Draco había conseguido dormir un poco, pero eso no había mejorado su humor. No podía olvidar la angustia de la noche anterior, y se preguntaba cómo estaría Astoria en aquel momento.
Se vistió y se arregló cuidadosamente para la fiesta, aunque aborreciese tener que ir, y fingió una calma absoluta que estaba lejos de sentir. Para animarse, pensaba en la parte alegre de la noche anterior.
Recordó el juego de las cartas, y la pelea de almohadas. Y sobre todo, los besos que había compartido con Astoria. Y cómo todo había ido bien hasta el amanecer, cuando casi había caído dormido con Astoria entre sus brazos. Sintió un hormigueo al pensar en Astoria, acurrucada sobre su pecho, y sonrió feliz.
–Hijo, estás en las nubes –le dijo Lucius. Draco se sobresaltó, pues no le había visto llegar a su lado. Su padre se rio de él–. No te preocupes, estas fiestas no suelen durar tanto. Nuestro sufrimiento no será eterno –desde el fin de la guerra, Lucius trataba de pasar más tiempo junto a su mujer y su hijo, y por eso estaba allí, arreglándose junto a él, aunque dispusiese de dos habitaciones completas para su aseo personal.
Desde luego, Lucius no sabía nada de los temores de su hijo, y tatareaba muy animado mientras se anudaba un pañuelo al cuello.
–Por cierto, tu madre y yo hemos hablado –comentó–. Ambos estamos de acuerdo en que no debes casarte con Pansy si no quieres –miró a su hijo a través del reflejo del espejo–. Pero creemos que es mejor no decir nada hasta después de tu boda con la condesa. Los Parkinson podrían reaccionar de forma impredecible, y preferimos que se enteren de nuestra decisión cuando tengamos todos nuestros negocios cerrados.
Draco sabía que su padre disfrutaba planeando y maquinando con cualquier cosa. Para Lucius todo era un juego, como una partida de ajedrez, y le encantaba jugar. Su futura boda, o los negocios con los Parkinson, sólo eran una de las múltiples partidas a las que se dedicaba.
Narcissa se asomó por la puerta.
–¿Estáis listos ya? –les preguntó–. Vamos a llegar tarde.
–Lo bueno se hace esperar –respondió Lucius, con una sonrisa de suficiencia–. Son ellos los que quieren emparentarse con nosotros ¿no? Pues que esperen.
–Lucius, pórtate bien –le regañó ella, aunque sonreía divertida.
–¿Has oído a tu madre? Debemos ser educados con los que nos van a suplicar.
–No seas ridículo –Narcissa se acercó a ellos, y en un hábil y divertido movimiento, se las ingenió para acaparar el espejo para ella sola. Su elegancia y la naturalidad de sus maneras hacían que pareciese un gesto totalmente casual–. Yo creo que los Parkinson son encantadores, y provienen de una gran familia.
–Y yo creo, querida, que eres la mayor mentirosa de la historia –sonrió Lucius. Cogió a su esposa por las caderas y apoyó la barbilla sobre el hombro de ella. Como Narcissa era muy alta, no tuvo que inclinarse demasiado–. De todas formas, harán lo imposible por unirse a una familia mayor que la suya.
–¡Lucius!
–¿Crees que exagero? Compruébalo por ti misma esta noche –se rio él–. Ya le he dicho a Draco que los Parkinson son capaces de hacer cualquier cosa. Si yo fuera tú, tendría mucho cuidado con Pansy esta noche –le dijo a su hijo.
–Lucius, no seas vulgar –protestó Narcissa.
–Sabes que tengo razón, querida. Tú sabes tan bien como yo que esa chica es tan ambiciosa como sus padres. ¿Y sabes una cosa? Me extraña que no haya intentado quedarse embarazada o algo así para asegurar su compromiso –Draco sintió que se ponía rojo, y se dio la vuelta para que sus padres no le vieran a través del reflejo–. No me mires así, cielo –le dijo a su esposa–. Tú también piensas que sería capaz de hacerlo.
–No digas más sandeces –replicó ella, procurando ponerse seria–. Pansy es una chica muy sensata.
–Alabo tu sangre fría, Cissa –proclamó Lucius. Narcissa se giró para mirarle a la cara–. No te esfuerces tanto en decir lo que no piensas. Sabes perfectamente que ellos ambicionan ese condado, incluso más que nosotros.
Narcissa cruzó con él una mirada de entendimiento y complicidad, y la mujer esbozó una sonrisa.
–No cambiarás nunca –sonrió. Lucius se inclinó un poco hacia ella, con intención de besarla, pero Narcissa se libró de su abrazo con agilidad. No obstante, le miró de forma pícara–. No tardéis demasiado –les dijo, aunque sus ojos sólo miraban a su marido. Lucius la vio marchar con una sonrisa, y le dirigió un guiño a su hijo, antes de terminar de anudarse el pañuelo y salir él también de la habitación, con paso rápido.
–Vamos, Cissa... –se le oyó decir.
Draco sonrió. Cuando era pequeño, nunca había visto a sus padres tan cariñosos. Sabía que se tenían aprecio, y a veces le había parecido que se querían, pero jamás les había visto expresarlo abiertamente. Sin embargo, tras la estancia de Lucius en Azkabán, Narcissa y él se habían vuelto más unidos que nunca, y no se molestaban en disimular lo que sentían el uno por el otro. Draco había aprendido que tenía que hacer ruido cuando se acercaba a ellos si no les quería sorprender acaramelados.
Definitivamente, la guerra había cambiado muchas cosas en su forma de pensar y actuar. Draco se preguntaba si algún día él también podría compartir esa felicidad y complicidad con su futura esposa.
Sin embargo, la sensación de alegría se esfumó cuando recordó cual era el objetivo de la noche, y Draco sintió un estremecimiento al revivir las palabras de advertencia de su padre y recordar lo cerca que habían estado de hacerse realidad.
...
La mansión de los Parkinson ya estaba abarrotada de gente cuando ellos llegaron. El propio señor Parkinson les recibió y les invitó a pasar. A Draco le pareció que se alegraba demasiado de verles, como si por un momento hubiese temido que no fuesen a acudir.
Una vez dentro, saludaron a todos aquellos con los que se encontraron. Draco trató de imitar la desenvoltura de sus padres, pero se agobiaba con tanta gente. El calor era sofocante, y además, el humo del tabaco enturbiaba la atmósfera. Se arrepintió de haber escogido una túnica tan cerrada.
De repente, vio algo rosa y brillante que avanzaba hacia él, tan inexorable como un rompehielos en el ártico. Tembló de miedo y vergüenza al ver que era Pansy, embutida en un vestido tan escotado como pomposo.
–¡Draco! Me alegro de verte –ella le dio dos besos, haciendo que él quedase manchado de purpurina–. Es fantástico que estés aquí. Sabía que no podías faltar ¡Ven! Quiero presentarte a alguien –se colgó de su brazo y le arrastró a través de la multitud, hasta llegar a un par de mujeres a las que presentó como tías suyas–. Este es mi Draco, va a ser conde.
Tanto por la forma de referirse a él como por la manera en la que se agarraba de su brazo, Pansy estaba dando a entender que entre los dos había algún tipo de relación. Draco se dio cuenta de que, en otras circunstancias, esa fiesta habría sido el escenario perfecto para hacer público su compromiso con Pansy. La chica parecía haberse dado cuenta también, y de hecho, lucía un anillo de brillantes que simulaba a uno de pedida.
Draco alcanzó a ver su propio reflejo en las grandes vidrieras de la casa. Ofrecía un aspecto muy serio, vestido de oscuro, mientras que a su lado, esa chica bajita y chillona, parloteaba sin cesar.
En algún lugar, un reloj dio las diez, y Draco se acordó de Astoria. Ella debía estar despertándose ¿Qué haría esa noche? ¿Leería alguno de los libros que él le había regalado? ¿Pensaría en él de la misma forma en la que él pensaba en ella? ¿Desearía volver a besarle? ¿Sentiría aquella opresión en el pecho al pensar que no iban a verse? ¿Le echaría de menos con la misma intensidad?
Draco se sintió vacío al imaginarla sola en su habitación, y notó cómo le costaba respirar al pensar que no podría disfrutar de su compañía, pero se obligó a inspirar hondo y procuró relajarse; la noche siguiente podría recuperar el tiempo perdido, y dentro de unos días no haría falta, porque ella sería su mujer.
Al pensar en ello, se sintió eufórico ¡Iba a casarse con Astoria! Se preguntó qué pensaría ella si se enterase de que él se alegraba de que fuese a ser su mujer ¿Sentiría ella lo mismo por él?
Pansy, ajena a todo lo que pasaba por la mente del rubio, seguía inmersa en su nube de fantasía. Cerca de ellos, la señora Parkinson miraba con aprobación cómo su hija defendía públicamente lo que consideraba suyo, pero los Malfoy no pensaban igual.
–Esa niña no tiene ningún tipo de vergüenza –susurró Narcissa.
–Ya te lo dije. Pero no la culpo, cualquiera haría lo mismo –respondió Lucius.
–¡Pero no en público! ¡Casi parece que es ella la prometida! ¿En qué está pensando?
–Pues su madre parece muy complacida –apuntó Lucius.
–No me extraña, ella se casó en estado, ya sabe que ese truco funciona –gruñó ella, con una descortesía poco habitual. Estaba perdiendo los nervios.
–Mientras no lo vea nadie cercano al conde, todo irá bien –la tranquilizó él.
–¿Nadie cercano? ¡Los rumores se extenderán como el fuego! –a Narcissa le estaba costando mantener la compostura–. Si el conde llegara a imaginarse que pretendemos negociar con la herencia de su hija, anulará el compromiso.
–No creo que lo haga, necesita nuestro dinero –dijo él, muy serio–. Además, está todo firmado. No creo que monte ningún escándalo por el comportamiento de una niña tonta.
–Pero es tan humillante... Odio ver a Draco metido en todo esto, no se merece algo así.
–Sabrá estar a la altura de las circunstancias –la tranquilizó Lucius.
Pero los temores de Narcissa estaban en lo cierto. Por todo el salón había gente que miraba a la joven pareja y murmuraba a su costa.
"Sí, dicen que se casarán en cuanto él enviude"
"Forman una pareja encantadora"
"Es el quinto condado más grande de Inglaterra"
"Parece ser una boda prometedora"
Pero el bochorno que estaba pasando Draco por culpa del comportamiento de Pansy también era comentado. Para muchos quedaba muy claro quién saldría más afortunado si la boda entre los dos llegaba a producirse.
También surgieron algunas críticas, y más de uno tuvo el acierto de decir que era de muy mal gusto por parte de los Parkinson sobrevolar como aves de rapiña el lecho de muerte de la condesa. Pero a pesar de todo, los comentarios no pasaron de ahí, porque en el fondo, todos pensaban lo mismo ¿Quién no actuaría igual?
Al servir la cena, los Parkinson sentaron a los Malfoy cerca de ellos, como si ya formasen parte de la misma familia, para la gloria de los primeros y la incomodidad de los segundos. Eso no hizo más que avivar los comentarios de los demás. Draco no se atrevía a mirar la cara de su madre, pero sabía lo que debía hacer: aguantar el tipo hasta el final, pasase lo que pasase.
Se comportó de forma educada en todo momento, pero no podía evitar sentir repulsión cada vez que Pansy le rozaba el brazo o le llamaba con algún apelativo cariñoso y ridículo.
El señor Parkinson se levantó y brindó por "un futuro acontecimiento que nos hará muy felices a todos" y también por "la felicidad que nos llegará en el momento más inesperado"
Luego se puso a decir disparates acerca de los cotos de caza que iban a compartir en un futuro próximo, o celebrando las repentinas riquezas que iban a recibir. Draco sentía calor en las orejas, y supo que debía tener la cara roja. Nunca había oído tantas idioteces juntas, y jamás se había sentido tan avergonzado.
Lucius estaba muy serio, y no respondía al señor Parkinson, pero Narcissa lograba sonreír con su cara angelical, como si el asunto no fuese con ella. Si los Parkinson la hubiesen conocido tan bien como Draco, no se habrían sentido tan felices. Cuando Narcissa sonreía de esa forma era porque se sentía como una serpiente antes de atacar.
Cuando la situación se hizo insoportable, Narcissa se puso en pie, alzando su copa.
–Brindo porque todos veamos realizados nuestros mayores deseos de felicidad –anunció, con un brillo peligroso en la mirada.
Por una vez, Draco y los Parkinson estuvieron de acuerdo en algo: todos ellos esperaban desesperadamente que sus deseos se cumpliesen, aunque estos no fuesen de la misma índole.
Tras la cena llegó el baile, y Draco tuvo que acompañar a Pansy. Él sabía bailar perfectamente, ya que sus padres habían puesto mucho énfasis en ese aspecto de su educación, y Pansy tampoco lo hacía mal, pero esa noche ella se había propuesto hacer el ridículo de todas las formas posibles, y se dedicó a brincar y saltar más de lo necesario y cuando no correspondía. Su voluminoso y ridículo vestido y sus exagerados movimientos estorbaban a las otras parejas que bailaban, y abochornaban a Draco lo indecible.
Para colmo, la chica no daba muestras de cansarse ni de querer cambiar de pareja, y hacia la mitad de la noche, comenzó a beber.
–No deberías hacer eso, no aguantas el alcohol –le advirtió Draco, al ver que cogía otra copa de champán.
–Soy mayorcita para hacer lo que quiera –dijo ella, eufórica–. Además, un baile es un baile ¡No seas aburrido!
Llegó un momento de la noche en el que Draco pensó que iba a ponerse a chillar. El calor, el ruido y las tonterías de Pansy estaban agotando su paciencia, y por si fuera poco, a la chica se le rompió un tacón mientras bailaba, y ella se quedó sentada en el suelo, con las piernas abiertas, gritando, riendo y haciendo gestos para que todos la miraran.
Draco no podía más, y miró a su padre, desesperado, pidiendo ayuda. Lucius miraba con desprecio a Pansy, pero le hizo una seña con la cabeza a su hijo, indicándole que la ayudara.
"Sácala de aquí" decían sus ojos. Draco tuvo que hacer de tripas corazón para ayudar a Pansy a ponerse en pie, y evitando la mirada de todos los invitados, sacó a la chica del salón.
La llevó hasta una salita vacía, y la obligó a sentarse en un sofá. Pansy no dejaba de reírse, y se había quitado el zapato.
–¡Fíjate, se ha roto! –exclamó–. ¿No te parece divertido? –y se rio aún más.
–Pansy, para ya –suspiró Draco, sentándose a su lado. Se sentía totalmente agotado.
–¿Qué te pasa? Estás muy serio –Pansy pestañeó tontamente. Draco evitó mirarla a la cara–. Dame un beso –dijo, cogiéndole de la cara. Él se zafó–. ¡Dame un beso! –repitió.
–¡Para! Estás borracha –él retrocedió, asqueado.
–¿Y eso no te gusta? –preguntó ella, haciendo pucheros–. ¿No te atrae? –pensando que era insinuante, se bajó un tirante.
–¡Estate quieta! –exclamó Draco, cogiéndola por las muñecas. Pansy se lanzó hacia delante y le besó en la boca.
Draco trató de retroceder, pero ella se le había tirado encima, y amenazaba con hacerle perder el equilibrio. Finalmente, la empujó hacia un lado y logró ponerse en pie. Retrocedió, limpiándose la boca.
–¡Estás loca! –le gritó. La cara estupefacta de Pansy se transformó en una mueca de rabia.
–¡No, no me dejarás! ¡Tú serás mío! –gritó, y levantándose del sillón, se lanzó sobre él.
Draco reaccionó demasiado tarde, pues no podía asimilar lo que ocurría, y al intentar esquivarla, se chocó contra la pared. Pansy trató de besarle a la fuerza, haciendo uso de toda su furia. Él, desesperado, recurrió a la violencia: le propinó un brutal empujón, y la tiró al suelo.
–¡No vuelvas a acercarte a mí! –le gritó. Ella respiraba agitadamente. Parecía una lunática.
–¿Qué está pasando aquí? –Draco se giró y vio a sus padres y a los señores Parkinson. Al instante supo que todo estaba en su contra, porque parecía que había sido él el que había tratado de aprovecharse de Pansy, pero Lucius se dirigió al señor Parkinson, enfadado–. ¿Qué significa esto?
–¿Cómo? ¿Qué insinúas? –preguntó el otro, indignado.
–¡Insinúo lo que veo! ¿Qué clase de artimaña es esta? ¿Acaso estáis tan desesperados que no os importa qué hacer? –Lucius estaba muy furioso, y el otro no se defendió de la acusación–. Habéis llegado demasiado lejos.
Narcissa se colocó junto a Draco y le cogió de la mano, dándole su apoyo, mientras miraba con desprecio y enfado a Pansy. El joven pudo ver cómo la señora Parkison consolaba a su hija, pero no se atrevió a mirarla a los ojos.
–Nuestra estancia se ha alargado demasiado –Lucius se erguía protectoramente frente a su mujer y su hijo, agarrando su bastón–. Nos iremos de inmediato.
El señor Parkinson no respondió, pero les dirigió una mirada indescifrable. Draco se estremeció, pero obedeció al tirón sutil de la mano de Narcissa, y caminó escoltado por sus padres hacia la salida.
Cuando salieron de la mansión, los tres Malfoy suspiraron a la vez, aliviados. Aún no podían creerse que hubiesen conseguido salir de allí.
–Draco, hijo, lamentamos todo esto –se disculpó Lucius, de forma sincera–. Jamás pensamos que fuesen a llegar tan lejos.
–No importa, padre, no han conseguido nada –Draco sólo quería olvidar cuanto antes lo sucedido.
–¡Qué familia más odiosa! –Narcissa estaba realmente enfadada–. Hijo, te prometo que jamás te obligaremos a casarte con nadie así, no importa la clase de sangre que tenga.
–Al menos no está todo perdido –dijo Lucius–. No creo que el conde tome represalias por esto.
La alusión a Greengrass hizo que Draco se acordase de Astoria, borrando a Pansy de su mente.
Aún era de noche ¿Tendría tiempo de visitarla? Seguramente ella estaría despierta, así que podría coger su escoba y presentarse allí...
...
Aún no había amanecido cuando Draco abrió la puerta camuflada por el tapiz, pero las velas ya se habían apagado. Draco imaginó que quizá Astoria se habría aburrido tanto sola que habría preferido intentar dormir un poco, y sonriendo, pensó en darle una sorpresa.
Contó cuidadosamente sus pasos, caminando de puntillas sobre la alfombra: uno, dos, tres, cuatro, cinco... ahora tres a la derecha... bueno, cuatro mejor, y uno, dos, tres... y ahora un giro a la izquierda... ¿Esas eran las cortinas? ¿Si? ¡Lo había conseguido? ¡No se había chocado con el arcón! Draco descorrió las cortinas, sonriendo.
–¡Buenos días! –exclamó, girándose hacia Astoria. Y la sonrisa se le borró de inmediato.
Astoria yacía en su cama, lánguidamente, y no se movía. Su piel tenía un color grisáceo, y sus labios estaban blancos, sin vida. No se atrevió a llamarla, y se acercó lentamente a la cama. Notó cómo una garra candente le atenazaba la garganta, y se le nubló la vista. Miró el rostro sin vida de la chica, y finalmente, se atrevió a tocarla. Su piel estaba fría, muy fría... pero allí, en el cuello... había pulso.
–La señorita Astoria aún vive –susurró una tenue voz desde el rincón. Draco se giró y vio a Kali. La elfina estaba cubierta de sangre reseca, y por todo su cuerpo se veían señales de golpes y arañazos–. Pero está muy grave.
–¿Qué ha pasado? ¿Fue por la poción que le di? –preguntó él, angustiado. Kali negó con la cabeza.
–El señor conde aumentó la dosis –y al decirlo, dos gruesas lágrimas cayeron de sus ojos.
–¿Por qué?
–El señor conde quiere simular que la señorita Astoria se va a morir. Así el señor conde podrá adelantar la boda.
Draco no podía apartar los ojos de Astoria.
–¿Acaso se ha vuelto loco? ¡Podría matarla! –exclamó, desesperado. Cogió una mano de Astoria y la apretó entre las suyas.
–El señor conde no comprende cómo actúa el veneno, y no sabe que la señorita Astoria ya tomaba la droga por su cuenta. La dosis de esta vez ha sido demasiado alta, señor Malfoy –sollozó la elfina–. Kali trató de impedirlo, señor Malfoy, pero el señor conde castigó a Kali. Kali no pudo ayudar a la señorita Astoria como prometió, y si a la señorita Astoria le pasa algo, será culpa de Kali.
–¡Basta! No le va a pasar nada. Astoria se va a poner bien –la interrumpió él, desesperado–. Porque se va a poner bien ¿no?
–Kali no lo sabe, señor Malfoy. La señorita Astoria es fuerte, pero el veneno es muy potente, y Kali no sabe cuánto tiempo resistirá la señorita.
Consternado, Draco miró a Astoria. Su cerebro trataba de pensar con claridad.
–Adelantaré la boda –dijo–. Haré lo que sea para que nos casen cuanto antes. Y luego... luego buscaré ayuda para Astoria. No voy a dejar que muera.
Pero en el fondo se preguntaba si la ayuda llegaría a tiempo...
