Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es MeilleurCafe, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to MeilleurCafe. I'm only translating with her permission.


Capítulo 10

Seis semanas después

—¿Mamá?

—¡Bella! —La voz de Renée, llena de amor y alivio, venía claramente del hogar Swan del otro lado del continente—. ¡Estaba por llamarte! Nos estábamos preocupando un poco por ti, cariño. ¿Cómo estás?

Bella hizo una mueca, sintiéndose particularmente culpable gracias a su estatus de hija única. Había estado tan ocupada las últimas semanas con el trabajo y con Edward, que había descuidado sus llamadas a sus padres.

—Estoy bien, mamá. Muy bien. Lamento no haber llamado antes.

—Bueno, suenas bien. Así que, ¿qué está pasando? ¿Qué has estado haciendo? ¡Te he extrañado! —Ahora que la sorpresa de la llamada se había ido, Renée se puso manos a la obra.

—Todo en el trabajo va increíble. Sigo a cargo de ese proyecto de asistencia médica en las Dakotas. Probablemente tenga que volar allí después del día del Trabajo.

—Aw, cielo, estoy tan contenta. Parece que te está yendo muy bien. —Bella sabía que Renée intentaba apoyarla y silenciaba su deseo maternal, transmitido bastante fuerte y sin vergüenza hace un año, que su hija encontrara un trabajo más cerca de casa.

—Así es. De verdad me encanta. —Ella dio unos detalles más sobre el proyecto, tanto como creía que su madre quería escuchar.

—¿Cómo está Angela?

—Bien. Ella manda sus saludos. También le está yendo bien en el trabajo. A ella y a Ben les va increíble.

—¿Y cómo te trata Nueva York? —De fondo, Bella escuchaba los pequeños sonidos metálicos y el agua correr, indicando que Renée estaba lavando los platos.

Muy bien, mamá. —Bella soltó una risita, mitad por lo mucho que estaba repitiéndose a sí misma y mitad por lo mucho que decía la verdad. Ella finalmente tenía la respuesta que su madre quería escuchar para la pregunta tácita de si Bella había conocido a alguien especial.

—Bueno, eso suena prometedor —dijo Renée, su voz se fue apagando.

—Conocí a un chico muy bueno. Rose nos presentó.

El agua del otro lado se cerró abruptamente.

—¿En serio? ¡Oh, Bella, eso es maravilloso! Y bien, ¿quién es? ¿Cómo se llama?

—Su nombre es Edward Cullen. Vive en Brooklyn, creció allí. Conoce a Emmett porque juegan al baloncesto juntos todo el tiempo. Así que, una noche Rose me invitó a ir al gimnasio donde Emmett estaba jugando, y Edward se encontraba allí. Varios de nosotros salimos después del partido y hablamos por un rato. Realmente nos caímos bien. —Bella estaba casi balbuceando, dándole a su mamá la información que sabía que Renée quería mientras que evitaba mencionar la ocupación de Edward.

—Estoy muy feliz por ti, cariño. ¿De qué trabaja?

Y allí estaba. Bella respiró profundamente.

—Es policía. Un policía de la ciudad de Nueva York —dijo.

Silencio.

—Oh. —Su madre soltó una rápida risita—. Bueno, supongo que no te fuiste tan lejos de casa después de todo.

Bella sabía que su intento de alegría quería decir que Renée intentaba orientarse. Este era un rasgo que ella había heredado de su madre. Ella deseaba que Renée estuviera allí con ella así podía ver el rostro de su madre y medir las emociones de Renée en persona.

Decidió tomar la ruta directa.

—¿Eso te molesta, mamá? —Bella logró mantener su tono genuinamente curioso. No quería sonar a la defensiva.

Renée suspiro ligeramente.

—Los policías son muy buenas personas, Bella.

—Esa no es una respuesta.

—Bueno, no diría "molestar" —su madre contestó lentamente—. Esta es tu decisión, Bella. ¿Por cuánto tiempo han estado saliendo?

—Un par de meses.

—Así que es un poco nuevo de todos modos. —Cuando Bella no respondió, Renée dijo—: Vas en serio con este chico ya. —No era una pregunta.

—Sí, mamá, así es. Vamos en serio los dos. —Bella acomodó la almohada sobre su cama, donde había estado despatarrada desde que había marcado el número de sus padres—. No lo sé… Quiero decir, no puedo decir, pero creo que estaremos juntos por un largo tiempo.

—Vaya. —Renée soltó un suspiro—. Cielo, eso es… Estoy muy feliz por ti. En serio. He esperado mucho tiempo para escuchar esto. Esperaba que encontraras a un chico increíble para ti. No es muy loco que tuvieras que cruzar el país para hacerlo —bromeó—, pero eso no importa en verdad. Mientras que lo encontraras. Mientras que los dos se encontraran.

—Entonces, ¿estás preocupada? ¿Por que es policía?

—¿Tú lo estás?

—Un poco —le admitió a su madre—. Supongo que fui un poco aislada del trabajo de papá. Sabía lo que él hacía pero, de niña, siempre asumí que él vendría a casa todas las noches. Además, ya sabes, Forks no es exactamente un semillero del crimen.

—Aunque esto definitivamente es diferente —dijo Renée fríamente—. Así es como nos sentíamos tu papá y yo cuando tú te mudaste allí. Y como nos has dicho numerosas veces, puedes cuidar de ti misma.

Bella asintió y cerró los ojos, a pesar que su madre no podía verla.

—Eso es prácticamente lo que él me dice cuando hablamos de ello. Y sé que él es realmente bueno en su trabajo. Aún así, no evita que me preocupe.

—Por supuesto que no, cielo. El hecho que Forks sea tan vivaz como una bolsa de picaportes tampoco evita que me preocupe por tu padre.

—¿Alguna vez se vuelve más fácil?

—En verdad, no —contestó Renée honestamente—, pero te adaptas. Adaptas tus pensamientos y tu ansiedad. Aprendes que no puedes preocuparte constantemente, así que encuentras una manera de tomar cada minuto a la vez y a aceptarlo todo. Mientras más siguen en el trabajo sin… incidentes, más caes en una especie de rutina, una buena rutina, donde comienzas a sentir que quizás siempre será así.

—Eso tiene sentido —dijo Bella lentamente. Era la primera vez que ella y su madre habían hablado con tanta profundidad sobre el trabajo de Charlie. Su madre comprendía cómo se sentía, y de repente deseaba haber llamado a Renée semanas atrás. Quería a su madre con ella ahora.

—Queremos ir a Washington para Navidad —soltó Bella. Ella deseaba que la festividad no estuviera tan lejos.

—¿Los dos?

—Sí, seríamos Edward y yo. He visto a sus padres varias veces, así que supuse que era justo. —Bella intentó aliviar las cosas—. Ya sabes, someterlo a papá y a ti.

—Estoy segura que tu papá tendrá muchas cosas para hablar con él. Puedes tomar eso como quieras —dijo Renée con una risita—. Eso sería genial, Bella. No puedo esperar a contarle a Charlie sobre todo esto. Hemos estado tratando de ver si podíamos hacer un viaje al este, pero hasta ahora…

—Bueno, ahora no tienes que preocuparte sobre eso —Bella interrumpió a su madre—. Iremos a verlos. Lamento perderme Acción de Gracias, pero al menos nos veremos para Navidad.

Hablaron por un rato más sobre el trabajo de Bella en Valetudo y el trabajo de Renée como consejera de vida, el cual iba bien, para la sorpresa de Bella. A su madre parecía gustarle y realmente era adecuada para ello, aunque Bella se reservaba su opinión hasta que tuviera la opinión de su padre.

Ellos son muy diferentes. Toda su vida, esa frase estaba tan fuertemente asociada con el matrimonio de sus padres como sus alianzas, sus conversaciones nocturnas, su hogar. Era el sello distintivo de su relación, y mientras Bella crecía, se dio cuenta que las diferencias eran su salvación. A ellos les gustaba la diversidad.

No por primera vez, ella comparaba su relación floreciente con Edward a la que siempre había visto entre sus padres. Ella creía que su personalidad y la de Edward eran más unas piezas de rompecabezas separadas que encajaban, a pesar que ocasionalmente tenían que hacer presión para ser unidas por un artista abstracto: las piezas estaban intencionalmente torcidas, pero cuando mirabas el todo, funcionaba.

Bella prefería lo que ella y Edward tenían, pero no podía negar el éxito de sus padres. Habían estado casados por un cuarto de siglo.

Temprano en el trabajo al día siguiente, Bella estaba hojeando distraídamente las carpetas del proyecto. Era una mañana lenta, y estaba esperando que las agujas del reloj completaran su lento ascenso hacia la hora del almuerzo. Hasta que el teléfono sonó, y la secretaria de Victoria le dijo que Victoria quería ver a Bella en su oficina de inmediato.

Eso cambió el tono de toda la mañana.

Asumiendo que Victoria quería hablar sobre el proyecto Dakota —la mayor responsabilidad de Bella hasta ahora— tomó varias carpetas y se dirigió hacia el conjunto de oficinas ejecutivas. Con un asentimiento en dirección a la secretaria que la había llamado, Bella tomó asiento y esperó a ser llamada.

Ella echó un vistazo alrededor del área de espera. Las sillas estaban cómodamente rellenadas en tela, no cuero. Una mesa ratona sencilla contenía revistas de noticias, copias del New York Times, y el reporte anual de Valetudo junto con varias ediciones de su boletín informativo trimestral. En casi todos los documentos externos que Bella había visto, la fundación reforzaba cómo gran cantidad del dinero iba a los verdaderos beneficiarios, en vez de los costos administrativos. En esta vacía pero de buen gusto área de espera, la fundación tenía cuidado de mantener a los invitados cómodos sin alguna extravagancia. Bella sonrió a pesar de su ansiedad. El personal responsable de la misión e imagen de Valetudo pensaba en todo.

Con un abrupto clic, la puerta de la oficina de Victoria se abrió y salió su jefa. Le sonrió a Bella —¡gracias a Dios!— y la recibió.

—Adelante, Bella.

Mientras ella seguía a Victoria por la alfombra, Bella mantenía su mirada baja. No por primera vez, se preguntaba cómo Victoria podía caminar con tanta estabilidad en tacones de diez centímetros. Quizás eran los años de experiencia que tenía sobre Bella, o quizás ella simplemente tenía mejor coordinación.

Cuando se pusieron cómodas en las sillas a cada lado del espacioso escritorio, Victoria comenzó.

—Sabes que generalmente reviso las carpetas de nuestras subvenciones y proyectos para ver cómo van las cosas. Estaba mirando la iniciativa de asistencia médica en Dakota, y noté que faltaban unos papeles. Era momento de que tú y yo tuviéramos nuestras reuniones de seguimiento de todos modos, así que decidí simplemente hacer que vinieras.

»—No vi el plan de contratación de pequeñas empresas que Salud y Servicios Humanos requiere —dijo ella, refiriéndose a la agencia federal—. ¿Lo tienes? El consorcio de las Dakotas va a contratar pequeñas empresas locales para el trabajo que se necesita hacer en los centros de salud.

Bella abrió la boca, y entonces la cerró. Revisó todos los papeles en las carpetas que había traído con ella, tratando de evitar que los documentos se cayeran porque sus manos estaban temblando muy fuerte. El SSH no estaba allí.

Había tantos detalles en el proyecto. ¿Se pudo haber olvidado de este?

—No está aquí. Debo haberlo dejado en mi oficina —dijo Bella.

—¿Estás segura que lo enviaste?

—Debo haberlo hecho. Sé que es importante. —Los ojos de Bella se agrandaron mientras intentaba recordar. Varias partes de este proceso eran tan de memoria, que los había automáticamente—. Creo… Creo que lo hice.

Victoria miró a Bella con incredulidad.

—¿Crees que lo hiciste? Bella, se supone que tenemos que ayudarlos. Están recibiendo dinero federal para complementar nuestra subvención. Es nuestro trabajo asegurarnos que cada requerimiento sea encargado, incluso si es la responsabilidad del beneficiario cumplirlo.

—Regresaré y miraré en mi oficina. Tiene que estar allí —contestó Bella, su voz ligeramente temblorosa—. He hecho esto antes; sé que es requerido.

Victoria se reclinó en su silla abruptamente, y Bella prácticamente podía ver una nube oscura de desaprobación escaparse por detrás de sus hombros.

—Si sus contratistas no entregan el papeleo a SSH, podrían perder este ciclo de financiación federal. Podrían perder mucho dinero. —Su voz se volvió fría—. No pueden financiar por completo las clínicas solo con lo que les estamos dando. No tengo que decirte la gran metida de pata que sería esto para la iniciativa.

—Lo comprendo —dijo Bella—. Lo revisaré de inmediato.

—Por favor, hazlo. —Victoria dios unos golpecitos a la carpeta con una uña color rojo rubí—. Si no se encuentra en tus carpetas, llama a tu contacto en SSH para ver si aún hay tiempo. Se supone que el equipo de las Dakotas debe encontrar negocios minoritarios o a cargo de mujeres para estos subcontratos. Es ideal para las empresas de nativos americanos. ¿Qué tan mal se vería si pierden trabajo porque no supervisamos nuestras responsabilidades para el proyecto de asistencia médica? Considerando que esa es la razón de nuestra fundación.

—Lo entiendo —repitió Bella—. Por supuesto. Tienes razón. —Ella no podía contener el temblor de su voz, aunque sí logró evitar que su barbilla temblara. No llores. Ella inhaló profundamente.

Su jefa se inclinó sobre el escritorio. Aunque el enojo se había ido de sus ojos, la mirada intensa de advertencia que lo reemplazaba era peor.

—Bella. Tienes que estar en control de esto. Y por "esto", no solo me refiero a la iniciativa para las Dakotas. Cada proyecto del que te hagas cargo, cada propuesta que supervises, espero que sepas, y que recuerdes, cada parte de ello. Sé que eres relativamente nueva, pero fuiste ascendida porque estabas haciendo un trabajo extraordinario, y mostraste gran capacidad y potencial. El descuido no se encuentra en tu repertorio. —La expresión de Victoria se suavizó un poco—. ¿Está todo bien?

—Sí. En serio, estoy bien. Te mantendré al tanto y te haré saber lo que he encontrado. —Enderezó sus hombros—. Jamás volverá a suceder.

Victoria se mantuvo en silencio por unos segundos, sus labios fruncidos.

—De acuerdo. Asegúrate de mantenerme informada.

Bella asintió.

—Por supuesto.

Habían peores gerentes allí afuera. Victoria podía ser aterradora a veces, pero al menos hacía las preguntas en vez de comenzar a gritar. Bella no podía discutir con un supervisor que revisaba dos veces los proyectos que se encontraban bajo su control. Y ella sabía que era su propia culpa; ella fue la que la cagó. O que quizás la cagó.

Oh, Dios, no permitas que la haya cagado…

Rápidamente volvió a su oficina y buscó entre sus archivos el proyecto de salud para las Dakotas que se encontraban apilados en su escritorio. El pequeño sobre de formularios que tenía toda la información para los licitadores y contratistas no estaba allí. Abrió los cajones de su escritorio y buscó entre todos los papeles para subvenciones más antiguas. Nada.

Bella compartía una secretaria con dos otros directores de programa en su piso, pero ella misma archivaba. Lo prefería así, hasta ahora, al menos. Había un pequeño armario con todo, desde solicitudes de financiación para otros proyectos hasta sus propias declaraciones de beneficio personal e ideas para el picnic anual de empleados. El formulario que ella necesitaba no se encontraba en ninguno de ellos.

Cayó pesadamente en su silla y hundió su cabeza entre sus manos. Sin poder hacer nada, miró alrededor de su desordenado escritorio, preguntándose cómo podría haber olvidado hacer algo que era tan rutinario, era como encender su computadora cada mañana.

Sus ojos se dirigieron a un organizador de archivos de escritorio que contenía varios sobres de correspondencia en uno de los estantes. Un pequeño grupo de papeles estaban atascados en el medio, con una esquina descuidadamente torcida de manera que resaltaba entre el resto. Ella tomó toda la pila y comenzó a revisar.

Allí, bajo una invitación de una organización de mujeres para hablar sobre la reforma federal a la asistencia médica, se encontraban las hojas con los planes de subcontratación de empresas pequeñas y una nota pegada con la fecha en la que deberían haber sido enviados a SSH. La única pregunta sin responder era cómo diablos estos documentos habían quedado donde quedaron.

Ahora Bella lloraba, unas bienvenidas lágrimas de alivio. Mientras secaba sus mejillas, sus ojos encontraron una fotografía que recientemente había colocado en su escritorio. Ella y Edward se encontraban en Jersey Shore, donde habían ido cuando lograron tener un par de días libres al mismo tiempo. Carlisle y Esme rentaron una casa en Ocean City por una semana, así que Bella y Edward pudieron quedarse con ellos.

Observó la imagen. El brazo de Edward se encontraba a su alrededor; de fondo estaba la sombrilla familiar que marcaba su lugar cerca de la orilla al mar. La sonrisa de él era enorme; su rostro junto al suyo, sus mejillas en contacto. La sonrisa de Bella era igual de grande.

Con su dedo índice, lentamente trazó la forma de Edward. Pensar en él la distraía de su decepcionante mañana. Quizás eso era parte del problema. ¿Estaba perdiendo su atención al trabajo ahora que tenía más en su vida? Ella siempre había trabajado duro y aún lo hacía; pero con Edward, ahora tenía otras cosas en las que pensar además de su trabajo. ¿Eso automáticamente quería decir que ella estaba fallando en la oficina?

Bella frunció el ceño. Ella nunca quería ser una de esas personas cuyo trabajo era su vida, y nunca quería ser una de esas mujeres que perdían su vida profesional una vez que tenía una relación seria. No era un juego de suma cero, en su opinión.

¿Cómo lo hacían las otras mujeres, especialmente madres que trabajan? Ellas debían volverse locas tratando de lidiar con el trabajo, los niños, y un marido. ¿Qué pensaba Edward sobre las madres trabajadoras? ¿Él querría que se quedara en casa? ¿Por qué estaba pensando en esto después de estar con él solo por dos meses?

Porque ella sabía que le había dicho la verdad a su madre: estaba segura de que ella y Edward estarían juntos por un largo tiempo, por no decir para siempre. Desde ya no podía imaginar estar con alguien más; y ni siquiera parecía asimilarse que era prematuro. Él era la primera persona en la que pensaba en compartir sobre su horrible mañana de hoy, incluso si una pequeña parte hubiera sido su culpa. Daría paso a otra buena charla entre ellos. Siempre lo hacía.

Bella llamó a la oficina de Victoria para hacerle saber que los papeles importantes habían estado en su oficina todo el tiempo, y más importante, fueron completados por los beneficiarios de la subvención en Dakota con mucha anticipación a la entrega dada por el gobierno federal. Entonces, se dirigió a la fotocopiadora e hizo varias copias del formulario, colocándolos en diferentes carpetas solo para estar segura.

Ella se dejó caer en su silla y bebió un sorbo de su Coca-Cola dietética, observando la pared frente a ella.

El día de Edward comenzó completamente opuesto al de Bella. Después de una mañana relajada en casa, se reportó para el turno de la tarde en el trabajo. Él y su compañero Riley se encontraban de patrulla en la calle 63 cuando escucharon una voz temblorosa pero fuerte llamando «¡Oficiales! ¿Oficiales?». Una mujer mayor corrió hacia el medio de la calle, dirigiéndose directamente a ellos.

—¡Oye, oye! ¡Por la esquina! —Él señaló con su brazo hacia el paso peatonal—. Vamos, señora, va a resultar herida.

Un taxi casi la impacta mientras llegaba al otro lado. Cuando él y Riley corrieron hacia ella, estaba girando hacia un lado para pasar entre dos coches estacionados, aún tratando de alcanzarlos.

—¿Podemos ayudarle, señora? —Ella aún no miraba dónde iba y se tropezó con el bordillo. Riley la sujetó de los brazos para ayudarla a encontrar el equilibrio.

Sus ojos estaban fijos en el rostro de Edward, su expresión honesta y abierta. Ella se inclinó y susurró, «¿Zsa Zsa Gabor sigue viva?».

Edward se meció sobre sus talones por un momento. La mujer estaba vestida adecuadamente con una bata de casa y un fino suéter, y parecía limpia y bien cuidada. Aunque él sabía que, incluso si el exterior estaba bien equipado, el interior podría ser un desastre.

—Creo que la Srta. Gabor sigue con nosotros, señora —dijo Edward, tan pacientemente como si estuviera hablando con su pequeña prima Charlotte—. ¿Vive por aquí cerca?

Una expresión de alivio se asomó por el rostro de la mujer.

—Oh, gracias a Dios. Estaba tan preocupada por ella. —Su voz bajó aún más—. Ese príncipe con el que se casó es un completo canalla. Le dije que no se juntara con él, pero ella no escuchaba. —Soltó un suspiro exasperado—. Por favor, ¿podría ver cómo está? Aún estoy muy preocupada.

—Me encantaría. ¿Dónde vive usted? —preguntó de nuevo—. Si me dice su nombre puedo hacerle saber que voy de su parte.

Una voz sonó desde el otro lado de la calle.

—¡Agnes! Agnes, ¿qué estás haciendo? —Una mujer con uniforme de enfermera bajaba apresuradamente las escaleras de una casa adosada—. ¡No debes salir afuera sola!

—Gracias, oficiales. —Ella lucía genuinamente preocupada y avergonzada. Una identificación con el nombre Sra. Pat Callahan se encontraba al frente de su uniforme.

—¿Conoce a esta mujer? —preguntó Edward.

—Sí, la cuido durante la semana. Soy una enfermera a domicilio. —Su identificación incluía el logo de una agencia de enfermería.

—¿Dónde vive Agnes? —preguntó Riley. La Sra. Callahan señaló a la casa adosada, y entonces sacó una tarjeta laminada de su bolsillo con la foto y dirección de Agnes.

—¿Esto ha pasado antes? —preguntó Riley.

La Sra. Callahan puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza.

—Desafortunadamente, sí. Tengo esto conmigo en todo momento a pesar que espero no tener que usarla jamás. Simplemente fui al armario en busca de mi suéter así podía sacarla afuera, y ella desapareció. Es más rápida de lo que uno piensa.

Ella colocó un brazo alrededor de Agnes y gentilmente la dirigió hacia la esquina.

—Tenemos que irnos ahora. Daremos ese paseo del que estábamos hablando.

Agnes actuó como si no hubiera escuchado a la enfermera. Caminó lentamente hacia Edward, su expresión casi juvenil con su expectativa.

Él colocó sus manos en sus hombros y le dio un suave apretón. Esta podría ser cualquiera que amo algún día.

—Escuche a la Sra. Callahan —le instruyó—. Ella está aquí para cuidarte. Me agradas y quiero que estés bien. Zsa Zsa también estará preocupara por ti. ¿Me prometes que no saldrás fuera sola?

—Está bien —dijo ella, luciendo ligeramente avergonzada. Él sabía que esa promesa desaparecería de su memoria así como todo lo demás.

Ella jaló de su brazo una última vez, como si lo que estuviera a punto de decir fuera muy importante.

—Desearía ser tan fuerte como tú —susurró.

Su corazón casi se rompió ante sus palabras quejumbrosas.

—Creo que eres muy fuerte, Agnes —dijo—. Solo… por favor, ten cuidado. ¿De acuerdo?

Ella le dio una última sonrisa fantasmal antes de darse la vuelta.

—Eso podría haber resultado mucho peor —observó Riley. Antes que Edward pudiera siquiera asentir de acuerdo, su radio comenzó a graznar con instrucciones para dirigirse a la avenida Lexington, donde había un reporte de un niño muerto.

—Demonios —masculló Riley. Era la llamada que cada oficial esperaba nunca recibir.

El despachador les dio la dirección exacta y Edward confirmó su ubicación. Corrieron por varias cuadras hacia Lexington. Varias patrullas estacionaron hasta en doble fila, sus sirenas haciendo eco hacia la gran avenida.

Una joven caminaba de un lado a otro frente a la dirección que les habían dado, sosteniendo su teléfono celular en la mano. Su cabello rubio suelto y su mochila la hacían lucir como una estudiante universitaria. Edward suponía que debía tener alrededor de veinte años. Estaba llorando, su rostro rojo y manchado. Lloró aún más cuando vio a Edward y a Riley.

—¿Señorita? ¿Qué sucede? —preguntó Riley, acercándose a ella cuidadosamente.

La chica señaló unas escaleras que llevaban a un apartamento sótano.

—Acababa de llegar a casa de clase y lo encontré… lo vi —dijo. Apartó la mirada, sollozando.

Al final de las escaleras, acurrucado en un rincón, había un niño no mayor que un bebé. A juzgar por la ropa, era un pequeño niño; estaba sucio, sin zapatos. Parecía que podría haber estado durmiendo, acurrucado y en silencio.

Oh, por Dios santo, no. El pecho de Edward se contrajo, su corazón lleno y rompiéndose. Dudaba mucho que el bebé estuviera con vida. Ningún niño permanecía tan quieto.

Movió a un costado el cuello de la camiseta del niño. Había moretones violetas, quizás hechas por un adulto o algún tipo de ligadura. Conteniendo la bilis que subía por su garganta, colocó su índice y dedos del medio sobre el cuello del niño. Como temía, no había pulso.

Edward sabía que no debería tocar nada más porque los detectives y los forenses necesitaban examinar la escena, pero no pudo evitar acariciar la cabeza del niño suavemente.

—¿Quién te hizo esto, cariño? —susurró—. ¿Qué enfermo podría lastimarte? —Su aliento se estaba acelerando cada vez más.

Los otros oficiales que habían llegado en patrulla lo observaban regresar a la calle, con apariencia tan solemne como él se sentía. Riley estaba hablando con la joven, que seguía sollozando. Edward la escuchó decir que era una estudiante de la Universidad de Nueva York que vivía en el apartamento sótano con una compañera de piso. Había llegado a casa después de clase y encontrado el cuerpo.

—¿Lo reconoces de tu edificio? —preguntó Riley.

—No lo creo. No me parece conocido.

—¿Alguien en tu edificio tiene un hijo de esta edad? —Edward observó mientras ella pensaba con cuidado.

—No lo creo, pero no puedo decirlo con seguridad. Acabo de mudarme aquí para la universidad.

Riley anotó sus respuestas.

—¿Cuándo saliste de tu apartamento?

—Alrededor de las diez a.m. esta mañana.

—¿Viste algo sospechoso?

—No. No había nada en ese espacio excepto por hojas viejas y un poco de basura.

—¿Qué hay de tus compañeros de piso?

—No sé si están en casa aún. No he ingresado. —Ella echó un vistazo al bebé y su labio inferior tembló—. Lo vi y llamé a la policía de inmediato.

—Eso estuvo bien. Hiciste bien en no esperar. —Edward le dio unas palmadas a su brazo—. Los detectives estarán aquí en cualquier momento, y se harán cargo de la investigación. Necesitarán hablar contigo. ¿Crees que podrías ir a la estación con ellos?

—Eh, claro, si me necesitan.

Edward echó un vistazo a su alrededor para ver si los detectives habían llegado. Sin excepción, cada uno de sus compañeros oficiales lucían ceñudos y pálidos. La rutina formal en una escena del crimen estaba ausente aquí. No había nada que pudiera ser dicho, no había palabras para posiblemente corresponder la silenciosa indignación de una vida perdida cuando la víctima era tan inocente. Cualquier conversación, excepto para dar información, era inútil, o peor, irrespetuosa. Era como si el funeral del niño ya hubiera comenzado. En efecto, así era.

Riley llevó a la chica universitaria hacia una patrulla para poder ser llevada a la estación, mientras que Edward facilitaba su conversación a un oficial de civil. Él no podía evitar llevar la mirada hacia las escaleras. Él había visto la muerte antes, pero esta era la primera vez que había estado involucrado en una investigación de asesinato de un bebé. Todas las muertes eran sombrías, a veces incluso repugnantes; así que Edward había llegado a comprender que a veces la vida terminaba de la manera menos justa posible. Esto, sin embargo, era más que un asesinato; era el peor tipo de robo. Le robaba la vida a una joven víctima; y para todas las personas que habían estado en contacto con el cuerpo del bebé, borraba cualquier fe de que los humanos jamás podían ser así de crueles.

En momentos como este, Edward quería que su rol fuera la responsabilidad de alguien más. Mejor aún, quería la habilidad de realmente arreglar algo, una dicha que él con poca frecuencia tenía en el trabajo. Aquí, eso era casi imposible de todos modos, a menos que él hubiera desarrollado la habilidad de regresar en el tiempo y rescatar al niño de quien fuera que había hecho lo imperdonable.

Edward observó la acera, sus manos en sus bolsillos, antes de levantar la mirada y examinar cuidadosamente todo sobre él, los edificios y el cielo. Él estaba obedeciendo un instinto no relacionado a su trabajo policial, así que no estaba buscando un sospechoso. Estaba buscando a alguien más.

—Cuida de él, Garrett —susurró.

Edward sabía que lo haría. Garrett siempre había escuchado a su hermano mayor.

Él pensó en su propia paz, o incluso si podría encontrar una ahora, en este momento. Había solo dos posibilidades.

Edward se alejó de la multitud de personas y llamó a Bella. Él sabía que estaría en casa a estas horas.

—Hola. —Ella parecía sorprendida de escucharlo—. ¿Qué pasa?

—Hola. —Él soltó un suspiro largo—. ¿Crees que podrías venir a mi apartamento más tarde?

—¿Esta noche? ¿No trabajas?

—Sí, estoy de guardia hasta la medianoche. Simplemente… —Edward se quedó en silencio—. Ah, olvídalo. Es demasiado tarde. Tienes que trabajar mañana.

—No, Edward, espera. —Ella jamás había escuchado esta tensión en su voz—. ¿Qué pasa?

—Estoy teniendo un día increíblemente horrible y retorcido. La única cosa que podría mejorarlo es verte esta noche, incluso por un momento cuando llegue a casa. —Suspiró—. Mira, no te preocupes por eso…

Bella lo interrumpió.

—Yo misma he tenido un día horrible también. Y quiero verte. Iré.

Él soltó un suspiro.

—Nena, si pudieras, significaría mucho para mí. Me encantaría.

—Con una condición —bromeó ella.

—¿Cuál?

—Pasaré la noche allí.

—¿Acaso tienes que preguntar? —Finalmente, ella escuchaba la sonrisa de vuelta en su voz.

—Toma el tren cuando quieras y espérame. Estaré en casa ni bien pueda —dijo antes de colgar.

Le dijo a Riley que tomaría su descanso para cenar y se dirigió en dirección a la calle 53 Oeste, trotando ligeramente la mayoría del camino. Una cosa sobre ser un policía: cuando alguien te veía corriendo hacia ellos con una mirada intensa en tu rostro, se salían de su camino sin darte ninguna actitud neoyorquina.

Cuando Edward llegó a la entrada del Museo de Arte Moderno, subió de a dos escalones a la vez. El guardia de seguridad le asintió y el guía le saludó con la mano, reconociéndolo como el sobrino de Maggie. La escalera no estaba tan abarrotada a esta hora, así que fue capaz de llegar al quinto piso muy fácilmente.

Dobló en el rincón, conociendo su camino, habiendo estado en esta exhibición un par de veces ya. Colgando a una corta distancia se encontraba la pintura famosa de Edvard Munch, El Grito, sus brillantes pasteles un marcado contraste para la figura boquiabierta y macabra en el medio. El clásico Expresionista fue alquilado al MoMa por varios meses.

Edward estudió la cabeza redonda del personaje central y la manera en que las manos encajaban a los lados del rostro, como si estuvieran moldeados a este. Los dos hombres bosquejados en el fondo ignoraban el horror inidentificado a pasos de ellos. Un atardecer con tonos naranja y amarillo reforzaba la normalidad de todo menos el gritón. El ruido entre la silenciosa obra de arte le daba voz a todo lo que Edward sentía en ese momento. Él había creído que su piel se partiría debido a la presión que la contenía, pero el gritón lo tomaba todo y lo soltaba por él.

Se quedó con la pintura por alrededor de diez minutos, hasta que se sintió más tranquilo y listo para regresar a su guardia. De salida, pasó por un estante que contenía los folletos del museo, uno de los cuales llamó su atención. Tomó una copia, la dobló tres veces y la metió en su bolsillo trasero, abotonándolo así no se caía.

Bella tomó un tren nocturno a Brooklyn y llegó al apartamento de Edward alrededor de las nueve p.m., pensando que leería y le haría compañía a Mookie hasta que él llegara a casa. Ella abrió la puerta con la llave extra que Edward le había dado y se dirigió directo a la cocina. Dejó un par de cannolis en la mesa de la cocina, y entonces se acomodó en la sala con los libros que había traído.

Cuando Edward llegó a casa alrededor de la una a.m., ella estaba completamente dormida en el sofá, con unos shorts pijama y una camiseta con tirantes, una manta alrededor de sus hombros. Ella aún seguía sentada pero su cabeza estaba inclinada hacia un costado, y un libro se encontraba en su regazo. Él cerró la puerta silenciosamente y se quitó los zapatos bajo la mesa ratona.

Se arrodilló en el suelo frente a ella y movió el libro a un costado. Silencio excepto por un leve suspiro, deslizó sus brazos alrededor de su cintura, apoyando su cabeza en su regazo. La reconfortante suavidad de su piel facilitaba que sus ojos se cerraran, y él inhaló su aroma a perfume y sudor.

—¿Mmm? —Ella se despertó y se estiró—. Oh, estás en casa.

Él asintió.

—Casa. —Giró la cabeza y presionó su rostro contra los muslos de ella.

Ella rio y frotó sus nudillos por su cabeza.

—¡Edward!

Cuando él no se movió o respondió, simplemente se quedó allí con el rostro escondido, ella sabía que algo iba mal. Él no se quedaba callado por mucho tiempo, o no cumplía si insinuaba a algo relacionado con el sexo. Enterrar su rostro entre sus piernas de otro modo sería el comienzo de un juego previo largo y delicioso.

—Edward —dijo de nuevo con un tono de voz completamente diferente. Él finalmente levantó la cabeza, y a pesar que sus párpados se cerraban con agotamiento, ella podía ver que sus ojos brillaban, húmedos y emotivos.

—¿Qué pasa? —preguntó ella suavemente.

Él se levantó y se sentó a su lado en el sofá, acercándola.

—Tuvimos un niño muerto hoy, un bebé, quizás de dos años. La peor cosa. —Él frunció el ceño con dolor, como si doliera siquiera pensar en ello, y pasó una mano por su rostro.

—Oh, diablos. Aw, no, cielo. Lo siento mucho —susurró ella—. ¿Qué pasó? —Ella frotó sus hombros y pecho, tratando de encontrar una manera de reconfortar con sus caricias.

—Recibimos una llamada por el cuerpo. Una chica lo encontró… Cielos, ella era una niña. Estudiante universitaria. Riley y yo tuvimos que revisarlo. Alguien dejó a un niño de dos años al final de unas escaleras. Estaba muerto. —Edward miró fijamente la pared frente al sofá—. Supuse que era reciente. Los forenses lo confirmaron.

»—Tuvimos que interrogar a la chica que lo encontró, y ella estaba bastante destrozada. Pero le fue bien. Nos ayudó a reducir muchas posibilidades. Parecía que él no vivía en el edificio así que no pudimos encontrar a sus padres o algún familiar de inmediato. —Parecía que estaba divagando, recitando horribles detalles de la investigación para evitar la desgarradora realidad de esto—. Nos dio mucha información, a pesar que ella estaba hecha un desastre. Pero todos… hicimos nuestro trabajo. Solo espero que encontremos…

Cuando su voz se detuvo, Bella se movió hacia su regazo, de frente a él, colocando sus piernas a sus costados. Más lágrimas llenaban sus ojos, rematando su expresión agotada y desconsolada.

Acarició su rostro con sus dedos delicadamente, pasando por sus pómulos, su frente, y entonces los pasó por su cabello. Ella no podía tocarlo lo suficiente, tratando de compensar físicamente por lo que él estaba sintiendo por dentro.

—Lo harán —dijo ella, suave pero firme—. Sé que los encontrarán. No se detendrán hasta que lo hagan. Es la mejor manera que puedes ayudar a ese pequeño niño. Honrarás su recuerdo. —Lo besó suavemente, tratando de transmitir su fe en él, como él lo había hecho tantas veces por ella.

En unos momentos, sus besos se volvieron más calientes. La boca de Edward en la suya se sentía desesperada, casi brusca, como si estuviera buscando olvidar el día con cada presión de sus labios.

Bella se separó de él, y mientras la expresión de dolor y sorpresa de Edward casi quebraba su corazón de nuevo, ella se puso de pie de todos modos, tomando sus manos y jalándolo para ponerlo de pie. Una expresión de comprensión pasó por su rostro mientras ella caminaba hacia atrás y lo llevaba hacia la habitación.

Sin una palabra, ella desabotonó la camisa de su uniforme y la deslizó por sus hombros. La sostuvo en sus manos y con reverencia besó su placa antes de doblarla y colocarla sobre su cómoda. Una lágrima finalmente se escapó y rodó por la mejilla de él. Ella la quitó cariñosamente, susurrando palabras de consuelo y aliento. Por primera vez desde la mañana, todos los pensamientos de sus propias preocupaciones en el trabajo desaparecieron. Se concentró en el hombre frente a ella. Con cuidadosa resolución, desabrochó su cinturón y bajó su cremallera.

Él se quitó los pantalones, y ella cuidadosamente los colocó sobre su camisa. Con un suave jalón, ella comenzó a levantar el borde de su camiseta pero antes que pudiera ir más lejos, él la detuvo. Tomó sus manos en las de él y las giró, besando sus palmas, con ojos fuertemente cerrados contra las visiones que lo seguían perturbando. Ella sostuvo su rostro, acariciando sus mejillas con sus pulgares, su propia mirada cariñosa y preocupada.

Bella cruzó los brazos y se quitó la camiseta, desechándola a un lado. Deslizó sus manos por debajo de la camiseta de él, frotando su espalda, y entonces presionando la punta de sus dedos contra su piel antes de levantar la tela de algodón y retirarla de su cuerpo.

La respiración de Edward se volvió pesada, casi jadeante. Él se quitó los calzoncillos, una apresurada desesperación tomando poder sus movimientos. Todo menos brusco, él desabrochó su sostén y le sacó las bragas, besándola en la boca y el cuello, mordisqueando y mordiendo como si quisiera tragarla, o encontrar una manera de absorber el consuelo que solo ella podía ofrecer.

Sus manos se detuvieron en sus pechos, sujetándolos, rozando la punta de sus dedos por sus pezones. Él estuvo en silencio excepto por el ocasional suspiro o suave sonido que se escapaba del fondo de su garganta mientras presionaba su boca contra el cuello de ella. Bella no podía decir si era alivio o dolor. Ella deslizó sus manos por su espalda, su vientre y entonces más abajo, tratando de tranquilizarlo y excitarlo al mismo tiempo, mostrándole que lo quería.

Se movieron a la cama, y Edward se cernió sobre ella, encontrando su mirada. Lo que vio allí —profunda compasión y cariño reflejando hacia él, castaño a verde— llenó su corazón y sacaba cada emoción que lo había recorrido desde el comienzo de su día. Él había presenciado el final de dos vidas muy distintas y diferentes durante una guardia de ocho horas. Una nunca tuvo la oportunidad; una tenía todo, pero lo perdió por una horrible anomalía de la naturaleza. Con todo lo que ello conllevaba, esta era la única manera de terminar su día sin sentirse como si estuviera volviéndose loco.

Pasó sus manos por el cabello de ella por unos segundos antes de que sus labios buscaran su boca. Sus besos se volvieron más bruscos, más fervientes, su lengua más demandante. Moviéndose entre sus piernas, se deslizó contra ella, meciendo sus caderas y esperando su respuesta. Bella separó más sus rodillas, alcanzando su ritmo así que, con el siguiente movimiento, se deslizó dentro de ella con un gemido.

Fue rápido, inmediato, y duro. No fue como las otras veces cuando no se habían visto por días y prácticamente se aferraban al otro contra el colchón. No había risas o ligereza; la verdadera dulzura era saber que ella podía darle esto a Edward, y era suficiente. Esta noche, necesitaba liberar todo dentro de ella.

Edward se balanceó sobre su codo derecho mientras su mano izquierda se movía a lo largo del cuerpo de ella, sujetando y apretando cada espacio de piel que podía alcanzar. Embistió en ella duro, casi sin pensar, como si estuviera sacando todo de él follando. Pero ella gritó con su propio placer más de una vez, y eso lo incentivó hasta que se corrió, jadeando y gimiendo, su cabeza enterrada en el cabello de ella.

Él comenzó a moverse para salir de ella, pero ella lo detuvo.

—No —susurró—. Quédate. —Ella lo sostuvo allí hasta que él salió con un gemido satisfecho. La besó gentilmente ahora, ternura llenando el vacío donde la tristeza y la impotencia se habían evaporado, al menos por el momento.

—Nena. Mía. Mi chica —masculló él mientras acariciaba su mejilla—. Gracias.

Ella guió la punta de sus dedos a su boca y los besó.

—¿Por qué?

—Por estar aquí esta noche. Por venir a pesar de que era muy tarde. Juro por Dios que jamás hubiera atravesado esto sin ti.

Ella hizo a un lado las palabras usuales que se asomaban en su garganta —por supuesto que lo hubieras hecho, eres tan fuerte— y las dejó con la Bella del pasado. En cambio, lo jaló hacia ella en un abrazo fuerte.

—Estoy tan contenta de que me llamaras. No hubiera querido que estuvieras solo después de un día como este. —Ella se echó hacia atrás de nuevo así se encontraban frente a frente—. Siempre, siempre hazme saber cuando me quieres. Estaré aquí —dijo, casi en lágrimas.

Por primera vez en la noche, Edward sonrió un poco.

—Te vas a arrepentir de eso.

—Jamás —contestó ella, su voz baja pero fuerte. Sostuvo su rostro en sus manos—. Jamás. Estaré aquí para ti cuando sea que me necesites. —Porque me necesitas, y eso podría ser el regalo más grande que me podrías dar.

—Ah, cariño. Has capturado mi corazón. —Deslizó un dedo a lo largo de su brazo, su costado y su cintura, e incluso su pierna. Él se movió de arriba abajo, a lo largo de su cálida piel, una conexión que odiaba dejar. Sonrió de nuevo, con más facilidad ahora.

—Siempre has sido tan bueno ayudándome a verme a mí misma de manera más favorable —dijo Bella—. Y siempre siento que no puedo darte nada a cambio. Puede que no sea capaz de decirte las cosas que evitarán que la muerte de un niño suceda de nuevo, sabes que eso sería una mentira de todos modos, pero puedo darte mi mente y mis oídos, y mis brazos, y… —Movió sus caderas de manera sugestiva—, el resto de mi cuerpo. Y esto también. —Colocó su mano sobre su corazón, queriendo que él sepa a lo que se refería, aunque temía decir las palabras en voz alta.

Él la observó en silencio, su mano deslizándose por su cuello así podía sostener el costado de su rostro y acercarlo a él para besarla.

—Cuidaré muy bien de eso. Cuidaré muy bien de ti. —Él captó su labio inferior entre los suyos, succionando de este gentilmente antes de abrirlos para tener más acceso a su boca. Se movió así estaba cerniéndose sobre ella.

—Sé que lo harás. Confío en ti —susurró ella. Edward no tenía idea de lo mucho que él había querido escuchar esas palabras hasta que las pronunció. Y fueron dichas en su cama, donde ella había dado un gran salto de fe a principios del verano. Sus palabras eran más valiosas porque no era algo que ella decía con facilidad o ligereza.

—¿Sabes que nunca querría que fueras alguien más que tú? —preguntó ella—. ¿Sabes que también estás a salvo conmigo? Significa mucho que supieras, desde el comienzo, lo mucho que necesitaba eso. Quiero que sepas que te lo daré también. Siempre te daré eso.

—Lo sé —dijo, presionando dentro de ella de nuevo, más lento pero no menos necesitado—. Lo sé.


Subí una nueva traducción por si quieren echarle un ojo.

Qué tengan lindo día :)