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Lo que había pasado esa tarde después de que les encargarán el proyecto seguía dándole vueltas en la cabeza, por más que intento pensar en otra cosa, no podía, la sonrisa de Helga cautivaba todos sus pensamientos y en el fondo, se alegraba de ser el único en presenciarlo. Bufo contra el escritorio, estaba acomodando las últimas partes del proyecto y comenzó a elegir las fotos que presentaría en la clase, iba tan distraído, hasta que de nuevo se quedó sin aliento. Había jurado haberle tomado la foto a la mariposa, sin embargo la foto únicamente mostraba esa sonrisa que le quitaba el sueño, inevitablemente también sonrió, su alegría se reflejaba que era imposible no hacerlo.
No se dió cuenta cuánto tiempo había estado absorto mirándola hasta que su abuelo lo llamó para cenar. Con prisa ordenó todo, pero esa foto... Definitivamente iba a ser su tesoro escondido, así que la guardó en el cajón de su escritorio.
"Me debí haber vuelto loco".
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— Muy bien, me alegro que hayan podido terminar el proyecto que les encargué, ¿Tuvieron alguna dificultad en elaborarla?— Helga y él habían sido los últimos en presentar su tarea, extrañamente no hubo comentarios inapropiados de la rubia ni tampoco burlas, por lo cual pudieron terminar justo a la hora de la campana.
—¿Qué insinúa? — Alzo una ceja la rubia al sentir la mirada insistente del señor Simón en ella, como dando por hecho que no había participado en la elaboración.
— Le ruego que no piense eso, profesor, al contrario de lo que usted cree, Helga ha sido una magnífica compañera.— La defendió, un poco ofendido por la insinuación, y sin darle tiempo de responder al profesor, jalo a su compañera de la mano para que salieran al descanso.
Helga estaba en las nubes, era la primera vez que Arnold la defendía, una sonrisa boba surcaba de sus labios y luego sacudió su cabeza, Arnold siempre había sido amable con todos, no tenía porque tener falsas esperanzas, aún así en silencio lo siguió, no sabía a dónde iban, ya habían terminado las clases.
—Lamento lo que dijo el profesor, no tenía por qué haberte hablado así...— Terminaron sentados en una banca del parque cercano a la escuela, seguía sin soltarle la mano.
—No te preocupes Arnoldo...— Corto aclarandose la garganta, luego de haberla defendido, lo mínimo que podía hacer es llamarlo por su nombre, así que se corrigió.— Arnold, supongo que no puedo quitarme la imagen que tienen de mi.
— Sin embargo no menti, de verdad eres una muy buena compañera, me sorprendió que supieras tanto de los insectos, aún cuando algunos no te gustan.— Le dedico una sonrisa, sin ningún otro fin, la verdad cada vez le gustaba más estar en compañía de ella.
— Por favor, me desacreditas...— Hizo un ademán de falsa modestia y se recargo en la banca. — Me gusta mucho leer.
—Si, lo he notado...— Habló sin pensar, poniéndose rojo derrepente, ahora la rubia sabía que había estado observándola entre las clases.
Y en efecto, Helga no pudo continuar hablando a causa de sus sonrojadas mejillas, en el fondo le hacía muy feliz darse cuenta que tenía un poco de interés en conocerla.
Se la pasaron platicando, sin ningún comentario mordaz de parte de la rubia, ya no era tan cruel con sus comentarios, solo si tenía que soportar una que otra broma, pero aparte de eso, se la podía pasar por horas platicando con ella y nunca cansarse.
La noche había caído, en el parque ya no habían más personas y con pesar, la más alta coloco una mano frente a ella para detener la conversación. —Lo siento, Arnold, tengo que volver a casa...— Desvío su mirada, Bob se ponía furioso cuando regresaba tarde a casa, no quería darle más motivos para golpearla.
—¡Discúlpame! No me había dado cuenta que era tan tarde.— Se levantó rápidamente, teniéndolo de nuevo su mano a la rubia para ayudarla a que se levanté. — Te acompañaré a tu casa, no deberías estar...
—¡No! — Interrumpió asustada y después aclaro su garganta, si la acompañaba a casa se daría cuenta de lo que estaba pasando y no, no quería meter a su adorado cabeza de balón en eso. — Me sé cuidar sola, también es tarde para ti, te deben estar esperando.— Miro hacia los lados un poco nerviosa y, dió un paso para poder marcharse rápido, antes de que replicará su compañero. — ¡Nos vemos! — Sin darle tiempo de protestar, dejo un suave beso en la mejilla del rubio, que sirvió para dejarlo congelado en su lugar y se fue corriendo hacia su casa, solo esperaba que no la siguiera.
Quedó pasmado, con las mejillas calientes, aún sentía la suavidad de sus labios, lejos de desagradable lo encontró... Sumamente tierno y sonrió, estaba de muy buen humor así que también se puso en marcha hacia la casa de huéspedes.
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Entro a hurtadillas, las luces estaban apagadas pero su corazón seguía temblando, sin atreverse a hacer ruido fue subiendo las escaleras, recitando todas las plegarias que conocía para que Bob no se diera cuenta.
—Helga...— Se quedó congelada en el último escalón de las escaleras, su cuerpo comenzaba a temblar de forma involuntaria y un sudor frío recorrió su espalda al escucharlo, cuando no la llamaba Olga solo significaba una cosa. — ¿Acabas de llegar?
—Que cosas te imaginas, Bob, solamente fui a buscar... Algo.— Apretó los labios, dándose cuenta que su excusa era patética, solamente esperaba que se lo creyera.
— Así que me imagino cosas...— Podía escuchar como su padre subía las escaleras y, con miedo, intentó meterse a su cuarto, pero era tarde.
Demasiado tarde.
Con fuerza sintió como sus cabellos eran jalados, haciendo que pierda el equilibrio y se tropezara con los escalones. Asustada, gritó, pero lejos de ser ayudada solo sintió como los bordes se clavaban en varias partes de su cuerpo, rodó por las escaleras hasta caer a la primera planta. Estaba mareada, le dolían los golpes e intentó incorporarse, pero nuevamente se vio privada de huir cuando Bob la jalo del brazo y la llevaba hasta su despacho.
— ¿¡Cuántas veces te eh dicho que odio cuando llegas tarde!? — Bramo furioso, y cerro la puerta, Miriam estaba lo suficientemente borracha si quiera para escucharlo. Sin detenerse golpeó su rostro, tanto que sus manos quedaron con sus asquerosas manchas de sangre, pero no era suficiente.
Helga vio en cámara lenta como se quitaba el cinturón, le dolía la quijada, su mejilla se encontraba hinchada y amoratada, sus labios estaban rotos y salían borbotones de sangre, le costaba respirar, pero aún así tuvo que morderse, cuando el cuero del cinturón choco contra la piel de su espalda.
Una... Dos... Cinco... Ocho... Once...
Se canso de contar, ya no podía ver bien, su vista se veía opacada por la sangre y pequeñas luces de colores, ya no escuchaba el cinturón, solo un pitido sordo en sus oídos y finalmente todo se volvió oscuro. Se había desmayado.
Al día siguiente amaneció tirada en su propio charco de sangre, ¿Por qué no se había muerto? Débilmente se levantó, arrastrándose por el suelo. Bob no estaba en casa, pero si una nota en su escritorio donde le ordenaba limpiar todo el desastre, al parecer ese día no podía ir a clases.
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Arnold estaba preocupado,habían pasado varios días sin señales de Helga, el profesor Simon no le daba importancia, después de todo estaban justificadas sus faltas, pero el sabía que había algo extraño. En todos estos años, Helga no faltaba, aunque no lo admitiera, le gustaba ir a la escuela. Había faltado algunas veces pero, no semanas.
¿Quizás la había asustado la última vez que se vieron? Mordió su labio inferior impaciente, no había echo nada malo, solamente estaban platicando, entonces, ¿Por qué?
—Hola viejo, ¿Sabes por qué no ha venido Pataki? — Gerald se acercó a él y se sentó a su lado, empezaba a sentirse fastidiado de Lila, así que optó por esconderse con su mejor amigo.
—No, no tengo idea.—
— Que extraño, Phoebe también la intento llamar y no responde...—
Ese comentario solamente lo hizo tensarse, ¿Ni a su mejor amiga le respondía?
—Escucha,no quiero presionar, pero...—
—Callate, Gerald.— Suspiro frustrado y tomó sus cosas, iba a empezar de nuevo a cuestionar sus "avances".
Si, si, todavía no olvidaba la apuesta, pero eso era lo último que tenía en mente. Terminó las clases y de inmediato acudió a la casa de los Pataki, después de todo iba a necesitar los apuntes de las clases.
Tocó varias veces la puerta, pero no tenía respuesta, se estaba desesperando. Hasta que una somnolienta Miriam fue capaz de abrirle.
—Hola señora, lamento molestar, ¿Se encuentra Helga? —
—¿Quién?—
—Helga, su hija.—
—Ah, si, pasa, pasa...— Tambaleando dejo que el menor ingresará a su casa.— Está por ahí... No sé dónde...—
Miriam empezó a reírse sola, se notaba que no se encontraba en sus cinco sentidos. Decidió ignorarla y subió las escaleras hasta la recámara de la rubia, ciertamente aunque se llevaban bien de forma reciente, no se sentía muy seguro en esos momentos.
Estaba indagando en sus pensamientos hasta que escuchó un ruido en la habitación, que buena suerte, si estaba en casa. Abrió la puerta, pero lo que descubrió tras ella lo dejo congelado.
