Wow, hace muuuucho que no escribía nada en fanfiction, pero se me ocurrió esta idea y no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, así que aquí lo tienen. Esta historia esta ambientada después de la primera y segunda saga de Percy Jackson, pero antes de las Pruebas de Apolo. No es personal, pero no he leído esos libros, asi que no los tomaré en cuenta. También quisiera aclarar que esta es una historia crossover. Verán, siempre he querido leer algún libro que involucre a todas las sagas del Tio Rick, como Magnus Chase y las Crónicas de Kane. Algo donde todos ellos se conozcan. Pero me dije "hmmm...ellos no podrían conocerse a menos que ocurriera algo realmente malo". Me refiero a algo lo suficientemente oscuro y a un villano poderoso, que hiciera juntarse a todos estos personajes. Quiero aclarar que no he escrito muchas historias, y esta sería la primera de Percy Jackson, pero quiero que ustedes junto conmigo se emocionen y griten con las interacciones de dichos personajes. Soy muuuy fan de todo este universo y espero haberlo hecho de la manera adecuada para brindarle tributo a estos libros. Además, con el lanzamiento de la serie, ya no podía aguantar más a que leyeran esta historia. Ya llevó varios capítulos de este fic escritos, así que espero no tardar tanto en publicar esta historia.
CAPÍTULO 1
Sadie
Cuando su taza favorita para tomar té cayó al suelo, Sadie Kane supo que su noche no podía empeorar.
Había estado despierta desde hacía más de una hora merodeando por el salón principal de la mansión de Brooklyn, reacomodando los sillones y hojeando los libros que Carter había puesto en algunas de las estanterías. Lo cual quería decir, que su noche no podía ser más aburrida.
Pasada la una de la madrugada, Sadie había sentido un dolor inusual en el pecho, acompañado de un escalofrío recurrente en todo su cuerpo. Si hubiera estado con sus abuelos en casa, seguramente su abuela le habría horneado un par de galletitas para que se sintiera mejor, acompañadas de una taza de té, mientras su abuelo le cantaba algunas canciones para que volviera a dormir. Pero no estaba en su casa de Londres. Estaba recostada en su cama de Nueva York con los ojos abiertos de par en par. Había sido una sensación extraña la que la había despertado. Pero lo que definitivamente fue la gota que colmó el vaso para hacerla salir de la cama fue ese extraño deja vú.
La última vez que esa sensación repentina se había apoderado de su interior fue en la batalla final contra Apofis. Ella, su hermano, y un montón de magos, criaturas y dioses del Antiguo Egipto, habían tenido una monumental batalla épica —o al menos así era como lo describía Sadie— con aquella serpiente malvada. Tener de nuevo aquel escalofrío no podía significar nada bueno. Supuso que no podía volver a dormir, hasta que aquel dolor desapareciera de su cuerpo, así que decidió salir de su habitación para pensar un poco las cosas.
Cuando su madre aún permanecía con vida, ella había admirado la capacidad de la pequeña Sadie para presentir cosas. A veces, eran cosas buenas, como adivinar donde habían escondido sus padres su regalo de cumpleaños, o encontrar billetes que alguien que había pasado por ahí, había dejado olvidado en el piso. El pequeño Carter lo atribuía como simple buena suerte, pero entre ella y su madre habían acordado que se trataba de algo más inusual, como magia. Qué ironía que efectivamente años después, ella sí aprendería a utilizar magia.
Sus pies descalzos caminaron hacia el exterior de la casa, en donde se encontraba Filipo de Macedonia plácidamente dormido en una enorme alberca. A su lado, una cría de cocodrilo gruñía entre sueños, como si tratara de darle un mordisco a alguien. Ese pequeño era el más fiero de sus mascotas, aun cuando éste estaba dormido. Supuso que después de todo, había sido su culpa que él haya terminado allí en primer lugar.
Recordó el día en el que la cría había llegado. Esa misma mañana había bromeado con el hecho de que Filipo de Macedonia necesitaría un hermanito, pues el cocodrilo ya se veía bastante aburrido de ver la tonta cara de Carter todos los días. Él simplemente había rodeado los ojos, y había salido de la casa, solo para volver horas más tarde con la cara sucia, mojado y murmurando algo sobre un tal hijo de Sobek. Sadie no tenía la menor idea de que rayos había sucedido con su hermano, pero Carter había adoptado finalmente a otro pequeñito con el que el cocodrilo pudiera jugar. Éste reposaba en sus brazos, así que lo tomó y lo llevó afuera de la casa para presentarle a Filipo.
Ellos inmediatamente se habían hecho amigos, pero con el pasar de los días ella y los demás magos de la casa, descubrieron que el pequeño tenía un carácter bastante temperamental y mordía a cualquier persona que se acercara a acariciarlo. Fue bastante complicado las primeras semanas, pero parecía que el pequeño finalmente se había adaptado a su nuevo hogar, y ya no atacaba tanto a sus jóvenes aprendices —salvo en sueños, claro—.
Sus pies se encaminaron nuevamente al interior de la casa. Tal vez un poco de té caliente y galletas como las que le preparaba su abuela le permitirían volver a dormir. Así que sacó de la gaveta su taza favorita. Ésta tenía la bandera de Inglaterra y un pequeño corazón en la esquina superior. Carter siempre buscaba tomar su taza, pero ella nunca lo permitía. Su hermano nunca vivió propiamente en ese país, y era lo único que le recordaba a lo que un día fue su hogar. Antes de la magia, antes de los dioses, antes de todo. No es que no le gustará su vida actualmente, viviendo con su hermano, su novio y sus aprendices, teniendo a sus padres cerca en el inframundo. Pero no podía negar que a veces si extrañaba aquella época antes de cumplir los doce años. Solamente ella y sus abuelos.
La taza cayó al piso. Otra vez la extraña sensación le había invadido el pecho y Sadie se dobló del dolor. Su madre había dicho que ella desde muy joven podía presentir sucesos buenos, golpes de buena suerte que demostraban su capacidad de usar magia desde incluso antes de saberlo. Sin embargo, Sadie sabía que aquellos presentimientos también podían deberse a cosas muy, muy malas que iban a pasar. Al igual que el día en que fue con su hermano y su padre al museo en donde escaparon aquellos dioses, igual que la vez que sintió que Walt estaba ocultándole algo, igual que la batalla final contra Apofis. Era malo, era algo muy, muy malo.
— ¿Carter? — Sadie asomó la cabeza hacia el dormitorio de su hermano, quien dormía profundamente sobre la almohada con un poco de baba en la cara — ¿Estás despierto? —él no contestó, así que decidió entrar antes de que alguna otra persona viera aquella escena.
Caminó silenciosamente por la alcoba, hasta que llegó a la cama de su hermano. Miró por un par de segundos a Carter dormir tan pacíficamente, y con una sonrisa en los labios, saltó bruscamente sobre su hermano con un costalazo.
— ¿Qué te ocurre? — gritó Carter empujándola hacia un costado de la cama.
Sadie simplemente rio. Era muy divertido cuando su hermano se molestaba por cualquier cosa.
— Uno de los pingüinos de Félix destrozó una de mis almohadas, y sabes que no puedo dormir sin una bajo mi cabeza — tomó la almohada que se encontraba debajo de la cabeza de Carter, a lo que éste se dio un ligero golpe contra el respaldo de la cama — Así que buenas noches, hermanito — dijo Sadie acomodándose en la cama junto a Carter.
Hubo un par de momentos de silencio que preocuparon a Sadie. Normalmente, Carter estallaría en insultos y trataría de tomar nuevamente la almohada, para fastidio de ella. Sin embargo, no lo hizo.
— ¿Es algo sobre papá? — preguntó Carter.
— No.
— ¿Sobre Walt?
Sadie se ruborizó.
— Dioses, Carter. No.
— De acuerdo — rio él. Enseguida su voz se trasformó a una un poco más seria — ¿Entonces?
— Creo que estoy un poco asustada — Sadie se sorprendió a si misma de ser tan sincera. Usualmente, habría respondido con un comentario sarcástico y seguiría con su vida. Sin embargo, había algo en el tono de Carter que la hizo sentirse como una niña pequeña — Tengo… un mal presentimiento, ¿entiendes? Como si sintiera oscuridad y monstruos acercándose, y no sé tal vez a alguna loca criatura con la que nos hayamos topado antes y quiera venganza, solo...
Carter la miró fijamente. Sus ojos marrones examinaban su rostro, como tratando de leer sus pensamientos.
— Tengo miedo — concluyó. —Tengo miedo de que algo malo como lo de Apofis, Set, o ese tal Setne vuelva a ocurrir, ¿está bien? Solo promete que tú no me abandonarás. No como lo hicieron nuestros padres.
— Sadie — habló Carter con voz profunda — No me iré de tu lado, ¿está bien? Te protegeré en lo que pueda. Supongo que es el deber del hermano mayor.
Sadie analizó sus palabras. Pasados unos segundos torció la sonrisa y murmuró un Gracias.
—Bien. Ahora déjame dormir. Mañana iré temprano a visitar al tío Amos — dijo Carter dándose la vuelta.
— De acuerdo. — respondió Sadie. Acto seguido le pegó un almohadazo en la cara.
— Auch. ¿Pero que fue…?
— Lo siento. Pero si le dices a alguien, les mostraré a todos la foto que tomó mamá donde aprendes a ir al baño.
— ¡Sadie!
— ¡Ay, solo cállate y duérmete!
A primera hora de la mañana, Sadie notó como Carter despertaba y murmuraba algo sobre ir a no sé qué sitio junto al tío Amos. Sadie murmuró un Mándale saludos de mi parte, pero a juzgar por la expresión de Carter, solo fueron sonidos y gruñidos los que salieron de su boca. Nadie podía culparla, todo mundo en la casa de Brooklyn sabía que a Sadie Kane no se le podía despertar tan temprano, y mucho menos un viernes por la mañana.
Carter se despidió y salió de la casa, no sin antes darle un sermón típico de hermano mayor sobre que debía de aprovechar el día, y que su responsabilidad caía en…bla, bla, bla. Sadie solo escuchó la mitad, pero supuso que le había encargado una lista interminable de tareas aburridas y bobas que debía de hacer mientras él volvía. ¡Que injusto! Ella también tenía ganas de ver al tío Amos, pero tal vez se trataba de alguna junta del consejo de magos y personas importantes a las que a su hermano y tío les gustaba tanto ir. Así que agradeció una y mil veces el no haber sido nombrada faraona de la Casa de la Vida. Ella no podría haber lidiado con todos los deberes que le habían encomendado a Carter últimamente. Además, de que eso le permitía quedarse unas horas más pegada a la cama.
No supo si permaneció ahí una hora, dos o tan solo cinco minutos, pero para su disgusto, ya se empezaba a escuchar movimiento en la parte baja de la casa. Tal vez algunos de sus aprendices ya se habían despertado y estaban por prepararle el desayuno. Si. Definitivamente, esa debía ser la razón para tanto alboroto.
— Buenos días — murmuró una voz a sus espaldas.
Sadie giró la cabeza y visualizó a su novio Walt parado en el margen de la puerta sosteniendo una charola con platos, cubiertos y una pequeña flor al costado.
— Te traje el desayuno — dijo Walt — Te busqué en tu habitación, pero Carter me dijo que te quedaste aquí toda la noche, así que pensé en…— señaló la bandeja — que podríamos almorzar juntos.
¿Qué rayos hizo Sadie Kane para merecer a un novio tan apuesto y caballeroso? Sadie se ruborizó un poco e invitó a Walt a pasar a la habitación. Usualmente, se preocuparía de que él la viera recién levantada, sin maquillaje y con el cabello revuelto, pero vio que Walt también aun llevaba puesta su pijama y unas ridículas pantuflas, así que decidió dejarlo pasar por esta vez.
Luego del desayuno — que por cierto, ¡había estado delicioso! — Sadie decidió sincerarse con Walt sobre la verdadera razón por la que había buscado a Carter la noche anterior y sus crecientes miedos. Él solo la escuchó y le confesó también estar preocupado sobre Anubis, ya que aparentemente, no había sentido su presencia desde hace un par de días. Eso no tranquilizó a Sadie.
Anubis había sido el guapísimo dios egipcio de los funerales, que había estado perdidamente enamorado de Sadie, sin embargo, su familia no los había dejado estar juntos. Así que para quedarse en la Tierra junto a ella, él y Walt habían hecho un tipo de acuerdo en el que combinaban sus almas para fusionarse en una sola persona. Walt necesitaba al dios para no morir debido a la maldición de su familia, y Anubis a él para estar en la tierra y vivir como un mortal. Ambos se necesitaban mutuamente. Así, que la idea de que Anubis no estuviera presente en ese momento era sumamente preocupante. Y con respecto a Walt, si él volvía a enfermar…
— Ey, descuida, estoy bien — murmuró su novio. Entrelazó una de sus manos con la suya y la sujeto con fuerza — No iré a ninguna parte. Todavía sé que está ahí, dentro de mí, solo es como si…estuviera dormido o algo así.
Como si su noche anterior no hubiera sido suficientemente mala, ahora tenía a Walt dándole esa notica. Tal vez, esa había sido su supuesta predicción sobre un terrible acontecimiento. Pero Walt le dijo que hablaría con Carter más tarde y buscaría información con el dios Thot. Sadie prometió investigar un poco con Isis. Ahora que lo pensaba, Isis también había estado inusualmente callada esos días.
— ¡Sadie! — exclamó una voz.
Un niño pequeño de unos diez años apareció en la entrada de la habitación, con la cara roja y expresión asustada.
— ¡El amigo de Filipo está a punto de devorar a uno de mis pingüinos!
— Será mejor que vayamos — comentó Walt.
Sadie asintió y ambos se dirigieron a la puerta junto a Félix.
Fue un trabajo duro tranquilizar a la cría de cocodrilo. Había estado causando revuelto toda la mañana mientras ella dormía, y aparentemente había salido del agua y recorrido toda la casa de Brooklyn en busca de una presa fácil, como un par de pingüinos mágicos.
Walt era bueno haciendo de niñero, así que él fue el encargado de que hacer que Félix dejara de llorar. Al final, pudieron meter de vuelta al cocodrilo en el agua, y esconder a los pingüinos por un tiempo en la habitación del niño.
Walt le había comentado después, que probablemente el pequeño necesitara algún tipo de juguete para cocodrilos mágicos, pues no podía entretenerse jugando solamente con Filipo de Macedonia, ya que éste era un perezoso. Sadie de mala gana —y para tranquilizar al resto de sus aprendices— decidió salir de la mansión en busca de dicho juguete.
Su novio le había hablado de una tienda para mascotas bastante bonita cerca de Long Island, así que se despidió de éste con un pequeño beso en los labios y partió. Walt decidió quedarse a tranquilizar a los demás, mientras ella salía de compras.
Una de las ventajas de ser una maga tan talentosa como Sadie, es que éstos tienen la capacidad de aparecer portales hacia cualquier parte del mundo, para así ahorrarse la molesta tarea de caminar. El único problema es que estos portales, solo pueden aparecer en el momento específico en el que un dios haya llegado al mundo. Predecir el nacimiento de un dios, no es una tarea tan difícil si consideras que existen unos cientos de miles de millones de dioses egiptos en el mundo.
Pero al parecer, ninguno de esos cientos de miles de dioses en el mundo había nacido un viernes por la mañana, así que Sadie estuvo unos largos veinte minutos intentando abrir dicho portal. Cuando finalmente lo consiguió, atravesó un portal en forma de triángulo y reapareció en una plaza comercial cubierta de arena de la cabeza a los pies. Solo un par de efectos secundarios de la magia.
Se sacudió de la ropa los restos de arena, y busco la tienda que Walt le había descrito. La plaza comercial estaba llena de gente, así que tuvo que ignorar las miradas extrañas de las ancianas y sus comentarios fuera de lugar del tipo Que desagradable y extraño cabello.
Paseo unos minutos alrededor de la plaza, cuando finalmente la encontró. Su rostro se llenó de alegría y se encaminó hacia aquel lugar. El local estaba lleno de personas, animales y muchos, pero muchos juguetes. Seguro que encontraría algo con lo que el pequeño cocodrilo se podría entretener.
Paseaba por los pasillos cuando sintió un escalofrío en la espalda. Giró la cabeza y se encontró a un sujeto vestido de traje, con cabello largo y piel morena, que la miraba fijamente. Estuvo a punto de seguir su camino cuando decidió volver a mirar sus ojos. Negros. Completamente negros, sin un rastro de pupila, pestañas, cejas, o lo que sea que debería de tener un ojo normal.
Tragó saliva. No era raro que un monstruo atacara a los magos a plena luz del día, pero desde que ella, su hermano, y los otros magos de la Casa de la Vida habían vencido a Apofis, los monstruos les mostraban un poco más de respeto y temor. Después de todo, Carter y Sadie Kane eran conocidos como los magos más poderosos con vida, según su tío Amos.
Hecho un vistazo rápido a la gente que se encontraba dentro de la tienda de mascotas. El lugar estaba lleno de hombres, mujeres y niños que lloriqueaban por el deseo de tener un periquito. Esperaba que si tenía que luchar, la Duat la ayudara a encubrir todos sus hechizos mágicos para que los mortales no se dieran cuenta de nada.
Volvió a mirar al hombre-monstruo. Éste ya se encontraba más cerca de ella, y caminaba lentamente entre la gente sin apartarle la mirada.
Todo sucedió muy rápido. En el lugar donde alguna vez se encontró aquel extraño sujeto, ahora había una criatura espantosa a la que Sadie no había visto jamás. Una especie de cruza entre un hombre común y un caballo.
— ¡Minotauro! — gritó Sadie.
Algunas personas que se encontraban dentro de la tienda voltearon y le dirigieron una mirada confusa, pero a Sadie no le importó. Instintivamente apareció su varita y su báculo de su escondite secreto dentro de la Duat, y se colocó en posición de combate.
Al verla, el monstruo inmediatamente atacó. Se abalanzó sobre ella y abrió su gigante hocico, mostrando unos largos dientes puntiagudos llenos de… ¿Eso era sangre? La verdad es que no quería ni saber. Pero la criatura la tenía tirada en el piso indefensa, y deteniendo su cuerpo con una mano.
— ¡Suéltame, asquerosa bestia, horripilante cara de…!— al parecer los insultos no funcionaron, porque la criatura reía sin parar con una mirada diabólica en su rostro.
Si le hubieran dicho que un tonto monstruo cara de caballo la iba a atacar ese día, no les hubiera creído. La situación era tan ridícula que hasta le daba pena. ¿Cómo la había derrotado tan fácil?
— Adoro a los magos. Su poder es tan inferior comparado con el de otros semidioses a los que me he enfrentado — dijo la criatura y comenzó a reír otra vez.
— ¿Semidioses?, ¿inferior?, ¿de qué estás hablando? — preguntó Sadie.
— Las criaturas de la Duat son poderosas sí, pero yo provengo del mismo Tártaro, lugar donde se encuentran las pesadillas inimaginables de mortales e inmortales.
La cabeza de Sadie daba vueltas. No lograba comprender lo que le estaba diciendo ese asqueroso monstruo cara de caballo. Solo había escuchado el término semidioses una vez, cuando conoció a…
De pronto sintió que su corazonada de la noche anterior, tal vez no estaba tan equivocada.
— ¡Semidioses! Son semidioses los que buscas, ¿verdad? Estoy en Long Island, así que debo de haber pisado terreno equivocado — comentó Sadie — Los dioses dicen que no debemos mezclarnos, así que mejor por qué no te vas por donde viniste y yo termino de hacer mis compras, ¿estamos de acuerdo, señor minotauro?
— ¿Minotauro? ¡No soy un minotauro! Esa es una criatura mitad hombre, mitad toro. Yo soy un apuesto Ipotane, mitad hombre, mitad caballo. ¡Son cosas muy diferentes! Y tampoco somos iguales a los centauros.
— Ah. Ahora veo la diferencia —Sadie desvió su mirada hacia el cuerpo del monstruo. Tenía cabeza equina y el cuerpo efectivamente de un hombre común — Los centauros son al revés, ¿verdad? Cabeza y torso de hombre y trasero de caballo.
— ¡Si! No es tan difícil, pero la gente no lo entiende. Hoy en día no hay respeto alguno para las criaturas del Tártaro. Mira como trataron los semidioses a Damasén y Jápeto. Dos de los seres más temibles y fieros en milenios, ¿y cómo están ahora? — negó con la cabeza — Es por eso que mi jefe me ordenó acabar con la vida de ustedes o cualquier otra amenaza contra su poder.
— ¿En serio? — preguntó Sadie — ¿y no sería más fácil si le dices a tu jefecito que ya acabaste conmigo, y mejor dejamos esto en un simple malentendido antes de que te corté la cabeza en pedazos?
— ¿Espera qué?
— ¡Ha-di! — exclamó Sadie.
Había logrado alcanzar su báculo mientras el monstruo seguía parloteando y había lanzado su hechizo favorito para destruir. Al instante el supuesto Ipotane, o cómo sea que se llamara, salió volando cubierto de escombros lejos de la tienda de mascotas.
— ¡Genial!
Sadie se levantó rápidamente, tomó su báculo y varita, y salió de la tienda. No estaba segura de qué es lo que habían visto los mortales, pero no quería quedarse para averiguar si involucraba o no a la policía.
La plaza comercial seguía llena de gente, pero aun así corrió entre ellos, con el báculo bien sujetado en una de sus manos por si volvía a aparecer el tal Ipotane, y con su varita en forma de boomerang en la otra.
Cuando finalmente salió de aquel lugar, se encontró en las calles transitadas de Nueva York, y una sensación de urgencia la perseguía, y le decía que el monstruo no se había esfumado del todo. Corrió a todo lo que daban sus piernas. Si tenía que luchar en serio para matar a ese monstruo, tenía que hacerlo en un lugar lejos de la gente, para no lastimar a los mortales.
— ¿Por qué proteger tanto a estos mortales? — dijo una voz a sus espaldas. Sadie no volteó y siguió corriendo con la esperanza de llegar al bosque, así al menos no habría tantos humanos merodeando por ahí — Después de que los dioses sean esclavizados y sus hijos eliminados, no habrá esperanza para ninguno de ustedes. Mi amo y señor será el que reinará nuevamente sobre el Cosmos y una era de oscuridad resurgirá sobre el universo. Sus hijos serán liberados y el nuevo orden cubrirá la existencia misma.
El cielo comenzó a oscurecer. Había algo en la voz de la criatura que la hizo estremecerse. Los árboles a su alrededor parecían retorcerse, como si tuvieran vida propia. El frío se apoderaba de sus pulmones y el viento soplaba tan fuerte que apenas respirar.
Finalmente llegó al bosque.
— Muy bien — dijo Sadie. La voz apenas podía escapar de su garganta — Solamente somos tú y yo — se dio la vuelta.
El ridículo caballo, ahora no parecía tan ridículo. Sus ojos negros se habían transformado en dos esferas rojas que irradiaban poder, y la hacían querer arrodillarse y suplicar piedad. Su cabeza equina se retorcía convirtiéndose en figuras deformes y asquerosas que la hacían querer vomitar. Su cuerpo estaba plagado de un líquido rojo que le brotaba desde el interior. Deseó tanto haber sido una simple mortal como los demás y que la Duat le ocultara aquella escena tan horrible. Deseo poder estar en casa de sus abuelos, o con su mamá y papá en el inframundo. Deseo que Carter estuviera a su lado y le dijera que hacer. Pero ninguno estaba con ella.
— Creo que tu jefe quedará muy decepcionado — dijo Sadie e invocó el poder de Isis. Gracias a Osiris, ella respondió. Dos grandes alas aparecieron bajo sus brazos y el collar que portaba bajo su cuello brilló con gran intensidad.
La criatura rugió y se abalanzó sobre ella. Sadie exclamaba hechizos y atacaba con sus filosas alas el cuerpo del Ipotane, pero nada parecía tener efecto. El monstruo en serio parecía querer acabar con ella. Trataba de esquivar sus enormes garras y los colmillos repletos de sangre, pero era como si el bosque también le estuviera jugando una mala pasada. Las ramas de los árboles la sujetaron de brazos y piernas, y la elevaron por los aires. Las espinas de éstos rozaban su piel y le provocaban profundos cortes en las muñecas. El Ipotane se acercó a ella y abrió su mandíbula. Olor a podredumbre emanaba de su interior. Se acercó lentamente a su cuello, mostrando sus enormes colmillos. Sadie sintió como una lágrima caía por su mejilla y cerró los ojos.
— A´max — murmuró.
Unos jeroglíficos flotaron dentro de la boca del Ipotane y éste ardió en llamas. Sadie cayó al piso. El monstruo se retorcía frente a ella mientras el fuego se apoderaba de su cuerpo. Los árboles también parecieron retorcerse en dolor, y comenzaron a lanzar humo y a desprender sus ramas. El bosque parecía girar a su alrededor. La piel del monstruo comenzó a desprenderse y a convertirse en polvo.
— Los inmortales están condenados —dijo una voz en su cabeza, y Sadie perdió el conocimiento.
No supo cuánto tiempo permaneció en ese lugar, ¿días?, ¿semanas?, ¿horas?, pero cuando volvió a abrir los ojos vio a una figura humana delante de ella.
— ¿Dónde estoy? — alcanzó a murmurar Sadie.
— Unos chicos te encontraron cerca del bosque — dijo la figura. Su voz parecía femenina — Estabas inconsciente y te trajimos aquí.
— ¿Y dónde es aquí? — los ojos de Sadie parecieron enfocar a la persona delante de ella. Era una chica. Rubia.
— Long Island Sound. Campamento Mestizo — respondió Annabeth Chase.
¿Qué opinan hasta ahora? Reviews pliiiis.
