Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es MeilleurCafe, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to MeilleurCafe. I'm only translating with her permission.
Capítulo 15
En el día tres de la visita de Edward y Bella en la casa Swan, Charlie casualmente le dijo a Edward que tenían que estar arriba a las 5 a.m. para su salida de pesca. La hora que los peces muerden era temprano en la mañana, y había más peces cerca cuando había menos luz solar.
Edward no comprendía cómo eso podía ser un problema en Forks, donde el sol raramente se asomaba en el medio del día, pero mantuvo la boca cerrada. Quizás evitarían la lluvia si iban más temprano.
En cualquier caso, él estaba dispuesto. Quería conocer a Charlie un poco más. Era una inversión en su futuro con Bella, y tenía curiosidad, a pesar de los nervios, por el hombre.
Él también sabía que esto era una prueba; una manera para que Charlie viera de qué estaba hecho Edward, y Edward estaba determinado a aprobar con muy buenas notas.
Cuando su alarma sonó por primera vez en la oscuridad de la mañana, lo que más podía hacer al principio era abrir los ojos. Usualmente, sus días de guardía no comenzaban hasta más tarde. Esto era cruel. La última vez que él había estado despierto a esta hora fue años atrás, cuando había llegado a casa después de una fiesta. Después de varios minutos, gruñó y se sentó.
Bella se despertó.
—¿Estás despierto?
Él resopló mientras se colocaba unas medias gruesas.
—Por así decirlo.
—¿De verdad vas a hacer esto?
—Por supuesto que sí. Le dije a tu papá que iría a pescar con él.
Ella rio suavemente.
—Eres mejor hombre que yo, Gunga Din.
Él se inclinó para darle un beso y terminó cayendo sobre ella. Ella soltó unas risitas, y él se hundió más en la manta, acurrucándose contra su hombro.
—Quizás tú puedas ir y conseguir unos peces dorados para mí, y le diré que los atrapé.
—¿Cómo vas a explicar el hecho que no estás en el lago con él?
—Pensaré en algo. Valdrá la pena para quedarse aquí contigo.
Ella se carcajeó.
—Vamos. Veamos si mi madre tiene el desayuno listo.
Renée se encontraba en la cocina quitando pan de la tostadora. Había huevos fritos y salchichas en un plato en el medio de la mesa, pero Edward caminó directo hacia la garrafa de café que se encontraba convenientemente cerca de su asiento.
—¡Buenos días! —exclamó alegremente Renée. Ella sonrió con entusiasmo a Edward y a Bella, para nada molesta con la hora indignante. Después de treinta años de desayunos antes de pescar, ella era una experta en la tarea: levantarse, preparar el café, cocinar la comida, besar a su marido, y volver a la cama.
—Buenos días, Renée —respondió Edward. Los ojos de Bella se encontraban medio cerrados, así que ella gruñó.
Charlie casi había terminado de desayunar ya.
—¿Estás segura que no quieres venir con nosotros, pequeña? —Miró a su hija por encima de su tenedor.
—Nop. Nop. Nop. —Ella tomó un huevo y un trozo de salchicha.
—¿Quieres más café? —preguntó Edward.
—Eh, no. No ahora mismo.
Él bajó la garrafa.
—Oh, cierto. Tú volverás a la cama.
Ella le echó un vistazo a su madre por el rabillo de su ojo.
—No soy la única. De todos modos, la pesca y yo no estamos en buenos términos.
—¿Cuándo fue la última vez que fuiste a pescar? —preguntó Edward, ahora muy curioso.
—Cuando tenía cinco años —contestó Charlie.
—No necesitamos contar esa historia ahora, papá.
—Si tú lo dices. —Charlie se limpió la boca una última vez y colocó sus cubiertos sobre el plato vacío—. Le contaré a Edward mientras tú duermes. —Miró hacia el otro extremo de la mesa—. ¿Ya casi estás listo?
Edward comió sus últimos bocados.
—Claro.
Charlie había cargado la mayoría del coche la noche anterior. Había pedido prestado un par de vadeadores de cadera que pertenecían a su teniente en la fuerza policial de Forks, y Edward se las había probado mientras silenciosamente intentaba decir "fuerza de Forks" tres veces rápidamente en su cabeza. Incluso sin hablar, se había trabado en todo momento.
Hicieron marcha atrás en la entrada mientras Renée y Bella saludaban con la mano, y Edward agitó la suya una última vez. Por un segundo, no quería nada más que saltar del coche y seguir a Bella de vuelta a la cálida comodidad de su cama, y su cuerpo. Pero se había comprometido a esto, y él sabía que Bella y Charlie tenían ciertas expectativas que tenían menos que ver con la habilidad para la pesca de Edward y más con su voluntad para pasar tiempo juntos, padre y novio. Él tenía que hacerlo funcionar, incluso si todo lo que tenían en común era Bella y una profesión compartida.
Una de esas cambiaría pronto. Edward no creía que Charlie supiera que planeaba abandonar la policía de Nueva York e iría a la escuela de leyes. Él tenía intenciones de usar este día para mencionarlo. Eso le daría a Charlie y a Renée un tiempo para discutirlo —era tanto un chisme sobre el nuevo novio como un reporte sobre la vida de Bella— y entonces, él asumía, los cuatro hablarían de ello.
El lago Wentworth era un viaje de veinte minutos en una carretera fácil de conducir, incluso en la oscuridad de una madrugada antes del amanecer en el Noroeste del Pacífico. Charlie giró a la derecha en la ruta, hacia una calle de gravilla que ni siquiera podía llamarse ruta; era dos surcos en el suelo que podía acomodar las ruedas grandes de un camión.
Edward asumió que se encontraban muy cerca del lago, así que pasó la última parte del viaje mirando por la ventana a los árboles y los elementos de la naturaleza que nunca había visto antes. Un enorme ave volaba en el cielo color azul marino, casualmente planeando en un elegante arco.
Él señaló hacia fuera de la ventana.
—¿Qué es eso? —le preguntó a Charlie.
El Jefe giró la cabeza para echar un mejor vistazo por la ventana.
—Parece suficientemente grande para ser un cormorán. Son muy comunes en estas partes. ¿Supongo que no lo son donde vives?
—No que haya visto. —Observó la amplia envergadura de las alas hasta que desaparecieron entre los árboles.
—Los cormoranes son una señal de buena suerte para los pescadores. Qué bueno que divisaste uno. ¿Qué tipo de aves tienen donde tú vives?
Edward sonrió mientras que por dentro debatía qué tan sarcástico debía ser.
—Mayormente palomas y gorriones, por lo que he visto. Quizás una gaviota que se perdió de camino a casa a Jersey Shore.
Charlie se rio, una genuina carcajada que relajó a Edward.
—¿En serio? ¿Nada más?
—De hecho, hay más de doscientas especies solo en Central Park. Muchos pájaros cantores. Si estás allí en primavera y prestas atención, puedes escucharlos.
—Suena genial. Como un refugio urbano.
—Eso es exactamente lo que es.
—Pero nada de pesca.
—Nada de pesca —acordó Edward—. Te tendría que arrestar si intentas eso en Central Park.
—¿No me darías un pase a pesar de que estás saliendo con mi hija?
—Depende de lo que pescaste. Lo que sea, no sería comestible.
Charlie sonrió.
—Me gustaría ir a Central Park. Bastante historia. Es el primer parque público diseñado del país. Sería impresionante ver algo diseñado por Frederick Olmsted. —Mantuvo su mirada en la carretera, pero su bigote se torció con el esfuerzo para contener una sonrisa.
Edward enarcó una ceja pero no dijo nada. Tenía el presentimiento que Charlie intentaba hacerle picar el anzuelo, así que él calmó su expresión. No sería nada bueno sonar como un neoyorquino superior que creía que todos fuera de la ciudad eran ignorantes y mala onda.
—Espero que tú y Renée puedan visitarnos pronto. Me gustaría llevarlos a todos los lugares que les interese —contestó finalmente.
Estuvieron en silencio por un tiempo después de eso. Edward frotó su mano derecha contra el reposabrazos, donde un pedazo de cuero estaba desgastado y saliéndose. Comenzó a jugar con este antes de darse cuenta que estaba rompiéndolo más.
La camioneta tenía que tener al menos diez años, y sonaba como si el silenciador fuera un descarte de un taller mecánico de secundaria. Pero estaba bien hecho, limpio y bien cuidado—una metáfora para su dueño, pensó Edward. Charlie ciertamente no parecía el tipo de persona que desecharía una camioneta solo porque estaba obsoleta.
—Bueno, estamos aquí —masculló Charlie. Giró la camioneta hacia la derecha y condujo otros veinte metros más o menos hasta llegar a un claro que era lo suficientemente grande para estacionar. La luz del día avanzaba como si estuviera bostezando, y era luz suficiente para ver a su alrededor, pero se encontraban rodeados de árboles. Edward asumió que el lago Wentworth finalmente estaba muy cerca.
Charlie ya se había bajado de la camioneta. Edward cerró su chaqueta y se colocó su gorro de lana, luego se puso la capucha sobre eso, y entonces volvió a pensarlo, y se lo quitó. No quería parecerse mucho a un refugiado urbano.
Caminó hacia la parte trasera, donde la puerta de la caja estaba bajada en la camioneta. Charlie estaba hurgando allí, sacando una caja de anzuelos y prendas a prueba de agua.
—Toma —dijo, tendiéndole los vadeadores de cadera a Edward—. Es hora del espectáculo.
Eran botas hasta la cadera de una pieza, y fue capaz de meter sus pies con bastante lugar de sobra. Edward esperaba que no tuvieran agujeros o arruinaría sus zapatos y mojaría sus medias. Observó a Charlie a escondidas mientras el Jefe se metía en las piernas de goma de sus propios vadeadores y hábilmente jalaba de la parte trasera así las correas pasaban por encima de sus hombros.
—Estos son vadeadores de pecho —le explicó a Edward, que luchaba para tomar las tiras y ajustarlas a la pechera—. Te mantendrán más seco que las que llegan solo hasta tus caderas.
Charlie jaló la caja de anzuelos hacia el borde de la caja, donde también había colocado un par de cañas de pescar. Cuando abrió la caja, había un desorden de colores brillantes y plumosos. Todas las moscas estaban aseguradas en la tapa de la caja u organizadas en su cajón superior. Charlie debía tener al menos quince de estas. Eran más brillantes que un ave tropical—casi como el Mardi Gras de la pesca. Edward se guardó esa opinión para sí mismo.
Charlie echó un vistazo a las moscas como si estuviera escogiendo un anillo de compromiso.
—Tengo una mosca aquí que funciona muy bien en este momento del año. Veamos qué puede hacer por ti. —Tomó una explosión de plumas de color naranja rojizo y hábilmente la ató al extremo de la caña. El anzuelo se veía limpio y filoso.
Le tendió la caña a Edward, que la sujetó tan cuidadosamente como si fuera un boceto de Picasso. Charlie frunció el ceño y estudió el resto de las moscas, y Edward podía jurar que escuchó al Jefe mascullar para sí mismo. Finalmente, escogió una con plumas marrones brillantes y la aseguró al extremo de la caña.
—Bien. Veamos si están mordiendo —dijo, moviendo su cabeza en dirección al agua.
Charlie entró directamente al lago, alrededor de un metro y medio por delante de Edward, sin mirar atrás. Rápidamente estaba amaneciendo, y Edward finalmente podía ver el lago a través de las sombras, rodeado de árboles grises y marrones que tenían tanta vida como la que un visitante encontraría aquí a finales de diciembre.
Se acercó a Charlie tan rápido como pudo mientras se ajustaba a la extraña sensación del lago que fluía alrededor de los vadeadores que cubrían sus piernas. La presión del agua movía el material de modo que hacía presión alrededor de sus piernas. Se detuvo por un segundo y bajó la mirada. El agua era hermosa; era tan limpia y traslúcida como cualquiera que hubiera visto fuera de su bañera.
—¿Hijo? No vendrán a la orilla para ti. —Charlie se encontraba alrededor de seis metros delante de él y se había movido a la izquierda donde había una arboleda que se extendía hasta el borde del lago.
—Lo siento. —Edward se movió rápidamente para alcanzarlo, tratando de no parecer muy incómodo y tramar una manera de llevar a Charlie Swan a una cancha de baloncesto donde podía emparejar este tema de la pesca.
Ni bien Edward estuvo más cerca, Charlie señaló a los árboles.
—Este probablemente sea lo más lejos que deberíamos ir. Si sale el sol, vamos a tener que estar en la sombra. Es más fácil que veamos los peces.
Él pasó los siguientes diez minutos mostrándole a Edward cómo lanzar cuidadosamente el sedal así volaba lo suficientemente lejos e impactaba la superficie de una manera que atraería a los peces. Charlie giró la caña y lanzó el sedal tan expertamente que Edward no podía evitar admirar la fluidez del movimiento.
Charlie había entrado en modo pesca; sus comentarios sarcásticos y casi burlones se esfumaron. Él era el entrenador ahora, y pacientemente observaba y corregía a Edward mientras Edward hacía lo mejor para imitar el movimiento experto de la muñeca del Jefe. Él asintió con aprobación cuando Edward logró sacar la mosca impecablemente. Entonces lanzó su propia mosca y permaneció quieto, observando dónde habían aterrizado ambas moscas.
—¿Ahora qué? —preguntó Edward, después de un rato.
—Esperamos.
Edward inhaló. El bosque de la madrugada emanaba un aroma fuerte a pino que se mezclaba agradablemente con el olor limpio y fresco del lago. Si el agua no estuviera tan fría, Edward podía haberse sumergido en el dulce aroma a naturaleza.
Más tiempo pasó y Edward carraspeó.
—¿Se puede hablar? —Estaba listo para cualquier cosa que lo distrajera del frío glacial del agua. Bella había tenido razón al advertirle de traer ropa interior térmica; no hubiera durado diez minutos sin esta. Así como iban las cosas, él ya estaba flexionando los dedos de sus pies para asegurarse de que seguían teniendo circulación. Y estaba bastante seguro de que sus pelotas se habían encogido tan profundo en su cuerpo que no las encontraría hasta vísperas de Año Nuevo.
Charlie inclinó la cabeza en un gesto de quizás sí, quizás no, pero Edward vio sus mejillas moverse hacia una ligera sonrisa.
—Claro. Solo mantenlo bajito.
—Cuéntame sobre cuando trajiste a Bella a pescar. Ya sabes, la historia que ella mencionó cuando hablaban en la cocina esta mañana. —Edward mantuvo su mirada en el lago, el cual, por lo que podía ver, se extendía por kilómetros. El cielo solo estaba un poco cubierto en vez de su densidad gris normal, y había un fragmento horizontal donde el sol naciente teñía de un suave turquesa.
—Mmm. La primera vez que la traje, tenía cinco años. Vine con un amigo, Billy Black, que tiene un hijo llamado Jacob. Bella y Jacob eran buenos amigos cuando eran niños. ¿Te contó sobre Jacob? —Charlie permanecía de pie, sin mirar en dirección a Edward.
—Sí, lo hizo. Ella mencionó que tenía un amigo de toda la vida aquí que vive en la reserva.
—Ese sería Jacob. Es Quileute. Él y su padre saben pescar. Bella no quería mostrar que era su primera vez con una mosca. Mueve tu caña hacia atrás y lanza el sedal varias veces; nada está mordiendo. —Le llevó varios segundos a Edward darse cuenta que Charlie había salido de la historia y le estaba diciendo qué hacer. La jaló hacia atrás antes de incómodamente lanzar el sedal hacia el agua de nuevo. Después de varios intentos, vio que el sedal volaba pasablemente hacia el agua. Él simplemente estaba agradecido de que no se enredara.
—Así que, por supuesto que Jacob sabía lo que hacía y Bella quería seguirlo. Intentó lanzar el sedal pero lo hacía como si estuviera lanzando una pelota de béisbol. —Charlie jaló hacia atrás la caña y Edward observó mientras el sedal se elevaba en una curva elegante antes de que el Jefe casualmente la lanzara hacia el agua—. Se frustró mucho. Jacob era un pequeño mocoso; estaba eufórico porque sabía hacer algo que ella no. Ella era mayor que él y había algunas formas en las que él nunca podría alcanzarla. Bueno, esta era una manera en la que sí podía.
—Comenzó a exagerar su lanzamiento, tratando de alardear. Así que, en algún punto, jaló su caña hacia atrás y la mosca quedó atrapada en el cabello de Bella. Ella estaba muy cerca de él; yo debería haber estado observando, pero Billy y yo estábamos hablando y no nos encontrábamos en aguas profundas… —La voz de Charlie se fue apagando, inclinando la cabeza a un lado, perdido en el recuerdo.
—Ella armó un escándalo al respecto. Corrí hacia ella pero el anzuelo no estaba atascado en su piel. Pero ella estaba tan molesta que temía que fuera a atascarse en su cuero cabelludo. Ella no se quedaba quieta. —Sacudió la cabeza, riendo—. Diablos si no le echó una bronca a Jacob. Todo el tiempo que yo intentaba sacar la mosca de su cabello, ella le estaba gritando.
»—Por lo que se enredó, y no tenía tijeras en el coche. Tuvimos que dejar de pescar así podíamos llevarla a casa. Su madre no estaba allí y Bella seguía llorando, así que lo corté. No hice un buen trabajo. Quiero decir —añadió—, saqué la mosca pero tuve que cortar un gran mechón de cabello. Le llevó un tiempo para que creciera.
Edward sacudió la cabeza, imaginando la energía furiosa que podía ser generada por una pequeña y muy molesta Bella.
—Entonces, ¿qué le hizo a Jacob?
Charlie soltó una risita rápida.
—Ahora, esa es la pregunta correcta. —Resopló—. Lo llevó afuera y comenzó a darle una paliza. Sus brazos se movían como molinos de viento. Tuvimos que separarlos. —Se encogió de hombros—. Billy lo llevó a casa y lo trajo de vuelta un par de días después. Limaron asperezas.
Una imagen más grande se formó en la mente de Edward de una Bella de cinco años con cabello marrón incluso más largo y rodillas huesudas, pequeña y joven pero aún así mostrando evidencia de la mujer de la que se enamoraría alrededor de dos décadas después. Él sonrió ante ese vistazo a ella de hace mucho tiempo.
—Entonces, ¿lo resolvieron?
—Sí, lo hicieron. Siguen siendo mejores amigos.
Era lo más que Charlie había hablado desde que se conocieron. Edward había pensado que se ganaría el cariño del Jefe si preguntaba por Bella. El amor y orgullo de su padre eran evidentes incluso cuando describía su desastre de la infancia.
Charlie se quedó en silencio después de eso, excepto para mascullar sobre la falta de cooperación de los peces.
—¿No estamos fuera de temporada para ellos? —preguntó Edward, tratando de no sonar como un sabelotodo esperanzado.
—No atrapas mucho en invierno —admitió Charlie—, pero sucede. He atrapado a algunos varias veces.
—¿Vienes aquí a menudo? —Edward deseaba poder retractar la pregunta que sonaba como una de las peores frases para conquistar en la historia, pero era demasiado tarde. Si Charlie lo notó, no dijo nada.
—Bastante a menudo. Intento traer a Billy a pesar de que ya no puede entrar al agua ya. Se encuentra en silla de ruedas ahora. Aún le gusta mantenerme compañía aquí y decirme todo lo que hago mal. —Charlie resopló—. Tengo otro amigo de pesca, Harry Clearwater. Vive en la reserva cerca de Billy y Jacob. —Volvió a jalar de la caña hacia atrás y la lanzó hacia el agua, empujando lo suficientemente duro para aterrizar más lejos que antes. Sin nada mejor que hacer, Edward intentó hacer lo mismo.
—Entonces, ¿conoces a Marcus Didyme? —Edward miró hacia el cielo e intentó encontrar el sol, pero a pesar que las nubes eran finas, lo cubrían bien.
—Así es. Se mudó al este alrededor de diez años atrás, pero supongo que eso lo sabes.
—Sí. Uno de mis primeros compañeros cuando me uní a la fuerza. Un buen tipo. Me enseñó mucho. —¿Qué diablos, ahora estoy hablando como Charlie también?
Charlie asintió.
—Sí, lo es. Un policía excepcional. Trabajé mucho con él a nivel de condado para cerrar los casos. A veces solo problemas de manutención de niños, pero aún así. Siempre fiable. —Hizo una pausa—. Dijo muchas cosas buenas sobre ti.
Edward permaneció callado por unos respetuosos segundos.
—Estoy contento de escuchar eso. Su opinión es muy importante para mí.
—Bueno, puedo decirte que Renée y yo estuvimos contentos de escuchar lo que dijo. No te lo tomes de mala manera, pero a veces, ustedes los que patrullan en ciudades grandes… —Charlie se encogió de hombros—. No se puede saber cómo son realmente.
Edward inhaló profundamente. El aroma a pino y agua lo rodeaba, probablemente los aromas más limpios que jamás había disfrutado. En ese momento, sin embargo, realmente deseaba estar en el centro de la ciudad, inhalando gases de los tubos de escape.
—Apuesto a que los tipos no son muy diferentes a con los que trabajas aquí. Probablemente en crímenes similares.
—Hay mucha más violencia en Nueva York.
Edward se encogió de hombros.
—Hay mucho más que se concentra en una población enorme, claro. Pero ¿armas? ¿Drogas? ¿Metanfetaminas? ¿Violencia doméstica? ¿Asaltos? —Miró a Charlie intencionadamente—. No estoy seguro que todo eso sea diferente a lo que tienen aquí.
Charlie asintió.
—Podría ser. Hay probabilidades de que algo más suceda cuando te encuentras en una ciudad grande.
Edward se encogió de hombros, no queriendo reconocer nada, pero no queriendo cruzar al Jefe.
—Estadísticamente hablando, tienes razón. La población es mucho más densa en áreas urbanas. Pero también tenemos más policías. Es proporcional.
—No tiene sentido discutir eso. —Charlie entrecerró los ojos hacia el horizonte, entonces frunció el ceño hacia el agua. El sol se asomó entonces, una débil pizca de amarillo luchando para dejar una impresión en el cielo lúgubre de invierno.
Por días antes de venir con Bella, Edward se preguntaba cómo le contaría a Charlie que dejaría la fuerza para asistir a la facultad de derecho. Sin haber conocido al Jefe, sabía que tendría que hacerlo lejos de Renée y Bella. Llámenlo intuición de policía, pero Edward jamás consideró tener esa discusión de ninguna forma que no fuera en privado. Parecía como una medida de respeto por alguien que tenía incluso más experiencia como un hermano en la misma ocupación peligrosa.
Este parecía ser el momento ideal para cambiar la conversación ligeramente. Podría haber sido mejor si uno de ellos hubiera atrapado un pescado, lo cual al menos hubiera colocado una sonrisa en el rostro de Charlie. Edward aún no era bueno leyendo su humor, y tenía el presentimiento que a Charlie le gustaba que fuera así. No lo tomaba personal.
Habían pasado unos minutos desde que había lanzado el sedal, así que jaló hacia atrás la caña y lo lanzó de nuevo.
—No creo que Bella te haya mencionado esto —dijo cuidadosamente—, pero planeo dejar la fuerza, probablemente el próximo año.
Un breve movimiento hacia arriba de las cejas fue la única señal de que las palabras de Edward fueron registradas. El Jefe continuó observando el lago como si esperara una procesión de truchas. Entonces, casualmente giró la parte superior de su cuerpo hacia Edward en reconocimiento de estas noticias.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Iré a la facultad de derecho. —Edward miraba hacia el horizonte, ahora un pálido azul sobre las aguas color gris pizarra.
Charlie frunció los labios y asintió, su columna derecha de nuevo.
—Eh. ¿Qué te hizo decidir eso?
¿Qué tanto decir? Él no conocía a Charlie lo suficientemente bien para saber sí el Jefe lo entendería. Se encontraban en la misma vocación, enfrentaban los mismos peligros lo suficientemente a menudo, pero no estaba seguro de si era suficiente decir que el nivel de intensidad del trabajo policial en Nueva York era mucho más alto que el de Forks, especialmente después que Edward acabara de discutir que el crimen era similar en todas partes.
—Es hora de que haga algo diferente —contestó con cuidado—. No me lo tomes a mal; he amado el trabajo, pero estoy pensando en mi futuro, y para ser honesto, no estoy seguro que siempre me sentiré de esa forma. —Hizo una pausa, tratando de encontrar las próximas palabras ahora que había elegido decirlo de esta manera.
—Veo a los tipos que han estado allí por años, y casi todos se vuelven cada vez más insensibles. Son buenos policías; conocen el trabajo y estoy tan seguro con ellos como podría estar en este trabajo, pero no quiero volverme así. No quiero comenzar a odiar tanto a las personas… o sentir como si siempre estuviera viendo lo peor en todos. —Respiró hondo.
—Entonces, ¿me estás diciendo que vas a hacer un abogado porque eso te ayudará a ver a las personas de mejor manera? —Las palabras y el tono eran secos, pero Edward vio una sonrisa en el rostro de Charlie.
—Pienso trabajar para el FBI. Espero hacer un trabajo especializado, quizás en el robo de obras de arte. —Movió sus pies y el agua siguió el movimiento, la tierra en el suelo del lago formando pequeñas nubes marrones—. Estoy interesado en el arte. Siempre lo he estado. No soy bueno creándolo —añadió irónicamente—, así que supuse que lo menos que podría hacer es intentar proteger lo que ya se encuentra allí, hecho por personas que son más talentosas que yo.
Charlie se mantuvo en silencio por un momento.
—Entonces, ¿de allí vino el libro de pesca?
Edward asintió, como si estuviera sacándose un sombrero invisible por la perspicacia de Charlie.
—Sí, probablemente esa sea la razón por la que llamó mi atención. Tiendo a… Bueno, me gustan ese tipo de cosas. Eso es todo.
—Es bueno, hijo. —Edward no sabía si Charlie se refería a su revelación sobre la facultad de derecho o el libro de pesca, pero Charlie lo aclaró—. Fue un buen regalo. —Otra pausa—. Y parece ser una buena decisión.
Eso probablemente fuera lo más cercano que Charlie estaría de darle una aprobación tan pronto en su amistad.
—Lo he pensado mucho. Estaba dando vueltas en mi mente incluso antes de conocer a Bella. Ella ha sido un gran apoyo.
Charlie frunció el ceño.
—No lo haces por ella, ¿cierto?
—No estrictamente, no. Será mejor para nosotros, pero he tomado la decisión por mí mismo.
—Bien. —Charlie asintió—. Porque ella lo sabrá al minuto si lo hiciste, y eso no le agradará.
Parecía que el Jefe conocía muy bien a su hija.
—Tienes razón sobre eso, Charlie. Se lo dejé muy en claro a ella. Quería su aprobación, cierto, pero estaba decidido a hacerlo sin importar qué.
—Y ella te la dio. —De nuevo, una afirmación que era más una pregunta.
—Así es. Ella ha sido increíble al respecto. —Edward exhaló fuertemente. Los eventos del día de Navidad pasaron por su mente de nuevo: el miedo que Bella tuvo una vez que se había enterado del tiroteo que tomó lugar en Manhattan esa mañana. Él decidió no mencionar eso solo para enfatizar sus razones por las que dejaba la fuerza, las cuales Charlie parecía aceptar de todos modos. Y la idea de una Bella muy asustada podría molestar a su padre.
—Por supuesto, no he comenzado todavía. Ni siquiera he sido admitido. Eso va a consumir todo mi tiempo —dijo Edward.
—Se acabará en algún punto. Y ella estará allí cuando suceda. —Charlie dijo esto tan directamente como cualquier otra cosa, como si hubiera estado explicando que las plumas brillantes o los gusanos, después de todo, lo que hacía que los peces abrieran la boca y mordieran el objeto puntiagudo y filoso. La seguridad de su tono, la cual Edward había encontrado ocasionalmente molesta hasta estos momentos, soltaba la creencia de Charlie que su hija y su novio eran un hecho, una nueva realidad para ser añadida a las pilas que él había almacenado como verdaderas y útiles durante toda su vida. En ese segundo, Edward se dio cuenta que había sido aceptado.
Él intentó pensar en algo apropiado para decir, algo que mostrara de verdad su gratitud emocional sin avergonzar a ninguno de los dos, pero hubo un tirón en su sedal.
—¿Charlie? —dijo con incertidumbre.
—¡Santo cielo, atrapaste uno! —Charlie se acercó más rápido de lo que Edward hubiera pensado posible para cualquier humano que estaba atravesando aguas a la altura de los muslos. Él tomó la caña y rápidamente enrolló el sedal. Con un firme tirón, levantó la caña. Una trucha gorda colgaba al extremo, agitándose en protesta.
—¡Yuuu juuuu! —gritó Charlie. Miró a Edward con aprobación, sus carcajadas haciendo eco alrededor del silencioso lago—. Buen trabajo, Edward.
Genial. ¿Podemos irnos a casa ahora? Edward estaba muriendo por preguntar, pero no quería arruinar el momento de Charlie. A pesar de que era realmente el momento de Edward, Charlie vitoreó por él tan alegremente como si hubiera atrapado al pescado él mismo.
—Pongamos a este chico en hielo —dijo, caminando hacia la orilla sin esperar a que Edward contestara. Optimistamente, Charlie había dejado una hielera en la tierra para los pescados que atraparan. Le quitó al pescado el anzuelo de la boca y entonces cuidadosamente lo colocó sobre el hielo.
—Eso estará muy bueno cuando esté relleno y horneado. —Limpió sus manos con sus vadeadores, su sonrisa aún muy grande y genuina.
—Genial, pero ¿qué vas a comer tú? —dijo Edward. Estaba sonriendo también, ahora que se había ganado una sonrisa real de Charlie. Valía la pena.
Charlie se rio.
—No ha acabado todavía. Veamos si puedes atrapar incluso uno mejor. —Le dio unas palmadas en la espalda a Edward, fuerte pero afectivo—. Al menos, ahora sabemos que están mordiendo.
Él caminó hacia el agua de nuevo pero se detuvo y volteó hacia Edward.
—Ser abogado… será más seguro que ser un policía. Bella tendrá más tranquilidad.
Sorprendido, Edward se preguntó si Charlie estaba leyendo sus pensamientos con un poco de tardanza.
—Estoy de acuerdo —replicó lentamente—. Eso no es siquiera una fracción de lo que quiero para ella. Quiero lo mejor para Bella.
El Jefe asintió.
—Su madre y yo también. —Frunció el ceño hacia el lago como si estuviera tratando de intimidar a las truchas—. Te mantendremos la palabra, pero creo que lo harás bien. Así como Bella. Regresemos allí.
Charlie marcó el camino, regresando al agua. No miró atrás hacia Edward, pero ambos sabían que no necesitaba hacerlo. Por un breve momento, Edward permaneció en el barro de la orilla, consciente de que este momento era un logro incluso más grande que atrapar su primer pescado de su vida.
Hizo una mueca por dentro ante la idea de permanecer en las aguas frígidas por todo lo que se necesitara para atrapar otro par de truchas. Deseaba con cada fibra de su ser neoyorquino haber traído un bate de béisbol así podía caminar por el lago tanto como sus vadeadores le permitían y darle garrotazos a los peces hasta matarlos. Pero eso no sería justo, y eso anularía todo el propósito de estar parado en el frío, de hombre a hombre, y lanzar sus sedales.
Permanecería más tiempo aquí por Bella, y por Charlie también. Resultaba ser que el Jefe no era mala compañía.
