Resumen: En un mundo plagado de corrupción e injusticias, Edward Cullen, un agente del FBI, se embarca en una peligrosa misión: poner fin a los Vulturi, una organización de traficantes de personas que ostenta un poder desmedido en el oeste de Estados Unidos. A medida que los obstáculos se multiplican y la complejidad del caso se intensifica, una joven prostituta con un tatuaje intrigante y una vida sumida en la adversidad se revela como la pieza clave para resolver un enigma que, hasta ese momento, parecía insuperable. Esta lucha se convierte en un campo de batalla donde la moral, los valores y el amor se entrelazan en un esfuerzo desesperado por subsistir en medio de un verdadero infierno en la tierra.

Advertencias: esta historia explora temáticas sensibles, incluyendo situaciones de índole sexual, prostitución, consumo de alcohol y drogas, violencia, diversos tipos de abuso, tortura y muerte. Leer bajo su propia responsabilidad.


PTA

"Derramás esa impresión de ser la acción que encarna la ternura.

A tu alrededor no hay humildad, la Venus es caricatura.

La piel, los labios donde roza la bambula

serán mi prado, mi vergel".

"Putita", Babasónicos.


Capítulo 1:

Cuando la puerta del enorme depósito abandonado cayó al suelo, todo alrededor de Edward comenzó a ralentizarse, casi como si estuviera moviéndose en cámara lenta.

Él podía ver al resto de los agentes corriendo a su lado, apuntando sus pistolas a las ventanas del edificio para hacer estallar los cristales y volverlos añicos, recorriendo el lugar con sus linternas mientras vociferaban advertencias e indicaciones. Cullen incluso podía percibir su cuerpo moviéndose con velocidad en medio de aquella semioscuridad, sus dedos sosteniendo su arma con firmeza mientras sus sentidos se agudizaban y entraban en un estado de alerta.

Mientras más observaba aquel desagradable y mohoso recinto, mientras más corría por el espacio y se adentraba en él, más se aceleraba su corazón.

Nada. No había nada.

Su respiración comenzó a agitarse al mismo tiempo en que aquella terrible sensación, esa que él tanto conocía, empezaba a hacerse presente. Ese sentimiento que se apoderaba de él cada vez que las cosas fallaban, cada vez que algo salía mal.

—Mierda… ¡MIERDA! —gritó Edward. Su profunda voz, carente de cualquier toque de suavidad, sonó un poco rota debido a la desesperación y retumbó en las paredes, lo que produjo un eco siniestro

A excepción del resto de los agentes, en el sitio no parecía haber nadie, y eso era malo. No solo malo, sino jodidamente catastrófico.

Edward recorrió el lugar con la vista mientras sentía cómo su mano izquierda se cerraba en un puño. Su mano derecha, por otro lado, seguía sosteniendo su pistola. El frío y suave metal del revolver contrastaba por completo con el calor de su cuerpo. La ira corría por sus venas junto con su sangre y quemaba todo a su paso. Un jadeo escapó de sus labios.

No podía creerlo. Tenía que ser una maldita broma.

Tres meses. Al FBI le había tomado tres meses planificar esa redada. Tres meses de tareas de espionaje, de escuchas telefónicas, de seguimiento de personas. Tres meses de noches sin dormir, de discusiones, de arriesgar la vida de un número incontable de oficiales, de recursos desperdiciados, de jodido trabajo duro…

Tres meses que se habían reducido a eso: un maldito sitio desolado, donde solo quedaban algunos vestigios de las actividades ilegales que allí se habían estado desarrollando.

Y para echar más sal a la herida, era obvio que el lugar no había sido vaciado hacía mucho tiempo. Los prehistóricos ventiladores de techo seguían encendidos, y una de las mesas del rincón tenía algunos platos de comida y botellas. Edward incluso podía ver gotas de agua de condensación cayendo por el borde de sus cuellos, casi como si se estuvieran burlando de él. Los malditos delincuentes que antes habían estado ahí habían huido del lugar de forma rápida, en cuestión de minutos. Habían dejado algunas cosas atrás, las cuales probablemente no habían alcanzado a recoger; había ropa tirada en el suelo, algunos paquetes de condones, más botellas vacías y objetos varios. Había cortinas colgadas de forma muy rudimentaria del techo, las cuales parecían dividir la sección este del edificio en pequeños cuartos o recintos.

—Muévanse, carajo. Llamen a los puestos de seguridad y pidan que controlen las fronteras. Que nadie salga y nadie entre sin ser revisado primero —gritó Emmett, el agente al mando de ese grupo de investigación.

Edward lo escuchó, tragó con fuerza y gimió mientras dejaba de correr y se detenía en medio del lugar. Sus pulmones ardían por la respiración agitada y por el esfuerzo.

Tres meses de trabajo tirados a la maldita basura.

Si tan solo hubieran llegado una hora antes, quizá podrían haber obtenido algo.

—Hijos de puta.

Todo había comenzado como un dato aportado por una fuente anónima. El edificio, supuestamente abandonado, no era más que una tapadera. La realidad era que allí funcionaba uno de los varios asentamientos donde los Vulturi, la organización criminal más poderosa del oeste del país, retenían a las personas que secuestraban y luego traficaban hacia Canadá, aprovechando la cercanía de la pequeña ciudad de Forks, Washington, con el país vecino. La ubicación remota de la construcción, que estaba emplazada en medio de un impenetrable bosque, y su apariencia deteriorada y decadente eran la distracción perfecta para que cualquier persona que pasara por el lugar asumiera que no era más que otro edificio en ruinas, en lugar de un verdadero infierno.

Si el equipo del que Edward formaba parte hubiera encontrado algo, si hubiese atrapado al menos a uno de los malditos delincuentes, todo se habría sentido como una jodida victoria en medio de un camino repleto de fracasos en el que apenas si habían conseguido algo. Pero en lugar de atrapar a los criminales que habían estado persiguiendo durante meses, se habían topado con nada… la nada misma. Edward casi podía sentir a los hermanos Aro, Cayo y Marco riéndose de su inocencia, burlándose de sus esperanzas.

Él sentía un nudo en la garganta. Sin guardar su pistola, caminó hacia uno de los lados del edificio y se sentó sobre un cajón de madera vieja. Sus piernas temblaban. Podía sentir el sudor deslizándose por su espalda. Había un maldito escándalo sucediendo a su alrededor; policías corriendo de un lado a otro, hablando por teléfono, gritando, recogiendo pruebas. El sitio estaba bastante oscuro, pero el tropel de la gente moviéndose por el lugar había levantado una capa de polvo que flotaba en el aire y brillaba bajo la tenue luz de la noche. El ambiente era fantasmagórico, turbio. Se sentía cierta pesadez en el aire, la sensación abrumadora de un lugar donde se habían cometido las peores torturas.

El agente Cullen bajó la vista, apoyó sus codos en sus rodillas y dejó descansar su cabeza en sus manos. Cerró los ojos cuando el frío metal de su pistola le rozó la frente, humedeciéndose con su sudor. Solo podía imaginar la clase de vejaciones que habían sucedido en ese lugar. Su cabeza se llenó con imágenes de personas esposadas, encadenadas, atrapadas. Gritos resonaron en sus oídos. De repente, la imagen de un rostro de ojos verdes llorando se apoderó de su cabeza, y su estómago se retorció debido a las conocidas náuseas que lo invadían cada vez que fallaba en una misión.

Porque sí, había fallado de nuevo. Sentía que, más que una pérdida grupal, se trataba de un fracaso personal. Le había fallado a la gente que se suponía que debía proteger. Y eso le recordaba que también le había fallado a ella.

Cuando Edward suspiró, el revolver se empañó, al igual que su mirada. Cullen cerró los ojos. El nudo en su garganta hacía que todo se sintiera aún más insoportable.

—¿Cómo carajos es posible? —dijo. Su voz estrangulada fue apenas audible, pero lo suficientemente fuerte como para que Jasper, su compañero de equipo y único amigo, lo escuchara.

El agente Hale suspiró, caminó hacia donde Edward estaba, bajó sus hombros y se dejó caer a su lado en el piso mientras guardaba su propia pistola en la funda de su chaleco antibalas.

—Invertimos tres jodidos meses en esta mierda, ¡tres malditos meses! ¿Cómo demonios se enteraron de que haríamos la redada hoy?

—No lo sé, carajo… Fuimos tan cuidadosos. Nunca habíamos manejado una información de forma tan secreta como lo hicimos con esta —le contestó Jasper mientras negaba con la cabeza. Edward no pasó por alto la desilusión que bañaba su voz.

—Si hubiéramos llegado antes… está claro que acaban de irse —le respondió Cullen. Mientras hablaba, levantó su cabeza, frotó su pistola contra su chaleco para quitarle la humedad y la metió en su funda. Los gritos a su alrededor habían disminuido un poco y ahora todos estaban concentrados en recoger cualquier pequeña pieza que encontraran y pudiera servir para obtener más datos acerca de los traficantes. Él sabía que debería estar haciendo lo mismo, pero estaba tan jodidamente decepcionado que ni siquiera quería levantarse de su lugar. Suponía que se ganaría un llamado de atención de parte de su jefe por su falta de cooperación en un momento como ese, pero a ese punto ya ni siquiera le importaba.

—Probablemente tampoco hubiésemos conseguido nada. En los pocos papeles que dejamos como evidencia de que llevaríamos a cabo esta redada pusimos una fecha falsa, y ni siquiera eso bastó para sorprender a los malditos hijos de puta con las manos en la masa —le contestó Hale.

—No sé quién carajos les esté filtrando la información, pero no llegaremos mucho más lejos si seguimos así. Hay que buscar una solución —dijo Edward. Jasper lo observó y abrió la boca para responderle, pero no pudo pronunciar ni una sola palabra.

Era cierto que apenas si habían conseguido avanzar en la investigación, y algo que al principio había parecido un caso sencillo de resolver se había convertido en más que un maldito dolor de cabeza. No importaba qué tanto achicaran el círculo y acortaran las distancias, siempre algo se les escapaba de las manos.

—Creo que no hay mucho más que podamos hacer, Edward. Ya estamos haciendo suficiente —le respondió Jasper. A lo lejos, Emmett, su jefe, se encontraba dándoles indicaciones a algunos oficiales que habían recogido papeles que parecían ser importantes. En algún punto del intercambio, él y el agente Hale cruzaron miradas. El oficial McCarthy le hizo una seña para que se levantara y se pusiera a trabajar, pero Jasper lo ignoró. Edward ni siquiera lo miró.

Esa no era una buena noche. Y aunque no habían tenido una buena noche en mucho tiempo, esa en particular se sentía como una maldita patada en la entrepierna.

Cullen suspiró de nuevo mientras metía una mano en su bolsillo y extraía su caja de cigarrillos. Tomó uno con sus dedos y se lo llevó a la boca. Lo encendió mientras se limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano. Una nube de humo envolvió su rostro ojeroso y decaído.

No era fácil. Para nadie lo era, pero principalmente para él.

Cada paso en falso era un recordatorio de lo que podría haber sido, pero al final nunca fue.

Había una razón por la que estaba allí. Había una razón por la que había decidido abandonar su carrera universitaria y dedicarse a la policía, por la que se había sacrificado al punto de casi perder su vida para hacerse un lugar en el FBI. Había una razón por la que, en cuanto se había enterado del caso de tráfico de personas en Forks, prácticamente había rogado que lo transfirieran al pequeño pueblo para poder formar parte del grupo que se haría cargo del asunto. Él tenía una razón, un motivo lo suficientemente fuerte para no abandonar su lucha y hacer hasta lo imposible por llegar al final. Sin embargo, en noches como esa, la fuerza de voluntad tambaleaba y amenazaba con hacerse trizas.

—Siempre hay algo más para hacer —le dijo de forma cortante a Jasper. Su compañero ni siquiera hizo el intento de responderle. En situaciones como esa, no hablar era mejor que decir algo que probablemente carecería de sentido.

Sin embargo, el pesado silencio que los había envuelto se vio interrumpido cuando algunos policías comenzaron a gritar y a correr hacia el fondo del depósito. Un par de segundos después, Edward vio cómo dos agentes llevaban en brazos a una mujer, la cual parecía estar entre desmayada y dormida. No era joven; el tono grisáceo de su cabello, distinguible incluso en la semioscuridad del recinto, denotaba que la dama tenía más de cuarenta años. No parecía lastimada, pero tenía una soga envuelta alrededor de su tobillo derecho, un signo de que había estado atada.

Tanto Jasper como Edward se levantaron de sus lugares para intentar descubrir qué estaba sucediendo, pero los agentes llevaron a la mujer hacia el exterior del edificio, probablemente para cargarla en algún vehículo y trasladarla al hospital. Cuando Cullen quiso correr tras ellos, Jasper lo jaló del brazo, deteniéndolo en su lugar. Edward se volteó a verlo con los ojos muy abiertos, la boca cerrada en una mueca de desconcierto.

—Suéltame, carajo… Hay que interrogarla, joder. No hay tiempo que perder. Puede saber algo importante.

Sin embargo, a pesar de que Edward comenzó a retorcerse con fuerza, Hale no lo liberó. Sabía que su compañero no estaba bien, por lo que era propenso a cometer cualquier locura, incluso más que de costumbre.

—¡Ni siquiera sabemos en qué estado la encontraron, Edward! Necesita recibir atención médica. No podemos dejarla en el piso y bombardearla con preguntas, carajo.

Sin dejar de luchar, Edward comenzó a buscar a su jefe con la mirada. Estaba muy cerca de perder los estribos. Cuando Emmett lo vio, Cullen simplemente jaló de Jasper con fuerza para que lo soltara y empezó a caminar hacia él. Sus piernas crujieron y el dolor de su espalda lo hizo lanzar un quejido por lo bajo, pero ni siquiera el cansancio propio de una persona que ha exigido a su cuerpo más de lo que este está dispuesto a dar podría detenerlo.

En cuanto estuvo frente al oficial McCarthy, se quitó el cigarrillo de los labios, exhaló una nube de humo y suspiró.

—¿Qué carajos fue eso? ¿Quién es la mujer? ¿En dónde estaba? ¿Cómo la encontraron? ¿Qué más hallaron? —prácticamente vomitó, y sus palabras salieron de su boca con tanta rapidez que a Emmett le costó un poco hilar el pensamiento. Él lo observó mientras fruncía los labios. Estaba dispuesto a reclamarle a su agente más nuevo su falta de colaboración en un momento tan crucial como ese, pero comprendía el agotamiento y el desgano. Él mismo se sentía así, y sabía que era aún peor para Edward. Los demás policías al menos tenían a sus familias para apoyarse en ellas en momentos como este, mientras que Cullen estaba prácticamente solo en ese sitio perdido en medio de la jodida nada. En lugar de reprenderlo, simplemente suspiró y lo dejó pasar.

—Newton y Yorkie encontraron a la mujer en el fondo, cubierta por una sábana. Al parecer, estuvo atada, pero la cuerda estaba cortada. Está muy delgada y probablemente deshidratada, pero a grandes rasgos parece que va a sobrevivir, así que está siendo llevada al hospital en este momento —susurró. Cuando vio la duda brillar en los ojos de Cullen, agregó: —En cuanto se recupere, podremos proceder con ella. De momento tiene el estatus de posible testigo. Tus compañeros también encontraron una caja con algunos DVD en el fondo. Están marcados con fechas. Los revisaremos en estos días, pero parecen ser grabaciones de cámaras de seguridad. No es lo que estábamos buscando, pero al menos es algo. Nuestra prioridad en este momento es estabilizar a la mujer y escuchar qué tiene para decir.

—Me gustaría estar con el equipo que interrogará a la mujer y revisará las grabaciones —mencionó Edward. Sintió algo de movimiento a su lado y asumió que se trataba de Jasper, quien se había acercado hacia donde estaba él. Ni siquiera se molestó en girarse a verlo. Cuando escuchó esa solicitud, Emmett negó con la cabeza.

—¿Ahora quieres colaborar? Me hubieses sido de mayor utilidad hace unos minutos —reclamó—. Los demás se ocuparán de lo que queda, tú puedes irte.

—No hay manera de que no esté presente cuando hagan las malditas preguntas —respondió Edward, y McCarthy tuvo que respirar profundamente para tratar de calmarse. Cullen era un buen policía, cuando estaba dispuesto a serlo. Sin embargo, tenía una habilidad asombrosa para alterarle los nervios.

—Mañana tienes el día libre, Cullen. Los otros agentes se encargarán de eso —le dijo.

—No puedo darme el lujo de tomarme el día libre luego de los resultados desastrosos de hoy. Además, soy el que más ha investigado el caso. Si esa mujer sabe algo importante, entonces yo debo escucharla… —acotó Edward. La ira aún sujetaba las riendas de su cuerpo muy fuertemente, por lo que sus facciones se endurecieron cuando escuchó la negativa de su jefe.

—No, Cullen. Para eso tengo a otros veinte agentes. Necesitas descansar. Has estado trabajando sin parar por días. No me sirves en este estado, no funcionas bien cuando estás cansado —replicó McCarthy, para disgusto de Edward.

Era cierto que se había salteado varios de sus días libres para poder planificar la redada y asegurarse de que cada mínimo detalle estuviera cubierto. Y sí, también era verdad que estaba jodidamente agotado y tenso. Ni siquiera recordaba la última vez que había dormido bien, o de forma natural al menos. Su cuerpo se había acostumbrado a las píldoras para conciliar el sueño, y cuando ni siquiera estas eran suficientes para traerle algo de paz, Edward recurría a someter a su organismo a un coma etílico lo suficientemente fuerte para noquearlo, pero no para volverlo inservible al día siguiente, cuando tuviera que presentarse a trabajar. Sin embargo, no confiaba en nadie más para interrogar a la dama. Sabía que, a pesar de que el equipo contaba con buenos agentes, nadie se tomaba el caso tan en serio como él, y ese era motivo suficiente para tratar de formar parte de cada pequeño movimiento de la operación, incluso de cada simple discusión.

—¿Tienes algún problema con mi desempeño? —masculló Edward. Mordió el cigarrillo con los dientes en un intento de controlar su enfado, pero podía sentir cómo su cuerpo temblaba y sus músculos se tensaban debido a la frustración. Emmett simplemente levantó la vista y lo miró a los ojos.

Aunque Edward tenía una buena relación con su jefe, eso no quitaba el hecho de que seguían siendo un superior y su subordinado. Y si McCarthy quería mantener su equipo en orden en medio de semejante adversidad, entonces debía acomodar a cada miembro en su lugar, aunque hacerlo le generara cierto malestar. Enderezándose y cruzándose de brazos, Emmett pronunció: —Podría decirte muchas cosas sobre tu desempeño esta noche, pero voy a ignorar tu comportamiento en favor de lo mucho que has trabajado en este caso. No lo repetiré; vete a casa, duerme un poco.

—¿Cómo carajos puedes estar tan tranquilo? —dijo Edward, y no pudo evitar que su boca se torciera en una sonrisa que desbordaba ironía—. ¿Acaso alguien ha dimensionado lo que está pasando? En este preciso momento hay gente secuestrada que está siendo llevada a quién carajos sabe dónde, y todos aquí parecen tener la tranquilidad suficiente para querer ir a dormir.

Cullen dio un paso al frente. Quedó prácticamente a centímetros de su jefe, y aunque Emmett era mucho más alto y grande que él, el coraje y el enojo de Edward lo hacían estar casi a su altura. —Necesito hacer esto…

McCarthy sintió que su sangre comenzaba a hervir. Si se hubiera tratado de cualquier otro de sus agentes, ya se habría ocupado de proceder con la suspensión correspondiente. Sin embargo, Edward no era un miembro cualquiera de su equipo. Las motivaciones que lo movían eran lo suficientemente fuertes como para llevar al hombre de treinta años a enfrentar a su jefe de esa forma, pero también para convertirlo en un agente eficiente y comprometido con la causa. Y aunque lo primero era una desventaja, lo segundo sería lo que haría la diferencia entre el éxito y el fracaso. Emmett respiró un par de veces para calmarse.

—Edward… —pronunció, y luego llevó su mano al hombro de Cullen. La apoyó en él suavemente y le dio un leve apretón—. Realmente no quiero elevar una nota a la junta superior por tu forma de proceder. Eres uno de mis mejores agentes… Entiendo que estés frustrado y tenso por lo que sucedió esta noche, hombre. Todos lo estamos, pero necesitas calmarte. Eres un ser humano, después de todo. Ve a casa, come algo, duerme un poco. Te mantendré al tanto si el equipo descubre algo, ¿de acuerdo?

Emmett intentó ser lo más comprensible con Cullen, pero Edward descartó sus palabras tan pronto las escuchó. En ese momento, le importaba una mierda lo que le dijera su jefe. Arrojó su cigarrillo al suelo y se enderezó frente a McCarthy, dispuesto a discutir la ineficacia de sus acciones como jefe y el hecho de que los agentes de su equipo fueran una verdadera mierda. Pero justo cuando estaba por decir algo, Jasper lo jaló un poco de su chaleco antibalas, llamando su atención de nuevo.

—Está de acuerdo, jefe. Descuide —dijo el agente Hale mientras tomaba a Edward por los hombros. Intentó arrastrarlo hacia el exterior, pero Cullen no se movió ni un solo centímetro. En su lugar, pronunció:

—Y una mierda. Toda esta operación se fue al carajo por la ineptitud de este equipo de cuarta —. Quiso agregar algo acerca de que gente inocente estaba pagando las consecuencias de la falta de compromiso y de profesionalismo de los miembros de esa división, pero en cuanto vio el rostro desencajado de su jefe, simplemente maldijo por lo bajo, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia afuera. Escuchó a alguien llamándolo a sus espaldas, pero lo ignoró por completo.

Cuando salió del edificio mohoso y abandonado, Edward entrecerró un poco los ojos para ajustar su vista a la claridad de aquella noche. Aunque el bosque estaba oscuro, las nubes en el cielo iluminaban el paisaje lo suficiente para guiar su camino fuera de aquella inmensidad de árboles. El olor a lluvia y a tierra mojada llenó sus fosas nasales, y el frío de la brisa otoñal le golpeó el rostro con dureza, intensificando su dolor de cabeza.

Sentía que estaba a punto de estallar. Tenía ganas de maldecir, de gritar, incluso de llorar. Llevó sus manos a su pecho y comenzó a desprender su chaleco antibalas con fuerza, jalando las cintas de velcro y quejándose por lo bajo ante el dolor de la presión.

Se sentía inútil, completamente carente de valor. Se había dejado vencer por la decepción de haber fracasado en una misión y había permitido que otros agentes encontraran las pruebas que él debería haber hallado. Él tendría que haber sido quien rescatara a la mujer, en lugar de haberse quedado sentado y mirando. Había cometido error tras error, y los pensamientos negativos de su cabeza se sentían cada vez más sombríos.

—Edward… —escuchó un grito a lo lejos, pero pasó por completo de él. Conocía esa voz, sabía que era Jasper, y realmente no tenía ganas de lidiar con él. El agente Hale podía ser su amigo, podía ser la única persona en la que realmente confiaba en ese pueblo del infierno, pero había momentos en los que simplemente no quería tener nada que ver con él. Había situaciones en las que deseaba estar solo.

Aunque la realidad era que nunca estaba solo del todo. El recuerdo de Tanya siempre rondaba en su mente, perturbándolo, jodiéndolo, recordándole lo fracasado que era. Y todo se sentía cada vez más difícil, más lejano, más imposible.

Suspiró mientras escuchaba los pasos de Jasper acercándose a él.

—Ya sé que me gané una jodida sanción. No hace falta que me lo digas, gracias —Edward masculló de forma grave y casi violenta mientras se quitaba el chaleco por encima de la cabeza. Bufó al librarse del peso del escudo, pero no pudo evitar darse cuenta de que sus hombros y su espalda seguían doliendo como la mierda. Eso no era más que su cuerpo pasándole factura por haber estado jugando al superhéroe.

—Diablos, no. Tienes suerte de que Emmett te tenga paciencia, porque mierda si te merecías una sanción. Hasta yo me sentí personalmente ofendido por tus comentarios —murmuró Jasper riéndose mientras comenzaba a quitarse su propio chaleco. El camino desde el edificio abandonado hasta la carretera no era largo, así que Edward agradeció internamente el no tener que soportar una sarta de reprimendas por parte de su amigo por mucho tiempo.

—Sabes que no me refería a ti cuando dije que el equipo era un grupo de cuarta —le respondió sin dejar de mirar al frente, prácticamente gruñendo.

Jasper Hale había sido una de las primeras personas que Edward había conocido cuando había llegado a Forks. El agente era un par de años mayor que él, aunque su edad mental estaba muy por debajo de la suya. Era un poco inmaduro y distraído, pero tenía un don especial para calmarlo cuando más lo necesitaba, como en ese momento. Jasper llevaba bastante tiempo colaborando con el FBI en Washington, por lo que fue una especie de hermano mayor para Edward justo desde el principio. Le había presentado el pueblo, le había enseñado cómo se trabajaba en el lugar. Incluso se había atrevido a aconsejarlo de vez en cuando. Y también le había abierto las puertas de su hogar prácticamente desde el primer día; siempre lo había tratado y considerado parte de su familia, y eso había logrado que Edward casi se sintiera cómodo en ese lugar. Su esposa, María, era una buena mujer, que había acogido a Cullen con el mismo entusiasmo que su esposo, y su pequeña hijita, Sarah, era la luz de los ojos de ambos. Sabía que, al igual que él luchaba por el recuerdo de Tanya, Jasper lo hacía por la vida de su niña, para hacer de este mundo un mejor lugar para ella.

—Lo sé, amigo. Lo sé… Demonios, Cullen. Estás tenso, carajo.

—¿Cómo demonios quieres que esté? ¿Saltando en una maldita pierna? Llevó meses sin dormir bien —susurró. Sin embargo, no confesó que la falta de sueño se debía a que cada vez que se acostaba en su cama y cerraba sus ojos, las pesadillas no hacían más que devorar su alma. Tenía suerte si podía dormir más de dos horas seguidas de manera natural.

—No es la primera redada que no sale según los planes… y además no estuvo tan mal. Los muchachos encontraron a la mujer, probablemente una víctima que los hijos de puta de los traficantes dejaron atrás cuando se marcharon. Estoy seguro de que ella aportará algo importante a la causa. Puedo sentirlo.

Edward observó a Jasper por un par de segundos y luego rodó los ojos.

—Vamos, amigo. Piensa en positivo… al menos Emmett no te dejó sin trabajo hoy —se rio Jasper. Sin embargo, al ver que su compañero no compartía su diversión, suspiró.

—Escucha, Cullen. Necesitas relajarte con urgencia. Sabes que nada de esto fue tu culpa y que eres el mejor agente que tenemos. No puedes darte el lujo de seguir perdiendo las riendas así. ¿No quieres venir unos días a mi casa? No deberías pasar tanto tiempo solo. Te afecta, te hace mal.

Edward suspiró. Aún estaba terriblemente enfadado y frustrado, pero sabía que Jasper solo estaba intentando quitarle un peso de encima. La misión no había dependido enteramente de él, por lo que no debería asumir todo el peso de ese fracaso, y también era cierto que estar solo le estaba jodiendo la cabeza. Mientras menos dormía, menos control tenía sobre sus pensamientos. Y eso se convertía en un círculo vicioso de autodestrucción y autodesprecio, ya que no quería dormir. No recordaba con claridad cuándo había sido la última vez que había tenido contacto con alguien más que sus compañeros de trabajo. Hacía meses que no hablaba con su familia, y había pasado más tiempo aún desde que se había sentido cómodo con alguien. Y ese "alguien" lo incluía a él.

Metió la mano en su bolsillo, sacó su caja de Marlboro y tomó otro cigarrillo con sus labios, el segundo que fumaba en cuestión de minutos. Comenzó a buscar las llaves de su auto en su bolsillo mientras le contestaba a su amigo.

—Gracias, pero no, gracias. No puedo seguir apareciéndome en tu casa cada vez que las cosas salen mal.

—Sabes que a María y a mí nos encanta tenerte con nosotros, y, aunque no la entiendo muy bien, Sarah te ama —Jasper dijo mientras sonreía—. Necesitas el contacto humano, Edward. Encerrarte en ti mismo no te hará más que daño.

Ambos se quedaron en silencio por un par de segundos. Fue entonces cuando Jasper miró de reojo a su compañero y se permitió mencionar algo que había querido sugerirle un par de veces, pero que nunca se había atrevido siquiera a comentar. Quizá ese era el momento adecuado para ofrecerle una alternativa, una solución momentánea.

—Sabes… conozco algo que puede ayudarte a relajarte. Solo un poco.

—No quiero malditas drogas, Jasper. Por un demonio —prácticamente le gritó a su compañero. La estima que había estado sintiendo hacia Hale hasta ese momento comenzó a decaer lentamente.

—¿Por quién me tomas, maldición? Sabes que no consumo jodidas drogas... al menos ya no. En realidad, me expresé mal. No conozco algo, sino más bien a alguien. Sabes… su nombre es Alice. Es una… es una amiga que solía frecuentar. Sé que hace mucho no sales con una chica. Carajo, no hay que ser un genio para notarlo. Y ya que no quieres intentar algo serio con alguien del pueblo, quizá podrías probar algo de una noche, ya sabes, para liberar tensiones —comenzó a decir Jasper, y Edward tuvo que apretar su cigarrillo entre sus labios para evitar que este se cayera cuando una carcajada amenazó con salir de su boca.

—¿Me estás ofreciendo que tenga sexo con tu exnovia? —preguntó negando con la cabeza, sin poder creer lo que Jasper estaba diciendo. ¿Cómo carajos se suponía que acostarse con alguien solucionaría sus malditos problemas? Y el hecho de que Hale siquiera le sugiriera que buscara a su expareja era completamente enfermo.

—Mierda, no, Cullen —le respondió Jasper—. En realidad, ella es… ya sabes, una chica de la noche.

—¿Una chica de la noche? —preguntó Edward. Casi suspiró de alivio cuando llegaron al borde de la carretera y salieron del bosque. Un par de pasos más y estaría libre de Jasper.

—Una prostituta, mierda. ¿Ahora entiendes?

Cuando Cullen escuchó eso, se detuvo en seco. Miró a su compañero para comprobar que había entendido bien, y cuando vio sus mejillas sonrojadas, confirmó que Jasper realmente había mencionado eso. Le dio una calada a su cigarro y suspiró.

—Jasper… ¿quieres que me acueste con una jodida prostituta?

—Necesitas un buen revolcón para sacarte toda esa frustración de encima, hombre.

—Sabes que estamos trabajando en un caso de tráfico de gente, ¿verdad? —le respondió Edward. La situación era tan absurda y bizarra que no sabía si golpear a su amigo en el rostro o simplemente echarse a reír—. Sabes que muchas de las personas que ejercen la prostitución no lo hacen porque quieran hacerlo, sino porque las obligan, ¿no? Y las obligan porque hay tipos que pagan por acostarse con ellas.

—No todas las prostitutas son víctimas de tráfico. Nunca me involucraría con algo de eso —Jasper dijo mientras se encogía de hombros. Y aunque tenía un punto, Edward no podía sentirse más asqueado por la idea.

El simple hecho de pensar en la prostitución lo hacía recordar a todas esas mujeres a las que había ayudado a rescatar a lo largo de su carrera, muchachas que habían sido secuestradas y sometidas a los peores castigos propiciados por la humanidad, y, peor aún, lo hizo consciente del enorme número de personas que aún necesitaba encontrar y liberar de ese negocio nefasto. Sintió que su estómago se contraía de solo pensarlo. Nunca podría formar parte de eso. Nunca podría financiarlo, por más mínimo que fuera su impacto, y nunca podría convertirse en otro de esos hombres que creen tienen poder sobre alguien más simplemente porque poseen algo que los otros necesitan: dinero.

—Alice es una buena muchacha. Realmente le gusta lo que hace, no es víctima de trata.

—¿Acaso escuchas lo que dices? ¿Crees que le gusta que tipos cualquiera le paguen una miseria para usarla a su antojo? Y una mierda, Jasper. Dudo mucho que lo haga porque quiera —le respondió Edward. Le dio una última calada a su cigarro antes de arrojarlo al asfalto de la calle y apagarlo con su pie. Mientras sacaba las llaves de su auto de su bolsillo, cruzó la carretera y se acercó a su viejo Mustang dispuesto a marcharse de ese lugar.

—Vamos, Cullen. No seas tan cerrado de mente. Será por una única noche. Sabes que tu cuerpo lo necesita. No lo pienses, solo hazlo —agregó Jasper mientras sacaba su billetera de su bolsillo y buscaba algo en ella.

—Mi cuerpo no necesita sexo, Jasper. Mi cuerpo necesita terminar con este caso de una jodida vez.

Edward simplemente abrió la puerta de su automóvil, arrojó su chaleco antibalas en el asiento del copiloto y se subió en él. Eso era todo.

Jasper se acercó, metió la mano por la ventanilla de la puerta y le tendió a Edward un papel arrugado. Cuando su compañero no lo tomó, simplemente lo arrojó al interior del auto.

—Si decides hacerlo, ni siquiera hace falta que me lo cuentes. Tómalo como un consejo de alguien que se preocupa por ti. Si algo sale mal, siempre puedo volver a mi casa, a los brazos de mi esposa y de mi hija. Y tú también deberías tener unos brazos a los cuales volver, aunque sea por una noche. No subestimes el poder que tienen sobre nosotros las otras personas.

Edward suspiró. Requirió bastante autocontrol el contenerse y no decirle que los únicos brazos a los que quería volver, los de su hermana, Tanya, ya no estaban disponibles.

No le tomó mucho tiempo encender su auto y salir de ese lugar sin siquiera despedirse de su compañero. Por suerte, su Mustang decidió cooperar esa vez y arrancar en el primer intento.

Mientras conducía, Edward sacó su mano del auto, dejando que el viento cargado de humedad chocara con su piel mientras el vehículo se movía por las solitarias calles de Forks. El cielo estaba comenzando a tornarse más negro con rapidez, al igual que los ánimos de Cullen ese día.

Edward simplemente le rogó al universo que le permitiera llegar a su casa antes de que se desatara una tormenta. Sus limpiaparabrisas no funcionaban, por lo que lo último que necesitaba era quedar atrapado bajo una lluvia torrencial en esa trampa mortal en la que se había convertido su preciado auto.

Cullen suspiró y se frotó los ojos perezosamente.

Había tenido fe. Aunque no quisiera admitirlo, de alguna manera se había permitido bajar la guardia y confiar en que esa noche conseguiría algo, en que podría avanzar al menos un poco en el caso. Sin embargo, estaba regresando a casa con las manos vacías. Otra vez.

Y Jasper había tenido el descaro de sugerirle que se acostara con una prostituta para relajarse.

Carajo. Jodido Jasper.

Era cierto que hacía bastante tiempo no estaba con una mujer. Para él, el sexo se había convertido en algo meramente fisiológico, una necesidad que satisfacía muy de vez en cuando. Ni siquiera era algo secundario en su vida, quizá terciario. Sin embargo, nunca se acostaría con una prostituta. Y no porque no las respetara. Había tenido su dosis suficiente de realidad trabajando en casos de trata de personas como para al menos considerar la idea.

Le dolía un poco que su amigo siquiera hubiera sugerido algo así. Claro que él no conocía la verdadera historia de Edward de principio a fin, solo lo necesario. Sin embargo, debería haber sabido mejor.

Cullen sintió ganas de reír. Mientras que, años antes, Jasper había pasado su tiempo entre prostitutas, él se había esforzado por sacar a Tanya de ese mundo.

Y no lo había logrado.

Era irónico. Y jodido. Y retorcido.

Pero era lo que era.

No podía cambiar el pasado, pero tal vez podía hacer algo por el futuro.

Sin quitar la vista del frente, Edward estiró su brazo derecho para recoger el papel que Jasper le había dado. Lo sostuvo entre sus dedos y lo leyó mientras apoyaba su mano en el volante de nuevo.

"Alice. (360) 374-41451. 405 Page Rd. Forks".

Edward bufó y negó con la cabeza.

Eso estaba tan mal. Tan jodidamente mal.

Su cabeza no estaba en un buen momento. Lo sabía… Sabía que, con el correr de los días, su mente se tornaría más y más peligrosa, hasta el punto en que comenzaría a llevar sus conductas destructivas a un nuevo nivel.

Cada vez más se autoflagelaba con el pensamiento de Tanya, cada vez más se recordaba la dureza de sus fracasos y los pocos éxitos que había conseguido en su vida. Sus pensamientos intrusivos eran cada vez más violentos.

Y no veía ninguna salida en todo eso.

Tenía miedo de que sus instintos más básicos lo dominaran y lo hicieran perecer, y la frustración, sumada a su falta de sueño y a su alcoholismo en desarrollo, estaba empezando a dejarlo desprovisto de cualquier tipo de sentido común.

Mientras giraba en la esquina de su calle y conducía los últimos metros hasta su casa, dobló el papel varias veces. Lo sostuvo entre sus dedos por un par de segundos mientras se repetía que todo eso era absurdo.

Pero en lugar de romperlo y deshacerse de él, metió la mano en su bolsillo y lo guardó ahí.

Ni siquiera se detuvo a pensar en lo que acababa de hacer. Mientras tomaba su chaleco y descendía de su auto, se dijo a sí mismo que lo había dejado allí para deshacerse de él luego.

Sin embargo, muy en el fondo, Edward sabía que eso no sucedería.

Y, de hecho, no ocurrió.


¡Hola, lectores! ¿Cómo están? Bienvenidos a esta nueva historia.

Esta es una idea que estuvo rondando en mi cabeza por mucho tiempo, pero no me había sentido preparada para materializarla hasta este momento. Y ahora que finalmente me decidí a compartirla con ustedes, estoy muy ansiosa y entusiasmada. Espero que sea de su agrado y disfruten tanto de leerla como yo de escribirla.

Por favor, les pido que presten atención a las advertencias. No es una historia extremadamente gráfica, pero aborda los temas mencionados en diferentes niveles. Si alguno de estos puede ser un posible desencadenante, por favor, absténgase de seguir leyendo. No es mi intención incomodar ni generar disgusto.

Por otro lado, es una historia con final feliz. Es lo único que puedo decir :)

Desde ya, quiero agradecerles por darle una oportunidad y tomarse el tiempo de leerla. Eso significa mucho para mí. Espero sus comentarios y sugerencias. ¡Saludos! Que tengan un lindo fin de semana.