de quedarte a esperar drama amoroso en cantidades industriales. Eso sí, y me lo tienes que permitir, déjame que le añada un poco de misterio al asunto.
¡Nos vemos en el siguiente!
Kyomori.
