Tímidamente, deslizó los dedos por el espejo por unos instantes hasta que el reflejo le mostró unos pómulos planos, un mentón redondeado, una corta y rebelde cabellera azabache y unos ojos redondos color esmeralda. Sentía pena de su aspecto, no se veía como un auténtico guerrero. Ni por sus facciones ni por su físico, delgado, delicado y pálido, concentrado en un metro setenta. Pero ahí estaba, en un mundo nuevo, muy lejos de su auténtico hogar.

¿Y cómo llegó hasta ahí? Por obra de Bloom. Ella tuvo la tarea de investigar unos reportes de varios artilugios mágicos que estaban de camino a su mundo de crianza. Así fue que su destino chocó con el del Buró de Estudios Sobrenaturales, ridiculizada agencia secreta inglesa que seguía la misma pista. Mientras el hada entendía que la amenaza era real, los agentes con colores como nombres clave creían que todo era parte de un tonto montaje. Esa hipótesis se esfumó muy rápido, con unos simples hechizos.

No era habitual para los humanos ver algo así, que rompiese toda ley lógica establecida. La magia y las criaturas fantásticas eran sólo elementos de obras de ficción o creencias infantiles e inocentes. El propio buró lo sabía, y con experiencia de sobra. Fundado bajo la consigna de dar respuesta a eventos relacionados con OVNIs, fantasmas, criaturas sobrenaturales, demonios, investigaron miles de casos a lo largo de las décadas y casi todos arrojaron resultados similares.

Salvo uno, que se reflejaba en el más joven de los agentes de campo, de nombre clave Agente Rojo. Damian Miller.

Su curiosidad innata, alimentada por años de relatos fantásticos de aventuras, le llevó en su tierna infancia a acercarse a la zona de impacto de un pequeño destello rojizo, a poco más de un kilómetro del orfanato en el que vivió desde su nacimiento. Dentro de un polvoriento cráter encontró el artefacto que hizo que su vida diese un vuelco de 180 grados: un pesado mandoble, plateado, con un hilo rojizo brillante que dividía estilizadamente la hoja en dos. Solo tuvo que sujetar su espiga escamosa por unos momentos para que su alma se uniese al metal en un explosivo y caótico ritual.

Entre los oficiales de policía y bomberos que acudieron al lugar se encontraban varios agentes del buró, que lo rescataron y llevaron a las paredes anticuadas de una mansión victoriana londinense. Ahí creció, se desarrolló, estudió, tuvo sus primeros intentos de amistad y aprendió a manejar mínimamente la espada. Los agentes le estudiaron a diario de la forma más cuidadosa posible, sin invadir su privacidad ni ejercer presión, sin causar daño o incomodidad. Así notaron sus altas capacidades para atraer el calor, manipularlo e incluso absorberlo, sin sufrir ninguna clase de daño. Esto se combinaba con el uso del mandoble, que el chico era capaz de hacer aparecer y desaparecer a voluntad, como si fuese una extensión de su cuerpo. Cada que otra persona lo intentaba tomar, simplemente se volvía cenizas.

Poderes así debían tener un origen mágico, Bloom prometió respuestas a Damian si le apoyaba con su misión. Él aceptó, junto al resto de los agentes. La operación fue en extremo discreta y no duró más de dos semanas, deteniendo a unas hechiceras renegadas y recuperando todo el material.

En la Tierra solo obtendría dudas y temores. Mientras más se expusiera al exterior, más fuerzas oscuras estarían detrás de él. Lo verían como una amenaza a la que aniquilar o un sujeto del cual estudiar su potencial belicoso. La única opción sentada: La Dimensión Mágica. Su extraña e improvisada familia le dejó ir, con la promesa de que regresaría para dar un extenso "reporte de campo" de ese nuevo mundo. Llegó a la mansión en silencio y se fue de la misma manera.

Magix fue su destino, capital de la dimensión y sitio en el que se encontraba la famosa escuela de especialistas de Fontana Roja. Pasaría desapercibido entre los miles de estudiantes que acudían cada año, y que le provocaban una horrible ansiedad social de tan solo verlos reunidos en la cafetería. Aún no procesaba la fascinante idea de que todos ellos provenían de diversos planetas. En el otro universo era sencillo, ahí existía la propina Magix, Melodía, Linphea, Solaria, Zenith y muchos más. Todos con vida, con historias, costumbres y culturas distintas. De no ser por Sky y sus amigos estaría más perdido que un paralítico en el espacio.

Si, cuando estaba nervioso sus analogías eran terribles.

Todas las historias de magia, fantasía, aventuras y caballería con las estuvo obsesionado desde pequeño se verían potenciadas por haber sucedido en la realidad. Eran eventos históricos que se estudiaban en las escuelas. Una pena que las epopeyas se contasen no desde la epicidad y el dramatismo, sino desde el realismo aburrido. Tantos nombres, eventos, estrategias, causas y consecuencias. Poco pudo captar entre todo ese mar de información.

Y esa no era la peor parte. A pesar de su sobrehumano talento, en los entrenamientos físicos daba pena. Sobre todo en los duelos con Sky o Brandon, hábiles espadachines con muchísima más experiencia. En más de una práctica se le escapó una rafaga de fuego que ellos esquivaban casi sin despeinarse, recibiendo luego un regaño por el "accidente". La ausencia de control de sus habilidades piroquinéticas causaba más duda que certeza.

Al menos contaba con Timmy, el genio tecnológico, que lo apalizaba pero en los videojuegos, y con Helia, al que le contagió su tradición británica del té de la tarde. Y para completar el quinteto estaba Riven. Ese era un caso aparte.

El típico chico malo y frío con el que antagonizó casi de inmediato. Sabía que Magix no era su sitio, no hacía falta que alguien más se lo repitiese. Y menos con ese tono socarrón. Pero nunca cedió a las ansias internas de golpearle la cara. Eso era poco decoroso, innecesario.

Pero lo que más le molestaba de él era… Musa. Su "relación" con esa chica sufría de mil vaivenes, con una toxicidad que iba en aumento. Incluso él, cuya experiencia amorosa era nula, entendía que algo andaba mal. De todas las parejas del equipo de especialistas, era esa la más inestable, la que resaltaba por las incómodas discusiones. ¿Por qué no cortar todo en seco y que cada uno fuese por libre? ¿Por qué le preocupaba tanto un par de desconocidos de un universo que apenas conocía?

— ¿Por qué te interesa tanto? — Interrogó Helia. Él iba vestido como todo un caballero, ya que tenía una cita con Flora. Damian, en cambio, llevaba aún la vestimenta de la academia, reemplazando la capa por una alargada vaina en la que guardaba el mandoble. — ¿Acaso sientes algo por ella?

— No entiendo la pregunta. — sincera la respuesta de parte del terrícola, que recogía el juego de té que acababan de utilizar. No sabía si considerarlo un amigo, pero si confiaba en él. Un poco.

— Que si estás enamorado de ella. — respondió sin pelos en la lengua esperando una reacción abrupta del contrario, tal vez por asombro o nervios. Nada de nada.

— ¿Enamorado en qué sentido? — pregunta honesta de parte de Damian, cuya cabeza ladeó ligeramente.

— ¡Pues en el único sentido que hay! No es normal que estés tan pendiente de ellos.

— Solo me preocupo por Musa. Es normal, creo yo, sentir eso por alguien.

— Por alguien que no conoces. Hasta donde sé, jamás han hablado. — Helia se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la pared. Jamás imaginó que los humanos fuesen tan raros.

— Es empatía básica, no lo pienses tanto. — ademán sutil hizo con la mano, restándole importancia a la situación. Helia solo echó una pequeña risa y meneó la cabeza de lado a lado.

— No puedo creer que no sepas lo que es el amor, ESE tipo de amor.

— ¿Qué tan extraño es? — Damian imitó el gesto de su colega y alzó la mirada, rememorando el techo repleto de posters de su dormitorio en la mansión. — No tuve una figura paterna o materna, o amigos en los que confiar. Los que me cuidaron estos años, en el fondo, me tenían miedo. Intentaban ser cordiales, cercanos, amables, pero lo notaba.

¿Cómo se sentía el dulce abrazo de una madre? ¿El cariño de un padre? ¿La complicidad de un colega? ¿El primer beso de una enamoradiza niña en la tierna infancia? Damian ignoraba todo aquello, incluso la presencia de Helia, que le hizo volver a la realidad presionando el hombro con su diestra. Ahí vio su sonrisa, siempre tranquila y amena. El especialista no podía entender del todo muchos de los detalles de su crianza y el efecto que causó en él, pero lo intentaría.

— Si quiero tomar un té mañana contigo no lo haré por miedo, sino porque me cae bien, y estoy seguro de que no seré el único. Tienes que relajarte y poner tus ideas en orden, solo así entenderás qué es lo que sientes por Musa.

— Ya te lo dije, empatía básica.

— Mh, eso ya lo veremos. ¿Y las gracias?

— Te las daré mañana. Creo que estás llegando tarde.