¡Domingo de actualización, tal y como os prometí! Aquí tenéis este segundo capítulo, en el que se empieza a ver un poco más sobre la relación que hay entre Orochimaru y Sakumo, os advierto de que hay un pequeño salto temporal :)

¡A disfrutar...!


CAPÍTULO II

—Tú.

Sakumo levanta la vista y a duras penas consigue contener la carcajada a tiempo.

Puede que para cualquier otra persona tener a uno de los Tres Sannins, justo ese Sannin, cerniéndose sobre ellos fuera algo sacado directamente de una pesadilla. Pero Sakumo no puede más que sonreír cuando Orochimaru se acerca a él en la Estación de Espera Jounin, con los ojos dorados entrecerrados en una mirada amenazadora y su espeluznante chakra agitándose a su alrededor como una tempestad.

Por supuesto, la imagen sería más terrorífica si no fuera mitigada por el niño de dos años que colgaba alegremente de uno de sus hombros.

—¡Cachorro! —exclama Sakumo animadamente adelantándose para coger a su hijo y lanzarlo al aire.

Kakashi se ríe a carcajadas, agitando los brazos y demandando «¡Otra, otra vez!» y Sakumo lo consiente. Ello le da tiempo para mantener su expresión de júbilo bajo control antes de darse la vuelta hacia el otro hombre.

Orochimaru no parece impresionado por el numerito, se limita a mirarlo de brazos cruzados, tiene una mancha de lo que sea que Kakashi ha estado comiendo en la refinada tela azul de sus ropajes, junto al hombro.

—Hatake —sisea—. ¿Dónde estabas?

Sakumo parpadea en un ademán inocente.

—¿Qué quieres decir, Orochimaru? —pregunta con candidez—. Ah, ¿me has estado buscando? Perdona, debía estar en el bosque. Dai y yo hemos estado practicando unas nuevas técnicas.

Da la sensación de que al otro hombre le vaya a reventar una de las venas del cuello, y, físicamente, Sakumo no puede contener ni por un segundo más la amplia sonrisa que pugna por salir a flote. Orochimaru le gruñe sin decir nada y le quita a Kakashi de los brazos. El pequeño se deja llevar gritando de alegría, se agarra al largo cabello de Orochimaru como siempre hace y se encarama a su hombro tal cual mono. Orochimaru lo ignora con la facilidad de casi un año de práctica y mira a Sakumo con los ojos entrecerrados.

—El Hokage me ha convocado para una reunión —masculló—. Y, por culpa de que estabas fuera paseando por los bosques, he tenido que soportar una hora entera del maestro Sarutobi sonriéndome ridículamente. No lo había hecho desde que dejé de adoptar serpientes salvajes, y lo prefería así. Ahora va a ser insoportable.

La sonrisa de Sakumo no se desvanece. Lo cierto es que ni siquiera hace el intento. Puede imaginarse perfectamente a Orochimaru de niño, preocupándose por una nidada —¿nido? ¿manada?— de serpientes bebés, sonriéndole ligeramente de la misma forma en la que sonríe a Kakashi cuando se piensa que nadie está mirando. Es adorable, esa imagen; porque el Orochimaru que todo el mundo ve es frío, taimado y terrorífico, mientras que este es más… humano. Más cercano.

Es una sensación… agradable.

Pero el silencio se está volviendo peligroso —ya puede ver la mano del otro hombre haciendo un amago hacia la riñonera de armas. Con tal de evitarlo, Sakumo alza las manos en un gesto aplacador y trata de hablar en su tono más tranquilizador:

—Ey, ey, no hace falta que hagas eso, encanto. Siento no haber estado localizable, es por eso que te pedí que me vigilaras al cachorro.

Al oír su apodo, Kakashi aparta la vista del pelo de Orochimaru, el cual ha estado enmarañando en nudos con una expresión de profunda concentración. Sakumo le sonríe y Kakashi le devuelve la sonrisa —siempre de buen humor cuando tiene acceso a su adulto, compañero de juegos y muñeca en tamaño real favorito— antes de resumir su tarea.

Le da una idea.

—¡Ey! —le dice a Orochimaru, alegre—. Dijiste que querías visitar esa pastelería cerca del mercado, ¿verdad? Invito yo, para compensarte por la mañana.

Orochimaru frunce el ceño.

—Simplemente expresé mi curiosidad por el hecho de que se las han arreglado para durar más tiempo que su competencia —corrige con brusquedad. Sakumo pone los ojos en blanco a modo de respuesta, porque en el idioma del otro hombre no hay diferencia entre una cosa y la otra. El atrevimiento le gana un siseo amenazador—. Hatake…

—Vamos, venga —Sakumo le coge por el codo, es prudente de que sea el brazo con el que está cogiendo a Kakashi para no correr peligro de perder la mano, y tira de él—. He estado alguna vez. Creo que te gustará su flan de huevo.

Aunque la mezcolanza de ofensa y enfado aún se refleja en su rostro, Orochimaru se deja guiar.

—Pagas tú —confirma, pero la advertencia carece del veneno que hubiera tenido hace tiempo.

Sakumo se ríe afablemente.

(Ha visto la forma en que la gente mira ahora a Orochimaru en comparación con antes. Es extremadamente difícil temer de la misma manera a un hombre, incluso si ese hombre es el tristemente célebre Sannin de las serpientes, cuando uno lo ha visto con un crío rebotando alegremente en su regazo, y Sakumo está muy orgulloso de cómo ha cambiado todo. Es… bueno. Casi perfecto.)


Jiraiya regresa a Konoha con una tormenta pisándole los talones, las primeras gotas de lluvia apenas tocan el suelo polvoriento cuando cruza las puertas. Los guardias de las puertas le reciben con sonrisas y gestos de entusiasmo, de bienvenida, con las miradas encendidas con algo que puede ser admiración o alivio, y Jiraiya saluda a su vez, guiñandole un ojo a la guapa morena.

Ella pone los ojos en blancos, pero se le escapa una sonrisa, y Jiraiya continúa su camino silbando alegremente porque, sí, no ha perdido su toque. Incluso después de tres años en tierras salvajes con un par de críos.

Nagato, Konan y Yahiko —les va a ir bien. Más que bien. Jiraiya les había entrenado personalmente y sabía de lo que eran capaces. Sabía todos los cambios de los que podrían ser precursores. Están preparados para seguir sus sueños, para encontrar su propio camino, y Jiraiya está listo para volver a su vida normal. Bueno, tan normal como pueda ser la vida de un ninja.

Konoha no ha cambiado, nota con alivio. Si acaso parece más radiante que antes. Las sombras de la guerra han disminuido y la gente se ve feliz incluso mientras se escabullen de la inminente tormenta. Los shinobis fuera en las calles no llevan ni de cerca tantas armas como llevaban la última vez que los había visto, de camino a dejar la aldea con su equipo hacia Ame, la aldea de la lluvia. Menos armas, menos tensión y un caminar más relajado, sin la rigidez contenida de antaño.

Resulta agradable.

Hubiera sido aún mejor si no hubieran dejado Ame convertida en una ruina sesgada por la guerra, llena de de civiles traumatizados tras de sí, pero Jiraiya aparta ese pensamiento de su mente y lo entierra. Ha hecho lo que ha podido para ayudar, intentando dar esperanza a la próxima generación. Tiene que ser suficiente.

Con un repiqueteo contra las tejas de las casas, la lluvia empieza a caer en serio y las primeras gotas desnudas se convierten en un diluvio en menos de un suspiro. Jiraiya maldice y cambia de dirección, poniéndose a cobijo en el restaurante más cercano antes de acabar empapado por completo. Aunque la aldea de la lluvia hace honor a su nombre, la lluvia allí es ligera y constante, una neblina densa y húmeda. No tiene nada que hacer frente a una verdadera tormenta en su aldea natal. Pero no importa, puede esperar para informar de su vuelta. De todos modos, está muerto de hambre y más que listo para comprobar si los pasteles del local siguen haciendo justicia al recuerdo que guarda de ellos.

La camarera le indica dónde sentarse con una sonrisa y le da un menú antes de ir a recibir a la nueva clientela cuando la campanilla de la puerta tintinea. Es una medida de seguridad en una aldea ninja, la campanilla —sin ella a menudo los shinobis se colarían en los locales sin ser notados y provocarían más de un infarto a los trabajadores civiles al aparecer de la nada. Jiraiya le echa un vistazo al menú, con el oído puesto —como de costumbre— en lo que le rodea, si bien en Konoha se siente lo suficientemente seguro como para no estar con el mismo nivel de alerta que estaría en cualquier otro lugar.

—Caray, eso sí que es una buena tormenta —dice un hombre en tono alegre—. Ha caído de la nada.

—Solo si no has leído el informe meteorológico esta mañana. O si has pasado por alto esas nubes negras y amenazadores surcando el cielo durante las últimas ocho horas —contesta otra voz, ligeramente más aguda que la primera, tenor en lugar de bajo, y… conocida.

Jiraiya se queda congelado, oprimiendo el menú entre sus dedos, porque la voz le resulta tan conocida… pero oírla aquí, en un sitio público, bromeando con alguien que no es ni Tsunade ni él mismo…

—Toma, cógela un segundo. Preguntaré si tiene algún trapo que nos puedan dejar o algo —hablá de nuevo el primero, con todavía más entusiasmo que antes, como si el sarcasmo mordaz de las palabras del otro le resultara divertido en lugar de vilipendioso y cortante. Jiraiya había creído ser el único capaz de eso.

—Yo —dice la voz conocida con sequedad— no soy tu niñera personal, chucho desagradecido.

Una risa, divertida y cálida —sorprendentemente cálida teniendo en cuenta a quién va dirigida— es la primera respuesta.

—Pero le gustas más que yo —replica a continuación, claramente de buen humor—. Ves, mira… ha dejado de fruncir el ceño.

Apenas aprecia el suspiro exasperado con un leve, ligerísimo matiz divertido.

—Bueno, al menos no ha sacado tu temperamento. No albergo duda de que si tuviese que lidiar con la amenaza de dos idiotas entusiastamente alegres acabaría en una íntima relación con el suicidio. O el homicidio.

—Sabes que nos adoras, encanto. Algún día conseguiré hasta que lo admitas en voz alta —eso también, piensa Jiraiya, es absurdamente cálido, el cariño subyacente es inconfundible incluso sin el (ligeramente horripilante) apodo.

—Llámame así una vez más y… —El balbuceo risueño de un niño interrumpe el siseo amenazador. El hombre suspira—. Está claro que has heredado las habilidades de supervivencia de tu padre, cachorro. Estoy de luto por ti. —El pequeño hace otro ruido animado, más palabras de las que Jiraiya puede entender sin hablar con fluidez el balbuceo infantil, y el hombre vuelve a suspirar—. Hazte útil y consigue un trapo. Estamos dejando el suelo encharcado.

—Sí, señor —sigue siendo alegre y fácil de un modo que nadie nunca jamás ha sido alrededor de…

Incapaz de aguantar más tiempo, Jiraiya se da la vuelta finalmente en su asiento lo justo para poder ver la zona de la entrada. Tiene que tragarse el gemido de completo y absoluto estupor.

Es de verdad Orochimaru quién está ahí de pie, igual de pálido y con el mismo aspecto inquietante que tenía cuando él y Tsunade se fueron de Ame; viste su camisa tipo kimono y sus pantalones oscuros de siempre. El pelo le ha crecido hasta casi la cintura y tiene a un crío en brazos. Un niño pequeño de pelo plateado y revuelto que, por el conocimiento que Jiraiya tiene de niños tan pequeños, podría tener entre cinco meses y cinco años y que se aferra a Orochimaru con un entusiasmo desconcertante. Orochimaru lo observa con una sonrisa bien escondida, apenas una ligera inclinación de sus labios, pero es más de lo que por lo general nadie excepto Tsunade y el propio Jiraiya pueden conseguir. Mucho más y… resulta un tanto inquietante.

El crío levanta un brazo y agarra un mechón de pelo brillante y negro como un cuervo, pega un tirón con una expresión adusta.

—Quiero —dice—. Oro. Quiero zumo.

Se enrolla el mechón en su pequeño puño y tira otra vez. Orochimaru hace un gesto de dolor y Jiraiya se tensa, considerando por un momento adelantarse y salvarle al pequeño de sea cual sea el castigo que viene en camino, pero entonces su antiguo compañero de equipo se limita a suspirar y cubrir con su mano la del niño.

—Amable —le reprende—. Sé amable, Kakashi. Tendrás tu zumo, te lo prometo. En cuanto tu padre vuelva.

(A Jiraiya le sobreviene un pensamiento repentino y horripilante: si este crío tiene un padre… ¿convierte eso a Orochimaru en la madre?)

—Oro —repite el niño, esta vez más alegre que exigente, y vuelve a coger más pelo. Orochimaru pone los ojos en blanco dejándose hacer.

—No puedo esperar —le dice al niño— a que seas una persona hecha y derecha. Lo que significa que no puedes seguir los pasos de tu padre, o seré incapaz de tener una conversación real contigo hasta que estés en tus sesenta.

—Qué cruel —bromea la voz grave de antes al tiempo que su dueño vuelve junto a ellos. Hatake, reconoce Jiraiya, aunque no logra recordar su nombre de pila, demasiado aturdido aún por la imagen de Orochimaru tolerando a un niño pequeño. Simplemente no cuadra—. ¿Estás hablando mal de mi a mi propio hijo a mis espaldas, Orochimaru? Eso es algo muy turbio y extremadamente retorcido.

Shinobi —le recuerda Orochimaru con cierto cinismo que aún así es bastante más amable de lo que Jiraiya jamás lo había escuchado dirigirse a nadie ajeno a su equipo—. Después de casi treinta años, esperaba que estuvieras acostumbrado a estas cosas, chucho.

Hatake se ríe otra vez, despreocupado, y entonces deja caer el grueso trapo que ha ido a buscar en la cabeza de Orochimaru.

Jiraiya se prepara para un baño de sangre.

En su lugar, lo único que presencia es un suspiro exasperado por parte de Orochimaru antes de quitarle el trapo al otro hombre y fulminarlo con la mirada. En contraposición sus manos son gentiles al secar al crío.

—¿Por qué te aguanto?

Bueno, eso es lo que a Jiraiya le gustaría saber.

—Venga —le dice Hatake con ligereza, le toma del codo y le dirige hacia una de las mesas libres donde una camarera espera. La chica mira hacia un lado cuando Orochimaru pasa cerca suyo, pero no se encoge de miedo, y… eso es algo en lo que Jiraiya no puede evitar reparar también. Siempre había sido malo cuando Orochimaru estaba en público, una de las razones por las que pasaba tanto tiempo aislado y recluido en su laboratorio o en la biblioteca. Pero esto…

O la chica tiene unos nervios de acero para tratarse de una civil o algo ha cambiado. Es un pensamiento abrumador, no obstante, porque Jiraiya está positivamente seguro de que no ha estado fuera tanto tiempo.

Se pierde algo que dice Orochimaru entonces, pero Hatake se está riendo otra vez y alarga un brazo por encima de la mesa para agarrar suavemente la muñeca de Orochimaru con evidente afecto. Este no le obliga a soltarle.

Si el propio Jiraiya intentara hacer algo así, probablemente acabaría con un kunai atravesándole la mano, o al menos un shuriken fijando la manga de sus vestimentas a la mesa si Orochimaru tuviera un día indulgente. Odia ser tocado.

Salvo, parece ser, que quién le toque sea Sakumo Hatake o su hijo, apoltronado ahora en el regazo de Orochimaru como si fuera su lugar favorito del mundo.

Todo es un retahíla de sin sentidos. Que el mundo se empezara a volver loco ahora sería irrisoriamente maravilloso. Entonces al menos todo tendría sentido, ¿no?

—Oro —dice el niño (¿Kakashi? ¿Pero qué clase de padre llamaría a su hijo espantapájaros?) volviendo a tirarle del pelo—. Oro. No dulce. No.

Orochimaru le coge la mano pequeña y regordeta y la abre el puño. A Jiraiya le parece apreciar un destello de piedra azulada entre los dedos del crío —Orochimaru aún los lleva: los pendientes de tomoe. Siempre los ha llevado, desde el primer día que Jiraiya se los había dado. Lo cual es tan desconcertante como todo lo demás, Orochimaru no es del tipo sentimental.

—Más suave, Kakashi —le regaña de nuevo alejando al niño—. O tendrás que sentarte con tu padre.

Hatake los está mirando con una sonrisa en el rostro, evidentemente pasándoselo en grande; en sus ojos, no obstante, se nota el afecto.

—Me encanta que lo digas como si fuera un castigo —bromea, pero suelta la mano de Orochimaru y se inclina sobre la mesa para llamar la atención de su hijo—. Ey, cachorro, ¿siguen sin gustarte los dulces? No pasa nada. Podemos conseguir un bollo, algo así, ¿eh? ¿Pan de curry?

—Si le das pan de curry luego le dolerá la barriga. —Orochimaru suena exasperado otra vez. Mueve un poco a Kakashi para ajustar la posición y entonces saca un rectángulo de papel de su bolsa de armas—. ¿Quieres que haga un animal, Kakashi?

Por un momento el niño mira el papel muy seriamente hasta que pide:

—Oro, ¡un perro!

—Por favor —le recuerda Orochimaru—. Tienes que decir por favor cuando le pides algo a alguien. —El niño le mira poco impresionado—. Trabajaremos en ello.

Aún así, apoya el papel en la superficie de la mesa y lo empieza a doblar con rapidez y agilidad.

—No entiendo su obsesión por los perros —dice Hatake con cierto matiz de orgullo herido en la voz y continuó, en un tono casi quejumbroso—. Los lobos son el animal de nuestro clan. ¿Acaso no son más guays?

Orochimaru pone los ojos en blanco.

—Los caninos son los animales de tu clan —le recuerda al otro hombre mientras el origami va tomando forma en sus dedos—. Y tiene derecho a escoger qué clase de canino quiere. Solo porque tú te llevas bien con esos chuchos llenos de pulgas…

—¡Mis lobos no tienen pulgas!

Esos animales salvajes a los que llamas invocaciones, no significa que tu hijo tiene que querer lo mismo.

Hatake resopla y se vuelve a hundir en la silla ahora que la atención de Kakashi está enfocada por completo en las manos de Orochimaru.

—Siendo alguien a quién su invocación principal intenta comerse cada vez que lo llamas, no tienes ni voz ni voto en este asunto —protesta.

—Manda es… obstinado —dice Orochimaru de forma indolente, lo cual es un jodido eufemismo si es que Jiraiya ha escuchado uno alguna vez. La serpiente está loca—. También es confiable y no babea como alguna invocación que yo me sé. —Con un ademán ostentoso deposita el perro de origami frente a Kakashi, porque Orochimaru siempre ha sido y siempre será un verdadero bastardo con un gusto por dar un buen espectáculo—. Aquí lo tienes. ¿Qué nombre le vas a poner, cachorro?

Le lleva un segundo darse cuenta de que Orochimaru está hablando con el niño. Que tiene un apodo para alguien que no es «imbécil» o «desgraciado». ¿Qué diablos?

Kakashi levanta el juguete, con asombroso cuidado para tratarse de un crío, y lo examina con concentración absoluta. Después de un tiempo, alza la vista hacia Orochimaru y sonríe al declarar:

—Guau.

—Un nombre perfecto para un perro —asiente Orochimaru con seriedad.

Entonces mira hacia arriba y su mirada choca con la de Jiraiya. Sus ojos dorados se agrandan, quedándose de pronto muy quieto. Al instante, Hatake se pone de pie, tenso de una manera que habla de una protección más allá de la habitual para un simple camarada que enfrenta amenazas con regularidad. No se relaja cuando se da cuenta de lo que Orochimaru está mirando. En cambio le dedica a Jiraiya una mirada afilada, casi enfadada, que no concuerda para nada con la expresión jovial de hace un momento.

Luego todo pasa muy rápido. Hatake agarra a Orochimaru por el codo, lo levanta mientras el otro hombre coger con fuerza a Kakashi para evitar que se caiga al suelo por la brusquedad del movimiento, y los arrastra por la puerta de salida, sin prestar la más mínima atención a la tormenta que aún ruge en el exterior.

Jiraiya ve al pequeño grupo —¿familia? Pero pensar en esa palabra unida a Orochimaru y a un crío le vuela la cabeza— desaparecer y se queda donde está, con la cabeza haciendo cabriolas y los pensamientos convertidos en auténtico caos.

¿Qué diablos?


El caos en su cabeza no mejora cuando va a informar al Hokage de su regreso, porque aparentemente Dan está muerto y Tsunade se ha ido, ha dejado atrás la aldea sin ninguna intención aparente por regresar. Sarutobi, que parece haber envejecido diez años en lugar de solo tres, ha estado tratando de mantenerse al tanto de su paradero y el de la sobrina de Dan, que está con ella, pero Tsunade no es considerada como uno de los Tres Sannins Legendarios por nada y Sarutobi sigue perdiéndole la pista.

Dan está muerto. A Jiraiya le había caído bien Dan, mejor de lo que le había caído ninguno de los otros pretendientes de Tsunade; había sido un presencia sólida y constante, un chico con una sabiduría por encima de su edad. Pero ahora está muerto y Tsunade se ha ido y no va a volver. Jiraiya se frota la cara con las manos y hace un intento por poner en orden sus pensamientos, porque es demasiado por asimilar. Por las venas de su amiga corre la sangre de dos Hokages y ha sido entrenada por un tercero —Sarutobi, el actual—, y Jiraiya siempre ha tenido metido en la cabeza que ella se convertiría, como mínimo, en la esposa del Hokage, puesto que Dan había sido una apuesta segura para el puesto de Hokage. Pero ahora…

Ahora ella ya no está y Jiraiya no había estado ahí cuando más falta había hecho. Ni siquiera lo había sabido. Puede que no hubiera podido cambiar nada… o puede que sí. Quizás todo esto es su culpa por largarse de esa manera, por dejar atrás a sus compañeros de equipo.

Mierda.

—Y… ¿Orochimaru? —pregunta tras un segundo, porque tiene que preguntarlo—. Lo he… visto por la aldea. Con un crío.

(Un pensamiento igual de horrible e inquietante: ¿están Orochimaru y Hatake saliendo juntos? ¿están casados?)

Eso suaviza las líneas de tensión en el rostro de Sarutobi, solo ligeramente, y se golpea los labios con su pipa para ocultar una diminuta sonrisa.

—Ah, sí. Parece que Sakumo y su hijo lo han adoptado. Después de la muerte de Dan y la marcha de Tsunade, Orochimaru no estaba muy bien, pero le han ayudado. Seguramente más de lo que siquiera ellos son conscientes. —Hay calidez y cariño en su expresión mientras habla, porque Orochimaru siempre ha sido el genio de su equipo, el prodigio. Siempre el favorito de los tres para Sarutobi. Hubo un momento en que Jiraiya lo resintió por ello, hasta ser consciente de cómo era tratado por el resto de la aldea. Eso había evaporado el resentimiento bastante rápido—. Pero —continúa Sarutobi, y hay un matiz oscuro en su voz que capta de inmediato la atención de Jiraiya, porque ese es el tono de su maestro que significa: «Estoy preocupado y mosqueado de tener que preocuparme por esto»—. Últimamente ha habido… incidentes durante las misiones de Orochimaru. No todas, pero suficientes. Casi accidentes fatales, inteligencia engañosa o errónea, informantes que resultan ser traidores, agentes dobles… Nada que sea extraordinario per se, por separado, pero todo junto… O bien Orochimaru tiene más mala suerte que cualquier shinobi que me he encontrado jamás o alguien está intentando sabotearlo.

Jiraiya recuerda entonces la reacción casi instantánea de Hatake, en defensa de Orochimaru, la forma en la que se había interpuesto en el ángulo de visión como si fuera a detener un golpe, y siente un vacío en la boca del estómago. ¿Alguien está intentando sabotear a Orochimaru? Eso es… malo. Y no solo por la reacción que probablemente tendría Orochimaru cuando encontrara al culpable. La información sobre las misiones se restringe a solo unos pocos shinobis, y siempre dentro de la aldea. Por lo que es más que probable que uno de los suyos esté tratando de acabar con él. Sútil e indirectamente, pero sin duda se trata de un atentado contra su vida, y quién a estas alturas cuántas veces han estado a punto de tener éxito en ello.

Otro saco de culpa para cargar a su espalda, entonces.

Mierda.

Jiraiya no sabe qué hacer, no tiene ni idea de cómo arreglar esto.

Furioso y con el suficiente autodesprecio como para estrangularse con él, se pregunta inútilmente si sería capaz de arreglarlo incluso si lo intentara.


Kakashi está dormido, enrollado en un manojo de sábanas como siempre acaba sin importar cómo lo dejen en la cama. El resto de la casa está en silencio salvo por el tic-tac del reloj y el suave crujido de los cimientos y la madera. A Sakumo no le gusta.

Nunca ha sido bueno con las palabras.

(La maldición del clan Hatake, siempre había dicho su madre riéndose junto a su padre no sin cierta modestia.)

Orochimaru se encuentra sentado en el suelo junto a su silla, apoyado contra el brazo. Hace casi un año, Sakumo hubiera considerado esto el mayor de los logros: el hombre frío y despectivo lo suficientemente a gusto como para relajarse en su compañía, como para beber sake con él como haría cualquier otra persona. Pero durante el transcurso de esos diez meses, ha aprendido que Orochimaru no es como cualquier otra persona —es un genio; malo con la gente y casi por completo dependiente de tener a alguien que le haga de amortiguador con el resto. De lo contrario se convierte en una de las serpientes que tanto atesora, dando en los puntos débiles de la psiquis de otras personas, retorciendo sus palabras y provocando reacciones en los demás solo porque estas le fascinan y porque no es capaz de comprender por qué es malo satisfacer su curiosidad.

Sakumo se ha convertido en ese amortiguador desde el momento que Orochimaru aceptó su presencia a regañadientes como algo que no podía cambiar o de lo que no se podía deshacer. Ha hablado con Sarutobi para que esté intente incluir a Orochimaru en su pelotón siempre que esto sea posible, ha intentado que sus misiones se alineen y se ha preocupado porque Orochimaru sepa que siempre, siempre cuenta con él.

Ha estado funcionando, piensa mientras contempla la cabeza oscura vuelta en otra dirección, la larga cascada de pelo azabache oculta por completo su expresión. O había estado funcionando, al menos. Y hay una chispa de ira en su pecho, una ráfaga de proteccionismo ante el hecho de que un mero vistazo a Jiraiya pueda enviar a Orochimaru de vuelta a su cascarón y ponerle de este humor meditabundo. Porque Jiraiya había abandonado a su compañero, se había ido por la razón que fuera sin importar cuán legítima, y eso no está bien. Quizás otras personas piensen distinto a él, pero a Sakumo no le entra en la cabeza. Está claro que el sentimiento de abandono es algo horrible, ¿no es así? Y está claro que no está bien dejar a un compañero de manada solo en territorio peligroso.

(Y Konoha es peligrosa para Orochimaru. Es su hogar pero sólo vagamente. Un lugar dónde reposar, un lugar dónde comer, un lugar dónde sus ancestros fueron enterrados. Pero no es suficiente, no para alguien acostumbrado a pertenecer a un grupo, a una manada.)

Sakumo cree haber estado haciendo algo bueno al integrar a Orochimaru a su propia manada. Orochimaru le tiene cariño a Kakashi pese a que, en un primer momento, no supo qué hacer con un bebé. Pero Sakumo estaba mintiendo cuando dijo que Kakashi lo prefería a él —el cachorro llora más a menudo cuando Orochimaru no está cerca. El otro hombre lo trata como si fuera una persona pequeña en lugar de un bebé, y Kakashi, que es notablemente más despierto de lo que debería con solo dos años, claramente disfruta ese trato. Le gustan los animales de origami que le hace, los elegantes sellos de mano y cómo es capaz de darle forma al viento y a la tierra con movimientos sencillos. Y por su parte, Orochimaru parece haber aceptado a Kakashi de una manera que va más allá de la simple tolerancia, aunque por ahora nunca ha llegado a admitir nada parecido al afecto.

Son una manada. Son una manada consolidada y estable después de casi un año, y ahora Jiraiya ha vuelto y lo va a poner todo patas arriba.

Sakumo sofoca un gruñido y, alza la mirada cuando el hombre junto a él se mueve.

En un movimiento lento y cuidadosamente deliberado, Orochimaru deja su vaso en la mesa y se gira hasta estar presionado casi por completo contra las rodillas de Sakumo. No hay nada en su expresión que grite a los cuatro viento 'borracho'; Sakumo ha sido arrastrado de bares a casa por el otro hombre en suficientes ocasiones como para saber que la tolerancia de Orochimaru al alcohol ha sido perfeccionada por Tsunade y es prácticamente imbatible. Pero… pero aún así es la expresión más transparente y abierta que le ha visto nunca sin llegar por eso a ser vulnerable, porque seguramente Orochimaru nunca en su vida ha sido vulnerable a nada.

En carne viva, piensa Sakumo con tristeza, levantado una mano para acariciar el cabello grueso e imposiblemente sedoso. Orochimaru se inclina hacia el contacto, solo un poco, pero lo suficiente como para resultar revelador. Suficiente como para que cuando se yergue sobre sus rodillas y casi se desliza por su cuerpo hasta acomodarse en su regazo, Sakumo no se resiste. No se resiste ni siquiera cuando Orochimaru estira un brazo, coloca la mano alrededor de su nuca y lo atrae en un beso lento y gentil.

Sakumo no cierra los ojos porque sabe que si lo hace se le irá de las manos. Ya, incluso con toda la evidencia en contra frente a él, es demasiado fácil imaginar que los labios que lo besan son más gruesos, que el pecho apretado contra él es más blando, que las caderas entre sus manos tienen más curvas. Orochimaru es cálido y delgado y su melena de pelo cae pesadamente, un manto de seda sobre el dorso de las manos de Sakumo, apoyadas en la cintura del otro hombre. Orochimaru besa cómo si fuera la cosa más fascinante del mundo; una exploración, un reto, un estudio de lo desconocido. Sería peligrosamente sencillo, por lo tanto, verse atrapado por ello, ceder y hacer algo de lo que ambos se iban a arrepentir luego.

Sakumo deja escapar un suspiro suave y resignado contra la insistencia de esos labios y levanta una mano para ahuecar la mejilla pálida de Orochimaru. Lo aparta, no sin gentileza. Luego niega con la cabeza, esboza una sonrisa triste y se inclina hacia delante para apoyar la frente contra la del otro. Puede sentir el casi olvidado y nostálgico cosquilleo de tener el aliento de otra persona golpeando su piel y el olor de Orochimaru, a jazmín con un toque de té verde y buen sake.

Hay una pausa larga y desagradable hasta que Orochimaru suspira también.

—...perdona —dice al fin, como si las palabras fueran por completo desconocidas para él. Y probablemente lo son para el muy bastardo, piensa Sakumo con una pizca de diversión y afecto. Pero su tono es tenso, a un peldaño de volverse frío. Algo que no va permitir.

—No —replica con suavidad—. No me pidas perdón. Eres mi mejor amigo, Orochimaru. Eres precioso, inteligente y poderoso, y cualquiera en el mundo sería afortunado de tenerte. Pero no me atraen los hombres. Lo siento. Si lo hicieran serías tú, pero…

Orochimaru posa un dedo sobre sus labios, con cuidado de mantener el contacto superficial, pero al menos algunas de las líneas tensas alrededor de sus ojos sombreados de violeta han desaparecido.

—Pon sal en la herida, Hatake —murmura, aunque hay un matiz de diversión oculto en su mirada dorada—. Por favor, déjame salir de este incidente con al menos una parte de mi dignidad y de respeto por mí mismo intactos.

Sakumo sonríe avergonzado.

—Ya, he metido la pata hasta el fondo. Mis disculpas, Orochimaru.

Eso al menos le gana una leve sonrisa, la sombra de ojos violeta captando las sombras de la estancia y transformando su rostro en algo todavía más exótico que de costumbre. De verdad que es precioso y, solo por un momento, Sakumo se pregunta si tal vez…

Pero no. No, es una idea terrible, por lo que se limita a acercar la cabeza de Orochimaru hasta que esta está reposando contra su hombro. No aparta la mano de su nuca. El gesto es extrañamente delicado e íntimo al mismo tiempo y, sin embargo, tiene más de amistad que de nada remotamente sexual.

—No soy yo a quien deseas —le dice con suavidad. No necesita mirar a Orochimaru a la cara para saber que debe estar entrecerrando los ojos. Pone los suyos en blanco porque, en fin, han sido amigos durante el tiempo suficiente como para ver venir cuando el otro va a hacer un berrinche por la semántica.

—No deseo a ese estúpido patán —bufa en el momento justo, aunque al menos no hace intento por alejarse.

Sakumo sonríe de nuevo, más sinceramente ahora, porque si Orochimaru puede hacer berrinches significa que no están tan mal.

—A quién necesitas, entonces —concede—. Puede que no lo desees, pero después de estos últimos tres años no puedes negar que no necesitas, Orochimaru. No si no mientes.

Sakumo se preocupa por Orochimaru y sabe que, sin importar cuán hermético sea el otro y sin importar lo frío y mordaz que sea con el resto del mundo, Orochimaru también se preocupa por Kakashi y por él. Sin embargo, Sakumo solo lo ha conocido durante unos cuantos meses y todavía está aprendiendo todas sus particularidades. Es imposible para él conocerlo igual de bien que sus antiguos compañeros de equipo, no sin años de estudio. Y Orochimaru necesita un apoyo firme y constante, ese entendimiento nacido de la familiaridad, para mantenerse fuerte. Sakumo puede ser muchas cosas para él, por él, pero ni siquiera Kakashi y él pueden serlo todo.


Oww, pobre Oro :'(
Nos vemos el próximo domingo y, como siempre, agradeceré un poco de feedback para saber si os está gustando la historia, si debería seguir publicando esta traducción o si no os está gustando para nada :D