Disclamair: la idea provino de una canción hermosa hecha por Hitoshizuku_Yamasankakkei
La fiesta de todos los Santos era una celebración por la cosecha que se hacía a fines de octubre y principios de noviembre. Solía durar desde la víspera, el 31 de octubre, hasta el día de los difuntos, el 2 de noviembre. En ese tiempo, todas las aldeas se reunían para exponer sus cosechas a las ciudades, se hacían invitaciones de parientes lejanos, juegos, concursos y bailes entre parejas. Lo usual es que iniciara con una misa por todos los santos los días 3 otra misa por los difuntos el 2.
Lo mejor de la fiesta es que las familias que vivían de su propia cosecha o su propio trabajo, podían recolectar suficiente dinero para la fiesta de Navidad o alguna necesidad urgente. Siendo otoño, era esperable que se guardara lo mejor de la cosecha para el largo y crudo invierno, pero la comarca en que residía Rhin había acumulado más de lo habitual, por lo que era muy seguro que tendrían más visitas que otras aldeas cercanas.
—¡Listo, ya está! —gritó el leñador cuando terminaron el escenario donde se expondrían las calabazas y se harían recitales de poesía y canciones.
El señor Perrault estaba impaciente por participar, la señora Perrault estaba impaciente por vender la ropa que confeccionó o los vegetales de su marido y la pequeña Rhin estaba impaciente por ver a las personas de otras aldeas venir.
—¿Mamá, crees que vendrá mucha gente de otras aldeas? —preguntó la caperucita en la tarde del 31, mientras guardaba en pequeñas cajas la ropa para niños que hizo su madre.
—Sin duda alguna, cariño. Espero que mamá también venga.
La abuela le había confirmado a Rhin su asistencia el último fin de semana que la visitó, solo si no le pasaba ningún impedimento.
—Incluso si no puede venir hoy, todavía puede venir los dos días que quedan.
El primer día fue más tranquilo, como no estaba todo listo todavía, dejaron el concurso de calabaza para el 1ero de noviembre. No vino tanta gente de otras aldeas como Rhin esperó. Ella se quedó en su puesto repartiendo coles, papas, zanahorias y semillas, también alguno que otro sombrero o prenda. No vio a Aurélie en todo el día, supuso que ella fue a visitar otra aldea cercana.
La verdadera fiesta comenzó al siguiente día. La aldea se llenó de mucho más gente, más de lo que la chica esperaba. Se sorprendió, hace mucho que no veía tal cantidad de gente.
—¡Rhin! —gritó alguien a lo lejos. Ella sonrió porque reconoció a Aurélie con un bonito vestido y zapatos pintorescos. Su cabello estaba atado con un bonito listón.
—Auri, no te vi ayer ¿Estuviste en las otras aldeas?
—Si, debiste verlo, tenían sillas para caballos muy finas y zapatos de señor que me encantaron. Mi padre se compró un par. Mi mamá compró un pastel de frambuesa, pero siendo sincera, no me gustó mucho. Me gustó más el pastel de zanahoria. Por cierto, Rhin ¿No llevas el vestido?
—¿Qué vestido?
—¡El que te regalé, tonta!
Rhin recordó todo de golpe. Había estado tan ocupada cosiendo y llevando a cabo su plan que se le olvidó ese detalle.
—Lo-lo olvidé. Perdón, Auri. Estuve llena de trabajo toda la semana.
—No me molestaré si lo usas en el baile de mañana. Además, no sirve de nada llevar un vestido tan hermoso y ocultarlo detrás de este puesto ¡Ay! Sabes, hay muchos chicos de otras comarcas, aldeas e incluso algunos de la ciudad. Vi a uno rubio que me recordó un poco a ti.
—¿En serio?
—Si, era bien alto, creo que un poco más que Émile. Muy delgado y tenía una sonrisa encantadora. Bueno, ahora que lo pienso, todo en él era encantador. Excepto por sus zapatos, eran muy sucios.
Rhin solo asentía sin prestar mucha atención al relato de su amiga, se quedó observando con atención a la gente que pasaba por los puestos de venta.
—No me digas —solo comentó Rhin, con los ojos puestos en los hombres mayores, buscando a su objetivo.
—¡Si! Me choqué con él, creo que estaba en el puesto de panes y pasteles y se disculpó. Su voz sonó tan rara, pero olvidé ese detalle porque me extendió la mano para ayudarme a parar.
—¿Así?
—Si ¡Mira es ese! —señaló a un chico no muy lejos.
Rhin posó su vista en donde señalaba el dedo de su amiga, contuvo un rato la respiración y ahogó un grito.
—¿Verdad que es lindo? Aunque no se porque se acerca tanto a la gente, es como si la oliera. Lástima por el sombrero que lleva, parece que alguien se lo cosió estando apurado. Por lo menos los pantalones no se ven mal, aunque camina extraño. Quiero presentártelo y también que se presente conmigo, todavía no sé su nombre ¡Oye, chico! ¡Yuju!
A lo lejos, cubierto con un gran sombrero, una camisa que le quedaba un poco grande, pantalones también abultados y caminando encorvado mientras olfateaba a la gente en los puestos, un chico rubio alzó su cabeza y atisbó a la chica con la que había chocado. Se acercó a ella y a Rhin en el puesto de venta de los Perrault.
—Hola ¿Me recuerdas? Nos chocamos hace un momento.
—Si, perdón por eso —susurró.
—Hablaste muy bajito, a penas te escuché.
—¡Dije perdón! —casi gritó y ambas chicas se estremecieron.
—Ahora si que te escuché ¡Qué grosera estoy siendo! Ni me presenté. Me llamo Aurélie Moreau, mi padre es médico y vivo con ellos y mi hermano menor en la casa pintada de amarillo del este. Ella es mi amiga, Rhin Perrault. Trabaja con su familia en cultivos y un poco de costura.
Rhin le extendió la mano y le hizo una sonrisa amable.
—Mucho gusto, monsieur… disculpe ¿Cómo se llama?
—Rhein Grimm —dijo el chico lobuno apretando su mano sin dejar de sonreír—. Mucho gusto, también, mademoiselle —y luego depositó un beso en su dorso.
La caperucita no paró de sonreír, estaba tan feliz de verlo interactuar con otra gente. Por otro lado, el muchacho todavía no separaba sus labios de su mano. Aurélie notó este curioso ambiente y llamó la atención.
—Rhin, Rhein, los dos tienen nombres muy parecidos.
—Ambas son dos formas distintas de nombrar al río Rin ¿De ahí tienes tu nombre? —siguió hablando la caperucita.
—Si, natu… por supuesto.
—Qué extraño, no recuerdo escuchar al Rin llamarse Rhein —dudó la amiga, pero cambió de tema porque quería conocer más al forastero—. Bueno, no importa, hay muchas cosas que no sé. Dime Rhein, ¿De dónde eres? ¿De alguna aldea cercana?
—Más o menos —el chico soltó la mano de Rhin y se rascó la cabeza como un gesto de timidez—. Vengo de un pueblo muy, muy lejano, cerca del río Rin. Allí la gente habla tanto alemán como francés.
—Ya veo, eso explica tu acento ¿Y tus padres?
—Fallecieron hace un año.
—¿En serio? Que terrible ¿Los dos al mismo tiempo?
—Si, hubo un brote de cólera en mi pueblo y mis padres fueron víctimas. Yo también me enfermé, pero me pude recuperar. He estado solo desde entonces.
—Pobrecito —susurró Aurélie.
De pronto apareció Benoit, quien parecía buscar a su hermana.
—¡Auri! —la llamó el chico y llegó a pararse frente a ella—. Mamá qui-qui-quiere preguntar-tarte algo.
—¿Ahora? Estoy ocupada —dijo señalando a la rubia y el desconocido.
—Perdóname, Rhin. Debo llevarme a Auri.
—Está bien, Benoit. Auri ya se iba de todos modos.
—¡¿Qué?! —exclamó su amiga sintiéndose traicionada.
—Vamos, Auri —el chico tiró de su mano y ella le dedicó a su amiga caperucita una mirada de odio.
—Seguro quiere hablar con el forastero ¡Ja! Rhin, creo que descubrí tu gusto —murmuró para si la chica.
Ya solos, el chico lobo y la caperucita suspiraron.
—¿Y bien? ¿Te gusta mi comarca? —preguntó Rhin sin la tensión de fingir no conocerlo.
—Ya la había visto de lejos y siempre me pareció agradable, debo admitir que es muy bonita y limpia, pero…
—¿Qué pasa?
—Me siento un poco incómodo y abrumado por estar rodeado de tanta gente. Siento que en cualquier momento alguien me quitara el sombrero, revelará mis orejas y comenzará a gritar "¡Demonio! Quémenlo en la hoguera".
—Tranquilo, eso no pasará. Ahora a lo otro —Rhin inclinó su cabeza para hablarle más de cerca y bajó el tono de su voz—. ¿Encontraste al dueño de la hebilla?
—No, es muy posible que no haya venido.
—¿Seguro? Te vi en el puesto de la panadería ¿No captaste nada allí?
—Ya lo hice varias veces, pero todavía no capté su olor.
—¿Qué vamos hacer? —Rhin se desplomó con sus brazos extendidos sobre la tabla de madera.
—No te desanimes, estoy seguro que pronto lo encontraré ¿Dónde está tu mamá? Ayer estuvo contigo todo el día.
—Fue a ayudar a papá a llevar la calabaza hasta el escenario, dentro de poco empezará el concurso.
—Ja, hay muchas calabazas en el escenario.
Calabazas gigantes ocupaban muchos puestos y los jueces, quienes eran el alcalde, su esposa, el alguacil y el padre Luc, miraban desde abajo. De vez en cuando, se acercaban a inspeccionar las que ya estaban.
—Cuando mi mamá vuelva, la convenceré de que me deje salir y así podré ayudarte.
—¿Cómo lo harás?
—Iremos al pueblo más cercano. Tal vez allí consigamos otra pista.
—Tu madre no te dejará. Si conozco a las madres, estoy seguro que no te permitirá ir al menos que seas escoltada por alguien de su confianza. Incluso si logras el permiso y atrapamos al ladrón en otro pueblo, no nos creerán. Necesitamos atraparlo aquí, donde cometió el crimen.
Rhin volvió a desanimarse. Solo encontraba trabas y más trabas a este plan.
—¡Rhin! —una voz llamó a lo lejos. Rhein reaccionó alejándose del puesto de Rhin.
La chica vio de quien fue la voz que la llamó y se sorprendió.
—¡Abuela! —gritó tan animada que dejó su puesto y corrió a abrazarla.
—Despacio, niña. Los huesos me truenan.
—Perdón, abuela. Estoy tan feliz de verte. No pensé que podrías venir.
—¿Y perderme el concurso de calabazas? Ni loca ¿Dónde están tus padres, querida?
—Allí, están llevando la calabaza al escenario.
—Es bien grandota, necesitaran otro escenario para ella. Los concursos de los festivales siempre era lo más emocionante para mi desde que era pequeña ¿Y el concurso de porcinos?
—Se realizará en otra comarca —Rhin recordó al señor Avenant, quien participaba con su cerdo, yéndose a otro lugar. Su puesto lo dejó a cuidado de sus hijos y su esposa.
—Y quería también presenciarlo. Qué pena. Iré a saludar a Charlize y Romuald, ya vuelvo, Rhin.
Cuando la abuela se alejó. Rhein se acercó con disimulado paso al puesto de Rhin, otra vez.
—Casi me atrapa.
—Rhein, ya no tienes que esconderte, planificamos y ensayamos muchas veces la historia que contarás de tu vida. Funcionó con Aurélie, y no dudo que funcione con mi abuela —dijo mirando como la señora mayor abrazaba a su hija y su yerno, cerca del escenario—. Además ¿Por qué no vas y te diviertes un poco? Hay juegos divertidos.
Rhin señaló uno en que se tenía que sacar una manzana de un barril con agua y ganar un premio.
—No tengo dinero o algo con que hacer trueque. Además, no quiero perder mi gorra por un infortunio ¿O que si me pongo tan feliz que mi cola empieza a agitarse?
—No lo sabrás hasta intentarlo.
Tan ensimismados estaban hablando que no notaron cuando la madre y la abuela de la caperucita volvieron.
—¿Rhin, quién es este chico? —preguntó su progenitora.
Rhein reaccionó en un respingo, por un momento durmió sus sentidos y no pudo escucharlas u olerlas a lo lejos.
—Él… pues…
—¿Necesita algo, joven? —volvió a preguntar su madre y se puso en el puesto de ventas, dispuesta a ofrecer cualquier cosa—. ¿Zanahorias? Recién cosechadas ¿Nabos? Saben mal, pero al cocinarlo se hacen deliciosos ¿O qué tal una prenda? ¿Una camisa nueva?
—No, yo… —el muchacho se sintió intimidado por la mirada de las tres féminas sobre él. Tan nervioso estaba que habló sin pensar—. Yo solo quería hablar con su hija.
Las dos mujeres se dirigieron una mirada que reflejaba sorpresa, con sus ojos y bocas abiertos. Luego, esa mirada cambió a una sonrisa que Rhin se percató.
—Adelante, hable con mi hija.
—Mamá…
—Rhin, ya terminó tu turno. Yo me ocuparé del resto del día. No te preocupes, podré ver y escuchar el ganador del concurso desde aquí. Puedes ir a jugar y pasarlo bien el resto del día.
—Pero, mamá.
—Pero Charlize —interrumpió la abuela—. Yo quería estar con mi nieta todo el día también. Así que los acompañaré a ti y a este encantador joven por su recorrido.
—¿Q-qué? ¿Pretenden que pasaré el día con Rhein?
—¿Rhein? ¿Eh? ¿Así te llamas, jovencito? —preguntó su abuela acercándose a verlo lo mejor que sus viejos ojos podían. Rhein sintió como era inspeccionado por la anciana.
—S-si, madame.
—Así que… Rhein ¿De dónde eres? Nunca te vi por aquí —siguió interrogando la progenitora más joven. Rhin empezó a avergonzarse más, ya sabía lo que planeaban su abuela y su madre.
—Soy de otra aldea. Una muy lejana, cerca del Rin. Allí hablaba alemán y francés.
—Te llamas casi como Rhin —esta vez comentó la anciana.
—¿Es porque ambos tienen dos variantes del mismo nombre?
Así estuvieron preguntando al muchacho por largo rato y él respondía con las mentiras que había practicado hace algunos días con Rhin. La caperucita no dejaba de avergonzarse, en cuanto al muchacho lobo, se sintió como la nueva atracción de un circo.
—Charlize, estamos perdiendo el tiempo, quiero pasar el día con Rhin. Vamos, Rhin quiero ver algunos de los juegos, tú también ven, Rhein. Nos vemos más tarde —se despidió de su hija y emprendió la caminata con su hija y el desconocido.
—¡Hasta luego, mamá, Rhin y Rhein! —saludó la mujer moviendo su mano.
—Pero, madame, yo… —quiso replicar el chico.
—¡Ay, mi huesos! Ya no puedo caminar como antes. Rhein, querido, ¿Podrías tomar mi mano? —el joven hizo caso a la petición—. Muchas gracias, muchacho, hace mucho que alguien tan joven y apuesto tomaba mi mano —él se sonrojó, muy pocas veces alguien lo había llenado de cumplidos como esos. Su madre fue la última persona.
—Abuela, él…
—¡Mira, Rhin! Un juego de tirar dados, veamos si podemos ganar algo.
Los tres caminaron a un puesto donde se tenía que sacar un doce con dos dados para ganar el mayor premio, con ocho algo mediano como una prenda o un utensilio de cocina, menos de ocho se ganaba alguna golosina.
La abuela pagó al hombre del puesto hacer una lanzada cada uno. Primero ella intentó y sacó siete.
—¡Ay! Yo quería una nueva taza —se lamentó la señora, pero le dieron un caramelo blando—. Tu turno, querida.
Ella le pasó los dados a Rhin, quien sacó cuatro. La chica sintió una aura negra a su alrededor.
—Es mucho menos que mi abuela.
El hombre en el puesto se rio.
—No te preocupes, niña. Toma una golosina —le regaló un caramelo de regaliz.
—Mi turno, supongo —dijo Rhein. Él tiró los dados y sacó un ocho. Los espectadores estaban atónitos, de pronto, Rhin gritó.
—¡Bien hecho, Rhein!
El chico casi podía sentir a su cola agitándose, pero la detuvo a tiempo.
—¿Qué vas tomar, querido? —preguntó la abuela.
—Necesitaría un nuevo sombrero, ese es feo, sin ofender —le dijo el hombre del puesto.
Rhin infló sus mejillas molesta, pero Rhein permaneció viendo los premios, pero nada le llamó la atención. Todo de allí no lo necesitaba, no tenía una casa donde usarlo.
—Creo que me gustaría esa taza —dijo señalando una bonita taza que parecía de porcelana.
—¿Esta? —preguntó el hombre y se la pasó—. Cuidado, chico, es frágil, pero bonita.
—Si, es muy bonita —dijo la anciana.
—Es para usted.
—¿Para mi? —la mujer sonrió mucho más mientras la tomaba entre sus manos—. ¿En serio? No estarás siendo considerado conmigo porque quieres estar a solas con mi nieta ¿Verdad? —se burló la mujer.
Rhin frunció el ceño ruborizada, pero el chico se rio, también se sintió avergonzado, pero ignoró ese comentario.
—No, nada me llamó la atención, pero recordé que usted quería una taza y yo no necesito una.
La señora la guardó en su bolso y se dirigieron a otro puesto. Hicieron un juego de puntería que se tenía que encestar una pelota en cualquiera de tres canastas, una más lejos de la otra. Las más cercanas daban regalos simples y las más alejadas, regalos más elaborados.
—¡Bien hecho, Rhin! —la felicitó su abuela porque ella pudo encestar en la más lejos.
—Me ganaste, Rhin —le sonrió el chico lobo, quien apenas había podido llegar a la primera canasta como la abuela.
Ambos se compartieron una mutua y agradable sonrisa y después de eso, la caperucita eligió como premio un cesto.
—¿Otro cesto? —preguntó su abuela—. Pero si tú ya tienes varios.
—Si, pero necesitaba otro urgente —dijo sonriéndole a Rhein. Él entendió las intenciones que tenía su amiga para su nuevo cesto.
Mientras recorrían, a Rhein se le escapó una de las monedas que la abuela de Rhin le dio por si quería comprar algo. El chico llevaba un pantalón hecho a mano por Rhin. No tenía bolsillos, así que llevaba las monedas en una de sus manos.
—Oh, no. Debe haberse caído por aquí —el chico se agachó a buscar.
—¿Qué pasó, Rhein? —se agachó a su lado Rhin, mientras su abuela miraba un estante de abrigos hechos con lana con bordados floreados.
—Se me escapó una moneda.
—Te ayudaré a buscarla.
El trabajo era difícil, con tanta gente pasando. Un joven tropezó con Rhein y él escuchó como caía.
—¡Lo siento! —se disculpó parándose—. No fue mi intención.
—Yo también estaba distraído, también me disculpo— contestó el chico levantándose.
—¡Oye, Paul! —el joven volteó al llamado de su hermano—. ¿Quién es este? ¿Te estaba molestando?
—No, Marcel. Él estaba…
—¿Eres nuevo por aquí? —preguntó acercándose más al chico lobo. Rhein se puso nervioso y desvió su vista. Si lo seguía mirando su guardia instintiva se activaría y eso haría que sus orejas se elevaran—. Pareces una pequeña gallinita, metiéndote con alguien como Paul.
—No me metí con él. Solo estaba buscando una moneda que se me cayó.
—¡Rhein, la encontré! —dijo Rhin acercándose a él, ajena al conflicto que hace poco empezó, ni se percató de Marcel y Paul.
Los hermanos Avenant miraron uno y luego al otro, entonces las sospechas floreció en ambos.
—Hola, Rhin —saludó Marcel—. ¿Conoces a este despistado?
—Hola Marcel, Paul —saludó la chica. Este último levantó la mano con una sonrisa—. Déjenme presentarlos; Rhein, ellos son los hermanos Marcel y Paul Avenant, trabajan con la ganadería, las cabras y gallinas.
—¿No deberías tú presentarnos a él? —preguntó Paul, quien empezaba a notar el cariño que la chica le dedicaba al forastero con sus ojos.
—Cierto, perdón. Paul, Marcel, él es Rhein Grimm, es de otra aldea.
—¿Grimm? Que apellido más extraño, no suena francés —comentó Marcel.
—Es que tengo sangre alemana. Mi aldea estaba muy cerca de Alemania, por culpa de una epidemia perdí a mis padres y muchos parientes.
—Con que alemán ¿Eh? —dijo el hermano mayor y empezó a rodearlo con una mirada sospechosa. Rhein se sintió nervioso otra vez—. Sabes, Alemania tiene la tendencia de siempre traer discordia a donde quiera que unos de sus ciudadanos ponga un pie.
—Marcel, él no es alemán, solo tiene sangre alemana —lo atajó Rhin.
—¿Desde cuándo conoces a Rhin? —preguntó esta vez Paul.
—Buena pregunta, Paul —se rio el hermano mayor y luego se dirigió a Rhein—. ¿Desde cuándo conoces a nuestra querida caperucita roja, Rhein? —enmarcó su nombre con una fuerte pronunciación.
—Desde… desde hace algunas… horas, creo —contestó con tono dudoso mirando a Paul. Marcel le despertaba un instinto de precaución.
—¿Cómo que crees?
—Rhein se acercó a mi puesto para pedir algunas alubias. Hablamos por unos minutos de mi caperuza, mi abuela llegó y una cosa llevó a la otra y los tres terminamos yendo de puesto en puesto, disfrutando del festival.
Ambos hermanos asintieron, como aceptando la historia, pero no podían sacar de sus cabezas que ese comportamiento era muy inusual de la chica. Pasear junto a su abuela no era raro, pero con un extraño que solo conocía desde hace algunas horas… no sonaba a algo que haría la Rhin Perrault que ellos conocían.
—Qué extraño —dijo Marcel de repente.
—¿Qué es extraño, Marcel?
—Nada, es que… no se porque nunca aceptaste una invitación de mi hermano y aparece este joven, que no sabemos bien de donde es, pero aceptaste su invitación al instante.
—En realidad, no la invité —aclaró Rhein—. Su abuela me invitó y acepté ¿Me devolverías mi moneda? —preguntó mirando a Rhin.
—Claro, aquí la tengo. Deberías comprar un bolso, Rhein. Así tienes donde guardarlas.
—Y un nuevo gorro, ese es feo —se burló Marcel.
—Me lo hizo una amiga con mucho esfuerzo y le tengo un gran aprecio, pero tomaré en cuenta tu consejo.
En ese momento sonó un ruido parecido al de los tambores cuando son golpeados. Era un joven que hacía retumbar el escenario con unos palos como baquetas, como si se tratara de una orquesta.
—Gracias, Claude, ya puedes detenerte —le dijo el alcalde desde el suelo. Luego, seguido de su esposa, el sacerdote y el aguacil, subió al escenario—. ¡Buenas tardes a todos! —saludó con entusiasmo—. Como ven, este año el concurso de calabazas fue muy peleado. Por un momento creímos que tendríamos un empate, pero ya llegamos a nuestra conclusión.
La abuela de Rhin se acercó a su nieta entusiasmada.
—¿Oíste, Rhin? Ya van anunciar a los ganadores.
—¡En tercer lugar, la calabaza de la señora Carnot!
Una mujer subió al escenario entre aplausos y le fue entregado un listón color azul, seguido de una canasta con distintos tipos de mermeladas y comidas de conservas.
Rhin no reconoció a la mujer, por lo que supuso que sería de otra aldea.
—¡En segundo lugar, la calabaza de la familia Thénier!
Una familia de tres subió al escenario, eran un hombre, seguido de su mujer que llevaba de la mano a su hijo, quien debía tener entre ocho y nueve años. Los tres saludaron a los espectadores, les entregaron otro listón y recibieron otra canasta con las mismas comidas que la primera, pero más grande. Tampoco esta familia pertenecía al pueblo, pero la gente aplaudió de todos modos.
—¡Y el ganador del primer lugar es… Romuald Perrault!
Rhin saltó de alegría con su abuela.
—¡Ganó abuela! ¡Papá ganó!
—¡Si, cariño, lo escuché!
—¡Papá ganó, Rhein!
—Si, Rhin.
—¡Estoy tan contenta!
La chica rodeó su cuello con sus brazos, acto que hizo sonrojar a Rhein. La abuela se percató de la muestra de afecto y carcajeó, aunque el sonido de su carcajada se perdió entre el estruendo de los aplausos. Paul también vio aquello y frunció el ceño, Rhin nunca fue muy afectiva con algún muchacho de la comarca ¿Por qué de repente era tan cariñosa con ese forastero?
Romuald subió a recibir el premio, era otra canasta tan grande como la del segundo lugar, pero tenía más variación en cuanto a su contenido; como huevos frescos, manzanas, bizcochos, frutos secos y carnosos, harina y un pastel de zanahoria.
El hombre hizo una simple reverencia y luego se marchó con su premio, luego se encargaría de llevar en carretilla la calabaza enorme.
—Queremos terminar este grandioso día, antes que anochezca, con el baile nocturno —dijo la esposa del alcalde y se acercó a su marido para empezar una pequeña danza conocida en el pueblo.
Ayer también el día terminó con el baile nocturno, pero Rhin estuvo trabajando todo el día, por lo que Paul no se animó a pedírselo, pero ahora la chica estaba libre. Se acercó a hablarle, su corazón estaba decidido.
—Rhin, sabes… —empezó diciéndole el chico, pero ella lo interrumpió.
—Tu familia participa en el concurso de porcinos ¿Verdad, Paul?
—Si, pero papá aún no ha vuelto.
—¿Quién cuida el puesto de tu familia?
—Mi mamá. Ella nos dejó a mi y a Marcel divertirnos. Quería preguntarte si…
—¡Rhin! —se escuchó a alguien gritar a lo lejos.
La chica, con su abuela y los tres muchachos atendieron al llamado. Era Aurélie.
—¿Qué pasa Auri?
—¿Cómo es que te estás divirtiendo y no me avisaste?
—Cuanto tiempo, Aurélie —saludó la anciana.
—Hola madame Marais —le dijo la amiga a la abuela.
Rhein notó el intercambio y se quedó mirando de forma extraña.
—¡Que grosero de mi parte! —exclamó la señora—. No me presenté adecuadamente. Rhein, me llamo Louise Marais.
—¿Es tu abuela, Rhin? —preguntó Paul, que recordó las veces que Rhin iba a visitarla los fines de semana.
—Si, soy la abuela de ella —asintió la viejita—. ¿Y ustedes son?
—Soy Paul, este es mi hermano mayor Marcel, de la familia Avenant.
—¡Ah, los Avenant! Hace mucho que no escuchaba de ellos.
Mientras la señora se quedaba hablando con los tres muchachos, Aurélie tomó del brazo a su amiga y la llevó lejos para hablarle.
—¿Ya se lo presentaste a tu abuela? —le susurró—. Debí sospechar de tus intenciones en cuanto los dos se saludaron.
—¿De qué hablas? Mi abuela vino, nos vio hablando y le interesó conocer a Rhein —su amiga hizo una sonrisa risueña—. ¿Por qué sonríes así?
—¿Crees que soy ciega?
—No, pero, no entiendo de que hablas.
—Vi sus miradas cuando se conocieron, Rhin. Los ojos son la entrada del alma, es fácil ver que ambos se sienten atraídos —la chica se rio como el rostro de su amiga se tornaba del mismo color que su caperuza a la vez que sus ojos se hacían más grandes.
—¡Cállate, Auri!
—¿Qué pasó allí? —preguntó la señora asomándose, cuando se percató que no estaban su nieta con Auri cerca. Los otros dos muchachos la siguieron.
—Nada, madame Marais. Le decía a Rhin que quería jugar y pasear con ella antes que cierren los puestos.
—No se si será posible, el baile es lo último de la noche.
Las chicas dieron un vistazo a su alrededor y se dieron cuenta que ya muchas familias estaban guardando sus bienes en sus casas o dentro de la parroquia.
—Abuela ¿No deberías irte pronto?
—No, tus padres me dijeron que prepararían una cama para mi en su casa.
—Tal vez Rhein debería pensar en volver a su hogar, se está haciendo tarde —comentó Marcel para alejar al chico de Rhin y dejar a su hermano el camino libre.
—¿Rhein, tu casa está lejos de aquí? —preguntó Aurélie.
—Si, está un poco lejos. Pero mañana planeo volver, me gustaría ver más este lugar, quería un pastel delicioso, pero no traje dinero.
—Es sospechoso alguien que va a un festival sin dinero —infirió Marcel.
—¿Por qué sería sospechoso? —preguntó su hermano menor.
—Bueno, sin dinero no puedes participar en los juegos o comprar regalos.
—Solo quería venir a ver los puestos, pero no traje nada para intercambiar, como bienes o dinero —atajó a contestar Rhein.
—Ya es de noche y se hará más frío —se interpuso Rhin—. Rhein, creo que lo mejor es que te marches pronto.
—Está bien, lo haré.
El chico ajustó su abrigo rudimentario con sus botones y le dirigió una mirada seria a Marcel, para luego sonreír a los demás.
—Nos vemos mañana y jugaremos.
—¡Por favor, Rhein! —rogó Aurélie con sus manos juntas—. Tienes que venir, Rhin va estar hermosa.
—Auri, no digas esas cosas.
—¿Qué quieres decir, Auri? —preguntó la anciana, los Avenant también la miraron con atención.
—Es un secreto —le dijo riendo la chica.
Rhein corrió hacia el camino que va al bosque y Rhin habló un poco más con los chicos, quienes quedaron para encontrarse en el último día del festival e ir todos juntos. La abuela de Rhin la tranquilizó diciendo que ayudaría a su madre con el puesto, así la chica tendría el día libre. Los chicos Avenant se fueron primero, con un Paul apenado porque no encontró la oportunidad de pedirle a Rhin un simple baile. Así se lo recriminó a su hermano en el camino.
—¿Cuál era la intención de hablar tanto, Marcel? Estuve a poco de pedirle a Rhin bailar —le recriminó su hermano.
—Es culpa de ese forastero. No sé por qué de pronto se ve tan pegado a Rhin, pero no me trae buena espina ¿Viste como camina o como se encorva para hablar? Parece como si se hubiese escapado de una prisión.
—No me importa ese forastero. Solo estará mañana y luego se irá para siempre. Entonces, Rhin se olvidará de él y tomaré la oportunidad.
—Pero tómala y no te quedes con las palabras en la boca —le dio un pequeño golpe amistoso a su hermano en su nuca luego de eso.
El inicio de un nuevo arco.
Datos de la creación: escogí hacer a Rhin descendiente de Perrault y a Rhein de los Grimm porque desde que era pequeña, los dos primeros libros de cuentos que tuve en mi infancia se llamaban los cuentos de Perrault y el otro Los cuentos de Grimm, de una misma edición. Con mi pequeña mente que empezaba a razonar y leer, asumí que era los escritores de cuentos de hadas, sin saber que ellos recuperaron cuentos que existían desde hace siglos. Más adelante conocería a Hans Christian Andersen y las fábulas de Esopo, pero Perrault y Grimm fueron los primero que leí, por lo que los uní con Rhein y Rhin. Otra razón fue por los dos finales de caperucita Roja tan distintos que ambos le hicieron.
