Crepúsculo no me pertenece.
Soy una vampiresa ¿y tú...? (Bella x Alice x Leah)
(N/A IMPORTANTE: No llamaré a Jacob y a su gente —Hombres Lobo—, sino que les diré —Cambiaforma— o —Cambiaforma Lobo—)
07: Sinceridad.
(Isabella)
Jessica conducía aún más deprisa que Charlie, por lo que estuvimos en Port Angeles a eso de las cuatro. Hacía bastante tiempo que no había tenido una salida nocturna sólo de chicas; el subidón del estrógeno resultó vigorizante. Escuchamos canciones de rock mientras Jessica hablaba sobre los chicos con los que solíamos estar. Su cena con Mike había ido muy bien y esperaba que el sábado por la noche hubieran progresado hasta llegar a la etapa del primer beso.
Sonreí para mis adentros, complacida. Angela estaba feliz de asistir al baile, aunque en realidad no le interesaba Eric. Jess intentó hacerle confesar cuál era su tipo de chico, pero la interrumpí con una pregunta sobre vestidos poco después, para distraerla.
Angela me dedicó una mirada de agradecimiento.
Port Angeles era una hermosa trampa para turistas, mucho más elegante y encantadora que Forks, pero Jessica y Angela la conocían bien, por lo que no planeaban desperdiciar el tiempo en el pintoresco paseo marítimo cerca de la bahía. Jessica condujo directamente hasta una de las grandes tiendas de la ciudad, situada a unas pocas calles del área turística de la bahía.
Se había anunciado que el baile sería de media etiqueta y ninguna de nosotras sabía con exactitud qué significaba aquello.
Jessica y Angela parecieron sorprendidas y casi no se lo creyeron cuando les dije que nunca había ido a ningún baile en Phoenix.
— ¿Ni siquiera has tenido un novio ni nada por el estilo? —me preguntó Jess dubitativa mientras cruzábamos las puertas frontales de la tienda.
—De verdad. —intentaba convencerla sin querer confesar mis problemas con el baile—. Nunca he tenido un novio, ni nada que se le parezca. He tonteado con muchas amigas, pero jamás para llamar a alguna "novia", ni nada por el estilo. No salía mucho en Phoenix.
— ¿Por qué no? —quiso saber Jessica.
—Nadie me lo pidió —respondí con franqueza. Parecía escéptica.
—Aquí te lo han pedido —me recordó—, y te has negado. ―En ese momento estábamos en la sección de ropa juvenil, examinando las perchas con vestidos de gala. —Bueno, excepto con Tyler —me corrigió Angela con voz suave.
— ¿Perdón? —me quedé boquiabierta—. ¿Qué dices?
—Tyler le ha dicho a todo el mundo que te va a llevar al baile de la promoción —me informó Jessica con suspicacia.
— ¿Qué él dice el qué? ―Parecía que me estaba ahogando.
― "Te dije que no era cierto" —susurró Angela a Jessica.
Permanecí callada, aún en estado de shock, que rápidamente se convirtió en irritación. Pero ya habíamos encontrado la sección de vestidos y ahora teníamos trabajo por delante.
—Por eso no le caes bien a Lauren —comentó entre risitas Jessica mientras toqueteábamos la ropa.
Me rechinaron los dientes. — ¿Crees que Tyler dejaría de sentirse culpable si lo atropellara con el monovolumen, que eso le haría perder el interés en disculparse y quedaríamos en paz?
—Puede —Jess se rió con disimulo—, si es que lo está haciendo por ese motivo.
.
.
La elección de los vestidos no fue larga, pero ambas encontraron unos cuantos que probarse. Me senté en una silla baja dentro del probador, junto a los tres paneles del espejo, intentando controlar mi rabia.
Jess se mostraba indecisa entre dos. Uno era un modelo sencillo, largo y sin tirantes; el otro, un vestido de color azul, con tirantes finos, que le llegaba hasta la rodilla.
Angela eligió un vestido color rosa claro cuyos pliegues realzaban su alta figura y resaltaban los tonos dorados de su pelo castaño claro. Las felicité a ambas con profusión y las ayudé a colocar en las perchas los modelos descartados.
Nos dirigimos a por los zapatos y otros complementos. Me limité a observar y criticar mientras ellas se probaban varios pares, porque, aunque necesitaba unos zapatos nuevos, no estaba de humor para comprarme nada. La tarde noche de chicas siguió a la estela de mi enfado con Tyler, que poco a poco fue dejando espacio a la melancolía.
— ¿Angela? —comencé titubeante mientras ella intentaba calzarse un par de zapatos rosas con tacones y tiras. Estaba alborozada de tener una cita con un chico lo bastante alto como para poder llevar tacones. Jessica se había dirigido hacia el mostrador de la joyería y estábamos las dos solas. Extendió la pierna y torció el tobillo para conseguir la mejor vista posible del zapato. Me acobardé y dije: —Me gustan.
—Creo que me los voy a llevar, aunque sólo van a hacer juego con este vestido —musitó.
—Venga, adelante. Están en venta —la animé. Ella sonrió mientras volvía a colocar la tapa de una caja que contenía unos zapatos de color blanco y aspecto más práctico. Lo intenté otra vez. —Esto... Angela... —la aludida alzó los ojos con curiosidad. — ¿Es normal que los Cullen falten mucho a clase?
Mantuvo los ojos fijos en los zapatos. Fracasé miserablemente en mi intento de parecer indiferente. —Sí, cuando el tiempo es bueno agarran las mochilas y se van de excursión varios días, incluso el doctor —me contestó en voz baja y sin dejar de mirar a los zapatos—. Les encanta vivir al aire libre.
No me formuló ni una pregunta en lugar de las miles que hubiera provocado la mía en los labios de Jessica. Angela estaba empezando a caerme realmente bien.
—Vaya. ―Zanjé el tema cuando Jessica regresó para mostrarnos un diamante de imitación que había encontrado en la joyería a juego con sus zapatos plateados.
Habíamos planeado ir a cenar a un pequeño restaurante italiano junto al paseo marítimo, pero la compra de la ropa nos había llevado menos tiempo del esperado. Jess y Angela fueron a dejar las compras en el coche y entonces bajamos dando un paseo hacia la bahía. Les dije que me reuniría con ellas en el restaurante en una hora, ya que quería buscar una librería. Ambas se mostraron deseosas de acompañarme, pero las animé a que se divirtieran. Ignoraban lo mucho que me podía abstraer cuando estaba rodeada de libros, era algo que prefería hacer sola.
Se alejaron del coche charlando animadamente y yo me encaminé en la dirección indicada por Jess.
No hubo problema en encontrar la librería, pero no tenían lo que buscaba.
Los escaparates estaban llenos de vasos de cristal, dreamcatchers y libros sobre sanación espiritual. Ni siquiera entré. Desde fuera vi a una mujer de cincuenta años con una melena gris que le caía sobre la espalda.
Lucía un vestido de los años sesenta y sonreía cordialmente detrás de un mostrador. Decidí que era una conversación que me podía evitar. Tenía que haber una librería normal en la ciudad.
Anduve entre las calles, llenas por el tráfico propio del final de la jornada laboral, con la esperanza de dirigirme hacia el centro. Caminaba sin saber a dónde iba porque luchaba contra la desesperación, intentaba no pensar en ella con todas mis fuerzas y, por encima de todo, pretendía acabar con mis esperanzas para el viaje del sábado, temiendo una decepción aún más dolorosa que el resto. Cuando alcé los ojos y vi un Volvo plateado aparcado en la calle todo se me vino encima. ―Vampiresa estúpida y voluble ―pensé.
Avancé pisando fuerte en dirección sur, hacia algunas tiendas de escaparates de apariencia prometedora, pero cuando llegué al lugar, sólo se trataba de un establecimiento de reparaciones y otro que estaba desocupado. Aún me quedaba mucho tiempo para ir en busca de Jess y Angela, y necesitaba recuperar el ánimo antes de reunirme con ellas. Después de mesarme los cabellos un par de veces al tiempo que suspiraba profundamente, continué para doblar la esquina.
Al cruzar otra calle comencé a darme cuenta de que iba en la dirección equivocada. Los pocos viandantes que había visto se dirigían hacia el norte y la mayoría de los edificios de la zona parecían almacenes. Decidí dirigirme al este en la siguiente esquina y luego dar la vuelta detrás de unos bloques de edificios para probar suerte en otra calle y regresar al paseo marítimo.
Un grupo de cuatro hombres doblaron la esquina a la que me dirigía. Yo vestía de manera demasiado informal para ser alguien que volvía a casa después de la oficina, pero ellos iban demasiado sucios para ser turistas.
Me percaté de que no debían de tener muchos más años que yo, conforme se fueron aproximando. Iban bromeando entre ellos en voz alta, riéndose escandalosamente y dándose codazos unos a otros. Salí pitando lo más lejos posible de la parte interior de la acera para dejarles vía libre, caminé rápidamente mirando hacia la esquina, detrás de ellos.
— ¡Eh, ahí! —dijo uno al pasar.
Debía de estar refiriéndose a mí, ya que no había nadie más por los alrededores. Alcé la vista de inmediato. Dos de ellos se habían detenido y los otros habían disminuido el paso. El más próximo, un tipo corpulento, de cabello oscuro y poco más de veinte años, era el que parecía haber hablado. Llevaba una camisa de franela abierta sobre una camiseta sucia, unos vaqueros con desgarrones y sandalias. Avanzó medio paso hacia mí.
— ¡Pero bueno! —murmuré de forma instintiva. Entonces desvié la vista y caminé más rápido hacia la esquina. Les podía oír reírse estrepitosamente detrás de mí.
— ¡Eh, espera! —gritó uno de ellos a mis espaldas, pero mantuve la cabeza gacha y doblé la esquina con un suspiro de alivio. Aún les oía reírse ahogadamente a mis espaldas.
Me encontré andando sobre una acera que pasaba junto a la parte posterior de varios almacenes de colores sombríos, cada uno con grandes puertas en saliente para descargar camiones, cerradas con candados durante la noche. La parte sur de la calle carecía de acera, consistía en una cerca de malla metálica rematada en alambre de púas por la parte superior con el fin de proteger algún tipo de piezas mecánicas en un patio de almacenaje. En mi vagabundeo había pasado de largo por la parte de Port Angeles que tenía intención de ver como turista. Descubrí que anochecía cuando las nubes regresaron, arracimándose en el horizonte de poniente, creando un ocaso prematuro. Al oeste, el cielo seguía siendo claro, pero, rasgado por rayas naranjas y rosáceas, comenzaba a agrisarse. Me había dejado la cazadora en el coche y un repentino escalofrío hizo que me abrazara con fuerza el torso. Una única furgoneta pasó a mi lado y luego la carretera se quedó vacía.
De repente, el cielo se oscureció más y al mirar por encima del hombro para localizar a la nube causante de esa penumbra, me asusté al darme cuenta de que dos hombres me seguían sigilosamente a seis metros.
Formaban parte del mismo grupo que había dejado atrás en la esquina, aunque ninguno de los dos era el moreno que se había dirigido a mí. De inmediato, miré hacia delante y aceleré el paso. Un escalofrío que nada tenía que ver con el tiempo me recorrió la espalda. Llevaba el bolso en el hombro, colgando de la correa cruzada alrededor del pecho, como se suponía que tenía que llevarlo para evitar que me lo quitaran de un tirón. Sabía exactamente dónde estaba mi aerosol de autodefensa, en el talego de debajo de la cama que nunca había llegado a desempaquetar. No llevaba mucho dinero encima, sólo veintitantos dólares, pero pensé en arrojar «accidentalmente» el bolso y alejarme andando.
Solo pensé en el hombre lobo, en sus garras y sentí la corriente eléctrica correr por mi mano izquierda, transformándose en una mano peluda y negra, con las garras listas, para abrir a cualquiera de los idiotas.
Mas una vocecita asustada en el fondo de mi mente me previno que podrían ser algo peor que ladrones.
Escuché con atención los silenciosos pasos, mucho más si se los comparaba con el bullicio que estaban armando antes. No parecía que estuvieran apretando el paso ni que se encontraran más cerca.
―Respira, ―tuve que recordarme ―no sabes si te están siguiendo. ―Continué andando lo más deprisa posible sin llegar a correr, concentrándome en el giro que había a mano derecha, a pocos metros. Podía oírlos a la misma distancia a la que se encontraban antes. Procedente de la parte sur de la ciudad, un coche azul giró en la calle y pasó velozmente a mi lado. Pensé en plantarme de un salto delante de él, pero dudé, inhibida al no saber si realmente me seguían, y entonces fue demasiado tarde.
Llegué a la esquina, pero una rápida ojeada me mostró un callejón sin salida que daba a la parte posterior de otro edificio. En previsión, ya me había dado media vuelta. Debía rectificar a toda prisa, cruzar como un bólido el estrecho paseo y volver a la acera. La calle finalizaba en la próxima esquina, donde había una señal de stop. Me concentré en los débiles pasos que me seguían mientras decidía si echar a correr o no. Sonaban un poco más lejanos, aunque sabía que, en cualquier caso, me podían alcanzar si corrían. Estaba segura de que tropezaría y me caería de ir más deprisa.
Las pisadas sonaban más lejos, sin duda, y por eso me arriesgué a echar una ojeada rápida por encima del hombro. Vi con alivio que ahora estaban a doce metros de mí, pero ambos me miraban fijamente.
El tiempo que me costó llegar a la esquina se me antojó una eternidad. Mantuve un ritmo vivo, hasta el punto de rezagarlos un poco más con cada paso que daba. Quizás hubieran comprendido que me habían asustado y lo lamentaban.
Vi cruzar la intersección a dos automóviles que se dirigieron hacia el norte. Estaba a punto de llegar, y suspiré aliviada. En cuanto hubiera dejado aquella calle desierta habría más personas a mí alrededor. En un momento doblé la esquina con un suspiro de agradecimiento.
Y me deslicé hasta el Pare.
Aambos lados de la calle se alineaban unos muros blancos sin ventanas. A lo lejos podía ver dos intersecciones, farolas, automóviles y más peatones, pero todos ellos estaban demasiado lejos, ya que los otros dos hombres del grupo estaban en mitad de la calle, apoyados contra un edificio situado al oeste, mirándome con unas sonrisas de excitación que me dejaron petrificada en la acera. Súbitamente comprendí que no me habían estado siguiendo.
Me habían estado conduciendo como al ganado.
Me detuve por unos breves instantes, aunque me pareció mucho tiempo. Di media vuelta y me lancé como una flecha hacia el otro lado dé la acera. Tuve la funesta premonición de que era un intento estéril. Las pisadas que me seguían se oían más fuertes. — ¡Ahí está! ―La voz atronadora del tipo rechoncho de pelo negro rompió la intensa quietud y me hizo saltar. En la creciente oscuridad parecía que iba a pasar de largo.
— ¡Sí! —Gritó una voz a mis espaldas, haciéndome dar otro salto mientras intentaba correr calle abajo—. Apenas nos hemos desviado.
Ahora debía andar despacio. Estaba acortando con demasiada rapidez la distancia respecto a los dos que esperaban apoyados en la pared. Era capaz de chillar con mucha potencia e inspiré aire, preparándome para proferir un grito, pero tenía la garganta demasiado seca para estar segura del volumen que podría generar.
Con un rápido movimiento deslicé el bolso por encima de la cabeza y aferré la correa con una mano, lista para dárselo o usarlo como arma, según lo dictasen las circunstancias.
El gordo, ya lejos del muro, se encogió de hombros cuando me detuve con cautela y caminó lentamente por la calle.
—Apártese de mí —le previne con voz que se suponía debía sonar fuerte y sin miedo, pero tenía razón en lo de la garganta seca, y salió... sin volumen.
—No seas así, ricura —gritó, y una risa ronca estalló detrás de mí.
Separé los pies, me aseguré en el suelo e intenté recordar, a pesar del pánico, lo poco de autodefensa que sabía. La base de la mano hacia arriba para romperle la nariz, con suerte, o incrustándosela en el cerebro. Introducir los dedos en la cuenca del ojo, intentando engancharlos alrededor del hueso para sacarle el ojo.
Y el habitual rodillazo a la ingle, por supuesto.
Esa misma vocecita pesimista habló de nuevo para recordarme que probablemente no tendría ninguna oportunidad contra uno, y eran cuatro. «¡Cállate!», le ordené a la voz antes de que el pánico me incapacitara. No iba a caer sin llevarme a alguno conmigo.
Intenté tragar saliva para ser capaz de proferir un grito aceptable.
Sentí a dos de ellos, acercarse por la espalda, dejé al Lycan libre y le otorgué más libertad al Nefilim. Me giré rápidamente y golpeé en la nariz al de la izquierda.
― ¡OYE!
Le di una patada en las bolas al de la izquierda, provocando que se agachara, rápidamente, tuve que imitarlo, cuando el de la derecha me lanzó un golpe, que nunca me alcanzó, agarré el hombro del que todavía se estaba retorciendo y salté, girando en su hombro, quedando delante del que me había hablado y le conecté una patada.
El último de ellos, dudó en atacarme y le conecté un puñetazo en la nariz y luego le volví a golpear, ahora con la palma de la mano.
Los cuatro sujetos, estaban en el suelo.
Súbitamente, unos faros aparecieron a la vuelta de la esquina.
El coche plateado derrapó hasta detenerse con la puerta del copiloto abierta a menos de un metro. —Entra —ordenó una voz, con un dejo de asombro. Fue sorprendente cómo ese miedo asfixiante se desvaneció al momento, y sorprendente también la repentina sensación de seguridad que me invadió, incluso antes de abandonar la calle, en cuanto oí su voz.
Salté al asiento y cerré la puerta de un portazo.
El interior del coche estaba a oscuras, la puerta abierta no había proyectado ninguna luz, por lo que, a duras penas, conseguí ver su rostro gracias a las luces del salpicadero. Los neumáticos chirriaron cuando rápidamente aceleró y dio un volantazo que hizo girar el vehículo hacia los atónitos hombres de la calle antes de dirigirse al norte de la ciudad. Los vi de refilón cuando se arrojaron al suelo mientras salíamos a toda velocidad en dirección al puerto. —Ponte el cinturón de seguridad —me ordenó; entonces comprendí que me estaba aferrando al asiento con las dos manos. Le obedecí rápidamente. El chasquido al enganchar el cinturón sonó con fuerza en la penumbra. Se desvió a la izquierda para avanzar a toda velocidad, saltándose varias señales de stop sin detenerse. Pero me sentía totalmente segura y, por el momento, daba igual adonde fuéramos. Le miré con profundo alivio, un alivio que iba más allá de mi repentina liberación. Estudié las facciones perfectas del rostro de Alice a la escasa luz del salpicadero, esperando a recuperar el aliento, hasta que me pareció que su expresión reflejaba una ira homicida.
— ¿Estás bien? —le pregunté, sorprendida de lo ronca que sonó mi voz.
―Sorprendida de cómo manejaste a esos sujetos ―dijo Alice, mientras se calmaba.
— ¿Cómo sabías dónde...? —comencé, pero luego me limité a sacudir la cabeza. La miré a los ojos y ella miraba de reojo.
― ¿Qué? ―Me preguntó ella, debido a mi silencio.
—Normalmente estás de mejor humor, cuando tus ojos brillan —comenté, intentando distraerle de cualquiera que fuera el pensamiento que le había dejado triste y sombría.
Atónita, me miró y podía decir, que está sorprendida. — ¿Qué?
—Estás de mal humor cuando tienes los ojos negros y de buen humor, cuando son dorados y/o pardos. Entonces, me lo veo venir. —continué —Tengo una teoría al respecto.
Entrecerró los ojos, pero noté un brillo de diversión en ellos, antes de cederme la palabra: — ¿Más teorías?
—Aja.
—Espero que esta vez seas más creativa, ¿o sigues tomando ideas de las revistas de Comics?
—Bueno, no. No la he sacado de una revista de comic, pero tampoco me la he inventado —confesé.
— ¿Y? —me incitó a seguir, pero en ese momento la camarera apareció detrás de la división con mi comida.
Me di cuenta de que, inconscientemente, nos habíamos ido inclinando cada vez más cerca una de la otra, ya que ambas nos erguimos cuando se aproximó. Dejó el plato delante de mí. Tenía buena pinta. Y rápidamente se volvió hacia Alice para preguntarle: — ¿Ha cambiado de idea? ¿No hay nada que le pueda ofrecer?
— ¿Qué decías?
—Te lo diré en el coche. Si... —hice una pausa.
— ¿Hay condiciones? ―Su voz sonó ominosa. Enarcó una ceja.
—Tengo unas cuantas preguntas, por supuesto.
—Por supuesto. ―La camarera regresó con dos vasos de Coca-Cola. Los dejó sobre la mesa sin decir nada y se marchó de nuevo. Tomé un sorbito. —Bueno, adelante —me instó, aún con voz dura.
Retrocedí, permitiéndome a mí misma, sentir el espaldar de la silla. — ¿Por qué estás en Port Angeles?
Bajó la vista y cruzó las manos alargadas sobre la mesa muy despacio para luego mirarme a través de las pestañas mientras aparecía en su rostro el indicio de una sonrisa afectada. —Siguiente pregunta.
Me encogí de hombros y decidí advertírselo. ―Es la más fácil.
—La siguiente —repitió.
―No es tanto una pregunta, más bien una... teoría y/u observación: Eres muy rápida, también eres muy fuerte. Creo que puedes leer la mente o algo que se le acerca. Pero sé, que no es simplemente saber leer los gestos físicos y faciales.
—Hay otra cosa en la que también me equivoqué contigo. No eres un imán para los accidentes... Esa no es una clasificación lo suficientemente extensa. Eres un imán para los problemas. Si hay algo peligroso en un radio de quince kilómetros, inexorablemente te encontrará.
— ¿Te incluyes en esa categoría?
—Sin ninguna duda. Te seguí a Port Angeles. —admitió, hablando muy deprisa —Nunca antes había intentado mantener con vida a alguien en concreto, y es mucho más problemático de lo que creía, pero eso tal vez se deba a que se trata de ti. La gente normal parece capaz de pasar el día sin tantas catástrofes. ―Hizo una pausa. Me pregunté si debía preocuparme el hecho de que me siguiera, pero en lugar de eso, sentí un extraño espasmo de satisfacción.
— ¿Crees que me había llegado la hora la primera vez, cuando ocurrió lo de la furgoneta, y que has interferido en el destino? —especulé para distraerme.
—La primera fue cuando te conocí.
―Y estoy aquí, gracias a ti... dos o incluso: Tres veces. Gracias Alice. ―Ella me enseñó una sonrisa, mientras me veía comer. Al terminar, ella pagó la cuenta y movió su cabeza, para indicarme que la siguiente, subimos a su automóvil y aceleró. — ¿Puedo hacerte sólo una pregunta más? —imploré mientras aceleraba a toda velocidad por la calle desierta. No parecía prestar atención alguna a la carretera.
Suspiró. —Una —aceptó. Frunció los labios, que se convirtieron en una línea llena de recelo.
—Bueno... Dijiste que sabías que no había entrado en la librería y que me había dirigido hacia el sur. Sólo me preguntaba cómo lo sabías. —Desvió la vista a propósito. —Pensaba que habíamos pasado la etapa de las evasivas —refunfuñé.
Casi sonrió. —De acuerdo. Seguí tu olor —miraba a la carretera, lo cual me dio tiempo para recobrar la compostura. No podía admitir que ésa fuera una respuesta aceptable, pero la clasifiqué cuidadosamente para estudiarla más adelante. Intenté retomar el hilo de la conversación. Tampoco estaba dispuesta a dejarle terminar ahí, no ahora que al fin me estaba explicando cosas.
— ¿Cómo funciona lo de leer mentes? ¿Puedes leer la mente de cualquiera en cualquier parte? ¿Cómo lo haces? ¿Puede hacerlo el resto de tu familia...?
—Has hecho más de una pregunta —puntualizó. Me limité a entrecruzar los dedos y esperar—. Sólo mi hermano Edward tiene esa facultad. En mi caso, son visiones del futuro. Así es como supe dónde encontrarte. —hizo una pausa con gesto meditabundo.
Aparté la vista del rostro de Alice por primera vez en un intento de hallar las palabras y vi el indicador de velocidad. — ¡Dios santo! —grité—. ¡Ve más despacio!
— ¿Qué pasa? —Se sobresaltó, pero el automóvil no desaceleró.
— ¡Vas a ciento sesenta! —Seguí chillando. Eche una ojeada de pánico por la ventana, pero estaba demasiado oscuro para distinguir mucho. La carretera sólo era visible hasta donde alcanzaba la luz de los faros delanteros. El bosque que flanqueaba ambos lados de la carretera parecía un muro negro, tan duro como un muro de hierro si nos salíamos de la carretera a esa velocidad.
—Tranquilízate, Bella. ―Puso los ojos en blanco sin reducir aún la velocidad. —No vamos a chocar. Nunca he tenido un accidente, Bella, ni siquiera me han puesto una multa —sonrió y se acarició varias veces la frente—. A prueba de radares detectores de velocidad.
—Muy divertido —estaba que echaba chispas—. Charlie es policía, ¿recuerdas? He crecido respetando las leyes de tráfico. Además, si nos la pegamos contra el tronco de un árbol y nos convertimos en una galleta de automóvil, tendrás que regresar a pie.
—Probablemente —admitió con una fuerte, aunque breve carcajada—, pero tú no —suspiró y vi con alivio que la aguja descendía gradualmente hasta ciento veinte. — ¿Satisfecha? ―Asentí varias veces. —, sigo esperando tu última teoría. ―Me mordí el labio. Me miró con ojos inesperadamente amarillos—No me voy a reír —prometió.
—Temo más que te enfades conmigo.
— ¿Tan mala es?
—Bastante, sí.
Esperó. Tenía la vista clavada en mis manos, por lo que no le pude ver la expresión. —Adelante —me animó con voz tranquila.
—No sé cómo empezar —admití.
— ¿Por qué no empiezas por el principio? Dijiste que no era de tu invención.
—No.
— ¿Cómo empezaste? ¿Con un libro? ¿Con una película? —me sondeó.
—No. Fue el sábado, en la playa. —me arriesgué a alzar los ojos y contemplar su rostro. Pareció confundida —Me encontré con Leah Clearwater. —proseguí—. Su padre adoptivo y Charlie han sido amigos desde que yo era niña. Su padre es uno de los ancianos de los Quileute —lo examiné con atención. Una expresión helada sustituyó al desconcierto anterior—. Fuimos a dar un paseo... —evité explicarle todas mis maquinaciones para sonsacar la historia—, y él me estuvo contando viejas leyendas para asustarme —vacilé—. Me contó una...
—Continúa.
—... sobre como su pueblo, ha tenido un espíritu de lobo cuidando de ellos y a su vez, cuidan el mundo de los vampiros.
En ese instante me di cuenta de que hablaba en susurros. Ahora no le podía ver la cara, pero sí los nudillos tensos, convulsos, de las manos en el volante. — ¿E inmediatamente te acordaste de mí? ―Ella seguía tranquila.
―No. Leah mencionó a tu familia. ―Me estiré, aprovechando que íbamos en un descapotable ―Ella dijo que creía que era una superstición estúpida, pero vi en su tono de voz, que creía cada palabra y luego, intentó desestimarlo —añadí rápidamente, mi comentario no parecía suficiente, por lo que tuve que confesar—: Fue culpa mía. Le obligué a contármelo.
— ¿Por qué?
—Lauren dijo algo sobre ti... Intentaba provocarme. Un joven mayor de la tribu mencionó que tu familia no acudía a la reserva, sólo que sonó como si aquello tuviera un significado especial, por lo que me llevé a Leah a solas y le engañé para que me lo contara. —admití con la cabeza gacha. ―Intenté flirtear un poco... Funcionó mejor de lo que había pensado.
—Me gustaría haberlo visto —se rió entre dientes de forma sombría—. Y tú me acusas de confundir a la gente... ¡Pobre Leah Clearwater!
—Busqué en Internet, pero... Nada encajaba lo suficiente para mí. ―le dije en serio ―Entonces, salí a dar una vuelta y el asunto estaba... aparcado y, aun así, quería saber, como reaccionarías, ante la teoría.
― ¿Aparcado? ―La máscara tan cuidadosamente urdida se había roto finalmente. Tenía cara de incredulidad, con un leve atisbo de la rabia que yo temía.
—No —dije suavemente—. No me importa lo que seas. Has sido muy amable conmigo, desde que comenzamos a.… pasar tiempo juntas.
— ¿No te importa que sea un monstruo? —su voz reflejó una nota severa y burlona — ¿Que no sea humana?
—Te has enfadado —suspiré—. No debería haberte dicho nada.
—No exactamente. —dijo con un tono tan severo como la expresión de su cara—. Prefiero saber qué piensas, incluso cuando lo que pienses sea una locura.
— ¿Estoy en lo cierto? —contesté con un respingo.
— ¿Importa?
Respiré hondo. —En realidad, no. —hice una pausa —Siento curiosidad. ―Al menos, mi voz sonaba tranquila. De repente, se resignó.
— ¿Sobre qué sientes curiosidad?
Ambas sabíamos, que jugábamos un juego peligroso. Bailábamos sobre hielo delgado. — ¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —respondió de inmediato.
— ¿Y cuánto hace que tienes diecisiete años?
Frunció los labios mientras miraba la carretera. —Bastante —admitió, al fin.
―Me ocurrió... antes de venir aquí. Todo comenzó, con un sueño extraño, en donde vi a mi madre, quien ya lleva muerta un tiempo. ―Sus vigilantes ojos me miraban con más frecuencia que antes, cuando le preocupaba que entrara en estado de Shock. Esbocé una sonrisa más amplia de estímulo y él frunció el ceño.
―Lo lamento mucho.
—No te rías, pero ¿cómo es que puedes salir durante el día?
En cualquier caso, se rió. —Un mito.
— ¿No te quema el sol?
—Un mito. Pero... funcionamos mejor en la noche, como... como ojos de lechuza, ¿sabías que, para ellas, es como ver en el día?
Adiós a lo de estar pisando hielo fino. Ahora, éramos sinceras. — ¿Y lo de dormir en ataúdes?
Lanzó una carcajada y agradecí que no estuviéramos conduciendo a una velocidad endemoniada, mientras la veía sufrir un ataque de risa, solo comparable, con un ataque epiléptico. —Un mito. —vaciló durante un momento y un tono peculiar se filtró en su voz —No puedo dormir, pero tampoco es sufrir de insomnio.
Necesité un minuto para comprenderlo. — ¿Nada?
—Jamás —contestó con voz apenas audible. Se volvió para mirarme con expresión de nostalgia. Sus ojos dorados sostuvieron mi mirada y perdí la oportunidad de pensar. Me quedé mirándolo hasta que él apartó la vista. —Aún no me has formulado la pregunta más importante. ―Ahora su voz sonaba severa y cuando me miró otra vez lo hizo con ojos gélidos. Parpadeé, todavía confusa.
―Tu tampoco la has hecho ―le recordé.
— ¿No te preocupa mi dieta? —preguntó con sarcasmo.
—Ah —musité—, ésa.
—Sí, ésa —remarcó con voz átona—. ¿No quieres saber si bebo sangre?
—Bueno, Leah me dijo algo al respecto.
— ¿Qué dijo Leah? —preguntó cansinamente.
—Que no cazan personas. Dijo que se suponía que tu familia no era peligrosa porque sólo daban caza a animales.
— ¿Dijo que no éramos peligrosos? ―Su voz fue profundamente escéptica.
—No exactamente. Dijo que se suponía que no lo erais, pero los Quileute siguen sin quererlos en sus tierras, sólo por si acaso. ―Ella asintió, con algo de cansancio —Entonces, ¿tiene razón en lo de que no suelen cazan personas? —pregunté, intentando alterar la voz lo menos posible.
— "La memoria de los Quileute llega lejos..." —susurró. Lo acepté como una confirmación. —Aunque no dejes que eso te satisfaga —me advirtió—. Tienen razón al mantener la distancia con nosotros.
—No comprendo.
—Intentamos... —explicó lentamente—, solemos ser buenos en todo lo que hacemos, pero a veces cometemos errores. Yo, por ejemplo, al permitirme estar a solas contigo. ―lanzó una risa ―Los Quileute juraron proteger a las personas de nosotros, ¿sabes? Se supone que somos malvados, que cazamos humanos, pero nuestro... nuestra familia, solo beberá de animales y eso nos da fuerza, pero no solos TAN poderosos, como lo seriamos si cazáramos humanos. ―A continuación, ambos permanecimos en silencio. Observé cómo giraban las luces del coche con las curvas de la carretera. Se movían con demasiada rapidez, no parecían reales, sino un videojuego. Era consciente de que el tiempo se me escapaba rápidamente, se me acababa como la carretera que recorríamos, y tuve un miedo espantoso a no disponer de otra oportunidad para estar con él de nuevo como en este momento, abiertamente, sin muros entre nosotros. Sus palabras apuntaban hacia un fin y retrocedí ante esa idea. No podía perder ninguno de los minutos que tenía a su lado. ―Existe... un grupo vampírico en Italia, Volterra, específicamente. Tremendamente antiguos, son como... una "justicia", quizás. Una justicia vampírica, nos mantienen seguros y cuando Carlisle se convirtió en vampiro, se mantuvo con ellos, por varios siglos, hasta que se dijo: "Matar humanos está mal", se fue, sobrevivió y se marchó. Llegó aquí y.… nos fue encontrando uno por uno. Salvó a más de uno de nosotros, cuando (literalmente) estábamos muriendo y él nos transformó, salvándonos. Nos enseñó a cazar animales, tomar nuestro poder de allí y nunca de humanos. Yo lo compararía con vivir a base de queso y leche de soja. Nos llamamos a nosotros mismos vegetarianos, es nuestro pequeño chiste privado. No logramos aplacar el apetito por completo, bueno, más bien la sed, pero nos mantiene lo bastante fuertes para resistir... la mayoría de las veces.
— ¿Te resulta muy difícil ahora? ―Suspiró. —Pero ahora no tienes hambre... ¿Sed mejor dicho? —aseveré con confianza, afirmando, no preguntando.
— ¿Qué te hace pensar eso?
—Tus ojos. Te dije que tenía una teoría. Me he dado cuenta de que la gente, se enfada cuando tiene hambre.
Se rió entre dientes. —Eres muy observadora, ¿verdad?
No respondí, sólo escuché el sonido de su risa y lo grabé en la memoria. —Este fin de semana estuvieron... digámoslo: bebiendo mucho, ¿verdad? —quise saber, cuándo todo se hubo calmado.
—Sí —calló durante un segundo, como si estuviera decidiendo decir algo o no—. No quería salir, pero era necesario. Es un poco más fácil estar cerca de ti cuando no tengo sed.
— ¿Por qué no querías marcharte?
Y comenzó a jugar con su cabello, entre ansiosa y nerviosa. —El estar lejos de ti me pone... ansiosa. —su mirada era amable e intensa; y me estremecí hasta la médula —No bromeaba cuando te pedí que no te cayeras al mar o te dejaras atropellar el jueves pasado. Estuve abstraída todo el fin de semana, preocupándome por ti, y después de lo acontecido esta noche, me sorprende que hayas salido indemne del fin de semana —movió la cabeza; entonces recordó algo—. Bueno, no del todo.
— ¿Qué?
—Tus manos ya están sanando —me recordó.
Observé las palmas de mis manos y las rasgaduras casi curadas de las carnosidades. A Alice no se le escapaba nada. —Me caí —reconocí con un suspiro.
—Eso es lo que pensé —las comisuras de sus labios se curvaron—. Supongo que, siendo tú, podía haber sido mucho peor, y esa posibilidad me atormentó mientras duró mi ausencia. Fueron tres días realmente largos y la verdad es que puse a Emmett de los nervios.
— ¿Tres días? ¿No acabas de regresar hoy?
—No, volvimos el domingo.
—Entonces, ¿por qué no ninguno de ustedes vino al instituto? ―Estaba frustrada, casi enfadada, al pensar el gran miedo que me había llevado, a causa de su ausencia.
—Bueno, me has preguntado si el sol me daña, y no lo hace, pero no puedo salir a la luz del día... Al menos, no donde me pueda ver alguien.
— ¿Por qué?
—Algún día te lo mostraré —me prometió. Seguimos el camino, hasta llegar a mi casa. —Que duermas bien —dijo.
―Gracias. Y yo también tengo que... enseñarte algo sobre mí, que quizás te asustará. Descansa o.… lo que sea que hagas, vampiresa.
Tomé la llave de forma maquinal, abrí la puerta y entré. Charlie me llamó desde el cuarto de estar. — ¿Isabella?
—Sí, papá, soy yo.
Fui hasta allí. Estaba viendo un partido de baloncesto. —Has vuelto pronto.
— ¿Sí? —estaba sorprendida.
—Aún no son ni las ocho —me dijo—. ¿Se divirtieron?
—Sí, nos lo hemos pasado muy bien —la cabeza me dio vueltas al intentar recordar, todo el asunto de la salida de chicas que había planeado—. Las dos encontraron vestidos.
— ¿Te encuentras bien?
—Sólo cansada. He caminado mucho.
—Bueno, quizás deberías acostarte ya. ―Parecía preocupado. Me pregunté qué aspecto tendría mi cara.
—Antes debo llamar a Jessica.
—Pero ¿no acabas de estar con ella? —preguntó sorprendido.
—Sí, pero me dejé la chaqueta en su coche. Quiero asegurarme de que mañana me la trae.
—Bueno, al menos dale tiempo de llegar a casa.
—Cierto —acepté. Fui a la cocina y caí exhausta en una silla. Entonces empecé a marearme de verdad. Me pregunté si, después de todo, no iba a entrar en estado de shock. ― ¡Contrólate! ―me dije y comencé a preparar algo pequeño para mí. Como un sándwich de ensalada... y atún; la cabeza me seguía dando vueltas, llena de imágenes que no lograba comprender y algunas otras que intentaba reprimir. Me fui a mi habitación, para intentar dormir. Al principio, no tenía nada claro, pero cuando gradualmente me fui acercando al sueño, se me hicieron evidentes algunas certezas.
Estaba totalmente segura de tres cosas: Primera: Alice y su familia eran vampiros. Segunda: Una parte de ella, y no sabía lo potente que podía ser esa parte, tenía sed de mi sangre. Y tercera: Estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de ella.
