¡Hola lectores y lectoras! Estoy súper feliz de traer al fin esta historia. Blackkat es uno de mis autores favoritos del fandom de Naruto y sin duda culpable de que Sakumo y Orochimaru se convirtiera en una de mis OTP. Justo por esta historia. Os prometo que vale la pena, por rara que os pueda parecer la pareja, ¡dadle una oportunidad! :)

La idea es publicar un capítulo a la semana, en principio los domingos, si hubiera algún cambio os aviso. ¡Feliz lectura y espero vuestras opiniones al respecto!

PD: La historia original pertenece a blackkat y la podéis encontrar en inglés en la url: /works/2348309/chapters/5179199


CAPÍTULO I

(Es Sakumo quién lo salva al final.)

Veinticuatro años y Orochimaru ya está harto de todo. Veinticuatro años y está solo una vez más, tan solo como estuvo el día de la muerte de sus padres, en una aldea dónde la gente susurra a sus espaldas, rehuye de él y le tilda de vil en un tono demasiado alto como para estar hablando de sutilezas. Jiraiya está fuera en Ame con sus huérfanos, expiando por todas las cosas de las que no tiene culpa en una tierra resquebrajada por la guerra. Tsunade tampoco está, rota por la muerte de Dan y transformada en algo amargado y hundido.

Orochimaru ya difícilmente la reconoce.

A él también le importó Dan, lo consideró uno de sus primeros amigos de verdad —tres de esos había tenido, y ahora no tiene ninguno. Ninguno en absoluto; ningún equipo que le guarde las espaldas o que le distraiga de susurros malintencionados; nadie que le aleje del abismo de locura e ira obsesiva, que le haga dejar sus experimentos y le recuerde que tiene que comer. Nadie a su lado para recordarle cómo ser humano, cómo interactuar con gente real en lugar de con blancos a los que asesinar.

Ahora Orochimaru no tiene a nadie, y es un dolor amargo y feroz gestándose en su interior, este abandono. Cierra los ojos, toma una bocanada de aire y los vuelve a abrir. Un cruento campo de batalla más, una misión más. Su pelotón ha sido llamado como refuerzo, y érase una vez él hubiese venido con Jiraiya y Tsunade a su lado, siendo uno de los Tres Sannins Legendarios, ningún tipo de presentación necesaria; pero no ahora. Ahora se encuentra atrapado liderando un grupo desharrapado que no le guarda ninguna clase de cariño, que lo miran con terror en los ojos antes de apartar rápidamente la vista.

Pero el trabajo en equipo es algo que Orochimaru conoce, incluso cuando el resto de sus intentos por actuar como un ser social fallan irremediablemente, por lo que interviene en ese momento, bloqueando tres kunais antes de que alcancen a la ninja médico —uno bastante mediocre, y no solo en comparación a Tsunade— y, con un movimiento más rápido que el viento, se saca un sello explosivo de la nada para lanzárselo al ninja renegado. La detonación sacude el bosque a su alrededor, le hace perder el sentido del oído por unos valiosos segundos mientras gira justo a tiempo para detener una maciza alabarda con la parte plana de su espada Kusanagi. El hombre empuñando la alabarda le enseña los dientes, Orochimaru le devuelve el gesto y se retuerce para hundirle un pie a su oponente en la boca del estómago.

Despiadado, le llamaba siempre Tsunade, en combate. Práctico, replicaba siempre Orochimaru. Un cabrón total, era la aportación de Jiraiya, con malas pulgas, pero útil de tener en una pelea hasta el final.

Otro ninja frente a él, una mujer con cicatrices que empuñaba una espada; pero súbitamente Orochimaru está haciendo sellos con las manos a la velocidad de la luz y la lanza por los aires con un vendaval con la fuerza de un tornado, la mujer termina estampada contra unos árboles. Otro hombre, y otro más, una oleada de kunais volando hacia su espalda; si no supiera que es improbable, Orochimaru asumiría que el blanco era él en lugar del inconsciente dignatario actualmente convaleciente bajo la mediocre supervisión de la ninja médico.

Silba la señal de rodear y luego defender, y se coloca en su lugar de la formación mientras su pelotón y lo que queda del original —bajo el mando de Hatake si es que recuerda correctamente la breve reunión, y claro que lo hace— se retiran para formar un perímetro. Hay más ninjas renegados emergiendo de entre los árboles, cada vez más, todos ellos harapientos y llenos de cicatrices, implacables y con miradas sombrías y desesperadas. Más de lo que ninguno de los informes estimó, todos reunidos para secuestrar un miembro relativamente menor de la corte del Daimyo.

Es sospechoso.

Pero incluso en desventaja numérica de dos a uno, los ninjas de Konoha son ninjas de Konoha, y a pesar de todo lo demás, Orochimaru aún puede enorgullecerse de ello, del modo en que su equipo frena al enemigo, con firmeza y determinación, inquebrantable ante el temerario asalto. Él bloquea una espada —un kenjutsu chapucero, fácil de superar en habilidad—, luego da media vuelta y lanza un kunai a la espalda de una ninja, una de las dos que estaba intentando abrumar al miembro más joven de su escuadrón. Otro giro y un jutsu de tierra después, Orochimaru lamenta más que nunca su falta de talento para el fuego, porque si tuviera más conocimiento al respecto, si hubiera estado lo suficientemente dotado como para que Sarutobi le enseñara el Katon: Karyū Endande la misma forma que se lo enseñó a Jiraiya, esta lucha ya habría terminado. Pero al fin y al cabo, es una cosa más que lo diferencia en Konoha, en el País del Fuego en conjunto, y ninguno de los que está con él ahora tiene fuerzas para más que unos cuantos insignificantes jutsus de combate cuerpo a cuerpo.

Otro hombre se lanza contra Orochimaru, enarbolando una lanza con una destreza asombrosa, y Orochimaru va a su encuentro sin poder contener el resoplido de disgusto que escapa de su boca. Hay demasiados ninjas renegados, una gran parte de ellos probablemente de nivel jounin. No le entra en la cabeza cómo algo así ha sido pasado por alto, cómo cualquier oficial de inteligencia digno del título puede no haberlo visto venir. Aparta la lanza de un golpe, elude un kunai que pasa rozando su oreja y ataca de nuevo para repeler a otro ninja renegado que le aparece por la derecha. Y entonces...

Quizás es un accidente, un momento de descuido frente a la batalla. O quizás es deliberado, una decisión consciente. Orochimaru solo puede verlo a medias, y no está seguro, aunque incluso ahora, incluso con esto, no quiere creer que sea esto último. No quiere creerlo porque siempre, Konoha siempre, se ha focalizado en el trabajo en equipo, el compañerismo y en el poner la vida de otros por encima de la de uno mismo, y...

Detrás de Orochimaru, dónde el círculo es más delgado y los shinobis se encuentran más espaciados los unos de los otros, el tokubetsu jouninen guardia ahí deja que otro ninja renegado se cuele por el hueco. La mujer no pierde el tiempo, sino que arremete contra él con la punta de su espada al frente, y Orochimaru se ve completamente acorralado por dos oponentes de nivel jounin, incapaz de escapar o moverse para ser capaz de contrarrestar el tantō dirigido a su espalda. La mujer ninja está demasiado cerca cómo para intentar esquivarla, por lo que Orochimaru aprieta los dientes y se prepara para el dolor.

«¿Voy a morir de esta manera?» piensa, sombrío y resentido y, a la vez, completa y perversamente divertido por la ironía. «¿Traicionado por aquellos a los que no dejo morir?».

Sin embargo, en lugar de la puñalada candente de la hoja atravesando su columna vertebral, lo que siente es el impacto de un cuerpo pesado contra su espalda, y lo que oye es un gruñido adolorido y sin aliento. No hay tiempo para pensar en ello. Orochimaru se mueve, veloz como el ataque de una serpiente, aprovechando la oportunidad mientras sus dos oponentes se han quedado paralizados por la sorpresa. Decapita al lancero —Kusanagi cercena hueso, músculo y tendón como si fueran papel de arroz— y se retuerce para estampar la mano contra el esternón del otro, el sello floreciendo bajo su palma arranca un grito al hombre antes de caer al suelo sin vida. Se oye un chillido a su alrededor, una retirada caótica cuando los ninjas renegados se precipitan hacia el cobijo de los árboles nocturnos. Orochimaru alza la voz antes de que alguno de los ninjas de Konoha tenga tiempo de correr tras ellos.

—¡Alto! —llama mientras se da la vuelta.

Perseguirlos iba a ser tarea para otro pelotón, en otro momento. Ellos fueron enviados solo como apoyo y rescate, y no están preparados para una cacería en la oscuridad.

Cualquier otra cosa que le hubiera gustado añadir, no obstante, se le queda atorada en la garganta cuando comprende al fin los últimos segundos de la batalla. Se le escapa transformado en un improperio, aprendido de Jiraiya y lo suficientemente mordaz como para hacer que la pequeña Hyuuga al otro lado del círculo se estremezca; pero Orochimaru hace caso omiso a su propio lapsus de corrección mientras envaina a Kusanagi y se deja caer de rodillas junto al hombre de pelo plateado.

—Hatake —dice, su voz desafinada por la sorpresa, y, pese a la herida de puñalada que tiene el otro hombre en la barriga, este le ofrece una sonrisa dolorida.

—Orochimaru —responde, ronco y falto de aliento.

A pesar de la situación, le cuesta no poner los ojos en blanco. Sakumo Hatake es una de esas personas incansablemente alegres que tienen siempre una sonrisa en la cara sin importar lo que les haya pasado. Orochimaru entrecierra los ojos al mirar la herida, abierta y sin duda mortal si no la trataban lo antes posible, y entonces echa un somero vistazo a la ninja médico, que sigue intentando detener de forma frenética el sangrado del dignatario. Es evidente que no va a recibir ayuda por ese lado, y el escuadrón de Hatake ha tenido varias bajas, una de ellas probablemente su médico de equipo. Orochimaru no es sanador, pero después de veinte años en el mismo equipo que Tsunade entiende lo básico.

—No te muevas —le advierte abriéndole con agilidad el chaleco antibalas y levantándole cuidadosamente la camiseta.

Hatake hace un ruido, como si tuviera algo que comentar, algo inapropiado probablemente si se tiene en cuenta su pasajera amistad con Jiraiya, pero Orochimaru lo ignora con la facilidad de quién ha crecido con Jiraiya —Súper Pervertido autodeclarado— y concentra su chakra, dejando que este fluya en una tonalidad verde pálido mientras lo canaliza en un jutsu médico. Espera a medias que Hatake se estremezca igual que hace la mayoría al sentir su poder, opresivo y oscuro y arrollador, pero no lo hace. Seguramente porque el hombre está en agonía, se recuerda a sí mismo monitoreando cómo la herida empieza a cerrarse. Lenta, muy lentamente. Tsunade hubiera terminado incluso antes de que Orochimaru empezara; pero él es un homicida, sanar no es algo que le salga de forma natural.

Es... asombroso, que Hatake haya recibido la puñalada por él. Asombroso y desconcertante, aunque Orochimaru difícilmente va a dar muestras de ello. Todavía está dándole vueltas a la pequeña traición de antes —o grande, según cómo se mire, aunque Orochimaru espera más allá de toda esperanza que haya sido solo un error, una negligencia—, y la yuxtaposición de eso junto a las acciones de Hatake es casi demasiado material sobre el que reflexionar.

—Eres un idiota —le dice al otro hombre una vez se ha asegurado de que la herida está cerrada casi por completo y que toda posibilidad de infección o envenenamiento ha desaparecido—. Ahórrate tus ridículos actos de nobleza. ¿No tienes un hijo en el que pensar?

Eso hace sonreír a Hatake, a pesar de la palidez de su rostro.

—Sí tengo uno de esos —dice alegremente, aunque suena áspero en su gargante—. Kakashi. Apenas tiene un año, pero será un ninja excelente algún día, te lo digo. —Levanta el brazo y le da una palmadita a Orochimaru en el brazo con torpeza antes de dejar caer la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos de nuevo—. Pero se supone que tenemos que defender a nuestros compañeros con nuestras vidas, Orochimaru. Lo sabes. Tú lo haces, dejándote al descubierto solo para eliminar unos cuántos oponentes de más, incluso si no son los que te corresponden. ¿Cómo podría hacer algo menos?

Lo dice lo suficientemente alto como para que llegue a los demás, pero sin que parezca hecho a propósito, y por el rabillo del ojo Orochimaru ve tensarse al tokujo que había estado detrás suyo. Varios de los otros miembros del pelotón están ahora mirando al hombre, a una distancia prudencial y con cautela en sus ojos. Una vez más se pregunta si las acciones del hombre fueron accidentales o a propósito.

Toda esta misión, con toda su inteligencia incompleta o a menudo directamente errónea, resulta sospechosa, aunque a Orochimaru le cuesta imaginar la finalidad de enviar a dos pelotones de alto rango a una trampa; así como le cuesta imaginar qué propósito puede tener alguien de Konoha para ir a por él. Orochimaru no es precisamente popular, pero sí es una de las armas más poderosas y conocidas de Konoha.

Suprime un suspiro, decidiendo zanjar esa línea de pensamiento para futura consideración, y repite:

—Eres un idiota —si bien el tono no es tan ácido como le gustaría.

Hatake se limita a sonreírle, su expresión es tan parecida a la de Jiraiya que le provoca una punzada por dentro. Orochimaru guarda esa sensación también bajo llave, porque aferrarse a algo carece de toda dignidad, y se acomoda sobre sus talones, desvaneciendo su chakra. Tal vez resulte significativo que cinco minutos de sanación le hayan dejado más exhausto que casi una hora de matanza, pero de nuevo él no es Tsunade. Nunca lo será. Ella y Jiraiya se han ido y él se ha quedado atrás, el asesino, el monstruo. La sombra a la luz de ambos.

—Ni se te ocurra —le advirtió bruscamente a Hatake cuando lo vio empezar a moverse— deshacer mi trabajo. No me importará si reabres la herida por pura estupidez.

Hatake suelta una carcajada, por supuesto, y se sienta con cuidado, apretando una mano contra el estómago por un momento antes de hacer el intento de levantarse. Esta vez Orochimaru pone los ojos en blanco de verdad, pues sin duda puede ver el parecido entre este hombre y su ausente compañero de equipo, y entonces le ofrece la mano de mala gana. Hatake se la toma —mano fornida y callosa cerrándose casi con cuidado alrededor de la de Orochimaru, más delicada y de dedos largos— y deja que el Sannin lo ponga en pie. Cuando consigue sostenerse por sí mismo, le da una palmada a Orochimaru en el hombro, murmura «Gracias» y se dirige hacia su segundo al mando al otro lado del claro.

Orochimaru lo observa alejarse, sus ojos penetrantes analizan la dolorosa dificultad de sus movimientos, pero no dice nada. Todos ellos son shinobis, al fin y al cabo, más que conscientes de sus propios límites, pero siempre yendo más allá de uno mismo. En su lugar, flexiona los dedos una vez —una sola muestra de distracción, un minúsculo segundo de debilidad— y luego va al encuentro de la ninja médico, que aún sigue intentando despertar al dignatario. Va a recomendar que vuelva a formación tan pronto como regresen a la aldea, antes de que la asignen con otro pelotón que no tenga a uno de los Tres Sannin Legendarios o al Colmillo Blanco de Konoha con ellos, y consiga que los maten a todos mediante incompetencia.

—Muévete —ordena, rudo e insensible al encogimiento de miedo de la chica, y toma su puesto cuando ella se apresura en apartarse.

La herida en la cabeza del dignatario es profunda. Orochimaru sospecha que el hombre recobrará la conciencia sin recuerdos del incidente, lo cuál es quizás para mejor. Aún así, resulta sencillo ponerlo en un coma ligero para que, al llegar a Konoha, un ninja médico de verdad se encargue de él y detenga el sangrado. No hay necesidad de sobre esforzarse por despertar a un hombre que solo va a retrasar el regreso a Konoha.

Orochimaru se toma un momento de pausa, apoyado en los talones, y entonces oye pasos ligeros a su lado. Cuando alza la vista ve a la kunoichi de los Hyuuga acercándose con expresión resuelta. Enarca una ceja hacia ella y echa un vistazo alrededor del claro en busca de su segundo, que debería ser el que le diese el informe.

—Matsuoka ha sido herido —dice, arrodillándose junto a él con una leve inclinación de cabeza—. Tengo antigüedad, por lo que pensé en hacerme cargo de sus funciones. Me disculpo por mi presunción, señor.

Orochimaru desestima su contrición. No le importa que los que están por debajo de él tomen la iniciativa; es señal de un ninja dedicado.

—¿Bajas? —pregunta en cambio.

Ella responde sin vacilar.

—Tres heridos: Matsuoka, Hagane y Yamanaka. Ninguna muerte, pero Hagane estará un tiempo en recuperación. El pelotón de Hatake ha perdido a cuatro, y el resto tienen al menos alguna que otra herida menor, aunque todos menos uno tienen movilidad. Y... —Titubea, luciendo indecisa por un instante, pero entonces sigue adelante a pesar de ello—. Voy a recomendar que Sato sea suspendido por sus acciones, pendiente de degradación si hubiera sido... deliberado. Creo que Hatake apoyará la decisión.

Sus ojos pálidos son cautelosos pero firmes al encontrarse con los suyos. Por un momento, Orochimaru simplemente parpadea, pillado desprevenido por la noción de que alguien está intentando —innecesariamente, tal vez, pero aún así intentándolo— defenderle. Indeciso sobre cómo responder —porque este es el punto en que Jiraiya o Tsunade se hacen cargo de la conversación por él, una forma de ahorrarle la incomodidad de interactuar con otros cuando no tiene la más mínima idea de qué decir—, termina decantándose por un breve asentimiento antes de ponerse en pie. La Hyuuga le imita un momento después.

—Prepárate para movilizarnos —ordena—. Organiza camillas para aquellos que no puedan caminar. Quiero que nos pongamos en marcha antes de que el enemigo se pueda reagrupar.

—¡Sí, señor! —La mujer hace una reverencia antes de alejarse rápidamente, gritando nombres. Orochimaru la observa por unos segundos para asegurarse que no tiene problemas, hay pocas cosas que le gusten menos que las competencias insignificantes por autoridad y posición, al menos cuando no es algo que le sea útil a él, y entonces se da media vuelta para estudiar los alrededores.

La luna está alta en el cielo, apenas una esquirla de plata, y el bosque de alrededor hace que la oscuridad sea todavía más profunda. Es viejo, tupido y cubierto de maleza, el único camino seguro y sin impedimentos es a través de las ramas, pero el ir cargados con los heridos lo hace más complicado. Orochimaru guarda poca lealtad a gente de fuera de su villa, menos aún por aquellos que son inútiles e indefensos, pero desde que tenía cinco años le ha sido metido en la cabeza que uno no deja atrás a sus compañeros de equipo, independientemente del peligro. Es parte de la naturaleza de Konoha, grabada en sus propios huesos, y Orochimaru puede respetarlo por encima de todo lo demás.

Es una de las razones por las que todos esos murmullos en la aldea lo llevan cerca, muy cerca del abismo de la locura, porque él es leal, ¿así que por qué los demás se dan cuenta de ello? ¿por qué no le devuelven esa lealtad? Durante toda su vida ha crecido escuchando sobre los shinobis de Konoha y su lealtad, sin embargo, Orochimaru solo ha podido vislumbrar el borde de todo ello, apenas unos márgenes al descubierto. Jiraiya y Tsunade le dieron lealtad, pero lo abandonaron, por lo que no era suficiente.

Claramente algo en él está mal, pues pese a todas sus increíbles hazañas no puede inspirar ni siquiera una fracción de lo que inspira Sarutobi, su maestro —y el de Tsunade y Jiraiya, también. Ni siquiera migajas de lo que inspira él, y duele. Es algo que le cabrea, y ahora ni está Jiraiya para redirigir toda esa rabia hacia él, ni Tsunade, que lo calma con unas cuántas palabras sensatas o con un amago de broma gentil. «Abandonado», piensa, y tiene que hacer un esfuerzo consciente para evitar cerrar las manos en dos puños.

Dos años ya, dos años enteros solo, furioso y sintiéndose completamente perdido, pero todavía no puede dejar de pensar en ello, de obsesionarse con ello. Cuando se enfrasca en sus experimentos al menos consigue que todo se vuelva un poco más distante, menos nítido, pero... Pero el problema es que no quiere olvidar a Jiraiya y a Tsunade. Son sus compañeros de equipo, la única familia que le queda además de su maestro, quién está demasiado ocupado como para recibir visitas casuales. Ellos son suyos, y si Orochimaru se conoce al menos un poco a sí mismo sabe que es una persona obsesiva y rapaz, tan posesivo como una serpiente protegiendo su nido. Dejar ir es casi imposible para él.

Con un suspiro contenido, Orochimaru levanta el brazo y tira con gentileza de uno de sus pendientes con forma de tomoe, fueron un regalo de Jiraiya en su decimoquinto cumpleaños. Un regalo de broma, en realidad, y hay pocas cosas más placenteras que el recuerdo de la cara de Jiraiya cuando Orochimaru se presentó a la sesión de entrenamiento del día siguiente con los pendientes puestos. Se había retirado el largo cabello hacia un lado para presumir de ellos, sonriendo a Jiraiya y poniéndole ojitos solo para ver cómo se ponía pálido como un muerto al darse cuenta de que le había salido el tiro por la culata.

—¿Significa esto que vamos en serio? —le había preguntado Orochimaru, con un tono de voz agudo y apasionado, y Tsunade se había caído al suelo de la risa mientras Jiraiya farfullaba, atragantándose con sus propias palabras.

A veces, Orochimaru se pregunta si Jiraiya ha sido consciente alguna vez de hecho de que nunca se ha vuelto a quitar los pendientes. Seguramente no, o, si lo ha sido, debe haberlo desestimado como algo carente de significado.

Hunde los dientes en su pulgar hasta que saborea la sangre y lo frota contra el tatuaje de su brazo para convocar a tres de sus invocaciones. No a Manda, por supuesto, la situación no amerita tanto y la malhumorada serpiente jefe probablemente intentaría comerlo si le llama para algo tan pueril; sino algunas de las otras serpientes hembras más pequeñas, pero mortíferas, venenosas y extraordinariamente hermosas.

Los animales se enrollan alrededor de sus pies, tan gruesas como su cintura y de una largura que dobla su altura —una de tonalidad verde veneno, otra con franjas rojas y amarillas y la última del color de la medianoche—, y Orochimaru las acaricia un poco hasta dónde llega, entonces murmura:

—A ahuecar el ala, mis preciosas. Vigilad el perímetro.

Mientras se alejan solo se oye el leve susurro de sus escamas arrastrándose por la tierra. Orochimaru se da la vuelta hacia los escuadrones solo para encontrarse siendo el objeto de la mirada de Hatake, ojos oscuros lo observan con interés y cierta intriga.

—¿Sí? —pregunta sin inflexión en la voz a pesar de que no le gusta este sentimiento, el sentimiento de vulnerabilidad que viene con el hecho de que alguien esté siendo espectador de su lado más blando, por mínimo que este sea.

A decir verdad, solo ha sido presenciado por sus antiguos compañeros de equipo y por su maestro y, de todas formas, incluso si Hatake fuera y lo gritara desde los tejados de Konoha nadie creería que Orochimaru tiene un lado blando. Al fin y al cabo, ha hecho todo lo posible para que así sea, luchando en una guerra que incluso ahora acecha bajo la superficie de sus pensamientos. Ese tipo de conflictos no abandonan la psique fácilmente, y dejan a uno sintiéndose receloso de la más mínima brecha.

No obstante, Hatake simplemente le sonríe, cálido y deslumbrante, y no dice nada al respecto.

—Vamos a partir ya mismo —es todo lo que dice.

Orochimaru asiente a modo de respuesta, pero siente como se le eriza la piel bajo la mirada del otro hombre, y se aleja un paso antes de hablar.

—Mis serpientes vigilarán por los lados. Recomiendo que Himawari Hyuuga esté al frente y yo me quede con la retaguardia.

No suele deferir a mucha gente —de hecho, Sarutobi es el único que le viene a la mente y, en menor medida, Koharu Utane, compañero de equipo de Sarutobi y amigo de la madre de Orochimaru cuando esta vivía—, pero Hatake es cinco años mayor que él además de su superior desde el punto de vista de la antigüedad. Le irrita igualmente, aunque menos de lo que lo haría si fuese otra persona.

Hatake asiente sin vacilación.

—Me parece bien —responde animadamente. Luego reúne al pelotón con un silbido y se dirige hacia donde la Hyuuga se encuentra acuclillada junto a la camilla de Hagane. Orochimaru no se queda ahí para presenciar la conversación; se aleja, desvaneciéndose entre las sombras de la espesura de la forma en la que ha sido entrenado para hacerlo, y abre sus sentidos. Solo hay silencio, pero eso solo pone más alerta.

Los ninjas renegados eran talentosos, pero no tanto como para poder ocultar su presencia de forma tan absoluta, o como para poder ponerse fuera de rango con tal rapidez. Es casi como si...

Casi como si antes se hubieran estado conteniendo. O quizás habían estado en pos de un objetivo específico y habían hecho el numerito para acercarse lo suficiente.

Orochimaru frunce el ceño profundamente. Reconoce ser bastante engreído, sin embargo, en este caso duda que sea arrogante el pensar que él había sido el blanco más que nadie más; más incluso que el dignatario que supuestamente iba a ser secuestrado. Solo gracias a su propia capacidad y al sacrificio de Hatake había salido ileso, porque Orochimaru recuerda nítidamente el haber enfrentado casi el doble de adversarios que todos los demás. Habían ido a por él, incluso antes de que Sato dejara pasar a esa kunoichi.

Tal vez, si el ataque hubiera logrado su objetivo —aunque solo le hubiera herido en lugar de incapacitarlo por completo como había sido sin duda la idea—, Orochimaru se encontraría ahora incapaz de pensar en todo esto. Tal vez se encontraría, en lugar de ello, consumido por la rabia y el sentimiento de traición, pero Hatake lo había salvado de eso, y Orochimaru no es llamado genio por nada. Su mente trabaja con celeridad, encajando las pocas piezas que tiene en los huecos de una imagen más grande. Era una manipulación, sin duda, aunque Orochimaru no puede entender del todo el resultado esperado. ¿Su muerte? ¿Su ira? Tal vez alguien pensó que estaría lo bastante enfadado como para matar a Sato por el desliz, lo que le hubiera desacreditado por completo, hasta el punto de nunca más poder optar a liderar un pelotón.

Mala inteligencia, un enemigo más numeroso de lo que nadie había podido anticipar, oponentes mejor equipados de lo que en teoría debían haber estado, una presunta víctima de secuestro que no era el objetivo real, un momento de descuido perfectamente sincronizado y una meta desconocida que tenía algo que ver con Orochimaru. No le gusta nada como suena. En absoluto.

Kiyohime, su invocación de escalas azabaches, reaparece entre la densa oscuridad reptando a su lado mientras él camina. Siempre ha sido la más atenta de sus serpientes, siempre permaneciendo a mano cuando es llamada, y Orochimaru piensa que esto debe ser el significado de lealtad, su atención y desvelo inquebrantable.

—¿Has encontrado algo? —pregunta, dejando caer una mano hacia su espada Kusanagi y desviando su atención hacia el pelotón a unos pocos cientos de metros frente a ellos. Ningún cambio ahí, solo el mismo movimiento constante, irritantemente lento en deferencia a los heridos.

Hay un momento de reflexión, y entonces Kiyohime emite un sonido suave, como un bufido.

—Un conejo —responde—. Y varios pájaros. Pero no hay humanos además de los vuestros, maestro Orochimaru.

Míos no, está a punto de decir Orochimaru, pero entonces Kiyohime querrá saber si se los puede comer, y no está de humor como para pasar la próxima hora explicándole por qué no puede. Por lo general, aprecia que sus invocaciones estén tan sedientas de sangre como él mismo, pero hoy anda corto de paciencia.

—Gracias —dice en cambio, y no puede evitar la inclinación de sus labios al pensar en qué diría Jiraiya si le escuchara decir eso, puesto que el hombre insistía en que Orochimaru nunca se lo había dicho a nadie, jamás, si no había algún tipo de sarcasmo involucrado—. Si alguien nos ataca, os los podéis comer.

Eso le granjea un silbido de satisfacción, y Kiyohime se aleja reptando hasta desaparecer tras los arbustos, seguramente para compartir las buenas noticias con sus hermanas. Orochimaru la ve marcharse con cierta ternura, aunque sabe que lo oculta bien. Pero las serpientes son un legado de sus padres, su madre en concreto. Cuando no era más que un niño de menos de dos años y ella tenía que ir a una misión, siempre invocaba a una serpiente para que lo vigilara. A menudo Kiyohime o Oyotsu, una serpiente blanca de voz suave. Ahora pertenecían a Orochimaru para que las llamara, las usara y lucharan junto a él; ellas al menos no le iban a traicionar o abandonar.

Solo desearía que el resto de sus compañeros de equipo fueran así.

En conjunto, Orochimaru es consciente de su posición en la aldea: es un prodigio, un huérfano genio, raro y monstruoso, con toda la carga que esas palabras implican. Por este motivo es raro que se aventure en público ahora que sus defensores, Tsunade y Jiraiya, se han desvanecido en una humareda trágica y llena de angustia. Y puesto que los ninjas, los shinobis, se las arreglan para ser incluso peores que los aldeanos corrientes, la mayoría del tiempo, es todavía más raro que se exponga a las miradas, los susurros y los estremecimientos temerosos en la Estación de Espera Jounin, siempre abarrotada del personal de más altos rangos a punto de entrar en servicio o justo volviendo de él.

No obstante, por algunas cosas, Orochimaru está dispuesto a soportarlo. Y pese a sus recelos respecto a la misión de esta última semana, Sakumo Hatake habló cuando otros hubieran guardado silencio. Sin lugar a dudas fueron sus palabras las que espolearon, a su vez, a Himawari Hyuuga —una miembro de la Rama Principal de su clan, pero callada y apocada— a tomar posición respecto al tema, y Orochimaru debería sentirse... agradecido por ello. Debía apreciar el gesto ni que sea un poco, porque la última vez que algo así pasó había sido antes de que Jiraiya se fuera.

(Una deuda, piensa. Honor, compromiso. ¿Qué haría Tsunade en su lugar?)

(¿Cuántas veces se había hecho esa misma pregunta al interactuar con el resto de la humanidad? ¿Cuántas veces eso le había salvado?)

La gente se encoge de miedo cuando entra en la amplia sala sin importar cuánto se esfuerce por contener su chakra o cuán inocuo se presente en un simple yukata gris oscuro. Orochimaru los ignora, como siempre hace, y se cruza de brazos metiendo las manos en las mangas holgadas de su vestimenta mientras examina la habitación. Allí, en la esquina, vislumbra la cabeza de revuelto pelo plateado por la que ha venido. Suelta un suspiro de alivio inaudible al ver que Hatake se encuentra presente y se dirige hacia él. Resulta sencillo mofarse del miedo que le profesan estos idiotas cuando solo está de paso, cuando no hay nada que lo haga tener que quedarse ahí, pero tener que aguantarlo de forma constante es peor. No imposible teniendo en cuenta que su familia, entre su afinidad por las serpientes y el chakra corrosivo e inquietante, siempre habían permanecido distanciados, de algún modo, pero aún así le pone de los nervios incluso después de tanto tiempo. Un cabrón malhumorado, era lo que siempre le llamaba Jiraiya, cuando le tocaba soportar a una multitud por mucho tiempo, aunque solo fuese desde la periferia. Irritable, era la elección de palabras de Tsunade.

(¿Cuánto tiempo será necesario que pase, se pregunta, para que deje de definirse a sí mismo según los términos de esos dos? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que sea capaz de escapar de la influencia de ellos, sus propios traidores personales?¿Cuánto tiempo y cuánto tendrá que sufrir para arrancarlos de su corazón por completo?)

—¡Orochimaru! —La voz de Hatake es jovial, cálida y amable, todo a lo que Orochimaru no está acostumbrado, y le saca de sus pensamientos casi al instante. El hombre más mayor está de pie sonriéndole, y Orochimaru tiene que hacer un esfuerzo por no titubear ante eso.

—Hatake —responde tras unos segundos, inclinando la cabeza—. ¿Confío en que tu herida ya no te está causando problemas?

Hatake sonríe abierta y relajadamente.

—Para nada —afirma, animado—. A los médicos les sorprendió tu habilidad. La mayoría de jounins son incapaces de hacer nada parecido a lo que tu hiciste, si es que saben algo de curación en absoluto.

A su pesar, Orochimaru se encuentra sonriendo ligeramente.

—Tsunade fue... insistente en que Jiraiya y yo aprendiéramos al menos lo fundamental antes de dejarnos ir en misiones en solitario —explica, no puede evitar del todo el matiz de ternura en su voz. De verdad, una causa perdida. Porque aunque ya no estén con él, lo habían estado durante dieciocho años y eso es más de lo que nadie había estado, a excepción de Sarutobi, quién se encuentra tan ocupado siendo Hokage que a penas cuenta.

Cuando alza la vista de nuevo Hatake lo está observando con una expresión extraña, una que Orochimaru es incapaz de leer. No parece algo negativo, lo cual resulta sorprendente, simplemente es... inescrutable. Parece que eso se está convirtiendo en un hábito en cuanto a lo que a este hombre se refiere, y Orochimaru no está seguro si debería o no sentirse enervado.

Aún así le devuelve la mirada sin titubear, inclina la cabeza a modo de cortesía y murmura:

—Me alegra que no haya habido complicaciones.

Hatake le sonríe, pero la expresión contemplativa no desaparece incluso mientras abre la boca para decir algo. Sin darle tiempo, Orochimaru se arma de valor, recoge su dignidad, envolviéndose en ella como en un abrigo y gira sobre sus talones para salir de la Estación sin mirar a nadie más. No está... huyendo. No exactamente. Es solo que...

Está ocupado. Está ocupado y tiene otras cosas que hacer, experimentos que supervisar, y, por lo tanto, no dispone de tiempo que perder incluso con alguien como Sakumo Hatake.

Sakumo suelta un suspiro cuando entra en la penumbra de su casa, una mano apretada contra el estómago donde un ligero dolor todavía persiste. No le había mentido a Orochimaru —está curado, más o menos, los médico a penas habían tenido que hacer nada, dada la gran cantidad de chakra que el otro hombre había invertido en curarle—, pero es difícil para un cuerpo como el suyo, sin ni una pizca de linaje sanador corriendo por sus venas, recuperarse tan rápido. Va a estar adolorido durante un tiempo.

Pero no muerto, cosa que solo puede agradecer a uno de los Tres Sannin de Konoha.

Había sido un acto reflejo recibir el ataque que iba hacia Orochimaru —ni siquiera fue consciente de haberlo hecho hasta que se encontró en el suelo con el otro hombre arrodillado a su lado, tenso y desconcertado. Un gesto mecánico, el cubrirle las espaldas a un compañero incluso al precio de su propia vida. Pero claramente la reacción de Orochimaru hizo evidente que este no esperaba más que agonía o muerte de no ser capaz de frenar el golpe.

Sakumo admite nunca haberle prestado atención al hombre de menor edad, más allá de un cago reconocimiento por las habilidades en conjunto de los Tres Sannins Legendarios. Los mejores de su generación, decía la gente, pero Sakumo siempre ha hecho oídos sordos a ese tipo de comentarios, escéptico y confiando más en lo que le decían sus propios ojos que en los murmullos de los demás. No es ajeno al talento y la genialidad de cada uno de los tres cuando no están juntos. Durante la guerra, ha luchado con cada uno de ellos en un momento u otro, pero ser llamados Los Tres Legendarios es harina de otro costal. Es hablar de trabajo en equipo, de ser mejores junto de lo que lo son por separado, y Sakumo tiene aún que ver evidente de esto. De hecho, el único que se encuentra a día de hoy en la aldea, el único que se ha quedado para cumplir con sus obligaciones, es Orochimaru.

Las luces están apagadas en la habitación del pequeño. Consciente de la niñera durmiendo en la habitación adyacente, Sakumo no se molesta en encenderlas, sino que cruza la estancia en silencio hasta pararse junto a la pequeña cama. Kakashi también está dormido, hecho una bolita y abrazando con fuerza un perro de peluche. Sakumo siente como algo se le oprime y se le derrite en el pecho de forma simultánea y alarga un brazo para acariciar con suavidad el revoltoso pelo plateado. La muerte de su esposa durante el parto es todavía una herida abierta y sin cicatrizar incluso después de trece meses. Había sido tan bella, tan amable... Sakumo no tiene ni idea de cómo va a vivir el resto de su vida sin ella. Ni idea de cómo le va a ir a Kakashi, criado por un hombre que lo único que siempre ha sido es un shinobi, lo único que siempre ha querido ser.

El clan Hatake fue grandioso hace tiempo. Fuerte, numeroso y muy, muy orgulloso. Pero las guerras entre clanes les habían devastado, y ahora Sakumo y Kakashi son los únicos que quedan. La gente ha olvidado que el clan Hatake fue un clan como cualquier otro, parecido al clan Inuzuka pero más salvaje: con lobos en lugar de perros domesticados. Sendos clanes teniendo sus propios atributos, sus diferencias en comparación con todos los demás en cuanto a mentalidad y habilidades, y la más importante de esas diferencias fue el considerar a sus familias como una manada.

Sin embargo, lejos están esos días en los que la manada de Sakumo eran diez o incluso cinco. Ahora son él y su hijo, solo un bebé, y nadie más en el mundo que los fuera a entender por completo. Se inclina para darle un beso en la frente a Kakashi, suave y triste y tierno, y luego sale de la habitación. Exhausto como está, debería irse ya a dormir, pero en lugar de eso su mente se encuentra atrapada en un enigma, una pregunta, y con estas cosas Sakumo sabe que es igualito a sus invocaciones: cuando hinca los dientes en un hueso, como un lobo, no lo dejará hasta que se quede satisfecho.

En su imaginación puede ver al Orochimaru de la misión, artero e implacable entre las sombras, la poca luz resbalando de su largo cabello negro como si no pudiera soportar el tocar tan penetrante oscuridad. La mayoría de los otros shinobis guardaban las distancias con él, sobre todo cuando traía a sus invocaciones, por alguna razón eso le recuerda que Orochimaru también es el último de su clan. Un clan antiguo, más incluso que el suyo si no recuerda mal, pero que siempre fue pequeño. Una o dos familias a lo sumo, todos ellos con ese peculiar aspecto, como de otro mundo, ojos metálicos, piel pálida y cabello oscuro. Había sido Hashirama el que los había traído a la aldea, un tiempo después de su fundación, pero aún así siempre fueron distintos a los demás clanes.

Pero, se pregunta Sakumo mientras sale al jardín trasero y se deja caer en los escalones del porche, ¿hasta qué punto fue elección de ellos y no una consecuencia del prejuicio? Porque sin duda había visto el semblante de Orochimaru antes en la Estación de Espera, vio el repentino, inesperado titileo de vida que modificó la neutralidad habitual de sus rasgos al hablar de Tsunade, de Jiraiya. ¿Cómo debía de sentirse, al ser parte de un equipo tan cercano que es prácticamente una manada, y ser dejado atrás por ellos? La manada de Sakumo al menos fue arrebatada por la muerte, el tiempo y la vida de shinobi, pero Orochimaru los había perdido por las decisiones que ellos mismos habían tomado. Unas elecciones que los llevaron a dejarlo atrás, solo, en una aldea a la que solo le importan sus capacidades como arma de guerra, y que le teme por esas mismas capacidades.

Sakumo ha tenido la oportunidad de contemplar a Orochimaru cubierto de sangre y vísceras, lo ha visto luchar sin prestar la más mínima consideración hacia la moral, la decencia o ningún tipo de ética, ha visto las secuelas en un campo de batalla que se asemeja más a una masacre cuando él ha estado presente, pero...

Pero siempre fue contra el enemigo. Sakumo nunca lo ha visto utilizar su aterradora habilidad asesina y destructiva contra ningún aliado, por tentativo que este fuera. Su aldea es suya, y cualquier persona ajena a ella es menospreciada como si ni siquiera fueran seres humanos. Puede que sea un trastorno mental; o puede que sea simplemente la manera en la que Orochimaru fue educado. Pero en cualquier caso, el hombre sabe el significado de lealtad. Entiende lo que es pertenecer a una manada, o esa es la sensación que Sakumo tiene. Hay muy pocas personas en la aldea que de verdad comprendan eso, por lo que no va a dejar que una de las personas que sí entiende, y que resulta que se encuentra en una posición similar a la del propio Sakumo, se desvanezca como arena entre sus dedos.

Sonríe y deja escapar una risotada, alzando la vista hacia la luna maciza colgando del cielo sobre la serenidad de su jardín, siente como se relaja en la cálida brisa nocturna. Le guste o no a Orochimaru, acaba de ganar un amigo. Un compañero de manada. Y ahora Sakumo tiene a alguien en quién centrarse, alguien a quién proteger, es un lobo solitario al que al fin se le ha dado un nuevo propósito.

Una manada de tres. Suena... casi suena bien.

Orochimaru está de camino a su laboratorio. No hay nada más que hacer para él, nada ni nadie, y por lo menos allí su soledad se pierde en el trabajo, en fórmulas y en maneras de ser de utilidad que no estén relacionadas con matar. Nadie en la calle le mira más allá de una mirada de reojo antes de bajar la cabeza rápidamente; nadie le habla, porque las únicas tres personas que son capaces de hacerlo con naturalidad se encuentran ocupadas o en la otra punta del País del Fuego. Pero le da igual, no va a dejar que le importe, porque ceder a ello sería lo mismo que rendirse, y si Orochimaru tiene alguna cualidad que valga la pena es su firme voluntad de siempre ganar.

Esta solo entre la muchedumbre, solo en una aldea que debería ser su hogar y...

—¡Orochimaru! —una voz vivaracha y alegre le llama por detrás y, antes de que tenga tiempo de girarse, le pasan un brazo por encima de los hombros y un olor a tierra y a otoño le asalta la nariz.

Orochimaru parpadea hacia Sakumo, demasiado sorprendido incluso para apartarle el brazo.

Sakumo ensancha su sonrisa, lo toma de la muñeca y tira de él hacia algún sitio desconocido, un sitio que ciertamente no va a ser su laboratorio, y Orochimaru...

Le deja.

Deja que Sakumo lo arrastre, con la mano grande y callosa cogiéndole la muñeca, y no dice ni una sola palabra a modo de protesta, porque de alguna manera inconsciente lo sabe.

(Es Sakumo quién lo salva al final.)


Y... hasta aquí por ahora. Empieza un poquito lenta, quizás, pero ya veréis como eso es recompensado enseguida.

¡Dejadme vuestras opiniones!