Abraza la manada
12
Canto de sirena
Segunda parte
—Nadie más que el médico lo ha visitado, pero en el pueblo todos hablan de su cacería, ¡como si fuera un héroe! — exclamó con indignación y rabia. A Candy se le revolvió el estómago al imaginar lo peor y rogó porque no fuera cierto lo que esas breves palabras sugerían.
—Sobre todo en la taberna. Ha pasado las últimas semanas ahí y sus amigos de copas lo extrañan porque siempre invita los tragos—, dijo Aaron —pero todos son locales y humanos.
—¿Qué hay de las balas? — cuestionó Anthony. Oír su voz la dejó fría, Anthony sabía que Jimmy era uno de los chicos del Hogar de Pony.
—Sin marca— contestó Derek.
—¿Se puede entrar a su rancho? — preguntó a Lydia.
¿Entrar a su rancho?, ¿de qué hablaban?
—Los pastizales al sur de su propiedad están casi abandonados, la cerca es fácil de traspasar y no hay trabajadores— contestó ella —podemos entrar y salir sin que nadie lo note; le sacamos la verdad y… según lo que nos diga, consideramos si regresarlo o no a su casa.
Candy sujetó el pomo de la puerta y esperó a que Anthony se negara a ese plan. ¿Estaba entendiendo bien?, ¿Jimmy era el tirador?, ¿Cómo había conseguido balas de plata?, ¿por qué?, ¿sabía algo de los cambiantes?, ¿por qué quería herirlos?
—Podríamos hacerlo esta misma noche— la voz de Víctor se unió al plan y Candy sintió cómo se le cortaba la respiración. Se llevó una mano a la boca para no hacer ruido y siguió escuchando.
—Iré con ellos— dijo Lucille —Lydia, Aaron y yo podemos hacerlo. Lo interrogaremos en el puesto de vigía oeste, donde disparó, eso le refrescará la memoria al bastardo.
—Suena como un plan para mí— dijo Lydia —sólo asegúrense de tener las drogas cuando lleguemos.
¡Esto era el colmo!, planeaban secuestrar a Jimmy y drogarlo para que confesara lo que había hecho. Candy no podía creer lo que oía y, mucho menos comprenderlo.
—¿Qué dices, jefe? — preguntó Aaron y todos guardaron silencio, esperaban la respuesta de Anthony. Era inverosímil que estuviera tomando la vida y la seguridad de alguien en sus manos.
—Los estaré esperando en el puesto de vigía— sentenció Anthony y Candy no pudo guardar más silencio.
—¡Anthony, no puedes hacer eso! — gritó al abrir la puerta.
Los ojos de todos se posaron en Candy. Anthony, Víctor, Lucille, Derek, Lydia y Aaron la miraron sorprendidos, era extraño que no la oyeran llegar, pero no improbable. Estaban tan enfrascados en su conversación que no percibieron lo que pasaba fuera del despacho.
—Candy, ¿qué haces aquí? — cuestionó Anthony con voz fría y distante, como si ella fuera una extraña —¿Gabriel está bien?
—Él está bien— respondió tratando de mantener el volumen de su voz lo suficientemente audible —ahora dime, por favor, qué está pasando. ¿Jimmy es quien hirió a Gabriel? — necesitaba confirmar que lo que había oído era lo mismo que había entendido.
—¿Jimmy? — preguntó Aaron fijando su mirada en Candy, como si quisiera sacarle toda la verdad con sus inquisidores ojos.
—¿Lo conoces? — preguntó Derek en el mismo tono que Araon usó.
—Sí, él y yo estuvimos juntos en el orfanato— contestó primero mirando a Derek, después al resto de los lobos y, finalmente a Anthony, que ya estaba a unos pasos de ella, dándole la espalda a sus compañeros con la vista fija en Candy.
—Eso no cambia nada— agregó Lydia cruzándose de brazos.
—Casi mata a uno de nosotros, ¿sabes por qué? — preguntó Víctor, parecía ser el único que mantenía la calma ante la intrusión de Candy al despacho.
—No, pero sé que él no es un asesino— dijo Candy a la defensiva de su amigo y hermano.
—Porque su puntería falló, no porque no lo intentara— añadió Derek.
—Por favor, no pueden entrar y secuestrarlo— suplicó Candy. Su voz temblaba y miraba a todos buscando un poco de compasión, sobre todo la de Anthony —tiene un padre, uno anciano y si algo le pasa a Jimmy…
—¡Perfecto! — interrumpió Lydia golpeando sus costados, demostrando que estaba realmente harta de esperar a atacar a Jimmy —¡entonces dejémoslo en paz y cuando se recupere que vuelva a terminar lo que empezó! — dijo cargando sus palabras con ironía.
—¡Basta! — gritó Anthony y los demás hicieron un ligero asentimiento de cabeza.
—¿Esperar a que se recupere?, ¿qué le pasó? — preguntó Candy más asustada. Su cuerpo se tensó de pies a cabeza y el miedo le hizo un nudo en el estómago al tiempo que su pecho empezaba a latir con violencia.
—Se lesionó con el arma, supuestamente, — respondió Lucille —dicen que el culatazo de su rifle hirió su brazo.
—Debo ir a verlo— gritó Candy —tal vez yo pueda…
—¡No! — gritó Anthony y su voz resonó en todo el despacho —los lobos hicieron un nuevo gesto de obediencia —No vas a ir a ninguna parte, nadie sale de aquí hasta que no sepa si ese… si Cartwright tiene un compañero suelto con balas de plata.
—¡Pero ustedes sí irán a su rancho a secuestrarlo, torturarlo y…! Anthony, dime que no piensan matarlo— suplicó Candy acercándose unos pasos hacia él, pero de inmediato retrocedió. La cara seria y fría de Anthony la asustó.
—Tiene que pagar por lo que hizo y si descubrió nuestro secreto, este debe protegerse.
—¡Matándolo! No, no puedo dejar que lo hagan— Candy se negó a aceptar el plan y movió la cabeza varias veces.
—Esa decisión no te corresponde— sentenció Anthony y una parte de Candy se rompió en ese instante.
—¿Y a ustedes sí?, ¡¿acaso tienen derecho a decidir sobre la vida y la muerte de los demás?!
—¡Candy, basta! — ordenó Anthony y la tomó de los hombros, ejercía una leve presión, lo bastante fuerte para inmovilizarla
—¡No! — se zafó del agarre de Anthony —¡no dejaré que lo hagan! — declaró rebelándose ante Anthony. Retrocedió cuanto pudo y miró a todos fijamente, como si los desafiara, aunque en realidad lo que buscaba era mostrarse valiente y, con suerte, no ser atacada por ese grupo de cambiantes que, aunque no se habían movido de su lugar, no dejaban de verla incómodos y molestos.
—Candy, por favor— Anthony cerró los ojos y respiró profundamente, buscaba mantenerse calmado para poder explicar lo que ocurría; también quería tranquilizar a Candy y borrar el miedo evidente que se notaba en su rostro. —Salgan— ordenó a los cambiantes y todos obedecieron al instante. Uno a uno pasaron al lado de Candy sin pronunciar palabra alguna. Ella los miró con el rabillo del ojo y se irguió tanto como pudo hasta que el último en pasar cerró la puerta tras de sí. Anthony se movió por el despacho, quería tocar a Candy, pero era evidente que ella no lo aceptaría, así que guardó su distancia. Candy lo observó caminar por la habitación, el Anthony que tenía frente a sí era un completo desconocido, ¿debía tenerle miedo?, ¿le tenía miedo?, ¿este Anthony era el verdadero, el hombre en que se había convertido al adoptar su vida de cambiante?, ¿este Anthony sería capaz de matar a alguien?
—Lucille encontró ayer el rastro del tirador y lo siguió hasta el Rancho Cartwright— empezó a contar Anthony —oyó que los trabajadores lo llevaban a su casa porque estaba herido, resultó que se trataba del hijo del dueño, un muchacho— detuvo su nervioso paseo por el despacho y la miró. Candy tenía los brazos cruzados a la altura del pecho, escuchaba con atención. —Supe que se trataba de tu amigo Jimmy. Les dije que vigilaran la zona y eso hicieron todo el día y la noche—. Se detuvo frente a su escritorio y se recargó en él, también cruzó los brazos y siguió —Resulta que su padre volvió antier por la noche y le trajo un nuevo rifle. Salió a probarlo ayer y terminó en la frontera oeste— Candy se acercó unos pasos hasta Anthony, pero todavía estaba lo suficientemente lejos —se adentró en el bosque y cazó a Gabriel cuando hacía su rondín, disparó una vez con una bala común que, si lo hubiera herido, habría salido tan pronto como entrara, pero las otras dos fueron de plata, específicas para herirnos.
"Para herirnos", eso sonaba como un reproche y una justificación de por qué Anthony haría justicia por su propia mano sobre el ataque.
—¿Cómo las consiguió? — preguntó Candy modulando su voz al mismo tono tranquilo de Anthony.
—Eso es lo que no logramos averiguar— contestó tensando la mandíbula —no son fáciles de conseguir para nosotros, mucho menos para los humanos, pero si las tiene significa que sabe a quiénes pueden dañar, o sea que sabe de nosotros y, como todos los humanos, quiere destruirnos.
Ni siquiera las fronteras nacionales estaban tan bien delimitadas como la división que Anthony acababa de hacer con sus palabras: los humanos de un lado y los lobos del otro.
—¿Todos los humanos queremos destruirlos? — preguntó Candy realmente dolida.
—Tú eres diferente— negó Anthony con la cabeza al darse cuenta del significado de sus palabras y se acercó a ella.
—Sigo siendo humana— bufó —como sea, ¿no puedes investigar más y esperar a saber cómo consiguió esas balas?
—Por eso necesitamos interrogarlo— respondió Anthony —sólo él sabe lo que vio, con quién habló, por qué vino al bosque y por qué nos atacó— enumeró con los dedos.
—No. Lo que ustedes quieren hacer es secuestrarlo, drogarlo, torturarlo y, si les apetece, matarlo— enumeró Candy también.
—Nunca les ordené matarlo— se defendió Anthony —dejé que dijeran lo que pensaban.
—Tampoco se los prohibiste— refutó Candy.
—¿Crees que dejaría que lo hicieran? — preguntó él esta vez —hace unos días me dijiste que lo conocías, que llevaba ebrio varios días, lo cual comprobamos. Fuiste muy clara al establecer que es alguien que te importa ¿crees que lo mataría?
—Dijiste que harías lo que fuera necesario— respondió Candy haciendo caso omiso a las preguntas — dijiste que tenía que pagar por lo que hizo.
—¡Hirió a un miembro de mi manada! ¡Casi mata a Gabriel, casi mata a mi hermano!, ¿no tengo derecho a estar enojado?, ¿no tengo derecho a querer justicia? — reclamó Anthony elevando la voz, pero sin convertirla en un grito.
—¿E irrumpir en su propiedad es lo mejor que puedes hacer? — Candy avanzó hacia él —Si desde un principio sabías que se trataba de Jimmy, de que yo lo conocía, ¿no se te ocurrió pensar que yo podría ayudarte a averiguar la verdad?
—No voy a ponerte en peligro— dijo Anthony con seriedad.
—¿Qué peligro voy a correr con un chico que conozco desde hace años? — replicó Candy con desesperación.
—No se trata de si lo conoces o no, sino de que tiene en su poder una de las pocas armas que sirven para herir a gente como yo, ¿me crees tan estúpido como mandarte allá?, eres mi compañera, mi trabajo es protegerte— contestó Anthony con claridad en cada una de sus palabras, deseando que con eso Candy entendiera sus motivos.
—¡¿Y cuál es el mío?! — reclamó Candy —¿estar encerrada en esta casa?, ¿ser un adorno de tu mansión?, ¿servirte solo para…—debía terminar la frase —para satisfacer tus necesidades físicas?, Anthony, si sólo voy a servir como un accesorio en tu vida, entonces ustedes no son tan diferentes a los humanos que tanto detestas.
—No entiendes lo que significa ser la compañera de alguien…
—¡En eso estamos de acuerdo!— dijo Candy furiosa —creí que se trataba de ser iguales, de no dejar solo a tu compañero en sus problemas— lágrimas de rabia empezaron a brotar de sus ojos —pero fui una reverenda idiota al creer que aunque yo fuera humana, nuestra relación sería de iguales— se limpió con brusquedad las lágrimas —y lo peor de todo es que por mi error, por mi ingenuidad, la vida de alguien a quien quiero está en peligro.
—Ya te dije que no…
—No, claro que no— lo interrumpió —porque no te dejaré hacerlo. Iré al Rancho Cartwright, averiguaré lo que pasó y aclararemos este asunto. Estoy segura de que hay una explicación para esto, y de que Jimmy no los está cazando.
—¿Y si te equivocas? — preguntó Anthony, molesto —si el chico Cartwright realmente quiere matarnos y se da cuenta de que tú sabes de nosotros, ¿entonces qué?, ¿dejo que vayas directamente al peligro?
—Él no…
—Dime, si actuó con todo su uso de razón, si disparó deliberadamente, ¿qué debo hacer?, ¿dejar que lo vuelva a intentar?, ¿darle la opción de traer más hombres, más humanos con balas de plata a mi territorio para que maten a todos y cada uno de nosotros? — el reproche y la furia en la voz de Anthony eran latentes.
—No sabrás qué hacer hasta que no tengas la verdad— respondió Candy eliminando todo vestigio de llanto —y yo te daré esa verdad.
—¡Ya te dije que no irás! Nadie sale de aquí hasta que no sea seguro, ¡es una orden para todos! — dijo Anthony acercándose a Candy.
—No soy de tu manada— respondió Candy con frialdad —no puedes darme órdenes porque soy humana— Anthony detuvo sus pasos de golpe, —y te recuerdo que desde el primer día, me aseguraste que podría irme cuando quisiera, ¿ahora también faltarás a tu palabra? — Un clavo ardiente en la garganta habría dolido menos que decir esas palabras, pero Candy debía buscar la manera de salir de la casa de la manada y sabía que no podría burlar las patrullas, la única manera de cruzar la frontera del bosque era que el mismo Anthony la echara de su territorio.
—¿Quieres irte? — preguntó Anthony con la voz quebrada, una parte de él también se había roto con esa discusión.
—Debo hacerlo— contestó ella.
—¿Dejarás a Gabriel en ese estado? — preguntó con la esperanza de que eso la hiciera recapacitar.
—Está sanando— replicó Candy —y Astrid está cuidando de él; además, tú mismo dijiste que aprenden rápido, ella sabrá qué hacer.
—Si eso es lo que quieres— Anthony le dio la espalda e inhaló con profundidad, quería absorber el aroma de Candy antes de que ella lo dejara. Apretó los puños y contuvo el impulso de retenerla. Su parte más salvaje estaba herida, quería encerrarla en esa misma habitación y no dejarla salir hasta que todo pasara, hasta que supiera que estaría realmente a salvo y hasta que ella entendiera que ser su compañera no era para nada lo que Candy había dicho; ella nunca sería un accesorio en su vida, ella era su vida entera; sin Candy, Anthony no podría seguir viviendo.
—Entonces, me voy— dijo Candy viéndolo de espaldas, postura que agradeció para que él no viera que tenía los ojos inundados de lágrimas.
Salir de la casa de la manada, atravesar el bosque y cruzar la frontera había sido tan doloroso que Candy ni siquiera quiso pensar en ello. Un día antes todo parecía perfecto y en ese momento se sentía tan destruida y sin fuerzas que pensó que no podría llegar a casa, pero lo logró.
El Hogar de Pony se veía tranquilo, era la hora de clases y los niños estaban en las aulas con la Hermana María, la señorita Pony también debía estar ahí, o en su oficina. Candy entró despacio a la casa y subió hasta su habitación, se cambió de ropa y bajó, salió en dirección al establo y ensilló a Canela. No quería pensar, así que concentró su cerebro en lo que hacía.
Montada en Canela, Candy galopó hasta la salida del orfanato.
—¡Candy! — escuchó cómo la señorita Pony la llamaba y tiró del caballo para volver. Se detuvo a unos metros de la mujer —Candy, ¿a qué hora volviste?, ¿a dónde vas?
—Al Rancho Cartwright— contestó manteniendo quieta a Canela, que después de varios días sin salir, quería correr —Jimmy está herido y debo verlo.
—Nos enteramos— dijo la mujer.
—¿Qué saben? — preguntó inclinándose hacia la señorita Pony para escucharla mejor.
—Hubo otro robo de ganado, en uno de los ranchos vecinos al de Jimmy— la mujer apretó las manos, nerviosa —dicen que fue un lobo y que esta vez encontraron rastros— Candy estaba confundida, eso no lo sabía y tampoco si Anthony estaba enterado de eso —Jimmy decidió iniciar una cacería antes de que atacara su rancho, parece que no encontró nada, pero disparó al ver algo y se lastimó con el arma—. La mujer se quitó los anteojos y limpió un par de lágrimas que amenazaban con salir, era raro ver a la señorita Pony llorar —Uno de los trabajadores de su rancho vino ayer a buscarte para asistir al doctor Morgan, por eso supimos lo que pasó.
—Iré en seguida— dijo Candy apretando las piernas para guiar a Canela —veré cómo está, no se preocupe— retomó el galope y la señorita Pony la vio alejarse mientras gradualmente aumentaba la velocidad de su carrera.
—Averigua qué pasó, Candy— murmuró la mujer y volvió a limpiarse el rostro, se abrazó a sí misma para darse consuelo, y después se pasó una mano por el cuello.
Tan pronto como llegó al Rancho Cartwright, Candy fue conducida al interior de la casa, a la sala, donde el padre de Jimmy tomaba una copa de licor mientras descansaba en un sillón.
—Señor Cartwright— lo llamó Candy en cuanto lo vio. El hombre volteó a verla y una franca, pero triste sonrisa se dibujó en su viejo rostro.
—¡Qué bueno verte, Candy! — saludó al levantarse —¿vienes a ver al enfermo? — preguntó con una cálida voz que no estaba exenta de cansancio y preocupación.
—Y a usted— se acercó al hombre y lo abrazó con cariño —¿cómo se siente?, ¿ha comido? — preguntó realmente preocupada por la salud del viejo.
—Estoy bien— se encogió de hombros y la invitó a sentarse. —Te buscamos ayer, pero no estabas en el orfanato.
—No, yo— se acomodó en su asiento —tengo un trabajo temporal en el Aserradero Clinton, ¿lo conoce?
—Sí, he oído de él.
—¿Cómo está Jimmy? — preguntó para acelerar la visita.
—Tiene dislocado el hombro. El doctor Morgan dice que se recuperará, solo necesita tiempo, no moverlo por el momento y después algunos ejercicios para recuperar la movilidad, pero…— el anciano se inclinó hacia adelante y se talló los ojos —tú lo viste hace unos días, mis muchachos me lo dijeron, no sé en qué está metido…
—¿Estaba ebrio cuando fue de cacería? — preguntó Candy.
El señor Cartwright asintió con la cabeza —La noche que llegué estaba bien, estaba tranquilo, me dijo que trabajó todo el día en el rancho porque los muchachos no lo dejaron salir; gracias por eso—. Candy sonrió —A la mañana siguiente todavía era el mismo de siempre, pero… después del almuerzo vinieron a avisarnos de más robo de ganado, ¿si sabes sobre eso? — Candy asintió —dijeron que había rastros de lobo y Jimmy se puso nervioso, tomó el nuevo rifle que le traje y salió del rancho. Salí detrás de él, pero no lo alcancé— bebió un trago de su licor —lo siguiente que supe de él es que estaba herido y ebrio.
—Fue a la taberna antes de ir a cazar— concluyó Candy y el viejo Cartwright asintió —¿le molesta si voy a verlo?
—Claro que no— el hombre sonrió —pasa, tal vez contigo hable porque a mí no me ha dicho ni una palabra.
—Descuide— Candy lo abrazó con cariño —resolveremos esto.
Candy fue hasta el dormitorio de Jimmy y entró sin llamar a la puerta. Jimmy estaba recostado en su cama, estaba despierto, tenía un cabestrillo en el brazo derecho y la vista perdida en la ventana, misma que desvió en cuanto oyó la puerta abrirse.
—Hola, Candy— saludó en voz baja, sin emoción.
Candy entró y fue a sentarse al lado de la cama con toda la calma de la que era dueña.
—¿Cómo te sientes? — preguntó.
—Adolorido— respondió señalando su inmovilizado brazo —y ansioso— agregó.
— ¿Por qué?
—No lo sé, siento que debo estar en otro lado, pero no sé dónde— el rostro del muchacho se contrajo y por un segundo mostró miedo, después se relajó y miró a Candy fijamente.
—Jimmy— le dijo tomando su mano sana entre las suyas —¿qué pasó? — preguntó sosteniéndole la mirada, buscando algo que le diera información.
El chico no contestó, su mirada vagó por toda la habitación, parpadeó varias veces y empezó a respirar con dificultad.
—Calma, Jimmy— Candy se levantó y puso sus manos en el pecho del muchacho, sus latidos eran acelerados —respira— ella empezó a respirar lentamente para que Jimmy la imitara y así lo hizo. El ejercicio sirvió para que se calmara —todo está bien, tranquilo.
Jimmy asintió un par de veces y relajó su cuerpo, dejó caer la cabeza en la almohada y miró al techo. Candy volvió a sentarse y decidió esperar, no importaba si tenía que pasarse todo el día al lado de Jimmy hasta hacerlo hablar; en realidad, sería mejor, si ella estaba con él, sabría si Anthony y los demás irían por él y, tal vez, con mucha suerte, podría impedirlo.
—Extraño a Evie— dijo Jimmy de pronto, y sonrió —debo ir a verla pronto— balbuceó, no le estaba hablando a Candy, sino a él mismo —debo salir de aquí.
—Tal vez ella pueda venir— dijo Candy dudosa, y Jimmy la miró con el ceño fruncido.
—¡No! — gritó —la tratarán mal y no lo permitiré— el nerviosismo amenazaba con volver.
—Está bien, está bien— lo calmó Candy —¿dónde la ves?
—En la taberna del pueblo— sonrió Jimmy —en su habitación después de su acto. Deberías oírla, canta como los mismos ángeles, ¡no!, mejor.
—¿Fuiste a verla antes de ir a cazar? — preguntó Candy.
Jimmy volvió su confundida mirada hacia Candy, iba a decir que sí, pero detuvo sus palabras e hizo memoria, pero… —no lo recuerdo— afirmó —en realidad, no recuerdo nada de lo que dicen que hice.
Candy tragó saliva, empezaba a asustarse más.
—Vamos por partes, ¿sí? — le sonrió ocultando sus nervios —háblame de Evie, ¿dónde la conociste?, ¿quién es?, se ve que es especial para ti.
—Es la mujer que amo— contestó Jimmy muy seguro de sus palabras —la conocí hace un mes, más o menos, en la entrada del Correo, le escribía a su abuela— suspiró —me enamoré de inmediato de ella, Candy, si la vieras, entenderías por qué la amo— Jimmy frunció el ceño —pero seguro la despreciarás como todos los demás.
—¿Por qué habría de hacerlo?, no la conozco—aseguró Candy —y si la quieres, entonces yo también— Jimmy lo miró dudoso, pero confiaba en Candy más que en cualquier otra persona.
—Ella trabaja en la taberna, es la nueva cantante— explicó y entendió que esa sería la razón por la que Candy la despreciaría —pero es demasiado pura, demasiado inocente para ese lugar, sólo que no ha tenido suerte en la vida. No como nosotros— se señaló a sí mismo y después a Candy; esta asintió —ha trabajado toda su vida y recorrido muchos lugares, pero ella no es una…— detuvo sus palabras —no es lo que crees.
—Te creo— volvió a tomar su mano y lo incitó a que siguiera hablando.
—Sus padres y hermanos murieron por el ataque de un lobo en Kansas hace muchos años— el desvío del relato tomó por sorpresa a Candy y los latidos de su corazón empezaron a sonar en sus oídos —les tiene miedo, pánico— Jimmy apretó el puño —cuando oyó que había lobos por aquí, atacando ganado se asustó mucho, dijo que si volvía a pasar se iría para siempre— la voz de Jimmy variaba en volumen e intensidad, primero era tranquila y después un violento nerviosismo le impedía pronunciar correctamente las palabras —yo no podía permitir que se fuera, tenía que asegurarme de que se quedara conmigo. Cuando Josh, el dueño del rancho vecino, nos avisó del robo de su ganado me puse como loco, creí que Evie se iría, que ya se había ido y fui a buscarla. Tomé la nueva Winchester que me trajo mi padre de su viaje y salí a buscarla.
Anthony lo mataría, Candy no tenía duda. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Llegué a la taberna y fui directo a su habitación, en la planta alta. No sabes lo feliz que me sentí de encontrarla ahí todavía. Acababa de levantarse— frunció el ceño —ese es el problema de su trabajo, no descansa como es debido, pero eso cambiará cuando sea mi esposa— guardó silencio mientras imaginaba su futuro y siguió —le conté del robo de ganado, del rastro del lobo y entró en pánico. Dijo que se iría si no lo mataba y— dudó un poco sobre seguir o no su relato —buscó en su maleta y sacó una caja… me dio tres balas— Jimmy hizo memoria, aunque empezaba a costarle trabajo. Le preguntó a Evie de dónde las había sacado, pero ella se negó a responder y lloró en sus brazos, suplicándole que la protegiera de esos animales.
—Te dio tres balas— repitió Candy.
—Una por su madre, otra por su padre y otra por sus hermanos— respondió Jimmy, eso lo recordaba claramente, y la voz de Evie resonó en su cabeza.
—Pero tú sólo disparaste dos— dijo Candy, Jimmy dudó y se encogió de hombros —¡Jimmy! — exclamó —¿tienes la tercera bala?
—No lo sé— buscó en la habitación la ropa que llevaba el día anterior y la ubicó en un cesto, cerca del armario— puse todas en el bolsillo de mi chaleco cuando Evie me las dio, pero…
Candy se levantó con violencia y fue directamente a la ropa sucia, tomó el chaleco de Jimmy y buscó en los bolsillos. Había algo pesado en el derecho y Candy metió la mano; ahí estaba, una bala de plata. La mano de la joven temblaba, en sus manos estaba un arma para herir a los cambiantes, para herir a Anthony.
—¿La encontraste? — preguntó Jimmy, quien sólo veía la espalda de Candy.
—No— contestó metiéndola en su escote —debiste tirarla cuando te trajeron—. Volvió a su asiento y le preguntó qué había pasado después.
—Ahí es donde todo está borroso— respondió Jimmy, dicen que salí hacia el bosque y que dije que cazaría yo mismo al animal que estaba atemorizando a los rancheros, pero te juro que no recuerdo nada de eso. Sí que le prometí a Evie que organizaríamos entre todos los hombres del pueblo una cacería, que iría yo mismo, pero no sé por qué fui solo.
—Fuiste al bosque…— Jimmy asintió —tuviste que ver algo que te hiciera disparar.
—Supongo, pero no lo recuerdo—. Se rascó la cabeza, empezaba a desesperarse por no saber qué había pasado. —Lo siguiente que recuerdo es el dolor del culatazo en mi brazo, después nada, y luego ya estaba aquí.
Jimmy y Candy guardaron silencio, cada uno, sumido en sus pensamientos, iba a lugares completamente diferentes. Él estaba impaciente por ver otra vez a Evie, necesitaba saber si la mujer seguía en el pueblo y también ansiaba recuperar su memoria del incidente, ¿por qué había sido tan imprudente al ir solo a buscar a un animal, o a varios, que podía matarlo en un segundo? Por su parte, Candy pensaba que todo esto serviría para salvar a Jimmy, era evidente que no había actuado a conciencia, algo raro pasaba con esa mujer, Evie, que lo había orillado a atacar a Gabriel. La bala que tenía ahora en su poder serviría, estaba segura y debía llevarla a la manada de inmediato, antes de que anocheciera y Lucille y los otros irrumpieran en el rancho.
—Debo ir con Evie— dijo Jimmy con el mismo nerviosismo del principio. Hizo el intento de levantarse, pero al apoyar el codo chilló de dolor. Candy lo detuvo con la poca fuerza que le quedaba en el cuerpo.
—Calma— le dijo —yo iré a verla, ¿de acuerdo?
—No irás a la taberna— se negó Jimmy, a pesar de todo sabía que ese no era un lugar para Candy.
—Claro que iré— afirmó la chica y esbozó una confiada sonrisa que sólo ocultaba sus nervios —ahí está Evie y ella debe saber cómo estás; apuesto a que está muy preocupada por ti, pero no se atreve a venir, ¿no es cierto?
Jimmy también sonrió confiado, Candy entendía y eso lo animaba. Después de un rato, lo convenció, le aseguró que buscaría a Evie y volvería con noticias de ella. Con esa promesa, Jimmy se quedó tranquilo y le aseguró a Candy que hablaría con su padre, pues ella no desaprovechó para regañarlo, con delicadeza, por su mutismo con el hombre que estaba tan preocupado por él.
—Gracias, jefe— dijo Jimmy a modo de despedida cuando Candy cerraba la puerta de su habitación.
Candy salió del rancho y galopó directo al bosque. Prefirió no ir al orfanato para no perder tiempo, ya informaría a la señorita Pony y la hermana María de la salud de Jimmy, lo que importaba ahora, era salvarle el pellejo.
Canela no se quejó de la presión que Candy ejercía sobre ella y corrió como nunca lo había hecho, incluso parecía reconocer el destino de su jinete y avanzó hasta el bosque. Se detuvieron, jinete y yegua, en la frontera. Candy esperó ver alguna patrulla y se adentró en el bosque con paso lento y precavido en caso de toparse con un lobo; no quería asustar a su yegua.
Llegó hasta la entrada de la casa sin ver a nadie, bajó del caballo y la ató en un poste de la entrada. Subió los escalones y corrió por el pasillo hasta el despacho de Anthony. "Por favor, que no sea tarde". Iba a llamar a la puerta, pero esta se abrió antes, mostrando la enorme figura de Anthony. Estaba más pálido y ojeroso que en la mañana, tenía la camisa desabotonada hasta el inicio del pecho y el cabello alborotado.
—Sé lo que pasó— dijo Candy mirándolo fijamente y conteniendo las ganas de abrazarlo y borrar con sus besos ese rostro demacrado y preocupado de Anthony.
—Pasa— Anthony le abrió por completo la puerta. Estaba solo, pero el despacho tenía rastros de que miembros de la manada habían estado ahí, bebiendo, comiendo o fumando. Anthony abrió la puerta para disipar el olor a tabaco y Candy se preguntó si él fumaba.
—Tal vez deban venir los demás— dijo Candy.
—Bien— Anthony llamó al grupo de rastreo y a su tío, quienes no tardaron en llegar.
—No vi ninguna patrulla al entrar— dijo Candy mientras esperaban.
—Tienen órdenes de dejarte entrar y salir cuando quieras— respondió Anthony y Candy sólo asintió.
El despacho volvió a quedar en silencio.
—Fui a ver a Jimmy— dijo Candy una vez que todos estuvieron presentes —sé que esto no les interesa a ustedes, pero él es un hermano para mí y me importa su seguridad, tanto como la de ustedes, y confío plenamente en su palabra.
Ninguno de los cambiantes hizo gesto alguno, todos observaban y oían; algunos sentados y otros de pie. Anthony era el más cercano a Candy su postura de protección no pasó desapercibida para nadie. No le haremos daño, Anthony dijo Aaron a través del enlace mental y Anthony lo miró por el rabillo del ojo, pero no le respondió.
—Hace unos días le hablé a Anthony de él, lo vi ebrio en el pueblo y me preocupé— empezó a decir Candy —iba a hablar con él, pero no pude hacerlo; si hubiera ido, tal vez esto no habría pasado, pero ahora los lamentos sobran— la voz de Candy cada vez sonaba más segura, era una mujer extrovertida, y aunque pocas veces era el centro de atención, sabía moverse y hablar en público.
Candy les contó cómo llegó al orfanato, cuando fue adoptado y el lazo que unía a ambos. Les habló sobre el padre de Jimmy y cómo este había salido de viaje, dejándolo a cargo del rancho.
—Hace un mes conoció a una mujer, la cantante de la taberna— todos los cambiantes se movieron sutilmente hacia adelante, estaban confundidos y Anthony los interrogó con la mirada, era algo que no sabían y debían determinar si era o no importante —su nombre es Evie, Evelyn, supongo y… —dejó salir el aire de sus pulmones —le contó a Jimmy que su familia fue asesinada por un lobo hace años en Kansas— un gruñido se escuchó de alguno de los cambiantes —les tiene miedo y cuando supo que había robo de ganado y que tal vez se trataba de un lobo entró en pánico— hizo una pausa y miró a cada uno —yo no sabía que había habido otro ataque, ¿ustedes sí?
—Sí— contestó Anthony —intentaron vender tres reses en las afueras de Harmony— Anthony lo sabía gracias a Zachary, quien lo había visitado con anterioridad para informarle —se hizo un rastreo, pero no había señal de lobos.
—Pues de este lado están seguros de que se trata de lobos y antier robaron a uno de los vecinos de los Cartwright, los alertaron y fue cuando Jimmy sí, tomó el arma que le trajo su padre, y fue a ver a Evie—. Candy les dio a todos la espalda y sacó la bala de su escote, la apretó en su mano y volvió a encararlos —Ella le dio tres balas para matar al lobo que según la gente acecha el territorio.
—¿Tres? — repitieron todos, haciendo la misma observación que Candy cuando escuchó a Jimmy.
—Después de eso, Jimmy no recuerda nada— prosiguió —no sabe por qué fue solo al bosque y no recuerda haber disparado— siguió apretando el puño, aunque sentía cómo sus uñas se enterraban en su propia piel —cuando me contó todo esto se puso nervioso, ansioso y tenía una urgencia extraña por ir al lado de Evie, como un adicto— Candy hizo la comparación con conocimiento de causa, pues en el hospital de Chicago había visto a adictos a la cocaína en periodos de abstinencia.
Todos los cambiantes se miraron entre sí, inquietos, esto significaba algo para ellos.
—Está impaciente por verla y por recordar cómo y por qué fue solo al bosque. Al parecer sí se organizaría una cacería, y Jimmy sería parte del grupo. Sabe que no debió ir por su cuenta, pero no recuerda por qué— aunque sonaba repetitiva, Candy quiso dejar muy en claro que Jimmy no era consciente, al menos no por completo, de sus actos.
—¿Tampoco sabe cuántas veces disparó? — preguntó Anthony.
—No, no hasta que se lo dije— contestó Candy —le dije que disparó dos de las balas que le dio esa mujer.
—¿Dónde está la tercera? — cuestionó Víctor.
Candy se irguió para mostrar confianza —aquí está— abrió la mano y mostró a todos la bala de plata que no había sido disparada.
El instinto de protección de los presentes los hizo retroceder, pero inmediatamente se recompusieron; Anthony se acercó a Candy y tomó la bala; la observó con detenimiento, su calibre y peso, y buscó una marca distintiva. Frunció el ceño y Derek se acercó a él. Tomó la bala e hizo el mismo análisis.
—Ahora sí puedo saber de dónde viene— afirmó —¿me la puedo quedar? — preguntó a Candy y esta se sorprendió por sus palabras, pero de inmediato asintió. La verdad era que no quería tener en sus manos algo tan peligroso.
—La mujer de la que hablas— dijo Aaron —¿sabes algo más?
Candy lo pensó unos segundos —Sólo que Jimmy la conoció en el Correo, acababa de escribirle a su abuela.
—Lo investigaré— agregó el cambiante —fuimos a la taberna y nadie la mencionó, sólo hablaban de cómo Jimmy invitaba los tragos de todos cuando iba, pero nunca mencionaron a una mujer— Candy se sorprendió de cómo, de repente, "el chico Cartwright", "el bastardo" y "el cabrón", se convirtió en "Jimmy", pero no dijo nada; no estaba ahí para pelear más, sólo quería que el trago amargo pasara.
—Dijo que era la nueva cantante de la taberna— repitió Candy y todos confirmaron sus sospechas.
—Canto de sirena— dijo Víctor y todos asistieron.
Candy frunció el ceño. —¿Qué? — preguntó mirando a Anthony, sólo en él buscaba respuestas.
—En nuestro mundo hay personas, mujeres en su mayoría, con ciertos conocimientos de sustancias de todo tipo; medicinales, recreativas, venenosas y alucinógenas—explicó Anthony y Candy asintió —hay una en particular que sirve para manipular la voluntad de los hombres, los machos, en términos biológicos; en los cambiantes es peligrosa, pero en los humanos podría ser mortal y se llama canto de sirena, por el mito griego, porque obliga a los hombres a hacer lo que quien administra la sustancia, desea.
—¿Jimmy podría morir? — preguntó Candy acortando la distancia entre ella y Anthony.
—Depende de cuánto haya ingerido, pero— la tomó de los hombros y esperó no estarse propasando —tenemos un antídoto; te lo daré. Tío, por favor— miró a Víctor y este, tras un asentimiento de cabeza, salió del despacho.
—Gracias— dijo Candy a media voz sin importarle el contacto de Anthony; estaba demasiado fatigada para pelear por un simple roce. —¿Eso significa que no le harán daño a Jimmy? — preguntó esperanzada.
—Lo drogaron para atacarnos— respondió Anthony y negó con la cabeza —no es más que una víctima de todo esto— miró al equipo de rastreo y todos asintieron. Candy también los miró y uno a uno dijeron que no lo tocarían.
—Tenemos más cosas que investigar— dijo Lucille —primero la mujer, es cierto que nadie la ha mencionado, es como si no existiera, pero es lógico, si usó el canto de sirena, pudo usarlo en más hombres; segundo, el rifle que usó Cartwright era nuevo, no tenía manera de saber el calibre, por lo que alguien más está detrás de esto. Buscaremos a cualquier viajero o extraño que haya estado o siga en el pueblo. Eso nos debe llevar a la persona que está poniendo los rastros falsos. Nosotros sabemos que no son de lobo, así que el engaño no es para nosotros, sino para los humanos, para que ellos ataquen y nosotros nos defendamos.
—Y nos expongamos— añadió Lydia.
—Saben lo que tienen que hacer— dijo Anthony —y sigan vigilando el Rancho Cartwright —Candy se tensó —protéjanlo— ordenó y miró a Candy —quien esté detrás de esto, no perderá de vista al chico ni a su padre. No permitiremos que haya más heridos.
—Pasaré el mensaje— dijo Aaron —y enviaré refuerzos.
—Empezaré a buscar al fabricante— añadió Derek con la bala en alto.
—Gracias, Candy— dijo Lydia —te debemos una disculpa por cómo nos comportamos con tu hermano— la loba elegía con cuidado sus palabras, pero sonaban realmente sinceras —tú sólo lo defendías, así como nosotros defendemos a Gabriel. Ese chico es parte de tu manada y ahora lo entendemos—. Miró a sus compañeros —Nosotros lo cuidaremos— afirmó y los demás asintieron.
La rubia asintió ante las palabras de Lydia y, esbozando una gentil sonrisa, miró a todos, pero no dijo nada. No tenía más palabras por el momento, lo único que quería era el antídoto para Jimmy e irse. Darse cuenta de lo que deseaba la entristeció, pero no podía negarlo.
Anthony se sintió orgulloso de su manada y, sobre todo, de Lydia, quien era la más impaciente y la que más se había empeñado en atacar a Jimmy Cartwright. Era correcto que ella se disculpara a nombre de todos, excepto de Anthony; él debía hacerlo en privado con Candy.
El silencio que vino después de que todos salieran del despacho era penoso. Algo se había roto entre Candy y Anthony y ambos lo sabían, y lo peor era que, en ese momento, ninguno sabía cómo remediarlo. Él le debía a Candy una larga y detallada explicación de por qué le había ocultado deliberadamente que Jimmy era el tirador; también debía disculparse por aquella parte de la discusión en que habían tocado el tema de lo que significaba ser el compañero de un cambiante. Anthony odió el hecho de que Candy creyera que sólo significaba ser un objeto, supeditado a los caprichos de él. Por su parte, Candy estaba demasiado abrumada, cansada y harta; lo único que deseaba era no pensar, descansar y hablar de cosas sin importancia o, en el mejor de los casos, ni siquiera hablar.
—Iré a ver a Gabriel— dijo Candy, rompiendo el silencio —¿me pueden dar el antídoto en la enfermería? — pidió. Su voz reflejaba el mismo cansancio que su rostro tenía y Anthony desistió de todo intento de conversación y reconciliación en ese momento.
—Por supuesto— dijo tras un asentimiento de cabeza.
Candy salió sola del despacho de Anthony y fue directo hacia la enfermería, donde Astrid y Marianne cuidaban de Gabriel.
—¿Quién crees que despertó? — preguntó Astrid emocionada en cuanto Candy cruzó la puerta.
La rubia sonrió ampliamente y sintió que el peso de su corazón se aligeraba un poco. Gabriel estaba consciente, sentado en la cama, aunque con el rostro demacrado, mismo que combinaba con el de todos los involucrados en su caso.
—¿Cómo te sientes? — preguntó con una sonrisa. La enfermera entraba en acción.
—Hambriento— respondió de inmediato.
—Imagino que sí— asintió Candy —pediré que te traigan de comer; primero, algo ligero y nada de grasas o puerco, es posible que tengas una infección y no hay por qué arriesgarnos— hizo anotaciones en la bitácora y, en una hoja suelta, escribió la dieta que debería llevar durante los próximos días. Le pidió a Marianne que le trajeran de comer y la loba obedeció. —Ahora, déjame revisarte— dejó a un lado el expediente y revisó minuciosamente los signos vitales y las heridas. Por fortuna, todo iba bien, había una buena cicatrización y, por lo que describía Gabriel, el veneno en su sistema había sido combatido.
—¿Ya me puedo ir? — preguntó con impaciencia cuando Candy terminó su revisión. Ella negó con la cabeza —Debo hablar con Anthony, saber qué pasó y encontrar a la persona que me hirió— Candy lo miró fijamente, desearía en ese momento ser Gabriel e ignorar todo lo que había ocurrido en las últimas veinticuatro horas —¿tú sabes algo, Candy? — preguntó al notar cómo la mirada de la enfermera cambiaba.
—Habla con Anthony— fue lo único que dijo y ajustó el medicamento que le pasaba por el suero.
—Candy, sólo dime una cosa— Gabriel buscó la mirada de la joven, que parecía huir de él, y la tomó de la mano. Candy le devolvió la mirada, dispuesta a responder, aunque deseaba no hacerlo —¿hay más heridos? — preguntó con verdadera preocupación.
—No, sólo tú— contestó Candy, agradecida de que esa fuera la pregunta.
—¿Muertos?
—¡Ninguno! — exclamó Candy y le aseguró de tres formas distintas que el único que había resultado herido era él; información que él agradeció y confirmó lo que Astrid y Marianne le habían contado.
La puerta de la enfermería se abrió y todos voltearon a ver de quién se trataba. Víctor entró con un frasco de vidrio en la mano y Candy supo que era el antídoto para Jimmy.
—¡Despertaste! — gritó Víctor emocionado al ver a Gabriel consciente. Fue hasta él y sin preguntar, pero con sumo cuidado, abrazó al lobo en recuperación. —Nos diste un buen susto, pero me alegra verte despierto. Tienes buenos genes, muchacho— le dijo pasando su mano por la nuca de Gabriel, quien recibió las muestras de afecto con gusto; después de todo, Víctor era un padre para él.
Víctor preguntó a Candy por el estado de Gabriel y ella le explicó que todo iba bien. Le habló del ajuste del medicamento y los cuidados que debería tener en los próximos días. Su explicación era tan minuciosa y precisa que parecía más una clase de medicina con instrucciones. Astrid y Víctor memorizaron todo lo dicho por la enfermera y este último entendió que Candy no estaría para seguir cuidando a Gabriel.
—Candy, ¿podemos hablar? — pidió, una vez que escuchó todas las instrucciones.
—Claro— Candy asintió y señaló con la mano en dirección hacia su consultorio, aunque sabía que Astrid y Gabriel, si se lo proponían, escucharían a la perfección de lo que hablaran. Aun así, Víctor y ella hablaron en voz baja, pero entendible para ambos.
—Este es el antídoto— le tendió el frasco que contenía un manojo de hierbas sumergidas en un líquido que empezaba a tornarse púrpura —Si tu amigo tolera el sabor, que tome dos cucharadas cada ocho horas, de lo contrario, disuelve la misma cantidad del líquido en agua y que la beba cada seis horas.
—¿Cómo sabré si está funcionando? — preguntó tomando el frasco entre sus manos con el pulso idéntico al de un relojero.
—Los ataques de nervios y la ansiedad por buscar a esa mujer disminuirán. De no ser así, házmelo saber e intentaremos otra cosa, pero te aseguro que esto servirá— sacó del bolsillo de su saco un papel doblado en cuatro y se lo dio también —esto es lo que contiene el antídoto; podrás ver que sólo son hierbas.
—Gracias—, Candy guardó el papel en el bolsillo de su vestido —debo irme pronto para dárselo.
Víctor la miró recoger el pequeño desorden que tenía en el escritorio y cómo miraba a su alrededor, inspeccionado la enfermería. Era viejo y la experiencia de la vida le corroboró lo que pensaba, Candy no pensaba volver a la manada, al menos no pronto o, eso pretendía. Víctor también sabía lo que era perder a un compañero y deseó que ese no fuera el caso de su sobrino. Anthony y Candy eran demasiado jóvenes, habían pasado por muchos obstáculos solos y juntos, cuando eran niños, al separarse y ahora que se habían reencontrado. Reconocía la fuerza del amor que se tenían y no dudaba de la del vínculo de compañeros, así que sabía que, tarde o temprano, las cosas se acomodarían en su lugar; solo que mientras eso pasaba, dos corazones iban a sufrir la ausencia del otro.
—Tómate tu tiempo— dijo Víctor y Candy frenó sus pasos, lo miró fijamente y sintió cómo las lágrimas empezaban a acumularse, listas para salir; parpadeó un par de veces y las ahuyentó, pero las palabras de Víctor, más su mirada relajada y hasta paternal traspasaron sus sentimientos.
Con esas tres palabras le estaba diciendo que podía irse, que tenía derecho de hacerlo y de sentirse como se sentía.
¡Hola!, ¿cómo están?
¿Qué les pareció el episodio?, ¿qué piensan del actuar de la manada?, ¿qué hubieran hecho en lugar de Anthony?, ¿Candy está en lo correcto? Espero sus comentarios y tomatazos, sólo recuerden que todas las parejas tienen problemas.
Gracias a quienes leen y comentan de manera anónima y, en especial a:
María Jose M. Hola! ¿qué te preció el capítulo? Jimmy no vio convertirse a nadie, pero espero que te tomes ese trago para relajarte de este penoso episodio jaja Te mando un abrazo y agradezco mucho tu tiempo al leer y comentar.
GeoMtzR: ¿Qué tal?,¿te sorprendí?, ¿lo veías venir? Este episodio sí era bastante largo por eso lo tuve que dividir porque cuando me di cuenta ya era larguísimo y pasaron muchas cosas, así que había que dosificarlo. Muchas gracias por tus linda palabras y sigo trabajando para que lo disfruten. Te mando un fuerte abrazo.
Mayely León: Hola, gracias por seguir en esta historia, espero que te siga gustando y, bendiciones para ti también.
Cla1969: Hola! siempre es un gusto leer tus comentarios. Ahora sabemos qué le pasa a Jimmy y todo lo que causó, a ver cómo se resuelve el problema con la pareja Candy y Anthony. Espero que este capítulo te haya gustado y te mando un fuerte abrazo.
Saludos a todas
Luna Andry
