Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Aclaraciones: Universo Alternativo. Modern Times.

Advertencias: Contenido maduro. Palabras malsonantes. Degrading Kink. Roleplay. Dominación & Sumisión. Squirt femenino. Mención de sexo oral. Tabaco. Bebidas alcohólicas.

Agradecimiento especial a Prcrstncn por el precioso dibujo MadaHina que me inspiró a escribir esta historia.


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Atenciones

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Capítulo Séptimo


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Estar delante de aquella puerta le trajo los recuerdos del ayer a Hinata. Precisamente a esas tardes en las cuales era llamada por el ama de llaves, pasándole el recado de acudir de inmediato al despacho privado de su padre. Eso siempre la hizo sentir nerviosa, con el estómago inquieto y la sensación de que el aire se agotaba a su alrededor.

Hiashi siempre la ponía nerviosa. No dejaba de pensar en qué falta cometió para ser llamada al despacho. Nunca se vieron durante el tiempo que ella vivió en la misma casa que su padre. Éste procuraba tener el menor contacto con ella por todos los problemas ocasionados debido a su trastorno.

El corredor siempre estaba solo y nadie iría a su auxilio. En esos dominios Hiashi era el mandamás y nadie podía contradecirlo, ni siquiera su querido primo Neji quien buscaba ayudarle para no ser recriminada con tanta ferocidad por parte del Hyuga mayor.

Todo se hacía más grande e Hinata se volvía diminuta, escuchando un reloj imaginario rebotar detrás de su cabeza, haciéndola sudar de las manos, deslizando cualquier arruga en su vestimenta y tratando de lucir lo mejor posible para no ganarse más de un sermón delante del poderoso hombre que era su padre y a la vez el atormentador más cruel que había tenido en toda su vida.

A pesar de que el miedo no era el causante de los nervios devorarla desde adentro, Hinata no podía dejar ir esos recuerdos. Podía no ser Hiashi quien estuviera al otro lado de la puerta pero igualmente se hallaba un hombre poderoso aguardando su entrada. Recordaba las palabras de Madara, igualmente como su amenaza de ir por ella en caso de no cumplir con lo acordado.

No le era difícil imaginar que Madara haría eso y más.

La noche era cálida y no había razones por las cuales sentir escalofríos, pero la más mínima ráfaga de viento hacía a Hinata estremecer; se cuestionó si era debido a la extra mezcla de nerviosismo y ansiedad que se anclaban en la boca del estómago, o era lo sensible que se hallaba su piel ante la idea de que las manos de Madara palpara cada tramo descubierto gracias al conjunto que eligió ese día.

Tal opción de vestimenta la hizo enrojecer, dudando de si aquello era lo indicado, o era mejor esconderse en la habitación, a la expectativa de las futuras consecuencias. Madara le había dicho que él no tenía problemas con su padecimiento, al contrario, lo hallaba como algo interesante de su persona. E Hinata no podía negar la atracción que sentía hacia él.

Desconocía si era el porte majestuoso con el que siempre caminaba, o esos ojos llenos de un profundo abismo del cual era presa cada vez que éste la miraba o la promesa silenciosa y pecaminosa de hacerla delirar.

El clic de la puerta sacó a Hinata de los abrumadores pensamientos que atravesaban por su mente. Sintió la presencia conocida de Madara sin la necesidad de alzar la vista y eso solamente le hizo sentirse tímida, cohibida del profundo deseo que él generaba en su persona con una acción tan simple como contemplarla.

—Ya era hora —la voz de él, juguetona e igualmente maliciosa la hicieron temblar, más Hinata no pudo continuar escondiéndose de Madara en cuento éste le alzó la barbilla sin dudar—. Un minuto más y me habrías obligado a ir por ti.

—L-Lo siento —solo en eso podía pensar, tratando de mantener el contacto visual, luchando contra los enormes deseos de bajar la cabeza y no verle—. Yo… Uhm…

Durante la cena Hinata apreció una faceta hasta entonces desconocida de su esposo. Nunca habría imaginado que Madara pudiera cocinar pero esa noche lo demostró al hacerse cargo de una tarea que, imaginó, sería tan banal para el Uchiha. Tampoco pensó que podría compartir uno de los momentos más tristes con él, sabiendo que Madara en ningún momento se mostró como un hombre afín a la empatía. Sin embargo, saber que alguien la escuchaba, sin juzgarla o reírse, le hizo sentir segura del lugar en el cual se hallaba; de la presencia de Madara.

El mismo hombre a quien silenciosamente había culpado de su actual tragedia, a quien le había temido por todos esos meses, y por el cual ahora no dejaba de temblar.

Ahora llevaba la camisa desabrochada y era posible apreciar la piel del pecho masculino de Madara. Hinata sintió sed y un deseo quemándole las yemas de los dedos. El agarre en su barbilla no era violento ni la lastimaba, más el calor provenir del tacto del azabache le generaba una serie de sensaciones que la hacían querer restregarse contra él como un minino.

Madara no negaría que el mutismo de Hinata solía irritarlo, no obstante al no ser demasiado cercanos durante los meses desde su unión oficial nunca representó algo grave que corregir. Hinata se desempeñaba bien en cada reunión o evento social que tenía como obligación acudir sin falta. Guardaba silenciosa y daba sus opiniones pidiendo primero su aprobación. Muy en el fondo había agradecido a Hiashi de haber criado de esa manera a la joven, era más fácil cerrar contratos y prometer futuras inversiones a la compañía teniendo a su lado a una mujer callada y que sabía comportarse, sin la necesidad de hostigarlo.

Ahora eso le causaba un enorme regocijo. Verla sonrojada, demasiado nerviosa como para dirigirle la palabra, notando cómo esos ojos perlados se teñían del más puro pánico ante un error que pudiera meterla en problemas.

Madara recorrió la suavidad de esa quijada delicada, tersa al tacto. No llevaba maquillaje pero los labios estaban rosados, perfectos y apetitosos. El cabello hecho de manto nocturno lo llevaba suelto pero tenía mechones que se le rizaban involuntariamente, con el aroma del acondicionador llegándole a la nariz. Esas pestañas naturalmente rizadas, decorando esos ojos enigmáticos que siempre le instaban a querer perderse en ellos, a apreciar cómo se humedecían, como esas pupilas se agrandaban mientras sentía el ardor de las uñas cortas de Hinata enterrarse en la piel de los hombros de Madara en cuanto ésta llegaba el clímax.

Las escenas de lo ocurrido esa tarde lo habían acompañado en el transcurso del día. Y cuando Hinata estaba cerca de él todo revivía, escociendo.

No era debilidad lo que le hacía querer tomarla de la cintura y hacerla suya; era la enorme ansía por volver a escuchar esos gemidos atrapados entre la batalla de sus lenguas, saborear nuevamente el néctar que florecía de su intimidad, escucharla quebrarse con cada embestida que sus dedos hacían hasta el punto más profundo de su sexo… No había sentido esa emoción desde hacía mucho tiempo así como el ardor nacer en los interiores de su pantalón.

La pieza clave en sus planes para tener a Hiashi dentro de su tablero de juegos había sido esa muchacha mojigata, siempre escondida detrás de la figura protectora de su primo, sin despegarse y hablando poco, cabizbaja en cada reunión. Haber obtenido lo que quiso de Hinata no representó problema alguno. La idea de pasar a su lado no era una promesa que atraería la felicidad mágicamente porque lo veía como un negocio a largo plazo, uno que fuera lo suficiente sólido para asegurar la prosperidad del legado que venía cuidando desde que su padre le encomendó tal labor.

Ella cumplió con lo que le dijo. Obedientemente había llegado a la puerta de su despacho privado, usando uno de los atuendos que ella aun guardaba en lugares secretos del departamento, mostrándose dispuesta a seguir con lo acordado en el comedor a pesar de que ella no dijo nada al respecto, pero Madara no necesitaba comprobar nada si ella estaba ahí, a su completa disposición, usando el disfraz de una sirvienta.

—Pasa —ordenó después de una última mirada, apartándose un poco para permitirle acceso.

—Uhm… —replicó ella, dando pasos inseguros, adentrándose a la guarida del lobo.

Madara detrás cerró la puerta y puso el cerrojo. Eso le hizo zumbar los oídos y arruinar cualquier salida de escape en caso de arrepentirse. Alzó un poco la mirada. Siendo esa la primera vez que entraba a la oficina personal de Madara, Hinata observó cada rincón, sintiendo el lugar demasiado personal como para que ella estuviera ahí. Al aspirar percibió el ligero aroma a un habano cubano, a libros y a whiskey.

La luz tenue de las lámparas colocadas a los costados de la pequeña sala. El ambiente dentro de la habitación era íntimo. A pesar de que el departamento contara con un diseño moderno, para Hinata cada rincón de ese espacio daba la impresión de haber sido sacado de otra época. Había estantes llenos de libros, el escritorio era majestuoso y su silla era como la de un rey exclusivamente hecho para su llevar a cabo su dominio en la más perfecta comodidad. Todo tenía la esencia de Madara, cada objeto que decoraba ese lugar podía fácilmente asociarlo a él. Los trofeos y los reconocimientos hechos de plata y cristal adornaban el mueble que se encargaba de realzar los logros conseguidos durante el actual liderazgo de Madara. Incluso pudo ver un par de retratos cercanos al lugar de trabajo de Madara.

—¿Esperabas que fuera una habitación de torturas? —la pregunta de Madara sacó a Hinata de sus pensamientos para girarse y ver cómo se desabrochaba las mangas, quitándose los gemelos que llevaba consigo, sin quitarle la mirada de encima.

Hinata carraspeó.

—E-Estoy sorprendida por su colección —musitó, enfocándose en la preferencia musical de Madara. Antes no se había mostrado interesada en saber las aficiones de su marido, pero ahora le sorprendía descubrir cada detalle.

Madara miró al mismo punto donde Hinata perdía la mirada, un inteligente movimiento para no verle más. Rio un poco, sentándose en el sillón más extenso de la sala.

—Me gusta el jazz —respondió Madara después un rato—. Es la única música que logra relajarme y perdonar las fallas de los estúpidos.

—Oh…

Hinata se halló sin palabras, ¿cómo podía continuar con esa conversación? La invitación de Madara a su despacho no había sido solamente para hablar, beber té y galletas; estaba consciente lo que podría suceder en cualquier momento, pero no dejaba de sentirse nerviosa, de tener miedo de que tal vez, aun cuando Madara no tuviera problemas de convivir con su trastorno, en medio del acto él pudiese encontrarla como un ser merecedor de desprecio.

Un chasquido de dedos la obligó a girar, para toparse con la figura de Madara más cerca de lo que ella hubiera querido en esos momentos. Por inercia quiso retroceder, guardar la distancia, pero esos eran los dominios de Madara y ella estaba sin defensa alguna.

Para él fue tan fácil apresarla en sus brazos. Con uno solo podía rodear esa cintura. La ropa rozar creó una armonía que lentamente encendía las pasiones, y aun con esta interponiéndose el calor desprenderse del cuerpo de Hinata y llegar a sus palmas le hicieron apretujarla más, a recuperar la distancia que ella tercamente quería marcar entre ambos. Por un momento las perlas de ella le miraron, con los pómulos dulcemente sonrojados y los labios semi abiertos, listos para soltar una excusa o una súplica para que los besara.

—Tengo curiosidad por la elección de tu atuendo —susurró sin tener que recurrir a la fuerza porque el cuerpecillo de Hinata no se movía de la prisión que sus brazos y pecho crearon para retenerla—. ¿Algo en particular que te orillo a elegirlo como tu primera opción?

Las manos de Madara viajar por las curvas aun cubiertas de ropa la hacían estremecer involuntariamente. Era un calor asfixiante lo que sentía en el interior, uno que le afirmaba que podría ser peligroso quedarse, pero en su intimidad la humedad comenzaba a mojarla. La respiración se le empezó a agitar y quiso expresarle al hombre que la retenía todas las fantasías que nublaban su mente.

Había sido tan natural para Hinata elegir el atuendo. Amo y sirvienta, un clásico. Un juego de roles donde el amo suprimía a la sirvienta. Lo había visto tantas veces en contenido erótico y leído en libros para adultos. Pensar en Madara como un amo y dueño total de sus decisiones la habían hecho acalorarse con la imagen en su cabeza; él atrapando sus muñecas, hurgando en su intimidad y regañándola por no comportarse con las visitas, por hacer un desastre…

—S-Si no le agrada, p-puedo ir a cambiarme…

—No dije eso —contestó Madara, evitando que ella rehuyera de su cuestionamiento—. Ahora responde a la pregunta.

—U-Usted me dijo que eligiera uno de mis vestuarios y acudiera a su despacho… H-Hice lo que me pidió.

—Sí, eso puedo verlo. De lo contrario, no estarías aquí.

Hinata levantó la cabeza para verle, frunciendo ligeramente el ceño.

—U-Usted dijo que si no me presentaba, i-iría por mí y me traería, a la fuerza… N-No quise molestarlo, a-así que solo escogí el primero que tenía al alcance… N-No hay una razón detrás de mi elección, s-si eso quiero saber.

Madara ladeó el rostro, mostrando una sonrisa amenazante que a Hinata le hizo temblar. ¿Lo había hecho enfadar? ¡Debía cuidar sus palabras! No tenía la suficiente confianza por parte de Madara como para hablarle con tanta informalidad. Era menor que él, debía ser más respetuosa, sobre todo siendo su esposa.

—Eres adorable cuando intentas esconder lo que quieres, Hinata.

El dolor en su mejilla al ser pellizcada juguetonamente sorprendió a Hinata. Miró una vez más a Madara, pensando que tendría un sombrío semblante por su osadía pero en su lugar solo observó una cara que detonaba diversión. No era común ver a Madara sonreír, y aquel pequeño cambio en sus facciones no era las indicadas para asegurar que sonreía, pero se le veía más relajado.

—¿E-Esconder? ¿D-De qué habla…?

—Si tanto quieres jugar a ser mi leal y obediente sirvienta, no tengo ningún problema en cumplir tu fantasía —la mirada negra del hombre se afiló e Hinata tuvo que volver a respirar para no ahogarse—. Después de todo es algo que acordamos, ¿no? Aunque si te niegas, no impediré que te vayas de esta habitación y finjamos que nada sucedió…

—¿P-Por qué sigue diciendo eso…? —Hinata interrumpió a Madara, dejando de lado aquel miedo de hacerlo enfadar.

Por un momento Madara notó una pizca de irritación en el mirar de Hinata, como un relámpago fugaz en mitad de una noche tormentosa.

—D-De no querer ningún tipo de cercanía con usted, me hallaría en mi habitación, sin acceder a sus deseos. P-Por más que le tuviera miedo a su amenaza de ir por mí, no habría logrado sacarme de la habitación. S-Sin embargo, estoy aquí porque… —la valentía con la cual había hablado se evaporó al darse cuenta de lo que su insensata lengua había declarado. Fue inevitable jugar con los dedos—. P-Porque quiero… —dijo en un susurro inseguro, sin atreverse a mirar el rostro del responsable de ponerla en esa situación.

Todo en ella le gritaba abalanzarse a él y decirle que la tomara. Ni siquiera habían comenzado pero ya podía sentir la humedad hacer de las suyas en el interior de sus muslos internos. Incluso los pezones le dolían, aun atrapados en el corsé que llevaba, notablemente erectos.

Sin embargo esa molestia de que Madara no entendiera que ella realmente lo deseaba no se iba. Pensó que le dejó en claro que era una adulta con la suficiente madurez de tomar sus propias decisiones, y eso incluía con quien acostarse. A pesar de que sabía a la perfección que el matrimonio en el que vivía escaseaba del principal factor para mantenerlos unidos, la atracción que sentía hacia él era innegable. Sería injusto seguir ocultando su sentir cuando Madara había decidido aceptarla con sus imperfecciones. Podría tener dudas acerca de si las palabras del hombre eran sinceras o uno de sus planes para tenerla aún más atada, pero eso podría pensarlo después, no en esa noche en que toda su piel aclamaba por el contacto de Madara.

El ataque a los labios de Hinata fue inesperado pero bien recibido. A pesar de la sorpresa, la lengua tibia de Madara entrar a su cavidad le hizo gemir y darle completo acceso, posando temblorosamente las manos sobre el pecho masculino, arrugando la camisa entre sus dedos, acostumbrándose al ritmo desenfrenado de la avariciosa lengua de Madara que buscaba devorar todo a su paso sin importarle la necesidad de respirar.

Ella sabía dulce. No importó el pequeño trastabillo que Hinata mostró ante su ataque, ella de inmediato le siguió el ritmo. Pudo sentir el contacto de las pequeñas manos femeninas tomar con fuerza la tela de su camisa, pegar más el cuerpo y ser consciente de la suavidad y firmeza de los senos. Los pezones erectos de Hinata chocar contra sí fueron una deleitosa tortura que con gusto dejaría que le siguieran perforando, llevando a su figura a oprimir a la de Hinata, curvando su espalda y enredando en uno de sus puños el sedoso cabello, juntando más la boca, deseando robarle hasta el último aliento.

Solo hasta que sus propios pulmones exigieron aire fue que Madara se separó de ella, observando el resultado de sus acciones, el rostro lleno de desesperación silenciosa de Hinata, apenas recuperando la respiración como si dentro de sí algo estuviera matándola y trayéndola a la vida a la vez.

El agarre en su playera no aflojaba y el detalle de cómo Hinata se removía no pasó desapercibido por los observadores ojos de Madara.

Él rio cerca de los labios de Hinata.

—Tomaré eso como un .


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La pista de jazz se reprodujo, era una melodía suave, más la voz de la interprete era sensual y cálida, como el terciopelo. Aun así Hinata no despegó la mirada del piso, sintiendo el latir de su corazón retumbarle en los tímpanos. Las rodillas no le dolían ni la postura en la que se hallaba. Todas esas tardes estando al lado de Umiyishi-san, su instructora, habían dado frutos para mantenerla en una incómoda posición por horas. Pero Madara le había ordenado estrictamente no moverse. Solo podía confiar en el resto de sus sentidos. Se enfocaba en la música pero también en los movimientos del hombre acompañándola, el mismo que le dio esa orden, quien le tomó de la barbilla suavemente para decirle que en cuanto comenzara eso, no había retroceso.

Le escuchaba caminar, sirviéndose algo de sus bebidas, tarareando el compás de la música y pasando detrás suyo, haciéndola estremecer a pesar de no tenerlo cerca. A pesar de que el atuendo que eligió no fuera completamente revelador, no podía dejar de sentirse expuesta. El corsé le oprimía el abdomen, y era ciertamente incómodo en la parte del pecho, pero ni así soltó queja alguna, preparándose mentalmente para el siguiente movimiento que Madara haría.

Hinata creyó que él la tomaría de inmediato, cumpliendo esas promesas que leía en sus ojos ónix cuando la tomaba en sus brazos. Estuvo equivocada. Madara no parecía sucumbir a la desesperación, la cual en esos momentos a ella la estaba haciendo perder lentamente la paciencia. Ahora con las piernas unidas, sentada en esa posición y sin atreverse a mover un músculo, los roces eran inevitables y eso estaba estimulando a su sexo. Trataba de mantener la calma pero cada vez que pensaba que Madara por fin daría comienzo descubría, a su propio pesar, que él solo estaba alargando el juego para torturarla.

Inesperadamente Madara jaló del cabello de Hinata, sacándole un grito de sorpresa y por el ligero dolor en su cuero cabelludo, apenas un pinchazo, encontrándose con los ojos oscurecidos de Madara quien no le soltaba. La respiración de Hinata se aceleró e involuntariamente apretó las piernas, intentando ser discreta y que él no se percatara de cómo ese acto brusco la había hecho mojarse más.

—Realmente eres compleja —habló él, sorbiendo del vaso lleno licor con ayuda de la otra mano, sin cortar el contacto, sin aflojar el firme agarre en el cabello de Hinata—. No sabría diferenciar si eso te dolió o lo disfrutaste —Madara chasqueó la lengua—. Qué sirvienta tan degenerada contraté.

El tono que él usaba detonaba enojo e irritación que por un momento Hinata pensó que realmente lo decía en serio, que de verdad ella le provocaba tales cosas. No obstante el atuendo que llevaba determinó los papeles que ambos llevarían a cabo. Ella era quien estaba de rodillas y Madara quien tenía el control en ese contexto. No pelearía por recuperarlo o siquiera rebelarse, la idea de ser dominada por él, recriminada y privada de cualquier defensa al respecto le aceleraba el ritmo.

—L-Lo siento… —apenas formuló pero nuevamente Madara chasqueó la lengua, mirándola con seriedad.

—No recuerdo haberte dado permiso de hablar.

Calló de inmediato, recordando lo mucho que a Madara le disgustaba que las personas no siguieran sus órdenes. Pudo sentir movimiento detrás suyo, cómo Madara se acercaba más y la figura masculina se imponía sobre ella. Él ya era alto pero en esos momentos era monumental. Ya su cabeza quedaba cerca de los muslos de él. La mano con la cual Madara la sujetaba soltó su cabello pero Hinata no cambió de posición pues ésta le recorrió el la curvatura de la nuca y cuello como una serpiente, llegando hasta la fragilidad de su cuello expuesto, alargando los dedos y manteniéndola ahí, como una silenciosa amenaza, una advertencia de no moverse ni despegar los ojos de él.

—Tu cuello está demasiado desnudo —comentó al palpar la zona, sintiendo el pulso de Hinata directamente, el cómo respiraba con agitación—. Si sabes comportarte, lo decoraré con un hermoso collar, perfecto para una adorable y sucia perra como tú.

Madara apreció el cómo los insultos afectaban a Hinata, cómo esos ojos perla pegados a su rostro adoptaban un brillo que los tornaba en dos resplandores de tonalidades tornasoles. Mierda. Lucía preciosa cuando quería llorar. La temperatura corporal de ella aumentaba y las mejillas estaban más sonrojadas. Si la posición era incómoda, Hinata no se quejaba.

Madara se despegó de ella, dejándola sin ese calor rodearla y con el ritmo de su ritmo cardiaco más agitado que nunca; jamás pensó que ser insultada pudiera tener ese efecto en ella, como si una mano invisible se hubiera formado de la nada y estuviera jugando con su notable excitación. Algo en los ojos de Madara y su tono de voz rudo hablándole de esa manera la hacía experimentar un nuevo sentimiento que claramente no era de ofensa.

Le vio tomar asiento a escasos metros, bebiendo del mismo vaso, humedeciéndose los labios con el sabor de whiskey. Hinata no gustaba de ingerir constantemente bebidas alcohólicas, solo lo hacía cuando era necesario. Pero en esos momentos el aroma caliente de Madara impregnado de licor parecía ser el elixir que ella necesitaba para calmar su malestar.

—Ven —ordenó él, con la espalda cómodamente recargada en el respaldo del sillón, el brazo extendido y las piernas abiertas, luciendo como el digno dueño de todo.

Incluso de ella.

Hinata pretendía ponerse de pie para cumplir con la orden pero Madara la interrumpió.

—Sin levantarte —añadió, obligando a Hinata a mirarle, parpadeando confundida, más cuando Madara frunció el ceño la joven pareció entender—. Gatea.

Con las mejillas completamente rojas de ser orillada a cometer tales cosas, Hinata gateó hasta donde Madara señalaba. A pesar de la vergüenza, el movimiento hacía que los roces entre los muslos fuera más fuerte, al punto de sentir cómo la humedad comenzaba a traspasar la tela de la braga que usaba. Además la gravedad que hacía que sus senos se balancearan, rebotando con cada movimiento, generaba una sensación que a Hinata le obligaba a apretar los labios para evitar la salida de cualquier gemido rebelde.

Al hallarse cerca, Madara se reclinó hacia el frente, notando el rostro de Hinata, como esa piel clara ahora estaba siendo teñida de un rosa potente en sus mejillas. Dejó el vaso sobre el mueble más cercano, observando la figura de Hinata, a sus pies, gateando como un animal para conseguir su aprobación. Pensó que sentiría una pizca de decepción de ver como alguien del clan Hyuga tenía tan poca dignidad pero las sensaciones que le hacían controlar su respiración y recordarse cada segundo que era demasiado pronto para tomar a Hinata le afirmaba que su esposa era dueña de un poder del cual él aún se negaba a aceptar que podía afectarle.

Dentro de sí se decía que era el atuendo y el comportamiento sumiso de Hinata lo que le estaba seduciendo; era el rostro deformado por una ansia callada lo que le hacía sentir lava debajo de la piel; era la silueta perfecta de su cuerpo oculta detrás de esas prendas lo que le estaban excitando.

Había disfrutado de la compañía de muchas mujeres pero el aburrimiento que llegaba después de terminar la sesión era tan fuerte que olvidaba con facilidad segundos encuentros o rostros. Ninguna experiencia era demasiado para recordarla más de una vez. Los juegos en la cama entre sus anteriores amantes y él lo entretuvieron pero jamás los catalogó como extraordinarios. La desesperación de ser tomadas culminaba con todo y la diversión se terminaba en cuanto ellas alcanzaban el clímax.

Madara pensaba que con Hinata pudiera suceder lo mismo. Quizá después de tenerla, las cosas se aclararían en esa nublosa capa que invadía a su juicio y ese fervor por hacerla suya, por volver a llevar a su boca el néctar dulce que solo ella podía ofrecerle, desaparecería.

Pero ese maldito rostro, con esos ojos de Luna, esos labios en espera de ser besados, humedecidos e hinchados era una tentación demasiado grande que a Madara le costó tener que regresar al papel que estaba desempeñando. Delante de él se hallaba una sirvienta, alguien indigna de su respeto, parte de las personas cuyo único objetivo era servirle fielmente. No era la pieza clave de sus planes ni sus actuales ganancias, ni la mujer de sonrisa triste que compartió con él secretos.

—Acércate —volvió a exigir con el mismo tono autoritativo que Hinata había escuchado, uno más feroz.

Acató la orden y se acercó más. Él abrió las piernas e Hinata se halló con un enorme apetito. Podía no ser visto a simple vista pero ella distinguió el bulto que comenzaba a formarse debajo de la ropa de Madara, siendo más notorio para ella por la forma en la que él estaba sentado, brindándole un acceso más que suficiente. Le miró por un momento, buscando alguna señal que le indicara que debía parar su cercanía, más Madara solo le miraba sin dar indicios de querer detenerla.

—¿M-Me permite hablar, Danna-sama?

Madara apretó el puño sin que ella se percatara de cómo el uso de palabras le afectaba. La voz melodiosa de Hinata era una maldición auditiva que lo estaba empujando a enviciarse en las delicias que el cuerpo femenino podía ofrecerle.

—Solo si tienes algo inteligente que decir —respondió.

Hinata se reincorporó sin ponerse de pie, siguiendo las indicaciones de Madara al pie de la letra. Con lentitud posó las manos sobre los muslos masculinos y en su interior Madara siseó por cómo aquel gesto estaba afectándole.

—Sé que lo que hice para haberlo molestado es injustificable y admito que el error ha sido mío. El castigo que planea darme ayudará, sin duda, a corregir mi inaceptable comportamiento —Hinata se alzó un poco entre las piernas de Madara, en el medio de estas, mirándole aun desde abajo sin osar a encararlo—. Pero si usted me permite, si Danna-sama está de acuerdo, quisiera demostrarle cuán arrepentida me encuentro de haberlo decepcionado.

Halló sorprendente cómo la personalidad de Hinata cambió drásticamente, el cómo estar sumergida en ese juego de roles le había dado la seguridad para dirigirse a él con tanta seguridad sin trabarse ni una sola vez.

Los dedos de ella se movían inseguros sobre la tela de sus pantalones pero el brillo en sus ojos era anhelante, impaciente por escuchar la respuesta de Madara.

Él soltó una risa corta, barriendo sus cabellos rebeldes de tonalidad azabache sin perder detalle en la silueta arrodillada de Hinata.

—¿Y qué puede hacer una sirvienta como tú para recuperar el poco respeto que tenía hacia ti, eh?

—Haré lo que siempre me ha pedido, Danna-sama.

Madara alzó una ceja, preguntándose hasta donde llegaría ese juego de improvisación. Ninguno de los dos planeó un detallado papel. Él decía algo e Hinata le seguía el cuento. Ambos estaban construyendo esa fantasía a su manera.

—¿Ah, sí?

—Sí… —Hinata se pegó por encima de la cadera masculina, a la altura del ombligo, mirando a Madara con una mezcla de ternura y completa seguridad que por un momento lo dejó quieto, a la expectativa de los siguientes movimientos que ella haría. Sin embargo, sentir la calidez de sus pechos aplastarse, con una peligrosa cercanía a una zona donde su hombría se endurecía a cada segundo, fue inevitable que Madara dejara salir un gruñido que rápidamente calló—. Yo… Mi único propósito es hacerlo sentir bien, Danna-sama —ella volvió a restregarse y Madara tuvo que apretar nuevamente los nudillos hasta tornarlos en blanco sobre la tela del asiento, intentando no ser afectado por cómo los pechos de Hinata resaltaban encima de él—. Por favor, permítame hacerlo sentir bien… —el aliento de ella le rozaba y su aroma amenazaba con nublarle la mente, tal como esa mañana en su oficina, cuando los gemidos de ella y su cuerpo lo condujeron a lanzarla sobre la superficie del escritorio y estar a punto de tomarla—. Por favor… Madara-sama….

Madara sintió un escalofrío en la espalda baja cuando la lengua rosada de Hinata rozó juguetonamente con el zíper del pantalón, sin quitarle la vista, atenta a cualquier reacción que pudiera mostrar.

«Esta mujer… —pensó, negándose a creer que la misma persona que tomó como esposa fuera la que tenía de rodillas y demasiado cerca de su miembro— es peligrosa».

—Cualquier cosa que tengas en mente —tuvo que recordarse que en esos momentos Hinata no era su esposa y que todo esto sucedía porque así lo deseaba ella; si quería ser tratada de ese modo, comportarse como una verdadera degenerada, él no la iba a detener—, espero sea lo suficientemente convincente para perdonarte esta vez. O el castigo que tengo planeado para ti será peor.

—Uhm —felizmente Hinata asintió, sonriendo dulcemente como si hubiera obtenido la golosina que siempre deseó.

Madara le permitió hacer lo que tuviera en mente, dedicándose a observar en silencio. Si ella temblaba antes, ahora ya no lo hacía. Era como si el ente que anteriormente la había poseído hubiera tomado control de su cuerpo, dejando encerrada la personalidad tímida de Hinata en un cuarto bajo llave. Al quitarle el cinturón ella en ningún momento dudó, dedicada a hacerlo bien.

Dejó con suavidad el cinturón a un costado donde no pudiera estorbar, mirando nuevamente el rostro atractivo de Madara quien le miraba fijo. El ador en todo su cuerpo aumentó y entendiendo el silencio del azabache Hinata deslizó el cierre hacia abajo, bajando la mirada y enfocándose por completo en observar lo que esos pantalones escondían, ese pedazo de carne que en esa mañana la había hecho correr por lo duro que se sentía. Escuchó a Madara hacer un ruido, ya fuera de incomodidad o de enojo, no sabría afirmarlo con certeza.

—Lo siento, Danna-sama. Me aseguraré de ser gentil —comentó, bajando la tela para apreciar el bulto.

La boca se le hizo agua que hasta un gemido travieso se le escapó. El deseo que Madara sentía por ella estaba ahí. Ya fuera simple atracción física o algo más, era innegable la pasión que no solo ella sentía, sino también la de Madara hacia ella. No le era indiferente ni mucho menos algo abominable. Le estaba permitiendo tocarle, le estaba permitiendo ser ella sin miedo al rechazo.

Por un momento Hinata dentro de toda esa cúspide de emociones quiso sentirse sentimental por encontrar en alguien la aceptación que buscaba desde hace mucho tiempo pero la mano de Madara en su cabeza le recordó que aquel no era el momento para sentimentalismos.

—Te estás tomando tu tiempo, considerando la delicada situación en la que estás. Dijiste que me harías sentir bien —el aliento cálido de Hinata sobre su erección era un caricia fantasmal que le estaba erizando la piel—. Así que hazlo.

Ella no dijo nada a modo de respuesta y se dedicó a cumplir con lo que dijo Madara. Las pequeñas manos de Hinata comenzaron a bajar el elástico del bóxer, develando poco a poco el miembro de Madara hasta dejarlo libre de cualquier prenda retenedora. Él sintió alivio de que nada apresara a su virilidad después de todo lo que tuvo que soportar en el día. Esperó a sentir alguna caricia o algo por el estilo pero al no recibir nada volvió a fijarse en Hinata, quien miraba atentamente a su pene.

—¿Qué? —gruñó al verla tan quieta.

—Es… —Hinata tragó saliva, notando la longitud. No era sorpresa el por qué se corrió con tanta facilidad cuando Madara rozó ese pedazo de carne con su intimidad— tan grande…

—¿Eso es un problema para ti? —preguntó con burla, con el ego a lo grande por escucharle confesar tal cosa al verlo por primera vez.

Las mejillas de Hinata volvieron a sonrojarse pero debido a la presión que una de las manos de Madara ejercía aun sobre su cabeza no podía alejarse, por lo que no tuvo otro remedio que verle desde su actual posición, sin esa pequeña seguridad que había demostrado hasta el momento.

—N-No, es solo que… —volvió a mirar nerviosamente lo que tenía en frente.

Sus encuentros sexuales siempre fueron limitados. Buscaba comodidad y confianza con las personas y procuraba cuidarse de cualquiera que pudiera sacar provecho de su situación. La única persona con la cual se sintió feliz de compartir la misma cama había sido con su profesor de preparatoria. Durante todo momento él la hizo sentir bien, sin miedo. Le enseñó lo que sabía, por lo que no sería la primera vez que daba un fellatio ni que veía un pene así de erecto, sin embargo, sí que era el primero que era así de grande. Al menos el más grande que había visto hasta el momento. La idea de meterse todo ese pedazo de carne a la boca la asustó por miedo a ahogarse pero la idea de llevárselo hasta el fondo de su garganta, chupando todo, hizo a Hinata apretar los muslos y temblar anticipadamente.

—Nunca he metido algo… T-Tan grande a mi boca… —la timidez regresó a ella, mirando a través de sus pestañas el rostro de Madara—. No quisiera incomodarlo o herirle… Uhm…

—Si ese es el caso entonces tendré que prepararte para que puedas hacerlo —él soltó el agarre en su cabeza, dejándola libre. Hinata estuvo confundida, incluso un miedo fugaz la invadió ante la idea de haber arruinado todo, más cuando sintió a Madara jalarla hacia él y sentarla sobre su regazo, cualquier duda de haber cometido un error se esfumó—. Abre la boca —al tenerlo así de cerca y sentir el vibrar de su voz, así como la virilidad palpitando debajo de la ropa que usaba, Hinata hizo lo que el azabache le pidió.

Madara frunció el ceño.

—Más —exigió e Hinata separó todavía más los labios, esperando que fuera suficiente para Madara—. Bien.

Ingresó dos dedos a la boca de Hinata, escuchándola emitir un sonido de sorpresa, más eso no le detuvo de su plan inicial. La sensación de sus dedos ser humedecidos por la cavidad tibia de Hinata le hizo imaginar lo que se sentiría recibir el mismo trato pero a su miembro. No metió completamente sus dedos hasta la profundidad de Hinata porque quería que se acostumbrara. Quizá no era la misma longitud pero ayudaría en algo si ella no estaba acostumbrada.

—Chupa —ordenó.

Hinata le miró y asintió, succionando los dedos de Madara, utilizando su lengua para humedecer todo a su paso y fuera más fácil.

Los ruidos generados por cómo Hinata se comía sus dedos lo obligaron a apretar con la otra mano los muslos de Hinata, a buscar debajo de esa falda el tramo de piel que necesitaba. Al hacerlo el cuerpo de Hinata se estremeció y la firmeza con la que apretaba ambas piernas solo le confirmaron lo excitada que debía de estar.

—Voy a meterlos más profundo —susurró Madara cerca de Hinata, vigilando que todo estuviera bien—. Si sientes que te ahogas, aprieta mi brazo.

Ella asintió, escuchando cada una de sus palabras a pesar de lo mucho que se esforzaba para que su mente no volara lejos, completamente perdida en todas esas nuevas sensaciones.

Tal cómo Madara le informó los dedos se hundieron más e Hinata entrecerró los ojos, tratando de acoplarse a la invasión en su boca y a esa sensación de querer ahogarse. A pesar de eso, siguió haciendo lo que Madara le dijo, chupando, escuchando igualmente los pecaminosos sonidos que salían de su boca. Hizo un sonido cuando Madara adentró más los dedos, casi rozándole la garganta. De los ojos de Hinata brotaron un par de lágrimas pero en ningún momento apretó el brazo de Madara como señal de alto.

Ella quería hacerlo sentir bien. Podría estar jugando bien su rol pero en todo lo que le dijo a Madara había mucha verdad. Los deseos reprimidos por tantos años estaban dominando a su cuerpo y mente, importándole poco las consecuencias de sus actos y cómo podría afectarle todo esto. Las palabras de Madara bien podían ser un falso consuelo pero lo que él provocaba en ella era una realidad que la estaba humedeciendo, que debajo de su trasero palpitaba y rozaba sus nalgas.

Sacó los dedos completamente empapados de la boca de Hinata. Un hilo de saliva los conectó por un tiempo. Observó el rostro de ella, con las comisuras de los labios brillosas, la respiración agitada y el cabello completamente desordenado. Todo en ella gritaba lujuria.

—Buena chica —le susurró en el oído, sintiéndose orgulloso de notar lo mucho que Hinata podía tomar. Por un momento pensó que hasta ahí sería el límite de la joven, pero había encontrado que estaba en un error al subestimar la necesidad de Hinata—. Ahora quiero que chupes mi verga tal como lo hiciste con mis dedos.

No tuvo que escuchar dos veces el mandato para volver a bajar del regazo de Madara y colocarse entre sus piernas, observando que la erección estaba más firme. Dio un último vistazo de Madara, sacando la lengua sin despegar el contacto visual, paseándola desde la base hasta la deliciosa punta que besó delicadamente.

Aunque en el rostro de Madara no se percibió ni una reacción, el temblor ligero en su cuerpo elevó la feminidad de Hinata por notar lo afectado que estaba por su toque.

Tomando aquella semi reacción como una luz verde, Hinata abrió la boca, tal como Madara le pidió momentos antes para poder ingresar sus dedos y se metió su virilidad a la boca, arropando con la calidez y tibies de ésta cada tramo.

Él tuvo que echar la cabeza hacia atrás, apretando los dientes para no soltar un gruñido de completa satisfacción de por fin tener la boca de Hinata sobre sí. Esa frustración quedó mitigada al momento en que ella comenzó a chupar.

Los ruidos que ella soltaba mientras subía y bajaba la cabeza pusieron más duro a Madara. Y al bajar la vista y notar los ojos humedecidos de Hinata por el esfuerzo, Madara gruñó.

—Eres… —otro gruñido cuando la escuchó chupar la cabeza de su miembro—. Mierda… —soltó, incapaz de quedarse callado por todas las sensaciones que ella le hacía sentir.

Pero antes de decir algo más, Hinata se separó ante un ataque de tos. Madara se reincorporó, viéndola atento, esperando que se recuperara o llevarla afuera para que tomara algo de aire.

Hinata controló su respirar, carraspeando y ocultando su tos detrás de sus manos. Sintió un par de lágrimas correr por los costados de su rostro. Al sentirse más tranquila enfocó la vista en Madara quien le veía atento.

—L-Lo siento… —se disculpó de inmediato, avergonzada de darse cuenta que no podía tomarlo todo sin ahogarse.

Madara suspiró sin decirle nada mientras tomaba el vaso que dejó en la mesita cercana, palpando su propia pierna.

—Siéntate.

—P-Pero…

—Hinata.

Ante ese tono ella no tuvo opción que hacer lo que Madara le pedía. Temblorosa por cómo le estaba afectando haber probado el sabor de Madara y tenerlo todavía fresco en su lengua, Hinata acató la orden del azabache y tomó asiento en su pierna. Sin decirle nada él acercó el vaso hasta sus labios, pidiéndole beberlo sin añadir nada más. Ella así lo hizo a pesar de que el ardor en su garganta fuera inevitable por el alcohol.

—Respira despacio.

—E-Estoy bien… —logró hablar pese al ardor por la bebida.

Madara ignoró a Hinata y esperó pacientemente que así fuera en realidad. Probablemente se había precipitado e Hinata necesitara más práctica para de verdad tomarlo por completo, aunque por la forma en que había metido gran parte de su pene en esa pequeña boca era posible que no necesitara tantas sesiones de entrenamiento.

—No te sobre esfuerces —regañó con inesperada suavidad, peinando sutilmente los cabellos despeinados de la joven, quien le miró sin entender el repentino cambio—. Esto es algo que también te haga sentir bien —recordó.

Hinata desvió la mirada por un segundo y después volvió a verlo.

—Hacerlo sentir bien… M-Me hace sentir bien…

«Contrólate —se dijo internamente, viendo esos ojos dulces que ahora lucían como los más puros de ese mundo a pesar de todas las cosas que le había hecho. Respiró hondo para sacarse de la cabeza las ganas de tumbarla en el sillón y tomarla».

—Q-Quizá no tengo mucha experiencia, p-pero puedo esforzarme más si me lo permite. Prometo hacerlo bien esta vez…

—Hinata, no voy a hacer que te ahogues. Podemos hacerlo en otra ocasión.

—P-Pero… —ella se mordió el labio, saboreando la esencia de Madara aun en su boca. Era salado pero dulce a la vez, una combinación extraña que le había generado intensos deseos por seguir devorando, por chupar y chupar hasta hacer que toda esa tensión encerrada saliera y ella pudiera probar todo—. Yo quería…

—¿Tú querías…?

—Q-Quería saber a cómo sabe, Madara-sama —confesó totalmente roja—. Usted ya sabe cómo… C-Cual es mi sabor. Pero yo el de u-usted no… —Hinata volvió a fruncir el ceño—. E-Es injusto…

Madara cerró los ojos por un momento con un notable tic en la mandíbula. Lejos de parecerle ridícula tal confesión por parte de Hinata en un momento inapropiado, hallaba esos gestos jodidamente adorables y sensuales que endurecieron más a su pene.

El autocontrol del cual se sentía tan orgulloso de poseer se había ido a la mierda por esa mujer.

—¿Madara-san…? ¡Ah!

Pensó que él se habría enojado por su comentario más se halló repentinamente apoyada en el respaldo del asiento, con la figura de Madara obstruyéndole cualquier ruta de escape. Sintió cierto nerviosismo al no verle su mirada por los mechones azabaches que le cubrían parte del rostro.

—¿M-Madara-san?

—Una sirvienta vulgar como tú no tiene el privilegio de llamarme por mi nombre —el siseo que brotó de los labios de él fue como el de un animal venoso, peligroso y listo para atacar.

Pero en lugar de hacer sentir intimidada a Hinata por ese remolino hecho de oscuridad en la mirada del azabache, ella se mojó más.

—¿Qué? ¿Te gusta que te hablé así? —Madara se acercó más a Hinata, subiendo la falda por encima de las rodillas y separando ambas piernas para poder acomodarse entre ellas—. ¿Qué sea cruel contigo? ¿Qué te recuerde tu lugar? —Madara escabulló su boca hasta el oído de Hinata, con ella temblando bajo su ataque—. ¿Qué te domine…?

Hinata cerró los ojos por las sensaciones de escucharlo hablar tan cerca de uno de sus puntos sensibles. El respirar cálido de Madara le pegaba como una caricia tentadora que le aflojaba cualquier rastro de convicción y se arrojara de lleno a las profundidades de un camino sin retorno.

—Sí… Me gusta… —contestó ella, abrazando a Madara por el cuello, acercándose más a él, rozando su necesitada parte contra él, esperando que pudiera sentir cuán vital era para ella en esos momentos—. Me gusta que haga todas esas cosas conmigo, Danna-sama. Por favor, enséñeme cómo a ser una buena sirvienta para usted. Hágame aprender la lección a la fuerza, Danna-sama.

Algo en él despertó, algo que no pudo controlar. Desconocía el cómo logró romper las medias de Hinata, o en dónde quedó gran parte del vestuario de ella, pero en el momento en que esos jugosos labios lo recibieron, pudo estar seguro que esa no sería la última vez que tomaría a Hinata.

Se posicionó en ella, tomando las piernas femeninas hasta llevarlas a los costados de su cuello, notando para su deleite lo flexible que era. No empezó delicado ni gentil, sino brusco, tratando de llegar a los más profundo, gruñendo cada vez que su pene rozaba con las paredes vaginales de Hinata, escuchando cómo se mojaba cada vez que salía y volvía a adentrarse, escuchándola delirar en sus brazos, de perder el enfoque, de babear y agarrarse de él por no saber controlar los temblores que la invadían.

A Madara le importó un carajo que los cuadros que colgaban de las paredes se cayeran por los bruscos movimientos que sus embestidas causaban, lo que único que ocupaba su mente era en lo deliciosa que era Hinata, cuán estrecha era y lo bien que lo estaba recibiendo.

Los gemidos de ella eran cómo un ángel corrompido debería sonar. Sus gritos no eran agudos ni exagerados, no se guardaba ninguna reacción, todo lo estaba aceptando tal cómo Madara acunaba cualquiera de sus imperfecciones.

Sí, era una pervertida; una degenerada, una mujer vulgar que se mojaba con facilidad ante la atención masculina. Pero no le importaba. Lo aceptaría. Cada una de esas reacciones estaban reservadas para él. La voz temblorosa que salía de ella cuando ajustaba el agarre en sus caderas, cuando apretaba sus pechos y metía uno de esos pezones dulces a la boca para mordisquearlo, escucharla retener el aliento para después lloriquear, verla llorar de completo disfrute y casi ahogarse con su propia voz era un escena sublime que a Madara le hizo separarse de ella, saliendo totalmente, callando los gemidos de Hinata, haciéndola que ésta le mirarse confundida por la interrupción, más cuando vio cómo Madara volvía a alzarle las piernas pero esta vez colocando su cabeza encima de su intimidad, Hinata echó la cabeza hacia atrás en el momento en que la lengua de Madara ingresó a su interior, chupando y lamiendo cualquier rastro de su néctar que se hallara.

D-Danna-sama… —hacía lo posible por intentar retener todas esas honestas reacciones pero no podía, estaba agotada de querer ocultarlo todo siempre. Ya no podía más.

La lengua de Madara se sentía tan bien que Hinata empezó a mover sus caderas de manera impulsiva, esperando que eso ayudara a que llegara más profundo. Antes de que pudiera sentir ese conocido cosquilleo, Madara volvió a separarse, haciéndola suspirar de frustración por ese juego cruel, más quedo satisfecha cuando el azabache volvió a sumergirse en ella, pero esta vez llegando hasta su Punto G, embistiendo con fuerza, haciéndola decir cosas sin coherencia, sin un atisbo de la cordura que siempre la había identificado como la pulcra y siempre correcta Hinata Hyuga.

—S-Se… ¡Se siente tan bien! —gritó al no poder soportarlo, al quedar completamente embobada, con esa nube blanca expandiéndose por toda su mente si dejarle siquiera un pensamiento lógico, solo querer disfrutar de todo lo que Madara le estaba proporcionando—. Más, por favor, Danna-sama, quiero más… Por favor, por favor, por favor… ¡Uhm!

Fue como una bomba que en lugar de dejar destrucción generó una enorme calma en Hinata que no sentía desde hacía mucho. Una sensación que pensó nunca volvería a disfrutar.

Las luces de la habitación parecieron aumentar su brillo ya que en un momento quedó embelesada, sintiéndose flotar en un cielo completamente despejado, con el Sol dándole en la cara y con una abrumadora paz invadirla.

Para cuando fue consciente de la realidad el cuerpo de Hinata temblaba violentamente, aun moviendo las caderas para disfrutar los últimos segundos de del orgasmo. Logró palpar una ligera capa de sudor que había humedecido su flequillo pero lo que de verdad le asombró fue a Madara respirar notablemente agitado, aun con su miembro duro y completamente empapado.

Tratando de recuperar su voz, Hinata quiso decir algo pero Madara no la dejó hablar al besarla con ferocidad, volviendo a introducirse en ella, embistiendo otra vez.

Hinata gimió sorprendido pero no lo separó al sentir cómo el beso con sus lenguas enredándose le hacía sentir que volvía a humedecerse. Las manos de Madara se colocaron en su trasero, elevando ambos glúteos hasta alzarlos a la altura donde pudieran tener una mejor penetración.

El grito atrapado en sus bocas de Hinata le comprobó que había logrado el objetivo, volviendo a retomar un ritmo más frenético para volver a hacerla llegar al orgasmo pero ésta vez con la ayuda de su pulgar que usó para estimular el clítoris de Hinata, sintiéndola estremecer, buscando separarse de él, más no la dejó, pegándola más.

El golpear del respaldo del sillón contra la pared era más sonoro, era una seguridad que aquello necesitara arreglo, y posiblemente los cuadros que se cayeron al piso un nuevo marco, pero todos esos detalles Madara los pensaría después.

Con un grito más extenso y ese temblor conocido, él supo que Hinata estaba a punto de llegar otra vez, por lo cual aceleró el ritmo de sus penetraciones como el de su pulgar, viéndola deshacerse en un arqueo de espalda que le dio la oportunidad de ajustar el ángulo y dar la última embestida antes de que Hinata eyaculara.

No importó los temblorosos Ah que soltaba, cómo sus uñas se clavaban en el material del sillón, amenazando con rasgarlo, el cómo todo se humedecía por el exceso de líquido. Madara apretó los labios al sentir que él también llegaba a su límite.

—Hinata —habló con una voz más profunda debido al esfuerzo, captando la atención de la mujer que con sus ojos adormilados por el deseo apenas pudieron enfocarlo—. De rodillas.

Sin comprender del todo y aun con esa sensación de que el mundo daba vueltas, Hinata hizo lo que él le pidió, sentándose en el piso sin importarle el desastre que había ocasionado, mirando a Madara con sus pestañas y ojos dulces.

—Abre la boca.

Ella acató y Madara llevó la punta de su pene a la boca de Hinata que no se movió, entrecerrando los ojos.

Con ayuda de un par de movimientos de sus manos que ayudaron a estimular por completo a su hombría, Madara llegó también a su propio orgasmo.

Hinata cubrió la punta con su boca, gimiendo cuando el semen salió disparado a su boca. El gruñido que soltó Madara fue tan varonil que Hinata continuó lamiendo, llenándose la boca con todo lo que Madara le daba, saboreando todo. Era viscoso pero no desagradable.

Madara apoyó una de sus manos en Hinata, haciendo que ella diera suaves lamidas a la longitud de su virilidad, no solo saboreando su esencia sino la de ella también.

Él se separó y vio con enorme disfrute cómo Hinata no dejaba que nada saliera, viéndolo de reojo, esperando.

—Bébelo.

Con un sonoro ruido Hinata se tragó la esencia del azabache. Era la primera vez que hacía eso, pues a pesar de no ser una primeriza en dar fellatio, nunca había probado el semen de nadie. Ayudándose de los dedos, Hinata reviso que nada hubiera quedado alrededor de sus labios, lamiendo de vueltas su yemas, degustando cada gota como si fuera caramelo. Al terminar de chuparse los dedos, volvió a mirar a Madara que le observaba con una expresión nueva para ella, pues respiraba con agitación y el cabello azabache se le pegaba no solo a la frente, sino también parte del pecho.

A los ojos de Hinata lucía tan varonil.

—Ahora ya sabes cuál es mi sabor —comentó después de controlarse, de tomarle de la barbilla y acariciarle le cara con una suavidad que ni él mismo sabía que podía otorgar.

Hinata lució ligeramente sorprendida pero una enorme sonrisa apareció en sus labios.

—Uhm —susurró, tomando la mano de Madara y pegándola a su mejilla—. Gracias, Danna-sama.


.


A pesar de que el lejano sonido del timbrar de su celular retumbaba en algún rincón de la casa, Madara le ignoró al seguir sumergiéndose en el cuerpo de Hinata.

No recordaba cómo fue que llegaron a la cama pero eso no formaba parte de sus prioridades en esos momentos. Lo único que quería hacer era seguir hundiéndose en esa deliciosa cavidad y robarle el aliento a Hinata.

En cada oportunidad que sus bocas se separaban, Hinata quería recordarle que alguien intentaba llamarlo pero él hacía caso omiso al volverla a girar y arrematar con más fuerza; no importaba cuántas veces la hiciera correrse, o cuánto estamina tuviera, no tenía suficiente, necesitaba más, como una adicción severa que lo estaba obligando a quemar todas sus energías.

Justo cuando pensaba que sería todo, Hinata le miraba con un brillo que le hacía gruñir, atraerla y volver a sentarla sobre su regazo, penetrándola. Si afuera seguía siendo de noche o de día, no lo sabía, pero el cansancio en cada una de sus extremidades comenzaba a pasarle factura. Aun así tenía tantas posiciones que probar con ella, descubrir qué tan flexible podía ser, cuánto podía soportar. Ya le había marcado el cuerpo de varias maneras, descubriendo que todo en ella le gustaba, que cada tramo de piel sabía a gloria y el sudor que rodeaba cada rincón del cuerpo femenino era un complemento que solo le hacía caer más en el encanto de ella.

Con otro temblor Hinata le avisó que había llegado al clima, dejándole a él terminar sobre el vientre de ella. Podía encontrarse sometido por la lujuria pero aún tenía algo de raciocinio. Por más deseos que tuviera de terminar en el interior de Hinata, aquello era peligroso. Desconocía si ella estaba usando algún método anticonceptivo, o si tendría algún paquete de condones; no había tenido la cabeza para pensar mucho en ello, sin embargo, no iba a cometer un movimiento grave.

Tener descendencia no formaba parte de sus planes y era algo que no solamente le afectaría a él, sino también a Hinata. Por más tentador que fuera presenciar la vulva de Hinata llena de su semen, no se dejaría guiar por la irracionalidad.

Cayó a un costado, respirando agitadamente, con el cansancio quererlo arrullar. Aun así extendió el brazo, sintiendo la suavidad del cabello de Hinata acurrucarse en su pecho. La dejó ser. Cerró los brazos por un momento, calmando la respiración. Las manos de Hinata se sujetaron con suavidad de su pecho, buscando calor.

Acercó más a Hinata, atrayéndola, sintiéndose atraído por su tibies natural. Ambos desnudos sobre la cama con las sábanas hechas un desastre y con la necesidad de ser cambiadas, el sueño quiso invadirlos, siendo Hinata la primera en caer rendida sobre el pecho de Madara quien no se quejó ni hizo el gesto de separarla de su lado.


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Las necesidades de su cuerpo obligaron a Madara abrir los ojos pese a la pesadez de los parpados. Trató de despertarse, viendo los alrededores, descubriendo en el proceso un peso extra en el pecho.

Era Hinata, dormía en la misma posición en la que recordaba antes de caer dormido. Dormía plácidamente, más relajada que nunca. El cabello le caía como una cortina por los hombros, ayudando a esconder sus pechos desnudos que se pegaban con cada respirar más a su piel. Guiado por un impulso incapaz de reprimir, Madara corrió un poco el cabello de ella para observarla a detalle, apreciando lo hermosa que era.

Una verdad que no podía debatir.

Nuevamente el sonido del celular lo interrumpió, trayéndola de vuelta al mundo en el que vivía. Hinata pareció removerse y él aprovechó eso para deslizarse sin despertarla, buscando una de las colchas que cayeron al suelo, arropándola con esas.

Madara caminó desnudo hasta el closet para escoger unos pantalones cómodos, yendo a la casa en busca de ese celular tan molesto. Para su asombro varias cosas estaban desacomodadas, como si un remolino hubiera pasado.

—Tuvimos mucho ímpetu anoche —musitó, soltando un bostezo, continuando con la búsqueda del aparatejo.

Después de levantar unas cuantas cosas, logró encontrar el celular debajo de unos cojines. Al desbloquear la pantalla descubrió que tenía una enorme lista de llamadas perdidas, principalmente de Shiho e Izuna.

Suspirando le regresó la llamada a Izuna.

De inmediato su hermano menor contestó.

—¡¿Se puede saber dónde mierda estás?! —Madara frunció el ceño al alejarse el celular de la oreja debido al grito rompe-oídos de su hermano.

—En mi casa —respondió con tranquilidad, yendo a la cocina para prepararse un café—. ¿Dónde más podría estar?

—¿En casa…? ¡Es mediodía!

Madara arqueó ambas cejas al dejar los granos de café reposar.

—¿Lo es? —vio la hora en el celular, descubriendo que en efecto, eran casi la 1:00 de la tarde—. Ah, sí que es tarde.

—¡¿Y lo dices tan tranquilo?!

Madara bufó, rascando su cabello por lo dramático que Izuna solía ser.

—Tuve una noche ocupada, en cuanto me aliste estaré en la oficina. ¿Paso algo para que estés tan alterado?

—¡Claro que pasó algo! —nuevamente Izuna le respondió gritando—. ¡Mi hermano quien está obsesionado con trabajar no se presentó desde las seis de la mañana! Tu asistente no ha dejado de llamarte, pensando que algo te sucedió. ¡Y hasta me metió la idea de que pudiste ser secuestrado por algún secuaz de Fugaku para que le entregues la presidencia!

Madara colocó el café molido en la cafetera, esperando a que comenzara su rutina.

—Tienes una imaginación muy activa, Izuna —respondió con una risa.

Hubo silencio por el otro lado para después ser llamado por Izuna en un sombrío tono.

—Neh, aniki… ¿Acaso estás enfermo? ¿Tienes algo terminal?

Madara rodó los ojos por las estupideces que Izuna decía.

—Según el diagnóstico de mi médico estoy más que saludable, así que no entiendo por qué la pregunta.

—¡Solo preséntate en la empresa! ¡Todos están perdiendo la cabeza porque el CEO está ausente! No puedes culparles por creer que es una señal del Apocalipsis.

Y con eso Izuna cortó la llamada, dejando a Madara suspirando, dándole un poco de razón a su hermano por haber actuado de esa manera.

Desde que heredó el puesto de CEO en la empresa después del nombramiento de su fallecido padre, nunca había estado ausente ni dejado sus responsabilidades a otras personas. Le gustaba hacer el trabajo él mismo y encargarse de las problemáticas por su cuenta al no confiar en los métodos de los demás. Además, con las obvias intenciones de Fugaku en ambicionar la presidencia para él o para sus mocosos, Madara tenía menos razones para aflojar las riendas con las cuales guiaba a su legado familiar.

Sin embargo la actual culpable de tal acto inverisímil se hallaba aun dormida en la cama matrimonial. Caminó de regreso a la cama, quedándose quieto en el umbral, observando la respiración pausada de Hinata por debajo de la colcha. Ignoró esas ansias de querer acomodarse a su lado y acompañarla igualmente, pasear las manos por su piel tersa y a completa disposición.

A pesar de la noche salvaje que pasaron ambos, no se sentía cansado de ella cómo imaginó. Aun la deseaba, quería seguir probando nuevas cosas con ella, ver con qué nueva sorpresa lo recibía. Podía tener sus dudas respecto a las intenciones de Hinata, si era o no una espía de Hiashi para encontrar el modo de acabarlo, pero por el momento disfrutaría de dar y recibir esas atenciones de su esposa.

Se acercó a la cama, nada parecía querer despertarla, seguramente se encontraba tan cansada como para poner atención a los ruidos fuertes.

Madara la dejó dormir más, siento uno de los actos más amable que había hecho hasta el momento.


Notas


Danna-sama en japonés puede referirse como "Señor", "Amo" o "Honorable esposo" según el contexto. Pero regularmente es para referirse a una figura con autoridad. Me pareció conveniente que Hinata lo usara con Madara.