Misteriosamente, Draco no era capaz de quitarse las palabras de Astoria de la cabeza.

"¿Te dejarías llevar?"

Aquella inocente pregunta, hecha sin ningún tipo de intención, le tenía en vilo. Sabía que era una tontería, y que Astoria sólo había tratado de seguirle la broma, pero aquella sencilla frase no se le iba de la cabeza.

¿Se habría dejado llevar? Se imaginó a sí mismo besando a Astoria, aprovechando esas largas horas a solas en su habitación, mientras los demás dormían. Imaginó lo que sería colarse en aquel cuarto por las noches, de manera clandestina, y encontrarse con ella, cubrirla de besos, tocar su piel a escondidas, dejarse llevar...

Notó que se acaloraba, sólo de pensar en las múltiples posibilidades que existían, pero luego se enfadó consigo mismo, por pensar así de una chica que nada había querido de él, y que tan sólo había hecho un inocente comentario a su costa.

Pero no podía evitarlo, la deseaba. La deseaba con todas sus fuerzas, y por primera vez se alegraba de que fuera a convertirse en su esposa. Era un pensamiento ruin, y lo sabía, pero nunca se había sentido así, nunca había deseado de esa manera a nadie.

No podía borrar de su memoria la imagen de Astoria, sentada en su cama, vestida con aquel inocente camisón, a menos de medio metro de él, clavando sus ojos en los suyos... y recordó lo cerca que había estado la noche anterior de inclinarse hacia ella y besarla...

Y sí, dejarse llevar. Habría dado cualquier cosa por poder dejarse llevar.

...

El protocolo decía que las flores debían ser rojas y blancas para los ramos fúnebres, pero Draco supo que aquello no funcionaría con Astoria. Le parecía demasiado pomposo presentarse con un enorme ramo, o una corona, sobre todo porque sospechaba que la chica apreciaría más un pequeño detalle. Así que optó por una hermosa violeta recién abierta, que cortó del invernadero antes de partir.

Draco había calculado el tiempo con sumo cuidado. Sabía que Astoria tomaba el veneno a las diez de la mañana, así que estaría dormida hasta las diez de la noche. Ella le había dicho que durante las primeras horas se sentía mareada, así que pensó que las doce de la noche era una hora muy prudencial para salir de su mansión.

Se había acostado pronto, para dormir algo y poder estar descansado por la noche, y eso le sirvió para extremar las precauciones a la hora de llegar al castillo de los Greengrass.

No tuvo problemas en traspasar la puerta camuflada de la garita, y al llegar a la habitación de Astoria se encontró a la chica paseando de un lado a otro, para ejercitar sus piernas.

Esa noche se había puesto un camisón largo, de color verde pálido, que se abrazaba suavemente a su piel cuando se movía. La luz de las velas se colaba por debajo de la tela, dejando adivinar las formas de su cuerpo. Draco tuvo que hacer un gran esfuerzo para no quedarse mirándola con la boca abierta.

-No sería una buena idea que me vistiera -explicó ella, al ver su expresión-. Si alguien nos encuentra, puedo fingir que soy sonámbula. Sería muy difícil explicar que me cambio de ropa en sueños.

-¿Y qué haré yo?

-Me temo que tendrás que esconderte -se disculpó ella.

Estaba muy nerviosa, pero disimuló el temblor de sus manos abrigándose con una bata. Fue hacia la puerta y la golpeó suavemente con los nudillos, para indicarle a Kali que se iban, y bajó junto a Draco por la escalera secreta.

-¿Estás bien? -le preguntó él, al ver que bajaba las escaleras con dificultad.

-Creo que sí. Esto es algo que no se olvida nunca -sonrió ella. Se esforzaba por seguir su ritmo, pero Draco fue más despacio, y le ofreció su brazo para que se apoyase en él-. Debería practicar más a menudo -bromeó Astoria, a modo de disculpa, pero Draco apretó su mano.

-No te preocupes, tenemos toda la noche.

Al final lograron llegar a la garita, y comenzaron a rodear el inmenso castillo, a oscuras y en silencio, para no llamar la atención.

-He de confesar que tenía otras ideas acerca de las citas a la luz de la luna -susurró Draco, para aliviar la tensión. Ella sonrió, muy nerviosa. Temía lo que podría pasar si su padre llegaba a enterarse de lo que estaba haciendo. La debilidad de sus piernas no ayudaba en absoluto, y ella se puso más nerviosa aún.

-Tranquila, hay tiempo de sobra -susurró Draco. Pero Astoria no lograba tranquilizarse, y no respiró tranquila hasta que llegaron al cementerio familiar.

Allí se permitió liberar un pequeño suspiro de alivio, y ambos se sintieron más seguros, como si en aquel lugar no les pudiese pasar nada malo. Astoria le guio hasta una sepultura custodiada por la estatua de un ángel blanco, y allí se quedaron en silencio.

-Se llamaba Ysabel -dijo Astoria.

-Era muy hermosa -comentó Draco, mirando la cara del ángel.

-No fue hecho a imagen suya -le corrigió Astoria-. Mi madre era mucho más guapa. Ojalá la hubieses conocido -sonrió-. Ella tenía algo... hacía que las habitaciones pareciesen más luminosas cuando estaba presente. Siempre tenía una sonrisa para todo el mundo, y era tan valiente...

-Entonces te pareces a ella -observó Draco. Ella se sonrojó.

-Si la hubieses conocido no dirías eso. Yo jamás podré ser como era ella -dijo la chica, con un deje de tristeza. Se adelantó hacia la sepultura, y depositó un sencillo lirio en los pies del ángel. Draco puso la violeta que había traído a su lado-. A mi madre le encantaban las violetas -recordó Astoria, con los ojos brillantes. Aquel sencillo gesto le había encantado-. Por eso mi padre no deja que se cultiven aquí.

-No lo sabía. Pero a mí también me gustan bastante.

Volvieron a quedarse en silencio, hasta que Draco preguntó.

-¿Qué le pasó? Kali dijo algo, pero...

-Mi padre quería su dinero, pero ella no se lo quería dar. El contrato matrimonial de mis padres establecía la separación de los bienes de ambos, así que él no podía hacer nada -explicó ella-. Si mi madre se divorciaba, él no recibiría ni un triste knut, y si ella moría, todas sus posesiones pasarían a mi hermana y a mí, aunque fuésemos menores de edad. Sin embargo, si mi madre quedaba impedida, o si caía muy enferma, mi padre podría ser el administrador de sus bienes, así que por eso la envenenó. Cuando murió, mi hermana ya estaba desheredada, por haberse fugado, y yo... mi enfermedad es la excusa perfecta para que él actúe como mi tutor -explicó Astoria, con una triste sonrisa.

-No entiendo el afán de tu padre por el dinero ¿No es ya lo suficientemente rico?

-No te engañes, Draco, que haya heredado un título nobiliario no significa que sea rico. En realidad, mi padre está endeudado. Por eso se casó con mi madre, y por eso quiere que te cases conmigo -explicó-. Le da igual quién seas, y el tipo de sangre que tengas, sólo quiere el dinero.

-Y nosotros queremos vuestro título, qué ironía.

-Mi madre se dio cuenta de lo que pasaba -siguió diciendo Astoria-. Por eso dejó que mi hermana se escapase con su novio, para que pudiese vivir a salvo. Mi padre se enfadó muchísimo por eso, y dejó de ocultar lo que quería hacer. Mi madre temía por su vida, e intentó escapar para pedir ayuda, pero los efectos de la droga eran muy potentes, y ni siquiera pudo salir de los terrenos. Mi padre aumentó las dosis, para simular que había empeorado, y al final la mató.

-Kali me contó algo similar -recordó Draco-. También dijo que tu padre le amenazó con matarte si ella decía algo.

-Lo sé, ella me lo dijo -Astoria se quedó mirando la tumba de su madre, pero en realidad no la estaba viendo-. ¿Sabes? Al principio no me di cuenta de lo que me pasaba. Pensaba que estaba enferma de verdad, y me asusté mucho. Todavía pensaba que mi madre había muerto por una enfermedad y que yo había contraído el mismo mal. Me mareaba y vomitaba todo el tiempo, y mi padre me dijo que ese líquido verde me haría mejorar.

Draco se estremeció ante la frialdad con la que el conde había actuado, y suavemente, sin pensar en ello, acarició la mano que Astoria apoyaba en su brazo.

-Cuando estuve tan enferma que no me pude levantar, Kali me contó toda la verdad. La pobre se tuvo que castigar después, pues mi padre le había prohibido que me lo dijese, pero saber lo que pasaba me ayudó a seguir luchando -dijo Astoria-. Logré que mi padre le diese la prenda a Kali, sin darse cuenta, y luego ella prometió serme fiel solamente a mí. Gracias a ella pude luchar contra el veneno, e ir reduciendo las dosis, pero...

Astoria se interrumpió y miró a Draco. Este se sorprendió al ver que la chica tenía los ojos llenos de lágrimas.

-Draco, mi padre no entiende nada de la droga. Piensa que si dejo de tomarla me curaré inmediatamente.

-¿No le has dicho que te sientes obligada a seguir tomándola?

-No me atrevo. Temo que piense que he intentado burlar su custodia y trate de matarme, como hizo con mi madre. Pero tengo miedo -un par de lágrimas silenciosas abandonaron sus ojos y cayeron por su cara, mientras su fortaleza se desmoronaba-. Tengo mucho miedo de lo que pueda pasar.

-¿Qué quieres decir? -preguntó él, alarmado.

-Mi padre no sabe que el veneno se acumula dentro de mí. Tampoco sabe que tomo un poco todos los días para seguir con vida -sollozó-. Llevo cuatro meses bebiendo algo que me mata poco a poco, todos los días, y no sé cuánto tiempo podré aguantar, y él... -trató de secarse la cara con las manos, pero no sirvió de nada-. Draco, creo que va a hacer que beba más, para la boda. Quiere que parezca realmente enferma, y que todos piensen que me voy a morir ¿Entiendes? Pero si bebo más, no podré reducir la dosis, y tendré que tomarla cada poco tiempo, y todo eso se sumará a lo que ya he tomado, y... ¡No sé cuánto tiempo duraré así!

Astoria lloraba sin reparos, expresando todo el terror que sentía. Nunca había hablado de eso con nadie, ni siquiera con la fiel Kali, pero ahora, la perspectiva de que algo saliera mal era real. Aterradoramente real.

-No quiero morir -sollozó, tapándose la cara con las manos.

Draco no se pudo contener más y la abrazó, por primera vez, apretándola fuertemente contra su pecho. Volvió a sorprenderse de su delgadez y de su fragilidad, y admiró aún más la valentía que ella había mostrado hasta entonces. Astoria se aferró a él, llorando sobre su hombro, descargando al fin aquel terror sordo que la había acompañado desde hacía cuatro meses. Desde que había empezado a morir. Draco acarició su cabeza.

-Mírame, Astoria -le dijo-. Te juro que no voy a dejar que empeores ¿Me oyes? No lo permitiré. Adelantaré la boda si es necesario. No dejaré que él te haga más daño.

-Draco, no lo hagas, no tienes por qué cargar con todo eso -ella agitaba la cabeza, llorando-. No estropees tu vida de esa manera.

-¿Que no la estropee? -preguntó él, incrédulo-. ¿Piensas que puedes contarme todo esto y pretender que me quede de brazos cruzados como si nada? ¡Ni hablar!

-No sabes lo que estás diciendo -susurró ella, agachando la cabeza. Draco la cogió por la barbilla, haciendo que le mirase.

-Lo sé perfectamente. Voy a ser tu marido, y tú serás mi mujer.

-¡No puedes hacer eso! ¡No puedes condenarte así!

-¡Claro que puedo! Es muy fácil, Astoria. Sólo tendremos que intercambiar un par de promesas, regalarnos un anillo y firmar unos papeles -Draco se sentía muy seguro de sí mismo, como si supiera que estaba haciendo lo correcto. Pero ella meneaba la cabeza, intentando mantenerse firme. Apoyó las manos en su pecho.

-No lo permitiré -le aseguró-. Te aprecio demasiado para hacerte eso.

-¿Qué tontería es esa? -preguntó él-. Si me aprecias, entonces no tienes nada que objetar a esta boda, y en lo que respecta a mí... -Draco se encogió de hombros-. Si no me caso contigo, tendré que hacerlo con cualquier otra, y ya que puedo elegir, prefiero escogerte a ti -confesó-. Después de todo, eres la mejor opción que tengo.

Dicho de esa manera, sonaba un poco frívolo, pero Draco no había sido más sincero en toda su vida. Si tenía que escoger a alguien, escogería a Astoria. Ahora no le movía el sentimiento de lujuria del día anterior, sino que había algo más. De verdad quería estar junto a Astoria, quería protegerla y cuidar de ella. No iba a dejarla sola.

Se miraron en silencio durante unos segundos, allí, en mitad del cementerio, a la luz de la luna. Ninguno de los dos comprendía muy bien lo que estaba pasando. Draco deseaba besarla, allí mismo, y en ese mismo instante. El deseo era tan urgente que por un momento estuvo tentado de abrazarla fuertemente y mostrarle lo que sentía por ella. Jamás se había sentido así con nadie.

Astoria debió intuir lo que pasaba, porque bajó la vista, intimidada, sin saber qué hacer. Se dio cuenta de que estaba tiritando, a pesar de la bata.

-¿Quieres que regresemos? -preguntó él.

-Creo que deberíamos hacerlo -susurró ella. Acababa de darse cuenta del cansancio que mostraban sus piernas. Tuvo que apoyarse en Draco para poder regresar a la garita, y el trayecto fue mucho más lento que antes.

Ninguno de los dos hablaba, sumidos en sus pensamientos, pero eran muy conscientes de la presencia del otro, del tacto de su brazo o del ritmo de su respiración.

Astoria se empeñó en subir las escaleras por su propio pie, aunque sus piernas, poco acostumbradas al ejercicio, protestaban a cada paso. Pero ella se negaba a mostrarse débil. Sabía que si lo hacía, él se ofrecería a cogerla en brazos, y no estaba segura de poder controlarse si eso pasaba.

Llegó a la habitación medio mareada y sin resuello, pero con la misma férrea fuerza de voluntad que le permitía mostrarse valiente y animada, logró llegar a la puerta de su cuarto y dar tres ligeros golpes, para que Kali supiese que habían regresado. Tras eso, se dejó caer en la cama, completamente agotada.

Suspiró, aliviada, y Draco sonrió al oírla.

-Tienes un par de narices, Astoria -la elogió, admirado por su fortaleza. Ella sonrió y le miró.

-Y eso que no me has conocido en mis buenos tiempos -comentó. Como Astoria estaba tumbada a lo ancho de la cama, Draco se sentó junto a su cabeza, para mirarla de frente-. Gracias, Draco -susurró.

-No tienes por qué darlas -sonrió él. De forma inconsciente, entrelazaron sus manos. En silencio, disfrutaron de su mutua compañía, pues no necesitaban decirse nada.

Quizá su futuro juntos no sería tan malo.