Marie observaba atenta los movimientos de Daina, hasta su postura. En algún momento de las vacaciones decidió que era el momento de perfeccionar su francés… y enseñarle a ser un poco más refinado.
—¿Todo esto es necesario? —preguntó él mientras Marie lo sostenía de los hombros para enderezar su espalda. En el fondo un poco irritado.
—Claro que sí —contestó—. No puedo dejar que el capi… Que andes por ahí tan descuidado —se corrigió enseguida.
—Bien, ¿qué sigue? —suspiró.
—Quiero ver si recuerdas cómo tomar el té —Señaló la taza con su abanico.
Daina agarró la taza entre sus dos manos, a lo que Marie respondió con un suave golpe de su abanico a su cabeza.
—Sostenla del asa, con una mano —corrigió.
Daina sostuvo la taza por la parte de abajo y de ahí la volvió a levantar con los dedos en el asa.
—¿Así está mejor?
—Mucho mejor —Asintió—. Ahora quiero ver qué tal pronuncias tu francés al leer.
Daina tomó el libro El Fantasma De La Ópera, sacado de la antigua biblioteca, y empezó a leer desde una página al azar.
—"Esta voz cantaba «la noche del himeneo» de Romeo y Julieta. Raoul vio a Christine extender los brazos hacia la voz —paró y leyó más despacio—, como lo había hecho en el cementerio de Perros hacia el violín invisible que tocaba la Re-resurrección de Lázaro… Nada podría explicar la pasión con la que la voz dijo «¡El destino te encadena a mí sin retorno!»"
—Tartamudeas un poco pero mejoraste muchísimo —felicitó Marie.
—¿Ya estoy listo para moverme por mí mismo en París?
—Lo suficiente —Asintió—. Pero intenta no ir solo hasta que estés familiarizado con las calles.
—Puedo usar el mapa en mi celular —respondió.
—No puedes depender de tu teléfono todo el tiempo —le dio otro golpe con su abanico en la frente, pero sin excederse.
—Está bien —se llevó la mano a la frente.
—Vamos a intentar algo —Sonrió y le estrechó un pedazo de papel—. Ve a hacer algunas compras. Ahí tienes las cosas y la dirección.
—Seguro, Marie.
—Y no hagas trampa con el traductor —señaló—, créeme, no es agradable conversar con alguien de esa manera.
—Está bien —Asintió.
—Una caja de doce huevos, un kilo de papas —Leyó la lista—, un kilo de tomates y de zanahorias, dos paquetes de pasta, dos cartones de leche y dos botellas de shampoo.
Nada más entrar comenzó a ver los carteles de los pasillos en busca de lo que necesitaba.
—Los lácteos y cosas frías van al final —recordó—. Empezaré por las papas.
Caminó a donde las frutas y vegetales: Fruits et légumes. Para su sorpresa casi no había alimentos en las góndolas y cajas, pero sí había muchas papas.
—Debo haber llegado después de la hora pico —dedujo para sí mismo.
Agarró unas bolsas y guardó lo que pudo conseguir de papas, zanahorias y tomates para luego llevarlas con el verdulero para que las pesara y le diera la etiqueta para poder escanear cada cosa en la caja.
—Gracias —contestó en francés, cosa extraña para él ya que en Japón no era usual dar las gracias a los empleados.
Colocó las bolsas en su carrito y siguió su camino. Lo siguiente era las pastas al estar más cerca, aunque le costó un poco encontrar el cartel correcto y tuvo que mirar por los pasillos conforme avanzaba:
—Pâtes et nouilles —Leyó con tal de aprender esas palabras, de hecho coincidían con las de la lista de compras.
Siguió así hasta que reunió todo y le tocó pasar por la caja.
—Quinze quatre-vingt.
Daina hizo una mueca. No entendió para nada los números que le dijo la cajera así que optó por pagar con código QR y leer en la pequeña pantalla de la caja registradora el número necesario: €15,80. No estaba seguro de si eso era mucho o poco para la economía francesa, pero comparado a las cifras que se manejaban en Japón, le parecía un regalo.
Al momento de regresar, con todo en dos bolsas de tela que le dejó Marie, se dio cuenta de que no recordaba muy bien el camino de regreso. Sacó su teléfono en busca del mapa pero se dio cuenta de que no le quedaba batería.
—Debí cargarlo antes de salir…
Miró a los lados y, al no reconocer nada, decidió probar pedirle indicaciones a algún parisino que pasara por ahí.
—Disculpe —detuvo a una persona, un chico que parecía de su edad o un poco más—, ¿sabe cómo puedo llegar a AS Gallus?
El francés parecía reírse un poco de él.
—¿Dije algo gracioso? —Pasó a ponerse serio.
—Chino —contestó—, si buscas un club de verdad te sugiero que vayas a BC Sena o a AS Lis, pierdes tu tiempo allí. Los encuentras a cinco calles al oeste de La Torre Eiffel.
El sujeto siguió su camino mientras Daina se quedaba mirando pasmado por lo que acababa de ocurrir. En ese instante experimentó una probada de lo que pensaba Francia del club que pretendía ayudar, y que probablemente no lo tomarían en serio si preguntaba por ese lugar. Eso y que lo llamaran "chino." Apretó los puños y se armó de coraje.
—¡Oye!
—Daina está tardando mucho y no contesta —Marie miró el reloj preocupada.
—¿Se habrá perdido? —pensó Renoir.
—No contesta —Ruck intentó llamarlo y lo mandó al buzón de voz.
—Vayan a buscarlo —ordenó—. No pudo haber ido muy lejos.
—Sí —exclamó Jean por los demás.
El grupo salió a recorrer los alrededores de donde se encontraba el mercado. No vieron señales de él por ninguna parte hasta que Jean mandó un mensaje al grupo del equipo: "vengan al parque a dos calles del mercado, donde estuvimos la última vez."
Renoir y Ruck corrieron para allá solo para encontrarse a su capitán en una batalla bey contra el joven a quien lo llamó "chino" e indirectamente habló mal de su equipo.
—¿Exactamente qué pasó? —preguntó Renoir a Jean.
—No tengo la menor idea —Se encogió de hombros—. Tal vez solo quiso pasar el tiempo.
—Con esto tal vez consideres un club como AS Lis —habló el joven francés con una soberbia que molestaría incluso a Wakiya—, si admites que es mejor equipo ahora, podría llevarte con gusto.
Daina se vio envuelto en un aura espectral con colores púrpura y azul.
—Ahora verás por qué debes respetar a AS Gallus… ¡Double Strike! —gritó a todo pulmón.
El bey de su oponente voló por los aires y explotó. El chico cayó de rodillas.
—¡Fina explosivo! —gritó alguien que supervisaba el combate, tal vez un compañero del rival de Daina— ¡El capitán de AS Gallus, Daina Kurogami —se trabó un poco con el apellido—, es el ganador!
—Te daré un consejo —Daina tomó su bey—, jamás subestimes a tus rivales.
En cuanto se retiró vio a su equipo acercarse a él.
—¡Ah, chicos! —saludó.
—¿Se puede saber por qué no aparecías? —reclamó Renoir— No respondiste las llamadas y estabas aquí jugando.
—Primero, me quedé sin batería y me perdí —explicó—, segundo, ese sujeto se lo merecía.
Preguntaba por indicaciones cuando ese sujeto se burló de AS Gallus y se puso algo racista. En ese momento supe que no podía dejar las cosas así.
—¡Oye! —grité.
—¿Qué quieres? —El sujeto regresó hacia mí.
—¡Te desafío a una batalla para que veas de qué es capaz el capitán de AS Gallus!
El francés no hizo más que reírse, entre nosotros, era peor que alguien que conozco.
—Te diré algo, come gatos —añadió un insulto como si creyera que no lo entendería—, tomaré tu desafío pero si pierdes tendrás que admitir que AS Gallus es un pésimo equipo.
—Como quieras —Asentí—, pero si gano tendrás que tragarte tus palabras. Y para que sea más interesante, florecita —le llamé así para molestarlo un poco—, será una batalla a dos puntos.
—Suena bien, acabaré contigo rápido.
Ambos fuimos al parque donde unos niños curiosos decidieron ver y uno hizo de árbitro. La batalla fue de hecho bastante corta, el chico tiene potencial pero no sabe manejarlo, para nada; si no gana rápido está frito, y es justo lo que pasó luego de un intercambio de golpes donde pensó que podría vencerme por resistencia, pero fui más veloz.
—Parece que el capitán se hundirá con su barco —se burló una vez más al ver a Killer Deathscyther tambalearse.
—No tan rápido, niño —respondí con seguridad—. Ahora verás por qué debes respetar al capitán de AS Gallus, al nuevo equipo de AS Gallus… ¡Double Strike!
—Eso fue increíble —comentó Jean impresionado, igual que el resto.
—Supongo que ahora sabes en qué posición estamos —comentó Renoir.
—Sí, y con más razón vamos a darlo todo —Asintió—. Me aseguraré de que le cerremos la boca a todos los que se atrevan a burlarse de nosotros.
—¡Sí, capitán! —contestaron a destiempo los muchachos.
