Canción mencionada en el capítulo: "En la ciudad de la furia", de Soda Stereo.
Capítulo 3:
Había habido muchos momentos en los que Edward había estado muy cerca de perder la vida. Con un trabajo tan riesgoso y demandante como el suyo, el roce con la muerte era el pan de cada día.
Sin embargo, nunca había sentido miedo de fallecer. Era algo curioso… En algún punto había asumido que, tarde o temprano, eso le sucedería, como al resto de los seres vivos que caminaban sobre el planeta. Que la muerte lo sorprendiera en medio de una redada a sus treinta años o en una cama de hospital a los noventa no haría ninguna diferencia. No importaba cuánto corriera o se escondiera… esta lo alcanzaría.
Y no sabía si se debía a ese pensamiento o al hecho de que ya había tenido demasiado contacto con la parca cuando esta se había llevado a su hermana sin siquiera pedirle permiso, pero no le temía en absoluto.
O eso había pensado, hasta que sintió que la vida se le escapaba de los dedos mientras estaba semidesnudo en un sofá viejo en una casa en la que nadie lo encontraría, en los brazos de una prostituta cuyo nombre real ni siquiera conocía.
La desesperación por salir de ese estado era tanta que sentía que sus pulmones estaban casi en llamas, al igual que su garganta. El esfuerzo de su cuerpo por intentar conseguir algo de aire había logrado que sus músculos dolieran y que su corazón amenazara con estallar. Ni siquiera podía pensar con claridad; solo sentía que iba a morir.
Por supuesto que había sabido que esa sería una pésima idea, una decisión de la que se arrepentiría casi de inmediato o, con suerte, al día siguiente, pero las cosas habían escalado a niveles estratosféricos muy rápidamente. Ni siquiera su imaginación habría sido capaz de dar vida a semejante escenario. En ese contexto, pagarle a una prostituta para que se la mamara ni siquiera le parecía tan terrible.
En medio de los jadeos y del llanto, repentinamente sintió sus piernas muy livianas, y una especie de capa fría envolvió su cuerpo. Entreabrió los ojos y se dio cuenta de que la muchacha se había levantado de su regazo y estaba parada apenas a unos centímetros de distancia. Podía sentir el calor de su piel rozando la suya, burlándose. Estaba cerca para que Cullen la percibiera, pero no lo suficiente para que él sintiera algún tipo de consuelo.
Esas hermosas y níveas piernas que estaban casi al nivel de sus ojos temblaban, al igual que los labios de la mujer. Sin embargo, Cisne no estaba haciendo nada. Simplemente estaba allí, mirándolo, dejándolo morir.
La cruel ironía de la situación se manifestó en su totalidad cuando ella murmuró de forma exasperada: —Carajo, lo que me faltaba.
Cullen pensó exactamente lo mismo. Ni siquiera comprendía bien qué carajos estaba sucediendo. Solo tenía la sensación de que su cuerpo estaba rechazando el lidiar con él y sus traumas, y simplemente estaba sacudiendo su alma en busca de algo de liberación.
La prostituta, ajena al drama que se estaba desarrollando en la cabeza de Edward, se inclinó hacia la vieja mesita de café para tomar un objeto que parecía ser un teléfono. Al verla, las manos del agente se cerraron en puños. Quería preguntarle qué iba a hacer, que a quién iba a llamar, si a la policía, al hospital o a alguien que la ayudara a ocultar su cuerpo inerte, pero no fue capaz de emitir ni un simple sonido.
No sabía cuál de las opciones era peor.
Clavó sus ojos en ella y comenzó a negar con la cabeza, pidiéndole de forma silenciosa pero desesperada que no llamara a nadie. Prefería morir en un sitio desconocido sin que ninguna persona jamás supiera lo que le había sucedido a que su jefe y sus compañeros se enteraran de que había colapsado en la casa de una prostituta. Si lograba sobrevivir a ese encuentro, eso no solo le costaría su reputación, sino también su trabajo.
Esa era una de esas cosas que muchos policías hacían, pero a puertas cerradas. No había problema si los agentes mantenían relaciones con prostitutas, siempre y cuando no hablaran de eso de forma pública. No era para nada aceptable que los grupos que estaban trabajando para combatir el tráfico de personas estuvieran en contacto con posibles víctimas de proxenetas. Eso dejaría muy mal parado al FBI y al maldito gobierno del país, y nadie quería eso.
Era retorcido, por supuesto, pero así eran las cosas. E incluso a pesar de que la confusión se había apoderado de su mente, Edward sabía que, si había algo peor que morir, eso era que sus jefes lo descubrieran en medio de esa situación.
En un susurro apenas audible, pronunció: —No... la policía no.
—Y una mierda… —le respondió ella por lo bajo mientras sus dedos intentaban marcar algún tipo de número, pero sus manos temblaban tanto que incluso esa tarea tan sencilla le resultaba difícil de concretar. Maldijo de nuevo y siguió golpeando las teclas con sus uñas, hasta que finalmente consiguió llamar a alguien.
En cuanto ella se llevó el teléfono al oído, y en un esfuerzo que casi le costó lo poco de vida que sentía que aún le quedaba, Edward se inclinó hacia adelante, la tomó de la cintura y la jaló, intentando llamar su atención. Abrió sus ojos un poco más y los clavó en los de Cisne.
—Por favor… no, por favor —gimió dolorosamente.
Cisne lo observó por algún par de segundos. Su mano se sentía caliente sobre su cintura, sobre el pequeño trozo de piel que había quedado descubierta entre su top y su falda. Era un agarre duro, como si él realmente necesitara sostenerla, como si ella fuera una especie de ancla para él, pero no era bruto. Era… simplemente era distinto. Se sentía distinto. No era posesivo, era jodidamente desesperado.
Y aún con el temor de que eso pudiera joderle la vida y ocasionarle más de un problema en el futuro, Cisne bajó lentamente el teléfono, colgó la llamada antes de que cualquiera del otro lado pudiera responder y dejó el aparato en su lugar. Su propia mirada penetró la de Edward, lo que hizo que sus extremidades se sintieran débiles. Mientras la muchacha buscaba indicios silenciosos para determinar qué carajos le estaba sucediendo al sujeto que tenía frente a ella, él simplemente quería observarla, grabar las facciones de ese rostro en su memoria, reemplazar los malditos ojos verdes con los suyos, los gritos de desesperación con su empalagosa voz.
Edward cerró los ojos con algo de tranquilidad, pero sin dejar de llorar y jadear por aire. La parte de sí mismo que tanto odiaba se rio de él por el hecho de que moriría antes de siquiera desnudar a la muchacha. La otra parte de sí mismo que también odiaba agradeció que su vida y, por ende, su calvario, al fin fueran a terminar.
Sin embargo, un par de segundos después, Edward sintió peso sobre sus piernas de nuevo. Dos palmas cálidas y suaves le sujetaron el rostro con delicadeza, sosteniendo su cabeza fija en su lugar, y el pitido que hacía que sus oídos se sintieran a punto de reventar se detuvo solo por un segundo para permitirle escuchar de nuevo esa dulce voz.
—Edward... Edward, ¿verdad? Escúchame...
Sus brazos estaban rígidos y pegados a su cuerpo, y su espalda dolía como el demonio. Podía sentir todos sus músculos tensos, jalando de él en todas direcciones al mismo tiempo.
En un segundo de claridad, Edward se preguntó si así se sentía morir, si padecer un malestar así de insoportable era un requisito para abandonar este mundo. Porque si se trataba de sufrir, él lo había hecho con creces. Habría esperado que, habiendo cargado una cruz tan pesada durante tanto tiempo, el universo lo dejara marcharse de la vida de forma pacífica. Pero no. Al parecer, debería batallar y enfrentar la miseria hasta su último aliento.
—Escúchame. Mírame. Mírame, cariño.
Edward sintió pavor de nuevo, lo que hizo que sus jadeos se intensificaran. Sin embargo, cuando los suaves dedos de la muchacha acariciaron sus mejillas para limpiar sus lágrimas, decidió esforzarse por conectar su mirada con la de ella. Entonces, en lugar de encontrarse con sus traumas, frente a él halló ese par de ojos marrones, los más hermosos que había visto en su vida. Una mirada de tono chocolate con motas doradas, algo único en su clase.
—Eso es... estás haciendo un buen trabajo, cariño —susurró ella, con un tono alentador—. Ahora, respira conmigo, ¿sí? Siente el ritmo de mi aliento.
Edward luchaba contra los pensamientos que intentaban convencerlo de que no lograría superar la situación. Cerró los ojos, se enfocó en esa voz tranquilizadora y permitió que su dulzura lo guiara de vuelta a la realidad desde la oscuridad que amenazaba con consumirlo. Quería que ella le tendiera la mano y lo arrastrara fuera de ese jodido infierno.
—Lento, respira lento... —le indicó ella. En algún momento, sus manos se encontraron, y Cisne colocó la palma de Edward sobre su pecho, en el centro de su ser. Su propio corazón latía con cierta agitación, pero no tanto como el de él. Los susurros continuaron—. Respira... inhala y exhala conmigo. Todo estará bien, ¿sí? Estoy aquí contigo.
Edward gimió al sentir sus dedos perderse entre los senos de la muchacha, moviéndose al ritmo de su pulso. La cercanía entre ambos lo estaba intoxicando. Sin embargo, se sentía bien. Mierda, se sentía tan bien que no había forma de que fuera lo correcto. Esta mujer que él ni siquiera conocía lo estaba tocando más íntimamente que cualquier otra persona en su vida, y él quería que ella lo hiciera. Lo necesitaba, su cuerpo gritaba por ese contacto.
—Tranquilo, cariño. No estás solo…
A pesar de lo difícil que le estaba resultando controlar su propio cuerpo, Edward se permitió confiar en que podría superar la adversidad. Muy lentamente, comenzó a sentir cómo su garganta se abría un poco, dando paso a una respiración más profunda. El tiempo se volvió relativo mientras ambos compartían ese ritmo calmado.
Algunos minutos después, se volvió consciente de que su propia respiración se había aquietado, lo que reflejaba la serenidad que lo acompañaba. Cuando sintió que todo había terminado, casi quiso gritar de alivio. Dejó caer un par más de lágrimas y jadeó. Apoyó su frente en la de la muchacha mientras acariciaba su cintura suavemente. Le costaba creer que hubiera salido de aquello, que lo hubiera superado.
—Carajo —susurró Edward mientras dejaba salir todo el aire retenido con tanta dureza en sus pulmones. Le dolía demasiado la cabeza y el pecho, y su cuerpo se sentía como si hubiera sido atropellado por un bus de dos pisos. Sin embargo, estaba vivo. A duras penas, pero lo estaba.
—Eso es todo, vaquero —susurró Cisne, dejando que sus palabras fluyeran con un tono suave y reconfortante. El ambiente estaba cargado de la tensión liberada, como si el peso de la jornada se hubiera desvanecido con esas simples palabras. Ella sonrió y él suspiró. Con cuidado, se inclinó sobre Edward, quien yacía allí, exhausto pero lleno de determinación. El suave beso que depositó en su frente parecía llevar consigo un suspiro de alivio. Esa conexión íntima después de la lucha era un calmante para las cicatrices invisibles que Cullen cargaba—. Estás bien… ya estás bien.
La joven se alejó de nuevo de sus piernas y se encaminó hacia la cocina, haciendo que Edward extrañara de inmediato el contacto con su cuerpo y sus labios rozando su piel. A pesar de su agotamiento y estado de embriaguez, el agente no pudo evitar maravillarse ante la gracia con la que Cisne movía sus caderas al caminar, una suavidad y un ritmo que parecían más propios de una jodida diosa que de un ser humano. Era como si ella fuera una divinidad, un ángel que había ayudado a que su vida se mantuviera dentro de aquel recipiente que era su cuerpo. Edward quiso reír ante lo absurdo de ese pensamiento, pero era la única explicación que su mente atribulada podía concebir en ese momento.
Jodido alcohol. No volvería a beber ni una sola gota de nada en su maldita vida.
Cullen escuchó el ruido del agua corriendo y luego vio a Cisne dándose la vuelta y caminando hacia él. La muchacha le tendió un vaso. Edward lo tomó y bebió su contenido de un solo sorbo, sin hacer preguntas. El agua le sentó realmente mal a su estómago lleno hasta el tope de alcohol barato, pero su garganta a carne viva agradeció el bálsamo refrescante del líquido. La muchacha lo observó y sonrió complacida. Se movió un poco y se sentó a su lado en el sillón. Prácticamente dejó caer su cuerpo sobre los almohadones desgastados y aplanados debido al uso. Aunque él no lo notó, ella se sentía aliviada. Muy aliviada.
—Sabes… los borrachos suelen ser los clientes más fáciles de atender. Por lo general, se duermen antes de que siquiera les baje los pantalones. Pero tú… —dijo mientras levantaba un dedo y apuntaba directamente al pecho de Edward—. Tú acabas de sacarme un susto de muerte, vaquero. Creo que soy 20 años más vieja ahora.
Cullen recostó su cabeza sobre el respaldar del sofá y observó a la muchacha con ojos entrecerrados. Una sonrisa jaló de las comisuras de sus labios en un gesto que hizo que Cisne se sonrojara por completo. Se veía jodidamente adorable.
¿Adorable? Sí, adorable. De una forma muy jodida.
—Lo siento. No sé qué me pasó. Mierda, creo que bebí mucho.
Ella lo observó por unos segundos y suspiró.
—No, eso no fue por la bebida. Si hubiese sido el alcohol, lo habrías vomitado. Creo que tuviste un ataque de pánico —le respondió, sopesando sus palabras con una expresión comprensiva. Cuando notó que Edward la miraba con cierta confusión, esbozó una sonrisa tranquilizadora. Una extraña pero poderosa necesidad de calmarlo se apoderó de ella—. Y, a juzgar por tu expresión, me atrevería a decir que es la primera vez que tienes uno, ¿verdad?
El ambiente parecía más tranquilo, como si el simple acto de verbalizar la situación hubiera disipado parte de la tensión. Edward se dio cuenta de que incluso había algo de música sonando en el fondo. No la había notado hasta ese momento, ya que apenas era audible, pero aportaba algo más de calidez a la vibra del lugar. Era rock viejo o algo en otro idioma, en español quizá. No podía distinguir bien.
Cullen miró hacia el frente mientras pensaba en su respuesta. Era cierto que se había sentido así antes. Llevaba bastante tiempo experimentando esos síntomas sofocantes y aterradores, pero estos siempre se detenían en algún punto. Nunca habían explotado como lo habían hecho segundos antes. En lugar de decirle eso a la muchacha, simplemente volvió a mirarla.
—Parece que hoy es la noche de las primeras veces —susurró mientras reía con ironía. Ella lo observó con curiosidad, como si quisiera ahondar más en ese pensamiento, pero no preguntó nada. Solo le sonrió—. ¿Cómo sabes que fue un ataque?
—He tenido mi buena dosis de ellos en la vida —le respondió mientras reía por lo bajo y se encogía de hombros—. Descuida. Son intensos, pero no morirás a causa de uno de ellos, aunque así lo parezca.
Edward quiso preguntarle por qué, saber si ella tenía el mismo tipo de demonios de los que él no conseguía escapar, saber si su vida era un desperdicio, tal como la suya. Sin embargo, se encontraba demasiado mareado para pensar, y más aún para tener una sesión de terapia con una desconocida. Cerró los ojos y bufó mientras apoyaba su brazo sobre su frente. Su piel estaba caliente y pegajosa, al igual que su ropa. Se sentía tan desagradable que le molestaba estar dentro de su cuerpo. No se toleraba a sí mismo, lo cual no era una novedad, pero en ese momento en particular se detestaba con fuerza. Había hecho que una chica que nada tenía que ver con él pasara un mal rato por su culpa.
Eso tampoco era una novedad.
—Mierda… lo que me faltaba. Un jodido problema más.
Todo aquello solo intensificaba la interrogante que bullía en la mente de Cisne: ¿qué diablos hacía un hombre de su calibre en un lugar como aquel? Era un sujeto que capturaría cada mirada, alguien capaz de conquistar el corazón de cualquier mujer sin esfuerzo, eso estaba claro. Entonces, ¿por qué rayos malgastaba su valioso tiempo con una prostituta como ella? La incomprensión se había apoderado de sus pensamientos.
La desconcertante realidad de verlo prácticamente desmoronarse cuando ella lo tocó, cuando lo besó, solo añadió un nuevo nivel de perplejidad. ¡Su toque le había provocado un ataque de pánico! Cisne se sintió compasiva hacia él. ¿Acaso carecía de experiencia en este terreno? ¿Había sido tocado por una mujer alguna vez? ¿Cómo una situación tan rutinaria como esa había derrapado y se había complicado tanto?
Mierda... Ante ese manto de incertidumbre, la joven decidió tomar las riendas de la situación de inmediato.
—Tengo una duda… ¿eres virgen o algo por el estilo?
Edward la observó con dureza en sus ojos. ¿Acaso se veía como un puto adolescente de 15 años? Se sentía realmente ofendido. Temía que el haber pasado tanto tiempo sin tener contacto con una mujer lo hubieran hecho perder el toque.
La muchacha rio al ver su expresión, y la risa hizo que Edward sintiera una muy extraña necesidad de besarla de nuevo, solo para sentir cómo esos labios se movían contra los suyos mientras ella se carcajeaba.
—Okey, okey, mala suposición. Lo siento, pero te veías aterrado cuando comencé a besarte. Mis labios han provocado muchas cosas, pero nunca un ataque de pánico.
—Si me encontrara en un mejor estado, te demostraría que no tengo ni un pelo de virgen —murmuró él mientras se inclinaba hacia adelante para dejar su vaso en la mesa de café. Su cuerpo aún se sentía extraño, pero estaba agradecido de haber vuelto a la realidad. Recostó su cabeza de nuevo sobre el respaldar del sofá y le sonrió a Cisne. —Y tampoco besas tan bien, no te creas tanto…
Cisne lo observó con ojos entrecerrados y la boca muy abierta, como si su comentario la hubiera ofendido profundamente. Sin embargo, pronto su mueca se transformó en una hermosa sonrisa. La muchacha era jodidas sonrisas todo el tiempo, ¿cómo demonios era posible?
—Te sorprenderían las cosas que esta boca puede hacer, cariño. Pero es justo, un golpe por otro golpe. Lo acepto. Entonces, déjame pensar… —susurró ella mientras observaba el techo del lugar—. Mmm, ¿tuviste un día difícil?
—Todos mis jodidos días son difíciles —respondió Edward, y se sintió avergonzado al darse cuenta de que la muchacha debía tener una vida mucho más complicada que la suya y, sin embargo, era él quien se estaba quejando como un niño que hace un berrinche—. Pero sí, hoy fue una puta mierda. Más que de costumbre.
—Y en lugar de ir a tu hogar con tu esposa, decidiste desviarte del camino y venir hasta aquí. Es una decisión sabia… ya sabes, dejar los problemas fuera de casa.
—Mierda, bonita… me estás matando. ¿Ves un anillo en este dedo? —se defendió Edward riendo—. No le rindo cuentas a nadie.
—Lo siento, vaquero. Solo quería asegurarme. Odiaría que alguien viniera mañana a golpear mi puerta y a jalarme el cabello hasta arrancármelo. Si tú fueras mío, no dejaría que ninguna perra te pusiera un dedo encima —pausó un momento y agregó con un deje de resignación—. Y sí, antes de que preguntes, pues sí, me ha sucedido… una que otra vez.
Edward la observó realmente sorprendido. Le costaba creer que alguien siquiera pensara en herir a una mujer como ella. Ante sus ojos, la muchacha no lucía muy distinta de una frágil muñeca de porcelana. Sin embargo, no era tonto. Sabía lo duro que podía ser el mundo de la prostitución, y probablemente un jalón de pelo había sido como una cosquilla en comparación con todas las cosas por las que Cisne seguro había pasado.
—Carajo… ¿muchas veces?
—Más de las que me gustaría... pero, ey, deberías ver cómo quedaron ellas —comentó Cisne mientras dejaba escapar un suspiro y jugaba con las puntas de su cabello. Sus ojos revelaban una mezcla de cansancio y travesura, como si detrás de cada encuentro hubiera una historia única.
Al notar la mirada de Edward, ella se percató de su expresión entre sorprendida y preocupada. No obstante, no pudo resistirse a esbozar una sonrisa, como si quisiera restarle seriedad al tema. Le guiñó un ojo.
—Algunas no saben qué hacer con un hombre, y otras creen que pueden dominarlo todo. Pero tranquilo, vaquero, estoy acostumbrada a lidiar con todo tipo de personalidades —añadió, con tono confiado y una chispa de diversión. Su sonrisa se intensificó al tiempo que le guiñaba un ojo, transmitiendo un mensaje de complicidad.
Le resultaba extraño conversar tanto con un cliente. Por lo general, la cosa era rápida y sencilla. Todos sabían a lo que habían ido, así que hacían lo suyo y luego simplemente se marchaban. Pero Edward no parecía querer irse. Tampoco parecía querer tocarla. Cisne ni siquiera recordaba la última vez que había estado así de cerca de un hombre sin que este quisiera saltarle encima.
La muchacha comenzó a darse cuenta de que Edward no había ido a buscar a Alice precisamente para tener sexo. Quizá esa había sido la idea secundaria, pero lo que lo había empujado a hacerlo había sido algo mucho más profundo. Y quería averiguarlo, pero no era un buen momento para hacerlo.
Ante el silencio de él, Cisne decidió cambiar de tema.
—¿Qué tanto condujiste?
—¿A qué te refieres? —preguntó Edward, intrigado.
—No eres de aquí… —señaló ella—. El acento… tu acento no es de aquí.
—¿Se nota mucho?
—Bastante, pero no en un mal sentido —le contestó ella sonriendo—. Es agradable no escuchar el tonito de mierda de Forks.
—Pues me alegra oír eso. Soy de Chicago, en realidad.
—Estás muy lejos de casa, ¿no? ¿Qué haces en este pueblo perdido en medio de la nada?
—Vine aquí por trabajo.
Al escuchar eso, Cisne levantó una ceja con curiosidad. Subió sus piernas al sofá y se sentó encima de ellas, rozando el cuerpo de Edward con el suyo. La calidez del contacto se sentía relajante, deliciosa.
—¿Trabajo? ¿Qué tipo de trabajo?
Edward observó a la muchacha y suspiró. Estaban a punto de entrar en un terreno algo complicado.
Él sabía muy bien lo peligroso que podía ser revelarle demasiada información a alguien. Aunque ella parecía ser una prostituta común y corriente, y a pesar de que claramente no lucía como una mala chica, Edward no la conocía. En absoluto. ¿Y si ella colaboraba con algún grupo de proxenetas? ¿Y si era una delincuente encubierta? Sabía que Jasper no le hubiera recomendado ir allí si la cuestión fuera incierta o peligrosa, pero sus años como agente de la policía le habían enseñado por la fuerza que no podía confiar en nadie, ni siquiera en él mismo.
Cullen decidió tomar el camino sencillo y mentir. Eso le permitiría protegerse y protegerla a ella en el proceso. Mientras menos supiera, mejor. Y aunque él sabía que probablemente nunca volvería a ver a Cisne, se sentiría más tranquilo si ella no terminaba involucrada en ninguno de los aspectos de su vida.
—Soy empresario, soy el dueño de una empresa.
—¿Empresario? —Cisne cuestionó. Cuando él no le respondió a la primera, ella se levantó del sofá y caminó hacia la ventana que daba al frente de la casa. Estiró un brazo hacia arriba para correr la pesada cortina que cubría el cristal, y su top se contrajo, dejando su espalda baja al descubierto.
Edward no pudo evitar mirar. ¿Cómo podría haberse resistido? Ella era guapa, y él era un hombre, después de todo. Sin embargo, aunque su mirada había intentado desviarse hacia su trasero en un principio, se fijó en una especie de mancha que ella tenía en su cintura.
Cullen se incorporó en su asiento con la intención de ver bien de qué se trataba, y entonces se dio cuenta de que no era una marca, sino un tatuaje.
Un tatuaje que decía "Putita".
El agente tragó con fuerza. ¿Qué carajos era eso? Al principio pensó que había leído mal, que el diseño decía algo más, otra cosa. Pero ella no se encontraba tan lejos de él, así que era obvio que la palabra escrita en su piel era esa.
No era un tatuaje agradable de ver. Y no por la palabra en sí, sino por la forma en que estaba hecho. Incluso lucía doloroso, malogrado. Estaba chueco, y la caligrafía con la que las letras habían sido escritas era dura, descuidada. No era un buen trabajo, pero ese parecía el menor de los problemas.
¿Era una especie de broma personal? ¿Algo que ella se había tatuado con ironía, para reírse de la forma en que se ganaba la vida? ¿Por qué se lo había hecho? ¿Era un apodo? Cullen tenía demasiadas dudas.
Dudas que se sentían amargas en su estómago.
Sin embargo, no preguntó nada. No quería ofenderla de ninguna manera, y suponía que ella debía estar cansada de escuchar esa pregunta por parte de otras personas. Aunque no habría nada de malo en buscar una respuesta para su curiosidad, decidió evitar cualquier tipo de comentario.
—Sí… tengo una compañía muy exitosa —Edward respondió un poco turbado.
—Ajá, se nota —comentó ella sonriendo mientras señalaba el destartalado Mustang de Edward mal aparcado al otro lado de la calle. Cisne levantó una ceja al mismo tiempo que él se sonrojaba. Lo había tomado desprevenido.
—Bueno…
—Descuida… aquí puedes ser lo que quieras ser. Es un espacio seguro. Si quieres ser empresario, pues eres un empresario —le dijo ella. La muchacha abrió un poco la ventana, dejando que algo de la fresca brisa de Forks llenara la sala. Edward agradeció silenciosamente el sentir el aire rozar su rostro.
—¿Lo dejarás allí? ¿No vas a indagar más?
—¿Por qué debería? —Cisne respondió con calma.
—Porque podría ser un asesino serial o algo así —bromeó Edward, tratando de aligerar el ambiente. Sin embargo, la realidad era que quería que a ella le importara. Quería que la muchacha se interesara de verdad por él, incluso si Cullen no era más que otro cliente para ella.
Cisne rio con complicidad, revelando una chispa de humor en sus ojos.
—Bueno, eso sería emocionante, ¿no crees? Explicaría por qué me imploraste que no llamara a la jodida policía, por más placentero que sea lidiar con ella —dijo irónicamente mientras rodaba los ojos. Edward sonrió al escuchar eso y agradeció el no haberle revelado su verdadera profesión. Si tuviera el nombre real de la mujer, definitivamente se divertiría investigando sus antecedentes. Eso se sentiría como un alivio en medio de tanto jodido caos—. Pero si lo fueras, serías el asesino más estúpido del mundo.
—¿Ah, sí? ¿Por qué, precisamente?
—Pues… viniste en tu propio auto hasta aquí. Y no, no me tragaré ninguna excusa de que es rentado, porque si lo fuera, no habrías sido tan descuidado al aparcarlo. No te arriesgarías a que alguien lo chocara, aunque dudo que un choque haga la diferencia. El pobre claramente ha visto épocas mejores. Además, estás borracho… ¿alguna vez has intentado usar un cuchillo mientras estás ebrio hasta las pelotas? Es bastante complicado, por si nunca lo has hecho. Ah, y tuviste un puto ataque de pánico en el sofá. A menos que yo fuera tu primera víctima, sería bastante estúpido para un asesino mostrarse tan vulnerable frente a la persona a la que quiere matar.
Edward no pudo evitar sonreír al escuchar las deducciones de Cisne. Quizá él hubiera sido un pésimo asesino, pero definitivamente ella no sería una buena policía.
—Quizá el auto es robado, por eso me da igual si alguien lo choca… Y tal vez podría usar un arma para acabar contigo. Te sorprenderías lo fácil que puede ser disparar una, incluso si estás borracho. ¿Y el ataque de pánico? Podría ser un montaje para que pienses que estoy vulnerable y bajes la guardia conmigo.
Cisne pensó por unos segundos, rodó los ojos, bufó y asintió con la cabeza, como si estuviera reconociendo que él tenía razón. Luego sonrió y volvió a mirar hacia el exterior de la vivienda. Edward no pudo evitar admirar su perfil, y no sabía si se debía al alcohol que aún se encontraba en su sistema o al hecho de que se sentía relajado por primera vez en mucho tiempo, pero se dio cuenta de que le gustaba observarla. Mucho. Y no solo porque ella fuera hermosa, sino porque le transmitía algún tipo de sentimiento que hacía demasiado no experimentaba.
Ella le transmitía comodidad. Él se sentía cómodo con ella. Y él nunca se sentía cómodo con nadie, ni siquiera con él mismo.
—De cualquier forma, preguntaste por Alice cuando llegaste. Así que, si querías matar a alguien, esa no era yo… —respondió ella riendo—. Creo que incluso hubiera agradecido que hubieses acabado con ella. La maldita desgraciada es un verdadero dolor en el culo cuando se lo propone.
Edward rio al escuchar eso y asintió con la cabeza. Alice definitivamente debía estar un poco loca para haberse acostado con su amigo, incluso aunque este le hubiese pagado. Sin dejar de sonreír, Cullen llevó su mano al bolsillo de su pantalón y tomó su caja de cigarrillos.
—Te debo una por haber evitado mi muerte hace un rato, así que quizá te haga el favor —le respondió. Luego la observó y, mientras sacaba un cigarro de su empaque, extendió la caja hacia ella—. ¿Quieres?
La muchacha, apoyada contra el vidrio de la ventana, lo observó con curiosidad. La iluminación amarillenta de la sala y el resplandor lunar creaban un juego de luces y sombras en su rostro, otorgándole un aire enigmático. En ese instante, ella mordió suavemente su labio, y Edward sintió que, de no haber estado sentado, probablemente habría caído al suelo por ese simple gesto.
—Lo siento… no fumo —respondió ella con una sonrisa apologeta. La negativa añadió otro matiz fascinante a la mujer, como si cada gesto suyo fuera un misterio a resolver.
—¿No? ¿Nunca lo has hecho? —le preguntó mientras dejaba el cigarro en sus labios y lo encendía con destreza. Cisne jadeó silenciosamente.
Había algo en el hecho de ver a un hombre prender un cigarro. Era una vista sensual por demás. Pero en Edward en particular era un acto pecaminoso, algo que simplemente debería estar prohibido. Era jodidamente irresistible.
La muchacha negó con suavidad, un gesto que tomó por sorpresa a Edward. No porque ella le hubiera dicho que no fumara, sino por la inocencia que de repente la había envuelto como si fuera un halo a su alrededor. Cullen nunca usaría las palabras "inocente" y "prostituta" en una misma oración, pero Cisne era capaz de encarnar ambos extremos con una sencillez y sutileza que hacían que él se sintiera incómodo.
La mirada de la mujer revelaba una profundidad que desafiaba la simplicidad de las etiquetas superficiales. La dualidad de su ser, la coexistencia de lo inocente y lo vivido, creaban una paleta de matices que intrigaban a Edward, llevándolo a cuestionar sus propias percepciones. La habitación se llenó de un silencio cargado, como si ambos estuvieran en medio de una revelación de verdades más allá de las apariencias.
—Pues haces muy bien —le susurró. Y luego, mirándola a los ojos, agregó—. Aunque estoy seguro de que te verías jodidamente hermosa con un cigarro entre tus labios. Aún más bonita, si eso siquiera es posible.
Ella sonrió de lado al escuchar el descarado coqueteo de Edward. La tranquilizaba el hecho de que el sujeto se sintiera mucho mejor, al menos lo suficiente para hablarle de aquella manera. Sin embargo, había algo en él que la aterraba. Tal vez era el hecho de que no se parecía a ningún otro hombre que hubiese estado con ella antes, o quizá se debía a que su presencia se sentía jodidamente agradable. Suspiró y decidió no darle demasiadas vueltas al asunto.
—Pues vamos a comprobarlo… ¿me enseñas a fumar?
Edward levantó una ceja, sorprendido por la solicitud. Inmediatamente después, negó con la cabeza.
—No, lo lamento. Los vicios no son algo que uno debiera compartir con nadie. Estás bien como estás.
—Vamos, quiero saber cómo se siente. No estoy diciendo que vaya a hacerlo todo el tiempo, pero quiero probarlo, y ya que me debes un favor…
Él frunció el ceño, preocupado.
—No es algo tan genial.
—Pero es una experiencia, ¿no? Y ya te lo dije… estás en deuda conmigo.
Cullen suspiró, indeciso. No era la persona más adecuada para hablar sobre lo dañino que podía ser fumar, no cuando él mismo fumaba más de dos paquetes por día. Pero había algo en ella, esa sensación de ingenuidad, que hacía que él quisiera protegerla incluso de sí mismo.
—No quiero que te hagas daño. Es algo que deberíamos evitar.
Cisne rodó los ojos mientras se acercaba al sofá. Antes de sentarse, se agachó y se quitó las botas. El acto de verla bajar la cremallera de ambas piezas hizo que Edward sintiera ganas de pasar la mano por su pantalón para calmar la jodida erección que nuevamente había tomado las riendas de su cuerpo. Ya descalza, la muchacha se sentó en el sillón, justo a su lado.
—Vamos… solo quiero probarlo esta vez —susurró. Al darse cuenta de que Edward estaba flaqueando, hizo un puchero y lo miró entre sus pestañas. —Por favooor... por favor, por favor, por favooor.
Él cedió ante su mirada y sonrió levemente. La joven tenía una forma de ser tan jodidamente encantadora.
—Está bien, pero ya cállate. Lo haremos despacio y con cuidado.
—Me gusta fuerte y rudo —le dijo ella. Cuando él captó el doble sentido de sus palabras, Cisne le guiño un ojo. —Oh, te referías a fumar. De acuerdo, como tú ordenes.
Él rio por lo bajo, embelesado con el sentido del humor de la muchacha. Tomo la caja, sacó un cigarrillo y la observó a los ojos. Ella se veía curiosa.
—Primero, debes sostener el cigarrillo con la mano. No hay reglas en esto, puedes tomarlo como te resulte más cómodo.
Cisne tomó el cigarro que Edward le estaba extendiendo y, a diferencia de él, que lo sostenía entre el dedo índice y el pulgar, ella lo tomó entre el índice y el dedo medio, como tantas veces había visto a otras personas hacer.
—Siempre recuerda que la parte marrón es la que va adentro —susurró Edward. Cuando ella acercó el cigarro a sus labios, él encendió su encendedor. —Cuando acerque la llama al cigarrillo, succiona, solo un poco. Tu boca se llenará de humo. No te asustes. Si toses, está bien. Es normal al principio.
Ella hizo lo que él le indicaba y el cigarro se encendió con un ligero temblor en las manos. La luz del fuego iluminó sus rostros, creando un momento íntimo entre ambos en medio de la penumbra de la habitación.
—Eso es, bonita. Ahora, inhala suavemente. No es necesario que lo hagas tan profundo, solo lo suficiente, hasta que sientas el humo en tus pulmones —le susurró. Edward estaba sonriendo, y Bella simplemente no podía dejar de mirarlo. El agente llevó sus dedos a la boca de la muchacha para acomodar mejor el cigarro, aprovechando el contacto para delinear sus labios y acariciarlos suavemente con su pulgar.
Cuando Bella sintió el humo llenando sus pulmones, sonrió satisfecha. Quiso toser, pero se contuvo. La sensación del tabaco quemando su garganta era excitante.
—Ahora, exhala lentamente. Deja que el humo salga por la boca.
Con paciencia, él continuó guiándola en cada paso, asegurándose de que ella se sintiera cómoda. El momento era muy íntimo y sensual, tanto que difícilmente podría ser superado por algo como tener sexo. Simplemente se trataba de ellos dos, dos completos desconocidos unidos de una forma u otra por algún sentimiento en común. Ambos estaban en silencio, disfrutando de sus cigarros.
Y sí, Edward había tenido razón. Ella se veía jodidamente deliciosa con un cigarro en sus labios rojos de terciopelo, mientras lo observaba y su mirada brillaba en contacto con la suya. Era una especie de visión frente a él.
Definitivamente era la noche de las primeras veces.
Algunos minutos después, cuando ambos cigarros estaban consumidos prácticamente hasta la mitad, Cisne rio:
—Esto es una mierda.
Edward no pudo evitar reír. Y aunque su pecho dolió un poco, se dio cuenta de que no estaba fingiendo. Y eso se sintió demasiado bien.
Desde que había entrado en ese lugar, todas sus emociones habían sido genuinas. Había llorado cuando había querido hacerlo, había reído cuando así lo había deseado. Se sentía liviano… ni siquiera entendía del todo por qué.
—No diré lo siento. Te lo advertí.
—Sí… no creo que vuelva a hacerlo. Pero gracias. Fue… revelador. Casi una experiencia religiosa.
La muchacha le sonrió, aun con el cigarrillo encendido. Sus ojos se encontraron con el vaso de agua y llevó su mirada hacia Edward de nuevo.
—¿Te sientes mejor?
—Me siento como la mierda.
—Te ves como la mierda.
—Bonita, tú y yo sabemos que eso no es cierto —le respondió él. Ella rio mientras se levantaba para rellenar su vaso. En el camino, le subió un poco el volumen a la música. Definitivamente era rock en español, alguna banda que él no conocía bien.
—Mal día en el trabajo dices… ¿quieres hablar de eso? No soy psicóloga, pero ya que tú y yo no vamos a tener sexo, pues podemos hablar.
—¿Quién dice que no vamos a tener sexo? —respondió él de forma coqueta. Ella lo observó, rodó los ojos y sonrió con suficiencia.
—Cariño, te di un beso y casi te measte en los pantalones. No hay que ser muy inteligente.
Edward se encogió de hombros y rio, pero le dio la razón. No era que no quisiera pasar a otro nivel con ella. Su erección, de hecho, estaba muy deseosa de hacer algo más que simplemente mirarse, sonreírse y fumar. Sin embargo, no quería tentar a la suerte. Se sentía bien por primera vez en una eternidad, y temía que, si forzaba su mente y su cuerpo a trabajar en algo más, estos colapsarían de nuevo. Cullen suspiró. El humo salió de sus labios como una bocanada.
—No quiero hablar de eso. Mi trabajo es una mierda.
—¿Qué trabajo no lo es?
Ella lo observó fijamente. El encanto de la clandestinidad se desvaneció, y solo quedó la tensión palpable entre ellos. Pero no era una sensación desagradable, sino todo lo contrario.
Sin importar en qué trabajara, él lucía lo suficientemente derrotado como para que Cisne comprendiera que su profesión no debía distar demasiado de la suya; como para ella, una prostituta cuyo problema más pequeño era, justamente, ser una prostituta, se compadeciera de él.
Cuando ambos se miraron de nuevo, sonrieron. Sonrieron porque eran conscientes de que, en ese momento, estaban luchando con sus propios demonios solos, pero en compañía del otro. Eso se sentía natural, era como si así debiera ser. Dos personas rotas que ni siquiera se preocupaban por intentar sanar, sino que preferían engañarse a sí mismas para poder seguir viviendo, para no volarse los sesos de un disparo.
Cisne apoyó su cabeza en su mano y suspiró, permitiéndose pasear su mirada sobre el caballero que tenía a su lado. Él no lucía en absoluto como los clientes habituales que Alice y ella recibían. Aunque estaba borracho como el demonio, estaba bien arreglado. Cabello oscuro y corto, con algunos mechones desordenados que solo le agregaban atractivo a su físico; su ropa estaba limpia y planchada, y él olía bien… mierda, olía demasiado bien. Estaba tan acostumbrada a los tipos roñosos y desagradables que se sentía agradecida de algo tan simple como que él se hubiera duchado antes de ir a buscar a una prostituta. Además, aunque no lucía demasiado mayor, las arrugas en los bordes de sus ojos delataban que ya no se encontraba en sus veinte, o quizá sí, pero al final de estos.
Sus piernas se habían sentido jodidamente bien debajo de ella. A pesar de que sus cuerpos apenas se habían rozado, Cisne había notado que él estaba tonificado, en muy buena forma. Sus brazos musculosos y su abdomen sutilmente marcado sumaban puntos a ese pensamiento.
Y su rostro… ese era un tema completamente aparte. Decir que era guapo era quedarse corto, porque él era jodidamente hermoso. Tenía unos ojos de un tono de verde muy inusual, además de una mandíbula afilada y masculina. Sus labios se sentían rellenos, y su piel era muy suave. No había ni rastros de algo de barba. Era un tipo de belleza hecha para ser admirada.
Edward no pasó por alto el hecho de que Cisne no dejaba de mirarlo.
—¿Pasa algo?
La muchacha suspiró y sonrió.
—No eres como los demás, solo eso.
Él desvió la mirada, incapaz de enfrentarla. Esa frase podía tener múltiples interpretaciones, pero él no iba a preguntar. Sabía exactamente a lo que ella se refería. Fumó lo último que quedaba de su cigarro antes de dejar la colilla en el suelo, justo a un lado del sofá.
—No, no soy como los demás.
Ella se acercó, leyendo en su mirada una tormenta de emociones. No sabía si quería meterse en ella, si le convenía profundizar en ese caos, pero deseaba hacerlo.
—Puedo verlo en tus ojos. Has visto cosas que no puedes olvidar.
Él asintió, sintiendo el peso de su propia conciencia. Necesitaba que ella lo comprendiera. No tenía la respuesta a sus propias preguntas, pero quería que ella supiera que él no era uno de esos tipos, que él nunca había hecho eso y no planeaba volver a hacerlo.
Que ni siquiera había querido sexo, sino que se sentía solo, lastimado y desesperado. Que se sentía roto, quebrado, sin esperanzas. Que solo quería un abrazo, que alguien le dijera que todo iba a estar bien. Que quería ser débil, que quería llorar. Y que, casi sin esperarlo, ella, una total desconocida, se lo había dado todo solo con su tacto, con sus besos y su sonrisa.
—No debería estar aquí, bonita. No de esta manera.
Ella arqueó una ceja, intrigada.
—¿A qué te refieres?
Él respiró hondo, tratando de encontrar las palabras correctas. Ella se sentía tan bien a su lado. Supuso que ambos habían alcanzado una especie de nivel nuevo en su confianza, así que la tomó nuevamente por la cintura y la acercó a él, de modo que ahora sus piernas estaban por encima de las suyas. Ella lo observó sonrojada, pero sonriendo, lo que tranquilizó a Edward. Lucía tan pequeña a su lado. Parecía tan frágil, cuando en realidad era él quien estaba vulnerable.
—Soy un hombre en el borde, atrapado entre dos mundos. Uno en el que creo que vivo y otro en el que solo pretendo estar.
Ella se acercó aún más, como si quisiera absorber sus palabras.
—Todos estamos atrapados de alguna manera. ¿Qué te hace tan diferente?
Él la miró con intensidad.
—Soy un mentiroso. Un hombre que finge ser lo que no es. Vine aquí para hacer mi trabajo, pero estoy cuestionando todo.
Ella lo estudió, sus ojos buscando la verdad en los suyos.
—¿Qué estás buscando realmente?
Edward cerró los ojos, luchando con sus propias contradicciones.
—Algo más allá de estas sombras, algo que sé que nunca podré encontrar. Pero aún no estoy dispuesto a rendirme. Es lo único que me queda… esta lucha de mierda que me está consumiendo es lo único que me sostiene de pie. Si la perdiera, entonces ya no habría nada.
Ella suspiró, reconociendo su propia lucha interna en esas palabras.
—Bueno… todos estamos buscando algo en un mundo lleno de ilusiones. Pero no podrás encontrar la verdad si te ocultas detrás de una máscara.
Él asintió, comprendiendo la profundidad de sus palabras.
—Supongo que vine aquí para escapar de mi propia farsa, pero terminé enfrentándola de la manera más cruda.
Ella le tocó suavemente el brazo. Era una caricia reconfortante, pero Edward sintió su piel en llamas. Le costó horrores resistir las ganas de empujarla contra el sofá, recostarla y trepar encima de ella. Ese simple pensamiento le resecó la boca.
—Nadie puede huir de sí mismo por mucho tiempo. Pero siempre hay una elección para cambiar el rumbo.
Ambos se sumieron en un silencio denso, conscientes de las vidas que llevaban y de la dualidad que los unía, aunque solo fuera por un instante fugaz. Edward miró fijamente al suelo, reflexionando sobre sus elecciones y la oscura encrucijada en la que se encontraba. ¿Qué había hecho consigo mismo? Ni siquiera veía posibilidades para él en el futuro. Era incapaz de mirar más allá de tres días en adelante. No sabía que estaba haciendo… peor aún, no sabía por qué lo estaba haciendo.
Cisne rompió el silencio con una mezcla de comprensión y empatía en sus ojos.
—Todos cargamos con nuestro propio peso, luchamos contra nuestras sombras. Pero la diferencia está en cómo elegimos enfrentarlas.
Él la miró, buscando algún tipo de respuesta en sus palabras. La observó. Ambos estaban tan cerca, sus narices prácticamente rozándose. Edward levantó la mano y acarició el cabello de la muchacha, colocando algunos mechones detrás de su oreja. Ella era tan suave en todo sentido.
—¿Cómo enfrentas tus sombras?
Ella sonrió con tristeza, recordando sus propias batallas internas.
—No sé si alguna vez las enfrentas por completo. A veces, solo aprendes a vivir con ellas, a hacerlas parte de ti. Pero eso no te hace menos humano.
Él asintió lentamente, sintiendo un peso levantarse de sus hombros. La conexión entre ellos se fortaleció, compartiendo la carga de sus existencias tumultuosas.
—¿Cómo puedes ser tan filosófica acerca de todo esto?
Ella se encogió de hombros con humildad y rio.
—Oye, podré ser una prostituta, pero no soy tonta. La vida te enseña a ver las cosas de manera diferente. Tal vez, en algún momento, aprendas a aceptar tus sombras sin perder de vista la luz.
Él sintió un atisbo de esperanza en sus palabras, como si hubiera encontrado un destello de claridad en medio de la oscuridad. ¿Quién carajos era ella y qué demonios estaba haciendo con él? Quería quedarse en ese momento para siempre. Todo era perfecto en ese preciso instante. No quería moverse ni un solo centímetro, y si todo eso era un puto sueño de borracho, pues no quería despertar nunca.
—Gracias por hablar conmigo, a pesar de todo.
Ella le guiñó un ojo con una sonrisa amigable.
—Todos estamos lidiando con algo. Quizás este encuentro nos haya recordado que hay más en nosotros de lo que mostramos al mundo.
Se miraron por un momento más, dos almas perdidas compartiendo un instante de conexión en medio de sus vidas complejas.
Ella rompió el silencio, mirando por la ventana con una expresión melancólica.
—La vida es como una serie de encuentros inesperados. Algunos te cambian, otros simplemente dejan cicatrices.
Edward asintió, sumido en sus propias reflexiones.
—¿Cómo encuentras sentido en todo esto?
Cisne le sonrió y acarició su mandíbula con su nariz. El agente sonrió y cerró los ojos disfrutando del gesto.
—A veces, el sentido no está en las respuestas, sino en la búsqueda. La vida es un viaje constante, y cada experiencia, por difícil que sea, te lleva a algún lugar.
—Supongo que estoy tratando de encontrar mi camino en medio de la oscuridad.
Ella le tomó la mano con suavidad. Sus dedos comenzaron a juguetear con los suyos.
—Solo necesitas dar un paso a la vez. La oscuridad puede ser abrumadora, pero también puede ser el lienzo en el que pintas tu propia luz.
Él sonrió levemente, agradeciendo sus palabras alentadoras.
—¿Y tú? ¿Cómo encuentras tu luz?
La muchacha se encogió de hombros, con una sonrisa nostálgica.
—La encuentro en las pequeñas cosas. En las risas, en las amistades inesperadas, incluso en los momentos de soledad. En dormir, en comer, en escuchar música, en fumar con un tipo guapo que casi murió en mi sofá. En todo eso…
Ambos se quedaron en silencio por un momento, compartiendo una conexión silenciosa. Él le sonrió y acarició su mejilla con delicadeza.
—¿Quieres saber algo? Esto es lo más feliz que he estado en mucho tiempo. Lo juro, aunque te cueste creerlo. Pero sé que, en cuanto cruce esa puerta, todo volverá a ser lo mismo. Y mierda, no quiero. Me gustaría encontrar algo que me haga feliz y que dure, al menos un poco más que esto. No me importa si es egoísta de mi parte pedir tanto… porque, carajo, lo necesito. Últimamente, ni siquiera puedo dormir bien. Cada sombra en la oscuridad me atormenta.
—El insomnio puede ser un enemigo cruel. ¿Qué te jode tanto?
Él vaciló antes de responder, como si revelar sus pensamientos más profundos fuera un paso arriesgado. No quería hablar de Tanya, no con ella, no en ese momento, no aún. Si podía evitar sumergir a Cisne en las aguas de sus demonios, pues lo haría a toda costa.
—Son los recuerdos, las decisiones que tomé, las personas a las que lastimé, a las que perdí. Cada noche, mi mente se convierte en un escenario de pesadillas que me persiguen hasta la vigilia. Recuerdo cosas que preferiría olvidar. Imágenes, sonidos... el peso de lo que he visto me persigue incluso en mis sueños.
—Es difícil escapar de los fantasmas del pasado. Pero hay formas de aliviar ese peso.
Él la miró con curiosidad.
—¿Cuáles?
Ella le sonrió y se inclinó para darle otro beso en la frente. Luego, se levantó de su lugar y se paró frente a él de nuevo. Edward no pudo evitar pasear su mirada por su figura y sonreírle.
—En ocasiones, todo lo que necesitas es alguien que te sostenga.
Cisne apoyó sus manos sobre los hombros de Edward con mucha suavidad y lo empujó para que se recostara en el sofá. El mueble no era enorme y mucho menos cómodo, pero tenía el tamaño adecuado para que dos personas se recostaran en él, al menos muy juntas o casi abrazadas. Cuando él se recostó, ella se sentó en el sofá y se acurrucó a su lado. Sus cuerpos estaban prácticamente encima el uno del otro, pero ninguno de los dos tenía un problema con eso. Cisne le sonrió.
—Ven, déjame cuidarte.
A pesar de que él era mucho más grande que ella, la muchacha se las arregló para rodearlo con sus brazos y acercar su cabeza a su pecho. Edward no era precisamente un amante del contacto físico, pero permitió que ella lo acunara entre sus brazos, sintiendo una extraña calidez en medio de la oscuridad.
—Oye, aún no me has bajado los pantalones —le dijo quejándose, casi ronroneando. Cisne le golpeó el estómago al mismo tiempo que reía. Para Edward, todo era una puta locura. Hacía tan solo un par de horas había estado bebiendo su maldito peso en alcohol, totalmente perdido. Y ahora estaba recostado con una muchacha que apenas conocía, que probablemente tenía la mitad de su edad, que era tan bella y sensual que hasta dolía mirarla, y que en lugar de haberlo echado de una patada en el trasero cuando había colapsado, había preferido contenerlo y sostenerlo contra su pecho.
Cisne deslizó sus dedos por el cabello cobrizo del agente, el cual brilló bajo la luz ámbar. En el fondo, la música era la banda sonora perfecta para ese momento. El aroma a fresas de la muchacha tenía a Edward sumido en una especie de transe. Cuando él cerró los ojos, ella sintió sus pestañas rozar su escote. La joven sonrió y comenzó a cantar la canción que estaba sonando en el fondo, una melodía que parecía tejerse entre las sombras. La vibración de su voz parecía disolver la ansiedad que lo atormentaba.
—Me dejarás dormir al amanecer entre tus piernas…
En medio de ese silencio sereno, ella continuó cantando, como si las notas fueran un bálsamo para su alma atribulada. La melancolía de la canción se fusionó con la calma, creando una atmósfera donde los recuerdos dolorosos se diluían en la promesa de un nuevo amanecer. Edward no conocía aquel tema, pero carajo, si era la voz de Cisne la que lo cantaba, entonces se convertiría en su favorito a partir de ese momento.
—Sabrás ocultarme bien y desaparecer entre la niebla.
La joven dejó que la canción actuara como un lazo entre sus mundos, una conexión que trascendía las palabras y se sumergía en la esencia misma de sus existencias entrelazadas.
Ella acarició suavemente el cabello del hombre, perdida en sus propios pensamientos. La habitación estaba envuelta en una suave penumbra, solo interrumpida por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Respiró profundamente y continuó:
—El pasado puede parecer abrumador, como una tormenta que amenaza con arrastrarnos. Pero cuando compartimos nuestras cargas, todo se vuelve más ligero. No tienes que enfrentar todo solo, al menos no en este momento. Esta noche podemos atravesar las sombras juntos.
El hombre abrió lentamente los ojos, mirándola con gratitud. Estos reflejaban una mezcla de vulnerabilidad y alivio.
—Gracias por esto, Cisne. Puta madre, no tienes idea de lo que estás haciendo por mí.
Ella sonrió, sus ojos reflejando gratitud y aceptación. La habitación estaba llena de silenciosa complicidad, como si el universo mismo estuviera conspirando para unir sus destinos en ese momento mágico.
Justo cuando la respiración de Edward comenzaba a acompasarse y su peso se hacía más presente sobre el cuerpo de ella, la muchacha se inclinó, le dio otro beso en la frente y le susurró:
—Bella… me llamo Bella.
¡Hola, gente! ¿Cómo están? Hermosa semana para todos.
Espero que hayan disfrutado de este nuevo capítulo. Ahora tenemos la confirmación oficial de que Cisne es Bella :O
Y Bella hizo un muy buen trabajo consiguiendo que Edward se sintiera mejor esa noche. Pero como él mismo vaticinó, las cosas podrían derrumbarse tan pronto abandone esa casa. Él sabe que un momento de tranquilidad no eliminará sus traumas, pero al menos tuvo algo de paz :'(
En el próximo capítulo, tendremos la aparición de un nuevo personaje. Y... aunque no debería adelantar esto, podría suceder algo, algo que pondrá a Edward en una encrucijada y lo obligará a tomar una decisión de la que podría arrepentirse. ¿Qué será ese "algo"? Lo sabremos en el próximo capítulo.
Quiero agradecerles de corazón por seguir dándole una oportunidad a esta historia. Gracias por tomarse el tiempo y el trabajo de escribir esos hermosos comentarios, y por simplemente leer. ¡Ustedes son los mejores! :') Gracias por todo, y nos leemos pronto.
¡Un beso enorme a todos!
