LA SEÑORA FOUDOUTE

Era la noche de Halloween, pero en la casa de la mágica familia Weasley no existía ambiente festivo alguno.

"La rabia les ha durado" pensó Ron. Aunque no podía culparlos, igual no estaba de acuerdo con lo que estaban haciendo. Aquella misma fecha, hace un año, las cosas habían cambiado para siempre.

Ambos, su madre y su padre, estaban vestidos con las antiquísimas pieles de comadrejas, las túnicas ásperas y tan antiguas que no había memoria ni humana ni mágica que pudiera recordar su origen. Pero no eran tan antiguas realmente, sólo tenían que lucir así para la ceremonia que los escasos miembros de las escasas familias sangrepura todavía celebraban. Ellos partirían para todavía cumplir con aquella inmemorial tradición. La ceremonia era supuestamente sagrada, aunque apenas duraba lo suficiente para que luego se pusieran alrededor del fuego y hablaran de los viejos tiempos, con alguna bebida caliente en la mano.

"Las viejas costumbres. Ninguno de sus hijos va a celebrarla" pensó.

Las nuevas costumbres eran más divertidas. Fiestas, alcohol frío, desenfreno, música, disfraces. El Halloween de la juventud no eran en bosques oscuros, y de hecho, mientras más luces coloridas hubiera, mejor. Pero nadie iba a celebrar esas nuevas costumbres tampoco. No ese año, y mucho menos él.

"No es necesario." Quería decirles Ron "Me quedaré aquí. No haré nada, lo juro".

Pero sabía que era en vano. De hecho, ni él se la creía del todo. La rabia les había durado un año completo. Él comprendía, pero ya no podía aguantar mucho más.

La señora Foudoute llegó en ese momento. Él estaba ahí para verla cuando abrieron. En el marco de la entrada estaba la vieja más vieja y repelente que Ron haya conocido. Era menuda, arrugada, gorda, con manchas en la piel, de dispersos dientes amarillos en su decrepito rostro. Tenía el cabello corto, de color gris uniforme. Sus ojos eran pequeños y apagados rodeados de párpados también arrugados.

Llevaba además un vestido horrendo. De tela amarilla, simple, con un estampado de flores sin gracia. Un chaleco rosado desgastado. Zapatos negros aún más gastados. Pero su sombrero con flores era el más gastado de todos.

Era la viva imagen de la abuelita benevolente. Pero Ron sintió asco combinado con una rabia tan fuerte que no había sentido en años. Él mismo pensó en lo absurdo que era todo aquello, pero lo atribuyó a su situación. Sin embargo, no podía evitarlo. Especialmente por aquel vestido asqueroso; todo en esa mujer le repugnaba.

—Buenas noches– dijo ella en tono zalamero—. Espero no haber llegado tarde. Es una noche tan fría y mis huesos ya no son los de antes.

Sus padres saludaron cortésmente. Condujeron a la anciana hasta la sala. Donde los hermanos tuvieron que reunirse para conocerla. A todos les dio asco. Fred y George fueron los que mejor lo disimularon.

—Buenas noches, jóvenes.

—Hola. Qué tal.

—No, no, no. Jovencitos, vamos a hacerlo bien como personas educadas y de buena familia… Buenas noches, señora Foudoute.

Los hermanos Weasley se quedaron mirándola sin decir nada.

Buenas noches, señora Feudoute – insistió la anciana.

—Chicos… — les advirtió su madre.

—Buenas noches, señora Foudoute— dijeron a coro.

—Buenas noches, jóvenes. Sé que no están acostumbrados a esto, pero debido a… ciertos acontecimientos en la que alguno de ustedes se vio involucrado, ahora yo tendré que cuidarlos y vigilarlos. Sólo será por esta noche.

Se acercó a ellos con pasitos cortos y lentos.

—Tú debes ser Ronald. Tus padres me hablaron mucho de ti. Aquí está Fred y George. Y esta linda señorita debe ser Ginebra.

—Me dicen Ginny.

—Muy bien, Ginebra. Se nota que eres una señorita propiamente educada ¿Qué tal si me ayudas a poner la mesa?

Ella parecía que le iba a tirar un escupitajo encima, pero se paró y acompañó hacia el comedor.

Tomaron el té con panecillos que, según la señora Foudoute, ella misma preparó. Pero Ron apenas comió la mitad. Contempló abstraídamente la otra mitad sin tocarla

Al terminar, la señora Foudoute los hizo recoger la mesa. Luego les habló y les habló, sobre las buenas costumbres, la importancia de obedecer a los padres, las recompensas de la honestidad y el trabajo duro, de cómo su generación era corrompida por los atajos y las caminos fáciles, mientras las pasadas tenían que hacer todo por su cuenta. Los señores Weasley se despidieron y se fueron.

—¿Podemos retirarnos a nuestras habitaciones? – dijo Fred, aprovechando la pausa.

—Claro, muchachos, ya es tarde, es hora de dormir.

Apenas eran las ocho y media de la noche. Ron se levantó con desdén, pero la señora Foudoute lo detuvo.

—Tú, no, Ronald. Tú quédate. Tengo que hablar contigo.

Sus hermanos huyeron antes que su mala suerte los atrape a ellos también.

La anciana lo hizo encender el fuego de la chimenea al estilo muggle, y eso siempre le había parecido un incordio. Ron tenía que morderse la lengua para no maldecir. Cuando acabó, la señora Foudoute simplemente elevó las manos para calentarse ante el fuego. Ni siquiera le dio las gracias.

Ron pidió permiso para irse a su cuarto. Ella se lo dio.

Ron fue directo al cuarto de los gemelos, vio la luz adentro, pero la puerta estaba atrancada. Tocó, pero nadie le respondió.

"No me están ignorando esta vez" pensó Ron.

Los buscó apresuradamente pero no los encontró ni a ellos ni a Ginny. Por pura casualidad al mirar por una ventana fue que los encontró.

Estaban en el jardín. Ron se apresuró a abrir una ventana. Ginny y los gemelos caminaban con una caja que luego abrieron para revelar un frutero viejo arcaico con estampado de manzanas y serpientes. Además, iban vestidos con ropas propias de una buena escapada. Las chaquetas de los gemelos combinaban como los pandilleros motociclistas de las películas de los años cincuenta. El sombrero puntiagudo de Ginny era lo único largo que llevaba, su minifalda era tan corta que seguramente su madre se desmayaría al verla con ese maquillaje y esos atuendos que mostraban el ombligo. Ron no podía gritar o llamaría la atención, les hizo señas con las manos hasta que se dieron cuenta de su presencia.

—¿Qué están haciendo? —dijo apenas lo suficientemente fuerte como para que lo escuchen.

—Nos vamos – dijo Ginny—. Va a haber una fiesta, Harry la está organizando

—No, imposible. Su papá le prohibió hacer una fiesta. Lo dijo frente a todos nosotros.

—James —dijo uno de los gemelos—. No Sirius. La casa será en Grimmauld Place. Harry va a estar ahí.

—Si su padre se entera…

—Ya lo sabe, fue su idea. Él va a distraer a su esposa mientras estamos ahí. Va a ser una buena fiesta de Halloween.

Ahí se dio cuenta. El frutero era un traslador ilegal.

—¿Por qué no me dijeron nada?

—Tú no irás. Te quedarás aquí y vas a distraer a la vieja ésa. Y ni se te ocurra delatarnos si sabes lo que es bueno. Todo esto es tu culpa, Ron, así que jódete.

—¡Esperen! —alcanzó a decir Ron. Pero ya era demasiado tarde, sus hermanos se habían ido—. Malditos imbéciles.

Se quedó mirando el patio vacío. La brisa era verdaderamente fría a pesar de que el cielo estaba despejado y las estrellas brillaban con fuerza. Podía volver a su cuarto, encerrarse por el resto de la noche y aguardar. Pero sabía también que aquella era una esperanza vana. Quizás podía usar los polvos flu para escapar, pero la chimenea estaba encendida, primero tendría que apagarla y eso lo complicaba todo.

Ron bajó por las escaleras. Se metió en la cocina y sacó el cuchillo más grande que pudo encontrar. Era uno especial para cortar carne y huesos; puntiagudo y filoso. Sus padres siempre lo mantenían listo para lo que pueda usarse. Ron lo escondió entre su túnica teniendo cuidado de no cortarse.

La encontró a un lado de la chimenea. La señora Foudoute estaba sentada en uno de los enormes sillones de la sala, ahí donde alguna vez su padre leía el periódico, tejía la lana de color ocre, con dos largas agujas plásticas. El fuego crepitaba, iluminando con su luz a la vieja bruja, haciendo que sus sombres se vuelvan alargadas y oscuras. Sus arrugas ahora parecían más espeluznantes.

—¡Ronald! ¡Muchacho! ¿Dónde estabas? ¿Y tus hermanos?

—Están en sus cuartos. No quieren salir. Están enojados porque no pueden celebrar Halloween.

—¿Querían rezarle a los antepasados? ¿Tú también celebras las viejas costumbres?

—Todos la celebramos… Pero este año no, aparentemente.

Ron entró en la sala. La piel de oso gigante se sentía suave bajo sus zapatos. No era un oso gigante de verdad, sólo una piel de oso regular agrandada con magia, pero como alfombra no estaba tan mal.

La señora Foudoute estaba concentrada en las agujas de crochet y el hilo de lana entrecruzándose una y otra vez. Junto a ella, en una mesita, reposaba su varita, y un vial con un líquido traslúcido.

"¿Qué es eso?" se preguntó, Ron no pudo identificarlo.

Finalmente, él se paró frente a ella. Apretó el cuchillo contra la tela de su ropa, sólo para cerciorarse de que estaba ahí.

—¿Quién eres?

—Soy la señora Foudoute. Me llamaron para cuidarte a tus hermanos y a ti… ¿Qué pasa, Ronald? ¿Tienes algún problema?

Él no respondió.

—Siéntate, Ronald. Hablemos, sólo soy una pobre vieja pero también puedo escucharte. Siempre sirve de algo escuchar a chicos problemáticos ¿no?

Ron se quedó de pie. Observaba con profundo odio el vestido amarillo con las flores estampadas. Parecía tan viejo, descolorido, ajado. Le producía asco sólo verlo.

—Ronald, siéntate.

—No quiero sentarme.

La vieja negó con un gesto condescendiente.

—Ronald, Ronald, Ronald – murmuró —. ¿Qué pasó contigo Ronald? ¿Por qué provocas tanto escarmiento en tu familia? Yo sólo quiero hablar.

—¿En mi familia? ¿De qué estás hablando?

—Tus hermanos están muy enojados contigo. Uno de ellos te llamó imbécil traidor, malagradecido. Yo misma la escuché.

Él podía escucharlos también. Lo tenía bien claro en la memoria. Aquella vieja golpeaba donde dolía.

—Tu madre me habló de ti. Me confesó porqué necesitaba una niñera cuando sus hijos están tan crecidos. Me contó de algo que hiciste. Pero la verdad me cuesta creerlo.

Ron se sentó en el sillón delante de ella. Apoyó las manos en los brazos de madera. Era un sillón enorme y sin importar su edad, parecía que cualquiera que se sentara en él era pequeño e insignificante. De repente no se sentía con tantas fuerzas como hace instantes atrás. Su determinación quedaba aplastada en el suelo como la piel de oso agrandada.

—Me dijo que en Hogwarts había un torneo —continuó la anciana—. Y que entraron cuatro personas de entre los colegios mágicos de Europa, cuando debían ser tres. El que sobraba era Harry Potter, el niño que triunfó. Tu mejor amigo. Y el otro era Viktor Krum. Sólo soy una vieja tonta y no me gusta el quidditch, pero hasta yo sé quién es él. Y me dijo tu madre que cualquiera de los dos pudo haber ganado. Que eran los favoritos y lo estaban haciendo muy bien… Pero ambos fracasaron.

Él no dijo nada. Sólo se quedó callado ¿Qué podía decir?

—Y todo fue cosa tuya…Tú… tú hiciste cosas malas, Ronald… Tú madre sonaba sumamente dolida —la anciana lo dijo con un tono dramático—. Y tu padre estaba con ella, no dijo nada, pero parecía muy molesto. Y por eso estás castigado… por eso ya no saldrás a ninguna parte, por eso tienes que tener a alguien que te vigile constantemente. Alguien adulto. Tus hermanos son demasiado indulgentes contigo. Te perdonarían demasiado rápido.

—Debo hablar con papá, entonces, porque no pueden ser los hermanos que conozco… Ya no confían en mí. Apenas me hablan y ya sus bromas se están pasando de crueles. Es lo mismo que en Hogwarts. Saben que hubo sabotaje en el torneo, y aunque nadie sabe que fui yo, todos lo sospechan en cierta medida. Un día, a uno de mis hermanos se le irá la lengua y ése será mi fin.

—Mal, Ronald. Muy mal. Tus padres están muy decepcionados de ti. Y que tu mejor amigo te haga eso, debió ser un golpe muy bajo.

—Harry ni siquiera quería estar en el puto torneo.

Se repitió eso mil veces en el último año para convencerse. Al menos eso era lo que había dicho Harry, parecía lo contrario en ocasiones, con la prensa y los extranjeros. Pero aparte de aquello, Ron sabía que eran insignificantes excusas, no mitigaba lo que hizo.

Pero ¿Por qué lo molestaba con eso ahora? ¿Acaso no bastaba con su propia familia o con sus propios amigos o con todo lo que le pasaba en Hogwarts?

—Quién eres.

—Ya te lo dije. Soy la señora Fou…

—Así no se teje ¿Qué mierda es eso? No finjas hacer algo si no sabes. A mí no me engañas.

—...Doute.

La mujer miró las agujas en sus manos, la lana se mezclaba en un enredo del todo inútil. Las tiró con desdén.

—Siempre se me dio mal tejer.

—Entonces el chaleco no lo tejiste a mano. Igual los panecillos que trajiste eran de masa hecha en panaderías, no los hiciste tú. Y si alguno de mis hermanos dijo esas cosas no fue en frente tuyo. Nunca lo habrían dicho en frente de nadie fuera de la familia. Así que mientes ¿Es cosa de papá y mamá? Ellos nunca hubieran contratado a alguien si tuvieran alguna sospecha.

—No, nunca.

—Entonces…

—Me atrapaste, no sé tejer, eso no me hace una criminal. No tengas miedo.

—No tengo miedo. Mis hermanos están aquí. Somos cuatro. Los gemelos son buenos para los hechizos. Ginny es excelente para los duelos. Si grito ellos oirán y vendrán aquí.

—¿De veras? Vi a tus hermanos escabullirse por el patio y usar un traslador. Deben estar muy lejos. No creo que puedas gritar tan fuerte.

Ron se levantó de un salto y desenvainó. El cuchillo brillaba ante la luz. La señora Foudoute no se inmutó.

—¿Un cuchillo? Tu mamá me dijo que te quitaron la varita y sólo podías usarla en lo estrictamente necesario.

—¡Quién carajos eres! ¡Qué haces aquí! ¡¿Quieres robarnos?!

—¿Robarles qué? No, no quiero robarte nada. Sólo vine porque quería hablar contigo. Tus padres no saben nada y fue mejor que tus hermanos se hayan ido. Es una conversación privada.

—¿Eres alguna periodista? ¿una detective? ¿Del Profeta acaso? ¿Alguien de Durmstrang?

Ellos nunca pudieron averiguar nada. Acusaron del sabotaje a Hogwarts, pero sin suficientes pruebas para apuntar a alguien en específico.

—No. Es algo personal…Quiero saber sobre el asunto del torneo.

La luz amarillenta del fuego bañaba a Ron, pero a él no le llegaba el calor. Lo que él sentía era un frío glaciar recorriéndole la espalda.

—Quiero saber ¿Por qué lo hiciste, Ronald? ¿Por qué hiciste todo aquello? El pobre de Harry Potter… Cuando perdió parecía tan desamparado, su madre tuvo que abrazarlo y todo. Salió en los periódicos. Fue una vergüenza nacional. La embajada de Bulgaria envió una reclamación. Viktor Krum perdió dos partidos luego del incidente. Escuché que ese chico guapo de Hufflepuff tuvo problemas disciplinarios luego del torneo. Los primeros que tuvo en su vida. Eso es lo que les pasa a los hombres ante semejante injusticia. Los cambia, los enloquece. Y todo fue por tu culpa, Ronald. Tú les arruinaste las ilusiones, los marcaste de por vida… Quiero saber por qué ¿Por qué lo hiciste, Ron?

Ron sintió el deseo de clavarse el cuchillo en la pierna para que el dolor se lleve la vergüenza. Quería golpearse la cabeza con el mango de madera, con todas sus fuerzas hasta dañar su cerebro. Con suerte podría olvidarse de todo.

Pero tenía una respuesta. Estaba ahí, clara y verdadera. Como la noche de Halloween.

—¡Fui engañado! – dijo Ron—. ¡Me mintieron! ¡Me manipularon, por eso lo hice!

Las palabras le salieron muy fácil. Lo había pensado ya muchas veces. Cada vez era más convincente.

La señora Foudoute por primera vez parecía humana y no el avatar andante de la decrepitud. Frunció el entrecejo y apretó los brazos del sillón. Aquella respuesta la había ofendido de verdad.

—¿Engañado dices? ¿Engañado cómo?

—Me prometieron dinero. Hasta mi propia familia dice que fue por celos o por envidia, pero no. Fue por dinero. Y nunca me lo pagaron. Ya lo sabes. Ahora, lárgate de mi casa.

A la bruja pareció que perdía su previa actitud altanera y condescendiente. Ahora parecía irritada, molesta, enfurecida. Lo anterior era una tetra, pero su reciente turbación era real. Ron estaba seguro

—¿Lo hiciste por dinero? ¿Es eso lo que me estás diciendo? ¡¿Sólo fue por dinero?!

Ron se rio de la indignación de la anciana.

—¿No escuchaste sobre el premio de aquel torneo? Mil galeones en metálico. Una oportunidad por la que muchos morirían.

La señora Foudoute tomó su varita y se levantó lentamente. Ahora sí estaba ofendida. Su rostro se había deformado en una especie de parodia. Sus arrugas se fruncieron de formas tan abstractas que su rostro parecía un garabato.

—¡Mentira! ¡No lo hiciste por el dinero! ¡¿Por qué habrías de llegar hacer todo aquello?! ¡Mírate ahora! ¡Mira hasta donde estás ahora! ¡Maldito mentiroso!

Ron apretó el cuchillo. Aquella voz era diferente, parecía distorsionada como dos voces distintas sonando al mismo tiempo.

—Lo que le hiciste a esa gente, a tus amigos. Tú, Ron. Fuiste tú. ¿Y ahora dices que fuiste engañado? ¡¿Quién te engañó?! ¡¿Cuándo?! ¡Tú engañaste a todo el mundo y ahora dices que te engañaron!

Y no era sólo su voz. La señora Foudoute en sí parecía distorsionada. Había algo ahí, en su rostro, en todo su ser. En su vestido asqueroso. Parecía que su cara y su piel rechazaban la luz del fuego. Que la reflejaban en formas incorrectas y deformes.

—¡No digas que fuiste engañado! – gritaba.

Ya ni siquiera hablaba con la voz de la anciana. Era totalmente distinta. Ron miró una última vez la mesita y sólo entonces pudo recordar aquel líquido traslucido. Ya lo conocía, sí. Lo vio en segundo año. Hermione se lo había mostrado.

—¡Yo siempre confié en ti! ¡Siempre! ¡¿Cómo puedes mentirme de esa manera?!

Hubo una pausa, mientras ella respiraba agitada. Ron ya había comprendido, pero todavía no llegaba a la respuesta.

—Quién eres.

Ella sonrió y fue cuando la señora Foudoute se extinguió para siempre. Sus ojos pequeños con parpados arrugados se abrieron para mostrar los dos hermosos diamantes azules que lo observaban con intensidad. Sus dientes amarillos se volvieron de un blanco brillante cual perlas, formados en una dentadura inmaculada. Sus labios resecos adquirieron volumen y color. Su piel arrugada, apagada y llena de manchas, se estiraba, cambiaba, se volvía suave y lozana. Sus cabellos se extendieron sedosos más allá de su cuello, brillando con un color rubio dorado. Su panza desaparecía y su cintura curvaba en un giro pronunciado pero armonioso, sus pechos flácidos y caídos se elevaban firmes y voluptuosos, sus piernas se alargaban como un par de figuras esbeltas.

En un acto final para completar aquel prodigio, un movimiento de varita transformó su vestimenta. Ron comprendió entonces que su instinto de mago siempre detectó que aquel vestido antediluviano sólo era una vil transformación.

El atuendo real de la mujer deslumbraba delante de él. Era un vestido de noche de color azul, sin mangas y con tirantes finos. Mostraba un escote pecaminoso, casi tanto como el tamaño de la falda, que dejaba ver el encanto fascinante de sus piernas. Los zapatos azules de tacón eran altísimos con unos tacones tan delgados que podrían atravesar la piel de un dragón.

Perfecta. La única forma de describirla era con la palabra "perfecta".

Fleur Delacour era perfecta.

Y ahora ella estaba delante de él.

El cuchillo cayó contra la alfombra sin hacer ruido.

—¡Yo jamás te mentí, Ron! —dijo ella con su marcadísimo acento francés—. ¡Jamás! ¿Cómo puedes decir algo como eso? ¿No sabes lo mucho que me lastimas?

Se acercó a él con un andar pausado, tan divina como solo ella podía serlo. Quizás Ron trató de retroceder, pero sólo llegó caer sentado en el sillón nuevamente.

Ella se inclinó para tenerlo cara a cara. Le puso el dedo en el pecho, Ron pudo sentir su uña clavándose en su piel

—Te dije que te necesitaba, Ron. Y era cierto. Te dije que necesitaba los mil galeones y eso fue verdad. Quizás no los necesitaba tanto como otra gente, pero no estaba mintiendo.

Fleur se acomodó en el sillón hasta quedar sentada a horcajadas sobre él. Acercó su rostro a su oído como para contarle un secreto.

—Te dije que sólo podías ser tú. Te dije que no te estaba usando y que en verdad quería estar contigo. Nada de eso fue mentira. Y te dije que no te pagaría un centavo. Y no lo hice. Nunca te engañé.

Arrojó la varita que cayó junto al cuchillo. Con sus manos libres, acarició el cabello rojo de Ron. Sus manos parecían ansiosas y desesperadas.

—Y te dije que haría que todo valiera la pena… ¡Pero hubo demasiado jaleo con tu familia y con Harry Potter cuando acabó el torneo! ¡No pude acercarme a ti o sospecharían de mí también! ¡No pude hacerlo! ¿Por qué dices ahora que fue por el dinero? ¿Es que acaso pensabas que te estaba mintiendo?

Ella lo abrazó con fuerza. Ron pudo oler su dulce perfume, podía sentir el latir de su corazón contra su mejilla.

—Ron, no sabe lo difícil que fue llegar hasta aquí. Tuve que tomar tantas precauciones. Tus padres son magos muy habilidosos. Engañarlos fue muy difícil. Pero tenía que hacerlo, Ron. Tenía que llegar a ti.

Fleur le acarició las mejillas y le guio para que la viera a los ojos.

—Sólo quiero saber una cosa. Sé que tuviste que pasar por cosas muy difíciles. Pero me dijiste que harías lo que sea por mí. Lo que sea. Lo que sea… No me mentiste ¿verdad? Tengo que saberlo, Ron.

Realmente quería saber. Lo podía ver en sus ojos azules.

—¿Lo harías de nuevo, Ron?

Fue como si su corazón se detuviera por un instante. Su mente sintió el peso de todo lo que le había pasado aquel último año. ¿Hacerlo de nuevo? ¿Hacer qué de nuevo? ¿Qué es lo que había hecho? ¿Por qué lo hizo en primer lugar?

Él lo sabía, aunque no se lo dijo nunca a nadie. No era una disculpa de nada.

"Estaba enamorado" fue su propia respuesta. Fuera de la lógica y la moral. Más allá del rechazo de su familia, la decepción de Hermione, la amistad rota de Harry. Más allá de la culpa. Sobrepasándose a sí mismo. Fue incluso más fuerte que la certeza incuestionable que contuvo siempre. Aquella promesa siempre estaría incumplida. Aquella ilusión solo lo llevaría a la tragedia, como un espejismo en medio del desierto que lo conducía a morir de sed. Siempre lo supo. Siempre.

Pero ahora Fleur estaba ahí. Podía sentir el calor de su cuerpo, sus labios rozando los propios, la piel de sus piernas en la punta de sus dedos. No era un sentimiento en el pecho ni una idea en la cabeza. No eran palabras que se podían estirar y torcer. No era una cifra para sumar o restar. No eran deseos salvajes vagando en la soledad.

Era algo real. Ella era real. Y finalmente estaban juntos.

—Sí —susurró Ron—. Lo haría mil veces.

Era la verdad.

NOTAS DEL AUTOR: Vi una película con Robin Williams llamada Sra. Doubtfire y quise hacer un fic de esa temática. Lo acabé en un par de días. De hecho, originalmente el título iba a ser Sra. Feudoute. En francés Feu es fuego y doute es duda, una traducción literal del título de la película. Pero lo escribí mal y el traductor decía que Fou es locura o loco y creo que queda mejor así. Espero que les haya gustado y cualquier comentario es bienvenido.

Gracias y adiós.