¡Muy buenas tardes! Y antes de que acabe febrero, les traigo una actualización. Disfruten de la intriga y los pedoskis del pasado quue siguen acechando :v

P.D. Siéntanse orgullosas, cuando acaben de leer este capítulo ya habrán leído 700 páginas.


Amnesia


No era su brillo labial ni su cabello ondulado lo que le impedían apartar sus ojos del reflejo fidedigno de su espejo de mano. Lo que la cautivó rodeaba su cuello con un fino hilo de plata que confluía en una lágrima colgante de topacio azul. Acariciaba la superficie suave y fresca de aquella piedra preciosa como si buscara grabar su silueta angosta y curvada. Y sonreía espontáneamente al evocar el memorable día que le fue entregada en una pequeña caja blanca adornada de un tupido moño rosa pastel.

En su corazón bullía la emoción, la alegría y el adictivo veneno del enamoramiento. Sus manos anhelaban rozar y estrechar las contrarias para sentir su piel, para contagiarse de su inconfundible fragancia. Si tan sólo aquel día de marzo se repitiera podría encontrarse en esos hermosos y profundos ojos azules.

Si pudiera reclamar nuevamente aquellos labios como suyos…

—Vaya. Te ha encantado su regalo más de lo que imaginé.

Se sobresaltó. Fue inevitable. El sigilo con el que ella entró a su cuarto era de temer tanto como las intenciones que avisaban sus inocentes palabras.

—Sabes que me fascina el color azul —dijo con sus manos engalanando su pelo—. Los accesorios también me gustan mucho.

—Qué raro. Yo pensaba que el azul aguamarina era tu color favorito —aclaró con una sonrisilla.

—Quizás escuchaste mal. No sería la primera vez que tus oídos están defectuosos.

Se negaba a ser vista por su amiga. No quería que descubriera sus mejillas sonrosadas por la vergüenza y lo que el chico de sus remembranzas provocaba en su vulnerable corazón.

—¡Te atrapé, Sora!

Quiso escapar, pero esas rápidas y habilidosas manos se anidaron a sus costados. Reía e intentaba alejarse de quien sabía que las cosquillas eran una de sus grandes debilidades. Y aunque ya no le dolía el estómago de tantas carcajadas, perdió contra ella.

Ahora su rostro se encontraba un poco más abochornado que antes.

—¡Eres tan adorable cuando estás apenada!

—¡Claro que no! Tonta, Shika.

—Si sigues exaltándote tanto arruinarás tu atuendo para este día —avisó cínica—. Igual podrías llegar toda mugrosa usando tu uniforme deportivo y él seguiría pensando que te ves increíble.

—Obviamente no voy a llegar sucia —musitaba—. Siempre me ha gustado salir arreglada de casa. —Se giró hacia su ropero y escudriñó en su interior. Quería un sombrero que hiciera juego—. Tú también te arreglas mucho para él.

—De vez en cuando está bien vestir lindo para ellos, ¿no crees?

—También es bonita —elogió la pulsera alrededor de su muñeca derecha.

No era la belleza del oro que bañaba a aquella pulsera de tenis, sino el significado —casi mágico— que guardaban las pequeñas y sublimes esmeraldas que la construían. Eran símbolo del amor.

—Tengo un atuendo perfecto para usarla.

—Pues lo que estás usando en este momento no le combina en lo más mínimo.

—Sora, no seas envidiosa. También usaré lo que me regalaste con tanto cariño.

Shika sonreía. Sora encorvaba los labios.

—¿Qué te parece si hoy tenemos una tarde de chicas? —Deslizó sus brazos alrededor de su cuello. Y su barbilla encalló en la curvatura de su hombro—. Unos deliciosos pastelillos caseros siempre alegran nuestros corazones.

—Abrieron una nueva tienda de postres cerca de la vieja librería… Dicen que todo es delicioso.

—Entonces vayamos allí —estableció anhelante—. Y de paso pensamos qué haremos para tu cumpleaños. ¿No?

—¿Por qué tan ansiosa por el día que me vuelvo más vieja? —criticó.

—¡Oye! ¡Estás en el inicio de la primavera de tu vida! —exclamó, estrechándola suavemente, con cariño—. No soy la única que quiere que ese día te lo pases bien.

—Sé lo que estás tramando —inquirió—. Únicamente les pido que no sea algo demasiado vistoso. No soporto las multitudes.

—Ay, entonces tendré que anular el banquete que contemplamos. Y también cancelaremos el grupo en vivo. —Se lamentaba—. Igualmente nos despediremos de los perritos cirqueros.

—¿Perritos cirqueros?

—¡Y se ven divinos con su ropa colorida de satín! —Se apartó y exhaló—. Una lástima. ¡Descuida, ya mismo anulo el contrato!

—¡Espera! —gritó para quien abandonaba su habitación—. ¡Los perritos cirqueros sí son bienvenidos!

Aquellas piedras preciosas revotaron sobre el suelo, despedazando los valiosos recuerdos que la engancharon a una realidad que no existiría nunca más. Aquel desvarío, aquel instante de precaria debilidad era una hoja filosa que lenta como dolorosa se abría paso sobre la costra que protegía la herida que ya creía sanada.

—Debería deshacerme de ellas…

Quería desaparecerlos, arrojarlos a la basura u obsequiarlos. Mas su mano los ceñía con fuerza para protegerlos de su deseo desleal emergido del auto engaño. Su cuerpo sabía que mentía como en tantas ocasiones en el pasado.

—Desearía no haber conocido nunca esa realidad —susurró temblorosa.

Había tristeza y dolor en esos ojos grises que se apagaron desde que evocó aquel pasado conjunto.

—Si tan sólo tú te…

Guardó rápidamente el colgante y la pulsera bajo la almohada. No quería que sus visitas preguntaran sobre los orígenes de aquellos obsequios. Para ella era mejor jamás volver a tocar ese tema.

—¿Por qué tienes cara de sorpresa? —señaló Miu—. ¿Estabas haciendo algo indecente?

—Por supuesto que no, tonta —aseveró—. Entonces, ¿qué pasa? ¿Qué las ha traído por aquí?

—Yo le dije a Miu que lo mejor era que te preguntáramos en la escuela, pero insistió —mencionó Ayane.

—¿Sobre qué querían hablar conmigo? —Las miró mientras se sentaban frente a ella—. ¿Qué pasa? Están muy sospechosas.

—Sora, Sora. No te hagas la loca —habló Hayami—. En unas semanas será tu cumpleaños. ¡Tu cumpleaños!

—Casi en tres semanas.

—¿Y? ¿Pasa algo con ello?

La poca importancia que le dio a esa futura fecha molestó un poco a la pelirroja.

—No saques tu faceta de amargada —sentenció Miu—. Ni el año pasado ni el antepasado pudimos celebrar tu cumpleaños.

Sora se mudó de Tokio antes de que finalizara marzo, durante la única semana de vacaciones que daban previo al inicio del nuevo ciclo escolar.

—Una felicitación es más que suficiente. No requiero de otra cosa —compartió para quienes no tenían su misma perspectiva sobre el día en que nació—. De cualquier forma, estoy tratando la posibilidad con mis padres de ir a visitar a mi abuelo posteriormente… Además, esos días no estaré en Tokio porque será el invitacional de primavera.

—¡Hagamos que él venga a verte! Así podremos celebrar en grande, aunque sea unos días después.

Definitivamente era la idea más sensata y viable. Sin embargo, ella no estaba de acuerdo.

—Mi idiota hermano y mi primo serían los primeros en apuntarse a la fiesta. —Miu sacó su celular para mostrarle un pastel temático—. Hasta extenderé la invitación al incordio de tu novio.

—Miu, no creo que debas referirte tan despectivamente a Miyuki-kun.

—No podemos ignorar la realidad de ese cácher, Ayane. Él podrá ser apuesto y talentoso, ¡pero su personalidad torcida no puede ser ignorada! Y mi necia amiga sabe que no estoy mintiendo.

—Pues debe tener aspectos positivos. Sora no podría fijarse en un sujeto así si eso fuera lo único que ofreciera.

—Ambas sabemos que es una adicta a los beisbolistas. Ya con eso tenía la mitad del camino hecho —certificó Hayami. Estaba orgullosa de su conclusión—. Por cierto, ¿ya le dijiste que tu cumpleaños se acerca?

—No veo la necesidad de decírselo.

—¿Cómo que no ves la necesidad?

Su pregunta que destilaba molestia era más soportable que sus mejillas siendo pellizcadas. Qué horrible hábito poseía.

—¡Es tu novio y lo mínimo que tiene que saber sobre ti es tu fecha de nacimiento!

—En eso sí estoy de acuerdo con Miu. Además, ya llevan varios meses juntos.

Realmente empezaron a salir oficialmente a finales de noviembre. Casi cuatro meses de relación. Lo cual no consideraba mucho.

—Más de los que ha durado con alguna novia conocida —confirmó Miu—. Estás batiendo récords. Ya hasta dejaron de molestarte.

—Y las declaraciones hacia Miyuki-kun disminuyeron.

—Sora, ¿no es tu celular el que está sonando?

Yūki desconectó su celular de la corriente eléctrica. No contestó inmediatamente. Su cabeza quiso procesar por qué razón recibiría una llamada de Jung después de su primer y último encuentro.

—Me disculparán. Regreso.

Subió al ático. No quería ser interrumpida y tampoco buscaba que husmearan en su conversación por más intrascendental que esta acabara siendo.

—Lo siento. ¿Llamé en un mal momento?

—No. ¿Sucede algo?

—Quería saber si tienes libre este fin de semana que viene.

Su voz clara y firme denotaba que estaba siendo demasiado seria para pedir algo tan cotidiano, casi mundano.

—Los sábados suelo asistir al club de béisbol —relató antes de escuchar un suspiro del otro lado de la línea—. Usualmente estoy libre después de medio día.

—¡Perfecto!

Sora pudo declinar su invitación inventándose cualquier excusa, cualquier mentira. No obstante, su curiosidad sobre el porqué volvió a contactarla era mucho más grande y difícil de ignorar. Quizás una parte de ella creía que era producto de la intervención de su madre; y si ese era el caso se encargaría de descubrirlo y rechazar la ayuda que nunca pidió.

—¿A qué hora y en dónde nos veremos, Jung?

—Veámonos en la estación de Harajuku a las 3:00 p.m. de la tarde. ¿Te parece?

—Sí, está bien. Hasta ese día. —Colgó y se quedó pasmada frente a la pantalla de su celular—. Al final no le mandé ningún mensaje a Kazuya. Y hoy no quise preguntarle nada al respecto.

Dudó, pero buscó el contacto del cácher.

—Aunque a esta hora ya se encuentran libres, existe la gran probabilidad de que no atienda el celular.

Su premisa fue errónea.

—¿Sora? ¿Pasa algo?

Era inevitable esa reacción. Las pocas llamadas que se hicieron mutuamente siempre fueron para tratar situaciones un tanto puntiagudas. Y posiblemente la de esa noche podía encasillarse igual.

—No diría que sucede algo. Más bien…supe que ayer te encontraste con Sae en el centro comercial —habló con claridad—. Y no es que él sea indiscreto… únicamente mencionó que te conoció y estabas acompañado de alguien poco agradable.

Obviamente su mejor amigo le contaría sobre su encuentro.

—¿Exclusivamente te contó eso?

Miyuki no deseaba que se enterara de todo lo que Makoto y sus amigos dijeron aquella tarde; tanto de él como de su amigo.

—Sí. —Se recargó contra la pared, jugando con una de las puntas de su cabello—. Él me lo contó porque somos pareja. No debes preocuparte de que alguien más lo sepa. Él guardará tu secreto igual que yo.

Los pormenores de su situación familiar eran un secreto celosamente custodiado. No quería más involucrados. Por eso agradecía la discreción con la que se conducía Sora.

—Y dicho eso, ya no te quito más tu tiempo.

—¿Me llamaste solamente para decirme esto? —cuestionaba divertido—. Sí que eres rara.

—Sé que pude decírtelo en la escuela o después de la práctica, pero… tenía mis dudas —confesaba abiertamente—. Sin embargo, como era algo relacionado con tu vida familiar decidí hacerlo. No es agradable estar pensando en que alguien pueda a ir por allí contando tu secreto.

Ella escuchó una breve carcajada. No supo cómo interpretarla.

—Estabas más angustiada tú por mi situación que yo mismo —expresó jovial—. La feroz Ōkami-chan también puede ser tierna si se lo propone. ¡Qué adorable!

—¡Tonto!

Sora cortó la llamada. Kazuya se tapó la boca para aminorar su risa. No quería ser descubierto a solas dentro de la cocina del comedor. Porque tenía otro secreto que guardar bajo llave.

—No debería suponer ningún reto prepararlos.

Abrió la bolsa de café y la del chocolate. El olor de ambos ingredientes era casi adictivo; tonos altos, suaves y penetrantes.

—La receta que leí era para media taza de granos de café tostado…y he comprado un kilogramo. Supongo que no pasará nada que los prepare todos. Es una adicta.

Sumergió uno a uno los granos de café para que se impregnaran íntegramente de la mezcla de chocolate caliente.

—¿Algo tan sencillo sabrá bien? —Sonrió—. Supongo que sí.

Entonces recordó la sencillez de sus primeras comidas, de los primeros platillos creados por su padre después de que su madre se fuera de casa.

Su padre jamás fue un experto cocinero. Sus desayunos siempre consistieron en arroz hervido con huevo y soja, y unas salchichas que nunca se asemejaron a un pequeño pulpo.

Era, desde la perspectiva de cualquier otro adulto, alguien poco competente y torpe para asegurar la balanceada alimentación de un niño pequeño en pleno crecimiento. Mas para quien permaneció bajo su cuidado era un hombre cualificado que cada mañana se levantaba muy temprano para prepararle —torpemente— su desayuno, acercarlo al colegio y volver a casa para entregarse devotamente al trabajo.

Fingió que no existían esas pequeñas cortadas alrededor de sus dedos o las quemaduras causadas por el aceite caliente. No lo hizo por indiferencia, sino para ocultar su preocupación. Si aparentaba que todo estaba en perfecto orden su padre no sentiría más presión y podría sonreírle frescamente mientras le entregaba la merienda o lo escuchaba hablar de beisbol.

—Deben secarse para que pueda guardarlos.

Miró todos esos pequeños granos colocados meticulosamente sobre el papel film con un orgullo casi ridículo. Eran fáciles de realizar, pero era la primera vez que los preparaba; y que se vieran tan perfectos y apetecibles era una prueba legítima de que era tan bueno cocinando como jugando béisbol.

—Vaya, no saben nada mal. ¡Soy todo un genio!

Las calles todavía no se vestían de fragantes y rosáceos pétalos, mas la primavera ya había empezado a inundar la ciudad. Podía verla en los rostros sonrientes de la gente que se deleitaban con el canto de los ruiseñores, añorando secretamente el florecimiento de los cerezos. La percibía en los estudiantes que hablaban sobre el futuro en el que todavía convergerían. En ese instante en que el invierno y la primavera concordaban, todo parecía oler a adelfillas y flores de ciruelo.

Empero, la primavera también era un nuevo comienzo que ocultaba adioses incómodos e inevitables. Una estación que le evocaba fantasmas que todavía conservaban sus rostros y voces: y que de vez en cuando la llamaban para que no los sepultara y olvidara para siempre.

Quizás algún día la primavera dejaría de serle tan melancólica y monocromática.

—Pronto los de tercer año se graduarán… Solamente unos días más podré ver a mi hermano en Seidō.

Parada frente a su casilla escuchaba claramente los comentarios entusiastas de sus compañeros. Algunos se preguntaban si compartirían la misma clase en el próximo ciclo escolar, otras rebosaban de emoción por lo que recibirían ese día.

Hoy era el Día Blanco.

—Hoy es 14 de marzo… Los chicos regalan cosas a las chicas que les dieron chocolate en San Valentín.

No olvidó que obsequió chocolate a su hermano mayor y sus amigos. Sin embargo, se sorprendió de que tuvieran la cortesía de devolver su atención. Quizás esa dosis de chocolate sería suficiente para sopesar el día y borrar todos esos eventos que se negaban a abandonar su presente.

Las clases aburridas, los tediosos ejercicios, los chistes tontos y las pláticas absurdas entre Miyuki y Kuramochi fue todo lo que necesitó ese día para volver a sí misma; lo que requeriría de ahora en adelante para anestesiar ese lado que tanto le molestaba de sí misma: su yo vulnerable.

Si se pudiera deshacer de su sentimentalismo y fragilidad, ¿sería un monstruo? ¿Quería transformarse en uno para sentirse verdaderamente en paz? ¿Era así como sobrevivía la gente cuando estaba herida?

Si fuera tan fácil lograrlo ya no tendría miedo de abrir el cajón que guardaba bajo llave aquellas preciosas memorias. Si fuera más fuerte y valiente aceptaría sinceramente que aquel pasado era inamovible. Empero, era una chica necia, se aferraba a una esperanza que le causaba más dolor que placidez.

No podía continuar ahogándose en su ayer. No por misericordia a sí misma, sino para evitar ser descubierta. Estando taciturna no podría sortear las preguntas invasivas. Así que se centró en lo que mejor sabía hacer: limpiar y ordenar.

Su carcajada rompió su ritmo de trabajo y la llevó a buscarlo entre la multitud. Lo halló burlándose de sus inocentes lanzadores con triquiñuelas que siempre superaban a las anteriores. No quiso reprenderlo, tampoco interrumpir su convivencia, sólo observar en silencio lo que decía y los movimientos corporales que inconscientemente realizaba.

Sus ojos color chocolate fulguraban con candor, con una chispa hipnótica que invitaban a no apartar la vista de ellos. Los gestos suaves de sus cejas, de sus manos y esa cínica sonrisa tampoco pudo ignorarlos; los había contemplado decenas de veces durante las prácticas y los partidos y apenas ese día se sintió atrapada por ellos.

Le gustaba su exterior. Pero le atraía más por su pasión y devoción con la que se conducía y se entregaba al beisbol; la descarga eléctrica que se detonaba cuando practicaba y jugaba era tan abrazadora como asfixiante. Su talento era innegable, mas el trabajo constante y su perseverancia eran lo que lo convertían en alguien digno de su admiración.

La gente que luchaba por sus sueños tan ferozmente se ganaba tanto su respeto como su envidia. Eran como un brillante farol que alumbraban una parte de su incierto y escabroso sendero. Tal vez pensaba que en ese breve momento de luz podría encontrar ese deseo que tambalearía a su corazón.

—¿Y ya te dio tu regalo tu querido e irritante novio?

El cuestionamiento de Yōichi la sobresaltó tanto como su brazo escurriéndose alrededor de su cuello y hombros.

—Que no me haya molestado en todo el día es un regalo incomparable.

Kuramochi rio.

—¿Y qué se supone que haces aquí? ¿Otra vez huyendo de tus deberes como mánager?

Él era justamente una de las dos personas que no debía notar el cambio en su estado de ánimo.

—Jamás huyo de mis deberes —objetó—. Únicamente me encargo de que Kazuya no abuse de esos dos.

—Y yo que pensé que estabas observando escrupulosamente a tu hombrecito —expresó burlonamente—. Viéndolo con esos ojos de damisela en peligro que al fin ha hallado a su príncipe.

Un codazo bastó para apartarlo y que dejara de reír.

—No soy una princesa en apuros. Y mucho menos él es un príncipe encantador.

—Cierto. ¡Tú eres el príncipe encantador y él la princesa que necesita ser rescatada!

Sora hubiera atrapado a Kuramochi sino hubiera escuchado el llamado de atención de Kataoka. El comunicado que entregó extrañó a todos por lo inesperado e inusual que era. Y las dudas de todos se disiparon cuando arribó un grupo de chicas en compañía de su entrenadora.

Los chicos estaban acostumbrados a juegos de práctica contra otras escuelas, contra su propio género. Mas nunca contra chicas.

No desestimaban el sóftbol ni las capacidades que esas chicas debían poseer como jugadores. Sin embargo, no sentían correcto confrontarlas, no usando toda su ventaja física. Y esa caballerosidad no solicitada fue detectada por la capitana; quien les agradeció su consideración, pero prefería una confrontación en condiciones.

—No sabía que un partido mixto podía realizarse aquí —habló Sora para las mánager—. Mi hermano nunca mencionó algo como esto en el pasado.

—Es porque no había sucedido antes —expresó Yui.

—¿Entonces? ¿Cómo convencieron al entrenador?

—La entrenadora del equipo es una amiga cercana de Takashima-san —contó Sachiko—. Y le ha pedido de favor que convenciera al entrenador para un encuentro amistoso. Supongo que lo hizo porque se acerca el torneo de primavera.

—Sería emocionante que la escuela contara algún día con un equipo de sóftbol, ¿no lo creen? —Haruno no se molestó en ocultar su emoción ante esa posibilidad.

«Harada-kun también tiene que estar entrenando arduamente. Y muy probablemente ya haya sido elegida para convertirse en la capitana», razonaba Sora.

La distancia entre las bases, la longitud del bate, el tamaño de la pelota y el número de entradas eran diferencias recalcables entre el béisbol y el sóftbol. Aspectos que pondrían en desventaja a esas fervorosas y ruidosas chicas. No obstante, esas dificultades no formaban parte de su chip interno. Ellas arribaron para jugar en sus mismas condiciones aun cuando las diferencias físicas resaltaran tanto.

—¡Buen intento!

Las piernas de Kuramochi no fueron lo que le impidieron llegar a la segunda base. Lo que frenó su impulso fue la pícher que lanzó con la intención de sacarlo del partido.

—¡No te preocupes por el lanzamiento!

—¡Si la bola sale disparada la atraparemos!

Los de Seidō tampoco se quedaron atrás. Gritaron el nombre del zurdo, motivándolo a batear y amenazándolo pasivamente para que no trajera a casa el primer strike. Lamentablemente ni sus palabras de aliento lo salvaron de abanicar ante aquel lanzamiento tan errático.

—Oh, una nudillera. Nada mal. —Sonreía Sachiko. Disfrutaba del juego y hacía las anotaciones pertinentes—. Por algo es su estrella.

—Tampoco les quitemos relevancia al resto de sus jugadoras —mencionó Haruno—. Han sabido lidiar con Kuramochi-kun y Miyuki-kun.

—Y ese roletazo estuvo a punto de meterles un par de carreras. —Yui suspiró—. Se supone que tenemos que apoyar a los chicos. Pero me siento mal por no animar a las chicas. Sobre todo, cuando están esforzándose tanto.

—De haber tenido la oportunidad, ¿hubieran jugado sóftbol? —Les preguntó Yūki—. En Tokio hay varias escuelas que lo practican, como Inashiro.

—Quizás… Aunque nunca he sido buena con los deportes. —Se excusaba Natsukawa.

—Soy más de disfrutar de los partidos y apoyar a mis equipos favoritos. —Fue la honesta respuesta de Yoshikawa.

—Tuve una etapa en la niñez en que lo intenté… Admito que fue muy divertido. No obstante, noté de inmediato que no poseía talento alguno para jugarlo —relató Umemoto con una sonrisa nerviosa y melancólica—. Eso no significa que no jugué tanto como quise, ¡eh!

Ella terminó jugando porque fue atrapada golpeando a un chico. Sino nunca hubiera acabado en el club de sófbol.

—¿Tú lo practicaste alguna vez? —Curioseaba Yui.

—Sí —suspiró y levantó los hombros—. No era ni buena ni mala. Una jugadora promedio es lo que fui al final.

Por ese día no importaba que conocieran esa parte de ella.

—¡Bateador fuera!

Vieron a Seidō celebrar sus dos carreras y a las chicas reagruparse para enfrentarse a la ofensiva de los chicos. La determinación acompañaba a ambos bandos.

Furuya subió al montículo. Demostró con fiereza por qué había sido nombrado la estrella del equipo. Sus pesados y rápidos lanzamientos las hicieron abanicar, las llevaron a atascar la pelota; algunas más sintieron las muñecas entumecidas.

Era un monstruo con una fuerza bruta aterradora.

—Eso dolió.

—¡Chicas, no se desanimen! ¡Todavía quedan ocho entradas!

—¡Los sacaremos antes de que tengan la oportunidad de anotar!

Bajo aquella capa de competitividad se asomó el gozo y la adrenalina de esas chicas que no temieron ensuciarse, sudar y despeinarse. Abandonaron su lado más femenino y delicado para probarse a sí mismas ante esos chicos que las tomaron tan en serio como lo harían con cualquier otro rival masculino.

Risas. Elogios. Gritos llenos de emoción y frustración. Aquel tranquilo partido se desbocó en una montaña rusa donde los picos altos y bajos inundaron de emoción tanto a jugadores como al público espectador.

Y aunque la victoria se inclinó inequívocamente hacia Seidō, las chicas estaban sumamente agradecidas por aquel partido.

—No creas que no nos dimos cuenta cómo mirabas a las jardineras, Kuramochi —reprendía Sachiko—. Descarado.

—Él no fue el único comportándose tontamente —señaló Yui.

—Bueno, considerando que únicamente conviven con chicos, el conocer chicas que aman tanto el béisbol como ellos tiene que ser grandioso —mencionó Haruno—. Aunque…

—Quisieran tener la suerte de esos dos…—susurraron Umemoto y Natsukawa.

El conocimiento y experiencia de Miyuki Kazuya era tan difícil de ignorar como lo era su apariencia física. Y para quienes querían obtener sabios consejos y robar un poco de su tiempo bastaba con acercarse y preguntarle sobre béisbol.

—Si será tonto —masculló Sachiko.

—Él hablará con quien sea que lo aborde sobre béisbol —reveló Sora—. Quizás se dé cuenta de lo que esas chicas buscan. O tal vez no.

Ella ya había aceptado que la popularidad de Miyuki lo haría acreedor de piropos, miradas furtivas y coqueteos indiscriminados. Por ende, no necesitaba demostrar que él estaba saliendo con ella. Era, desde su perspectiva, una pérdida de tiempo y energía. Y aunque llegara a darse la posibilidad de experimentar algo cercano a los celos, su orgullo la imposibilitaría de dejarlo entrever.

—Que estés tan callada vigilando de lejos a tu idiota novio me produce un mal presentimiento.

—¿Ya se aburrieron esas chicas de hablar contigo? —interrogó inocentemente—. Seguramente les presumiste tus veloces piernas.

—¡Claro que no!

—Entonces les mencionaste tu afición a la lucha libre. Quizás se impresionen si les haces una llave.

—Ni que fueran unas salvajes como tú. Únicamente a ti podría impresionarte con eso.

—Lamento romper tu falsa percepción hacia mí. Pero tus movimientos de lucha no agitarán mi corazón —versó con una mirada altiva y sonrisa descarada—. Mis piropos y mis suspiros de adolescente enamorada están reservados para campeones de la MMA, Kuramochi. Y tú no figuras ahí.

—¡Pequeña alzada!

Las mánager rieron. Yōichi se sulfuró.

—Si estás tan ocioso como para venir a molestarme, ayúdanos a recoger las pelotas.

—A guardarlas y limpiarlas también.

—Eso dejará una buena impresión de ti a todas esas chicas.

—¡No pienso ayudarlas con nada!

Sora se divertía con el pobre corredor. Era regañado por Sachiko y halado del brazo por Yui. No escaparía hasta recoger todas las pelotas sucias.

—Y dices que soy yo quien se regodea de la desgracia ajena.

Casi saltó cuando escuchó a su novio a su derecha, a centímetros de distancia. ¿De dónde salió?

—Kuramochi se lo busca. Eijun-kun y Furuya-kun, no.

—Eso se oyó a una muy mala justificación.

—Como a ti también te veo desocupado, nos ayudarás. Hay un gran desastre por toda la cancha.

—Antes de eso necesito que me acompañes —notificó Miyuki—. Andando.

La prisa con la que la hizo caminar y el sigilo con el que se desplazaron desde el campo de práctica a los dormitorios la llenaron de dudas. No entendía su comportamiento tan anómalo. Tampoco le dio tiempo para preguntar. Y ahora debía esperar afuera de su habitación.

—¿Habrá pasado algo con Change-up y por eso esperó a contármelo hasta llegar a su cuarto?

No era fatalista, mas aquella minina siempre la mantenía preocupada por su estilo de vida de contrabando.

—¿Ocurre algo, Kazuya? ¿Qué es lo que escondes?

No contestó. Prefirió mostrárselo. Así ella descubriría lo que guardó tan celosamente de sus compañeros de equipo.

Sora tomó el regordete frasco adornado con un lazo celeste. Se centró en su oscuro contenido, debatiéndose si eran exclusivamente piezas de chocolate o guardaban otro contenido delicioso en su interior. E incapaz de esperar por la respuesta correcta, probó una de esas bolitas ovaladas achocolatadas.

Crujiente y ligeramente amargo por dentro. Dulce y cremoso por fuera. Una combinación irresistible para quien se deleitaba enormemente tanto del chocolate como del café.

Era una dupla insuperable. Un placer terrenal que le era desconocido hasta ese día.

—Esto es… ¿por el Día Blanco?

Él asintió.

—¡Es delicioso!

Para él, aquel regalo era su retribución hacia ella; su pago de la deuda que surgió en San Valentín. Lo fue hasta que ella atrapó su atención.

Él no necesitó debatir la veracidad de sus palabras. Tampoco indagar sobre qué tanto le gustaron esos granos de café cubiertos de chocolate. Esos trámites sociales sobraban cuando la miraba atentamente.

La curvatura de sus labios advertía una sonrisa desinhibida, de las que se alejan de la falsedad para acercarse a la sinceridad del corazón. Sus ojos, ágatas grises, destellaban gratitud y emoción. Y en ellas se encontró a sí mismo, sorprendido y satisfecho por su reacción, por cómo abrazaba aquel frío objeto como si fuera un tesoro precioso que no permitiría que nadie más tocara.

—¡Muchas gracias, Kazuya!

Sus manos arroparon sus mejillas tras dejar en el suelo su preciado regalo. Sus labios se amoldaron a los suyos. Y el aliento caliente de sus respiraciones perdió su diferenciación; aquel calor naciente era un cosquilleo que no cesaría hasta ahogar sus palabras y la llamativa pena que abatía la cercanía de los cuerpos.

Trastabilló. Mas la puerta lo estabilizó.

Sus manos, que sujetaban sus antebrazos, se recorrieron hasta su cintura. Allí se apoyaron con firmeza, con seguridad, sintiendo el suave estremecimiento del cuerpo contrario ante un contacto que jamás fue habitual entre los dos. Y aquella calidez compartida los hizo olvidarse poco a poco del lugar en el que se encontraban.

Los besos que se pausaban para burlarse silenciosamente del otro diferían de los que compartieron en su habitación semanas atrás, de los que ocasionalmente emergían cuando estaban a solas. ¿Qué los volvía tan diferentes? ¿Por qué eran tan satisfactorios?

—¿Cuántos granos de café te comiste?

—Unos pocos… No quiero acabármelos tan rápido.

Él sonrió pícaro. Sabía que comió los suficientes para que sus besos supieran a café y chocolate. Sabor del que comenzaba a ser partidario.

—Volverás a engordar si te comes ese kilo de café.

—No engordaré, tonto —resopló—. Eres tan irritante.

—La manera en que te arrojaste a mis brazos me dice que no es precisamente aversión lo que te provoco.

Molestarla era un lujo que nunca desaprovecharía.

—No me arrojé a ti —objetó—. Vayamos a que te gradúen nuevamente tus gafas porque ya no ves con claridad.

—Quizás seas tú quien necesita una consulta exprés con el oftalmólogo. —Se burlaba con una procacidad irritante.

Sora no rebatiría su último atrevimiento verbal. La voz de Kuramochi gritando sus nombres por los dormitorios, los alertó.

Se apartaron apresuradamente y recuperaron la compostura. No iban a permitirse ser descubiertos por el ruidoso corredor.

—¿Qué es lo que están haciendo ahí ustedes dos a solas? —sondeó desde el piso de abajo.

Eran muy sospechosos.

—Comiendo granos de café cubiertos de chocolate —contestó Sora, mostrándole su preciada adquisición—. ¡Son deliciosos! Podría compartirte uno para que sepas lo que es bueno.

—Dudo que sepan bien. Además, ¿por qué solamente me darías uno?

—Porque son míos —estipuló—. Deberías sentirte agradecido ante mi bondad.

Miyuki se reía por la irritabilidad de Yōichi ante el egoísmo de Sora. Sabía que su novia no era buena compartiendo su comida y mucho menos si esta fue preparada por él.

—Y bien, ¿para qué nos buscabas? —preguntó Kazuya.

—El cumpleaños de Umemoto fue este sábado, pero decidimos celebrarlo hoy que teníamos más tiempo. Por lo que entre los chicos y las demás mánager organizamos una pequeña celebración —habló, fijándose en Sora—. ¿No estabas enterada?

—Ah… No recuerdo que me lo mencionaran.

Y para cerciorarse revisó su teléfono móvil, encontrando la conversación que la orilló al pánico.

—¡Entretengan a la cumpleañera mientras regreso con el pastel!

Le dio el tarro a Miyuki y salió corriendo. Nunca la vieron siendo tan veloz como ese día que olvidó traer uno de los elementos más importantes de una fiesta de cumpleaños.