Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.

Advertencia: Este capítulo contiene escenas que abordan temas de violencia física, psicológica y sexual así como descripciones explicitas de crímenes de guerra que pueden resultar perturbadoras para algunos lectores. Estas situaciones se presentan como parte de la trama y la narrativa de la historia, con el propósito de explorar las complejidades de las relaciones y la evolución de los personajes. Se recomienda la discreción del lector, especialmente si estos temas pueden desencadenar respuestas emocionales negativas.

Heredera de la Voluntad de Fuego

XXVII

En los fríos y oscuros recovecos de su celda, Itachi languidecía en el opresivo silencio que se cernía sobre él como un sudario. El peso de su inminente destino pendía de un hilo, mientras la inevitable proximidad de su ejecución lo acosaba como un espectro amenazador.

Malditos fueran todos: Obito, su padre, Sasuke y todos. Pero sobre todo se culpaba a sí mismo.

—Idiota—dijo entre dientes—. Tres veces idiota.

Cada vez que pensaba en Shisui e Izumi habría llorado de buena gana, pero no le salían las lágrimas. Incluso en aquellos momentos, la rabia y el dolor se congelaban en su interior.

No sabía cuánto tiempo llevaba ahí. Tras su última conversación con Sasuke, los guardias habían decidido confinarlo en una celda oscura, lejos del pabellón donde había permanecido los primeros días. De acuerdo con los fragmentos de conversación que alcanzó a capturar, las mazmorras eran el último destino de los prisioneros antes de ejecutarlos.

Por tal motivo no había sol ni luna. No había luz para marcar las paredes. Itachi cerraba los ojos, y los abría sin que ello representara alguna diferencia. Dormía, despertaba y volvía a dormir. No sabía que le resultaba más doloroso, el sueño o el despertar.

Descubrió que cada vez más pensaba más en Shisui. Lo veía tal como fue poco antes del Golpe de Estado, alto, lleno de vida. Oía su risa en la oscuridad y veía sus ojos, negros y diáfanos como una noche sin luna.

—Mira a lo que nos hemos visto reducidos, Itachi—. ¿Cómo hemos acabado así? Tu ahí, y yo asesinado por Sasuke. Por poco y logramos nuestro cometido…

«Te falle, Shisui—pensó Itachi. No podía decirlo en voz alta—. Te mentí, te oculte la verdad. Deje que te mataran».

—Idiota estirado—le dijo—, demasiado orgulloso para escuchar. ¿No te pudiste tragar el orgullo? ¿Acaso el honor protegerá a los demás?—El rostro se agrietó; la carne se llenó de fisuras. Extendió la mano y se arrancó la máscara. No era Shisui, sino Obito, sonriente, que se burlaba de él. Cuando abrió la boca para hablar, sus mentiras se convirtieron en polillas frises que echaron a volar.

Estaba adormilado cuando las pisadas se detuvieron fuera, en el pasillo. El chirrido metálico de la puerta al abrirse rompió la quietud, y la dura luz inundó la celda, asaltando sus ojos que se habían acostumbrado a la oscuridad.

Abrazar la luz era una experiencia que trascendía el ámbito físico y se adentraba en los recovecos de la psique. El marcado contraste entre las sombras y el resplandor era un sobrecogedor viaje sensorial y emocional.

Al principio, fue como una fuerza hostil. Sus irises, acostumbradas a la reconfortante oscuridad, retrocedieron ante el repentino asalto. Tenía la impresión de que el áspero resplandor eran como pequeños fragmentos de cristal incrustándose en sus ojos oculares.

Su estatura, antaño imponente, se había reducido a un mero espectro de su antiguo ser. La tela del uniforme se aferraba a su forma demacrada, testimonio del rigor del encarcelamiento.

Con una precisión mecánica, muestra de la inexorable marcha del destino, lo tomaron de los brazos; sus manos cubiertas por guanteletes se incrustaban en su carne cruelmente. Mientras lo izaban del frio e implacable suelo, luchó por soportar el peso de su dignidad abandonada. Las cadenas tintineaban discordantemente, una melodía lúgubre que acompañaba la solemne procesión hacia un final inevitable.

El brillo del pasillo se plantaba ante él como un cruel cuadro de contraste: el débil parpadeo de las bombillas rojas se desvanecía en el olvido frente a la cegadora luminiscencia del mundo exterior. Cada paso parecía un descenso al abismo, una marcha hacia la horca que aguardaba, hambrienta del alma de un general respetado convertido en un patético prisionero.

Lo condujeron a través de los fríos y estériles pasillos; sus pasos resonaban en la quietud clínica que envolvía la cámara de la perdición inminente. Cada pisada resonaba con el paso medido del tiempo, una marcha implacable hacia lo desconocido. El aire contenía el sabor metálico de la anticipación, mezclado con el aroma de las húmedas paredes de hormigón.

Cuando llegaron a la cámara designada, los soldados, vestidos con austeros uniformes, permanecían impasibles, con los rostros grabados en piedra, enmascarando cualquier emoción que pudiera delatar un atisbo de simpatía o remordimiento. Itachi, con los sentidos embotados por el peso de la resignación, los siguió, y su andar encadenado resonó en el cuarto.

La entrada de la habitación se alzaba como un portal a un abismo, y su fría puerta metálica se abrió con un crujido desapasionado. En el interior, las duras luces fluorescentes parpadeaban sobre su cabeza, proyectando una palidez enfermiza. Nuevamente, sus ojos, momentáneamente cegados por la transición, se adaptaron a la cruda iluminación al encontrarse con su nuevo destino desprovisto de piedad.

Sus custodios, con actitud inflexible, señalaron hacia una solitaria ducha situada en un rincón. Itachi dudó un instante, con la mirada fija en el curdo recordatorio de su inminente destino. Despojado de su dignidad, sucumbió al escrutinio invasivo, y el agua fría se convirtió en una cascada implacable que lavaba no solo la suciedad de su encarcelamiento, sino también los vestigios de una vida que estuvo definida por el deber, traición, devoción y cobardía.

Mientras el agua caía por su debilitado cuerpo, sintió el peso del escrutinio, las gotas trazando un camino a lo largo de los contornos de su famélica figura, como una condena liquida. Los soldados, con sus ojos vigilantes e inflexibles, eran testigos mudos de la limpieza ritual, preludio del inevitable final.

Al cabo de unos minutos el flujo del agua cesó, dejándolo de pie. Vulnerable y expuesto, tomó una toalla raída, con las manos temblorosas por el frio de la habitación. Lejos de inmutarse, envolvió la toalla alrededor de su cadera y siguió los pasos de su custodio hacia uno de los vestidores.

—Lo dejare a solas para vestirse, comandante—anunció antes de salir.

Itachi intentó corregirlo. Él ya no era un comandante. Con la muerte de Shisui no solo había perdido a su mejor amigo, sino también su título. Cuando quiso hacerlo, ya era demasiado tarde, se encontraba a solas en la habitación.

Desconcertado por el inesperado respiro, Itachi, con la respiración entrecortada, entró en la habitación contigua. En un acto reflejo, sus orbes negros se posaron en el inesperado cuadro que tenía ante sí. Allí, colgado de un perchero, estaba su uniforme, un fantasmal recuerdo de la vida que había llevado, desde el fajín meticulosamente doblado del brazo hasta las medallas que adornaban su pecho.

La incredulidad arañó los bordes de su consciencia a la par que recorría los contornos de las prendas que una vez simbolizaron su lealtad inquebrantable. Tenía la impresión de que la habitación estaba suspendida en un limbo surrealista.

Sus entrañas se agitaron con una nauseabunda mezcla de asco y confusión. ¿Se trataba de una broma macabra, un retorcido preludio del acto final de su desesperación? Itachi, con la mente convertida en un tumultuoso mar de emociones encontradas, luchaba por comprender la cruel ironía que se desplegaba ante él. El mismo uniforme que una vez le había cubierto de orgullo colgaba ahora como el cadáver de un pasado manchado por las elecciones y las consecuencias.

Una amarga sonrisa vaciló en sus labios.

Se volvió hacia la puerta cuando escuchó el agónico chirrido: bajo el umbral se encontraba Sasuke, observando con detenimiento la escena que se desarrollaba en los confines de la cámara.

—Poético, ¿verdad?—dijo con la voz cargada de amarga ironía—: ¿Fue idea de nuestro padre? ¿Acaso no le importa que sea ejecutado con el uniforme?—señaló hacia las prendas que colgaban ante él.

Las miradas de ambos se encontraron, una, impasible, y la otra cargada de expectación.

Lejos de prolongar el tormento, Sasuke optó por ir directamente al grano.

—No van a ejecutarte—anunció.

Extrañado, Itachi frunció el ceño con ahincó.

Si no iban a ejecutarlo, ¿Cuáles eran los planes que su padre tenía para él?

—¿De qué mierda se trata todo esto?—lo increpó, buscando respuestas.

Sasuke suspiró.

—¿Además de ciego, también eres sordo?—preguntó—. No van a ejecutarte. Papá revocó la orden.

La mente de Itachi daba vueltas. Intentaba lidia con el repentino cambio de narración de su muerte. El uniforme parecía el macabro attrezzo de una obra cuyo guion había sido reescrito abruptamente.

Con la respiración entrecortada, se tambaleó hacia atrás, y sus debilitadas piernas encontraron apoyo contra la fría pared. La conmoción interna se transformó en un torbellino de emociones, el frágil equilibrio del alivio se rompió por la revelación. La palidez de su rostro, ya agotado por la dura realidad del encarcelamiento, adquirió un tono ceniciento de otro mundo. Sus ojos, abiertos por la incredulidad, se clavaron en los de Sasuke, buscando cualquier rastro de engaño.

La furia, un infierno que ardía bajo la superficie, surgió en sus venas. Sus manos temblorosas se cerraron en puños.

—No, no, no—repitió una y otra vez, con la voz trémula, entrecortada—. Eso no puede ser posible—dijo en tono categórico.

—La Republica del Fuego te necesita—dijo Sasuke, indolente, ajeno al tormento interno de su hermano mayor—. La mitad del gabinete de nuestro padre ha muerto.

El mundo de Itachi, de por si tenue, volvió a tambalearse a medida que se desarrollaba la indiferente revelación de Sasuke. El peso del inesperado giro de acontecimientos presionó su pecho, enfrentándose a la encomienda de comprender los matices de las cripticas declaraciones de su hermano.

—¿De que estas hablando, Sasuke?—preguntó, con una mezcla de urgencia y confusión en la voz.

El aludido soltó el aire contenido en sus pulmones en un gesto que rayaba en la originalidad. Sasuke, la encarnación de la calma inescrutable, parecía casi indiferente a la conmoción que había causado.

—Los comandantes, todo han muerto—repitió.

—¿Cómo? ¿En combate?—cuestionó confundido.

La sonrisa de Sasuke, una sombra que bailaba en su rostro, delataba una sardónica diversión.

—No, no en combate, pero si en el cumplimiento del deber para con la nación—respondió, con un tono de distanciamiento que provocó escalofríos en Itachi—. La granja de magdalenas exploto. Es una pena que todos estuvieran reunidos cuando sucedió el altercado.

El asco y el miedo se enroscaban en su interior como serpientes, el estómago se le revolvió ante la nauseabunda conciencia de las profundidades a las que había descendido el afán de poder de Sasuke.

La última vez que ambos charlaron, Sasuke acudió a él en busca de consejo. Como buen hermano mayor, intento persuadirlo a desistir en su venganza y continuar con su vida, al igual que él, estaba actuando de manera impulsiva. Sin embargo, jamás imagino que su plan implicaría volar en pedazos uno de los establecimientos más importantes del Régimen con los altos mandos adentro.

—S-Sakura…—susurró al recordar a la kunoichi, incapaz de contener la visceral reacción.

Sasuke, inquebrantable ante la repulsión de su hermano, se enfrentó a la mirada de Itachi con una fría lejanía que parecía ensombrecer el resto de los lazos familiares.

—Ella está bien—respondió—. Hice los arreglos pertinentes para ayudarla a escapar de esta locura. Ahora mismo se encuentra en un tren hacia Sunagakure. En tres días, llegara a territorio neutral y podrá continuar con su vida.

Aun con la espalda apoyada contra la implacable pared, asimiló la información en el pesado silencio. El alivio por la seguridad de Sakura se mezclaba con el peso de las atrocidades cometidas en nombre del poder. La dicotomía de sus emociones amenazaba con engullirle: la gratitud por la huida de Sakura y la repulsión ante las monstruosas realidades de las decisiones de su hermano.

Itachi tragó grueso, luchado contra la oleada de desesperación y el abrumador deseo de enfrentarse a Sasuke. Ahora, no solo se encontraba maltrecho por las cadenas del encarcelamiento, sino por las grotescas revelaciones que se desplegaban frente a sus ojos.

—Todo esto…—consiguió murmurar al cabo de un rato, vislumbrando con detenimiento el rostro hierático de su hermano pequeño.

—Yo lo hice—admitió sin remordimiento.— Tuve éxito donde tu fracasaste.

—Sasuke…

Haciendo caso omiso al llamado desesperado de Itachi, continuo:

—Los comandantes están muertos, el Régimen comienza a quebrantarse. Nuestro padre está desesperado, lo suficiente para perdonar y olvidar—lo miró, refiriéndose claramente a su situación—. Creo que es el momento adecuado para dar el golpe definitivo y derrocarlo.

—Sasuke…

—Los matare a todos, a todos y cada uno de ellos. Se lo jure a Sakura—dijo. Por primera vez, Itachi vislumbró un atisbo de tristeza en el rostro de Sasuke.

El suelo bajo sus pies, ya de por sí inestable, pareció tambalear con el peso sísmico de las acciones de su hermano.

—Sasuke…—volvió a llamarlo una vez más, su voz una súplica desesperada en el cavernoso silencio.

—Si vas a pedirme que me detenga estas muy equivocado—dijo el menor de los Uchiha entre dientes.

—¡Sasuke!—gritó con urgencia. Trató de anclarse, de encontrar una pizca de humanidad en el hermano que parecía haberse convertido en la encarnación de la crueldad, el vivo reflejo de su padre.

Sin saber muy bien cómo, Itachi consiguió erguirse con dificultad. Estaba seguro que, en cualquier momento, acabaría desplomándose en el suelo, pero tenía que intentarlo. Pasó una mano temblorosa por su cabello húmedo, apartando algunos molestos mechones que se le habían adherido al rostro.

—No voy a formar parte de esto—espetó con firmeza—.No quiero hacerlo.

Sasuke frunció el ceño, mas no rebatió.

—Toda esta situación es una puta broma, no puedes estar hablando en serio—dijo—. No puedes pedirme que regrese cuando mataste a Izumi y a Shisui. Preferiría morir antes de hacerlo—sonaba herido, pero eso no le importaba. Tragó grueso—. Si vas a continuar con esta locura, por favor, matame—suplicó.

La afonía se disipó al instante. La risa de Sasuke, un contraste evidente con la gravedad de la situación, resonó en la cámara estéril. Itachi, con la confusión grabada en sus rasgos, observaba a su hermano con una mezcla de desconcierto y desesperación. La petición, pronunciada entre las sombras de la derrota y la desilusión, perduró en el aire como un eco inquietante.

La expresión de sorpresa en el rostro del menor de los Uchiha dio paso a una carcajada que resonó en las frías paredes. Itachi sintió una guida punzada de vulnerabilidad cuando su petición fue recibida con una risa. Su suplica, nacida de la intersección entre la desesperación y el deseo instintivo de escapar de los horrores que le rodeaban, flotaba en el aire como un frágil espectro.

Cuando la risa se detuvo, Sasuke acortó la distancia que los separaba. La solemnidad que sustituyó a la alegría fue más inquietante que la propia risa. Sasuke, que ahora estaba a escasos metros de Itachi, le miró directamente a los ojos. El peso de las palabras no dichas entre ellos se asentó como una espesa niebla, sofocando la tensa atmosfera.

—No creo que estes entendiendo—siseó fríamente—.Veras, no tienes otra opción. De una u otra manera, papá buscara la manera de involucrarte y, para ser sincero contigo, este es el mejor escenario posible para ti.

Las arrugas surcaron la frente de Itachi a medida que fruncia el ceño.

—No voy a colaborar ni con el Régimen ni con la Insurgencia—rebatió.

El aire entre los dos crepitó de tensión cuando Sasuke acortó la distancia, sus narices casi rozándose. Itachi, retenido en su sitio por la inquebrantable gravedad de la presencia de Sasuke, se encontró con la intensa mirada de su hermano.

—No seas un maldito cobarde—entonó, las palabras colgando entre ellos como un desafino.— Termina lo que empezaste.

—¿A qué, Sasuke? ¿A continuar con esta locura?—preguntó en un susurro cargado de odio—. Haz perdido la cabeza, estas demente.

Colocó dos manos sobre su pecho y, con todas las fuerzas que le eran posible, lo empujo lo suficiente para obligarlo a alejarse.

—Llámame como quieras—dijo, su voz un murmullo bajo—, pero no voy a cambiar de opinión.

Itachi fue elevando el tono de voz.

—Eres un maldito ingenuo si crees que vas a derrocar a nuestro padre. No lo conoces, Sasuke. No sabes de lo que es capaz.

Sasuke, aparentemente imperturbable ante el escepticismo de Itachi, respondió con una resulta determinación:

—Claro que lo sé—afirmó con una certeza escalofriante—. Precisamente por eso voy a detenerle, aunque eso signifique matarle, aunque eso signifique morir en el intento.

Itachi sintió que su corazón daba un doloroso vuelco, y que las palabras danzaban a su alrededor como el ominoso preludio de una tragedia inexorable. La comprensión de que sus acciones, o la falta de ellas, habían puesto en marcha una secuencia de acontecimientos que ahora no sólo lo amenazaban a él, sino también a su hermano, le roía las entrañas con una fuerza implacable.

Devastado, sobre los hombros del antiguo comandante reposaba el peso de la culpa, una carga que llevaba arrastrando desde el momento en que se había visto obligado a tomar decisiones impensables en aras de un bien mayor. La impotencia, nacida de la conciencia de su incapacidad para completar su misión y alterar el curso de la historia, lo consumía como una llama implacable, dejándole ante el precipicio de una realidad moldeada por sus propias carencias.

Sasuke se volvió, y su mirada atravesó las capas de complejidad familiar.

—Voy a ayudarte—declaró, con palabras solemnes que encerraban la promesa tanto de salvación de destrucción potencial.

Itachi se quedó sin palabras.

—No sé cómo hacerlo—confesó, la admisión teñida de una vulnerabilidad que se materializo en la desolada habitación.

Sasuke, sin dejarse intimidad por la aparente complejidad de la tarea que tenía entre manos, respondió con una fría seguridad

—Encontraras la manera, eso es lo que vas a hacer, porque eres mi hermano y me lo debes—espetó.

Itachi, abrumado por la oleada de emociones, dejó escapar un sollozo y mordió sus labios en un vano intento de sofocar la agitación que llevaba dentro. Sasuke, ajustándose la chaqueta con despreocupación, se dio la vuelta.

—Te espero afuera—anuncio—. Tómate el tiempo que consideres necesario.

Cuando Sasuke salió de la habitación, dejando a Itachi lidiado con el tumulto de sentimientos encontrados, una maldición escapó de sus labios. El peso de sus pecados, la enmarañada red de lealtad y traición familiar y el incierto camino que le aguardaba chocaron en aquel momento, dejando que Itachi se enfrentara a la inexorable realidad de un destino marcado por decisiones tomadas.

La niebla de la incertidumbre, ahora una presencia omnipresente, parecía filtrarse en los cimientos de la habitación, envolviéndolo como un sudario sofocante. Mientras permanecía solo, una figura deprimente en una sala cargada con los ecos de un pasado fracturado y de un futuro incierto, el peso de la maldición que cargaba amenazaba con envolverlo en las sombras de su propia creación.


Sakura se encontraba de pie bajo el tapiz celestial, el cielo nocturno tachonado de una miríada de estrellas que parecían indiferentes a los horrores que se desarrollaban bajo ellas. El frío cortante la atravesaba, obligándola a abrazarse a sí misma en un vano intento por recuperar algo de calor. El aire tenía una quietud gélida, una especie de proyección del frio que se había instalado en su alma.

Mientras contemplaba la inmensidad, un escalofrió le recorrido la espalda, no solo por el clima, sino por el inquietante espectro de la barbarie que se había desplegado ante sus ojos. Los restos de lo que acababan de presencian se aferraban a cada fibra de su ser, un cuadro grotesco grabado a fuego en su memoria.

Cerró los ojos con fuerza, luchó contra el escozor de las lágrimas que amenazaban con escaparse. La brutalidad de la guerra, una fuerza implacable que parecía desafiar los límites de la decencia humana, había revelado una vez más su rostro más despiadado. Justo cuando había creído que había visto la profundidad de la depravación, el mundo le demostró que estaba completamente equivocada.

Las estrellas, testigos mudos de las innumerables historias de dolor, no ofrecían consuelo. En su lugar, se alzaban como centinelas distantes, indiferentes al sufrimiento de los de abajo. Su aliento se materializaba en el aire helado, un testimonio de la lucha que libraba en su interior al enfrentarse a las duras realidades de un conflicto que no mostraba signos de remitir.

Sus pensamientos resonaban con la discordante sinfonía del bosque. El paisaje, envuelto en sombras, albergaba el peso de incontables historias jamás contadas, cada una de ellas era la prueba de la incesante marcha de la inhumanidad. El frío le calaba hasta los huesos. Un deseo insaciable de gritar surgió en su interior. Sin embargo, en lugar de ceder a la tempestad de emociones, mantuvo la mirada fija en el horizonte.

Absorta en su fuero interno, la cadencia rítmica de los pasos llegó a sus oídos. Los sonidos suaves y pausados atravesaron el opresivo silencio, devolviéndola a la realidad del presente. Sólo cuando la figura de Hinata se materializó tras de ella, recobró el sentido.

—Lo lamento, no quería estar sola—dijo con voz suave y un deje de disculpa.

Con un suspiro que acarreaba el peso de los horrores de la ciudad, Sakura se volvió para mirarla. Le ofreció una sonrisa conciliadora, un frágil intento de tranquilizarse a sí misma y a su compañera.

—Está bien—susurró, vacilante.

Ambas se mantuvieron de pie, una a lado de la otra, y su silencio compartido resonaba más fuerte de lo que cualquier palabra podría transmitir. El cielo nocturno era testigo de la frágil camaradería que nacía de las penas compartidas.

La quietud entre ellas perduró, una delicada pausa en la orquesta de la noche.

—Lo siento. Tenías razón—confesó.

Si tan solo no hubiese sido tan testaruda para escuchar las suplicas de Hinata, habría dado media vuelta por el sendero tan pronto como detectó la primera señal de peligro.

Hinata, con la mirada fija en la lejanía, respondió con una tranquila comprensión:

—No hay necesidad de disculparse—murmuró, el estoicismo de su voz revelaba la fuerza que residía bajo su amable exterior—. Hiciste lo que creías correcto.

—Sí, claro—sonrió amargamente. Sabía que Hinata solo buscaba brindarle consuelo, quitarle un poco de peso al bagaje de culpabilidad que acarreaba consigo.

Hinata, con una expresión de residencia, se volvió hacia ella.

—No te atormentes con lo que no puedes cambiar—instó, sus palabras eran una súplica para que ambas encontraran consuelo en medio del caos que se desataba.

La noche se cernía sobre ellas como una envoltura sofocante mientras permanecían agazapadas en medio de la oscuridad. Los sentidos de Sakura, agudizados por el escalofriante silencio, detectaron una nota disonante que atravesó la quietud. Parpadeó un instante y su mirada se desvió hacia Hinata, que estaba a su lado.

—¿Escuchaste eso?—susurró la kunoichi, su voz un aliento atrapado entre las capas de sombras.

—¿Escuchar qué?—preguntó Hinata, su ojo reflejaba la inquietud que danzaba a su alrededor.

Sakura llevó un dedo hasta sus labios, indicándole guardar silencio y que desvelaba la gravedad de la situación. El peligro, una fuerza intangible que persista en la periferia oscurecida, se acercaba. El corazón de Sakura se aceleró a medida que el peligro se afirmaba, una presencia depredadora en los límites de su santuario.

—Tenemos que escondernos—informó Sakura con urgencia, su voz a duras penas audibles, mientras retrocedían instintivamente hacia un grupo de arbustos cercanos.

El peso de sus pasos les presionaba mientras caminaban de puntillas, conscientes de que la diferencia entre el silencio y el descubrimiento era muy fina.

Cuando ambas consiguieron ocultarse, la noche reveló sus propios horrores. Un grupo de hombres apareció, sus figuras ominosas contra el telón de fondo del paisaje iluminado por la luna.

—Les juro que vi algo—afirmó uno de ellos, lo suficientemente convencidos para arrastrarlos a realizar una búsqueda rápida por los alrededores.

Su compañero descartó la idea, sugiriendo con indiferencia:

—Probablemente solo fue un animal. Seria increíble que hubiera alguien vivo por aquí.

Sakura sintió que la invadía una sensación de alivio momentáneo. La perspectiva de eludir la amenaza inminente la arropaba, mientras los hombres deliberaban sobre la plausibilidad de su presencia invisible. Justo cuando la tensión empezaba a alejarse, una oleada de horror se apodero de Sakura cuando Hinata, en un movimiento nervioso, dio un paso atrás sin darse cuenta, rompiendo una rama que crujió de forma sonora.

En ese instante, Sakura supo que el velo de seguridad se había descorrido.

—Corre—susurró con urgencia, apenas audible por encima del murmullo de las hojas.

Salieron de su escondite y sus figuras se fundieron con la lobreguez mientras corrían por la noche obsidiana. Las luces parpadeaban en la distancia y los gritos lejanos del caos reverberaban en el aire. Los hombres que las perseguían, ahora plenamente conscientes de su presencia, gritaban que se detuvieran.

Haciendo caso omiso a las órdenes, obligó a su cuerpo a transitar por el camino accidentado, plagado de objetos. Las ramas rasgaban no solo la tela de su kimono, sino también su piel. Algunas se enredaron en su cabello y otra había conseguido rasgar una parte de su antebrazo. Los músculos le ardían a causa del esfuerzo y comenzaban a centrarse ante la falta de alimento. Llevaban cerca de un día sin comer, por lo que, era increíble que ambas continuaran de pie.

La noche las engulló enteras mientras Sakura instaba a Hinata a seguir corriendo, la desesperación en su voz delataba la inminente amenaza que las ambiente con un sabor amargo, pero antes de que pudieran poner más distancia entre ellas y el peligro que las acechaba, el grito de Hinata rasgó el aire.

Su corazón dio un vuelco al percatarse que su compañera había caído en una trampa, un cruel cepo que había atrapado parte de su pierna. Sakura maldijo en voz baja, con el peso de la situación presionándola. Se acercó a ella, observando la situación. La herida, por suerte, parecía leve, pero la trampa la mantenía cautiva. Debía encontrar la manera de liberarla sin tener que considerar la idea de amputarle la pierna en ese preciso instante.

—Tranquila, todo saldrá bien—murmuró Sakura.

Hinata, con el rostro marcado por el dolor y el pánico, encontró difícil serenarse. Sakura, sabiendo que el tiempo era un aliado fugaz, respiró hondo. Observó la trampa y su mente se apresuró a encontrar una solución.

—Intentare romperla. Quedate lo más quieta que puedas—ordenó.

Mientras luchaba contra las implacables mandíbulas metálicas, la noche parecía alargarse hasta la eternidad. Los ominosos sonidos de pasos se acercaban, un tamborileo implacable que anunciaba la inevitable confrontación. Sakura, con sus manos trabajando con urgencia desesperada, notó la carga de la responsabilidad presionando sobre sus hombros.

En el pasado, habría abandonado a Hinata a su suerte. En un intento desesperado por mantener el número de sobrevivientes al tope, los altos mandos de la Insurgencia habían ordenado que, cualquier persona que terminase incapacitada durante alguna misión o en el campo de batalla debía ser abandonada. Por supuesto, el mandato causó indignación y revuelo, sin embargo, mostró ser lo suficientemente efectiva para mantener a flote el ejército.

Justo cuando menos lo esperaban, los hombres aparecieron frente a ellas. La cruda luz de la linterna reveló sus rostros, sombras pintadas con la siniestra intención de la persecución. Sakura, atrapada entre la urgencia de liberar a Hinata y el inminente enfrentamiento, se preparó para lo que le esperaba.

—Levantate—le ordenó uno de ellos.

Ella se irguió de su posición agazapada, desafiante. A simple vista no parecían soldados Uchiha, pero era difícil determinarlo bajo la escaza luz de la luna.

—Revísenlas—comandó a dos de sus hombres, quienes se aproximaron a ellas tan pronto como lo espetó.

Manos rudas recorrieron su cuerpo por encima del kimono, tanteando las curvas en busca de un arma oculta o cualquier objeto que pusiera en peligro la seguridad del grupo.

—Sin duda son kunoichis—comentó la única mujer del grupo.

Otro, alimentado por los prejuicios, espetó:

—Probablemente son putas de los Uchiha.

—¿Cómo lo sabes?—preguntó el líder, intrigado por la revelación.

—He visto mujeres con ese atuendo antes—respondió el otro insensiblemente.

Una sensación de fatalidad inminente se apoderó de su alma mientras el hombre contemplaba su próximo curso de acción.

—¿Qué deberíamos hacer con ellas?—cuestionó a su grupo.

—Matarlas, probablemente sean espías—escupió otro con desdén.

Los murmullos de acuerdo ondularon a través del espacio, como un coro de malevolencia.

Sakura, plenamente consciente de la precariedad de su situación, intercambió una fugaz mirada con Hinata. Las sombras parecían cerrarse a su alrededor, y la noche, antes su refugio, se transformaba en un crisol de peligros. El líder, titiritero del destino, contempló la siniestra sugerencia.

El hombre dio un paso tentativo hacia el frente y, solo cuando estuvo lo suficientemente cerca de Sakura, lo reconoció.

—¡No somos espías!—afirmó, con la mirada fija en el líder, que permanecía escéptico, con un fino velo de sospecha cubriendo sus facciones—. Yo soy Haruno Sakura y ella Hyūga Hinata—continuó con determinación.

El escrutinio del hombre se intensifico, su mirada penetraba a través de la tenue luz mientras las examinaba más de cerca. Hinata, con un temblor en la voz, dejó escapar un pequeño chillido cuando el hombre la agarró de la barbilla bruscamente, inspeccionándola con una curiosidad depredadora.

Sakura siguió todos y cada uno de sus movimientos con la mirada, cautelosa. Sabía que, cualquier movimiento en falso, las condenaría a muerte, pero el hecho de haberlo reconocido como un miembro de la insurgencia le había conferido un argumento lo suficientemente solido para negociar.

—Ustedes son miembros de la Brigada Oeste. Nosotras también formamos parte de la Insurgencia—agregó.

—¿Qué te hace pensar que lo somos?—cuestionó el hombre sin mirarla.

—Te conozco, Kurogane Ryujin, tú eres el capitán. Salve a tu hermana cinco años atrás, Hikari.

La revelación quedó suspendida en el aire, un tenso silencio se hizo presente en la escena mientras el hombre procesaba las palabras de Sakura. Atrapado entre el recuerdo y el peso de la sospecha, quedó enmudecido, con la incertidumbre surcando su rostro.

Sin embargo, el frágil equilibrio fue interrumpido por otro de los miembros del grupo, una voz que cortó la tensión de tajo.

—No te dejes llevar por esa mierda sentimental—se mofó.

La camarería que Sakura esperaba invocar se encontró con el cinismo. Era evidente que la desconfianza ensombrecía cualquier solidaridad potencial. Todos los involucrado tenían el derecho de desconfiar y sospechar.

Notando la precariedad de su situación, forcejeó con los hombres que la mantenían inmóvil. Sus ojos buscaron a Hinata, quien aún se continuaba atrapada.

Kurogane dejó escapar un suspiro resignado.

—Está bien—concedió, su decisión pendiendo de un equilibrio entre el escepticismo y una renuente aceptación de la verdad.

Su decisión atrajo las miradas incrédulas de algunos de sus compañeros, la sorpresa proyectada en sus rostros.

Otro de ellos, aparentemente más pragmático y abierto, lanzo una mirada dubitativa a su líder.

—¿Estás seguro de esto?—increpó.

Él asintió.

—Lo menos que podemos hacer es escucharlas—admitió.

La duda colectiva sobre las órdenes del capitán era palpable, pero al final, un conceso silencioso se apodero del grupo.

A regañadientes, aceptaron la realidad.

Al menos, Sakura había comprado tiempo para las dos.


La aldea yacía envuelta en un mutismo opresivo, una pesa niebla de luto se aferraba a cada uno de sus rincones. La desolación resonaba en las calles vacías, en un marcado contraste con la escena que se desarrollaba sin remordimiento al atardecer. El ejercito triunfante liderado por Uchiha Tekka emergió del umbral, marchando por las calles adoquinadas, mientras la gente se congregaba, con los ojos cargados de pena y desesperación observando la procesión con una mezcla de asombro e incredulidad.

Los vítores no demoraron en estallar esporádicamente, como chispas fugaces en una fogata exigua, ahogados por los ecos de las risas y los gritos triunfantes de los soldados victoriosos. Tekka, el héroe del Régimen, cabalgaba a la cabeza de la procesión, envuelto en un estandarte andrajoso que lucía la insignia del puño cerrado del gobierno. Su uniforme, maltrecho y manchado, delataba una dura batalla. Sin embargo, su postura hablaba de un triunfo que atravesaba el pesado aire como un faro de esperanza.

No obstante, Sasuke se mantenía apartado de la multitud, con los ojos clavados en la ventana ensombrecida que enmarcaba la escena. La desolación del exterior reflejaba su vacío interior. Había creído que Teka se había convertido en una víctima de la impecable marea de la guerra. La ausencia de noticias había grabado un sombrío relato en la mente de su padre, uno en el que su amigo y camarada había encontrado un final prematuro en el campo de batalla.

Por eso, cuando el inesperado telegrama llegó un día antes, fue como un ramalazo de decepción para él. El crujido del papel al desdoblar el mensaje parecía resonar en la habitación, y cada palabra produjo una sacudida en sus sentidos. La noticia de la supervivencia de Tekka, acompañada de promesas de buenas nuevas para el Régimen, desafiaban la narrativa que Fugaku había hilvanado en su mente.

—¿Cómo tomó la noticia tu hermano?

La voz de Fugaku surgió a su espalda, modulada, adusta, casi magnánima. Con las manos en los bolsillos, Sasuke despegó la mirada del cristal y giró sobre sus tobillos para contemplar a su padre.

—Fue… sorprendente para él.

Un suspiró salió de los labios del General, agotado por la coyuntura que afrontaba en los últimos días.

—Siempre se ha resignado a morir. Aunque, para ser sincero, jamás estuvo en mis planes ejecutarlo.

Sasuke frunció el ceño.

—Entonces ¿Cuáles eran?—quiso saber.

—Aún no lo tengo claro—respondió sin apartar la vista del documento frente a él—. Espero que el tiempo en prisión lo haya ayudado a reflexionar.

Sasuke contuvo las ganas de lanzar una carcajada ante la ingenuidad de su padre. Fugaku siempre se había negado a ver la realidad y, sobre todo, aceptar la naturaleza de su primogénito. En lugar de enfrentarse a la negativa de su padre, permaneció de pie en medio de la habitación. Antes de que pudiera pronunciar palabra, un golpe resonó en la habitación, y pocos segundos después, la voz del insufrible asistente reverbero, anunciando la inminente llegada de Tekka al despacho del General.

Al cabo de unos minutos, la puerta crujió al abrirse, revelando la maltrecha pero triunfante figura del comandante. Las cicatrices de la batalla marcaban su rostro y su uniforma, y el cansancio del conflicto persistía en sus ojos.

El comandante y Fugaku intercambiaron una respetuosa inclinación de cabeza, reconociendo la jerarquía y la formalidad del momento.

—General—saludó Tekka, sus ojos proyectaban una mezcla de respeto y profesionalidad.

Fugaku correspondió al saludo, reconociendo la presencia de su subordinado.

—Comandante Tekka, su oportuna victoria ha sido debidamente anotada.

La mirada del hombre se desvió y dio un paso adelante. Con un rápido movimiento, abrazó a Fugaku en un gesto de camarería. Cuando se separaron, los ojos del comandante se desviaron hacia Sasuke, que permanecía con aire estoico en un rincón de la sala.

—Demonios, ¿Cuánto tiempo estuve fuera? La última vez que vi a tu muchacho todavía portaba el uniforme de Capitán—dijo con sorna, esbozando una sonrisa.

—Tekka-san—murmuró Sasuke a manera de saludo.

—Comandante—replicó.

La expresión severa de Fugaku se suavizó mientras se situaba detrás de su escritorio una vez más.

—Pensé que habías muerto—expresó el General con sinceridad.

Demasiado cínico y cansado para apegarse al protocolo de comportamiento, Tekka dejó caer todo el peso de su cuerpo en una de las sillas desocupadas.

—Me encomendaste una tarea complicada. Esos hijos de puta dieron más pelea de lo que esperaba, pero a final de cuentas, conseguí someterlos—dijo orgulloso.

—¿Quieres beber algo?—preguntó Fugaku a sabiendas que la conversación se prolongaría durante un par de horas.

—Un sake me vendría bien—convino el comandante.

Mientras el asistente de su padre ingresaba a la habitación para preparar las bebidas, Tekka, indispuesto a dejar pasar el momento desapercibido, declaró.

—Tengo un regalo para usted, General.

—¿Un regalo?—Fugaku arqueó una ceja, intrigado.

Tekka hizo un gesto a sus soldados, que ingresaron en la habitación portando dos cajas de madera. La mancha oscura al fondo insinuaba una sombría revelación. Al colocarlas sobre el escritorio, los soldados dieron un paso atrás, con expresión inflexible.

El asistente se ocupó del sake, sirviendo las bebidas con eficiencia, mientras el comandante observaba la escena con satisfacción.

Fugaku, con una mezcla de curiosidad y recelo, se acercó a las cajas. Sin más preámbulos las abrió, e inmediatamente un desagradable hedor se esparció por la habitación. Sasuke arrugó la nariz en señal de disgusto, pero Tekka y sus soldados no parecían afectados, sus rostros no mostraban signos de incomodidad.

—¿Qué es esto?—preguntó Fugaku, con un tinte de asco en la voz.

Tekka, orgulloso de su ofrenda, se recostó en la silla con una sonrisa.

—Impresionante, ¿Verdad?, son las cabezas de Hayate Gekko y Raido Niamiashi.

Fugaku retrocedió, sorprendido por el grotesco contenido de las cajas.

—Ya sé que son cabezas, pero ¿Por qué traerlas aquí?

Tekka, impertérrito, hablo con la insensible seguridad de alguien que conoce desde hace tiempo la brutalidad de la guerra.

—General, lleva demasiados años alejado del campo de batalla. Son trofeos, recuerdos de nuestras victorias. Algo para añadir a su colección.

La sorpresa inicial del General se transformó en una sonrisa irónica.

—Eres un verdadero depravado—comentó con un toque de humor negro.

Tekka soltó una carcajada, un sonido gutural que reverberó por toda la sala. Con un gesto despreocupado de la mano, indico a sus soldados que retiraran las horripilantes ofrendas. Sasuke, incapaz de ocultar su repulsión, observó horrorizado cómo se llevaban las cajas.

Cuando el asistente les entregó sus bebidas, Fugaku le despidió con un movimiento de cabeza. El hombre abandonó la sala a toda prisa, claramente perturbado por la pérfida atmosfera que se respiraba en el interior. La marcha provoco la risa tanto de Fugaku como de Tekka, una diversión compartida por la incomodidad de los demás.

—Se han ablandado—comentó el comandante con una sonrisa burlona, señalando hacia la figura en retirada del hombre.

Fugaku tomó asiento en su silla y, acto seguido, bebió un sorbo contemplativo de Sake.

—Eso parece—convino. Asentándose en la conversación, Fugaku señaló hacia las cajas ahora vacías.—Ahora cuéntame, ¿Cómo sucedió todo? Quiero detalles, no solo los trofeos.

Por lo que Sasuke sabia, la aldea en disputa era un punto importante para el Régimen. Las escaramuzas entre las fuerzas Uchiha y de la Insurgencia fueron constantes, aunque de baja intensidad. Los locales solían llevarse la peor parte ya que estaban desunidos para presentar una resistencia coordinada. Pero en ocasiones los pobladores planteaban una resistencia seria, como sucedió cuatro años atrás. Allí se produjo una batalla en toda regla, con siete mil muertos entre los dos bandos, y en la que su padre tuvo que recurrir a fuerzas especiales y así doblegar el ejercito enemigo.

Con una nueva guerra en toda regla, Fugaku no solo no detuvo al ejército, sino que accedió a las peticiones de sus comandantes sobre cómo lidiar con los enemigos. Así que eliminó las leyes que contemplaban un buen trato a los prisioneros de guerra.

Durante el transcurso de una hora, Sasuke escuchó con detenimiento las atrocidades cometidas en la aldea. Tekka relató con lujo de detalle como sus hombres, durante un periodo de ocho semanas, torturo, violaron y asesinaron a unos cien mil civiles aproximadamente.

A medida que la historia avanzaban también lo hacia el abanico de crímenes que se tornaba cada vez más amplios.

Sasuke, con los nudillos blancos por la tensión, escuchaba atentamente. Las historias de brutalidad y la insensibilidad con la que hablaba el comandante, dejaron un sabor embargo en su boca.

Incapaz de soportar por más tiempo, Sasuke apretó los puños a sus costados y se levantó de su asiento. Tekka, al notar la repentina tensión en Sasuke, enarcó una ceja.

—¿Sucede algo, comandante?

Sasuke tragó grueso. El sabor de la bilis colmaba sus papilas gustativas.

—No.

—¿Demasiado para tu estomago?—preguntó, sin inmutarse por el malestar de Sasuke, lanzando el comentario burlón. Una sonrisa socarrona estiró la comisura de sus labios.

Sasuke se encontró con la mirada de Tekka, ignorando la sonrisa burlona.

—Lo lamento, pero hay asuntos que debo atender—se excusó.

Sin ánimos de lanzar una mirada atrás, caminó en dirección a la puerta. Antes de marcharse, escuchó a Tekka decir:

—Tal vez deberías considerar unirte a una de mis expediciones—sugirió.

Sasuke, sin ofrecer una respuesta directa, se limitó a asentir y cerró rápidamente la puerta tras de sí.

Mientras caminaba a paso ligero por los pasillos, los ecos de los relatos del comandante permanecían en su mente, una desconcertante sinfonía de violencia y triunfo.

Al salir a la calle, se encontró en medio de los signos de la vida reanudando su curso. La celebración en la aldea continuaba, el ambiente estaba atestado de vítores y risas. Reprimiendo las ganas de vomitar, se dirigió hacia el distrito rojo, con la mente consumida por la necesidad de respuestas.

Arribó al burdel en menos tiempo de lo que esperaba. Una riada de repulsión lo invadió al darse cuenta de que el lugar estaba repleto de soldados malolientes y borrachos, ansiosos por deleitarse con sus relucientes triunfos. Discutir sus planes en un ambiente así sería más difícil de lo que había previsto, pero era una conversación que no podía evitar.

Sin vacilar, se dirigió hacia el bar, ignorando por completo el tumulto que lo rodeaba. Un soldado se adelantó, dando una calada a su cigarrillo. Mientras sus compañeros escuchaban atentamente, rodeados de mujeres seductoras, el hombre declaró con orgullo que había organizado una competición. El objetivo: ver quien decapitaba más prisioneros. Las mujeres adornaron el horror con su coqueta presencia.

—¿Ganaste?—preguntó su acompañante.

—Por supuesto que no, ni siquiera logre decapitar a cien—dijo.

El grupo se echó a reír.

La joven despegó la mirada del soldado raso y posó su atención en el capitán.

—Entonces, supongo que usted lo hizo—sonrió.

El hombre asintió orgulloso, extendió una mano y la atrajo hacia su cuerpo.

—Eres demasiado astuta para ser una prostituta—le dijo—. Por supuesto que fui yo, decapite a seiscientos de esos bastardos—las risas nuevamente brotaron—. Merezco un premio ¿no lo crees?

Antes de que la horrizada chica fuese capaz de responder, el hombre lanzó su cigarrillo al cenicero y la levantó con finalidad, colocándola sobre su hombro mientras caminaba a una de las tantas habitaciones disponibles en el lugar.

A pesar de las oleadas de nausea que amenazaban con obligarlo a derramar todo el contenido de su estómago en ese momento, tomó asiento en la barra. Si los relatos de los soldados eran ciertos, entonces estaba escuchando algunos de los peores crímenes de guerra cometidos por los hombres de su padre.

Sus ojos negros recorrieron la barra y acabaron fijándose en el joven bartender. El chico se encontraba sirviendo diligentemente una ronda de bebidas a una de las camareras, que luego llevó la bandeja hacia un grupo de soldados ansiosos.

El ambiente poco iluminado del burdel parecía intensificar el peso de las historias que le rodeaban. Sasuke intentó ignorar el desarrollo de las escenas, concentrándose en la pulida superficie del bar. Sin embargo, la cacofonía de las risas, el tintineo de los vasos y las conversaciones penetraron en su intento de distanciamiento.

—Elegiste un mal día para venir de visita—dijo el bartender.

Sasuke, absorto en sus pensamientos, opto por dejar correr el comentario. El chico continuo:

—Son unos malditos animales.

Sasuke no pudo evitar asentir en silencio, aunque una persistente preocupación ondulaba en su mente. Necesitaba asegurarse de que Sakura estuviese a salvo e ilesa.

—¿Cumpliste con tu misión?—preguntó yendo directo al grano.

El joven echó un vistazo a su alrededor, cauteloso.

—Sígueme a la trastienda—susurró.

Sin darle oportunidad de replicar, el muchacho anuncio a su compañero que saldría a fumar un cigarrillo. El hombre disimuló su exasperación, pero accedió, instándolo a que no tardara demasiado.

Luego de unos segundos, Sasuke siguió al chico. El gélido aire del invierno lo recibió tan pronto como puso un pie fuera del establecimiento, directo en el callejón.

—El plan no resulto como esperábamos—anunció el hombre.

Sasuke frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Hubo cambio de planes. Esa noche había un retén veinte kilómetros adelante. Tuve que llevarlas a todas a un punto de control. Están sanas y salvas, y volveremos a intentarlo cuando la situación se calme. Aunque no puedo hablar por todas. Dos de ellas decidieron separarse del grupo.

Sasuke entrecerró los ojos, absorbiendo la información. Necesitaba más información, sobre todo acerca de las chicas que habían decidido apartarse.

—¿Quiénes eran?—exigió, una nota de urgencia en su voz.

—La kunoichi de cabello rosado y su compañera con el parche—respondió.

Sasuke sintió como si la vida se le estuviera escapando del cuerpo. La desesperación se apodero de él. Aquello debía tratarse de una puta broma.

—¿Qué?—preguntó.

—Fue una decisión propia—replicó el chico, tratando de liberarse de toda culpa.

Al borde de la desesperación y, irracionalmente, tomó al muchacho por la solapa de la camisa y lo impacto contra la pared.

—Tenías un trabajo, un maldito trabajo—siseó, molesto.

En un intento desesperado por contenerlo, el muchacho lo tomó por las muñecas.

—¡¿Por qué lo permitiste?!

—N-no fue mi culpa—titubeó—. Todas intentaron persuadirla, pero la kunoichi de ojos verdes se rehusó—dijo con dificultad.

—¿Mencionó hacia donde iba?—apretó con más fuerza.

—Hacia… Kōen no Sato.

Sasuke aflojó su agarre, liberando al chico. El muchacho tosió, visiblemente conmocionado. El peso de la revelación se asentó en el aire, dejándolos a ambos sin habla.

El Uchiha se percató del peligro potencial que aguardaba por Sakura. Si los relatos de los soldados eran cientos, ella podría estar entre las víctimas del ataque. La desesperación que sintió antes se transformó en una sensación de urgencia. La cruda realidad de la situación que pesaba sobre él, y un miedo inquietante, se apoderaron de su corazón.


El campamento se ubicaba a casi un kilómetro de la aldea, el único lugar donde podían escapar del hedor a muerte que impregnaba Kōen no Sato.

Lo que quedaba de la Brigada Oeste de la insurgencia se habían escondido durante días bajo los cuerpos de sus camaradas asesinados, demasiado aterrados para atreverse a salir por si el ejército de los Uchiha regresaba.

Cuando parecía que ya podían alejarse del perímetro de ejecución, se ocultaron en las ruinas de los barrios marginales del lado este de la ciudad.

A su lado, Hinata sostenía su mano, apretando sus dedos con fuerza contra los suyos. Se encontraban postradas en el suelo, cerca de la fogata, mientras Kurogane relataba el horror de las últimas semanas.

—Estábamos condenados desde el comienzo—dijo él, con la mirada fija en la danza de las llamas—. Solicitamos refuerzos a la Insurgencia, dijeron que demorarían algunas semanas en llegar. Pero, aunque hubiesen arribado en días, no hubiera cambiado nada.

»La situación política de la Aldea era complicada en sí. Había dos lideres enfrentados y, aunque Raido y Gekko les imploraron que dejasen a lado sus diferencias, no consiguió que entraran en razón—Kurogane tragó saliva—. Los tres primeros enfrentamientos salieron mal. Los Uchiha se habían retirado una semana atrás, así que nos tomaron por sorpresa. Ingresaron a la ciudad desde la puerta norte. Fuimos demasiado ingenuos al creer que no encontrarían paso en las montañas. Llegaron por la noche y ellos… ellos capturaron a Gekko. Lo desollaron vivo sobre la muralla para que todos pudiéramos verlo. Eso quebró nuestra moral. Era obvio que los soldados intentarían huir.

»Después de la muerte de Gekko, Raido opto por rendirse. Ofrecimos nuestras armas sin resistencia. Dijo que se mostrarían más compasivos si no dábamos batalla—se estremeció violentamente—. Aquel día que hicieron a Raido prisionero, tomaron a sus hombres más cercanos y el comandante Tekka los llevó a la plaza de la ciudad y los decapitó. Algunos nos quedamos para luchar. Era inútil, pero era mejor que rendirse. No podíamos deshonran a la Insurgencia. No de esa forma.

—Pero… no enviaron la ayuda que solicitaron—murmulló Sakura, incrédula.

—Raido revocó la petición. Probablemente la noticia los intercepto a medio camino—suspiró—. Como lo dije, no habría diferencia, salvo en el número de muertos.

En pocas palabras, la Insurgencia había abandonado Koen no Sato. En menos de una semana, la aldea había sido entregada a los Uchiha en bandeja de plata, sometida a los caprichos de las fuerzas enemigas.

El régimen se encargó de exprimir a la aldea de todos sus recursos, en preparación para una encomienda más profunda al interior del país del fuego. Saquearon los comercios, reunieron el ganado, y exigieron a las familias que les entregaran sus reservas de arroz y granos. Cualquier cosa que no pudieron llevar consigo, lo quemaron o lo dejaron malograr.

Después se libraron de la gente.

—Hubo ejecuciones masivas, las suficientes para acabar con lo poco que quedaba de la Insurgencia. Aniquilaron a nuestra división en una noche—continuó relatando el hombre—. Algunos de nosotros sobrevivimos por estar cerca de la puerta sur. Cuando ya no quedó ejército, ya no existía una barrera que se interpusiera entre los soldados y la gente. Sin protección, sin recursos personales y sin un plan, todo cuanto poseían las personas era la esperanza de que los Uchiha los tratarían bien. Algunos hasta se habían convencido de que serían mejores gobernantes. Pero ese sentimiento no duro mucho. Nada más al entrar en la capital, los soldados Uchiha, que deambulaban en grupos de seis a doce hombres, aniquilaban a todo el que veían.

»Dios, creía que ya lo había visto todo, pero puedo jurarles que los Uchiha dejaron volar su creatividad con las ejecuciones y las barbaries cometidas. Algunos de los sobreviviente nos relataron como los soldados mutilaban a las mujeres embarazadas, extrayéndoles los fetos y lanzándolos al aire para atravesarlos con kunais o shurikens por puro entretenimiento. Entre otras de sus pérfidas actuaciones, estuvieron acciones comunes como prenderles fuego a las victimas o encerrarlas en edificios que eran incendiados, enterrarlas vivas hasta la cintura para que se las comiesen los perros, cortarles miembros del cuerpo, decapitarlas o, incluso, aplastarlas. Cuando los cadáveres comenzaron a acumularse, no tuvieron más opción que lanzarlos al rio, cuyas aguas están teñidas de color rojo.

—Kurogane-san… basta—lo interrumpió una de sus compañeras, dejando recaer una mano sobre su hombro—. No te atormentes, no revivas esos recuerdos—le suplicó.

Kurogane asintió. En silencio, otro de sus hombres le pasó su cantimplora.

—¿C-cómo se atrevieron a hacer eso?—se preguntó Hinata—. ¿Qué hizo esta gente para que los Uchiha los odien tanto?

—No es nada que hayamos hecho—dijo Sakura—. Es como entrenan a los soldados Uchiha. Cuando piensas que tu vida no significa nada excepto tu utilidad hacia Fugaku, la vida de tus enemigos significa incluso menos.

Shisui se lo había dicho en una ocasión, cuando, después de una pesadilla, despertó agitado. Sakura se quedó despierta para consolarlo. Al parecer se trataba de un episodio en particular que lo atormentaba, una de las tantas barbaries en las que participó como testigo cuando era un niño.

—Los Uchiha no sienten nada—Ryujin asintió, dándole la razón—. No se consideran a sí mismos personas, sino parte de un plan mayor. Hacen lo que ese les ordena. Están acostumbrados a propagar el mal. No se les pude considerar propiamente humanos—la voz del general temblaba.

Una vez más, la mujer volvió a estrujar su hombro, pidiéndole silenciosamente que se detuviera.

Sakura agradeció el gesto. Suficiente habían tenido con admirar la escena y oler el hedor para escuchar el relato de la masacre con lujo de detalle.

A medida que se desarrollaba el relato, Sakura iba perdiendo el control de la realidad y, solo cuando el dolor comenzó a diseminarse por su muñeca hasta el antebrazo, se percató que durante todo ese tiempo había clavado las uñas en la palma de su mano, una manifestación muda de la agitación que sentía en su interior.

Kurogane le dedicó una mirada de complicidad. Un atisbo que reconocía la carga compartida de sus experiencias. Al cabo de un momento, soltó un suspiro resignado.

—No tenemos mucho—admitió—. Nuestros recursos son limitados, pero podemos ofrecerles refugio, comida y ropa. No es la gran cosa, pero es un comienzo.

Sakura, a pesar de la pesadez de su alma, asintió en señal de agradecimiento. Ante la adversidad, el santuario ofrecido representaba un rayo de esperanza.

—Aiko, por favor, asegurate de que ambas consigan una muda de ropa cálida—le dijo a su compañera.

La chica asintió y sin más se acercó a ellas. Sakura intercambio miradas con Hinata. Ambas se sentían lo suficientemente aliviadas de haberse encontrado con rostros conocidos, aliados.

—Sakura-san ¿tienes un momento?—le preguntó el hombre.

Hinata, insegura, la contempló.

—Está bien, te alcanzare en un momento—aseguró con una pequeña sonrisa—. Anda, asegurate de elegir algo para mi ¿si?

La heredera Hyūga asintió y, sin más, caminó en dirección opuesta a Sakura, en compañía de la chica llamada Aiko.

Sakura siguió al hombre hasta la relativa intimidad del espacio en ruinas, donde una luz solitaria proyectaba sombras parpadeantes. Él tomó asiento y ella permaneció de pie.

—¿Cómo escaparon?—preguntó, observándola con genuina curiosidad—. Escuchamos que las tenían encadenadas.

—No exactamente—respondió.

—Esclavas sexuales en Konoha—suspiró, sorprendido.

—No estábamos en Konoha.

—Supongo que no.

Pese a la pobre iluminación de la habitación, Sakura observó con detenimiento la faz de Ryujin. Su rostro era afable contrastaba con la fuerza que emanaba su presencia física. Tenía ojos profundos y penetrantes, de color ámbar. Su nariz era recta y firme, complementando la armonía de sus rasgos faciales. Llevaba el cabello corto y negro, con algunas hebras grises.

—Pueden quedarse con nosotros. Como puedes ver, todo es un caos y entendería si quisieran marcharse—dijo, esbozando una pequeña sonrisa.

—Gracias—murmuro—. Si no es mucha molestia, me gustaría intentar establecer comunicación con la base.

—Buena suerte con eso—dijo Ryujin con una pizca de escepticismo—. Los canales de comunicación fueron destruidos.

Sakura tragó grueso, asimilando el peso del obstáculo que tenía ante sí.

—Aun así, aprecio profundamente lo que hicieron por mi Hinata—agregó.

Ryujin, cuya actitud no se vio suavizada por el agradecimiento, espetó:

—Esto no es una caridad.

—Y no estamos buscándola—rebatió Sakura con férrea determinación—. Con todo respeto, no tienes idea de lo que hemos hecho para llegar hasta aquí. Podemos serles útiles.

La mirada de Kurogane se detuvo en ella, con una expresión ilegible. Después de un momento, cedió, tal vez reconociendo el potencia que podrían aportar.

—Encontrare la forma de contactar a la Insurgencia, pero no puedo prometer nada—admitió con aspereza.

Sakura expresó su gratitud y se dispuso a marcharse. Sin embargo, detuvo sus pasos al escuchar la pregunta de Ryujin.

—¿Cuál de las dos se quedara conmigo?—inquirió, refiriéndose a ella y Hinata.

—¿Qué?—musito, confundida por la inesperada petición.

Kurogane la miró directamente, con la implicación de sus palabras flotando en el aire.

—Cualquiera de las dos está bien—respondió, con un tono inquietante.

Un escalofrío recorrido su espina dorsal al comprender la insidiosa naturaleza de su petición. La realidad de la situación se abatió sobre ella y sintió que la vida escapaba de su cuerpo.

Sus entrañas se removieron al evocar con exactitud la invasión de los dedos de Inabi, su aliento asqueroso bañándole el rostro, sus grotescas manos pellizcando y estrujando su cuerpo.

Se encontraba una vez más enfrentando una dura batalla, la cruel realidad de la supervivencia, que trascendía el campo de guerra y se adentraba en los siniestros reinos de la interacción humana. En medio de las implacables garras de la lucha, no solo tenía que lidiar con las amenazas externas, sino también con los inquietantes compromisos que traicionaban la frágil esencia de su feminidad.

Con un valor inquebrantable, Sakura dio replica a la insidiosa petición.

—No me refería a eso.

Ryujin, esbozo una sonrisa que revelaba una cruel comprensión.

—Es lo que tienes—contraatacó con una dosis de simpatía—. Nada es gratis en este lugar.

El suelo bajo sus pies comenzó a tambalear. Aquello no podía ser cierto.

Debió demorar más de un momento en responder, puesto que, ante el mutismo, Ryujin continuo:

—Debería pedirle Aiko que traiga a la chica Hyūga, tal vez ella este más dispuesta a cooperar.

Sakura, con los puños cerrados por la frustración y desesperación, rechazó la idea con vehemencia.

—No, Hinata no.

El hombre, impasible, fijó la mirada en ella.

La angustia no expresada le contraía la garganta. Ahora mismo, se encontraba a merced de decisiones que nunca imaginó tomar.

Tragó grueso, el sabor amargo de la rendición se aferró a su palabras mientras ella de mala gana insistió:

—Yo lo hare—susurró; su voz era un eco quebradizo entre las ruinas.

Con una perturbadora falta de ceremonia, el hombre se despojó de su chaqueta, un gesto que provocó que un escalofrió recorriera todo su ser. Sintió los temblores estremecer su cuerpo, la constricción de su garganta y el ardor de sus ojos, agobiados por las lágrimas no derramadas que buscaban liberación.

Sakura no dijo nada. Se limitó a mirarlo, recordándose a sí misma que solo tenía que aguantar un poco, hasta que pudiera formular un plan.

Podía soportarlo. Lo haría.

Pasó junto a él, una fría ráfaga la rozó mientras se dirigía al único mueble disponible en el lugar. Se acercó en la mesa. Con el corazón oprimido y el cansancio grabado en cada línea de su ser, se reclinó sobre la implacable superficie. La tenía luz acentuaba los contornos de su figura, una silueta marcada por la rendición a unas circunstancias que ninguna mujer debería soportar.

Sakura no había imaginado que fuese posible sentir más asco, pero al parecer sí. Se mordió el interior de la mejilla hasta que sintió que la piel cedía y la sangre inundaba su lengua a la par que sus pies empezaban a obedecer automáticamente.

La madera se incrustó en los huesos de su cadera. Apoyo las manos en los bordes y se aferró hasta que la fuerza le hizo crujir los nudillos. Lucho por no temblar. Todo su cuerpo estaba tenso por la intensidad de su vulnerabilidad. Sus oídos se esforzaban por detecta cualquier sonido.

Hubo una pausa. Entonces oyó a Kurogane acercarse a ella lentamente.

Se detuvo justo detrás y se hizo otro silencio. Podía sentir sus ojos clavados en la longitud de su espalda cubierta.

Cerró los ojos con fuerza al escuchar el indistinguible sonido que emitía la hebilla del cinturón al desabrocharse y el crujir de la tela del pantalón.

Ante la expectación, intentó pensar en otra cosa, alejarse de su cuerpo, ver aquello como una misión más. Pero todo era tan real, tan nítido.

«No me avergonzare de esto—pensó—. Lo soportaré. Volveré a ser yo después.»

Ryujin posó brevemente una mano en la parte baja de su espalda mientras le subía la falda del kimono hasta la cintura. Sintió el aire frio de la habitación contra su piel, presa del aturdimiento. Temblaba tanto que el escritorio se movía.

—Abre más las piernas—ordenó.

Ella obedeció.

Sin previo aviso, la penetró.

Trató de contener el sollozo que subió por su garganta, pero la brusca invasión la tomo desprevenida. Al oír su grito, él se detuvo, solo un instante, antes de volver a moverse.

Cerró los ojos y se dijo que aquello no tenia ninguna relación con lo que Sasuke y ella habían hecho juntos.

Intentó bloquear sus pensamientos, desligarse de su cuerpo, convertirlo en una máquina, en un objeto totalmente ajeno a ella.

Cuando terminó, los movimientos se volvieron irregulares y más bruscos, y luego se calmó de repente con un silbido silencioso.

Se quedó allí un segundo antes de apartarse, mientras ella se esforzaba por que su cara no reflejase el asco que sentía.

Al cabo de un minuto o dos, que parecieron una eternidad, Ryujin se vistió meticulosamente y pasó una mano por su cabello con indiferencia.

Con las manos temblorosas, Sakura volvió a cubrirse las piernas. Podía sentir la semilla de Ryujin resbalando por sus muslos, cayó en cuenta que no podría bañarse, pues en la ciudad no había agua corriente. Ese pensamiento la hizo desmoronarse. Los fluidos de aquel hombre quedarían dentro de ella, su olor permanecería en su piel y ella no tendría modo de lavarse.

—Puedes quedarte a pasar la noche—le sugirió, regresando a su asiento—. O si prefieres regresar con tu compañera…

Incapaz de encontrarse con su mirada, abandonó la desolada biblioteca. Fue en la soledad de aquel momento, lejos de las inquietantes sombras cuando la fachada de valentía acabó por desmoronarse.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos, le flaqueó el coraje y rompió a llorar.


Las atrocidades que había escuchado esa noche, las historias que los soldados relataban entre risas, con orgullo, como si se tratara de una verdadera proeza. Los detalles, las descripciones… todo daba vueltas por su mente.

Sus manos temblaban mientras tomaba la botella de cerámica, con los dedos trazando las líneas grabadas de la desesperación.

Se obligó a beber otro sorbo, el líquido ardía como un amargo arrepentimiento en su descenso. El contenedor temblaba en sus manos, un frágil y desesperado intento por adormecer el dolor enroscado en su interior.

Las lágrimas se deslizaban por su rostro, dejando tras de sí un rastro de angustia y desesperación. Había luchado tanto para ayudarla a escapar de esa pesadilla, solo para arrojarla a un abismo más oscuro. La habitación parecía cerrarse sobre él a medida que los minutos transcurrían.

¿Por qué demonios había decidido Sakura tomar otro curso? Fue ingenuo de su parte pensar que la suerte de su amada cambiaria una vez que ella subiera al tren. Su respiración se tornó más entrecortada a medida que repasaba las escenas en su mente, una horripilante presentación de salidas de desesperadas y crueles realidades. El sabor metálico del arrepentimiento permanecía en su boca, un amargo recordatorio que lo habían llevado a ese punto sin retorno, a esa desolación.

Sollozó una vez más, el sonido cortó de tajo el silencio como una melodía lúgubre. Sus ojos, enrojecidos y atormentados, proyectaban la agonía que se apoderaba de su alma. La había orillado a embarcarse en un viaje hacia lo desconocido, un camino que ahora parecía bordeado por las sombras de una muerte inminente. Su corazón se retorcía de angustia, sabiendo que la decisión de ayudarla a escapar se había transformado en la peor de todas.

Se volvió a tallar los ojos con fuerza, que le escocían por las lágrimas no derramadas. Sakura probablemente había muerto, o tal vez había sufrido un destino peor. Los soldados eran hombres crueles, si es que podía catalogarlos como hombres una vez había finalizado el candor de la batalla.

A su mente, acudió un recuerdo en particular.

En una de las tantas expediciones a las que acudió con Shisui, a la luz menguante de la luna, las sombras se aferraban a las ruinas como espíritus vengativos. El aire estaba cargado del aroma a acre del humo y de la persistente desesperación de una tierra devastada. Sasuke siguió la estela de Shisui.

Llegaron a los restos esqueléticos de un edificio que, horas atrás, había estado de pie. Sus paredes eran meros fragmentos de su antigua gloria.

Los ojos de Shisui, normalmente fríos y distantes, se encendieron como una brasa al contemplar la desolación.

Acudieron a la última habitación de pie, inundada por el enfermizo resplandor de una única linterna. Tan pronto como se situaron en lo que antes solía ser el umbral de la puerta, contemplaron la abominación que se desplegaba ante ellos. Un espantoso cuadro se reveló con escabroso detalle. Cuatro soldados, con los rostros distorsionados por una grotesca mezcla de placer y brutalidad, participaban en un pérfido espectáculo.

Tres de ellos se deleitaban con el perverso éxtasis de la escena, con los ojos vidriosos por una locura nacida del poder sin control. El cuarto, una silueta de malevolencia, mancillaba la dignidad de una chica, embistiéndola con violencia, mientras lagrimas silenciosas rodaba por sus mejillas reventadas por los golpes.

Shisui se obligó a hablar.

—¿Por qué demonios no están en sus posiciones?—exigió saber. Su voz sonó como un gruñido.

—Capitán—dijeron los cuatro al unisonó al verlo.

Shisui intercaló la mirada entre los perpetradores a la chica violada, se preparó para la confrontación que se avecinaba.

—No es lo que…

—¿Acaso vas a cuestionar mis ordenes?—preguntó, furioso.

El hombre retrocedió dos pasos, tembloroso.

—Consigue a un ninja medico de inmediato—ordenó el afamado shinobi mientras se colocaba de cuclillas frente a la chica, ayudándola a componer los retazos de tela que cubrían su cuerpo. Se despojó de la chaqueta de su uniforme y la coloco sobre sus hombros temblorosos, esperando conciliar el dolor.

Sasuke observaba todo en silencio. Shisui, una tempestad de rabia controlada, reconoció su escrutinio con un gesto seco. Su voz era como una espada desvainada que cortaba el aire sofocante.

—Debería castrarlos a todos y hacer que se coman su propio miembro—escupió.

Los soldados, con el terror desfigurando sus rostros, retrocedieron ante el peso de la ira de Shisui.

—Como si no fuese suficiente haber destruido su ciudad, lo que acaban de hacer terminara por arruinarle la vida—espetó.

—Sasuke—lo llamó.

Cuando los ecos del pasado empezaron a disiparse, la voz que pronunciaba su nombre sufrió una sutil metamorfosis, transformándose gradualmente en un timbre familiar.

En un acto reflejo, entornó la mirada hacia la fuente del silencio, vislumbrando a la silueta de su hermano mayor. Itachi permanecía estoico en la puerta, observándolo en silencio.

—¿Qué quieres?—preguntó, desganado y cansado por partes iguales.— No estoy de humor para conversar.

—Para ser justos nunca lo estas—respondió.

Cerró la puerta tras de sí y comenzó a caminar hacia él.

La botella que Sasuke tenía entre sus manos parecía intrascendente mientras navegaba por las ruinas de su tensa relación. No le tomó mucho tiempo reconocer los signos visibles de la angustia de Sasuke, y sus agudos sentidos captaban más de lo que deseaba.

—Escuche a alguien sollozar—declaró con naturalidad—. Decidí comprobar si estabas bien… Claramente no es así.

Rehuyendo del contacto visual, bebió otro largo sorbo de su botella.

De pie ante su hermano menor, se colocó en cuclillas hasta quedar a su altura, tal como solía hacerlo cuando eran pequeños y Sasuke no parecía tan intimidante.

—¿Qué fue lo que sucedió?—indagó suavemente.

—Se trata de S-Sakura—hipeó—. Probablemente ella este muerta. Yo… yo la envié a su propia muerte o tal vez a un destino más cruel.

Itachi lo escuchó, atento. Antes de mencionar algo al respecto, tomó asiento a su lado.

—¿A qué te refieres?—preguntó, temeroso de la respuesta.

—Escuche las historias que relataban los soldados de Tekka… Dios, son unos monstruos—la voz se le quebró—. No hay sobrevivientes, acabaron con toda la vida humana del lugar… Koen no Sato.

Itachi tragó grueso.

Sasuke dejó que el pesar se filtrara a través de sus huesos. La botella en sus manos, fría como la desesperanza que lo abrigaba, era un bálsamo efímero para sus penas.

Itachi le arrebató la botella de las manos temblorosas.

—Ya es suficiente—murmuró, autoritario—. No puedes seguir así.

Los ojos de Sasuke, perdidos en el abismo de su dolor, se alzaron para encontrarse con la mirada firme de su hermano mayor.

—Tengo que ir a buscarla.

Intentó levantarse, pero el alcohol ya había hecho de las suyas en su sistema, haciéndolo tambalear.

—No puedes hacerlo.

Las lagrimas continuaban su descenso silencioso por las mejillas de Sasuke. La desesperación se aferraba a él como un espectro indomable.

—No puedo aceptarlo. Necesito encontrarla, no puedo dejar que desaparezca así—sollozó Sasuke, con la voz rota.

—Si papá se entera…

—Papá puede irse a la mierda—lo interrumpió—. Debo asegurarme de que ella se encuentra bien, que está a salvo.

Itachi lo escrutó durante un minuto o dos. Era increíble apreciar la transformación de su hermano pequeño de un guerrero obstinado a un ser con alma quebrantada. Frente a él no estaba el comandante desafiante que había enfrentado días atrás en la fría celda, sino un Sasuke vulnerable, al borde del colapso.

El susurro del viento se filtró entre las ventanas. Sasuke, con una urgencia palpable, aferró sus dedos a la mano de Itachi como si esa conexión pudiese aclarlo al mundo que amenazaba con desmoronarse.

—Por favor, Itachi—suplicó—. Necesito tu ayuda. No sé qué hacer.

Acostumbrado a acarrear con el peso de las decisiones difíciles, sintió la carga adicional que imponía la desesperación de su hermano.

Había estado en esa situación meses atrás, cuando se enteró de la desaparición de Izumi. Le había rogado a Shisui que fuese a buscarla, pero su amigo lo hizo entrar en razón y se quedó a su lado, hasta que las lágrimas dejaron de brotar y los sollozos se acallaron.

—Haré lo que este en mis manos. Pero ahora, necesitas descansar. ¿Quieres que traiga una pastilla para dormir? Te ayudara.

Sasuke asintió. Estaba demasiado ebrio para protestar.

Sin más, Itachi lo ayudo a levantarse. Mientras lo conducía hacia la cama, el desconsuelo y la agonía aún se reflejaban en sus ojos. Tomaron asiento juntos en el borde de la cama, la penumbra los envolvía como un manto compasivo.

Cuando los párpados de Sasuke finalmente se cerraron, el mayor de los Uchiha se permitió exhalar un alivio momentáneo. Sin embargo, cuando volvió a abrirlos, una chispa de inquietud parpadeó en su mirada.

—¿Papá te hablo del Mangekyō Sharingan?—le preguntó.

Ofuscado, Sasuke frunció el ceño.

—¿Qué demonios tiene que ver el Mangekyō con Sakura?

Itachi volvió a suspirar.

—Eres un tonto, hermano, pequeño. Pero, créeme, tiene que ver con todo.


Con pasos cautelosos, Ino y Naruto atravesaron el umbral de la habitación. La oscuridad del recinto acogió sus figuras con complicidad, mientras la puerta se cerraba tras de ellos.

Ambos se movían con una sincronización inquietante. Como dos entidades fusionadas con un propósito compartido. El roce de sus cuerpos apenas perceptible, pero cargado de una electricidad que vibraba en el aire. El suelo parecía responder a sus pisadas, susurros apenas audibles de complicidad resonaban en las sombras.

Con la misma audacia con la que la había besado minutas atrás, la acorraló contra la pared. Ino, en un acto reflejo, rodeó su cintura con ambos muslos mientras él se deleitaba con la carne y la curva de su trasero.

Desde esa posición privilegiada, la fricción entre sus sexos era más perfecta.

—Mierda—masculló Naruto contra sus labios—. Espera…

—¿Te estoy lastimando?—preguntó confundida.

—No, pero estamos yendo muy rápido.

Ino puso los ojos en blanco.

—No tenemos tiempo para eso—dijo, desechando las preocupaciones del Uzumaki y callando cualquier replica con un beso.

Atendiendo a las suplicas de su compañera, la llevó hasta la cama y, sin más demora, comenzó a arrancarla la ropa, prenda por prenda.

—Date prisa. Quiero sentirte dentro de mi—espetó.

Y, como si se tratase de un hechizo, él obedeció. Tan pronto como dejó caer sus propios pantalones al suelo, se colocó entre sus piernas y la penetró. Ambos lanzaron un gemido de satisfacción.

—Estuve esperando por esto—murmuró Naruto contra la piel de su cuello, aun sin moverse.

—Ya puedes moverte—dijo Ino.

En su vida se había sentido así. Propasada, empezó a jadear, su razón, su cuerpo entero fuera de control. Cada elevación de caderas y el encuentro con las de él la hacían gemir. Naruto la empujaba sin parar contra la cama. Ella se retorcía bajo su peso, asqueándose frenética hacia arriba.

—Eres un pervertido—lo acusó. Se agarró a sus hombros, aferrándose a él como si una ola la arrastrara hacia altamar y solo él pudiera salvarla.

—Mira quien habla.—Naruto se ancló a ella, la besó, la instó a seguir su propio ritmo—. Tu fuiste la que jugo sucio durante todo el entrenamiento.

—Sí, justo ahí—le susurró al oído—. Lo hice porque estuviste ignorándome.

—N-no es cierto—protestó—. Había más personas alrededor.

—Callate y sigue así.

Su gemido resonó en la habitación como una melodía prohibida. Sin embargo, el éxtasis se vio abruptamente interrumpido por un carraspeó. Ino, sumida en la vorágine de sensaciones, abrió los ojos con sorpresa, vislumbrando la figura de Shikamaru en la penumbra.

Su rostro se transformó de la lujuria al terror en un parpadeó.

—Naruto…—lo llamó.

—Voy a correrme, ¿y tú?—dijo con la voz entrecortada.

—Naruto, detente—repitió.

—¿Qué demonios, Ino?—preguntó, envuelto en el torbellino del momento.

Desconcertado por la interrupción, lanzó una maldición al percatarse de la presencia de Shikamaru en la habitación.

En un acto reflejo se apartó de ella.

—¿Qué diablos pasa contigo, Shikamaru?—quiso saber, molesto. Con una agilidad digna de un shinobi, se aseguró de acomodarse la ropa, mientras Ino, con el instinto de preservar su dignidad, se cubrió apresuradamente con una manta.

—¿Qué está pasando, Shikamaru?—inquirió ella, molesta.

Pese a las circunstancias, el heredero Nara se las arregló para mantener una expresión imperturbable, como si hubiera entrado en la escena con total indiferencia.

—Es un asunto urgente—respondió.

—¿Qué puede ser importante para no llamar antes?—dijo con un tono de voz estridente, casi un alarido.

Shikamaru la contempló fijamente.

—Sakura—mencionó.

Las protestas de ambos llegaron a su final tan rápido como el nombre de su mejor amiga estalló en la habitación.

—Kakashi ha convocado una reunión. Quiere verlos a ambos—anunció, aprovechando el mutismo para continuar.

—¿Podrías darnos unos minutos?—solicitó Naruto, pidiéndole un poco de privacidad.

—Por supuesto.

Cuando Shikamaru estuvo lejos de la vista y el oído, ambos comenzaron a vestirse en absoluto silencio.

—Respecto a…

—No digas nada—lo interrumpió Ino.

—Vaya forma de matar una erección—susurró Naruto.

Cuando se aseguraron de lucir lo suficientemente presentables para aparecer ante su superior, ambos abandonaron la habitación.

En el pasillo, Shikamaru aguardaba con las manos en los bolsillos. Los miró de soslayó y, sin prodigarse en palabras ni dilucidar los entresijos de lo que acababa de ver, comenzó a caminar.

Detrás de él, Ino, se aventuró a romper el silencio.

—Shikamaru—lo llamó con cautela—. ¿Qué sucedió con Sakura? Algo no está bien.

La única respuesta que obtuvo de él fue un silencio contemplativo, puntuado únicamente por la cedencia rítmica de sus pasos medidos. La gravedad de su conducta insinuaba una narración demasiado profunda para un discurso casual. La impaciencia de Ino flotaba en el aire como el petricor que antecede a una tormenta inminente.

Sólo cuando llegaron a la puerta que separaba el pasillo de la sala de juntas, ella volvió a insistir.

—Shikamaru, no puedes seguir actuando así. ¿Qué sucedió?

Un suspiro escapó de los labios de Shikamaru. Dirigió su mirada hacia Ino y, por un momento, sus ojos se cruzaron en un intercambio silencioso.

—Kakashi les explicara—se limitó a responder.

En el silencio de la sala de juntas se palpaba una tensión desbordante. Sin más preámbulos, la dispar asamblea se vio arrastrada a una reunión clandestina. La mirada penetrante de Neji y el agudo escrutinio de Kiba esperaban a los rezagados con un sutil reproche visible en sus rostros.

—¿Qué están haciendo ellos aquí?—protestó Naruto. La última vez que todos habían estado en una habitación reunidos, Ino acabo pateándole el trasero a Kiba.

A la cabecera de la mesa, Kakashi respondió con indiferencia a la pregunta.

—Podemos empezar—declaró.

Kiba, con su aguda perspicacia olfativa, arrugó la nariz.

—Ahora entiendo por qué tardaron—dijo desdeñó, con un gesto canino.

Neji, estoico optó por hacer eco en el sentimiento compartido de su compañero.

—Odio admitirlo—concedió—, pero Naruto tiene razón.

Shikamaru se tomó un momento para asimilar el descontento colectivo. Cerró los ojos como si estuviese aunando la paciencia necesaria para ejecutar la tarea que tenía entre manos.

—Bien—dijo finalmente—. Ya estamos todos.

La gravedad del ambiente se intensificó cuando Kakashi se preparó para revelar el propósito de la reunión.

—Hemos recibido un mensaje encriptado de los Uchiha—reveló, su voz sonaba monótona, apagada—. Al parecer, Sakura y Hinata han conseguido escapar. Nuestro informante las sitúa en Kōen no Sato.

—¿El batallón de Raido sigue ahí?—preguntó, preocupado.

—Hace días que no sabemos nada de ellos—admitió Kakashi, y su único ojo visible delataba una sutil inquietud.

—Entonces, ¿qué, se supone que van a enviarnos a una muerte segura solo porque un maldito Uchiha nos lo ha dicho?—dijo Kiba sin contener la frustración.

—No saques conclusiones precipitadas—lo censuró Shikamaru—. No es una suposición.

La frustración de Kiba se desbordó, y su aguda replica atravesó la sala como un aullido.

—¿Confías en la palabra del maldito enemigo?

Shikamaru, lejos de perder los estribos, se mantuvo firme; su mirada se desvió momentáneamente hacia Ino. Ella, mejor que nadie, comprendía lo que estaba sucediendo y lo que eso significaba.

—Sí—afirmó—. Es una fuente confiable.

Kiba se preparaba para soltar una refutación cuando Naruto golpeó con ambas manos la mesa.

—Bueno, ¿Cuándo partiremos a la misión?—preguntó el Uzumaki, su impaciencia burbujeando como una cascada briosa.

—Esta noche—declaró Kakashi.

—Estaré listo en una hora—afirmó Naruto.

Sin embargo, la mirada de Kakashi, como una fuerza invisible, desvió la atención del chico.

—No hablaba contigo—comentó, su tono virando hacia lo críptico. Todos los ojos giraron hacia Ino.

—¿Qué?—consiguió preguntar.

—Lo escuchaste. Serás la capitana de esta misión—aclaró Kakashi con una sencillez que no dejaba lugar a la negociación.

Un silencio colectivo se asentó en la habitación mientras Ino absorbía el inesperado manto del liderazgo. Shikamaru le extendió un pergamino.

—Dentro están las instrucciones. Tanto Kiba como Neji seguirán tus órdenes.

Ino parpadeó, una, dos, tres veces.

—¿Qué se supone que haré yo?—preguntó Naruto con un deje de irritación al no tener un panorama claro de su participación.

—Esperar, eso es lo que harás—dijo de forma autoritaria.

—Debe estar bromeando—bufó.

—No, no lo estoy. Es una orden directa y será mejor que la acates, a menos que quieras que llame a Tenzo para que se encargue de ello.

—¡No puede dejarme fuera de la misión! ¡Sakura también es mi amiga, debería ser yo quien lidere al equipo!—alzó la voz.

Shikamaru se limitó a cerrar los ojos e Ino se mantuvo en silencio.

El sutil cambio en la atmosfera de la habitación reflejaba el tumulto de la recién nombrada capitana. Se hizo la afonía, pesada y cargada de emociones no expresadas.

—Mierda—susurró Naruto al darse cuenta de la gravedad de la situación; cerró los ojos en señal de autocondena.

Kakashi aclaró su garganta.

—Tienen una hora para prepararse—espetó, dirigiéndose al nuevo equipo.

Neji y Kiba asintieron, sin más, se levantaron de sus asientos y abandonaron la habitación, dejando atrás el caos persistente.

El ojo solitario del General se debió hacia Ino.

—Confió en ti, capitana—murmuró, esperanzado, sus palabras eran como una bendición silenciosa.

—No fallare—afirmó.

Sin más preámbulos, salió de la sala de juntas, determinada.

Lejos de dejar pasar el momento sin intentar reparar la involuntaria fractura, Naruto se apresuro a alcanzarla.

—Ino, espera—la llamó con voz desesperada—. No era mi intención.

Ella se volvió para mirarlo.

—Por supuesto que lo decías en serio—replicó, la mirada cerúlea cargada de dolor.

—No es cierto, hable sin pesar.

Ino se cruzó de brazos.

—Deja de humillarte a ti mismo—lo amonestó, con la voz entrecortada por la decepción—. Has dejado en claro lo que piensas de mí.

—Por favor, detente—suplicó.

Lo señaló, colocando un dedo sobre su pecho.

—¿Crees que no puedo traer de regreso a Sakura?—increpó, empujándolo con toda la fuerza que le era posible.

—No es eso…

—¿Acaso crees que soy inferior a ti?—arqueó una delgada ceja rubia—. No porque tengas una bestia con cola eres superior a los demás—dijo con desdén.— Traeré a Sakura de regreso.

Naruto tragó grueso.

Por un instante, los dos se miraron a los ojos, la intensidad del intercambio silencioso solo dejaba entrever que, en cuestión de minutos, cualquier cosa que hubiese entre los dos estaba destrozada.

—Ino…—murmuró.

—Sí me disculpas, tengo cosas que preparar—declaró, y sin mostrar tentativa de retractarse, se marchó dejándolo solo en el pasillo.

Continuara


N/A: Y con esto concluimos este capítulo infernal.

¡Hola, hola a todas/todos! Ha pasado un tiempo desde la última vez que deje una actualización. Espero que hayan pasado unas bonitas fiestas y les deseo un excelente año.

Como verán, este capítulo es bastante turbio. Pido una disculpa por los detalles, intente hacerlo lo menos explícito posible, pero también he tratado de ser realista sobre el impacto que tiene la guerra en las personas, el abuso que se produce cuando hay un desbalance de poder y lo crueles que pueden llegar a ser los humanos cuando se encuentran en este tipo de situaciones. No voy a repetir este tipo de escenas en el fic, sin embargo, es un elemento general de la historia y no me pareció honesto pasarlo por alto.

Sin nada más que agregar, agradezco profundamente el apoyo y cariño que me brindan constantemente, así como la infinita paciencia. Este ha sido el fic que más tiempo me ha tomado escribir y también el más agotador emocional y mentalmente.

Gracias por tomarse el tiempo para leer esta historia, por añadirla a sus favoritos, estar al tanto de las actualizaciones y dejar bonitos reviews.

Les mando un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren. Cuídense mucho.

¡Nos leemos pronto!

¡Bye, bye!