Capitulo dos: El inicio de todo.

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Había acudido a la escuela esa mañana, a pesar de que aún tenía temor de Helga, quería verla y poder explicarle todo. Quizás todo si fue un engaño al principio, pero le diría que de verdad se enamoró, la reconquistaría fuese lo que fuese.

Dando un suspiro abrió la puerta de su salón y dió un rápido vistazo dentro de este, sintiendo que su respiración se cortaba cuando la vió, estaba sentada donde mismo, frente a su pupitre, callada y escuchando música en su reproductor como si el mundo no existiera, como si no le hubieran echo añicos el corazón. Siempre había admirado eso de la rubia, su gran fortaleza a pesar de que solo era una pequeña niña frágil en su interior. Apretó entre sus dedos la correa de su mochila y fue a su asiento, dejando esta en su pupitre mientras posaba su mano derecha en el hombro de la fémina para llamar su atención.

—Helga...—

—¿Pasa algo, Shortman?— Con una mirada gélida, los ojos azules que antes le parecían como un hermoso océano, se clavaron en los suyos como un témpano de hielo, haciendo que no esté tan seguro de seguir con la charla.

—Helga, quiero hablar contigo, necesito que me escuches, por favor...— Habló con un hilo de voz tratando de hacer que sus esfuerzos sean útiles.

—¿Hablar? Discúlpame, pero si no es nada de la escuela creo que no tengo nada que hablar contigo.— Ignoro de nuevo el intento del menor y volvió a colocarse los audífonos para ya no escuchar más sus mentiras.

—¡Helga!— Con valor, retiro un audífono de la rubia, intentando no llamar la atención de sus compañeros. — Helga, de verdad me enamoré de ti, no sé cómo ni cuando paso pero esa apuesta...—

Calló cuando la chica rompió su lápiz entre sus dedos y se volteaba hacia el con la mirada más furiosa que había visto en ella. —¿Enamorado?— se levantó de su asiento y empujó levemente a su compañero por el hombro para que se alejara de ella, no podía ni soportar el tener que respirar el mismo aire que él. — ¡Ya basta, Arnold! ¿Sigue siendo divertido para ti? ¿Quieres ganar la apuesta? ¡Dime! ¡¿Entonces que te falta para que ganes!?— Comenzó a gritar desesperada mientras temblaba, no quería llorar pero parece que iba a ser imposible evitarlo más tiempo.

—¡No! Te equivocas... Yo...—

— ¿Tú qué, joder? ¡Te divertiste a costa de mí! Ve y dile a Laila que sea tu maldita novia ¡Y a mí déjame en paz! ¡Te odio! — Dándole un último empujón, tomo su mochila y salió de ahí corriendo, todos sus compañeros la veían y no quería que se burlaran de ella, ya no más.

—¡Helga!— Tomo también su mochila y corriendo fue detrás de ella, no iba a dejarla ir como ayer, ese había sido su error pero no iba a volver a hacer lo mismo.

La persiguió por los pasillos del instituto, gritando su nombre, pero por más que sus piernas intentaban alcanzarla no podía, se olvidaba que estaba detrás de quien era primer lugar del club de atletismo.

Respiro agitadamente sosteniéndose de sus rodillas en el parque del instituto, volteo hacia los lados pero ya no pudo verla y se maldijo internamente, sentándose debajo de un árbol. Con coraje jalo su propio cabello, intentando pensar y solo suspiro abatido, cerrando los ojos mientras recordaba como es que todo había iniciado.

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*FlashBack / Hace tres años*

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Después del viaje a San Lorenzo dónde pudo salvar a sus padres, pudo notar que Helga estaba enamorada de él y todo encajo perfectamente en su cabeza. Esas ocasiones que había sido ayudado, pensando que era un milagro como la navidad donde hizo lo posible para ayudar al señor Hyunh, y al final si pudo reencontrarse con su hija Mai, pues al señor Bailey le habían entregado las botas Nancy Spumoni, entre muchos otros casos. Su ángel siempre había sido Helga y, recientemente, se estaba percatando de eso.

Le dió un beso, pero a pesar de que pudo ver en Helga la felicidad, el no sintió nada. Quizás agradecimiento y admiración, no podía creer que alguien seria capaz de hacer muchas cosas por él, pero eso era todo. Sin embargo calló, cuando vió la ilusión de Helga, ahora le tocaba retribuirle un poco de todo lo que había hecho la rubia por él. Así que muchas veces la invitó a salir, al principio seguía siendo la misma, reacia a recibir muestras de afecto en público, como si le avergonzará salir con él, pero se dió cuenta que solo sentía pena, después de todo, muy pocas veces había recibido afecto.

Poco a poco se fue acostumbrando a ella, pero a pesar de intentar ser un buen novio, no podía quererla y Helga, comenzaba a volver a ser la misma de antes.

—No me toques enano, ¿Quién te dijo que podías abrazarme?— Empujó al más bajito cuando esté le abrazo agradecido por haber convencido al entrenador de baloncesto de aceptarlo en el equipo a pesar de su baja estatura.

—Helga, creo que deberías ser un poco más cariñosa, después de todo, Arnold es tu novio.— Intento hablar su amiga Phoebe, obteniendo un bufido.

—Por favor, no voy a cambiar solo por un tonto cabeza de balón.— En su interior gritaba que se callara, sin embargo su boca no parecía coordinar con sus pensamientos. — Me da hasta vergüenza que me vean saliendo con él cuando es más enano que yo.— Apretó los labios cuando vió a su pareja fruncir el ceño, estaba hablando alto y todos en su salón le prestaban atención a sus palabras, pero no podía evitarlo.— ¿O qué, Arnold? ¿Estás muy enamorado de mí? No te necesito...— Declaró cerca de su rostro y pudo notar que había cometido el peor error de su vida.

—Si no me necesitas, no veo el por que debamos seguir juntos, tu lo has dicho, te averguenzas de nuestra relación, pues bien, cada quien por su camino, Pataki.— Bramó enojado mientras salía del salón, dónde ahora había un silencio mortal, pues se sentía la tensión en el aire. —¡¿Qué ven, idiotas!?— Gritó la rubia haciendo que todos se dispersaran, no quería ser su entretenimiento.

—Helga, creo que deberías hablar con él, estaba muy enojado.— Ajusto sus anteojos Phoebe, tratando de animar a su amiga.

—Callate Phoebe, no molestes.— Escondió su rostro entre sus brazos después de sentarse en su pupitre, sentía arder los ojos, había perdido a Arnold todo por su gran bocota.

La pequeña asiática rodó los ojos y salió junto a su pareja a buscar a Arnold. Al final lo encontraron en la biblioteca, recargado en una silla. Ni siquiera estaba leyendo un libro.

—Oye viejo, ¿Estás seguro de tu decisión? Sabes que Helga es... Especial.— Gerald, mejor amigo de Arnold, se sentó en el pupitre frente suyo para tratar de animarlo, podía notar a su amigo aún tenso por las palabras de la rubia.

—¿Sabes Gerald? No importa.— abrió sus ojos sin mostrar algún atisbo de tristeza en ellos. —Realmente no estaba enamorado de ella, solamente fui su novio porque ella me ayudó a salvar a mis padres y pensé en agradecerle siendo su pareja, desde siempre ella me ha querido así que tuve que sacrificarme.— Se encogió de hombros haciendo un ademán con las manos para restarle importancia.

—Pero viejo, creo que sí ya no eres su pareja, volverá a molestarte, sabes que así ella llama tu atención.— Formó una mueca al recordar todas esas veces que molestaba a su amigo.

—Lo sé.— Suspiro, encogiéndose de hombros, no tenía otra salida. — Tendré que acostumbrarme de nuevo a sus maltratos...—

Después de esa plática, fue como una tonta premonición, pues la rubia había vuelto a ser la misma chica que busca pleitos de antes, o todavía peor. No le importaba recibir golpes de sus compañeros varones, porque a pesar de eso lograba ganarles en fuerza física. Y Arnold, sufría los constantes acosos de ella, sintiendo que tenía especial cizaña con él.

Paso más de dos largos años así, sufriendo golpes y humillaciones de la rubia, pero su abuelo le había enseñado a no golpear a una mujer, así que se contenía lo más que podía.

Ahora tenían 16 años, habían dado el estirón, Helga se había convertido en una chica muy linda ciertamente, más alta, con una figura que varias envidiaban pero que escondía en un suéter holgado; y Arnold, la vida había sido generosa con él . Pues dio un estirón grande, de medir 1.56, ahora media 1.79 y estaba a punto de ser uno de los chicos más altos de su salón, siendo superado por Gerald que media 1.84, quizás la altura le favorecía por el mismo peinado de siempre.

A pesar de que ahora la superaba en estatura, pues Helga media 1.65, seguía siendo acosado por ella, tal vez ya no lanzándole bolitas de papel mojadas con saliva o darle zapes (por qué ya no lo alcanzaba), se encargaba de asustar a las chicas con las que el pretendía salir, provocando que esos años no pudiera tener una novia formal por su culpa, y se estaba hartando de ella.

Termino su entrenamiento de básquetbol y se sentó en el pasto sudado, tomando una gran cantidad de agua de su botella, sintiendo como Gerlad lo seguía poco después.

—Viejo, ¿Cómo te fue con Carla?— Preguntó coqueto codeando a su amigo pues había notado cierto interés de él por la alumna nueva que había llegado hace poco al instituto.

—Helga.— Solo esas dos palabras bastaron para hacer callar a su amigo, pues como siempre, la rubia le había inventado quien sabe que cosas de él, y ahora Carla no quería verlo ni en pintura.

Se quedaron callados por varios minutos y con un suspiro ambos se levantaron para ir a los casilleros a bañarse, el sudor se les pegaba al cuerpo como un guante y pronto ya iba a ser la salida de la escuela.

—¿Sabes, viejo? Eso que hace Helga no está nada bien.—

—Lo sé, supongo que sigue molesta por haber terminado.— Abrió la taquilla de las regaderas y buscó su ropa para irse a duchar.

—Viejo, eso fue hace años.— Gerlad hizo lo mismo y cerró su casillero, que estaba al lado de su mejor amigo, y continuo con su charla. — Eso me hace pensar que Helga sigue enamorada de ti.—

—Aún si lo estuviera, no volvería con ella.— Arrugó su nariz de solo pensarlo y emprendió caminata a las duchas.

—No tiene que ser por amor, precisamente.— Comentó al aire, haciendo que Arnold se detuviera.

—¿A qué te refieres?—

—Digamos que, Helga necesita disciplina, saber que no puede hacer lo que quiera y menos contigo.— Se acercó más a su compañero, para que los demás del equipo no pudieran escucharlo. — Tengo una idea.

—Gerlad, espero que no sea nada malo..— Formó una mueca no muy convencido de seguir el plan del afroamericano.

—Piensalo, viejo.— Sujeto sus hombros y lo acerco más a su cuerpo.— Ella está muy enamorada de ti, pero que tal, usar eso a nuestro favor.— Calló esperando a que Arnold lo comprendiera, pero tenía una mueca de duda así que decidió ser más claro. — Enamorarla, enamorarla tanto que no pueda vivir sin ti y cuando llegue ese momento... Rompe su corazón. Será como una apuesta. —

El rubio calló y se metió a duchar, no quería hacerlo, pero si deseaba que Helga dejara de meterse con él, a su consideración, no le había hecho nada malo, y cuando terminaron, ciertamente fue por culpa de ella.

Después de 15 minutos, ambos salieron de las regaderas sin decir nada, sin embargo el de tez más oscura miraba insistentemente a su amigo en espera de una respuesta, era brillante y, la bullying se lo merecía.

—No creo que sea buena idea, a Helga ya le han hecho mucho daño...—

—Entonces, ¿Vas a dejar que te siga molestando? Estás mal, viejo, pero respeto tu decisión.—

—¿Y si lo haces por mi, Arnold?— Esa voz cantarina provocó escalofríos en su espina dorsal, ambos ya se encontraban esperando el autobús del instituto, pero una voz fémina los detuvo por completo.

—¿Lila? ¿Qué haces aquí? —

—Lo siento, no pude evitar escuchar su conversación hace un momento...— Sonrió, mordiéndose su labio inferior, había dejado de ser esa niña campirana noble y poco a poco se fue convirtiendo en una mujer con una belleza envidiable, pero también con una personalidad más soberbia y alzada. —Entonces... ¿Piensan romper el corazón de Pataki?— Escupió su apellido, esa tonta rubia era la única que le podía hacer competencia en belleza, pues su pelo rubio natural y buen cuerpo, que se había encargado de ver en el club de atletismo y gimnasia habían provocado que quisiera destruirla, pues notaba que los demás chicos estaban más interesados en ella y había perdido un poco de popularidad.

—No, no lo haré, no se lo merece.— Negó Shortman, frunciendo el ceño, estaba comenzando a sentirse presionado ahora por los dos.

— Vamos Arnold, si lo haces... Seré tu novia.— Acaricio la mejilla del mencionado notando cómo se atontaba con eso, sería suficiente.

—Pero...—

—Hazlo, Arnold, ¿O no crees lograrlo?— Era eso o nada, jugaba su última carta, dándole el orgullo a su amigo.

—Por supuesto que puedo hacerlo, te apuesto a que logro enamorarla y romperle su corazón más rápido de lo que crees.—

—¡Perfecto! Que así sea, tienes menos de un año para lograrlo, tienes que romperle el corazón frente a todos, y si ganas...—

—Yo seré tu novia, mi amor...— Hablo Lila dejando un beso cerca de la comisura de sus labios y se fue, dejando completamente embobado al rubio.

—No perderé.— Todo rastro de duda se había ido, estaba convencido de que Lila sea su chica, cómo siempre había soñado.

—Eso quería escuchar, viejo.— Complacido, ambos continuaron su camino para abordar el transporte.

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Fin del Flashback

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Estrelló su cabeza contra la corteza del árbol, maldiciendose mentalmente al recordar todo eso. Había cedido a sus impulsos de adolescente y cuando menos lo supo, ahora su vida era Helga, no había otra persona en su corazón. ¿Cómo pudo hacerle tanto daño? Si tan solo hubiera destrozado esa carta donde Gerald le daba instrucciones, pero se había olvidado completamente de ella.

El timbre del instituto sonó, dando por finalizado el día de clases y a lo lejos vio a su Helga caminar con la gruesa capucha de su suéter cubriendo su rostro. Corrió hacia ella, tomando su hombro.

— ¿Ahora que quieres? — Suspiro cansada, volviendo a ver a la persona de todos sus males, ya no tenía fuerza para pelear.

—Helga por favor, ¿Por qué no me crees? De verdad te amo.— La tomo por la cintura acercándola a su cuerpo, no desistiría hasta convencerla.

—Suéltame... Una persona enamorada nunca haría eso...— Forcejeo intentando salir de sus brazos, como los había extrañado, pero no era tiempo para suspirar por ellos.

—Te amo, ¡Te amo!.— Ignoró sus palabras a pesar de que tenía razón y sujeto el cuello de su ex- novia, besándola nuevamente.

El mundo se había perdido para él, probar de nuevo sus labios era como el paraíso. Aún se seguía colocando ese brillo labial de fresa que hace tiempo le había dicho que le encantaba, todo de ella le encantaba, y no se pudo contener más. Delineó sus labios con su lengua, forzandola a abrir la boca luego de que había apretado uno de sus redondos pechos a través del suéter, no se podía detener, la extrañaba tanto ¡Carajo!.

Sin embargo para Helga era lo contrario, con cada movimiento se sentía más débil, pero no, no de nuevo se iban a burlar de ella. Haciendo un puño con su mano izquierda, estrelló este en la mejilla de Arnold logrando así que se aparte de ella, sintiendo escocer sus ojos. —¡Déjame en paz! ¿Cuánto daño me quieres hacer? ¡No te soportó! —

No le importo como estaba Arnold, se alejo corriendo volviendo a ponerse su capucha para evitar que todos vieran sus lágrimas caer nuevamente. ¿Hasta cuando iba a seguir torturandola así?

—¡HELGA!—

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