Give me Back my Girlhood (It Was Mine First).


Advertencia: Este one-shot tiene una escena de abuso sexual levemente gráfica, seréis avisados exactamente cuando inicia y cuando termina, así que os lo podéis saltar sin problema, a lo largo del one-shot se hacen referencias a estos mismos actos, pero la escena explícita es solo una.


Primera Parte: La Tragedia de las Hermanas Bernadotte.


Estaba sangrando, definitivamente estaba sangrando. Sabía que eso que se resbalaba en abundancia por sus muñecas no podía ser otra cosa que sangre, así que no tiene más opción que dejar de batallar en contra de las cadenas que tras su espalda habían apresado sus muñecas, manteniéndola amarrada de tal manera que no podía alejarse demasiado de la pared. Intenta apartarse cuando comienzan a destrenzar su cabello bruscamente, pero está mareada, llorando de manera que el cuerpo entero le duele y los raspones que cubren cada centímetro de su piel están logrando que su energía se acabe mucho más rápido de lo normal. A penas consigue que algo de aire llegue hasta sus pulmones, apenas consigue mantenerse de rodillas y no desplomarse contra el suelo, apenas consigue seguir pareciendo una persona… aunque lo cierto es que hace tiempo ha dejado de considerarse a sí misma humana, después de todo lo que había pasado, de todo lo que había visto, hecho, escuchado y permitido… después de todo lo que había discutido con su propia hermana menor, Elsa ya no sabía si podía seguir definiéndose como humana.

Había sido arrastrada por todo el Gran Salón gracias a un montón de dragones pequeños, sabía sus nombres, los conocía perfectamente, pero ahora mismo su memoria no quería ayudarla. Nada más la dejaron malamente en aquel barco, su madre la había amarrado malamente y arrojado a una pequeña celda que olía a moho y húmedas, estaba siendo vigilada en todo momento por dos hombretones armados con rifles que le dejaban muy en claro que si moría aquella noche siempre podrían culpar a los bárbaros y darle más motivos a Europa para odiarlos; la habían abandonado allí por horas hasta que llegaron al puerto noruego y la arrastraron con los ojos vendados hasta una habitación tan profunda del castillo que ella jamás se hubiera imaginado que tan siquiera existía, no era la misma donde hace años sollozó porque su prometido iba a morir a causa de sus heridas de guerra, no, era incluso más oculta, más tétrica, tan fría como los corazones de aquellos que la arrastraron a ciegas hasta allí. La encadenan luego de que le tirasen bruscamente contra el suelo, le quitaron la venda antes de empezar a destrenzar su cabello.

Con dificultad por la poca iluminación, no tiene más opción que sollozar rabiosa mientras mira a sus padres, no… esa gente ya no eran sus padres, ellos ya no son aquella amorosa pareja que se desvivía para hacerla feliz y protegerla de todo lo que pudiera hacerle daño. Eran monstruos, seres desalmados, terribles enfermos que habían decidido mostrar sus verdaderos rostros ahora que lo habían perdido absolutamente todo. Terminan de despeinarla, incluso de paso cortan aquel abrigo de pieles blancas que llevaba puesto, ese que Astrid le había conseguido como regalo por su boda, es que tenía unos botones grabados con el emblema de los Haddock, ese que definitivamente no era digno de una princesa europea, ese que no era digno de la hija de los reyes Agnarr e Iduna. Llora cuando ve las telas partidas, destrozadas, separadas de sus hermanas justo como ella se sentía en esos momentos, estaba lejos de la tierra que la había adoptado, lejos de las mujeres que, a falta de ello, la abrazaron con un auténtico amor materno, lejos de aquella compañera con la que aprendió lo básico de defenderse, lejos del hombre que tanto la amaba y que ella amaba tanto.

Sus padres son monstruos, seres desalmados, adictos a controlarlo todo, adictos a controlar su vida, y ahora que su mente está tan lejos de lo que alguna vez ellos sembraron, no queda más opción que purgar todo aquello que sea nuevo, sin importar qué tanto llegaban a destrozar.

Tiene ganas de vomitar cuando siente que su madre acaricia su cabeza, intentando simular la misma ternura y cariño que antes podía llevar a cabo con tanta facilidad. La mira fijamente, intentando comprender cómo era que una madre podía ser tan cruel con su propia hija, intentando entender qué era lo que había hecho para merecer todo esto. Se enamorado y se había casado con el hombre con el que ellos mismos la comprometieron nada más nacer, ¿por qué la estaban castigando entonces?

—Deja de llorar, mi niña, pronto todo estará bien —le dice con calma, pero con una expresión de asco, pasando su mano fría y delgada por su cuero cabelludo adolorido, por sus mejillas llenas de raspones y lágrimas, deteniéndose en su mentón para levantarle el rostro justo como ella quería, como intentando controlar la forma en la que la observaba, pero todo lo que Elsa veía era el odio y asco de su mirada. Sus caricias ahora le arden, le dejan la piel resentida, le causan más lágrimas, la contaminan de un odio que jamás debió de estar allí. Será así desde ahora, lo tiene demasiado claro, lo entiende demasiado rápido, jamás podrá perdonarlos, jamás podrá volver a quererlos, jamás podrá observarles en silencio y sonreír como antes lo hacía. Sus padres ya no eran padres, solo reyes que habían perdido la cabeza por haber perdido el control de la situación, solo monstruos sedientos de sangre vikinga, sangre que ahora era suya también. Si el más inocente de los niños vikingos jamás tenía oportunidad de salvarse de su furia, ella mucho menos, que no había nacido corrupta, sino que se había corrompido por decisión propia—. Pronto estarás verdaderamente limpia, sin las marcas de esos vikingos sobre tu piel, mucho menos en tus ropas. Dios Santo, te ves tan mal en esas prendas y peinados, ocultan tu belleza entre barbarie y violencia.

Mantiene su vista fija en ella cuando dice lo siguiente, si fuera por ella ni parpadearía, quería que recordara su expresión, que recordara lo mucho que la aborrecía. —Las marcas de barbarie y violencia que ahora mismo notas en mí no han sido hechas por vikingos, ni por ninguno de esos pueblos bárbaros que tanto temes, ellos solo me han mostrado empatía y amor verdadero, una comunidad verdadera unida y una justicia que no se decide a partir de títulos o dinero. Las marcas que tanto asco te causan, madre, si es que aún debería llamarte así, me las has dado tú. Con tu genocidio y tortura, con tus métodos cuestionables y tu apatía, eres tú quien me baña en sangre y eres tú quien destroza mi imagen. El ser aberrante que tanto desprecio produce en tu corazón no es más que el resultado de tu odio y la podredumbre de tu alma.

Y dándole la razón de esa manera, Iduna la abofetea con tal fuerza que parte su labio y la tira al suelo. Elsa no llora, ha entrenado lo suficiente como para que una bofetada le haga llorar, ha aprendido a blandir una espada, a mantener en lo alto un escudo más pesado que ella misma, a sobrevivir del ataque de los más violentos, ha aprendido a sobrevivir de verdad, una simple bofetada dada por una mano libre de esfuerzo y penas… algo como eso jamás causaría sus lágrimas. Ya no es una niña, ya no es una princesita, es una mujer vikinga, la nueva señora Haddock, y piensa hacer que recuerde eso incluso después de que llegue su muerte.

Intenta enderezarse, mostrarse digna, pero todo lo que puede es temblar mientras observa a su madre a través de sus desorganizados mechones blancos.

—Temed, reina de Noruega, temed —le advierte aguantándose las ganas de escupir a sus pies, sintiendo como el temor en la mirada de su madre le causa cierta satisfacción—, pues cuando mi marido llegue lo hará con todos sus aliados y su ejército de dragones, lo hará trayendo el caos y la desgracia que os merecéis, y la única de mi sangre que seré capaz de perdonar es a mi hermana, a ti jamás, a vosotros dos jamás. Mi marido va a llegar, y se va a encargar de que pagues cada uno de tus pecados, cada gota de dolor que me has causado por tu avaricia y tu desprecio a lo que no comprendes. Y no voy a apartar la mirada cuando estés sufriendo, voy a mirarte desde arriba, justo como tú lo haces ahora.

Su madre se queda en completo silencio, disimulando el enorme horror que le causa ver que, en cuestión de unas horas, su hija, su propia sangre, ha pasado de intentar comprenderla y seguir queriéndola a confesarle que se deleitaría en su máximo dolor. A penas puede contener el pánico que le causa ver la ira en esos ojos que siempre habían estado llenos de alegría y cariño, apenas puede contenerse las ganas de retroceder, solo puede tomar aire e intentar ignorar lo que tiene delante. No es trabajo difícil, lleva años ignorando los hechos tan solo para ver aquello que quiere y nada más.

Su hija traga saliva con dificultad, toma aire lentamente.

—¿Cómo es que podéis hacer esto? —le pregunta en un tono tan destrozado y decepcionado que Iduna no puede evitar ofenderse. De momento a otro esa niña quiere fingir que es la adulta de la situación, colocándola a ella como una niña mimada a la que hay que reprender por sus egoístas acciones—. ¿Realmente podéis verme lastimada por tus actos, destrozada de esta manera, encadenada como una bestia… y pensar que estáis en lo correcto? ¿Cómo podéis verme así y pensar que me hacéis bien? ¿seguís creyendo que vuestro amor es puro? ¿seguís creyendo que vuestro es el papel de heroína?

Iduna deja de apretar con rabia los puños, deja de clavar sus uñas en su propia piel para brindarle otra bofetada a su hija, nuevamente tirándola contra el suelo. No es suficiente, Dios y la Virgen la perdonen, pero sencillamente no es suficiente, no puede ser suficiente porque cuando su hija la mirada desde el suelo sigue llena de furia y desprecio, llena de superioridad moral, sigue ella, esa niña que se esforzó tanto en convertir en la princesa perfecta, despreciándola. Se arrodilla solo para seguir dándole bofetadas y manotazos, la ve apretando los dientes, la ve conteniendo las lágrimas, la ve retorciéndose, pero no es suficiente, Virgen María, madre de todos, aquella que habla por los peores pecadores, ojalá pudiera perdonarla la madre de Dios Todo Poderoso, pero sencillamente no es capaz de detenerse… no puede.

—¿¡Me cuestionas de esa manera cuando hiciste lo mismo, engendra desagradecida!? —brama en su contra, incapaz de contener las lágrimas llenas de rabia—. ¿¡Me cuestionas a mí mientras tú podías ver a tu propio padre encarcelado sin sentir ni pena ni piedad!? ¡Mantuviste a tu padre en una cárcel vikinga! ¡Permitiste que los vikingos planearan cómo matarlo! ¡A tu padre, a tu propio padre! ¡A tu rey! ¡A mi marido!

—¡Parad! —un chillido llega desde las espaldas de Iduna, una vez dejan de golpearla, Elsa puede tomar aire y enfocar la mirada, encontrándose con su padre que intenta recuperar el agarre que tenía sobre su hermana menor, quien corre para sujetar el brazo con el que la reina de Noruega la castigaba sin piedad ni pena—. Por favor, madre, parad, dejad de lastimar a mi hermana —la niña solloza y tiembla, observa espantada la manera en la que toda su familia se ha descompuesto por completo antes de que pudiera comprender que era lo que estaba ocurriendo. Se aferra a su madre porque, en cierto punto, sabe perfectamente que su hermana no la recibiría en lo absoluto, sabe que esa furia en su mirada también está dedicada a ella… por lo menos es eso lo que cree firmemente—. Por favor, madre —insiste cuando siente que su madre no piensa relajar su cuerpo, mucho menos su mente—, prometisteis que mi hermana ya no sufriría más, prometisteis que todo estaría bien.

—Te ha mentido, Anna —gruñe Elsa, mirando fijamente a su madre, apretando con rabia los dientes, son solo las manos esa niña que aun insiste en ser inocente las que detienen a la rabiosa reina de volver a golpear a su propia hija—. Mírame, Anna, mira que han hecho y respóndeme ¿crees que de verdad quieren lo mejor para nosotras?

—¡Silencio! —brama la reina—. ¿Cómo te atreves a intentar plagar la mente de tu hermana con tus ideas envenenadas?

Unos lentos pasos resuenan por la habitación. —Ya ha sido suficiente, Elsa —le dice lenta y pesadamente su padre, mirándola desde arriba, disimulando un poco mejor el asco y la rabia que estaba sintiendo porque aquella que alguna vez fue su más preciosa adoración—. Ya basta, ratoncita.

—No habéis hecho otra cosa que mentirnos toda nuestra vida —gruñe, apartándose lo suficiente de su madre para no temer más sus golpes, levantándose penosamente, siendo constantemente observada por su espantada hermana menor—. No le he contado yo nada más que la verdad, le he confesado cada una de vuestras atrocidades… pero habéis podrido su mente lo suficiente como para que no pueda ver la realidad ni aunque se la señalen. No sabéis ninguna otra forma de criar que no sea la manipulación y el chantaje emocional, no sabéis hacer nada más que mentir, embaucar y lastimar aquello que ya no os sirve.

—Esta discusión no tiene motivo alguno para estar siendo llevada a cabo —señala con una obviedad amenazante Agnarr, sujetando los brazos de su mujer para levantarla del suelo, acariciando delicadamente su rostro para poder tranquilizarla, aunque sea un poco, logrando que ella pudiera respirar tranquilamente, que fuera capaz de dejar a un lado la violencia—. Anna, mi querida hija, hazlo ahora.

Elsa finalmente se fija por unos largos segundos en su hermana, que luce destrozada y espantada por la orden de su padre, es recién en estos momentos que es capaz de notar algo que, no sabe cómo, ha estado ignorando hasta este punto. Su hermana tiene el rostro manchado levemente por la tierra, es en verdad su vestido el más afectado por la imperfección, su cuerpo tiembla por el frío que debe de sentir por estar empapada de cintura para abajo y por la falta de un buen abrigo, sus mejillas están llenas de lágrimas y sus labios tiemblan en muestra de su disconformidad con tal orden. Anna retrocede levemente lejos de sus padres, pero no se atreve a acercarse a su hermana mayor porque, no puede evitarlo, sigue asumiendo que será rechazada de inmediato y dejada por completo a su suerte, justo como ha ocurrido hasta ahora. Abandonada como la regenta de Noruega, abandonada por esos padres enfrascados en sus malévolos planes, abandonada por la hermana que se había fugado por amor, abandonada por todo aquel que le brindaba un mínimo de felicidad. La menor de las hermanas intenta balbucear algo, intenta mostrar sus peros, y podría estar allí horas intentando expresar sus dudas con toda la delicadeza del mundo, pero la exigencia de su madre para que sea clara y directa la espantan y provocan que lo suelte todo sin tan siquiera pensarlo.

—Me han advertido que duele —se apresura a decir, retrocediendo lo suficiente para abrazarse a sí misma, en estos momentos, en el fondo de su palacio, con tantas miradas acusatorias y crueles sobre ella, Anna no puede encontrar más refugio que sus propios brazos.

Quiere que Kristoff esté ahí, necesita a Kristoff ese momento… pero sabe que sería peligroso que él estuviera allí con ella. Porque aparentemente todo aquel que podría amarla solo corre peligro o se deja corroer por una locura que sencillamente no era capaz de comprender, solo podía temer y lamentar. Tal vez era todo culpa suya, tal vez toda crueldad del mundo iniciaba con ella… no encontraba ninguna otra razón por la que todas las gentes que la quisieran no tuvieran otro final que no fuera el absoluto sufrimiento. Tal vez si ella ya no estuviera, tal vez si se ocultara para siempre en ese bosque que eternamente cambia… tal vez todo sería mejor.

—Me han advertido —insiste en continuar, sin atreverse a mirar más que sus faldas empapadas y embadurnas por el viaje que hizo para llegar a los trolls—, me han advertido que arrebatar recuerdos bellos o positivos causa la locura, la perdida de la persona como tal… me han dicho que podría dejar de ser la persona que conocemos.

Elsa tiembla y observa espantada ante esas palabras tan extrañas, no tiene ni idea de qué están hablando, solo sabe que no le gusta absolutamente nada. —¿De qué hablas? ¿¡Anna de qué hablas!? ¿¡Qué me quieren hacer!? ¿¡Qué quieren hacerme!? —Anna se esconde en sus brazos mientras su hermana mayor grita y solloza—. ¡Anna! ¡Anna, por favor! ¡Por favor, por favor, te lo ruego! ¿¡Qué van a hacerme!? ¿¡Qué van a hacerme, Anna!? ¡Por favor! ¡Anna, por favor! ¡Te lo ruego! ¡No hagas esto, por favor, hermanita!

Pero su madre sujeta con rudeza sus cabellos y tapa su boca. —Tonterías, hija mía, no te angusties por esas cosas, los recuerdos de tu hermana no son bellos —Elsa forcejea con fuerza mientras su madre dice aquello, intentando negar con la cabeza, haciendo todo lo posible para intentar convencer a su hermana, pero Iduna clava sus uñas en la mejilla derecha de su hija y la sujeta con más fuerza para que deje de forcejear. El único motivo por el que no aprieta lo suficiente como para hacerla sangrar es porque sabe que eso espantaría a la menor de sus hijas y provocaría que se negara por completo a ayudarles—. Ella lo ve así de esa manera, pero eso no significa que realmente lo sean, Anna, tu hermana tarde o temprano, en algunos años o en algunos meses, terminara dándose cuenta de su error, de que aquel amor que ese bárbaro le profesa no sirve de nada, se dará cuenta de cuánto se ha dejado arruinar por ellos, cuántos y que terribles errores ha cometido… tarde o temprano, Anna, tu querida hermana se dará cuenta que lo que siente no es amor, porque el amor no debe de doler de la forma en la que le duele a ella.

Anna suelta un chillido cuando su padre de momento a otro está detrás de ella, levantándola del suelo, sujetándole con fuerzas los brazos y forzándola a acercarse más a su madre y a su hermana mayor.

—Cuando los años pasen, cuando sea mayor y se mantenga al lado de ese asesino, se dará cuenta del gran error que cometió —Agnarr sujeta ambas muñecas diminutas de su hija con una sola mano, apretándolas lo suficiente para darle a entender de que pensar en intentar escapar era una locura que sería gravemente castigada, con la mano que ha liberado, el rey de Noruega saca con delicadeza aquel mágico cristal del pequeño bolso de cuero que su hija tenía consigo. Con falsa delicadeza, su padre coloca el cristal en sus manitas, apretujando ahora sus manos para que la pequeña princesa pudiera sentir las esquinas del objeto mágico clavándose en su piel. Agnarr se arrodilla y susurra en su oreja—. Tú ya lo has visto, cielo, el amor no duele, no lastima, no te hace llorar, no te desgarra de tal manera tan absoluta. El amor en el que cree estar tu hermana es más bien una tortura…

Esto parece una tortura. Piensa Anna, mirando fijamente como su madre sigue batallando para que Elsa deje de forcejear en contra de su agarre.

—El verdadero amor, el amor autentico y puro, mi preciosa Anna —le va explicando mientras levanta sus brazos para acercar más el cristal del bosque hacia Elsa—, se trata de cuidar y guiar bien a la persona que quieres, se trata de protegerlos del dolor y la tristeza del amor falso, se trata de liberarlos de esa tortura… dime, Anna, ¿es que acaso no amas lo suficiente a tu hermana como para querer salvarla?

Hay un largo silencio, la pequeña da por hecho que ella es quien tiene que completarlo con su respuesta, su padre no contestara por ella, no se trata de una pregunta retórica, es genuina, su padre, su querido padre, genuinamente le estaba preguntando si es que acaso no era capaz de amar a su propia hermana mayor. Respira con dificultad, cierra los ojos y aprieta los labios en un inútil intento de no romperse en terribles sollozos, su cuerpo entero tiembla de arriba abajo, sus manos empiezan a sangrar por la fuerza con la que ahora ella misma aprieta el cristal, no es hasta ahora que se da cuenta de lo afiladas que están las puntas de aquel objeto mágico. Abre la boca en un intento ridículo de conseguir algo más de aire porque se está asfixiando de manera que sabe que en cualquier momento terminara desmayándose por la falta de oxígeno.

—Yo… yo… y-yo… yo solo… yo solo quiero —intenta hablar, de verdad que lo intenta, pero sencillamente no puede. Quiere irse, quiere irse a su cama y ocultarse hasta que el sol salga, hasta que todo vuelva a la normalidad, cuando Hiccup no existía en sus vidas, cuando su hermana le sonreía encandilada al difunto Joss, cuando sencillamente todos eran mucho más felices—. Yo solo quiero que Elsa esté bien.

Escucha los sollozos de su hermana siendo minimizados por la mano de su madre, siente la mano de su padre acariciando sus cabellos en un intento de tranquilizarla, pero no logra nada, Anna sencillamente no puede parar de sollozar, no puede parar de temblar, no puede parar de cuestionarse qué es lo correcto y qué es lo incorrecto en una situación como esta, no puede parar de lamentar que sea esta la situación que está viviendo, no puede creer que su familia, su apellido, haya caído hasta niveles tan bajos de penuria y dolor.

—¿Por qué dudas tanto? —lo escucha gruñir, siente como apretuja con fuerza sus hombros, clavándole las uñas, Anna logra contener el chillido que quería soltar—. ¿Qué pasa? ¿¡Qué pasa!? ¿Acaso no quieres salvar a tu hermana?

Anna vuelve a intentar explicarse, aunque desde un inicio sabe que no logrará absolutamente nada a su favor. —Yo…

—¿Acaso no amas a tu propia hermana? —vuelve a gruñir su padre, asustando a la niña por la gravedad de su tono, obligándola finalmente a abrir los ojos y alzar su vista, nuevamente hacia Elsa, quien no para de llorar e intentar rogarle, aunque su madre sigue censurando sus palabras con su cruel agarre—. Si piensas dejarla con esos bárbaros, si piensas darle la espalda y no guiarla lejos del peligro, Anna, serás incluso peor que esos monstruos, incluso peor que ese infernal asesino, peor que todos ellos, Anna. Porque con la opción de ayudarla decides no hacerlo, porque realmente te parece correcto dejarla con esos salvajes, dejarla en el olvido solo porque no tienes el suficiente coraje.

Ella niega con la cabeza. —¡No! ¡Yo no… yo no quiero! ¡Solo quiero que todo vuelva a ser como antes! ¡Solo quiero que todos volvamos a ser felices!

Agnarr no puede evitar arañar un poco la piel de su joven hija, está perdiendo la paciencia.

—¿Y cómo crees que puedas conseguir eso si no es haciendo lo que te decimos? —su padre la cuestiona duramente, y Anna no puede hacer absolutamente nada más que sollozar de manera horrible mientras sencillamente deja que su padre guíe sus manos, sus acciones, como la buena muñequita obediente sin voz ni voto que había decidido ser para contentar a sus padres, para recuperar a su hermana mayor, para que no volvieran a abandonarla. Si falla sus padres la repudiarían y Elsa la volvería a abandonar para irse con ese vikingo, esta era la única solución, esta era la única manera de estar con ellos otra vez, justo como en los viejos tiempos.

Mientras Agnarr susurra indicaciones en el oído derecho de Anna, Elsa puede ver como aquel cristal tan extraño que supuestamente la cambiará para siempre se coloca a tan solo unos centímetros de su rostro. Respira profundamente, intenta pensar en algo, cualquier cosa, cualquier plan que pudiera llegar a su cabeza, cualquier idea loca que pudiera salvarla. Odiaba no tener la experiencia bélica que la gente en Berk tenía, odiaba no tener esa mentalidad cruel y veloz de sus padres, Astrid se hubiera liberado a sí misma hace mucho tiempo, Hiccup tendría un plan perfecto en una situación tan compleja, sus padres ni siquiera se preocuparían si acabaran en una situación así, eran lo suficientemente brillantes como para adaptar cada inconveniente a sus maquiavélicos planes. Pero Elsa sencillamente no podía idear ningún plan, no tenía absolutamente nada que pudiera sacarla de aquella situación. Podría golpear la cabeza de su madre con la nuca, aprovechando que estaba tan cerca, o tal vez morderle los dedos hasta obligarla a soltarla para evitar el dolor, tal vez incluso podría abalanzarse contra su padre, alejarlo de Anna, o por lo menos dejarlo desorientado por el tiempo necesario. ¿Pero las cadenas que la retenían? No, no tenía para eso, e incluso si pudiera quitarse de encima a los reyes, incluso si pudiera dejarlos inconscientes, no podría librarse de las cadenas, Anna no la ayudaría, incluso si la convenciera, incluso si estuviera dispuesta a escucharla, ¿qué haría? ¿buscar por todas partes las llaves? Sus padres se despertarían antes, o Anna podría bloquearse por completo, negándose a escuchar nada más de nadie, se quedaría seguramente sollozando en una esquina, intentando entender porque su mundo estaba destrozado ¿acaso Elsa podría juzgarla? Pudo haber hecho mucho más por ella, pudo haberla protegido mejor. Debió dejar a su padre en alguna prisión noruega, bajo la vigilancia vikinga, debió llevarse a Anna consigo a Berk… la abandonó, la abandonó por completo y mientras intentaba fingir que las dolencias europeas no existían, sus padres habían aprovechado para infestar de mentiras a mente de su hermanita menor.

Podía hacerse una idea de cómo regresar a los pasillos que conocía, sabía dónde podría esconderse para esperar la llegada de Hiccup —sabía que vendía, por supuesto que vendría, Hiccup vendría a por ella— o a dónde escapar para toparse con vikingos que la llevaran de regreso a Berk. Pero esas cadenas, esas malditas cadenas, era eso lo que la retenían allí.

Ve aquel cristal brillando con una horrible intensidad y, rendida, no puede evitar sentir una sonrisa amarga tirando de sus labios.

Claro, las cadenas de toda la vida, las cadenas que le habían puesto nada más nacer. Cuando era niña, cuando aún no conocía a su prometido, se había preguntado tantas veces cómo es que había acabado encadenada a alguien como él, pero ahora que lo comprende todo, ahora que conoce la verdad… ahora sabe que jamás estuvo encadenada —ni tan siquiera atada de mala manera— a Hiccup, aquellas cadenas jamás estuvieron en su dedo anular como se pensaba, jamás estuvieron en sus muñecas. No, aquellas cadenas siempre estuvieron en su cuello y mediante grilletes viajan hasta las apáticas manos de sus padres. Encadena a ellos, da por hecho, mientras ve a su hermanita repetir lo que su padre susurra, que nunca podrá abrazar nuevamente esa libertad que los vikingos le dejaron probar.

Anna casi deja caer el cristal de la aurora cuando escucha el primer grito de su hermana. Incluso tras los dedos de su madre, aquel sonido es desgarrador y resuena por toda su cabeza una y otra vez como aquellas terribles tormentas eléctricas propias del invierno complicado de Noruega. Su padre vuelve a incrustarle los dedos en los brazos y la regaña duramente por lo que ha hecho. La niña se apresura en disculparse, aunque en verdad no quería hacerlo. Quería soltarse, quería que dejaran de tocarla, que dejaran de sujetarla de aquella manera tan cruel, tan fría, tan impropia de ellos, quería que al menos fueran más amables con su hermana mayor, pero sabe que todo lo que puede hacer es sollozar mientras ve como su madre araña las mejillas de Elsa mientras le ruge que no se mueva tan bruscamente.

Siente a su padre tamborilear sus largos dedos sobre su hombro derecho. Tiembla de pieza a cabeza y muerde con fuerza su labio inferior para al menos intentar de parar sus sollozos. Lo ha entendido a la perfección, lo ha entendido perfectamente. No puede demorarse tanto en calmarse, tienen que seguir adelante, tienen que continuar.

Las manos de su padre sueltan sus brazos y aprietan con fuerza —demasiada— cada lado de su cabeza para cubrir sus oídos del ruido.

Las manos de sus padres no son capaces… no son capaces de cubrir los gritos de su hermana mayor. Su cuerpo entero le tiembla tanto que el dolor se convierte en un ardor insoportable, pero continúa, porque sus padres tienen razón. Deben tener razón ¿verdad? Ellos son los reyes, sus protectores, las personas más sabias de todo Noruega, ellos saben qué es y qué no es lo correcto, lo correcto es esto porque ellos así lo dicen ¿no es así? Claro, claro que tiene que ser así, ellos estaban haciendo solo lo necesario para que pudieran volver a ser felices, para que volvieran a estar juntos. Era justo lo que había dicho su padre, era precisamente esto: estaban salvándola.

Solo tenía que ignorar la manera en la que se retorcía de dolor, solo tenía que ignorar sus gritos, solo tenía que ignorar como el brillo se le iba de los ojos. Solo tenía que ignorar aquella estúpida vocecita diciéndole que algo, algo estaba mal.

Su madre deja con cuidado a Elsa cuando finalmente termina, cuando finalmente todo se ha acabado, la deja recostada en el suelo, completamente inconsciente y, con delicadeza, le quita las cadenas que apresaban sus muñecas. Su padre está a punto de llamar a los guardias para que carguen a su hija hasta las duchas, donde las mucamas de siempre la bañarían con cuidado y vestirían lo mejor posible, pero uno de ellos irrumpe bruscamente en la sala, arrastrando consigo a un niño para colocarlo delante de los reyes de Noruega. El pobre muchacho chilla y patalea, tiene un moretón en una mejilla que demuestra que le han golpeado, y el soldado lo sujeta de los cabellos, sacándole lagrimillas.

—Lo hemos encontrado oculto tras unas cajas, con un saco encima, escuchándolo todo —explica algo temeroso el soldado, sabiendo que definitivamente se ganarían una buena represalia por haber permitido que un simple niño hubiera podido infiltrarse—. ¿Qué hacemos con él?

Agnarr chasquea la lengua, molesto e indignado. Sube el pulgar al lado izquierdo de su cuello y rápidamente lo mueve hacia el lado derecho.

—¡No! —la pequeña princesa logra soltarse del agarre de su padre y correr para detener la espada del soldado—. ¡Por favor, no!

Kristoff se limita a mantener los ojos cerrados, ignorando la manera en la que siente como los dedos de Anna son lo único que lo alejan de aquella mortífera hoja de espada. Tiembla como loco, pero puede evitar llorar delante de ella —sabe a la perfección que es último que necesita Anna en ese momento— al respirar profundamente y hacer todo lo posible para regular el doloroso latir de su corazón. El soldado deja caer la espada en cuanto puede, como si la empuñadura le quemara a través de los guantes de cuero, Anna ignorando el ardor de sus heridas se abraza con fuerza al cuello de Kristoff, y el muchacho le corresponde levemente, observando aterrorizado como lo único que detiene al rey de acabar el trabajo es la mano que su esposa le coloca en el hombro.

—Llevad a Elsa con sus mucamas —ordena la reina de Noruega—. Y luego reunid a todos vuestros hombres en la sala del trono, hemos de asegurarnos que aquellos en los que no podemos confiar no recuerden qué ha ocurrido exactamente esta noche.

El soldado golpea su propio pecho y se inclina ante la reina. —¡Sí, su alteza! —brama fuertemente, asegurándose de dejar en claro de todas las maneras posibles que él era uno de esos en los que se podían confiar. El hombre llama a otros compañeros de armas para que vaya corriendo la voz de las ordenas de la reina y le encarga al más alto de todos ellos que se encargue él de llevar a la princesa heredera al trono.

Al final, los únicos que se quedan en aquel profundo calabozo son Kristoff y Anna, porque los reyes de Noruega se marchan lentamente, apenas mirando a los niños pequeños.

—Mientras más cerca esté, mejor lo controlaremos —es lo último que escuchan a la reina, quien no parece interesa en susurrar lo que supuestamente debía de ser un secreto solo digno de ser escuchado por los oídos de su marido. Kristoff se queda mirándola fijamente por unos segundos, pero pronto regresa su atención a Anna, pronto se preocupa más por abrazarla y consolarla que por su propio bienestar. La apretuja contra su cuerpo con toda la fuerza que tiene, con todo el sentimiento que puede transmitir. Y se lo repite.

Le repite esa mentira que los reyes de Noruega no han parado de pronunciar desde que le propusieron aquel infame plan a su hija menor.

—Todo estará bien.

Nada estaría bien, nada jamás estaría bien, nada jamás se arreglaría. En el fondo todo el mundo lo sabía. Desde aquel simple campesino que intentaba consolar a la muchacha que amaba, desde los reyes crueles que rezaban en silencio para que sus planes siguieran funcionando, pasando por los soldados que se intentaban convencer que perder la memoria de una noche era mucho mejor que terminar muertos, concluyendo en las mucamas que no sabían absolutamente nada, solo que tenían que bañar y vestir a la pobre princesa que poco a poco despertaba y ayudaba como podía, en su terrible somnolencia, a facilitar el trabajo de las sirvientas del palacio.

Elsa suspira encantada cuando la dejan en su cama, está mucho más despierta que antes, seguramente le costará un poco volver a dormirse, pero eso quitaba el hecho de que estaba encantada con el hecho de que estaba recostada en su comodísima cama. Puede que el cuerpo entero le doliera, que las mejillas le ardieran un poco y que sus muñecas estuvieran causándole bastante dolor. No, lo importante, y lo que en verdad en cierto punto aún no se lo creía, era que estaba finalmente en casa. ¡Qué bien que sonaba eso! ¡Estaba en casa! Luego de todo ese infierno, luego de todo ese terror y confusión ¡Estaba de regreso en su hogar! Con su hermanita que la había recibido entre lagrimones algo infantiles, con sus padres que finalmente podían respirar con calma ahora que había vuelto, rodeada de esos mismos soldados que habían arriesgado sus vidas —y habían salido muy bien parado, felizmente— para irrumpir en zonas vikingas para rescatarlas de las manos de aquel asesino infernal. Estaba en casa, le dolía haber pasado por todo ello, le atemorizaba que algo así le hubiera ocurrido, y le dolía en el alma haber perdido a su prometido, a su Joss, pero el luto no era suficiente para detenerla de abrazarse a las almohadas y sabanas y agradecer a Dios Todopoderoso y a la Virgen María de que estuviera nuevamente protegida por las personas que la amaban, lejos de los vikingos, lejos de la guerra… lejos de él.

Qué raro… no podía recordar su rostro del todo, mucho menos los detalles exactos de qué era lo que le había hecho todo este tiempo… la verdad, es que solo recuerda que había sido horrible. Puede recordar cómo se sentían las escamas de aquellas bestias que escupían fuego, recuerda el aroma a alcohol y madera inundando sus fosas nasales, cree recordar lo mucho que aquellos dedos llenos de callos y heridas le raspaban… pero no es capaz de recordar absolutamente nada más de aquel desquiciado vikingo.

Bah, pues mucho mejor en verdad. Seguramente si las conservara, aquellas memorias no la dejarían descansar por la noche, y era justamente eso mismo lo que intentaba hacer en esos momentos. Dormiría sin pena ni tapujo, hasta que el cuerpo ya no aguantara más tiempo estando recostado, cuando lo pensaba bien, es que sencillamente se merecía un muy buen descanso, desarmarse por completo entre las sábanas y permitirse bajar por completo la guardia, dejar que la calma de aquella habitación que tanto adoraba le ayudara a terminar de olvidar todo aquel infierno por el que tuvo que pasar.

Se sintió como un parpadeo. Evidentemente no tenía forma alguna de saberlo, pero en verdad se creyó que apenas había podido cerrar los ojos porque, luego de que le hubieran arrebatado recuerdos tan importantes, su mente sencillamente no tuvo nada con lo que trabajar, no pudo formular ningún sueño que le hiciera creer que había dormido por una hora entera, como realmente había ocurrido.

La cosa es que, según Elsa, en tan solo un simple parpadeo él estaba ahí. Sin mostrarle su rostro, completamente a oscuras, con una extraña espada llameante delante de él, levemente inclinado en su dirección, dejando que las llamas alumbraran las peores partes de todo su ser.

El apodo de asesino del infierno le venía estupendamente.

Pega un respingo brusco de inmediato, se apretuja rápidamente contra la cabecera de su cama, se abraza el cuerpo mientras intenta convencerse de que solo está teniendo la peor pesadilla que jamás podría tener, se abraza para buscar confort en sí misma, pero, sobre todo, lo hace porque quiere asegurarse de que él no sea capaz de tocar ninguna parte de ella.

—Eh, eh, tranquila —se retuerce aterrorizada cuando lo escucha hablar, cuando siente el candor de aquella espada acercándose, cuando siente unos dedos enguantados rozando su rostro. El aire se le escapa de los pulmones y no encuentra manera alguna de dejar de temblar—. ¿Qué te pasa? Soy yo, mi princesa, he venido a sacarte de aquí —quiere gritarle que le deje en paz, que se vaya, pero no sale nada por el nudo de su garganta. Empieza a llorar cuando finalmente la mano de aquel monstruo acuna su mejilla—. ¿Te he asustado con la máscara, amor? Juraba que ya me habías visto con ella.

Vete. Quisiera gritárselo, pero tan solo es capaz de pensarlo, la imagen de aquel sujeto la llena de tanto miedo que sencillamente no puede salir de aquel estado de parálisis en el que se había quedado por su culpa. Es horrible, no hay manera alguna de describirle a parte de aquella palabra: era innegablemente horrible. Aquella espada, aquella máscara, aquella figura, toda su presencia no era otra cosa que la peor de las pesadillas.

Se voltea bruscamente cuando el sujeto enciende la lámpara de gas que tenía en el mueble al lado de su cama, ¿cómo sabía cómo encenderla? ¿cómo la había encontrado tan fácilmente? Lo ve apagando aquella espada y guardándola en su costado, cierra con fuerza los ojos cuando ve que levanta los brazos para quitarse aquel espantoso casco. No, no quería recordar su rostro, no quería que atemorizase sus pesadillas.

—Vamos, mi princesa, ya todo está bien, estoy aquí contigo —¿por qué le habla así? ¿por qué era tan delicado? Una bestia no debería tener derecho a fingir tan bien que era humano. Criaturas así solo deberían tener derecho a gruñir, maldecir y gritar—. No pienso permitir que nadie vuelva alejarte de mí, te prometo que jamás volveré a permitir que esos lunáticos te aparten de mí.

Con ambas manos aquel monstruo toma su rostro para alzarlo, atemorizada entiende qué es lo que está intentando en esos momentos y todo lo que logra hacer es empujarlo lo más lejos posible. Sollozando y con el aire escapando de sus pulmones, Elsa logra arrastrarse fuera de su cama y empezar a chillar con todas sus fuerzas.

—¡GUARDIAS! ¡GUARDIAS! ¡ALGUIEN, POR FAVOR! ¡AYUDA! —grita con todas sus fuerzas, corriendo apresurada a las puertas de su habitación para escapar de él. Por favor, que solo sea una pesadilla, por favor, que solo sea una terrible pesadilla.

Pero el leve dolor que le recorre las muñecas cuando él la detiene le confirma que todo lo que está pasando es completamente real.

—¡Elsa! ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás haciendo esto? —la angustia de su voz le parece tremendamente enfermiza. ¿Cómo podía atreverse aquello? La había secuestrado, maltratado y forzado a ser su mujer, ¿y ahora se preguntaba por qué quería escapar de él?

—¡Suéltame! —chilla, intentando liberarse de su duro agarre—. ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡POR FAVOR, ALGUIEN! ¡AYUDA!

Hiccup sabe aguantarse las lágrimas para cuando los soldados finalmente entran apresuradamente, no entendía porque Elsa lo rechazaba, no entendía por qué le estaba dando la espalda, no entendía por qué ni tan siquiera lo miraba a la cara. No entendía absolutamente nada, pero sabe que lo último que necesita es que esos malditos sabuesos de la corona lo vean llorar. Elsa termina liberándose de su agarre y lo primero que hace es correr hacia su padre, quien, recién lo nota Hiccup, está frente a todos sus hombres.

—¡Llevaros a la princesa a una zona segura! ¡AHORA! —brama Agnarr, indicando mudamente con un gesto a sus soldados que no disparen a pesar de que Hiccup ha sacado su Inferno. Antes de que se dé cuenta, tan solo quedan dos soldados, que no dejan de apuntarlo con sus rifles en lo absoluto y Agnarr, el rey que cambia de expresión en cuanto su hija deja la habitación.

Una sonrisa burlona se dibuja perfectamente en el rostro recién rasurado del rey de Noruega. Toma algo de su bolsillo y lo levanta frente a Hiccup. —Te lo dije, muchacho —dice, lanzándole el pequeño objeto—. Este es mi juego, yo hago las reglas. Te diría que esto es un jaque mate, pero, bueno, eso significaría que te considero algo más que un simple peón.

Espantado, Hiccup se da cuenta de qué es lo que ha atrapado, se da cuenta de qué es lo que tiene en la mano.

El anillo de Elsa.

Apaga Inferno.

—No vuelvas, pagano —masculla el rey—, tal vez así te deje vivir… por el momento al menos. Ni siquiera voy a pedirte que retires tus tropas, no, lo haremos nosotros mismos, no deberías angustiarte. Ten una linda noche, muchacho.


Hacer olvidar a gente que no quiere recordar… digamos que es un arte maquiavélico terriblemente sencillo y sumamente recompensante. Noruega logra que sus países aliados olviden el terrible error que cometieron al creer que realmente serían capaces de contener la ira y la rebeldía natural de las gentes vikingas, después de todo las familias reales y nobles que mandaban sobre las naciones europeas hubieran hecho lo que sea por aquella oportunidad que los reyes de Noruega, aquellos que habían vuelto del infierno de momento a otro para fascinación de sus iguales, les proponían para librarse de los desalmados monstruos que habían arruinado sus naciones. Solo hacía falta borrar las memorias de los líderes, de aquellos que habían estado en esa fiesta, de aquellos que sabían lo suficiente sobre lo que había sido el pacto entre el reino cristiano de Noruega y las tribus paganas vikingas del norte. Modificar solo un poco, borrar muchas menos cosas de las que se tuvieron que borrar de la mente de la princesa heredera al trono noruego. El mundo moderno, el mundo cristiano y continental jamás llegó a aquellas islas atrasadas en el tiempo, jamás llegaron a encontrarse hasta que, sin aviso ni motivo, los vikingos llegaron con ansías de conquista y de sus antiguas victorias a la reunión más grande de líderes del mundo moderno, acabando con la línea de sucesión alemana, forzando a los soberanos a entregar sus tierras y soberanía, llevándose con ellos a muchacha que consideraron la más digna para el joven futuro jefe de la tribu líder. Fue tan sencillo implantar una memoria que quitara toda aquella vergüenza que ni siquiera fue necesario que Anna hiciera los honores, Iduna, con el poco conocimiento que aún poseía del funcionamiento de aquellos cristales, fue capaz de encargarse de ello por su cuenta.

Historiadores y pensadores fueron un poco más complicados de controlar, después de todo la joven e infantil regenta había defendido con uñas y dientes su libertad de expresión y había asegurado que jamás tendría problema alguno con que se escribiera en contra de la corona noruega o de cualquier otra familia real, la joven regenta había defendido de los líderes vikingos a sus filósofos y escritores, que fueran ahora sus legítimos soberanos quienes estuvieran planeando una censura tan absoluta los había dejado indignados, arruinados y tan, pero tan decepcionados. Aunque, claro, la gente que no recuerda qué era lo que defendía, no puede seguir ofendida por aquello que le arrebatan o niegan. ¿Cómo escribirían de las horribles mentiras que los legítimos soberanos de Noruega intentaban esparcir por el mundo entero si olvidaban para siempre la verdad?

Anna simplemente cerró los ojos y fingió de nada de eso estaba ocurriendo, tapaba sus orejas, se escondía lejos de las asambleas que sus padres llevaban a cabo, convenciéndose de que todo aquello era lo correcto, convenciéndose de que, justo como siempre repetían sus padres, solo estaban ayudando al mundo, solo estaban permitiendo el progreso y la salud de su hermana, que ya había pasado por demasiadas cosas. Anna se limitaba a quedarse con su hermana y su importante tarea, se limitaba a ser su consejera.

Elsa Bernadotte tenía que conseguir marido, y tenía que hacerlo lo más rápido posible, solo así podría permitirse que dejaran de verla como la muchacha secuestrada por los vikingos, como la princesa que había sido desposada con uno de esos crueles barbaros, era la futura reina, no podía seguir viéndola de esa manera, sabía eso, pero en cierto punto no entendía del todo por qué tantas prisas, pero sus padres le aseguraban que mientras más se apresurara todo sería mejor, antes se quitaría ese peso. A ella le gustaría poner conocer de verdad a todos esos pretendientes, no solo ver las fichas que sus padres le traían del tipo de relación política que ya había entre sus países.

La menor de las hermanas arañaba el dorso de su mano mientras la observaba leer y releer las fichas de todos esos pretendientes. Anna sí sabía por qué Elsa debía de apresurarse, odiaba tener que ser consciente de ello, incluso muchas veces se planteó eliminar ese recuerdo con los cristales de la aurora, pero sus padres habían insistido con que ella tenía que recordar para que la historia no se repita, para mantener a su hermana a salvo, para rescatarla otra vez si hacía falta. La boda entre ese pagano y Elsa se adelantó mucho más de lo que sus padres jamás habían planeado, su hermana mayor se había convertido en mujer, se había entregado a ese monstruo… la posibilidad de que estuviera embarazada, que estuviera esperando un hijo de aquel sujeto, que el mundo entero descubriera que había perdido realmente su virginidad… sería horrible, jamás se lo perdonarían, jamás le permitirían olvidarlo, vería siempre a aquel cruel ser desalmado cada vez que viera a su propio hijo. Lo mejor era que se casara lo más pronto posible y que fuera capaz de creer que aquel niño era del hombre que escogiera.

Elsa suspira frustrada, apartando bruscamente otra ficha lejos de ella. Anna intenta sonreírle.

—Me niego a casarme con un francés, sé perfectamente qué es lo que hacen en esas fiestas —masculla luego de haber leído infinidad veces las fichas de varios marqueses, duques y descendientes de caballeros de aquel reino—. ¿Por qué esto tiene que ser tan complicado? —reniega, recargando la cabeza contra el hombro de su hermana menor.

Anna suelta una risilla. —Porque los hombres de la realeza dejan mucho que desear.

Elsa le dedica una sonrisa juguetona, de esas que últimamente le costaba muchísimo dibujar en su rostro.

Intentando ayudar un poco, Anna extiende el brazo para capturar algunas fichas.

—¿Qué tal si lo hacemos por descarte? —propone, sonriente. Empieza a separar los documentos—. Franceses no —comenta, eliminando al menos unas cinco fichas—. ¿Qué piensas de alguno de los trillizos ingleses?

—¿No son un poco mayores para mí?

Anna se hunde en hombros. —No sería la más marcada diferencia de edad que he presenciado, o que nuestros padres han propuesto.

Elsa hace una mueca. —No me gusta cómo actúan, ni hacia las demás gentes ni entre ellos, a veces se comportan como si fueran una sola persona, sería como estar casada con los tres. Además de que seguramente los ofendería por confundirlos. Los trillizos están descartados.

Su hermana asiente, dejando de lado las tres fichas.

—Los mellizos españoles, son más cercanos a tu edad, aunque al menor tampoco le llevas tantos años —Anna no espera más, descarta al menor de la familia española en cuanto ve la mueca de su hermana.

—Es menor que tú, eso sería desagradable —es lo único que comenta—. Aunque los mellizos no suenan a una mala opción, he llegado a escuchar varias veces que Carlos es todo un romántico.

—Y es él precisamente el menor, ¿no es así? Perfecto para el puesto de rey consorte.

Elsa sonríe un poco más aliviada. —De acuerdo, por el momento Carlos de España es buen pretendiente. ¿Quién más hay?

Anna frunce un poco el ceño. —Qué raro, han añadido al príncipe del imperio japonés, el hermano menor del emperador.

—¿Hiro Hamada? —cuestiona Elsa alzando una ceja, su hermana menor solo asiente—. ¿No se le había visto varias veces ya con esa muchacha de Estados Unidos? ¿cómo era que se llamaba? Solo recuerdo que era hija de algún burgués importante que había emigrado desde Reino Unido.

—Creo que era Violet Parr, algo así —dice mirando la ficha del príncipe del imperio—. Se habrán confundido, o tal vez nuestros padres no han escuchado los rumores aún. En fin, creo que es obvio que lo podemos descartar —sonríe mientras se deshace de la ficha—. ¡Oh! ¡Los príncipes italianos! Nuestro padres proponen al príncipe Lars, al príncipe Valentino, al príncipe Casto y al príncipe Fabio.

Elsa ladea la cabeza un poco, extendiendo la mano, recibiendo alguna de las fichas. —Recuerdo un poco de Lars —comenta como si nada, haciendo que a su hermana temblara un poco, las memorias sobre aquellos días en Italia había sido las más complicadas de manipular—, no me gustó mucho su actitud, obrando tras las espaldas de sus hermanos, mostrando tan poca empatía y unión para su familia. No sé si algo así nos convendría.

Anna asiente mientras Elsa pasa a la ficha de Valentino. —He oído que el príncipe Valentino no es realmente una persona que podría considerarse encantadora… da algo de miedo y dicen que maltrata a su servidumbre.

La ficha de Valentino salió volando, en Noruega las gentes que atendían a las princesas siempre eran tratadas con dulzura y aprecio, la futura reina no quería nada similar a alguien como el príncipe Valentino creyéndose el soberano del palacio en el que ella fue criada y cuidada por esas maravillosas personas.

—Entonces las opciones italianas se reducen a Casto y a Fabio, por si te parece importante, Casto es solo un año mayor que tú, mientras que Fabio es dos años menor.

Elsa asiente mientras toma la ficha de Casto de las manos de su hermana. —Sí, creo que prefiero a alguien más cercano a mi edad, lidiar con gente menor me pone incómoda, en todo caso los dejo para ti.

Para sorpresa de la mayor, Anna resopla.

—No me interesan los italianos. Sé que son una buena opción, una buena forma de cerrar todos los males que ambos reinos nos llevamos por el ataque de esas bestias, pero sencillamente no me llaman mucho la ilusión.

—Juraba que te habías interesado por el menor de todos ellos, el príncipe Hans, ¿no era así?

Anna hace una mueca. —Eso fue hace mucho tiempo —murmura, y antes de que su hermana pudiera preguntarle para que le explicara un poco más de dónde venía esa mala relación, Anna la interrumpe—. Entonces, todo se reduce a Carlos o a Castro, ¿cuál crees que sería una mejor opción?

Elsa levanta ante ellas las fichas de ambos príncipes. Ambos eran buenas opciones, príncipes sin una oportunidad muy clara para ganarse el trono de sus patrias, ambos se quedarían quietos en sus puestos de reyes consortes, sin atreverse a ponerse sobre ella, sabiendo siempre que la verdadera soberana era ella. Ambos eran territorios muy alejados, hombres sin acceso directo al poder eran mucho más seguros aislados de sus familias y aliados, distanciados de la gente que podría ayudarlos a conseguir el trono para ellos solos. No definiría a ninguno de ellos como extremadamente atractivos, especialmente a Carlos, tenía una cuidada melena morena y unos ojos pardos algo llamativos, pero su rostro era algo hosco y la endogamia característica de los españoles se notaba un poco él. Por otro lado, Casto era… simple, sencillo, nada del otro mundo. Unos ojos marrones sin mucho brillo, una oscura melena bien peinada, no mucho más.

Casto estaría especialmente agradecido por llegar a ser rey, el séptimo en la línea de sucesión, demasiado lejos como para esperar a que la muerte le sonriera a él y no a sus hermanos. Si el hermano mayor de Carlos moría, él sin duda volvería para gobernar España, negándole la oportunidad al menor de la familia española.

Italia estaba en una buena situación, deshaciéndose de los vikingos mucho más rápido que cualquier otro reino, mostrando que no habían conseguido el trono por compasión. España no solo tenía que lidiar con los problemas que traían las gentes del norte, las disputas internas continuaban, los deseos de revolución y el apoyo a otros soberanos aún estaban muy arraigados en su situación política. Si la guerra civil comenzaba en España, Carlos lo aprovecharía para quitar a su hermana de en medio, conseguir su propio trono sin la necesidad de casarse con la pequeña princesa secuestra de Noruega.

Delicadamente, Elsa deja la ficha de Carlos en la mesa ante la atenta mirada de su hermana menor, que siente que puede respirar un poco más tranquila al saber que su hermana ya había tomado una elección.

Casto Westergaard… parecía una buena elección.


Segunda Parte: La coronación de la princesa.


Su padre abdica para que ella fuera coronada justo antes de su boda con el príncipe Casto de Italia. Se convierte en reina a los quince años, la pequeña princesa angelical que los vikingos habían secuestrado ahora era una reina, una firme y orgullosa de haber sobrevivido, una que no piensa agachar la cabeza, una que piensa andar al lado de su futuro marido para recordarle al mundo entero que ella no es la mujer de un bárbaro vikingo.

El día de su boda… el día de su boda fue mucho más mediocre de lo que hubiera deseado, había estado emocionada, realmente había estado ilusionada. Pero Casto parecía aburrido mientras la veía caminar hacia al altar, parecía ansioso por dejar la preciosa catedral en la que se estaban casando, parecía apresurado, incluso se atrevería señalar que irritado, cuando su padre la entregó elegantemente. Elsa se atrevió a mirar de reojo la reacción de su padre, pero no encontró nada más que una sonrisa encantadora y llena de ilusión, una que Casto no parecía tener interés alguno en imitar.

Tal vez… tal vez solo estaba sobre analizando lo que ocurría a su alrededor, tal vez solo se estaba convenciendo a sí misma de que Casto no estaba realmente contento, tal vez en verdad es que había esperado mucha más emoción de lo que un digno rey debería de mostrar. Se tranquiliza en cuanto está delante de él. Sería una vergüenza para él que mostrara demasiada emoción, sería una vergüenza mostrar la emoción digna de un niño pequeño. Casto Westergaard sería el rey consorte de Noruega y debía de actuar como tal, sin permitirse mostrar demasiado tan solo ver a su futura esposa caminar hasta al altar. Además, después de todo no habían tenido absolutamente nada de tiempo, en cuanto Elsa comunicó su decisión a sus padres ellos no demoraron ni un minuto para enviar el mensaje a Italia de que la princesa había tomado una decisión, ni siquiera habían tenido una conversación a solas. Tal vez Casto había tenido a una amada en Italia, tal vez este matrimonio no le convencía del todo, tal vez solo necesitaba un poco más de tiempo, una verdadera charla privada para sentirse realmente a gusto con su mujer.

Tal vez repudiaba la idea de consagrarse en matrimonio con una muchacha secuestrada y casada con un vikingo. Elsa tenía que recordarse mil veces que no importaba que un divorcio como tal jamás hubiera ocurrido, ella había sido forzada, ella no seguía las normas vikingas, él no había hecho una ceremonia cristiana para ella. Nunca estuvo realmente casada con ese salvaje, era una mujer virgen y digna, casándose por primera vez con un buen y digno hombre cristiano.

Todo estaba bien, absolutamente todo estaba bien. Y si no lo estaba ahora, pronto se arreglaría, no había realmente ningún buen motivo para que ella tuviera que preocuparse. Todo estaría bien, no le ocurriría nada malo, sería feliz con su digno marido cristiano, alejada para siempre de la marca que aquel bárbaro intentó dejar en ella.

Al aceptar finalmente su segunda copa de Champagne mientras observa a Casto tomar bruscamente de una bandeja su séptima copa de vino, se permite preguntarse si es que acaso su marido tomaba para aliviar el dolor de un matrimonio que él realmente no deseaba.


AVISO: la siguiente escena relata un abuso sexual levemente gráfico, si no deseas leer esta parte puedas saltar hasta el siguiente separador


Nadie parece estar dispuesto a comentar nada a pesar de la leve incomodidad notoria en la reina que observa a su marido avanzar junto a ella a la recamara real con una botella llena de vino italiano en la mano, nadie parece estar dispuesto a comentar nada cuando el ahora rey de Noruega se niega a aceptar la mano que su esposa le ofrece. Tan solo la princesa Anna hubiera sido capaz de comentar algo, tan solo ella se hubiera atrevido a interceder por el bien de su amada hermana mayor… pero la princesa Anna se había ido a dormir hace muchas horas, en aquellos últimos meses todo aquel cansancio acumulado por un año la antigua regenta lo arreglaba abrazándose a las sábanas de su lecho desde muy temprano.

Cuando Casto cierra con fuerza la puerta, Elsa no tiene ni la más remota idea de por qué la está mirando con tanta rabia, como si le hubiera insultado, como si le hubiera atacado, como si hubiera atrevido a maldecir su nombre y el de su familia. Por un momento se plantea que tal vez es solo que su marido tiene la mirada perdida en algún punto no concreto y ella solamente estaba en medio, pero al moverse para empezar a quitarse las joyas supo de inmediato que aquellos ojos rabiosos estaban clavados en ella. Tal vez haberle dado la espalda había sido mala idea, sobre todo cuando se pega aquel tremendo susto al escucharlo abrir bruscamente su botella de vino. Se voltea levemente solo porque ya se ha quitado todas las joyas de encima, los pendientes, los anillos y los collares. La está mirando fijamente, aún con aquel desprecio indescifrable, sin parar de tomar desde la boquilla de la botella.

Se regaña inmensamente a sí misma por atreverse a pensar algo tan insultante hacia su marido. Se regaña cuando fugazmente aquel recuerdo llega a su cabeza. El recuerdo de esa voz, de aquel sujeto, de aquel monstruo, hablándole con un inmenso cariño, acunando delicadamente su rostro, angustiado por tranquilizarla… todo lo contrario a Casto, que se sienta bruscamente a los pies del lecho que desde ahora compartirán.

Dannata puttana —lo escucha mascullar, observa como esos oscuros orbes siguen clavados a pesar de que ha vuelto a moverse, realmente rogando para que aquella furia que no comprendía no fuera en contra suya. Intenta recordar lo poco que sabe de italiano, pero no es capaz de traducir lo que le dice, se pregunta si sería correcto preguntarle que lo repitiera en su idioma en común, pero Casto vuelve a hablar antes de que ella tan siquiera pudiera abrir la boca—. Debieron haberte dejado con esos bárbaros.

Araña la madera del tocador mientras lo observa espantada.

¿Por qué…? ¿por qué acababa de decirle algo tan horrible?

Se apresura a limpiar sus lágrimas, balbucea nerviosa. —¿Por… por… por qué estáis…?

—Cierra la boca.

Le obedece de inmediato por inercia, ¿qué estaba pasando? ¿por qué le hablaba así? ¿por qué le estaba tratando así? ¿era acaso el alcohol? ¿había tomado demasiado?

Elsa juguetea con sus dedos, temblando del miedo y por los nervios ¿qué tenía que hacer ahora? ¿dejar que se le pase y esperar a mañana por la mañana para sellar por completo su matrimonio? ¿tomar el papel de reina y obligarle a comportarse? ¿simplemente esperar a que se disculpe? Esto era demasiado, tremendamente inesperado, eran sus padres quienes se encargaban de estas cosas, eran ellos quienes sabían reaccionar cuando algo inusual llegaba a ocurrir, ellos cuidaban de ella en estas situaciones, ¿acaso lo mejor era salir de la habitación y buscarlos para solucionarlo todo?

Dannata puttana —vuelve a gruñir.

Finalmente Elsa aprieta los labios. —Os pido que por favor os— ¡Ah!

Pega un brinco hacia la izquierda al ver como la botella de vino volaba hacia su dirección. Termina cayéndose al piso, cubriéndose la cabeza y llorando desesperadamente mientras escucha como el contenedor de alcohol no solo estalla en miles de pedazos sino que también destroza el espejo de su tocador, llenando todas sus joyas de cristales y vino, lo único positivo es que nada había llegado hasta ella. Se arrastra penosamente lejos del mueble, sollozando estridentemente, intentando recuperar la respiración, incapaz de entender por qué esto le estaba ocurriendo a ella. Y entiende mucho menos al oír los pasos apresurados de su marido, y solloza con más fuerza cuando aquella cruel mano toma bruscamente de sus cabellos y tira hacia arriba. Intenta quitárselo de encima, empujándolo con ambas manos, pero todo lo que consigue es recibir una bofetada.

Se queda completamente quieta, aferrada a su propio cuerpo, incluso olvidando el dolor de la cabeza y de su mejilla. Solo puede seguir llorando y temblar como si estuviera desnuda bajo una tormenta de nieve, incluso sus dientes rechinan entre ellos. No quiere mirarlo a la cara, se limita a fijarse en el suelo, no quiere mirarlo a la cara, no quiere que la atormente en sus pesadillas, no quiere que también la lastime allí.

—No eres más que una asquerosa mujer desvirgada por los bárbaros, no me sorprendería que esas bestias hubieran terminado llegando a mi reino por culpa tuya. Zorra arrastrada, debieron dejarte como la furcia de esas gentes en vez de intentar venderte como una digna esposa cristiana ¡Debería darte vergüenza creer que podrías volver como si nada!

Se cubre el rostro ante ese grito, intentado evitar una nueva bofetada. Casto la tira contra el suelo bruscamente con un gruñido furioso, pero ella nunca deja de cubrir su rostro, al menos no hasta él toma sus muñecas y las aparta de allí.

—Has sido lista a elegir, ¿no es así, puttana? Elegir que yo, el séptimo en mi línea de sucesión, sea tu marido. Yo, que no conseguiré el trono de mi patria, yo, que haría cualquier cosa por una corona —finalmente lo mira, y se arrepiente en ese mismo instante, porque esa rabia tan profunda y venenosa la asfixia de una manera horrible, como si en verdad estuviera ahorcándola—. Vosotras las mujeres herederas me ponéis enfermos. No hacéis nada, no os merecéis lo que se otorgan, os basta con abrir las piernas y parir hijos sanos para que os lo entreguen todo sin tan siquiera pediros un mínimo de utilidad. Zorras arrastradas cada una de vosotras, os arrancaría la cabeza a todas vosotras si pudiera, os mataría sin dudarlo un segundo para entregar vuestros tronos a dignos posibles soberanos. ¡Y deja de llorar de una puta vez!

La abofetea otra vez, y como la suelta las manos aprovecha para volver a intentar a empujarlo, esta vez logra por lo menos apartarse lo suficiente como para alejarse de él.

—¡No es así! —chilla abrazada a sí misma, agazapada contra una esquina—. ¡No tenéis ni idea de por lo que he pasado! ¡No sabéis todo lo que hice para mantenerme pura!

—¿¡Osáis a mentirme!?

—¿¡Acaso tenéis forma alguna de demostrar que no soy virgen!? ¿¡Tenéis prueba alguna!? —no sabe cómo lo logra, pero consigue igualar los gritos que hasta él le ha dedicado—. ¡Si tan seguro estáis de que no soy doncella pues id a contadlo al reino entero! ¡Mostradles vuestras locuras! ¡Si sois tan valiente para acusarme en privado sed lo suficientemente hombre para hacerlo ante mi reino!

Se apretuja aún más contra la pared cuando lo ve apretando los puños y los dientes, cuando lo ve temblando de la rabia, cuando lo ve avanzando hacia ella, cuando se da cuenta y no tiene duda alguna de que aquel hombre le daría igual por completo si entre su rabia llegaba a matarla… llegaba a herirla por completo. Niega y ruega de que la deje en paz entre sollozos y horribles y dolorosos temblores, le ruega que se aleje, ella misma intenta irse, pero Casto la sujeta con rabia, clavando sus uñas, de los hombros y la arrastra hasta el lecho. Intenta golpearlo, intenta empujarlo, darle patadas, arañarlo, cualquier cosa que lo apartara de su cuerpo, pero pierde por completo cuando la tumba bocabajo en la cama y empieza a arremangar sus faldas.

Patalea e intenta arrastrarse lejos de él y de sus crueles manos, pero una de ellas vuelve a tomar su cabello y a tirar con tanta brutalidad que realmente solo sería necesaria un poco más de fuerza para ser capaz de arrancarle uno que otro mechón de cabello. Se le escapa un grito agudo y la respuesta de su marido es apretar su rostro contra el colchón, tapando así todos sus gritos y ruegos por ayuda. Araña las sábanas hasta romperlas cuando siente la mano libre de Casto tirando de sus ropas interiores, rasgándolas por completo, dejándola a su completa merced.

—No —logra sollozar cuando el agarre sobre sus cabellos se sueltan un poco—, por favor, por favor, no, por favor, por favor, por favor…

Sin ninguna intención de escuchar los sollozos de su esposa, Casto se asegura de volver a apretujar su cabeza en contra del colchón mientras baja sus pantalones torpemente al solo ser capaz de usar una mano.

Mientras horribles alaridos se quedan silenciados por las sábanas y el suave colchón, Casto tiene que admitir que está sorprendido, tiene que admitir que se había equivocado con respecto a la reina de Noruega, se había equivocado con respecto a su nueva esposa, que tal vez no sería tan complicada de soportar como había dado por hecho.

—He de reconocerlo, su majestad —dice con simpleza mientras araña su piel para indicarle que deje de moverse—, sangráis como una virgen.


Se pasó toda la noche llorando, con los ojos bien abiertos, solo siendo capaz de cerrarlos cuando sintió el movimiento de Casto tras su espalda. Escuchó como bostezaba, como maldecía en italiano, como se levantaba y como se iba, se quedó unos largos minutos esperando, asqueada por la sangre que seguía manchando sus muslos, arañando aún más las sábanas ya destrozadas. Tiembla de miedo, rabia y dolor mientras se va levantando poco a poco, intentando recomponerse, intentando tomar algo de aire, intentando poner todo en orden.

Casto la había violado, Casto la había tomado a la fuerza, luego de haberla golpeado repetidas veces..

Casto tenía que irse. Tenía que irse ya.

No sabe cómo lo logra, pero consigue cubrirse bien con una bata enorme que tapa todas sus vergüenzas de la noche anterior, no encuentra más calzado que los tacones de la noche pasada, los tacones blancos y preciosamente decorados de su boda, y como no quiere ni volver a ver tan siquiera aquel glorioso vestido blanco, Elsa decide irse de su habitación de casada y caminar los magníficos pasillos del palacio de Noruega completamente descalza, completamente desnuda bajo aquella suave bata beige. Avanza con un fantasma, o eso es lo que ella cree, porque no se topa con casi nadie y la poca gente que por su lado llega a caminar no parece reconocerla o querer dar indicios de que era consciente de su presencia. En cierto punto cree que eso es lo mejor, aunque le hubiera encantado encontrarse a Kai, a Gerda o a Olaf y romperse a sollozar en alguno de esos brazos, en aquel momento le parecía mucho mejor llegar cuanto antes con sus padres, contarles todo lo que le había ocurrido, todo lo que le habían hecho, simplemente dejar que ellos lo resuelvan todos.

Temblando, aguantándose las lágrimas, llama a la puerta de la recamara de sus padres. Tan solo tiene que esperar unos segundos, apenas tiene tiempo para pensar nuevamente, por millonésima vez desde que Casto la había dejado finalmente, en qué era exactamente lo que iba a decirles.

Su padre abre la puerta, con la misma sonrisa encantadora de siempre, con esa mirada llena de candor, con esa expresión que le transmitía tantísima seguridad… era impresionante que un monstruo podría volver a disfrazarse de protector una vez le arrebatabas las memorias a alguien. Elsa intenta abrir la boca para comenzar a relatarle a su padre todo lo ocurrido, pero todo lo que sale de ella es un desgarrador sollozo. Uno estridente, eterno, tremendamente infantil, ese tipo de llanto que solo una niña a la que le habían arrancado esa etiqueta podía llorar.

Elsa termina arrodillada delante de su padre, aun sollozando, incapaz de seguir parada, Agnarr solo se queda mirándola, demasiado afectado por el pánico que le había tomado bruscamente en cuanto su hija había comenzado a sollozar.

¿Sus memorias habían vuelto de alguna manera? ¿Compartir cama con un hombre que no fuera ese pagano había hecho que todo volviera a ella? ¿Tal vez se había dado cuenta de alguna forma incomprensible de que algo estaba mal? ¿había recordado que no quería estar allí? ¿la presencia de un italiano había hecho que recordase todo lo que realmente había pasado en el Segundo Levantamiento Vikingo?

—Papá… papá —lo llama, con esa misma vocecilla que de niña lo llamaba cuando los vikingos la aterraban. Agnarr no sabría que haría si Elsa recuperaba sus recuerdos, que de ella solo quedara la misma niña pequeña que era cuando todavía no conocía a su prometido pagano era definitivamente la situación idílica, pero sabía perfectamente que Anna no volvería a ayudarles, no volvería a pasar por esa situación, y todavía quedaba mucho tiempo para que su mujer aprendiera al nivel de su pequeña, necesitarían demasiado tiempo—. Por favor, papá, por favor, dile que se largue, que no vuelva, por favor, por favor, por favor.

El pánico empieza a irse, Agnarr ladea la cabeza mientras Elsa sigue sollozando. —Mi niña, ¿de quién hablas? ¿a qué te refieres?

Bruscamente, su hija lo mira desde abajo. Se retuerce ante esa mirada, ahí estaba, ese mismo pánico que le había mostrado cuando Anna había empezado a arrebatar sus recuerdos, ese mismo pánico que le mostró cuando él propuso asesinar al hijo de Estoico cuando seguía encerrado en tierras vikingas.

—Papá… papá —lo vuelve a llamar, llorando tanto que no podía completar sus frases—. Papá, Casto… Casto… él… él… papá, papá… él…

Es entonces que lo nota, la sangre que desde su entrepierna mancha la alfombra.

Aprieta con rabia los puños tras su espalda, intentando disimular, intentando que su hija no note su rabia. ¿Acaso le estaba bromeando? ¿acaso se estaba burlando de él? ¿esto era un puñetera broma para ella? ¿esto realmente iba en serio? ¿ella estaba haciendo esto? Se había negado a un noble marido cristiano con tanta intensidad que él no había más opción que tomar por la fuerza aquello que por derecho era suyo, pero sin embargo se había entregado tantas malditas veces a ese asqueroso pagano, había celebrado una boda de casi una semana entera, le había hablado de la ilusión que sentía por llegar a tener hijos con esa bestia… ¿y ahora se negaba a un marido digno? ¿esto era una maldita broma?

—Ha tenido que forzarte —completa con toda la calma que puede, arañando con fuerza sus ropas por la furia que sentía. Se inclina levemente hacia su hija—. ¿Por qué, Elsa?

Los sollozos se calman a causa de la confusión que sentía. —¿Q… qué?

Se aguanta las ganas de suspirar pesadamente. —¿Por qué tu marido, el hombre al que debiste entregarte anoche, ha tenido que forzarte?

Nota un atisbo de indignación en el rostro de su hija, pero aquello rápidamente se camufla con incredulidad. Agnarr no es capaz de definir que lo molesta más.

—¿Por qué me lo preguntáis como si hubiera sido mi culpa? ¿Por qué asumís que fui yo quien hizo mal las cosas?

Agnarr se pasa una mano por el rostro. —No me hables así, Elsa. Por más que ahora seas la legitima reina, sigo siendo tu padre, aún me debes respeto.

Ella se atreve a negar con la cabeza. —¡No he hecho nada para merecerme lo de anoche! ¿¡Cómo puedes insinuar que ha sido así!?

—¡Elsa! —regaña con la misma crueldad con la que le hablaba cuando seguía encarcelado en esa condenada cárcel vikinga—. ¿Por qué ha tenido que llegar al punto de tener que forzarte?

Su hija lo sigue mirando incrédula, llorando ahora de la rabia, intentando controlar su respiración. —Porque es un sádico, cruel y violento hombre. Porque nada más cerrar la puerta empezó a insultarme, maldecirme y amenazarme. ¡Me arrojó una botella de vino! ¡Me atacó! ¿¡Cómo esperabais que me entregara a un hombre como ese!?

Agnarr toma aire. —¿Y por qué ocurrió todo eso, hija?

Elsa araña con furia las alfombras, sencillamente incapaz de comprender cómo era que su padre, su querido y amado padre, aquel hombre que la había salvado de aquel salvaje, aquel hombre que siempre la había protegido de absolutamente todo sin dudarlo ni un solo segundo, cómo era posible que él estuviera insinuando tan directamente que ella se merecía haber sido atacada de esa manera, que se merecía haber sido forzada.

Respirando entrecortadamente, Elsa por primera vez en su vida le reclama aquello que jamás se le hubiera ocurrido reclamarle.

—Aquel hombre que consideráis tan noble, aquel pretendiente que me recomendasteis y que tanto defendéis… me ha atacado y me ha violado porque vos permitisteis que un vikingo me llevara y me tomara.

Elsa se cubre con los brazos cuando ve el gesto de su padre, la amenaza de una bofetada, pero Agnarr se detiene justo a tiempo. Tiembla de la rabia, ¿cómo se atrevía? ¿cómo se atrevía a acusarle de aquello? Ella se había ido por cuenta propia, les había dado la espalda, había sido una vulgar y asquerosa traidora ¿y ahora era culpa suya de que ella hubiera abierto las piernas?

Mocosa impertinente.

—Ve a lavarte, Elsa —es todo lo que dice—. Y asegúrate de ser una mejor esposa para tu marido, eres tú la que tiene esa marca, eres tú la que vivió entre vikingos por un año entero, eres tú quien tiene que asegurarse que ese mismo estigma no traiga desgracia a tu marido.

—¡Papá! —intentando llamarlo, intenta acercarse, rogar por algo de clemencia.

—Has perdido tu virginidad, hija —masculla furioso—, incluso si no tuvieras critica alguna por divorciarte tan prontamente, no hay ningún hombre digno de título que estuviera tan desesperado como para aceptaros como esposa —ante el pánico de su hija, Agnarr, frustrado, se pasa una mano por el rostro—. Míralo de esta forma, tu marido seguramente estaba demasiado ebrio, seguramente estaba furioso por otros motivos que no tuvieran por qué ser exclusivamente referidos a ti. Si te esfuerzas lo suficiente, si lo haces feliz, nada de esto tendrá que pasar otra vez. Sé buena esposa, Elsa, y todo se arreglará.

Ella aprieta con fuerza sus dientes y se limpia bruscamente las lágrimas ardientes de sus ojos. —Pero… pero, papá… papá, por favor, papá.

—Ve a lavarte, Elsa. No te lo pienso repetir una vez más.

La puerta se cierra en su cara, sin importar que siga sangrando, sin importar que siga llorando, sin importar lo destrozada que estaba, sin importar absolutamente nada. La había atacado, amenazado con asesinato, la había forzado de la peor de las maneras en su noche de bodas, pero de alguna manera, por algún motivo, Casto era inocente, víctima del alcohol y una furia contenida, y ella era la culpable. La habían forzado porque ella no debió de haberse negado, porque ella no tenía derecho a hacerlo. Su padre hacía que sonara tan lógico, como una simple suma infantil. Ella tenía que entregarse, se negó y por ello su marido, adherido a sus responsabilidades maritales, no tuvo más opción que forzarla.

Se levanta temblorosa del suelo, aferrándose a esa puerta que no volverá a abrirse ante sus problemas, intentando entender por qué le estaba ocurriendo esto.

¿En verdad era así? ¿Era esa la manera correcta de verlo? ¿Era ella quien se había equivocado? ¿Lo qué le había ocurrido no era más que la respuesta lógica de sus acciones?

Tal vez… tal vez su padre tenía razón. Se veía tan seguro, se veía tan firme, se veía tan confiado de estar en lo correcto mientras ella en cierto punto había llegado rogando por guía y ayuda. Ella nunca había aprendido a cuidarse por sí misma después de todo. Tal vez su padre tenía razón, seguramente su padre tenía razón. Solo tenía que ser una mejor esposa, y una vez lo logre, Casto la tratará con cariño, con cuidado, tal vez incluso algún día se llegue a disculpar por lo ocurrido en su noche de bodas. Solo tenía que aprender a ser buena esposa.


Elsa aún no había aprendido a ser una buena esposa, habían pasado ya cuatro años, cuatro larguísimos años, cuatro denigrante años, pero todavía no aprendía ser una buena esposa. Y no había sido en lo absoluto por falta de esfuerzo, podían llamarla de todo con respecto a ese tema, pero nadie jamás podría ser capaz de señalarla y afirmar que no había puesto de su parte, que no había hecho hasta lo imposible durante todos estos años, porque lo había hecho, Dios sabía que se había esforzado tanto. Había intentado contentarlo de tantas formas, había intentado mantenerse siempre obediente y sumisa, siempre dispuesta a hacer lo que quisiera, había luchado tanto para que él se sintiera feliz y cómodo por tenerla a ella como acompañante de vida, había hecho tanto… pero sus golpes seguían llegando, los gritos eran cosa de todos los días y las noches siempre acababan entre sangre y sollozos. Y se sentía tan mal, se sentía tan patética, tan inútil cuando no conseguía satisfacerlo de ninguna manera, cuando solo provocaba rabia y desprecio, no entendía, realmente no era capaz de entender qué era lo que estaba haciendo mal, por qué hacerse querer era tan complicado, por qué era tan complicada amarla. Pero a veces incluso se sentía merecedora de todo ese desprecio, esas veces que los recuerdos viajan demasiado rápido y los pensamientos intrusivos, esas veces que observaba la rabia de su esposo, esas veces que sentía sus golpes y solo podía comparar con la ternura con la que aquel vikingo le hablaba, la delicadeza con la que se acercó y acunó su rostro aquella noche. Pero se deshacía de esas ideas lo antes posible, porque aquel monstruo había estado obsesionado con ella y evidentemente iba a fingir tratarla bien, mientras que Casto no había tenido ni voz ni voto con respecto a la idea de contraer matrimonio con ella. A veces, tal vez en los que podrían describirse como sus momentos más bajos y dolorosos, Elsa llegaba a comprender a Casto. Porque tenía que ser ese el motivo, ¿verdad? Justo como ella no había querido casarse con el vikingo, Casto no había querido casarse con ella, y era su violencia la única manera de librarse de toda esa frustración. Tenía que ser eso, ¿verdad? ¿qué otro motivo realmente podría haber?

Porque si era por cualquier otro motivo… eso significaba que nunca importarían sus esfuerzos, nunca importaría que fuera una buena esposa o no, Casto lo odiaría de todas formas, Casto la lastimaría de todas formas. Pero no podía ser así, evidentemente no podría ser así. Tendría que haber una solución, tendría que haber una forma de arreglarlo, si no fuera así entonces su padre nunca le hubiese dicho que se esfuerce más, si no fuera así su madre no le hubiera dado la espalda cuando en una noche desesperada fue a por su ayuda… tenía que ser así.

Y le gustaría tener a alguien con quien halar de todo lo que ocurría con Casto, pero no valdría la pena desperdiciar todos sus pequeños avances, después de todo llevaba ya dos años enteros intentando que Anna se mudara a otro palacio, todavía era muy joven, todavía era muy inocente, todavía sonreía y saludaba amablemente cuando se cruzaba con Casto por los pasillos. No quería que Anna se enterase, no quería que su hermanita menor tuviera que lidiar con nada de eso. Pero ocultar todo lo que pasaba dentro de la alcoba real cada día era más complicado, pero por lo menos darle toda la libertad posible para que visite a ese campesino que tanto adoraba la mantenía distraída, fuera del castillo, agotada al llegar por noche, tan profundamente dormida que no escuchaba sus gritos, tan contenta que en ningún momento se cuestionó por qué su hermana quería cambiar su cuarto a otro piso completamente diferente, sin tener que descubrir que Elsa temía el día que los gritos fueran tan fuertes que llegaran hasta ella si seguían en habitaciones del mismo piso.

Tal vez la razón por la que no había logrado ser buena esposa era porque se había estado concentrando tanto en ser buena madre, tal vez se volcaba demasiado en aquel apartado y terminaba olvidando todo lo demás. Pero es que tenía que serlo, tener que cuidar de su niño, su pequeño copito de nieve. Nunca había entendido de dónde había salido exactamente esa gente, no entendía cómo conocían tan bien a su madre, no entendía por qué aquellas fuerzas paganas de las que hablaban supuestamente habían elegido a su hijo, a su hermoso bebé, a su niño, para cargar con un poder incomprensible. Y mucho menos entendía porque sus padres, aquellos cristianos tan devotos, sencillamente aceptaron todas y cada una de las indicaciones de aquellas misteriosas gentes.

Jens era tan diferente a absolutamente todo, Jens era tan diferente a Casto, y eso era sencillamente maravilloso. Había nacido con unos ojitos verdes que no reconocía de ninguno lado, pero que amaba con tanta intensidad que incluso a veces sentía que era adictivo; estaba lleno de tiernas pequitas que Anna siempre bromeaba que eran en verdad copitos de nieve que él mismo se creaba en la piel y por eso siempre estaba frío. Su cabello blanco era idéntico al suyo y en sí sentía que su hijo, felizmente, había salido a ella, y todavía destrozada por todas las veces que había sentido que le habían dado la espalda, por todas las veces que la habían dejado para sufrir completamente sola, se puso como meta entregarle absolutamente todo su amor.

Eso, lamentablemente, era otro motivo por el que conseguía hacer florecer la rabia de Casto.

Porque, por algún motivo, en el momento que Jens había abierto sus bellos ojitos y había observado a su padre, los dos desarrollaron un odio profundo el uno por el otro. Su pequeño príncipe siempre había rechazado a su padre, lloraba con todas su fuerzas cuando veía al rey consorte acercarse, lloraba y berreaba para que su madre no se alejara de su cuna en las noches, y cada vez que Casto no escucha sus alertas en forma de gritos de alguna forma sus manitas congeladas lograban adherirse y tirar con una fuerza inhumana de los negros cabellos de su padre. Casto jamás respondió de forma madura o digna de un rey. Miraba con asco a Jens, gritaba embravecido cuando no se apresuraban en hacer callar los llantos del niño, incluso había amenazado en multitud de ocasiones de que arrojaría algún día al niño por la ventana si no aprendía a dejar de llorar.

Y a lo largo de los años, aquel desprecio tan solo creció. Porque Jens se la pasaba siempre entre los brazos de su madre, haciendo resbaloso el piso con su hielo cada vez que Casto intentaba acercarse, cerrando las puertas y congelando las cerraduras de las habitaciones en las que el rey consorte se quedaba atrás.

Con cuatro años Jens vio por primera vez a Casto lastimar a su madre, y su respuesta fue hacer que una tormenta de nieve lo persiguiera por horas hasta que su madre le ordenó que se detuviera. Jens solía ser un muy buen niño que escuchaba a todo lo que su madre le decía, recomendaba o directamente ordenaba, pero sencillamente era incapaz de entender, era incapaz de seguir las ordenes de su madre, era incapaz de aceptar aquella orden sin protestar tan siquiera un poco. ¿Por qué su madre, que era tan buena, dulce y comprensiva, siempre intentaba defender a ese hombre que era cruel, violento y molesto?

Cuando las cosas se relajaban, cuando finalmente aquel idiota se alejaba, Jens se aferraba a las faldas de su madre y poniendo sus ojitos de cordero más intensos, le pregunta. —¿Por qué no te deshaces de él? Estaríamos muy bien si fuéramos solo tú y yo, además es muy malo contigo.

Y Jens sentía un nudo en su gargantita y las lágrimas pinchando sus ojos, porque su madre siempre dedicaba las más dolorosas sonrisas, porque verla llorar eran menos desgarrador que aquello. Y Jens ocultaba el rostro en las telas del vestido de su madre porque no tenía más opción, porque su madre se limita a acariciar su cabello y a tararear para él, como si realmente nada malo estuviera ocurriendo, como si el hombre al que tenía que llamar padre no fuera un completo monstruo que solo vivía por complacer sus instintos más sádicos y crueles. Alguien tan horrible como su padre jamás sería merecedor de la protección y el perdón de su madre.

Porque Casto era horrible, era un monstruo que a penas y sabía vestir decentemente la piel de humano, Casto era una bestia que debería ser encarcelada y jamás liberada.

Casto era como un dragón maligno que tenía atrapada a la princesa, a su pobre madre, en la torre más alta de todas. Y cuando hay dragones secuestrando y atemorizando princesa, lo lógico es que surja un príncipe, como él, que ayude a la princesa.

Pero este príncipe en particular aún era muy joven, era demasiado inexperto con el control de sus poderes, este príncipe no podía hacer mucho por la princesa que ahora conocía tantísimo el horrible dolor que el dragón maligno causaba que prefería seguir encerrada antes de darle tan siquiera una oportunidad de pelear al príncipe.

Fue una noche de primavera que aquella diferencia entre el maligno dragón experimentado y el ilusionado príncipe se notó como nunca antes. Aquella noche de primavera que parecía como cualquier otra, pero que se destacó porque el pequeño niño de la reina de Noruega había despertado de una terrible pesadilla que involucraba rocas parlantes que querían perseguirlo por todo el bosque que rodeaba Arendelle. El niño se levanta apresuradamente, abrazando fuertemente su suave almohada, saliendo de su habitación mientras mira el cielo por los grandes ventanales de los pasillos. Se pregunta qué tan tarde es, porque su padre suele llegar a su recamara extremadamente tarde y con suerte estaría llegando cuando su madre sigue sola.

Pone su mejor carita de pena cuando es solo su madre quien le abre.

—He tenido una pesadilla muy fea, ¿puedo dormir contigo?

Elsa se limita a mirarlo con cariño, levantarlo del suelo y cargarlo hasta la cama, canturreando una nana y acariciando sus blancos cabellos. Lo recuesta cuidadosamente en el colchón y deja un tierno beso en su frente mientras también se acomoda. Jens no pierde tiempo alguno, se aferra a su madre en cuanto termina de echarse y sonríe de oreja a oreja. Su madre sencillamente era la mejor, la persona más dulce y tierna que podía llegar a existir jamás. Ella lo era todo para él y pensaba recordárselo siempre.

—Te amo mucho, mucho, mucho, mucho —le dice acomodando su cabecita en uno de los delgados brazos de ella.

Es capaz de escuchar una risilla que suena sencillamente preciosa, jamás había escuchado algo tan puro y maravilloso escapando de los labios de su madre, ojala hubiera más luz, solo para confirmar que la sonrisa que tenía en el rostro era diferente a la que siempre le costaba forzar.

—Pues yo te amo mucho más, mi niño —le responde, aun acariciando sus cabellos, dejando otro beso en su frente—. Descansa bien —le dice, cubriendo a ambos con las sábanas.

—Buenas noches.

Pero aquella comodidad, aquella paz, aquella alegría no duro casi nada. A penas un par de horas hasta que Jens se despertara con un susto, un par de horas hasta que el niño sintió como alguien jalaba de su brazo con tal fuerza que sentía que se lo iban a arrancar. Suelta un chillido y tira hielo básicamente a ciegas, sin importarle a quien podría darle. Escucha un gruñido de bestia y, por unos leves momentos, por unos horribles segundos, se cree que un verdadero dragón, esos que su madre y casi toda Europa temen tanto, de alguna forma ha logrado infiltrarse hasta la recamara de su madre.

Las palabras italianas que escucha refutan su teoría, no es una de esas bestias las que se ha metido en el palacio noruego, es tan solo aquel desgraciado. Está a punto de gritarle por haberlo asustado de esa manera sin razón alguna, pero antes de que pueda hacer nada las enormes manazas de aquel maldito se aferran a su fino cuello.

Patalea con fuerza e intenta conjurar hielo, pero la falta de oxígeno no le está ayudando en lo absoluto a ser capaz de defenderse.

—¿Qué está…? ¿¡QUÉ HACES!? ¡DETENTE! —la voz desesperada de su madre llega de momento a otro, lo alivia un poco.

Elsa sujeta con fuerza los brazos de su marido, intentando hacer que suelte a su hijo, intentando que se aparte, cuando no lo mueve pierde por completo la cabeza y empieza a golpearle la espalda sin pensar en todo lo que le ocurriría después.

—¡Suéltalo! ¡Suéltalo! ¡Suelta a mi niño, suéltalo! ¡Basta, Casto, por favor! ¡DÉJALO YA! ¡VAS A MATARLO! ¡VAS A MATARLO! ¡PARA!

Desesperada lo único que se le ocurre es arañarle la cara, bastante cerca del ojo derecho, aquello finalmente hace que Casto suelte el delgado cuello de Jens. Elsa no pierde tiempo alguno, rodea a su hijo con sus brazos y lo aparta todo lo posible de un Casto que cada vez está más furioso. El pequeño príncipe se abraza con fuerza a su madre, apretando con furia los dientes, llenando la habitación de nieve.

—¡Saca a esa maldita aberración de mi cama ahora mismo! —ordena Casto tirando con fuerza del brazo de Elsa—. ¡Haz que salga o pienso matarlo ahora mismo!

Elsa niega mientras solloza, tiembla de tal manera que Jens no puede evitar imitarla. —Casto, por favor, por favor, cálmate. Solo tuvo una pesadilla y vino a dormir aquí, por favor, déjalo quedarse, no le hagas nada.

—¡Ese maldito engendro me ha atacado con su hielo! ¡Lo quiero afuera ahora mismo!

—¡Ha sido un accidente! —brama como respuesta Jens, soltándose del agarre de su espantada madre, huyendo de sus temblorosas manos—. ¡Tú casi me arrancas el brazo mientras dormía! ¡BÁRBARO!

No había nada para iluminarlo, pero Jens supo que la expresión de su padre era la de un monstruo en cuanto él pronunció aquel insulto. Antes de que tan siquiera Elsa pudiera interceder por él, Casto tomó a Jens de sus cortos cabellos blancos y empezó a tirar de él. Entre chillidos el niño es arrastrado hasta la puerta de la recamara, el rey consorte no dice nada mientras que su esposa le ruega por clemencia.

Elsa no puede parar de sollozar mientras intenta pensar en alguna forma de salvar a su niño. —Casto, por favor, por favor, te lo ruego, no le hagas daño, déjalo, por favor, Casto, por favor déjalo, es solo un niño, es solo un niño pequeño, por favor.

La única respuesta del hombre es arrojar al niño fuera de la habitación, tirándolo al suelo violentamente, para luego cerrar con un portazo.

Jens ignora el dolor de su cabeza y de su cuerpo, ignora todo porque sigue escuchando los sollozos de su madre. Se levanta torpemente pero lo más rápido posible, y empieza a aporrear con todas sus fuerzas la puerta, intentando congelarla pero sin lograr casi nada por mucho que se esforzaba.

—¡DEJA EN PAZ A MI MAMÁ! ¡DÉJALA EN PAZ! ¡DÉJALA EN PAZ! ¡GUARDIAS! ¡GUARDIAS!

Elsa logra que Casto deje de intentar arrancarle el vestido.

—Van a llegar los guardias, van a llegar si el niño sigue gritando —asegura entre lágrimas, mientras intenta apartarlo de encima—. Déjame ir a calmarlo, por favor, solo déjame que vaya a calmarlo y llevarlo a su cuarto, por favor, por favor Casto, no quiero que él escuche, por favor, por favor.

Los dedos de Casto se clavan en su piel con furia mientras finalmente se detiene.

—Más te vale volver de inmediato o iré yo a su maldita habitación y le enseñaré a mostrarme respeto, ¿me has entendido? —Elsa asiente miles de veces. Casto se quita de ella bruscamente y ella corre a la puerta que sigue siendo aporreada por el desesperado niño.

Al abrir finalmente Jens brinca a sus brazos y llora con todas sus fuerzas contra su vientre. Elsa lo carga y se encamina lo más rápido posible a otra habitación, la que estuviera más alejada a la alcoba real. Si Anna supiera, si pudiera apoyarse completamente en su hermana, o si pudiera convencerla de que todo era normal, entonces podría llevarlo con ella, a que lo calme, a que le convenza de que todo estará bien. No tiene más opción que sencillamente llevarlo a la habitación de invitados cercano a las escaleras principales.

—Vas a quedarte aquí esta noche, ¿vale, cariño? Solo esta noche, y no puedes salir de aquí hasta que mamá venga a por ti, ¿está bien? —le indica apresuradamente acostándolo en la cama, y cubriéndolo mientras tiembla de pieza a cabeza—. Jens, Jens, cariño, mírame por favor —entre lagrimones, el niño obedece—. Necesito que te quedes aquí, amor, quédate aquí y aunque te despiertes no salgas hasta que yo venga a por ti, ¿puedes hacer eso por mí?

Jens niega incansablemente. —Quédate conmigo, quédate conmigo, ¿por qué vas a volver con él? ¿por qué lo estás escogiendo a él y no a mí?

Aquello sencillamente rasgó por completo el corazón de la reina. Pero intenta disimularlo, dándole un beso en la frente. —Todo va a estar bien, mi amor, todo va a estar bien. Te lo compensaré, ¿de acuerdo? Sí, mañana les diré que hagan tu plato favorito, y luego iremos tú y yo a pasear por las tiendas y las dulcerías, ¿de acuerdo? ¿está bien, mi niño?

Jens sigue negando con la cabeza. —No vayas con él, no vayas, te va a lastimar.

Elsa entra en pánico, ¿Cuánto tiempo lleva ahí? ¿Casto la estaba buscando ya? No podía seguir allí, no podía permitir que Casto llegara y la lastimara delante de Jens o peor aún, que lo lastimara a él.

Vuelve a besarle la frente. —Mamá va a estar bien, te lo prometo, mi niño, te lo prometo. Quédate aquí y no salgas hasta que yo vuelva, ¿de acuerdo? ¿me prometes que no te irás?

El niño aprieta con fuerza los labios e intenta relajar su respiración, se limpia bruscamente la cara y finalmente asiente. Elsa sonríe, esa sonrisa destrozada.

—Ese es mi niño, buen chico —es lo último que le dice antes de darle otro beso en la frente e irse de la habitación rápidamente.


Jens ve a su madre temblar, la ve entrando en un horrible pánico, se aferra como puede a su mano, intentando tirar de ella hacia afuera nuevamente. Tal vez… tal vez si volvían a las tiendas su madre podría olvidarse de aquello que tanto la está espantando.

—¿Comprometerla… con el príncipe Hans? —su madre repite lo que su abuela acababa de informarles—. No, no, por supuesto que no, ¿en qué estabais pensado? ¿Habéis aceptado ya? ¿Habéis tomado la decisión sin mí? ¡Yo soy la reina ahora!

Iduna frunce el ceño. —Pero sigues siendo una muchachita, Elsa, sigues siendo inexperta con respecto a que alianzas son mejores y cuáles no. Mantener fuerte nuestro vínculo con Italia definitivamente es la mejor de las opciones, no hay duda alguna.

Su madre se queda mirando fijamente a su abuela por unos largos segundos, en completo silencio, tan solo respirando con dificultad, ignorando por completo las preguntas de su hijo de sí está bien. Finalmente, la reina llama a la primera mucama que ve pasar, le encarga que se lleve a su hijo a los jardines y se va con la reina emérita sin despedirse bien de su hijo, que no recibe respuesta alguna cuando pregunta qué era lo que estaba pasando.

Elsa no se contiene y cierra con un portazo una vez su madre y ella están dentro de una sala pequeña.

—¡Sabéis perfectamente que clase de hombre es Casto! —exclama de inmediato—. ¡Sabéis perfectamente que clase de hombres son los príncipes italianos! ¿Cómo se os puede ocurrir exponer a vuestra hija menor a un peligro que ya conocéis?

Iduna frunce el ceño. —No tienes forma de conocer cómo es el príncipe Hans, como tratara a tu hermana. Tal vez ambos puedan ser felices, tal vez ambos tengan un espléndido matrimonio, como el que tenemos tu padre y yo.

Ahí estaba otra vez, nuevamente se lo tiraban en cara. Que no era un buena esposa, que sus errores eran castigados con tanta crueldad por parte de su marido. Pero Elsa no se detiene a pesar de la vergüenza y el intenso dolor que aún siente a causa de la brutalidad de la noche anterior.

—¿Y cuándo la lastimen de la misma forma que a mí me lastiman que haréis, madre? ¿También le daréis la espalda?

—Sé que esos dos serán felices.

—¡Pero si Anna ya ama a otro hombre!

Iduna entra en rabia. —No habléis de ese vulgar campesino como si fuera digno de tu hermana. Anna es una princesa, merece alguien de su mismo porte y el príncipe Hans es la mejor opción.

Elsa tira de sus mechones blancos. —No me importa que sea un campesino, Anna lo adora, él la adora ¿qué más queréis? ¿qué más esperáis de un buen matrimonio? Si tanto os molesta que no tenga título pues démosle algo, ese muchacho es apreciado por todo el pueblo, nadie se cuestionaría por qué le entregamos algún título honorario, alguna forma para que se puedan casar.

—¡No propongas locuras!

—¡Solo quiero ayudar a mi hermana! ¡No ama a ese príncipe y jamás lo hará! ¿¡Y si es idéntico a su hermano!? ¿¡Y si la falta de amor de parte de Anna lo empuja a hacerle lo mismo que Casto me hace a mí!? ¿¡No haréis nada frente al sufrimiento de vuestras hijas!?

—¡No pienso mantenerla al lado de un campesino! ¡Y ese es el final de esta conversación, Elsa!

—¡No! —brama de inmediato—. ¡Yo soy la reina de Noruega! ¡Yo tomó estas decisiones! No me importa cómo lo haréis, no me importa como lo conseguiréis, pero vais a mantener a mi hermana a salvo, junto al hombre que realmente ama y no vais a permitir que pase por lo mismo que yo ¡Es mi orden como tu reina!

—¡Soy tu madre! ¿Cómo osas a hablarme así?

—¡Si no obedecéis lo que ordeno pienso contarlo todo! ¡Pienso divorciarme de Casto y exponer la verdad de los príncipes italianos! ¡Declararé la guerra a Italia si hace falta! ¡Lo que sea!

Iduna da unos pasos hacia atrás, aterrada al ser consciente de que estaba viendo aquella misma rabia en los ojos de su hija que emitía mientras la amenazaba con la sangre y el fuego que las bestias de su marido vikingo traerían. Era la misma rabia, era misma furia, tan idénticas, tan similares que por un segundo pensó que de alguna forma Elsa había logrado recordarlo todo, que cuando decía "todo" se refería también al ataque que llevaron hace años contra los vikingos. Se mantiene lo más firme posible, logra tranquilizarse a pesar de la fuerza con la que su corazón bombea y el pánico empieza a tomar lo mejor de ella.

Toma aire y asiente. —De acuerdo, buscaremos una forma de mantener a todos, especialmente a tu hermana, contentos. Te informaremos de lo que nos ocurra… su alteza.

Elsa ve como su madre se retira y, por primera vez en tantos años, siente que finalmente la están respetando.


No era el mejor plan de todos si se lo preguntaban a ella, hubiera preferido mil veces darle un título cualquiera al noble muchacho Kristoff y con esa excusa permitir que se casara con su hermana, pero su hermana se veía contenta, además de que estaría a salvo, por lo que sencillamente aceptó y ahora mismo ejecuta su plan lo mejor posible. El príncipe Hans estaría demasiado borracho, ella se encargaría de entretener a la familia italiana, y sus padres se asegurarían de que su hermana pasara su noche de bodas con el hombre que realmente amaba. Si el príncipe reclamaba algo la gente se centraría mucho más en que el muchacho era tan poco hombre que su prometida había preferido pasar la noche con un campesino cualquiera, aunque amado por todo Arendelle, antes que entregarse a él.

Su suegra, la reina de Italia, sonríe encantada cuando finalmente suelta esa noticia que ha estado disimulando por el bien del plan. —¡Embarazada! —repite canturreando, apresurándose para toquetear el vientre no muy abultado de la reina—. ¡Qué alegría! ¡Un nuevo niño para la familia! Con algo de suerte será un niño sano y fuerte, o por lo menos verdaderamente italiano ¡Jens tiene que aprender de una buena vez el idioma de su familia paterna!

El pequeño príncipe, sentado al lado de su madre, mira con algo de pena a su abuela más cercana. La familia de Italia casi nunca visitaba, pero, a pesar de que su padre parecía solo llevar a cabo contacto para herir y maltratar, su abuela paterna nunca paraba dar mimos, abrazos y besos, era muy expresiva, todo lo contrario a su abuela materna, que siempre lo miraba como si fuera una molestia.

La reina italiana se corrige de inmediato. —Oh, cielo, no, no quería que… ah, bueno, es que tú realmente te pareces más a tu mamma que a tu papà. Eres más bien el perfecto niño noruego, ¿no estaría bien que tu hermanito fuera el perfecto niño italiano?

Jens solo asiente y sonríe porque su mamá se lo pide con la mirada, su abuela se queda igualmente encantada.

—¿Cómo no nos lo contaste antes, Casto? —cuestiona el rey italiano alzando una ceja, con tono jocoso que podría ser producto de todo el alcohol que él y su hijo menor estaban consumiendo.

Elsa tiembla cuando Casto la mira de reojo. —Yo también acabo de enterarme, padre —es todo lo que responde, para alivio de la reina noruega y sorpresa del rey consorte, la madre de Casto suelta una risotada encantada.

—¡Oh, Elsa, querida! ¡Qué lindo detalle! ¡Una sorpresa así para toda la familia en un día tan precioso! —la mujer se acerca y estampa un beso en cada mejilla de su nuera—. ¡Sí es que eres todo un encanto, muchacha! ¡Qué suerte tiene mi niño! ¡Casto! —Elsa observa anonada cuando su marido responde al brusco llamado con un respingo—. ¿No es un encanto tu mujer?

Esta es la primera vez en cinco años que Casto le dedica una suave mirada.

—Sí, madre —la reina tiembla al sentir la mano de su marido sujetando delicadamente sus hombros, jamás… jamás la había tocado así—. Mi esposa es todo un encanto, soy muy afortunado.

Ella… ella realmente… ¿ella acababa de lograrlo? Después de cuatro años intentándolo, después de miles de intentos fallidos, luego de que sufriera tanto porque sencillamente no era capaz de descifrar cómo podía lograrlo… ¿finalmente había contentado a Casto? ¿finalmente había hecho feliz a su marido? ¿Con eso bastaba? ¿Con un nuevo hijo? No, no era eso, Casto jamás se había mostrado interesado en Jens, a pesar de todo su potencial, de ser un varón sano e inhumanamente poderoso, Casto jamás lo había apreciado. No era cuestión de darle hijos, seguramente era lo que su madre había comentado, tenía que ser eso, la idea, la posibilidad de que ella trajera al mundo un perfecto niño italiano, un niño mucho más parecido a Casto de lo que Jens era, un niño que haría que la familia real de Italia no sintiera más que orgullo. Eso era lo que en verdad necesitaba, traer al mundo un varoncito sano y fuerte que fuera idéntico a su padre… al menos físicamente, Elsa jamás permitiría que ninguno de sus hijos llegase a ser parecido en lo más mínimo a Casto en cuanto comportamiento.

En cierto punto no puede evitar emocionarse, no puede evitar sentir una esperanza que no sentía desde que… desde que…

No recuerda la última vez que sintió esperanza, no es capaz de recordarlo.

Recordar cosas… definitivamente no se le daba muy bien, es por eso por lo que en cierto punto seguía dependiendo de la guía de sus padres por mucho que ella fuera la reina legitima, olvidaba tantas cosas y mantener nueva información a veces le costaba horrores, de vez en cuando se veía en la necesidad de apuntar las cosas más importantes porque sabía perfectamente que existía la gran posibilidad de olvidarlas y complicarse así mucho el día a día. La única excepción de aquella mala memoria era su hijo, Elsa sencillamente lo recordaba absolutamente todo de él sin problema alguno. Evidentemente sus fechas importantes, sus primeras veces de todo, sus expresiones exactas cuando decía algo, los recuerdos de Jens sencillamente se grababan perfectamente en su memoria, jamás se iban.

La reina de Noruega acomoda a su somnoliento hijo para que duerma sobre su regazo mientras sigue hablando con la familia de su esposo. Pasa los dedos por los blancos cabellos de su niño, acaricia de vez en cuando su pecoso rostro, lo llena de mimos mientras se asegura que el joven príncipe recién casado no sé dé cuenta de lo que Anna estaba haciendo a escondidas de todo el mundo. Y mientras todo sale naturalmente y Casto todavía sigue con esa expresión calmada y asiente cada vez que su madre insiste en lo afortunado que es, Elsa realmente es incapaz de contener la esperanza que su interior se forma con una falsa sensación de seguridad.


Dios… había perdido tanta sangre… se sentía tan débil, a punto de romperse en miles de pedazos, a punto de romperse siguiendo el orden de las partes de su cuerpo que su marido había destrozado con tanta crueldad. A penas puede mantener los ojos abiertos, pero se esfuerza, de verdad que lo hace, sobre todo porque sabe que si los cierra se quedarán así para siempre. Está temblando, no sabe si es por el frío o por lo débil que está, solo sabe que puede sentir el dolor de su cuerpo.

La mano de Gerda acomoda los cabellos blancos que se quedaron en su rostro. —Tranquila, tranquila, mi niña, ya está parando el sangrado, estás bien, estás bien, mi niña.

—Su alteza —otra de sus matronas la llama con delicadeza, la escucha caminar hacia ella, le cuesta horrores voltear en su dirección. La mujer se inclina levemente hacia su reina, mostrando entonces al recién nacido, aun levemente manchado por sangre, la criaturilla pataleaba y lloriqueaba con fuerza. Eso era fuera señal—. Es un varón, su alteza, un niño sano, pero algo pequeño.

Con dificultad, Elsa sonríe y extiende como puede sus brazos hacia su nuevo pequeño. Se queda completamente muda cuando el niño concluye en ese preciso instante sus lloros, como parece aferrarse de inmediato a ella, calmándose por completo, como si tan solo necesitara ser sostenido una vez para reconocerla como su madre, como su protectora. La reina empieza a llorar llena de felicidad ante algo tan simple pero tan bello, acaricia con delicadeza su carita y lo acerca a su rostro. Era perfecto, sencillamente perfecto. Está tan ensimismada en la hermosura de su bebé que responde sin pensar cuando Gerda le pregunta si debería dejar que su familia pasara ya a la habitación.

—Oh, mi pobre muchacha —a Elsa no le sorprende en lo absoluto que en verdad sea la madre de su esposo la única de las abuelas que se había presentado. Ya se lo había dicho hace semanas, que ella no tenía tiempo para eso, que tenía cosas mucho más importantes que hacer para que ella no tuviera que hacerse cargo de ningún asunto político mientras estaba en sus últimas semanas de parto—. Que panorama más triste, ¿estarás bien verdad? Ya de por sí eres pálida, pero te ves blanca como nieve, querida.

Es Gerda quien responde por la reina. —No os preocupéis su alteza real, la reina Elsa se recuperará sin problema, estamos seguras.

La madre de Casto asiente y se apresura a encaminarse hacia Elsa, incapaz de contener sus ganas de ver al nuevo bebé. Mientras su suegra se inclinaba y Casto entraba en la habitación mirando con asco toda la sangre derramada, Elsa no puede evitar temer que había arruinado todo al dar a luz a niño tan pequeño, estaba sano, pero era increíblemente pequeño.

Pero entonces la reina de Italia suelta un grito lleno de júbilo. —¡Oh, Casto! ¡Ven rápido a verle! ¡Es idéntico a ti!

¿Idéntico? ¿Idéntico a Casto? ¿Era en serio? ¿No estaría exagerando verdad? Su suegra… no, no definitivamente no estaría exagerando… ¿verdad? No podría ser que ella exagerada con respecto a eso, si ella decía que ese bebé era idéntico a Casto es que definitivamente así era… ¿verdad?

Casto frunce el ceño, no se mueve de donde está. —Es un poco pronto para saberlo, ¿no lo cree, madre?

Pero la reina bufa. —¡Tonterías! ¡Lo recuerdo perfectamente así que no te atrevas de dudar de tu madre! ¡Ay, pero sí es como tenerte otra vez de bebé! ¡Que preciosidad! —y antes de que tan siquiera pudiera hacer nada, la reina de Italia le estampa a su nuera un beso en la frente—. ¿Me dejas sujetarlo, querida? Ya me encargo yo de él mientras tú descansas y recuperas fuerzas.

Su primer instinto es negarse, pero no hace nada cuando su suegra empieza a tomar al niño de sus brazos. Dios, siente que están arrancándole el corazón. Y todo solo empora cuando el bebé rompe en sollozos estridentes de inmediato en cuanto lo sacan de los brazos de su madre. Elsa intenta extenderse rápidamente para tomar de nuevo a su hijo, pero su suegra lo acuna y le insiste con que intente descansar un poco.

Pero no consigue absolutamente nada, porque su niño no para de llorar y que se lo llevaran fuera de la habitación, tan lejos de ella, sencillamente la destroza.

Aprieta con fuerza los parpados cuando el cielo se empieza a teñir de naranja, intentando calmarse, tomar aire y relajarse finalmente, pero es que sencillamente no puede, le han asegurado que todo saldrá bien, que su niño se terminará calmando, le comentaron algo sobre que su sangrado había parado hace horas, pero realmente todo lo que puede pensar es que los sollozos de su bebé se siguen escuchando por todas partes.

Pero de pronto algo de esperanza surge cuando la puerta de la habitación en la que la dejaron con ropas nuevas y sabanas limpias se abre abruptamente, causando un inmenso estruendo que no era suficiente para acallar los llantos de su bebé.

En la puerta, con un bebé que no para de chillar seguramente arrebatado de los brazos de su abuela, Jens está parado y busca a su madre con la mirada. Elsa frunce el ceño, confundida, luego, con todas sus fuerzas se sienta lo mejor posible en la cama.

—¿Jens? —lo llama con delicadeza—, cariño, ¿qué haces? —ante la pregunta, su hijo le sonríe de oreja a oreja y empieza a corretear hacia ella, Elsa se lleva un susto de muerte—. ¡Jens, Jens! ¡Ten cuidado con tu hermano por favor!

Pero el niño no le hace caso, ya está muy cerca de su cama, extiende el bebé hacia ella y Elsa lo toma casi desesperada. Nuevamente, su niño para de llorar y se acurruca contra su cuerpo. Su corazón se enternece y calma en cuanto finalmente ve los ojitos marrones de su bebé, quien la observa con una adoración y devoción que no sabía que un niño recién nacido fuera capaz de mostrar.

Jens se monta en la cama de su madre para acurrucarse junto a ella, mirando fijamente a su recién nacido hermanito menor. Toca su mejillita y el bebé suelta un quejido mientras patalea como puede, Jens suelta una risilla.

—Sé bueno con tu hermano, jovencito —lo reprende Elsa, pero con un tono evidentemente humorístico—. Dile hola a Sander.

Jens frunce el ceño. —¿Por qué Sander?

Elsa se aguanta el pesado suspiro que quería soltar. —El coronel Sander siempre ha sido un leal soldado noruego, en especial un leal soldado de nuestra familia, tus abuelos concluyeron que era lógico y correcto conmemorarlo de esta manera.

El heredero al trono noruego solo se limita a mantener la mirada sobre su hermanito. —Llora mucho.

—Porque es un bebé.

—Yo no lloraba tanto.

Elsa suelta una risilla que se esfuma de inmediato por el dolor. —Por supuesto que no… llorabas incluso más.

Jens se acurruca contra su madre aún más. —¿Y no te molestaba que llorase tanto? —pregunta jugueteando con una parte del vestido de su madre, ella, sin esperar un segundo, deja un largo beso en la mejilla de su hijo.

—No hay nada en este mundo que puedas hacer que me moleste, Jens. No me importa lo que hagas o digas, eres mi niño y te voy a querer siempre. Y tú tienes que querer de igual manera a tu hermanito, ¿de acuerdo? Ambos tenemos que cuidar de él.

Elsa siente a su hijo apretujar con fuerza la tela de su vestido.

—Porque nadie más lo va a cuidar.

Se queda completamente muda en ese momento, incapaz de corregirlo, incapaz de mentirle.


Casto mira confundido y rabioso a los sirvientes inclinándose hacia la reina, avisándole de que todo ya está listo. Se acerca dando zancadas en cuanto todo se van, apretando con fuerza los puños, sintiendo la sangre hirviéndole de la rabia. Antes de que Elsa pudiera darse cuenta de lo cerca que estaba de ella, Casto la toma bruscamente de la muñeca.

La reina sisea del dolor, han pasado solo tres días desde el parto, aún le duele todo.

—¿Se puede saber qué has estado haciendo a mis espaldas? —gruñe, tirando de ella para meterla a la recamara, dando un portazo y poniéndole candado a la puerta. Elsa no tiene tiempo para contestarle, porque los lloros de Sander lo hacen, dándole la espalda a su marido, ofendiéndolo como nunca antes, Elsa se apresura a atender a su bebé, alzándolo de la cuna, cargándolo y sosteniéndolo con delicadeza contra su cuerpo.

—Solo he pedido que traigan la cuna de Sander a nuestra habitación —le informa con calma, intentando no temblar ante su mirada, se apresura en explicar sus acciones—. Ha nacido prematuro, Casto, necesita más cuida—

—¿¡Y de quién es la culpa, eh!? —brama rabioso, interrumpiéndola, avanzando de inmediato hacia ella—. ¡Un puto engendro alabado por paganos y una pequeña mierda prematura! ¡No has sido capaz de entregar ni un solo hijo decente! ¡Debería darte vergüenza! ¡Deberías haberlos tirado a un pozo hace mucho tiempo en lugar de llenarme de esa vergüenza! ¡Condenada mujer egoísta!

La reina nuevamente estaba agazapada contra una esquina, abrazando a su niño con todas sus fuerzas, sollozando en silencio. No lo entendía, no lo entendía en lo absoluto, ¿por qué? ¿por qué estaba tan furioso? ¿por qué no estaba contento con Sander? Su propia madre se lo había repetido hasta la saciedad desde el momento en el que lo había visto por primera vez: Sander era idéntico a él.

Ella niega con la cabeza, incapaz de comprenderle. —Pero… pero… pero este niño es idéntico a ti, tu propia madre lo dijo, ella dijo…

Se mueve rápidamente hacia otro lado, evitando la bofetada de Casto, evitando que la tumbe al suelo, que le pase algo a su bebé. Se apresura en dejarlo en la cuna, lo hace a tiempo porque Casto la toma del cabello y la arroja al suelo, casi haciendo que se choque con la esquina de un mueble.

No entiende nada de lo que le dice, le está gritando en italiano, en uno tan rápido y grosero que no reconoce ninguna palabra, ni una sola. No lo entendía, realmente no lo entendía, no era capaz de entender absolutamente nada de lo que estaba pasando en ese momento, y realmente había llegado un punto en el que consideraba que honestamente no quería saber nada.

¿Por qué? ¿Por qué no estaba contento? Creía que era lo que quería, lo que había logrado que aquel día le mirase como nunca antes lo había hecho, que la mirase con tanto aprecio y verdadera estima, que finalmente la tocara tan dulcemente, sin ninguna intención de lastimarla en lo absoluto. La idea del niño perfecto italiano, la idea de un niño que sencillamente fuera su perfecta, copia, la idea de un niño que la familia real pudiera presumir, la idea de un niño que se pareciera a él ¿por qué no estaba satisfecho? ¿por qué seguía siendo tan cruel? ¿por qué buscaba cualquier excusa para pelear? ¿por qué seguía lastimándola?

¿Por qué? Se pregunta mientras él se encamina hacia ella para tirar de sus cabellos y así levantarla del suelo.

¿Por qué? Se pregunta mientras le sigue gritando y Sander comienza a chillar.

¿Por qué? Se pregunta mientras la arroja a la cama.

¿Por qué? Se pregunta mientras le rasga las faldas y abre sus piernas a la fuerza.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

¿Por qué nada era suficiente? ¿Por qué todos sus intentos salían mal? ¿Por qué era incapaz de contentarlo? ¿Por qué siempre estaba enojado? ¿Por qué no podía amarla? ¿Qué era lo que estaba haciendo mal? ¿Cómo era que lo estaba ofendiendo? ¿cómo era que lo estaba lastimando como para que él decidiera hacerla pagar de esta manera? ¿por qué esta era la única manera en la que Casto podía tratarla?

¿Por qué Casto no podía amarla?

Entonces le ve deteniéndose, agarrando una caja llena de joyas que reposaba en una de las mesas de noche y arrojándola contra la cuna.

—¡CIERRA LA PUTA BOCA, PEQUEÑA MIERDA!

Su niño, su niño, su bebé. Forcejea como nunca antes ha forcejado contra Casto, intenta de todo para quitárselo de encima. Su bebé, su bebé podría estar lastimado, está llorando más fuerte que antes, su bebé podría estar herido, podría estar sangrando. Su bebé, tenía que hacer algo por su bebé.

Pierde la paciencia, deja de pensar, deja de razones por completo. Toma la lampara que había sobre esa misma mesa de noche y la estampa contra la cabeza de Casto, su marido cae secamente al suelo, a ella le da igual todo, corre hacia la cuna y siente que vuelve a ser capaz de respirar cuando ve que su bebé está sano y salvo. No ha sido nada, no ha sido nada, seguramente solo el susto por todo el estruendo causado, su niño está bien, su bebé está bien, no le ha pasado nada, está a salvo, a pesar de los intentos de Casto, su bebé está a salvo.

Escucha los gruñidos de Casto detrás de ella. Se aparta rápidamente de la cuna, no solo para huir de él, sino también para apartarlo de Sander. Casto sigue insultándola en italiano y ella se mantiene firme únicamente porque no es capaz de entenderlo, él intenta arremeter contra ella, pero de alguna forma la reina es capaz de seguir esquivándolo, es capaz de seguir huyendo de su agarre.

Estaba harta, estaba harta de soportarlo, estaba harta de él, estaba harta de todo el dolor, de todo el daño.

Decide dejarle que la tumbe en la cama, solo porque tiene una idea. Antes de que tomase control sobre ella, Elsa lo patea duramente en el estómago, haciendo que pierda el aire, se abalanza entonces contra él, tomando una almohada, apretándola contra su rostro, llenándolo de pánico, privándolo de aire.

—¡Estoy harta! —brama con todas sus fuerzas, ignorando como las manos de Casto intentan agarrarla y alejarla de él—. ¡Harta de ti! ¡Harta de lo que me haces! ¡Harta de que estés en mi vida! ¡Estoy harta de esforzarme tanto! ¡Estoy harta de que nada sea suficiente! ¡Te lo he dado todo! ¡Mi cuerpo, mis lágrimas, mi dolor! ¡Te he dado una corona, dos niños preciosos y mucho más valerosos de lo que tú jamás serás! ¡He hecho TODO! ¡Todo para contentarte! ¡Pero tú solo quieres estar furioso! ¡Tú solo quieres hacerme daño! ¡Estoy harta!

Finalmente lo suelta, y Casto se toma unos largos segundos en recuperar el aire. Elsa se levanta de la cama, mirándolo con rabia, pero tan extremadamente cansada, sintiéndose segura porque su marido solo es capaz de aferrarse a la cama mientras jadea y disimula las lágrimas que se le llegaron a escapar.

—Casto no eres nada sin mí —le dice, logrando que la mire con furia—. No eres más que el patético príncipe de un patético reino, hijo de un hombre patético que ofrece su honor a las grandes potencias de la misma forma que una furcia se ofrece a hombres con un par de monedas. Y ni tan siquiera eres el heredero o el hijo favorito de ese patético reino o de ese patético hombre, eres el sexto en la línea para el trono, el sexto… en tu vida hubieras conseguido una corona y un reino si no fuera por mí. Eres una puta burla de hombre, un desgraciado tan podrido que en lugar de intentar ser feliz solo lastima a los demás para creer que no está tan hundido en la miseria. Me lo debes absolutamente todo. Tu trono, tus hijos, tu renombre político, todo… y estoy harta de que se te olvide eso. Voy a darte una oportunidad, una sola, Casto. Tú no vuelves a tocarme en tu miserable y patética vida, coges tus cosas y no vuelves a pisar esta habitación hasta que los niños estén grandes, lo suficiente para cortarte la cabeza si vuelves a hacerme algo, y cuando resuelvas todos tus patéticos problemas y aprendas a respetar a tu reina, entonces veremos cómo resolver este intento fallido de matrimonio.

Casto la mira hecha un furia, arañando las telas que cubren la cama… pero ella lo nota, nota esa duda, ese leve temor en su mirada.

—¿Y por qué debería de temerte hasta que tus niños sean capaces de cortar mi cabeza?

Elsa frunce el ceño. —Porque hay muchos más hombres en este palacio que te matarían sin tapujo alguno si yo lo ordeno y, dime, Casto, ¿quién en su sano juicio te extrañara cuando estés muerto? —él intenta abrir la boca, ella lo detiene—. Ya te lo digo yo: nadie… ahora vete de mi habitación, Casto.


Mientras ve como los sirvientes se llevan todas las pertenencias de Casto a otra habitación, mientras ve como su padre agacha la cabeza y su madre finalmente parece tener la situación completamente controlada. Mientras ve a Sander dormir tranquilo y seguro en los brazos de su madre, Jens solo es capaz de preguntar una cosa.

¿Por qué su madre, luego de que él se lo rogara por años, había decidido finalmente alejarse de Casto por Sander? ¿Por qué ese simple bebé había logrado aquello por lo que llevaba años peleando? ¿Por qué Sander podía ser el príncipe que liberaba a la princesa de su solitaria y peligrosa torre si había sido él quien llevaba años peleando contra el dragón?

¿Por qué su mamá elegía a Sander antes que a Casto pero no lo había elegido a él?

Pega un respingo cuando ella lo mira, empieza a temblar, avergonzado por sus pensamientos. Su madre extiende una mano hacia él.

—Ven, cariño, hoy duermes conmigo.

Jens corre de inmediato hacia su madre, se abalanza contra sus piernas para apretujarlas en el abrazo más intenso de la historia y se pone a llorar cuando siente como le acariciaban los cabellos. Las cosas definitivamente iban a mejorar. Elsa también tenía eso muy claro, las cosas definitivamente iban a mejorar, se aseguraría de que así fuera, se aseguraría de criar bien a sus niños, sin Casto de por medio, o por lo menos lo más alejado posible, se aseguraría de que ninguno de sus dos muchachos creciera para ser como aquel desgraciado.


Se había pasado toda la vida intentando que Sander no se pareciera a Casto, se había pasado toda la vida llenándolo de amor y cariño, apartándolo de la parta más horrible de su padre porque, como cualquier niño, Sander, a pesar de todas las miradas de asco y la indiferencia que recibía, buscaba enorgullecer a su padre y así conseguir su amor. Se había esforzado tanto en Sander, se había esforzado en que no se pareciera en lo absoluto a ese monstruo, que cuando creciera no los confundiera, no viera en su precioso niño la sombra idéntica que el hombre que la había torturado por cuatro años. Se había esforzado tanto en Sander porque con los años Jens tan solo demostró su desprecio por su padre, demostró lo mucho que recordaba de esos horribles años, demostró que él mismos se encargaba en no parecerse en lo absoluto a él.

Jamás se hubiera imaginado que sería Jens quien terminaría cubierto con la sombra de su padre, jamás se hubiera imaginado que él la cuestionaría, que pondría en duda su honra… que le preguntase por ese vikingo, que osara a insinuar que aquel era su verdadero padre. Había puesto todos sus esfuerzos en Sander, que era tan idéntico físicamente, que era el más cercano a Casto, se había esforzado tanto en su segundo hijo, que cuando el primero le hacía rememorar su horrible noche de bodas, Elsa no supo hacer nada más que imitar aquel amor cruel y lejano de sus padres con él, realmente no supo hacer nada más.

Cuando Jens se fue en búsqueda de ese pagano sabía que todo se hubiera podido evitar si ella no le hubiera puesto la mano encima, lo sabía, lo sabía perfectamente. Pero tampoco podía ignorar la tentación de echarle toda la culpa a él, era lo lógico, lo comprensible. Era aquel vikingo quien la había secuestrado, quien la había obligado a casarse con él, quien la había alejado de todo lo que amaba, quien la había dejado con esa horrible marca, era él quien infundía esas dudas en su hijo.

Era su culpa que esas dudas existieran, era su culpa que le hubieran hecho tanto daño a ella y a miles de otras.

Toda era culpa de ese maldito vikingo, todo lo que estaba mal en su vida, su matrimonio, el trato de sus padres, los cuchicheos de la realeza europea, todo ese dolor por el que había pasado… todo había sido su culpa, culpa suya y de nadie más.

Pero, finalmente… finalmente lo iba a pagar… iba a pagárselas finalmente.

Cuando los barcos lleguen a las islas vikingas se aseguraría que no quedase ninguno de ellos… para que nadie tuviera que pasar por lo que ella había pasado. Iba a librarse de todos ellos de una vez, salvar a sus hijos de estas mortíferas tierras y finalmente sentirse a salvo. Que no la volvieran a recordar como una triste víctima, sino como la reina que finalmente había acabado con aquella eterna amenaza.

Finalmente se sentiría segura sabiendo que el Asesino del Infierno no sería capaz de volver de entre los muertos.


Tercera Parte: El regreso de la jefa.


Elsa llevaba años sin sentirse realmente segura.

Llevaba años esperando con una pequeña daga bajo su cama, oculta tras las sombras de las sábanas, esperando el día que Casto decidiera volver a sus antiguas costumbres, el día que decidiera volver a lastimarla. Llevaba años andando a ciegas, únicamente guiada por su familia, lidiando con la mala memoria que tenía, lidiando de la mejor manera que podía con la falta de conocimiento y lo poco que la gente se molestaba en realmente explicarle las cosas que la mantendrían a salvo o por lo menos en una buena situación. Elsa llevaba tanto tiempo sin sentir que realmente podía descansar sin temor, tanto tiempo pensando que finalmente algo terminaría de destrozarla, tanto tiempo mentalizándose para que el final llegara de manera brutal y violenta.

Pero, en aquel momento, en ese preciso instante, de nuevo con todos sus recuerdos en su sitio, finalmente encajando todas esas dudas con su memoria recuperada, rodeada por lo brazos del hombre que realmente amaba… ahora, finalmente, después de quince años, Elsa se sentía realmente segura. Y no solo segura, sino que protegida, querida… amada.

Hace años que no se siente realmente amada, hace años que no siente que puede afirmar sin duda que aquellos que ella aman también la aman.

Traza la cicatrices del rostro de Hiccup, no puede detener, y tampoco quiere detener, la sonrisa que se le forma lentamente en el rostro ahora que se da cuenta que, sin saberlo, trazaba esas mismas líneas en el rostro limpio e intacto de su hijo. Bajo sus toques Hiccup parece despertarse un poco, al menos lo suficiente como para que se remueva un poco y apretuje con más fuerza el abrazo por el cual sostenía a su mujer. Ella suelta una risilla, ahora puede confirmar que el jefe de Berk está despierto, porque se acomoda para dejar su rostro contra el hombro de ella y empieza a repartir besos húmedos por todas partes, la mujer tiembla encantada cuando siente aquellas cariñosas manos acariciando todo su cuerpo.

Dios, hace quince años que no siente placer, hace quince años que no desea a nadie, hace quince años que nadie la desea de una forma no violenta, hace quince años que no gime como lo hace en el momento que su marido aprieta sus pechos.

Entre risillas y leves jadeos, Elsa lo detiene. —Creo que necesitamos un buen baño antes de eso, cariño —bromea un poco, jugueteando con sus alocados mechones, por primera vez realmente apreciando la barba que le ha crecido. No le convence del todo, pero tampoco le disgusta. Elsa suelta una risilla al escucharlo quejarse como un niño pequeño.

—Venga… llevo esperando quince años —gruñe contra la piel de su cuello, apretando su cadera y acercándola aún más a su cuerpo.

Elsa se levanta, apartándose de sus toques sin ningún problema, deja un fugaz beso en su mejilla—. Entonces unas horas más no te matarán.

—Eso no lo sabes tú —bromea, pero accediendo a levantarse, aunque con más pereza de lo que lo hace Elsa. Una vez completamente levantado se estira, soltando un bostezo por el camino—. Dioses… ahora tenemos que hablar con el pueblo, conociéndolos el argumento de "porque soy el jefe y lo digo yo" no va a servir para que todo el mundo esté cómodo con tu regreso.

Elsa aprieta un poco los labios, pero se calma rápidamente, soltando un suspiro pesado mientras su cabello hacia atrás. —Bueno, no los culpo, sé que en perspectiva todo está en mi contra. Solo quiero comer algo y lavarme, luego pensaré en exactamente cómo explicar todo lo que pasó.

La sonrisa tranquila de Hiccup la relaja. —Bah, ese niño problemático que tenemos seguro que lo arregla en un segundo, y si no les convence seguramente aceptaran cualquier cosa a cambio de que se calle.

La mujer rueda los ojos mientras comienza a encaminarse fuera de la habitación. —Sé más amable, todo eso que mencionas lo ha sacado de ti, y no has hecho nada más que empeorarlo cuando estuvo contigo.

Hiccup abre la boca con fingida indignación. —¡Pero si lo has criado tú!

—Ya, pero ha salido a ti, créeme que lo he intentado, pero le ha llegado toda tu tontería.

—Cariño, han pasado quince años, pero estás tan encantadora como siempre —le dice entre risas, tomándola de la cintura para acercarla y darle un beso en la mejilla.

Elsa le sonríe como tonta, tomándolo de la mano que la sostiene para indicarle que quiere quedarse así, al menos un par de segundos más, tan solo un poco más. Hace años que no se siente tan contenta, hace años que no siente toda esta felicidad… hace años que no tenía a Hiccup para hacerla feliz, para cuidar de ella.

Toma su otro brazo para voltearlo levemente y así estar cara a cara, acuna su rostro y él se funde en sus caricias, ella le rodea el cuello y él apretuja con todo el cariño del mundo su cintura, manteniéndola tan cerca porque le aterroriza la idea de que se la vuelvan a llevar de su lado.

—Cuánto te necesitaba, mi amor —le susurra en el oído, disfrutando la manera en la que Hiccup se aferra con más intensidad porque, maldita sea, él necesitaba tanto oírle decir eso.

Una risilla burlona interrumpe lo que iba a ser la respuesta de Hiccup. —Y yo no necesito ver esto —bromea Jens, con una mueca exagerada en el rostro—. ¿Erais así de melosos todo el tiempo? ¿Cómo es que nadie os aguantaba?

Hiccup ríe un poco ante el comentario de su hijo. —Realmente no lo hacían, todos terminaban un poco hartos, ¿no es así?

—Creo que como mucho tu padre nos tenía un poco más paciencia —responde, siguiéndole el juego, pero pronto cambia de tema—. ¿Tu hermano sigue durmiendo, cielo? ¿cómo lo habéis pasado anoche?

—Bueno el señorito revolucionario contra la monarquía no ha intentado matarme ni una sola vez, por lo que creo que podríamos decir que la noche ha sido un rotundo éxito, y tiene pinta de que va a dormir un poco más, he tenido que picarle un poco la mejilla para ver si reaccionaba, duerme como si estuviera muerto.

Elsa se remueve incómoda ante ese comentario. —¿Estás seguro de que no tiene alguna herida que tengamos que tratar pronto?

Pero el muchacho solo se hunde de hombros. —Mira el lado positivo, aunque está bañado en sangre, por lo menos él asegura que no es suya.

—Eso no me anima, Jens.

—Mamá, es lo mejor que te puedo ofrecer en este momento, algún otro reclamo coméntaselo al lunático de tu hijo el menor —responde con simpleza, avanzando con tranquilidad hacia el pequeño salón en el que ayer tuvieron que explicar todo lo que había pasado hace quince años—. ¿Los abuelos dónde están?

—Seguramente han ido a preparar un poco el terreno para nosotros, que sencillamente tu madre aparezca de momento a otro no será del gusto de nadie. Hay que llevar todo esto calma, paciencia y mucha, pero que mucha, delicadeza —por la manera en la que lo mira, Jens tiene bastante en claro que su padre le estaba ordenando que hiciera el favor de comportarse por una vez en su vida.

El muchacho gira los ojos ante las insinuaciones de su padre. —Venga, por favor, no tienes que tratarme como un crío, sé comportarme, ¿de acuerdo? Seré todo un encanto, por completo, no causaré ningún desastre.

La puerta principal de la casa de los Haddock se abre bruscamente, estrellándose contra la pared.

—Eso no ha sido cosa mía, evidentemente —se apresura a señalar Jens.

—¡JENS HADDOCK!

—O tal vez sí —murmura el joven.

Elsa observa confundida a un muchacho de cabellos castaños y ojos grises, con la cara pintada de tal manera que le recordaba a las formas de los Berserker, se adentra sin permiso ni tapujo en el hogar de sus suegros, avanza a base de zancadas hacia su hijo y le mete una buena hostia en el hombro.

—¿¡Cómo no avisas que has vuelto!? ¿¡Tienes idea de lo preocupado que estaba, cerebro de hielo!?

Jens, por su parte, no para de acariciar su brazo herido. —Eres un bruto —masculla por lo bajo, completamente indignado por el repentino ataque que según él no tenía razón alguna.

—¡Y tú un idiota! ¡Solo me he enterado de que has vuelto sano y salvo por tu abuelo! ¡No hubiera estado mal que te hubieras pasado a por lo menos saludar!

—Bueno, a ver, si querías que te visitara en plena noche, a oscuras, me lo podrías haber dicho sin necesidad de un puñetazo, corazón —le bromea, guiñándole un ojo, alterando levemente a su madre, provocando un enorme rubor en las mejillas del otro joven.

Raner lo toma del cuello bruscamente. —¡Te vas a tragar los dientes, imbécil!

Mientras su hijo se escapa del agarre del muchacho desconocido, Elsa voltea levemente hacia su marido. —¿Ese quién es?

—Creo que el futuro esposo de nuestro hijo.

—¿El futuro qué?

—Esposo.

—¿Cómo que esposo?

—Ósea, su marido, su pareja, su cónyuge… ya sabes, tú tienes uno de esos —añade lo último señalándose a sí mismo—. Es un Hofferson, ellos actúan así. Les haces enojar, te meten una buena hostia y luego —Hiccup señala como, en aquellos pocos segundos que habían desviado la atención, ahora el muchacho estaba aferrándose en un brusco abrazo a Jens, quien parecía incapaz de comprender qué era lo que estaba pasando—, y luego te dan una muestra de amor. Así funcionan ellos.

Elsa pega un brinco. —¿Cómo que un Hofferson? ¿Hofferson en plan hijo de Astrid? ¿De esa Astrid? ¿Ha tenido un hijo? ¿¡Astrid ha parido un hijo!?

Hiccup suelta una risotada. —No, no mujer, el niño es adoptado. Pero de que es tan Hofferson como cualquier otro nadie se lo quita.

—Ah, pero ella sigue con Heather, ¿verdad?

El jefe de Berk sigue carcajeándose. —Pues claro que siguen juntas, mujer, ¿qué te pensabas? ¿qué con lo embobada que estaba y está de Heather hubiera terminado luego con un hombre? No digas tonterías, anda.

—Yo qué sé, me he perdido quince años de vuestras locuras, y que tenga un hijo me ha dejado demasiado impactada —se apresura a justificarse, intentando acomodar un poco el desastre que tenía como cabello en ese momento, dejando su mirada pérdida en un punto cualquiera mientras intentaba ponerse al día y entenderlo todo—. Astrid y Heather han adoptado a un niño —susurra.

—Exactamente.

—Y susodicho niño y el nuestro…

Hiccup suelta una risilla. —Surgieron chispitas desde que se conocieron.

Elsa se pasa las manos por la cara. —Yo… yo no… quiero decir, siempre noté que a Jens le interesaban tanto hombres como mujeres, siempre estuvo muy claro, ¿sabes? Le encantaba coquetear con muchachas y recibir la atención de los muchachos… pero realmente jamás creí… pensé que él…

La interrumpe, nuevamente tomándola de la cintura. —¿Pero esto te molesta de alguna forma?

—¡Claro que no! —suelta bruscamente, pero asegurándose de no gritar y no interrumpir a esos dos—. Lo que me importa es que sea feliz, no quiero nada más.

Hiccup deja un suave beso contra su mejilla. —Esa es mi princesa —le dice contra el oído, apretujando con fuerza su cintura, haciendo que un intenso escalofrío le recorra todo el cuerpo—. Sabes que lo más probable es que Astrid venga en cualquier momento y se lo tendrás que explicar todo, ¿verdad?

Algo de miedo recorre a Elsa, incluso siente un nudo formándose en su garganta. No puede evitar sentir algo de pánico ante esa idea, no puede evitar temblar un poco. Astrid había sido su más fiel confidente en ese año que estuvo allí, ella la había ayudado tanto, se había quedado siempre a su lado, protegiéndola y cuidando de ella cuando Hiccup no podía, asegurándose de que se sintiera como en casa, que la gente la aceptara, asegurándose de que aprendiera a defenderse por su cuenta, que poco a poco asumiera más del puesto y las acciones que se esperaban de ella. Cuando sus padres se la llevaron, cuando según todo el mundo ella maldecía a los vikingos e insultaba sus formas, también había insultado a Astrid, para la vikinga la realidad es que la habían traicionado, luego de otorgar y cuidar tanto, la habían traicionado.

No estaba en lo absoluto preparada para volver a verla, ni a ella ni a nadie, pero no es como si tuviera alguna otra opción.

Eso le queda más claro cuando tanto Heather y Astrid, con Estoico y Valka detrás de ellas, entran abruptamente en la casa de los Haddock llamando por su hijo y evidentemente confundidas por todo lo que está pasando en el momento.

Elsa contiene la respiración en cuanto los ojos azules de Astrid se fijan en ella. Se aferra a sus manchadas faldas y tiembla como nunca antes. Traga saliva duramente y, tal vez es porque lleva quince años sin saber cómo relacionarse con la gente, o tal vez es porque la tontería de su marido es contagiosa, pero lo único que sale de ella es lo siguiente. —Hola, Astrid —titubea un poco mientras intenta sonreírle. La guerrera vikinga de la queda mirando por unos segundos en completo silencio, Heather parece que ha visto un fantasma, pero de inmediato se ve más preocupada por la reacción de su esposa.

—¿Hola Astrid? —repite la vikinga, empezando a fruncir el ceño. Elsa tiene claro de inmediato: la ha fastidiado—. ¿Hola Astrid? —insiste en cuestionar. Elsa lo tiene aún más claro: va a morir—. ¿¡Hola Astrid!?

Por inercia Elsa se apretuja contra la pared en cuanto la vikinga empieza a avanzar hacia ella a base de zancadas, apartando a Hiccup de un fuerte empujón en cuanto él intenta interceder. Antes de que pudiera intentar arreglar nada, Astrid la había tomado del cuello del vestido y parecía estar a punto de meterle un hachazo.

—¡Nos diste la espalda por quince años! ¡Difundiste horribles mentiras de todos nosotros! ¡Hace un par de semanas estabas encaminando barcos para acabar con nosotros! ¿¡Y ahora te apareces de la nada y lo único que me dices es "hola, Astrid"!? ¿¡Se puede saber qué pasa contigo!?

Todo el mundo puede ver la manera en la que Elsa está temblando y aguantándose las lágrimas.

Traga saliva con dificultad. —T… tengo un… una buena explicación.

Astrid hace una mueca. —¿Una buena explicación o más bien una excusa de mierda?

Elsa niega repetidas veces. —Una buena explicación, una buena explicación de verdad —insiste, sujetando la muñeca de Astrid, intentando apartarla pero fallando estrepitosamente, solamente sintiendo como ella va apretando cada vez con más fuerza, rechinando sus dientes mientras la mira fijamente—. Por favor, Astrid —le pide, devolviéndome la misma intensidad —. Por favor, solo escúchame, por favor… en el fondo… en el fondo sabes que yo jamás quise haceros nada de eso, tienes que escucharme… por favor.

Elsa puede ver como la dura expresión de Astrid vacila por un momento, puede ver todo el dolor tras la furia, toda la tristeza que, lo sabe perfectamente, ella misma ha causado no solo a Astrid, sino a todo el mundo en Berk y sus islas aliadas. El agarre se suaviza, y Astrid termina desviando la mirada.

Hiccup no puede evitar meterse. —Oye, sé que estás furiosa, y en verdad la explicación va a sonar a una locura…

—Buah, por supuesto que es una locura, no podía ser de otra forma —interrumpe, bufando molesta.

—Pero es la verdad.

Finalmente, Astrid voltea hacia Hiccup. —¿Y cómo esperas que te crea a ti? —cuestiona alzando una ceja, indignando a su jefe—. Ella podría haberse aparecido sin explicación alguna y tú serías lo bastante imbécil como para perdonarle todo… ¡Y usted también! —añade mirando a Estoico en cuanto noto que el antiguo jefe parecía querer reírse de los comentarios sobre su hijo—. ¡Los dos sois unos debiluchos y permisivos cuando se trata de Elsa! ¡Sois incapaces de admitir cuando la chiquilla se equivoca!

—¡Eso no es cierto! —se apresura Hiccup.

—Estás muy equivocada, muchacha —se defiende Estoico, cruzándose de brazos, intentando disimular que en cierto punto creía que Astrid tenía razón—. He escuchado su historia, sé que puedo confiar en ella, sobre todo porque soy yo quien más recuerda cómo eran esos padres horribles que tenía.

Astrid rueda los ojos. —Por supuesto, una buena historia lacrimógena, ¿qué otra cosa se podría esperar de ella? ¿Sabéis que os digo? Que vale —Astrid vuelve a encarar a Elsa—. Te escucho, te escucho por completo, pero a mí no me cuentes tus novelas, quiero la versión resumida y la quiero ahora.

Realmente, hubiese sido una locura esperarse cualquier otra cosa de Astrid.

Elsa suspira pesadamente, sin soltar en ningún momento la muñeca de la vikinga, sabía que no iba a creerle, sabía que con la versión resumida no se solucionaría nada entre ellas. Pero, eso era lo que había pedido y sería un problema aún mayor intentar otorgarle algo diferente a eso.

—Mis padres consiguieron magia de un grupo pagano del que mi madre desciende y con unos cristales mágicos borraron mi memoria —suelta sin pensarlo, todo de golpe, tal y como lo había solicitado.

Astrid parpadea confundida.

—¿Me estás queriendo ver la cara de idiota?

—En lo absoluto. Esa es la verdad.

—¡Y hay pruebas! —salta de inmediato Jens, apresurándose a acercarse a su madre y a la mano derecha de su padre, sacando de su bolsillo uno de esos cristales, haciendo que su madre pegue un brinco e intente alejarse—. Este de aquí está vacío, sería mejor tener alguna memoria que demostrar, pero con esto también sirve. Las memorias se arrebatan, se guardan aquí y si se destruyen vuelven al Ahtohallan.

Dubitativa, Astrid toma el cristal, Elsa se remueve desesperada, con horribles memorias volviendo a ella sin que pudiera hacer nada para frenarlo. —Preferiría no estar cerca de esa cosa —masculla intentando apartar la mano de Astrid de ella. La vikinga reacciona de inmediato, dando varios pasos hacia atrás, mirando con espanto la manera en la que la actual reina de Noruega se agazapaba aterrorizada ante la vista de aquel objeto tan extraño.

—Te quitaron todos tus recuerdos…

Elsa asiente. —Me dijeron que los vikingos jamás habían vuelto aparecer desde la edad media hasta aquella fiesta en Italia, me dijeron que siempre había estado comprometida con Joss, que lo mataron delante de mí y me secuestraron por puro capricho… me dijeron que no podía recordar nada por todo el trauma psicológico que había supuesto, que básicamente mi propia mente borró todos esos recuerdos desagradables como mecanismo de defensa.

Todos los presentes se quedaron en completo silencio por unos segundos, hasta que Astrid suelta una risilla.

—Ja, comprometida con Joss, ya te hubiera gustado que eso hubiera sido realmente así —bromea, lanzando de momento a otro el cristal hacia Jens, quien lo guarda de inmediato. Ante las palabras de su amiga, Hiccup frunce el ceño, pero Elsa solo rueda los ojos.

—Vaya que me has extrañado si incluso te acuerdas de eso —bromea, finalmente sonriendo con calma ante ella—. Yo tengo las cosas más frescas, no creas que no puedo comentarle una que otra cosilla a tu esposa —amenaza juguetonamente, guiñándole un ojo. Mientras eso pasa, Heather frunce el ceño y se acerca un poco a Hiccup.

Inclinándose hacia él, pregunta. —¿Nuestras esposas están coqueteando delante de nosotros?

Hiccup mira fijamente como Elsa y Astrid siguen molestándose. —Creo… creo que sí…

—Bueno, no me sorprende del todo —responde Heather entre risas, alzando la voz para llamar su atención—. Entre ellas siempre hubo algo.

Ambas mujeres voltean hacia sus parejas, pero es Jens el primero en reaccionar.

—¿Entre ellas qué?

Elsa parpadea y voltea lentamente hacia Astrid. —¿Es… eso es cierto? Ósea, ¿alguna vez hice algo que pudiera parecer eso? Aunque en todo caso, eras la que hacía cosas extrañas.

—Espera, ¿qué? —cuestiona ofendida—, ¿qué se supone que hacía yo?

—Astrid, ¿tengo que recordarte todo lo que pasó en mi boda por tu causa?

Hiccup entra un poco en pánico. —¿¡Qué coño hiciste con mi esposa en mi boda, Hofferson!?

—¡No hice nada! —la vikinga se calla por unos segundos—… creo…

—¿¡Cómo qué crees!?

—¡Iba muy borracha!

Jens se pasa las manos por el cabello. —¿Alguien tendría la amabilidad de explicarme que diantres está ocurriendo?

—Solo quiero añadir —Heather apenas puede hablar con normalidad por las risas—, que por el bien de nuestros pobres niños deberíais limitaros a dejarlo todo como una linda amistad, son los sacrificios que tiene que hacer una madre.

Elsa alza una ceja. —¿No sería por el bien de los niños y de nuestros matrimonios?

Heather se hunde de brazos. —En verdad solo arruinaría tu matrimonio, princesa, a mí no me molesta añadirte en mi cama —concluye guiñándole un ojo, con esa sonrisa propia de las mujeres Berserker que desprende malicia y una picardía casi inhumana.

—¡De acuerdo! ¡Hasta aquí! —gruñe Hiccup al notar la manera en la que su esposa se había sonrojado ante la propuesta de Heather—. ¡Vosotras dos fuera mi casa! ¡Fuera, fuera! ¡Alejaros de mi esposa! ¡No he esperado quince años para que me la robéis, ratas!

Jens simplemente se sentó en una de las sillas de madera, viendo como su madre intentaba recordar si alguna vez había hecho algo para hacer creer a cualquiera en Berk que entre Astrid y ella había algo más que amistad, a la par que sus abuelos se reían a carcajadas al contemplar como su padre echaba a sus amigas, y al hijo de estas, fuera de casa, completamente incapaz de lograr que pararán de reír y fingir coquetear con su esposa recién llegada.

La puerta se cierra con un fuerte golpe, Hiccup comentaba algo sobre querer matar a la familia Hofferson en su totalidad, Elsa se voltea con delicadeza hacia su hijo mayor.

—Entonces… tú y ese muchacho… ¿desde hace cuánto que estáis en una relación? ¿cómo ocurrió?

Las mejillas de Jens se ponen completamente rojas antes de decidir que no necesitaba más interacciones raras y sencillamente se levantó bruscamente de la silla, miró fijamente a su madre una última vez y luego se fue hacia el piso de arriba.

Hiccup se carcajea en cuanto Jens desaparece tras las paredes por completo. —Que gran tacto, princesa.

—¡Solo intentaba hablar un poco del tema!


Por mucho que lo había intentado —nadie podría decirle que no lo había dado todo—, Hiccup no había logrado que sus mejores amigas dejaran de coquetear e insinuársele a su esposa.

Elsa ya llevaba dos semanas de regreso en Berk, aunque parecía, y a veces a Hiccup le gustaba imaginárselo así, que en realidad jamás se había ido de la isla en lo absoluto. Había vuelto a sus antiguas formas de vestir, a aquella bella combinación de prendas vikingas que seguían cierta elegancia europea, llevando consigo siempre las llaves de la riqueza de la familia Haddock, colocando justo sobre su pecho aquella que simbolizaba el puesto de esposa de jefa, la llave que representaba a los enormes portones del Gran Salón. Había vuelto a las trenzas vikingas, con la ayuda de las antiguas matriarcas que hace años la prepararon para su matrimonio. Ellas fueron las primeras en aceptarlas, las primeras en creerla firmemente, las únicas que no necesitaron la presentación de cómo funcionaban los cristales mágicos de Noruega, Astrid se había equivocado un poco cuando dijo que Estoico e Hiccup eran débiles cuando se trataba de Elsa, más bien se podría decir que los dos hombres de la familia Haddock y todas las matriarcas de Berk, todas esas mujeres que habían tomado el puesto de cuidadoras y guías, sencillamente eran incapaces de no confiar de alguna forma en Elsa.

Realmente parecía que Elsa jamás se había ido, porque solo le había tomado dos semanas para que todo el mundo volvería a tratarla como antes, para que todos volvieran a confiar en sus palabras, para que escucharan con paciencia y comprensión la explicación que ella tenía con respecto a qué era lo que había pasado hace quince años para que ella no volviera hasta ahora. En cierto punto se podría incluso decir que, exceptuando a los señores ancianos del consejo de Berk, todos en la isla eran indiscutiblemente débiles cuando se trataba de Elsa.

La señora Hofferson golpea a su hija con un cucharón en la cabeza para que se aparte de la joven jefa. —¡Deja ya a la niña! ¡Que estás casada, muchacha!

Antes de que Astrid pudiera defenderse, con una sonrisa juguetona Heather intercede por ella. —No se preocupe, suegra, sí a mí no me molesta invitar a la princesita a nuestra ¡Au! —Heather también se lleva un golpe con el cucharón de madera.

—¡Que la dejéis en paz he dicho! —vuelve a amenazar con el cucharón, el matrimonio Hofferson-Berserker se aparta de inmediato de la nueva jefa—. Si vuelven a molestarte, avísame, cielo, les pienso enseñar modales a estas dos idiotas.

Elsa se aguanta como puede las carcajadas. —Muchas gracias, señora Hofferson, siempre se puede confiar en usted.

La mujer sonríe de oreja a oreja, se inclina para dejar un maternal beso en la frente de Elsa, se despide acariciando sus blancos cabellos y luego se retira a seguir ayudando a servir al resto de miembros de su familia, por lo menos a los más jóvenes.

Astrid hace una mueca. —Consentida —insulta.

—Inmadura —le responde, volviendo a su plato de comida—. ¿No te había dicho Hiccup que ya no se lo tomará como broma la próxima vez que te viera haciendo tus tonterías?

Tanto Astrid como Heather sueltan una carcajada en ese momento. Heather, entre risillas, dice. —Honestamente, ¿te crees que en algún contexto consideraríamos a Hiccup como una verdadera amenaza?

Elsa rueda los ojos. —Solo digo que sería amable de vuestra evitar riñas innecesarias.

—Oh, por favor —suelta Astrid—, si en realidad te encanta toda la atención que te damos, princesita.

—Sigo sin entender por qué me llamáis así, ya he sido reina, y aunque le hayan otorgado ya la corona a mi hermana, sería la reina emérita. Ya no soy una princesa, y lo sabéis.

—Bueno, técnicamente hablando tienes razón, pero la verdad es que todo el mundo te sigue siendo como una niña, así que princesa queda mejor que reina.

La jefa frunce el ceño. —Tengo ya 30 años.

—Ajá, ¿y?

—He parido dos niños.

Heather se aguanta las risas. —Felicidades, supongo.

Elsa suelta bruscamente sus cubiertos y se voltea por completo hacia Astrid y Heather. —¡Ya no soy una niña! ¡Y tú no tienes ningún derecho de llamarme así! —señala a Heather—. Literalmente soy mayor que tú.

—Solo por unos pocos meses —se apresura a señalar Heather, frunciendo el ceño y mirando mal cuando su esposa suelta una risilla—. Además, he madurado más que tú, por lo que la niña eres tú.

Aprovechando la leve indignación que nota en la Berserker, Elsa se limita a sonreír juguetonamente y a hundirse en hombros. —Si tú lo dices… —es lo único que responde, provocando que la indignación de Heather incrementara.

Justo antes de que la mujer pudiera defenderse, la atención de las tres es captada por las tres figuras jóvenes que van avanzando hacia ellas. No cuesta nada identificarlos como sus hijos, las bromas se acaban y el pánico las invaden cuando se dan cuenta del estado de todos ellos.

Raner está mascullándole algo a Jens, acariciando sus manos y de vez en cuando sobándose el abdomen, Jens está en medio de Harald y de Raner, apretando con furia los puños, con la ropa llena de tierra y con un labio partido. Harald era el que peor se veía, y aquello no era algo nuevo, sus cicatrices siempre le daban mala apariencia, y últimamente comía tan poco que siempre se veía cubierto por una palidez enfermiza, el niño cojeaba un poco, tenía un feo moretón en una de sus mejillas y apretaba con fuerza uno de sus costados.

Elsa es la primera en levantarse y correr hacia sus niños, Astrid y Heather no se demoran en seguirla.

—Dioses benditos, ¿qué os ha pasado? —pregunta angustiada, inclinándose lo suficiente para poder revisar bien el rostro de ambos—. Niños, por favor, ¿qué os ha pasado?

Heather también está inclinada, revisando el rostro de su hijo y sus extremidades, apretando un poco con los dedos y preguntando qué era lo que le dolía y cuanto, Raner a penas contesta de vez en cuando hablando, la mayor parte del tiempo solo niega o asiente. Astrid, por su parte, mira desde unos pasos atrás, apretando con rabia los puños.

—¿Quién demonios os ha hecho esto? —gruñe, mirando fijamente a su hijo, quien se oculta un poco—. Raner, respóndeme ahora mismo, ¿quién ha hecho esto?

El joven Hofferson agacha la mirada. —No sé sus nombres, mamá, pero puedo reconocerlos. Sé que al menos uno de ellos es nieto de un miembro del consejo —luego de juguetear nervioso con la tela de su túnica, Raner añade—. Jens y yo íbamos paseando con algunos dragones cuando vimos a un grupo de idiotas rodeando a Harald…

Elsa se fija de inmediato en su hijo menor, intenta sujetarle la cara, pero él se aparta con una mueca de dolor.

Raner titubea un poco antes de continuar. —Jefa, creo que se le han abierto una de sus heridas del costado, le he presionado una tela por si acaso, pero no está del todo limpia y podría infectársele, pero es que no se me ocurría nada más, yo realmente…

Ante el nerviosismo del muchacho, Elsa lo detiene apresuradamente. —No, no te preocupes, cielo, muchas gracias, has ayudado mucho, de verdad —le asegura apresuradamente para luego fijarse en sus hijos—. Jens, cariño, ¿puedes ponerle algo de hielo a tu hermano en la mejilla para aliviarle el dolor? Vamos a casa, ¿de acuerdo? Vamos a trataros las heridas —al obtener el asentimiento de su hijo mayor, Elsa se voltea hacia Astrid—. ¿Podrías…?

—Le avisaré a Hiccup en cuanto llegue de su vuelo. Raner, ve con tu madre a casa, como te calles sobre alguna sola herida, muchacho, vamos a tener problemas tú y yo.

—Sí, mamá. Perdona por haberme metido en una pelea.

Astrid se acerca a Raner para acariciarle con ternura el cabello castaño. —No te disculpes, has hecho lo correcto, mi niño, y estoy muy orgullosa por eso. Ahora ve con tu madre, ¿de acuerdo? En cuanto pueda iré con vosotros.


Elsa desinfectaba el labio roto de Jens mientras Harald se recostaba en la cama matrimonial luego de que volvieran a tratarle una de sus tantas heridas que tenía en el costado derecho de su torso. Las costuras no se habían roto demasiado, pero había empezado a salir algo de sangre, el moretón de la mejilla no estaba tan mal, pero habían golpeado con fuerza una de sus piernas y la tenía casi por completo morada, como si hubieran intentado romperla. Jens se queda mirando a su hermano cuando finalmente su madre termina de tratar su labio, Harald se ha quedado dormido, abrazado a una almohada, removiéndose de vez en cuando por el dolor.

—Son todos familiares de miembros del consejo —gruñe Jens, mirando a su madre fijamente—. Sé que son todos familiares, mamá, no me sorprendería que los propios miembros…

—Basta —lo interrumpe—. Jens, te lo he dicho antes, no podemos atacar ni señalar directamente al consejo, por el momento no. Tenemos que esperar, esperar a que nos acepten nuevamente en Berk, luego veremos cómo lidiar con todo esto.

—Pero ellos son los únicos que tienen nada en tu contra, mamá. El resto de Berk te aprecia, te acepta.

Elsa suspira pesadamente. —Muchos otros territorios ya han dejado claro que no piensan aceptarme a mí y mucho menos a tu hermano como miembros de la familia Haddock, como miembros de la familia principal si el consejo no nos aprueba, te lo he repetido hasta la saciedad, Jens, ¿por qué tengo que seguir repitiéndotelo?

—¡Pero no es justo! —suelta bruscamente—. No pueden hacer lo que quieran, tienen que pagar las consecuencias por lo que hacen, por lo que te dicen, tenemos que hacer algo, mamá, por favor. Van a volver a atacar a Harald y lo sabes, así que, por favor, solo déjame contárselo todo a papá, seguro que él puede hacer algo y solucionar el tema con el resto de las tribus.

—Baja la voz —es toda la respuesta que le otorga por el momento—. Deja que tu hermano descanse.

Jens aprieta los puños. —No va a poder descansar nada si sigues dejando que le hagan esto —gruñe enfurecido.

Elsa se aguanta el dolor, se aguanta la rabia. —Jens, estoy intentándolo, estoy intentando todo lo posible ¿crees que me gusta ver que os hacen daño? ¿crees que no me gustaría reaccionar como tú lo haces?

—Pues no lo sé —masculla desviando la mirada—. No es la primera vez que te quedas mirando mientras alguien nos hace daño.

Ella se queda completamente quieta al oír aquel comentario, se queda quieta donde estaba, mirando fijamente a su hijo, reteniendo con todas sus fuerzas las lágrimas, oprimiendo todo esa tristeza dentro de su corazón, impidiéndole salir en lo absoluto. Sabe perfectamente a que se refiere, no tiene duda alguna de cuál es el exacto significado detrás de las palabras de su hijo mayor. No lo culpa, no lo culpa en lo absoluto. En todos esos quince años permitió que Casto les hiciera tanto daño, le dio campo abierto para tanta crueldad, no solo física, esa mayormente era solo para ella, sino de todo tipo también. Casto era un hombre patético, amargado con su vida, un hombre que como no podía ser feliz había decidido hace mucho tiempo que nadie más podía serlo, había sido un padre horrible que jamás había hecho el más mínimo esfuerzo de tan siquiera ocultar toda la ira y desprecio que sentía hacia los que se supone eran sus propios niños, y ella, convencida por sus padres que solo tenía que mejorar, había dejado que hiciera tanto daño solo porque consideraba que si se comportaba mejor, si lo hacía feliz, entonces él se detendría.

Elsa había permitido que Casto lastimara a sus niños, y comprendía que le guardaran rencor por ello, sobre todo Jens, quien recordaba más, quien había sido el receptor de toda esa furia que ella llevaba acumulando en tantos años y que estalló cuando le cuestionaron por ese pasado que solo era usado como ataque en su contra.

—Solo quiero… solo quiero… —intenta explicarse.

Jens empieza a llorar de la rabia. —Si soy lo suficientemente buena, si soy lo suficientemente correcta, si hago lo que me piden —empieza a decir, imitando la voz de su madre—, entonces no me harán daño.

Elsa mira fijamente a su hijo, temblando, apretando con fuerza las manos, clavándose las uñas en las palmas. —No me hables así.

—Estás haciendo lo mismo de siempre —le responde rabioso. Se levanta bruscamente, se niega por completo a encararla, tan solo comienza a irse—. Siempre es lo mismo contigo.

—¡Jens! —intenta llamarlo, olvidándose de mantener la voz baja.

—Voy a contárselo a papá —anuncia, temblando de la rabia—. Al menos él hará algo por nosotros. Hasta ahora él nunca ha elegido a quien nos hace daño.


Harald se había ido a dormir a su habitación luego de comer algo para cuando Hiccup llegó a la casa por su cuenta, Jens no estaba por ningún lado a pesar de que pronto anochecería, pero Elsa intenta calmarse, estaban en Berk después de todo, la isla era lo suficientemente pequeña como para que la tribu entera se enterase si algo malo llegaba a pasarle al hijo del jefe.

Le da vergüenza, pero Elsa no puede evitar temblar por completo cuando su marido llega con una expresión cansada y cierra la puerta de su habitación. Hiccup siempre es calmado y tranquilo, cierra la puerta con delicadeza, no solo porque sabe que ya es algo tarde y que seguramente después de todo lo que le contaron que había pasado el pequeño Harald quería descansar, sino porque realmente Hiccup Haddock no es el tipo de hombre que da portazos, no es el tipo de hombre que descarga su ira contra su mujer, no es el tipo de hombre que descarga su ira en nadie que no considere su enemigo básicamente. Y a pesar de que Elsa sabe eso perfectamente, no puede evitar temblar, no puede evitar recordar los portazos, aquella cruel mano cerrando con candado, todo lo que significaba quedarse a solas en la alcoba real con él… pero Hiccup no era así, sencillamente no lo era, Hiccup era un buen hombre, un espléndido hombre, lo mejor que jamás podría ocurrirle… pero aun así, aun así tenía tanto miedo que realmente le estaba costando mucho disimular el temblor de su cuerpo.

—De acuerdo —comienza a decir, pasando una mano por el rostro—. ¿Puedo saber por qué no me has contado que llevas una semana entera siendo insultada de las peores maneras por varios miembros del consejo? Y ya estamos ahí, ¿puedo saber por qué no querías decirme que los nietos, sobrinos e hijos de estos mismos miembros del consejo han atacado como una panda de imbéciles a Harald?

Elsa traga saliva con dificultad. —Porque sabía que tu solución no sería precisamente la más acertada para esta situación —no añade mucho más, solo porque es bastante evidente el temblor de su voz y no quiere darle tiempo a Hiccup a notarlo.

Lo escucha suspirar pesadamente, avanza hacia ella y su primer instinto es apartarse. Se queda mirándolo fijamente, porque Hiccup no se detiene, ni siquiera se fija en ella, se sienta bruscamente a los pies de la cama y aprieta con fuerza el puente de su nariz.

—¿Y qué hubieras hecho si Jens y Raner no lo hubieran encontrado a tiempo? —le pregunta, finalmente encarándola, mirándola fijamente a los ojos. Elsa se apresura en desviar la mirada, no puede soportar aquellos ojos verdes tan intensos clavados en ella, prefiere fingir que no están ahí, por lo menos en aquel momento—. Elsa, cariño, respóndeme, por favor.

Suspira en un intento —fallido— de ser capaz de relajarse. —Solo sé que la respuesta correcta no es ir allí y perder la cabeza con dragones y fuego.

—No es eso lo que te he preguntado.

—¿Realmente quieres que crea que si te lo hubiera contado todo esas gentes no serían ya comida de dragón?

Hiccup frunce el ceño y aprieta los labios. Se levanta bruscamente, Elsa retrocede varios pasos nuevamente, no sabe si Hiccup sencillamente ignora aquel hecho o es que está tan ensimismado en la discusión que ni siquiera se ha dado cuenta de ello.

—¿Qué propones? —pregunta bruscamente, tomándola de la muñeca izquierda, haciendo que ni siquiera fuera capaz de preocuparse por ocultar la manera en la que su cuerpo entero se está envolviendo en una horrible capa de terror—. ¿Acaso quieres que me quede aquí sentado mientras os lastiman? No, me niego, me niego rotundamente, Elsa. Eres mi esposa, eres la mujer con la que he elegido estar por el resto de mi vida, no pienso dejar que un par de imbéciles te hagan sentir como menos solo porque tus padres decidieron alejarnos. Y tal vez Harald no sea hijo mío, tal vez no sea mi sangre, pero es tu hijo, es tu niño y pienso cuidar de él de la misma forma que cuido de Jens sin dudarlo. No puedes pedirme que no reaccione —asegura, tomando entonces la otra muñeca de su esposa, acercándola a su cuerpo, ella baja la mirada de inmediato, eso Hiccup lo comprende como vergüenza o tal vez como una forma de negarse a responderle, no se da cuenta de todo el temor que está volviendo a ella, no se da cuenta de todos lo horribles recuerdos que vuelven a su mente como forma de tortura que no puede controlar ni detener—. Elsa, me da igual lo que hayan dicho en otras tribus, me da igual si tú no lo quieres así, pienso hacerlo con respecto a esos idiotas, no pienso que esto siga así, ¿de acuerdo?

No obtiene respuesta.

—Elsa, por favor, respóndeme.

Ella aprieta con fuerza los parpados para evitar llorar, quiere chillar cuando su marido tira más de ella. Los recuerdos se acumulan como una avalancha en su cabeza. Los gritos de Casto, sus asquerosas manos por todas partes, sus insultos, la forma en que le impedía moverse tomando sus muñecas y aprisionándola contra la cama. Intenta apartarse de Hiccup, intenta apartarse de esos tiempos, pero él tampoco deja que se mueva. Aún le habla, aún le pide alguna respuesta, pero Elsa sencillamente ya no puede encontrar diferencia alguna, de alguna forma, una forma que no puede entender, una forma que sencillamente parece de pesadilla… de alguna forma ha vuelto al palacio de Noruega, ha vuelto a esa maldita habitación, con aquel maldito hombre, con todo ese dolor, con todos esos gritos, con todos esos ataques. Ha vuelto allí y está pasando lo de siempre, él le está gritando, la insulta de todas las maneras que conoce, la sujeta de fuerza de las muñecas para que no se mueva, para que no pueda huir de él y su furia…

Sabe lo que pasa luego de eso, sabe cómo terminará esa noche.

No quiere, no quiere, no quiere, no quiere, no quiere, no quiere.

Hiccup finalmente nota las lágrimas, por lo que se inclina más e intenta que le mire a los ojos. La vuelve a llamar y de momento a otro, sin que se lo esperase en lo absoluto, su esposa empieza a sollozar y a tirar para liberarse.

—Suéltame —ruega, perdida entre el pánico y las lágrimas, tirando y tirando para romper el agarre—. Suéltame, suéltame ¡SUÉLTAME!

Hiccup también empieza a entrar en pánico. —Elsa, cariño, ¿qué ocurre? ¿qué pasa?

Pero ella sigue forcejeando, hundida en los recuerdos. —¡Suéltame! ¡Suéltame, maldita sea! ¡Deja de tocarme! ¡Suéltame!

Deja sus muñecas, pero intenta abrazarla, intenta consolarla de alguna manera, apenas la estaba rodeando cuando ella da empujones contra él para que no se acerque. Hiccup vuelve a intentar sujetarla, con esa delicadeza que siempre creyó que la calmaba, pero Elsa se aleja apresuradamente, retrocede hasta la pared y termina dejándose caer en el suelo para abrazar sus piernas y así protegerse de aquella falsa amenaza.

Y mientras Elsa solo puede recordar todas esas espantosas noches con Casto, Hiccup siente un horrible escalofrío al recordar la noche que ella lo rechazó, la noche que la perdió.

Se arrodilla justo delante de ella e intenta volver a sujetarla, ella lo corta antes de que Hiccup pudiera seguir preguntándole qué le ocurría. —¡Por favor, por favor para! —le ruega, tirando de su cabello blanco, completamente ahogada en los sollozos—. ¡Por favor, no quiero, no quiero! ¡No me toques por favor! —los ruegos nunca funcionaban con Casto, jamás habían funcionado… pero intentarlo no costaba nada.

Y costaba menos ahora, ahora que era Hiccup quien la escucha.

Se aparta varios centímetros, alza las manos con las palmas abiertas.

—Está bien, está bien, princesa, está bien, no te toco más. Lo siento, lo siento de verdad —le dice, consiguiendo entonces algo de su atención—. Me has pedido varias veces que te suelte y no lo he hecho, lo siento de verdad, lo siento mucho, amor, no volverá a pasar. Solo quiero ayudarte, de verdad que solo quiero ayudarte —al verla temblando, llorando de esa manera, tan destrozada… todo lo que quiere hacer es sujetarla entre sus brazos y jamás soltarla, pero no lo hace, se contiene, eso no es lo que Elsa necesita en ese momento—. Yo jamás te lastimaría, Elsa, lo sabes… no quiero hacerte daño, no pienso hacerte daño, te lo juro por mi vida, princesa, no voy a lastimarte. Estoy aquí, estoy para cuidarte, estoy para protegerte, estás a salvo, te lo prometo, te lo juro, amor.

Al menos para de llorar, pero tiembla de manera horrible.

Baja lentamente los brazos, mirándola fijamente, analizando todo lo que hacía.

—¿Puedo abrazarte ahora? —pregunta delicadamente, quieto en su sitio. Ella parece querer controlar su respiración, parece estar pensándoselo, pero al final vuelve a la misma situación de antes y niega varias veces con la cabeza—. De acuerdo, de acuerdo —se apresura a asentir ante su respuesta—. ¿Quieres estar sola? ¿quieres que me vaya?

Hiccup no hace amago de irse, pero Elsa lo retiene aferrándose a abrigo de piel de inmediato.

—No, no, no, por favor no, no te vayas, no me dejes, no me dejes, Hiccup, por favor, por favor, no me dejes, por favor, haré lo que sea.

—Oye, oye, está bien, está bien —le responde de inmediato, tomando con delicadeza la mano con la que lo sujeta, siente el temblor de su cuerpo, pero se calma al ver que no retira la mano—. No me iré a ningún lado, aquí estoy para ti, mi princesa… ¿qué necesitas que haga?

Elsa abre y cierra la boca varias veces, en busca de una buena respuesta, en busca de algo que decirle, en busca de lo que realmente ella quería que su esposo hiciera por ella. Termina negando con la cabeza.

—No lo sé —solloza—, no lo sé, no lo sé… no sé por qué me pasa esto, no sé por qué me siento así… no sé… no sé, yo… yo no sé lo que me pasa, Hiccup… solo sé que tengo miedo, que tengo mucho miedo y no quiero… no quiero, no quiero que vuelva a pasar. Por favor, por favor, no lo hagas tú también, Hiccup, por favor, por favor no quiero, no otra vez, por favor, no.

Hiccup cree saber la respuesta, pero traga saliva y se atreve a preguntar. —¿No quieres que vuelva a pasar qué, cariño?

Ella finalmente vuelve a mirarlo a los ojos, e Hiccup se destroza cuando todo lo que puede encontrar en esos preciosos ojitos azules es una inocencia, una felicidad, una esperanza completamente destrozadas. Le destroza comprender qué era lo que había pasado, le destroza tener que saber que mientras él estaba furioso por creer que la mujer que amaba estaba a gusto en los brazos de otro hombre, ella en verdad estaba viviendo un infierno.

Quiere abrazarla, quiere apretujarla con todas sus fuerzas y asegurarle que jamás la volverán a lastimar, pero se limpia las lágrimas rápidamente y, con delicadeza, toma la mano de Elsa que seguía sosteniéndolo y deja un corto y tierno beso en la palma.

—Estás a salvo —le repite firmemente—, nadie va a lastimarte, Elsa, nunca nadie va a lastimarte, te lo juro, amor mío, te lo juro por todo lo sagrado en este mundo, vas a estar bien, te lo prometo, vas a estar bien.

Ella intenta tomar aire y respirar tranquilamente, intenta hacer todo lo posible para apartar la imagen de Casto de su cabeza pero dioses sencillamente cuesta demasiado, sencillamente parece imposible de lograr, no puede hacer nada contra todo lo que hay en su cabeza, no puede hacer nada contra la crueldad de su propia mente, esa mente suya que ha aprendido a tratar con ciertas situaciones mediante reacciones exageradas y desesperadas. Esos cuatro años de tortura y los once de temor e inseguridad, todo ese tiempo le habían enseñado a temer de lo que podría pasar con ella, le habían enseñado a relacionar diversos aspectos de su alrededor como amenazas, como un inminente peligro… y aunque sabía que Hiccup no iba a lastimarla, aunque confiaba plenamente en él… sencillamente su cabeza estaba espantada, traumatizada… destrozada.

Siente el pulgar de Hiccup acariciando el dorso de su mano, lo escucha tan tranquilo y comprensivo, indicándole consejos para regular su respiración, intenta seguirle y aunque se frustra por lo mucho que le cuesta hacer algo que luce tan fácil, insiste hasta que logra calmarse un poco.

Tira un poco de él y su marido sabe de inmediato que hacer. La sujeta entre sus brazos, la deja descansando sobre su hombro, le llena de besos el rostro y la apretuja contra su cuerpo.

—Estoy tan cansada, Hiccup —murmura, acomodándose mejor contra él—. Estoy harta de que siempre sea lo mismo de siempre… dioses Jens tenía razón cuando dijo que siempre era lo mismo conmigo.

—Eh —la interrumpe con algo de brusquedad—. El niño se ha pasado contigo, ya le he dicho que no puede hablarte así. Se ha ido a pasear con Toothless, para calmarse un poco, si no se disculpa no entra a la casa esta noche.

Elsa se mueve para estar frente a frente con él. —No, no, él tiene razón. Está pasando lo mismo de siempre y sencillamente lo estoy permitiendo… otra vez. Pero es que… es que solo quiero evitar problemas —masculla, aferrándose al abrigo de su marido—, quiero convencerles que pueden volver a confiar en mí, quiero librar a Berk de cualquier problema con sus aliados, quiero que las cosas sean sencillas… pero no importa cuánto haga o cuántas pruebas traiga Jens sobre esa maldita magia, no importa cuánto Harald intente adaptarse… nada les parece suficiente, nada les convence… estoy tan casada, Hiccup, estoy cansada de hacer todo para contentar a alguien más pero que jamás se tenga en cuenta, estoy harta de esforzarme tanto para que aún así me desprecien… pero si no lo hago, si no hago lo que piden todo será peor, todo será más difícil… no sé qué hacer, Hiccup, no sé qué hacer. Solo quiero que todo sea como antes, solo quiero que Harald esté bien, solo quiero que estemos bien.

Elsa disfruta el beso que Hiccup deja en su mejilla.

—Lleguemos a un punto medio entonces —le dice, acariciando lentamente su cintura, mirando fijamente sus reacciones, entrando en calma cuando se da cuenta que su mujer está disfrutando de sus toques—. Nos mantenemos lo suficientemente pacíficos como para que no puedan quejarse, pero ellos se enteran de que no pueden volver a trataros de esta manera. Y ya lo siento por ellos, pero esos pequeños imbéciles van a afrontar serias consecuencias, incluso si son familiares de miembros del consejo, ese es un comportamiento que no pienso permitir en Berk, sencillamente no voy a dejar que ocurra.

Ahora es ella quien deja un beso en la mejilla de su pareja, en un intento para calmarlo.

—¿Cómo está Harald? —pregunta con delicadeza, relajándose y regresando a las caricias.

—Está mejor ahora, pero creo que prefiero que se quede descansando su pierna por unos días al menos, bueno, en sí prefiero que se quede en casa hasta que por lo menos arreglemos el tema de esos muchachos.

Hiccup hace una leve mueca. —No puede esconderse en casa cada vez que algo malo le ocurra —murmura, no muy seguro si ya era buen momento para soltar alguna bromilla—. No será, amor, que quieres quedarte con él en casa consintiéndolo.

El jefe de Berk sonríe como tonto al volver a escuchar la risilla de su mujer. —Puede…

Entre risas, Hiccup acuna con delicadeza el rostro de Elsa para acercar sus labios. La besa con ternura, saboreando por completo cada parte de ella, disfrutando como un loco poder sentirla tan cerca. Elsa se funde en aquel beso, se funde entre los brazos de Hiccup, se aferra a él con todo lo que tiene porque sencillamente no quiere volver a separarse. No quiere volver a perder a Hiccup, no quiere volver a olvidarlo, no quiere volver a estar sin su otra mitad, sin el amor de su vida, sin su alma gemela. Lo necesita, lo necesita a su lado, sabe que se perderá por completo si no lo tiene consigo.

Con Hiccup se siente a salvo, con Hiccup puede confiar que esos temores, que esos horribles momentos son en verdad falsos, que las amenazas son inexistentes y que su cuerpo reacciona sin verdadero motivo alguno, puede empezar a calmarse, a repetirse que todo estará bien, que en verdad no le ocurrirá nada malo.

Pero, en cierto punto, en el fondo, a pesar de todos los años que llega a pasar con él en el futuro, a pesar de que jamás tuvo que volver a encontrarse con ese horrible ser que era Casto, a pesar de que todo en su vida no hizo más que mejorar, a pesar de que pudo ver a su precioso Jens encontrar un amor sencillo y tranquilo al lado del muchacho Hofferson, a pesar de que pudo ver a su querido Harald salir victorioso de los conflictos republicanos de Italia y lograr una verdadera alianza con Inglaterra gracias a su relación con la princesa Ceana, a pesar de que pudo ver a su pequeña Elin crecer lejos de la asfixiante vida noruega, lejos de aquel brutal peso que suponía una corona europea, completamente libre de hacer y deshacer cuanto quisiera. A pesar de que todo había mejorado jamás pudo… jamás tuvo la fuerza suficiente como para realmente superar todo lo que había ocurrido con ella.

Era frustrante, era horriblemente frustrante, no solo para ella, sino para todo aquel que solo quería su felicidad.

Era tan condenadamente frustrante, porque Elsa Bernadotte obtuvo lo que siempre anheló. Un marido que de verdad la amaba y no la lastimaba, un futuro mejor para sus hijos, una niña a la que pudo criar lejos del peso de la corona Noruega y una relación un poco más sana con su hermana. Elsa Bernadotte fue feliz, pero jamás fue la misma. Jamás volvió a sonreír como antes, jamás volvió a sentir amor y felicidad como antes, y lo peor es que se esforzó tanto, como siempre lo hacía con todo, se había esforzado tanto para ser feliz, para hacer que su familia fuera feliz, que no se angustiaran más por ella… pero, como siempre, jamás pudo lograrlo.

Elsa Bernadotte estaba rota, la rompieron, aquellas personas que debieron protegerla la rompieron de todas las formas posibles, y nadie jamás pudo repararla. Porque cosas como la terapia y los métodos de autoayuda son formas muy modernas para sanarse a uno mismo y ella hubiera necesitado vivir siglos enteros para conseguir la ayuda que necesitaba.

A veces no basta con el amor, a veces no basta con la familia, a veces no basta con un cambio para mejor. A veces sencillamente estás muy roto y no hay forma de salvarte. Porque destrozar algo es tan sencillo, pero repararlo puede costar una vida entera, repararlo puede agotarte para siempre, e intentar reparar algo no significa lograr reparar algo.

Elsa jamás pudo recuperar esos quince años, jamás pudo recuperar esa seguridad, esa confianza plena en las mejores intenciones de los demás, jamás pudo recuperar la inocencia arrebatada, jamás pudo sanar por completo, jamás pudo olvidar todo lo que había pasado. Pero Elsa Bernadotte, la jefa de Berk, la esposa de Hiccup Haddock, ella, la que alguna vez la reina de Noruega, al que alguna vez fue llamada la Angelical, ella sobrevivió… sobrevivió a todo lo que contra ella hicieron. Elsa Bernadotte sobrevivió y nadie jamás podrá olvidar eso.


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Jeje, ¿qué tal? Seguro esto no os lo esperabais.

Eh, que me hubiera encantado comentaros que esta cosa iba a llegar, pero es que esta página no tiene forma de notificar a los lectores y seguidores de cualquier cosa (a diferencia de Wattpad, en donde llevo anunciando esto desde hace tiempo y compartiendo noticias sobre los avances) así que... supongo que debisteis asumirlo por el reciente cambio de portadas de la saga)? (la de Engañando al Destino sigue sin convencerme, pero quería aprovechar el fanart que había hecho)

Dios mío que larga que es esta vaina, no tenía ni idea de qué iba a terminar siendo tan extensa, no tengo ni idea de qué diantres ha pasado o cómo lo he hecho para que terminara así.

Sabía que esto iba a ser largo ¡pero no esperaba que lo fuera tanto! ¡Y eso que he borrado y descartado varias escenas! (iba a tener una escena bien larga de Anna descubriendo qué era lo que Casto le había hecho a Elsa y básicamente mandando a la mierda a sus padres por no haber hecho nada, pero realmente no me siento con las fuerzas como para escribir eso ahora mismo)

Por cierto, que me acabo de acordar que hace meses (tal vez incluso un año) que yo escribí un pequeño one-shot sobre la relación de Harald y Ceana, la hija de Tadashi y Mérida, que solo publiqué en mi libro de one-shots y no sé si la gente que sigue esta saga llegó a verlo... no sé si lo queréis, si lo necesitabais en vuestra vida luego de las insinuaciones en el último capítulo de El destino siempre te alcanza y aquí, o no sé, comentadme.

En fin, si me disculpan, me voy a hibernar (jaja, en verdad no, tengo que retomar las novelas que he dejado olvidadas por esta vaina)