Notas capítulo: Rating-T. No tiene mayor advertencia que una prometida angustia y una pizca de infidelidad (pero nada sexualmente hablando). También entra en la categoría de «What if…», en este caso: ¿qué tal si Temari aceptara casarse con alguien de su aldea?


Todo lo que no eran.


De todos los solteros que Konoha podría tener nadie hubiera esperado que Shikamaru Nara fuera uno de ellos. O al menos nadie que no lo conociera cercanamente.

Para civiles y shinobis que no habían cruzado palabras con él, Shikamaru Nara aparte de ser ahora un respetado líder de clan y shinobi altamente confiable, tenía incluso una importante carga ancestral sobre sus hombros con el llamado Ino-Shika-Cho y sus futuras generaciones. No obstante, ni Ino —quien activamente estaba dejando señales e indicios a Sai, su actual pareja, para que le hiciera una propuesta de matrimonio— ni Chōji —quien ya le había pedido a Karui ser su esposa en la más romántica propuesta jamás hecha— estaban realmente importunando a Shikamaru para que consiguiera una novia que eventualmente se convirtiera en esposa y le diera un hijo con el jutsu del clan. Ino y Chōji sabían que eso tomaría más tiempo y, además, no todos los importantes líderes de Konoha debían estar casados a sus veinte años, ¿cierto?

Eventualmente nuevas circunstancias vendrían, alguien lo suficientemente firme pero transigente para atravesar esa capa de apatía y hastío en él podría llegar y el joven líder del Clan Nara por fin se casaría; o eventualmente, si la espera se hacía muy larga, Ino y Chōji por fin lo importunarían para que saliera al menos en una cita a ciegas.

Aún así, eso sería más adelante, por ahora no.

Por ahora, en el plano netamente amoroso, Shikamaru Nara sólo reducía su visión hacia una persona y era insensible respecto a todo lo demás que no fuera ella, Temari no Sabaku. Y si ella no lo quería, entonces no había más que hacer que sentir su vida amargarse; claro está, eso era hablando exclusivamente de su vida amorosa —tenía miles de papeleos que hacer en su vida profesional, y un montón de reuniones a las que asistir en su vida familiar, que la idea de sentarse o echarse sobre el suelo amargado a fumar un cigarrillo sólo sucedía en sus tiempos libres.

Y así, sintiéndose como un perdedor en dichos tiempos libres, inevitablemente pensaba en cómo a Temari le disgustaría que alguien del intelecto y capacidades de él se permitiera un gramo de melodramatismo e innecesario auto-descrédito, y pensar en ella enojada por él lo hacía sentirse amargado y por tanto todo terminaba siendo un patético e interminable ciclo. Shikamaru trataba, por tanto, de no tener tanto tiempo libre, un sentimiento de preservación que casi constantemente lo hacía salir a flote, que minimizaba esa pesada amargura sin dejarlo hundir.

Ahora bien, todo eso tendría sentido si Shikamaru no estuviera justo ahora en su tercer día de vacaciones pedidas por él a un no tan sorprendido Kakashi, con tedioso calor pegándose a cada centímetro de su cuerpo luego de pasar tres días atravesando árboles y arena, sólo él y sus pensamientos, sólo él con mucho tiempo que no había sido gastado en revisar papeles ni en debatir si tal zona u otra del bosque Nara debía ser reforestada.

Pero quizá las cosas tendrían sentido si se accedía a ver al mundo como una metáfora, compararlo con hermosas analogías y entonces se veía al desierto como grandes olas y a la arena como otra innegable fuerza de la naturaleza que podía hacer también remolinos y ahogar a desdichados hombres, todo eso porque en Suna había una sirena y a veces Shikamaru era arrastrado hacia ella. Ciertamente él no era un náufrago, no con sus pasos metodológicos ni su mentalidad rizomática con la cual, ante cada señal que le diera una alarma o un mínimo aumento a su ritmo cardíaco, Shikamaru podía echar raíces que no lo dejaban hundirse.

Por eso mismo tanto Chōji como Ino no habían impedido su última impulsividad —el último llamado de la sirena— porque sabían que su amigo no iba a ahogarse. Quizá incluso Shikamaru ya tenía en su mente mil razones con las cuales pudiera convencerse a sí mismo de que su corazón no se estaba quebrando. Que su preservación estaba viento en pompa.

Hoy, Temari se casaba.

Quizá Shikamaru había llegado muy tarde, o quizá ambos desde un inicio habían tenido muy presente lo complejo y agotador de convencer ambas aldeas, de abandonar una nacionalidad, de dejar todo lo que conocían por alguien más, al punto en que hoy había alguien más capaz de gravitar alrededor de ella. Para Shikamaru el rostro de aquel hombre era una imagen borrosa, pero entendía que era un aceptable shinobi, el heredero de algún buen clan en Suna y hoy, entrando casi que a hurtadillas, Shikamaru iba a decir su adiós.

No era para nada la primera vez que asistía a una boda; es más, parecía que ya tenía experiencia en ello. En Konoha había asistido a más de una celebración matrimonial. Para su irritación personal, en su clan constantemente había alguien casándose, y entre sus compañeros ya habían varios que lo habían tenido entre los primeros en sus listas de invitados. A veces, por su importancia en el panorama político y social de Konoha, tenía que hacer uno que otro brindis, y en otras tantas ocasiones era su nombre el que pronunciaban en dichos discursos, ya fuese por sinceros agradecimientos o en honorables menciones para estrechar lazos.

Hoy, sin embargo, sería su primera y muy probablemente última boda en Suna. Aunque no fuese un invitado realmente porque daría media vuelta tan pronto lo viese conveniente para él, volvería a Konoha en otro viaje de tres días.

Por supuesto, Naruto también estaba allí en Suna, porque era un cercano amigo a la familia y una vez había salvado al Kazekage y Temari lo tenía en muy alta estima. Shikamaru, por supuesto, haría todo lo posible por no encontrárselo, porque aunque su amigo tuviese una muy rubia cabeza con déficit de atención, siempre había entendido que algo pasaba entre ellos, entre su perezoso amigo Shikamaru y Temari. Desde el primer día.

Así, cuando Shikamaru entró a la habitación privada en la que había reconocido se encontraba el chakra de Temari, la encontró allí como si fuera una diosa a pesar de que aún le faltaba a la mitad de su rubio cabello ser enrollado en el complejo tocado que ella misma se estaba haciendo.

Temari le sonrió, dejando de lado su tarea frente al espejo, se levantó y simplemente se dirigió hacia él hasta que con grácil facilidad pegó su espalda sobre la puerta por la que él había entrado, haciendo un leve clic al maniobrar la perilla para asegurar que nadie pudiese abrirla desde afuera. No, Shikamaru definitivamente no estaba en la lista de invitados esta vez, que alguien lo viera podría resultar en una terrible y sospechosa situación.

Shikamaru fue indulgente y se concentró momentáneamente en ocultar su chakra.

—No pensé que vendrías.

—¿No? —replicó él imitando falsa sorpresa y la sonrisa que aún no se le había borrado a ella le aseguraba que en realidad Temari sí había esperado por verlo. Por eso había hecho un viaje de tres días aunque eso incluyera otro de regreso que sería aún más agotador, aún más sofocante. Infinitamente amargado—. Mantengámoslo así, será una molestia si me piden hacer un brindis.

—Podrías estar sólo para la ceremonia.

Shikamaru simplemente se limitó a negar con la cabeza.

No lo haría porque aún podría existir el ínfimo riesgo de usar sus sombras y estrangular al hombre, y si eso pasaba, Temari explotaría, y agredir y ordenar llevar a prisión temporal a un shinobi de Konoha como él no sería bueno para ninguna de sus aldeas.

—Bien —continuó ella detallando en sus sucias ropas—. Entonces hasta que esté lista.

—Por supuesto —respondió él de inmediato. Eso no significaba, claro, que la vería desnuda, o que le ayudaría a subir o bajar una cremallera en su espalda. Temari sabía manejarse sola —por muy intrincados que fuese su vestimenta— y ambos habían parado lo de ver desnudo al otro desde al menos un año ya.

Temari se apartó de la puerta y volvió a dirigirse hacia el tocador.

—Puedes darte una ducha si quieres. Puedes descansar también, trataré yo misma de demorarme.

Shikamaru obvió sus palabras.

—¿Dónde está el desdichado? ¿No ha huido aún? —Quizás en la voz de Kankurō esas preguntas habrían sonado como una broma para aligerar y divertir el ambiente, pero por parte de Shikamaru no habían sido dichas para aumentar la sonrisa en ella. Shikamaru era un calculador y sabía exactamente qué conseguiría con ello: Temari dejó de sonreír y a través del espejo quitó su mirada de él.

—Deberías dormir algo antes de regresar a Konoha.

Shikamaru entonces se atrevió a decir algo más —no había recibido un golpe por su insolencia, así que estaba bien:

—Si fuera yo, no me apartaría de tu lado durante todo el día.

Temari volvió a poner sus verde azulados ojos en él con algo de enojo y por Kami-sama, cuánto deseaba pegar su frente a la de ella e inhalar mejor el aroma fresco que provenía de todo su cuerpo.

—Ni en Suna o Konoha el novio ve a la novia antes de la ceremonia —objetó ella entonces, minimizando su declaración.

—Haríamos nuestras propias reglas.

—¿Realmente piensas que sería un desdichado? ¿Debería Taro huir? ¿Debería escribirle una nota?

No estaban claramente siguiendo el orden correcto de una conversación, y Shikamaru sopesó por un momento si sus siguientes palabras deberían ser sobre el clima.

Decidió que no.

—Cualquiera que se case contigo es un afortunado; incluso, estoy convencido, puedes ser una excelente mamá.

—Aún no estoy segura si…

Shikamaru la interrumpió entonces, sus palabras casi en un quebranto:

—Lo harás.

.


Sincero a su naturaleza y a la insistencia de ella, Shikamaru se permitió una siesta en un futón que ella desenrolló para él.

Una siesta el día que Temari se casaba.

Seguramente acababa de desbloquear un nuevo nivel de holgazanería.

O quizá no, tres días persiguiendo el eco del amor de su vida no lo hacía cualquier otro.

Lo bueno, además, era que acaba de despertar con el bonito rostro de ella cerca.

Lo malo, sin embargo, era que Temari parecía querer llorar, sentada sobre sus talones y sus manos en su regazo, tratando de alisar inexistentes arrugas en la suave tela de su vestido.

Shikamaru se incorporó y quizás aún con su cabeza adormecida la besó con cariño, y luego pegó su nariz a la mejilla de ella y después volvió a basarla.

Temari no fue recíproca en ninguno de los dos besos, simplemente lo dejó hacer.

Una nueva gota brillaba ahora por su mentón y esta vez Shikamaru pudo verla, no sólo sentirla en su boca. Esa era la vida amorosa de ella: nunca había creído en el amor cuando tenía quince, teniendo entonces que girar su cabeza atrás y ver siempre de reojo para no ser asesinada; ahora, Temari vivía demasiado, sentía demasiado.

—Shikamaru —exhaló ella—. Lo quiero.

—Sabes que lo sé —dijo entonces él en un susurro, quizá rogando por no escucharlo nunca más de sus voluptuosos labios, ahora pintados de un color que nunca antes le había visto. Y luego, aprovechando que desde hacía un tiempo Temari estaba dejando que él se atreviera a hacer cosas, que se quedara con la última palabra, Shikamaru volvió a susurrar contra aquello labios—: Es todo lo que nunca he sido, ¿verdad?

Temari negó silenciosamente pero no le dijo que no existiría para ella mejor hombre que él.

Finalmente ambos unieron sus frentes mientras Shikamaru le sonrió, sólo un gesto muy tenue a pesar de sentir su corazón palpitar aceleradamente.

Un tiempo atrás le había confesado que apenas pasaba un día en el que no pensara en ella.

Aún era así, en sus tiempos libres antes de tomar camino a la Torre Hokage, o antes de volver a la cama, muchas veces mientras veía las nubes pasar o cuando rebuscaba algo de monedas en los bolsillos de su pantalón para comprar algún antojo.

Esta vez, a pesar de que aún no pasaba un día sin pensar en ella, no se lo dijo y quizá pasarían años antes de dejar de hacerlo.

Un golpe en la puerta le avisó a Temari que ya era hora.

Fin.

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En realidad, este puede que tenga una continuación ubicada varios años más adelante pero en una publicación totalmente diferente; ya veremos.