Crepúsculo no me pertenece.

Soy una vampiresa ¿y tú...? (Bella x Alice x Leah)

09: Interrogatorio.

Todo el mundo nos miró cuando nos dirigimos juntas a nuestra mesa del laboratorio. Me di cuenta de que ya no orientaba la silla para sentarse todo lo lejos que le permitía la mesa. En lugar de eso, se sentaba bastante cerca de mí, nuestros brazos casi se tocaban. El señor Banner — ¡Qué mujeres tan puntuales! —entró a clase de espaldas llevando una gran mesa metálica de ruedas con un vídeo y un televisor tosco y anticuado. Una clase con película. El relajamiento de la atmósfera fue casi tangible.

El profesor introdujo la cinta en el terco vídeo y se dirigió hacia la pared para apagar las luces.

Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí conciencia plena de que Alice se sentaba a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo me dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de él de lo que ya lo estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarle, acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio.

Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica. Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos.

Correspondió a mi sonrisa. De algún modo, sus ojos conseguían brillar incluso en la oscuridad. Desvié la mirada antes de que empezara a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que me sintiera aturdida.

La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película, ni siquiera supe de qué tema trataba. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca.

De forma esporádica, me permitía alguna breve ojeada en su dirección, pero él tampoco parecía relajarse en ningún momento. El abrumador anhelo de tocarle también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las costillas hasta que me dolieron del esfuerzo.

Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la clase y estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, Alice se rió entre dientes. —Vaya, ha sido interesante —murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos brillaba la cautela.

—Humm —fue todo lo que fui capaz de responder.

— ¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba ágilmente.

Llegaba la hora de Educación física. Me alcé con cuidado, preocupada por la posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera afectado a mi sentido del equilibrio.

Caminó silenciosa a mi lado hasta la siguiente clase y se detuvo en la puerta. Me volví para despedirme. Me sorprendió la expresión desgarrada, casi dolorida, y terriblemente hermosa de su rostro, y el anhelo de tocarle se inflamó con la misma intensidad que antes. Enmudecí, mi despedida se quedó en la garganta.

Vacilante y con el debate interior reflejado en los ojos, alzó la mano y recorrió rápidamente mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba tan fría como de costumbre, pero su roce quemaba.

Se volvió sin decir nada y se alejó rápidamente a grandes pasos.

Entré en el gimnasio, mareada y tambaleándome un poco.

Me dejé ir hasta el vestuario, donde me cambié como en estado de trance, vagamente consciente de que había otras personas en torno a mí. No fui consciente del todo hasta que empuñé una raqueta. No pesaba mucho, pero la sentí insegura en mi mano. Vi a algunos chicos de clase mirarme a hurtadillas. El entrenador Clapp nos ordenó jugar por parejas.

Gracias a Dios, aún quedaban algunos rescoldos de caballerosidad en Mike, que acudió a mi lado. — ¿Quieres formar pareja conmigo?

—Gracias, Mike... —hice un gesto de disculpa—. No tienes por qué hacerlo, ya lo sabes.

—No te preocupes, me mantendré lejos de tu camino —dijo con una amplia sonrisa.

Algunas veces, era muy fácil que Mike me cayera tan bien.

Pasé el resto de la hora haciendo cierta gala de mi agilidad, con la raqueta, Mike era muy bueno, y ganamos juntos, tres de los cuatro partidos. Gracias a él, conseguí un buen resultado inmerecido cuando el entrenador silbó dando por finalizada la clase.

—Así... —dijo cuándo nos alejábamos de la pista.

—Así... ¿qué? —pregunté confundida.

—Tú y Cullen, ¿en? —preguntó con una sonrisa.

—No somos necesariamente "pareja", estamos intentando ser amigas y ver hacía donde nos lleva eso.

— ¿Y Clearwater? —Y justo, tuvo que sacar el tema.

Yo suspiré. Decidí contarle un pequeño chiste. —Es casi como... si las mujeres me llovieran, ¿Sabes? —Un revoloteo más fuerte que el de las mariposas golpeteaba incansablemente las paredes de mi estómago al tiempo que mi discusión con Mike se convertía en un recuerdo lejano. Me preguntaba si alguna de las dos, me estarían esperando o si me reuniría con alguna de las dos, en uno de sus coches. ¿Qué iba a ocurrir si la familia Cullen estaba ahí? Me invadió una oleada de pánico. ¿Sabían lo que YO sabía acerca de ellos? Salí del gimnasio en ese momento. Había decidido ir a pie hasta casa sin mirar siquiera al aparcamiento, pero todas mis preocupaciones fueron innecesarias. Alice me esperaba, apoyado con indolencia contra la pared del gimnasio. Su arrebatador rostro estaba calmado. Sentí peculiar sensación de alivio mientras caminaba a su lado. —Hola —musité mientras esbozaba una gran sonrisa.

—Hola —me correspondió con otra deslumbrante—. ¿Cómo te ha ido en gimnasia?

—Bastante bien, debo admitir —dije.

— ¿De verdad? —No estaba muy convencida. Desvió levemente la vista y miró por encima del hombro. Entrecerró los ojos. Miré hacia atrás para ver la espalda de Mike al alejarse.

— ¿Qué pasa? —exigí saber.

Aún tensa, volvió a mirarme. —Newton me saca de mis casillas.

— ¿Estás celosa de un chico? —Pregunté, sonriéndole triunfalmente.

― ¿A la Nefilim mitad Licántropo que anda con una Cambiaformas Loba la mitad del tiempo, un tercio con un humano y el otro tercio conmigo?

—No tengo nada serio con Leah, todavía.

—Lo tendrás —Me gruñó.

Me crucé de brazos y la desafié a que mirara hacía el futuro. — ¿Tengo algo serio con Mike?

―No ―admitió, rodeó el coche y me abrió la puerta, me rasqué la cabeza y la imité, entrando al coche. El viaje fue calmado, pero veloz. Creía saber lo que pasaba por su mente, sabía que los instintos y capacidades de concentración de nuestras razas (Ángeles, Nefilim, Vampiros, Licántropos y Cambiaformas) no eran algo que se perdiera de un momento a otro, como si pasaba con los humanos, así que le agarré la mano, intentando que fuera un gesto reconfortante, sabiendo que no existía la posibilidad de chocar. Alcé la vista sorprendida: habíamos llegado a casa de Charlie, por supuesto. Resultaba más fácil montar con Alice si sólo la miraba a ella hasta concluir el viaje. Cuando volví a levantar la vista, ella me contemplaba, evaluándome con la mirada. —Y aún quieres saber por qué no puedes verme cazar, ¿no? —parecía solemne, pero creí atisbar un rescoldo de humor en el fondo de sus ojos.

—Bueno —aclaré—, sobre todo me preguntaba el motivo de tu reacción.

— ¿Te asusté?

―Puedes ver el futuro ―le dije ―y sí, me asustaste un poco, aunque creo que yo también podría ir de cacería, ya sabes.

—Lamento haberte asustado —persistió con una leve sonrisa, pero entonces desapareció la evidencia de toda broma—. Fue sólo la simple idea de que estuvieras allí mientras cazábamos. ―Se le tensó la mandíbula.

— ¿Estaría mal?

—En grado sumo —respondió apretando los dientes.

— ¿Por...?

Respiró hondo y contempló a través del parabrisas las espesas nubes en movimiento que descendían hasta quedarse casi al alcance de la mano. —Nos entregamos por completo a nuestros sentidos cuando cazamos —habló despacio, a regañadientes, como odiándose a sí misma o quizás, más bien, odiando su naturaleza —, nos regimos menos por nuestras mentes. Domina sobre todo el sentido del olfato. Si estuvieras en cualquier lugar cercano cuando pierdo el control de esa manera... —sacudió la cabeza mientras se demoraba contemplando malhumorado las densas nubes. ―no. Lo más probable, es que incluso así, pudieras defenderte.

―Mantuve mi expresión firmemente controlada mientras esperaba que sus ojos me mirasen para evaluar la reacción subsiguiente. Mi rostro no reveló nada. Pero nuestros ojos se encontraron y el silencio se hizo más profundo... y todo cambió. Descargas de la electricidad que había sentido aquella tarde comenzaron a cargar el ambiente mientras Edward contemplaba mis ojos de forma implacable. No me di cuenta de que no respiraba hasta que empezó a darme vueltas la cabeza. Cuando rompí a respirar agitadamente, quebrando la quietud, cerró los ojos. —Isa, creo que ahora deberías entrar en casa —dijo con voz ronca sin apartar la vista de las nubes. Abrí la puerta y la ráfaga de frío polar que irrumpió en el coche me ayudó a despejar la cabeza. Como estaba medio ida, tuve miedo de tropezar, por lo que salí del coche con sumo cuidado y cerré la puerta detrás de mí sin mirar atrás. El zumbido de la ventanilla automática al bajar me hizo darme la vuelta. — ¿Isa? —me llamó con voz más sosegada.

Se inclinó hacia la ventana abierta con una leve sonrisa en los labios. — ¿Sí?

—Mañana me toca a mí, realizarte un interrogatorio —afirmó.

A la mierda todo. Y ya me enfrentaré a Leah después ―pensé, me incliné y la besé en los labios, me giré y fui hacía la puerta.

El coche bajó la calle a toda velocidad y desapareció al doblar la esquina antes de que ni siquiera hubiera podido poner en orden mis ideas. Sonreí mientras caminaba hacia la casa. Cuando menos, resultaba obvio que planeaba verme mañana.

Alice y Leah protagonizaron mis sueños aquella noche, como de costumbre. Pero el clima de mi inconsciencia había cambiado. Me estremecía con la misma electricidad que había presidido la tarde, me agitaba y daba vueltas sin cesar, despertándome a menudo. Hasta bien entrada la noche no me sumí en un sueño agotado y sin sueños.

Al despertar no sólo estaba cansada, sino con los nervios a flor de piel. Me enfundé el suéter de cuello vuelto y los inevitables jeans mientras soñaba despierta con camisetas de tirantes y shorts.

El desayuno fue el tranquilo y esperado suceso de siempre. Charlie se preparó unos huevos fritos y yo mi cuenco de cereales. Me preguntaba si se había olvidado de lo de este sábado, pero respondió a mi pregunta no formulada cuando se levantó para dejar su plato en el fregadero. —Respecto a este sábado... —comenzó mientras cruzaba la cocina y abría el grifo.

Me encogí. — ¿Sí, papá?

— ¿Sigues empeñada en ir a Seattle?

― ¿Pasó algo? ―Pregunté curiosa.

―No. Es solo, que no creo que te dé tiempo de volver al baile.

—No voy a ir al baile, papá. ―Le fulminé con la mirada.

— ¿No te lo ha pedido nadie? —preguntó al tiempo que ocultaba su consternación concentrándose en enjuagar el plato.

Suspiré y decidí ser más o menos sincera con él. ―Hay dos chicas... pero no creo que sean lesbianas. Aunque, en caso de serlo, ya deben de tener pareja.

Sentía simpatía hacia él. Debe de ser duro ser padre y vivir con el miedo a que tu hija encuentre al chico que le gusta, pero aún más duro el estar preocupado de que no sea así. Qué horrible sería, pensé con estremecimiento, si Charlie tuviera la más remota idea de qué era exactamente lo que me gustaba.

Entonces, Charlie se marchó, se despidió con un movimiento de la mano y yo subí las escaleras para cepillarme los dientes y recoger mis libros. Cuando oí alejarse el coche patrulla, sólo fui capaz de esperar unos segundos antes de echar un vistazo por la ventana. El coche ya estaba ahí, en la entrada de coches de la casa.

Bajé las escaleras y salí por la puerta delantera, preguntándome cuánto tiempo duraría aquella extraña rutina. No quería que acabara jamás.

Me aguardaba en el coche sin aparentar mirarme cuando cerré la puerta de la casa sin molestarme en echar el pestillo. Me encaminé hacia el coche, me detuve con timidez antes de abrir la puerta y entré. Estaba sonriente, relajada y, como siempre, perfecta e insoportablemente guapa. —Buenos días —me saludó con voz aterciopelada—. ¿Cómo estás hoy? ―Me recorrió el rostro con la vista, como si su pregunta fuera algo más que una mera cortesía.

—Bien, gracias. cuando me hallo cerca de ti, siempre estoy bien.

Su mirada se detuvo en mis ojeras. —Pareces cansada.

—No pude dormir exactamente. Leah y tú, plagaron mis sueños —confesé, y de inmediato me removí la melena sobre el hombro preparando alguna medida para ganar tiempo.

—Yo tampoco pude dormir —bromeó mientras encendía el motor. Me estaba acostumbrando a ese silencioso ronroneo. Estaba convencida de que me asustaría el rugido del monovolumen, siempre que llegara a conducirlo de nuevo.

—Eso es cierto —me reí—. Supongo que he dormido un poquito más que tú.

—Apostaría a que sí.

— ¿Qué hiciste la noche pasada?

—No te escapes —rió entre dientes—. Hoy me toca hacer las preguntas a mí.

—Ah, es cierto. ¿Qué quieres saber?

— ¿Cómo fue esa primera vez, cuando te enteraste de que eras una Nefilim?

—Tras la muerte de mi madre, ella... me contactó en sueños y a la mañana siguiente, desperté con este cuerpazo, con el conocimiento de cómo desplegar y batir las alas.

— ¿Se siente distinto a cuando eras "humana"? —Me preguntó, deseosa de conocerlo —Cuando desperté como vampiresa, mi piel se sentía fría.

―Imagina... un ligero calor bajo la piel, más bien... tibieza.

— ¿Cuál es tu color favorito? —preguntó con rostro grave.

Puse los ojos en blanco. —El marrón.

— ¿El marrón? —inquirió con escepticismo.

—El marrón significa calor. Echo de menos el marrón. Aquí —me quejé—, una sustancia verde, blanda y mullida cubre todo lo que se suponía que debía ser marrón, los troncos de los árboles, las rocas, la tierra. ―Mi pequeño delirio pareció fascinarle. Lo estuvo pensando un momento sin dejar de mirarme a los ojos.

―Definitivamente, eres muy singular y eso me gusta de ti ―me dijo sonriente y divertida.

Rápidamente, aunque con cierta vacilación, extendió la mano y me apartó el pelo del hombro.

Para ese momento ya estábamos en el instituto. Se volvió de espaldas a mí mientras aparcaba. — ¿Qué CD has puesto en tu equipo de música? —tenía el rostro tan sombrío como si me exigiera una confesión de asesinato.

―Megadeath. ―El resto del día siguió de forma similar. Me estuvo preguntando cada insignificante detalle de mi existencia mientras me acompañaba a Lengua, cuando nos reunimos después de literatura, toda la hora del almuerzo. Las películas que me gustaban y las que aborrecía; los pocos lugares que había visitado; los muchos sitios que deseaba visitar; y libros, libros sin descanso.

No recordaba la última vez que había hablado tanto. La mayoría de las veces me sentía cohibida, con la certeza de resultarle aburrida, pero el completo ensimismamiento de su rostro y el interminable diluvio de preguntas me compelían a continuar. La mayoría eran fáciles, sólo unas pocas provocaron queme sonrojara, pero cuando esto ocurría, se iniciaba toda una nueva ronda de preguntas. Me había estado lanzando las preguntas con tanta rapidez que me sentía como si estuviera completando uno de esos test de Psiquiatría en los que tienes que contestar con la primera palabra que acude a tu mente. Estoy segura de que habría seguido con esa lista, cualquiera que fuera, que tenía en la cabeza de no ser porque se percató de mi repentino rubor.

Cuando me preguntó cuál era mi gema predilecta, sin pensar, me precipité a contestarle que el topacio. Enrojecí porque, hasta hacía poco, mi favorita era el granate.

Era imposible olvidar la razón del cambio mientras sus ojos me devolvían la mirada y, naturalmente, no descansaría hasta que admitiera la razón de mi sonrojo. —Dímelo —ordenó al final, una vez que la persuasión había fracasado, porque yo había hurtado los ojos a su mirada.

—Es el color de tus ojos hoy —musité, rindiéndome y mirándome las manos mientras jugueteaba con un mechón de mi cabello—. Supongo que te diría el ónice si me lo preguntaras dentro de dos semanas.

— ¿Cuáles son tus flores favoritas?

Esa tuve que pensarla. ―Narciso.

A lo largo del día, siguieron sus preguntas, nos reunimos con Mike, Angélica y Jessica. Leah apareció y suspiró, sentándose a mi lado, pues yo estaba frente a Alice. Sorprendentemente, Alice sacó un perfume, que se echó en el cuello y luego se lo pasó a Leah quien asintió firmemente y la imitó, luego, yo saqué mi propio perfume y me lo eché, para que no hubiera discordias entre nosotras.

Mike, Angélica, Jessica, Leah, Alice y yo, nos reunimos para ir a la biblioteca y hacer las tareas.

Las preguntas discretas y perspicaces de Leah y Alice, me dejaron explayarme a gusto y olvidar a la lúgubre luz de la tormenta la vergüenza por monopolizar la conversación. Al final, cuando hube acabado dé detallar mi desordenada habitación en Phoenix, hizo una pausa en lugar de responder con otra cuestión.

— ¿Has terminado? —pregunté con alivio.

—Ni por asomo, pero tu padre estará pronto en casa.

— ¡Charlie! —de repente, recordé su existencia y suspiré. Estudié el cielo oscurecido por la lluvia, pero no me reveló nada—. ¿Es muy tarde? —me pregunté en voz alta al tiempo que miraba el reloj. La hora me había pillado por sorpresa. Charlie ya debería de estar conduciendo de vuelta a casa.

—Es la hora del crepúsculo —murmuró Alice al mirar el horizonte de poniente, oscurecido como estaba por las nubes. Habló de forma pensativa, como si su mente estuviera en otro lugar lejano. Le contemplé mientras miraba fijamente a través del parabrisas. Seguía observándole cuando de repente sus ojos se volvieron hacia los míos. —Es la hora más segura para nosotros —me explicó en respuesta a la pregunta no formulada de mi mirada—. El momento más fácil, pero también el más triste, en cierto modo... el fin de otro día, el regreso de la noche —sonrió con añoranza.

—. La oscuridad es demasiado predecible, ¿no crees?

—Me gusta la noche. Jamás veríamos las estrellas sin la oscuridad —fruncí el entrecejo—. No es que aquí se vean mucho.

Se rió, y repentinamente su estado de ánimo mejoró. Con un gesto físico, me acompañó afuera, me llevaría a casa, me sonreí con Leah, le coqueteé con el rostro y el cuerpo, incluso si iba con una vampiresa al lado, subí al automóvil de Alice y ella me llevó hasta mi hogar. —Charlie estará aquí en cuestión de minutos, por lo que a menos que quieras decirle que vas a pasar conmigo el sábado...

Enarcó una ceja. —Gracias, pero no —reuní mis libros mientras me daba cuenta de que me había quedado entumecida al permanecer sentada y quieta durante tanto tiempo—. Entonces, ¿mañana me toca a mí?

— ¡Desde luego que no! —Exclamó con fingida indignación—. No te he dicho que haya terminado, ¿verdad?

— ¿Qué más queda?

—Lo averiguarás mañana. ―Extendió una mano para abrirme la puerta y su súbita cercanía hizo palpitar alocadamente mi corazón. Pero su mano se paralizó en la manija. —Mal asunto —murmuró.

— ¿Qué ocurre?

Me sorprendió verle con la mandíbula apretada y los ojos turbados. Me miró por un instante y me dijo con desánimo: —Otra complicación. Charlie ha doblado la esquina —me avisó mientras vigilaba atentamente al otro vehículo a través del aguacero.

A pesar de la confusión y la curiosidad, bajé de un salto. El estrépito de la lluvia era mayor al rebotarme sobre la cazadora. El destello de los faros a través de la lluvia atrajo mi atención mientras a escasos metros un coche negro subía el bordillo, dirigiéndose hacia nosotros.

Quise identificar las figuras del asiento delantero del otro vehículo, pero estaba demasiado oscuro. Pude ver a Alice a la luz de los faros del otro coche. Aún miraba al frente, con la vista fija en algo o en alguien a quien yo no podía ver. Su expresión era una extraña mezcla de frustración y desafío. Aceleró el motor en punto muerto y los neumáticos chirriaron sobre el húmedo pavimento. El Volvo desapareció de la vista en cuestión de segundos.

—Hola, Bella —llamó una ronca voz familiar desde el asiento del conductor del pequeño coche negro.

— ¿Jacob? —Pregunté, parpadeando bajo la lluvia.

Sólo entonces dobló la esquina el coche patrulla de Charlie y las luces del mismo alumbraron a los ocupantes del coche que tenía enfrente de mí.

Jacob ya había bajado. Su amplia sonrisa era visible incluso en la oscuridad. En el asiento del copiloto se sentaba un hombre mucho mayor, corpulento y de rostro memorable..., un rostro que se desbordaba, las mejillas llegaban casi hasta los hombros, las arrugas surcaban la piel rojiza como las de una vieja chaqueta de cuero. Los ojos, sorprendentemente familiares, parecían al mismo tiempo demasiado jóvenes y demasiado viejos para aquel ancho rostro. Era el padre de Jacob, Billy Black. Lo supe inmediatamente a pesar de que en los cinco años transcurridos desde que lo había visto por última vez me las había arreglado para olvidar su nombre hasta que Charlie lo mencionó el día de mi llegada. Me miraba fijamente, escrutando mi cara, por lo que le sonreí con timidez. Tenía los ojos desorbitados por la sorpresa o el pánico y resoplaba por la ancha nariz. Mi sonrisa se desvaneció.

«Otra complicación», había dicho Alice.

Billy seguía mirándome con intensa ansiedad. Gemí en mi fuero interno. ¿Había reconocido Billy a Alice con tanta facilidad? ¿Creía en las leyendas inverosímiles de las que se había mofado su hijo y Leah?

La respuesta estaba clara en los ojos de Billy. Sí, así era.