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If I'm a pagan of the good times
My lover's the sunlight
To keep the Goddess on my side
She demands a sacrifice
Drain the whole sea
Get something shiny
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Butch no creía en Dios.
En el Diablo… sí. Bueno, no. Sabía que existía, él era la mismísima prueba, pero no le tenía la suficiente confianza, no le daban seguridad sus acciones o sus palabras, no le seguiría hasta el fin del mundo.
Así que si no creía en el Diablo, ¿Por qué creería en Dios?
No era su motivo para despertarse todos los días, no era ni a quien agradecía por lo poco bueno que le pasaba, ni por quien perdonaba a quienes tenían el atrevimiento de ofenderlo (que probablemente hayan conocido al Creador antes que él). No tenía ganas de derramar sangre en su nombre, como una especie de sacrificio, ni era el motivo por el que su corazón palpitaba.
No tenía aquella fe toxica que te recorre las venas y te nubla la vista, que te hace saltar al barranco sin dudas.
Hereje, pagano, condenado, diablo, con un rosario colgado del cuello para recordar siempre lo que él mismo era.
Un demonio que no creía en un mundo plagado de creyentes.
Creyentes que erigían edificios, adoraban figuras, pintaban, cantaban, amaban, comían, morían y mataban. Todo en nombre de la divinidad.
No, definitivamente no lo comprendía, nada en este mundo lo había conmovido de tal manera. Tal vez sus hermanos, pero era diferente… ellos son sus iguales, nunca se postraría ante ellos para besarles sus pies.
Su ateísmo fue un pensamiento recurrente, mas no insistente. Las drogas, la música, el vicio, la violencia, el dolor y el pecado se habían encargado de borrarlo por más de que su extremadamente católica jefa… o madre, insistiera siempre en orar por él y su salvación.
Miraba las procesiones y bufaba de fastidio. Es que, ¡míralos! No le encuentro sentido.
Hasta que un día lo hizo.
Fue un sentimiento fuerte, inoportuno, inagotable, imparable. Algo que le hizo sentir como el corazón se le salía del pecho, como su cuerpo se quemaba como si el Sol estuviera a su lado. Un sabor agridulce en los labios, un grito atorado en la garganta, un último aliento, una pequeña muerte*, una gran resurrección.
Debería haberlo sabido antes, en cuanto vio en las revistas la construcción de su estatua en el centro de la ciudad, o su mirada juzgándolo en todas las imágenes, o su nombre en todas las bocas.
En las súplicas.
Sí, debería sabido ahí, cuando las escuchaba y reía porque sabía que algunas veces eran inútiles.
"Por favor, sálvanos".
Pero Butch era un pobre ciego que no creía.
Averiguó el sentido en cuánto la tuvo allí, encima suyo, en la habitación de un hotel más caro de lo que usualmente se permitía. Brillante del sudor, con el aliento entrecortado y el pecho que le subía y bajaba. El cuerpo repleto de marcas y los labios morados de las mordidas.
Ojos verdes. Pelo negro. Piel suave.
Manos que tomaban las suyas, que lo acariciaban, que le tiraban del pelo. Manos que minutos antes, probablemente, habían abrazado a un niño que dijo que quería ser como ella cuando crezca.
Manos que habían quebrado un cuello, carbonizado un cuerpo, arrancado una extremidad.
Butch conoció a Dios ese día.
En los ojos verdes, el pelo negro y la piel suave.
Sintió el aroma de su chaqueta que todavía conservaba el dulce y adictivo aroma de su perfume caro y supo que estaba jodido. Que la adicción que cualquier droga le hubiera podido dar no se comparaba a lo mucho que su cuerpo temblaba ante su ausencia.
Él creía, creía en ella.
Creía que, si ella se lo pedía, podía perforarse el estómago, arrancarse sus ojos, darle de comer su corazón. Que no importaba la sangre que derramara él ya que ahora le pertenecía, era suya, ni la que vierta por sus propias manos mientras ella sea feliz.
Creía que la tenía en sus manos, pero resultó que siempre había sido la presa y no el cazador, la presa que se sitúa inconscientemente en el medio de la calle para ser atropellada, aquella que no sabe al peligro que se enfrenta, y que los ruidos que escucha no son truenos sino balas. Lo hacía sentir débil, porque lo hizo sentir millones de cosas a las cuales él siempre se había enfrentado.
Creía que ninguna oda que le pudiera escribir iba a ser suficiente. Que las palabras para describirla limitarían su belleza etérea, y las que le dedique no le harían justicia a lo mucho que la adoraba.
Provocadora, mística, pecadora.
Diabla. Le dijo él.
Butch. Lo llamó.
Voz divina que lo encantaba por completo.
Cada vez que su nombre era pronunciado por ella, caía al piso y besaba desde sus pies hasta la punta de la nariz.
Miró la estatua por última vez mientras oraba a sus adentros que el amor no lo consuma y lo mate, aún si sabía que en el fondo deseaba la muerte y que si era por sus manos iba a ser la más dulce y placentera.
Mátame si no te sirvo, nena. Le dijo un día con una sonrisa mientras ella lo sostenía iracunda del cuello, del rosario. Joder, mentiría si dijera que se resistiría a que le ahorcara con él.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo y oró para tener fuerzas.
Fuerzas para resistir aquello en lo que creía. Aquello por lo que cantaba, por lo que comía.
Por lo que mataba.
Por lo que moría.
Por lo que revivía.
Fuerzas para rebelarse ante las órdenes divinas. Ante la impunidad de sus faltas. Ante el poder absoluto que ella tenía simplemente en las yemas de sus dedos. Ante la sed de saciar su insatisfacción eterna.
Prendió el cigarro con furia.
Nunca entró en una iglesia. ¿Los santos lucen como ella? Con la luz dibujando su figura y en el reflejo de sus ojos una galaxia eterna.
Eterna y bella, eso era.
¿Esto era la fe por la que tantas guerras se habían librado?
Sí, lo había entendido.
Finalmente, Butch creía.
Creía en Buttercup.
Heroína de la ciudad.
Diosa de su templo.
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No masters or kings when the ritual begins
There is no sweeter innocence than our gentle sin
In the madness and soil of that sad earthly scene
Only then I am human
Only then I am clean
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Ok, acá estoy.
Ha pasado… tiempo. Bastante. Mucho crecimiento, mucha evolución y aprendizaje. Y una piensa "bueno, ya está, ¿no?". Pues parece que todavía no.
Malditos superpoderosos me tienen aferradaaAAAAAa.
Disfruté escribir esto principalmente porque es la primera vez que escribo después de BASTANTE tiempo por una voluntad propia. Creí que mi inspiración había desaparecido completamente, pero nope.
Eso pasa cuando me pongo a hablar sobre el fandom con alguien, revivo xd.
*la pequeña muerte: O, la petite mort. Basicamente, el momento antes de que te de un orgasmo, acá hay doble sentido.
Hay un hc que yo amo y es el de las Powerpuff Girls siendo… demasiado. Son egocéntricas, imponentes, IMPORTANTES y la gente también las puso en esa posición ¿no? Y los Rowdys creen que ellos son los únicos que no van a caer psicológicamente ante ellas, pero fallan la mayor parte de veces. Son unas reinas, las amo. I support women's rights but I also support women's wrongs.
Este fic se da poco después de que comiencen a salir. Los dos descubren emociones nuevas y diferentes tipos de intensidades o desenfrenos. Buttercup, que a su manera ha sido bastante sumisa, descubre algo que la descontrola mientras que Butch, que es EL BARÓN DE LA LOCURA, descubre algo que lo lleva a ser más dócil.
Los amo DIOS, por siempre mis favoritos
En fin, espero que les haya gustado. Muchas gracias por seguir aquí y seguirme.
Cheers.
— Ghost (o MisguidedGhost08 en Instagram, si me quieren encontrar).
PD: ¿Por qué siempre la mandan a Buttercup a cog*r en un hotel de mierda? Es una niñita rica, probablemente no va a saber nunca lo que es dormir con una manta con agujeros. ¡Dejen que se permita el lujo si ella puede!
PD2: Hay segunda parte, un POV de Buttercup. Solo… denme tiempo. Y ganas. Y estabilidad mental si es posible.
