Capítulo 45 Asalto al tren
Link escribió tres notas muy simples, y al terminar, imprimió el sello en ellas. Solo había escrito una frase: Hagan caso a este mensajero. Y lo firmó con su nombre completo y su rúbrica más seria. Fue todo un logro, teniendo en cuenta que la única superficie en la que se pudo apoyar fue el tronco cerca del regato.
Laruto había traído pescado ya seco, que compartió con los pelícaros. Ópalo, el pelícaro de Kafei, era como su dueño, y no se peleó por su cabeza. Saeta, a quien solo un poco de carne había hecho revivir, ahuecó sus plumas y peleó con Topaz para conseguir el mejor trozo. Saltarín ni siquiera se acercó, se puso a perseguir un saltamontes por la hierba. Jason lo miró, entre risas.
Zelda se acercó a él, para darle el documento. El chico se lo metió dentro de la chaqueta. Tanto él como los ornis no estaban nada felices en ser los mensajeros, pero Link y Medli habían sido claros. Su papel era importante, y necesario.
– ¿Y qué haréis con Reizar? ¿Dónde irá montado? – preguntó Vestes.
– Irá con Kafei en Ópalo, y Nabooru llevará a Leclas. De todas formas, soltaremos a los pelícaros pronto – aclaró Zelda –. Solo los necesitaremos hasta salir del Bosque Perdido.
Cuando Zelda le dio la carta a Jason, le miró un buen rato. El chico se sintió incómodo, pero entonces la Heroína le hizo una pregunta:
– Oye, ¿tienes familia en Ordon?
Jason guardó la nota dentro del bolsillo de la chaqueta.
– Ahora, no, pero mis abuelos eran de allí. Cuando nació mi madre, heredaron una granja en Términa y por eso se fueron a vivir a la costa… – Jason se irguió y preguntó entonces –. ¿Por qué me lo pregunta, capitán?
– Ah, por nada, por nada… Cuídate, ¿vale? No hagas tonterías, que tienes muchos hermanos que mantener.
Jason sonrió. Aún no partirían, lo harían en cuanto amaneciera. Su pelícaro no podía volar en la oscuridad, pero los hermanos ornis se esperaron para acompañarle un trozo del camino, antes de separarse.
Cuando Zelda regresó de hablar con Jason, se encontró al grupo de sabios y ornis cenando alrededor de la hoguera. Link le pasó una pata de conejo asado. Lo hizo sin ninguna mueca de asco, lo que era un gran cambio en el rey. Zelda se lo agradeció con un beso rápido, que no pasó desapercibido porque a la vez se escucharon suspiros, risitas y hasta un "iros a una posada" de Leclas, seguido de carcajadas.
– Mira que están melosos los dos – comentó el shariano, mientras se sentaba al lado de Nabooru.
– Sí, les interrumpimos la luna de miel – bromeó Nabooru, para explicarlo a Laruto. Esta sonrió y dijo que, según las leyes zora, ya estarían prometidos. Esto hizo que tanto Zelda como Link se separaran un poco y se sonrojaran.
La conversación fue de nuevo al plan, que Zelda explicó mientras masticaba con ganas el trozo de conejo. Al terminarlo, no se atrevió a preguntar si había más. Sin que tuviera que pedirlo, Link le tendió otro trozo. Zelda susurró un "gracias", y Link, muy colorado, siguió masticando la seta asada. Nadie bromeó, porque los dos procuraron no mirarse, y también porque Kafei dijo que echaba de menos el guiso campesino de su esposa.
– Ah, eso me recuerda… Disculpad, amigos míos. Llegaron estas cartas al frente, y os las hemos traído – Laruto abrió una bolsa que tenía, impermeable, y tendió un sobre a Kafei y otro a Zelda.
La chica rasgó el suyo, un poco temerosa, pero enseguida sintió alivio. No fue nada comparado con el de Kafei. El granjero se sentó, la carta en las manos, con una enorme sonrisa, pero los ojos llenos de lágrimas. Leclas se la quitó, porque Kafei no decía nada. Zelda guardó la suya, cogió la mano de Link y dijo:
– Kafei es ya padre de un niño, sano.
El grupo entero estalló en aplausos y felicitaciones. Kafei los aceptó, y Reizar dijo entonces que se alegraba de haber traído la petaca. La abrió y ofreció al aturdido padre. El granjero estaba muy pálido, y el alcohol le dio algo de color. Leclas rechazó compartir la petaca, y en su lugar, levantó una pata de conejo para proponer un brindis. Kafei contó el resumen de su carta, muy parecida a la que Radge había enviado a su hija. El niño se había adelantado un mes, pero era grande y fuerte. Maple estaba bien, el parto no había sido complicado, solo un poco largo, ayudados por una vecina que hacía de comadrona entre las vecinas, y también por Liandra, que se había quedado con la granjera para ayudarla igual que Radge.
– ¿Sabes cómo se va a llamar? – preguntó Medli.
– Antes de marcharme, decidimos que, si era niño, tendría de nombre Terry, por mi padre… Como ha ayudado mucho, Maple ha decidido llamarle Terry Radge Suterland, en honor al señor Esparaván. Le ha nombrado su padrino.
– ¡Eh, que ese iba a ser yo! – se quejó Leclas.
– ¿Y si hubiera sido niña? – Nabooru tomó la petaca y dio un trago, antes de que Leclas le dijera que era muy joven para beber así, se la quitara y se la pasara a quien tenía más cerca, que era Jason. Este, todo azorado, se la pasó a Reizar.
– Um… Dudamos mucho… Entre Nalea, Viana, como la madre de Maple… Y también consideramos el de Zelda – Kafei miró a esta última, que le sonrió.
– Me alegro de que sea niño, mi nombre siempre me ha parecido muy adulto. Cuando era niña se burlaban un poco de él, me llamaban… – y se detuvo. Link la miró fijamente, y le puso la mano sobre la rodilla –. Zelda la Cerda.
Tras unos segundos de silencio, Leclas soltó una ligera carcajada.
– Prefiero Zanahoria, es más poético.
– Seguro que lamentaron llamarte así, pecosa – Reizar también se echó a reír.
– Oh, sí. Desde luego, os puedo decir que esos no tienen que preocuparse del nombre que les van a poner a sus hijos. No creo que puedan tenerlos – y atacó la carne de la pierna con el mismo apetito que antes.
Cuando la comida, la escasa bebida y la conversación fueron decayendo, se dieron cuenta de que era tarde. Organizaron las guardias, y entonces tanto Zelda como Link se enfadaron. No les habían tenido en cuenta.
– Somos muchos, de sobra, y vosotros seguro que no habéis descansado – dijo Leclas –. Dejad que nos ocupemos nosotros, id a dormir.
Y señaló al árbol que tenía la cueva, que debió ser la casa de alguien hacía mil años. Leclas había puesto una puerta, tosca, pero que cumplía su función. Zelda se asomó, y se encontró con que sus amigos habían dispuesto una cama grande usando hojas y una manta. En un alarde de creatividad, habían colocado un montón de hojas y plumas con forma de corazón. Laruto tocó unos compases del arpa, y de algún lugar del bosque surgieron luciérnagas falsas, como orbes de luz. Flotaron en el aire hasta entrar en la cabaña, dejando una tenue luz.
Zelda iba a girarse y usar unas cuantas palabras malsonantes en labrynness, cuando Link la retuvo. Dio las gracias, y dejó que cerraran la puerta tras de ellos.
– Por eso insistieron en que era mejor trasladar el campamento al lado del regato, no por Laruto. Serán… – susurró la chica.
– Déjales. Nos hacen un favor. Así podemos hablar – Link acarició un mechón rojo.
– Hablar, seguro… Luego dicen que las pelirrojas labrynnesas somos fogosas, pero no se quedan atrás los reyes paliduchos – Zelda tocó una de las luces, y recordó la luciérnaga que vio en el interior del Árbol Deku. Ahora que lo recordaba, se dio cuenta que justo después apareció en el laberinto con la chica. ¿Era esa luciérnaga del futuro? Estaban en pleno invierno, estarían hibernando…
Link, colocado a su lado, le dijo:
– Ha pasado algo más ahí dentro, ¿verdad? Algo que no me quieres contar.
– Eres demasiado observador.
– Te conozco bien – Link se acercó un poco más. Zelda no le rehuyó. Al contrario, la chica le rodeó con sus brazos y le abrazó. No trató de besarle, ni de arrinconarle, y él no hizo nada más que corresponder al abrazo. Estaba más interesado en escuchar su historia que en otra actividad.
– Ya sé qué era Killian – susurró. Link se apartó, asintió y escuchó, sin interrumpirla.
Poco a poco, Zelda le contó lo que había visto en el interior del Árbol Deku, de cómo Killian apareció y se transformó en una especie de hada, muy parecida a Sombra. Cuando le contó que todos los héroes vivían de algún modo eternamente, en la espada, Link frunció el ceño, pero no dijo nada. Zelda pasó a contarle el encuentro con la chica de pelo oscuro (la futura portadora del Triforce del Valor, por lo visto, dijo Zelda, con una mueca), y de cómo trató de ayudarla. Link contuvo la risa, pero al final se le escapó una carcajada.
– Menuda profesora estás hecha…
– Era una loca imprudente, meterse, así como así, sola en una mazmorra… Sin remedios, sin nada para guiarse…
– No más loca que cierta chica que se coló de polizón en un barco para cruzar el mar y llegar a Hyrule – dijo Link –. O esa otra chica que se dedicaba a robar a viajeros para dar de comer a niños, y esa otra que se metió en el Templo del Fuego para luchar contra un dodongo sin saber nada ni llevar más que su espada…
Mientras habían estado hablando, los dos se habían tendido en el lecho que les habían hecho. Resultó ser muy cómodo. Contemplaron las luces que Laruto había creado para ellos. Emitían una luz suave, y flotaban igual que luciérnagas. Algunas eran azules, otras verdes y otras rosadas. Bajo esta luz, Zelda perdía sus pecas, y Link parecía más pálido. La chica se giró, apoyó la cabeza en el pecho de Link y murmuró:
– Eh, pero llevaba una brújula. Y me dejaron una túnica ignífuga.
– Y en el Templo del Agua…
– La escama del doctor Sapón y su gancho. No era tan loca… Aunque no puedo culparla. Seguro que estaba muy preocupada por su hermana. Ojalá la encuentre, y estén bien…
Link se estaba quedando dormido, podía notarlo porque el corazón le latía más despacio y respiraba de forma profunda. Antes de cerrar los ojos, Link la rodeó con los brazos y la retuvo contra su pecho.
– Sensata y al mismo tiempo, impulsiva. Extraordinaria, como la primera vez que te conocí. Vestida de skull kid, con semillas ámbar lloviendo del cielo.
– Dudo mucho que te enamoraras de mí entonces, llevaba una máscara – dijo Zelda. Link no respondió, porque ya estaba dormido. La chica le dio un beso en los labios, de forma delicada y le susurró "felices sueños, amor mío".
Ella, en cambio, permaneció despierta la mayor parte de la noche, siendo testigo de cómo el hechizo de Laruto fue desapareciendo poco a poco, de los ruidos del bosque, del crujido de la madera de los árboles, retazos de conversaciones de los que estuvieran de guardia aún, de la noche pasando al día.
La llanura de Hyrule, o más bien, lo que quedaba de ella. Cerca de la meseta desde la que el rancho Lon–Lon había dominado el lugar, el grupo observó la destrucción. Lo hacían en el linde del bosque, agachados. Zelda calmó a Saeta, que estaba inquieto. Habían tenido que hacerle volar muy bajo, junto al resto, esquivando las ramas de los árboles y con cuidado de no quedarse atrapado. Link había enseñado a Medli la balada del bosque, y la princesa orni había tocado esa balada cuando los árboles le impedían el camino. Al son de la música, las ramas se apartaban, el tiempo suficiente para que pasaran volando en sus pelícaros. Link VIII les seguía convertido en una bola, tirando con el resto de la cadena de metal de un carro improvisado, donde estaba Laruto. Lo había construido Leclas, con los restos de la vieja casa.
– Para algo tenía que servir mi poder, ¿no? – dijo, una vez terminó de construirla.
– Bastante útil es, y más que lo va a ser – fue la contestación de Zelda, tras darle una palmada en el hombro.
Ahora estaban allí, justo al anochecer. No tenían pensado parar a descansar. Cuando la noche anterior habían escuchado el plan de Zelda, los sabios se miraron entre ellos y pensaron seriamente que la primer caballero estaba loca. Link de hecho le preguntó si estaba segura, y ella dijo que era lo mejor que se le ocurría, y que estaba dispuesta a escuchar otro plan para atravesar la llanura.
Nadie pudo sugerir otra cosa. Así que sí, iban a llevar a cabo lo que Zelda había llamado "asalto al tren".
En la oscuridad, la máquina que había creado Zant recorría sobre los raíles. Era fácil ver por donde iba, porque ademas de soltar humo negro por su chimenea, el interior tenía luz. El ruido que hacía era como el de miles de guardianes, solo que tenían un ritmo constante. Zelda hizo una señal a Link VIII y este asintió. Rodó hasta colocarse en la vía. Por si acaso, usó su poder de protección, y se quedó bien quieto. El tren no era como los guardianes, no se movía solo. Alguien debía de estar subido a él, manejándolo, porque cuando vio la gran roca en la que se había convertido Link VIII, el tren fue frenando.
Podían ver la maquinaria, más de cerca. Zelda les había descrito una especie de casa rodante. Vista de cerca, era más estrecha que una casa, larga y toda de metal. Tenía los mismos dibujos y formas que los guardianes. Detrás, enganchados con cadenas, había varios cajones gigantes, cada uno lleno de distintos materiales: carbón, metal y otro con lo que parecía tierra. Desde donde estaban, escucharon la algarabía que solían hacer los goblins cuando hablaban entre ellos. Un orco, de los que tenía un solo ojo, se bajó de un salto. Caminó con pasos lentos, armado con una gran pala cuadrada. Por su expresión de enojo, parecía que había hecho esto antes, que ya se habían encontrado con obstáculos en las vías. Era lógico, con una guerra y un arca arrojando cuerpos y otras cosas, podría ser.
Mientras el orco se acercaba, el grupo se subió al tren, por donde pudo. Reizar, Medli y Nabooru por el lado izquierdo, Zelda, Link y Kafei por la derecha, y Laruto con Leclas por detrás. La zora tocó una tonada, que ahogó el sonido de sus pisadas. La maquinaria hacia tanto ruido que nadie escuchó la música. Una vez se subieron, Zelda silbó, y los pelícaros aterrizaron sobre los carros. Zelda saltó y alzó la Espada Maestra: los goblins ya les habían visto. Treparon corriendo, y atacaron al grupo. Link se ocupó de los goblins arqueros, lanzando él sus flechas. Frente a la maquinaria, el otro Link VIII lanzó el puño y mandó al orco al bosque, rompiendo troncos. Unas garudas descendieron al ver que habían atacado el tren, pero para Nabooru fue muy sencillo librarse de ellas. Leclas, Reizar y Zelda se ocuparon de pelear para ir acercándose a la maquinaria principal. Link se quedó atrás con Medli y Kafei para protegerle. La princesa orni usaba su poder con el arpa para unirse a Laruto, que ahora tocaban una canción que ralentizaba a los enemigos.
En poco rato, el grupo entero había subido a la parte principal. A Zelda le sorprendió que era como una habitación, grande. Al fondo, había una estufa, y mucho carbón alrededor. Leclas lanzó el cuerpo del último goblin por la ventana y se giró hacia Zelda.
– Ahora, a ver si puedes averiguar como ponerla en marcha – ordenó, mientras sacaba la cabeza por la ventana. Lanzó una semilla de luz, de las pocas que Leclas había traído consigo, y todo el grupo supo que ya habían alcanzado la primera parte del plan.
Link apareció subido sobre Saeta. Topaz y Ópalo entraron tras ellos. Nabooru se bajó del suyo y anunció que no quedaban garudas cerca, pero podrían aparecer más. Leclas no la escuchó, estaba concentrado en las palancas.
– Se mueve igual que mis golems, con esto. Necesita mucho carbón, por eso llevan esas cajas atrás. Las voy a llamar "vagonetas". Voy a necesitar a alguien fuerte que me esté pasando carbón…
– Me ocupo yo – anunció Link VIII, sentado en el montón más alto de carbón.
– Vale, el resto… – Zelda volvió a meterse –. Atentos. Medli, Link, vosotros vigilad el lado izquierdo. Nabooru y Laruto, el izquierdo, Kafei la retaguardia, Reizar y yo al frente. No se para hasta llegar al Monasterio de la Luz.
Y para dar por terminada las instrucciones, lanzó una semilla ámbar a la chimenea, mientras Leclas se ocupaba de accionar la palanca. El Sabio del Bosque sabía lo que tenía que hacer: manejar aquella cosa llamada tren a toda velocidad. Dejaron un pasillo libre para que Link VIII pudiera rellenar la caldera. Sus manos eran tan grandes como palas y más fuertes aún. Eso sí, acabó quedándose cada vez más negro. Leclas se quitó la túnica y se quedó con la camisa, que se le pegó al cuerpo. Hacía mucho calor allí dentro. En las vagonetas, se podía respirar. Zelda tomó una buena bocanada de aire, y dejó que el viento le despeinara. Vio a Link, le sonrió y este le devolvió el gesto, aunque le salió algo torcido. No le gustaba volar, y parecía que tampoco le gustaba este vehículo. "Conclusión, no le gusta moverse" pensó, con una sonrisa.
Se le pasó pronto. Vieron que la incursión no había pasado inadvertida. Empezaron a surgir distintos monstruos de la llanura, y todos se dirigían hacia el tren. A caballo, subidos en garudas, o en unas cosas enormes que parecían sapos con pinchos. Zelda recordó que Sombra les habló de ellos. Era más útil atacar a distancia con las flechas de Link, el boomerang de Kafei y el rayo de Nabooru. Medli usaba sus poderes para crear una coraza que los protegía, y cuando se cansaba, Laruto se unía a ella. Reizar y Zelda se miraron.
– Ven, tú y yo vamos a rellenar estos barriles – y Zelda tomó uno y metió en él carbón y pólvora que había en un gran baúl. No hizo falta que le dijera nada a Reizar. El mercenario cerró la tapa del primero y, tras tumbarlo, le dio un patada y lo lanzó fuera del tren. Zelda lanzó una semilla ámbar, y esta, al chocar hizo que el barril estallara. Eliminó a uno de esos sapos, y también a un grupo de goblins que se acercaban subidos en unos caballos hechos de hueso.
Sin embargo, tres goblins subieron. Armados con lanzas, Zelda y Reizar lucharon juntos, esquivando sus ataques. Cuando terminaron con ellos, el mercenario cogió una de ellas y Zelda le imitó: ahora tenían armas más largas. Así les resultó más fácil derribar a los enemigos que se escapaban del ataque del resto. Mientra tanto, Leclas se concentraba en mantener la máquina activa y aumentar la velocidad. Hubo un momento en el que iban tan rápido que los pelicaros se acurrucaron en un rincón, encogidos, y Zelda y Reizar tuvieron que agarrarse a lo que pudieron, para evitar caerse a las vías.
Aunque estaba inmersa en la pelea, Zelda de vez en cuando miraba hacia las vagonetas. Link se sostenía, disparaba, y le escuchó gritar que se quedaba sin flechas.
– ¡Zelda! ¡Ocúpate de esta palanca! – gritó Leclas. El shariano se apartó, miró hacia unos trozos de hierro y madera y, con el poder del sabio, construyó una veintena de flechas. Se acercó tambaleante otra vez al horno, sonrió, y retomó la palanca. Zelda se ocupó de llevarle las flechas a Link, y este lo agradeció.
En el exterior, el aire era más fuerte, y se sorprendió de que el grupo fuera capaz de mantenerse en pie. El cielo estaba rojizo, y el vapor negro que soltaba la máquina les estaba tiñendo las ropas de gris y negro. Los rostros estaban todos oscurecidos, con las señales de chorretones del sudor.
– ¡Ya se ve, el Monasterio de la Luz! – gritó Link VIII. Zelda se asomó, y sonrió.
– ¡Voy a frenar! – gritó Leclas.
– ¡No! – Zelda se acercó corriendo, a tiempo de evitar que moviera la palanca.
– ¡Vamos muy rápido! ¡Si no frenamos, con esa curva tan cerrada, nos saldremos de los raíles y nos estrellaremos contra el monasterio!
Zelda sonrió. Con el rostro lleno de hollín y sangre de los enemigos, nunca le había dado tanto miedo a Leclas como en ese momento.
– Eso es lo que haremos. ¡No frenes, y prepárate para saltar!
Regresó corriendo a las vagonetas e hizo una señal, con la última semilla de luz. Antes de empezar la tarea, les dijo que cuando ella la hiciera, debían subirse a los pelícaros y salir volando en parejas. Link VIII usaría su poder para protegerse a sí mismo y a Leclas. Zelda dio un salto cuando Saeta pasó cerca, con Link ya subido en él, Kafei estaba sobre Ópalo y Nabooru en Topaz. Medli cogió a Laruto, y Reizar se subió a la espalda de Link VIII.
La máquina empezó a temblar. Sí, ya se veía el Monasterio de la Luz. Estaba rodeado de esas criaturas como sapos gigantes, pero, por un extraño motivo, no se movieron. Se transformaron en hielo algunos, otros en piedra, y otros desaparecieron en un agujero negro que se abrió a sus pies. "Sombra" susurró Zelda. Dio un grito a Link VIII y este cogió a Leclas con sus manazas, se encogió e hizo aparecer la aureola naranja de protección.
Por unos segundos, la máquina flotó en el aire, como si ya no estuviera pegada a las vías. Soltó fuego por sus ruedas de metal, incendiando la escasa y seca hierba que ahora era lo más común en la llanura. Flotó unos segundos, para luego caer en medio de su humareda gris. Se estrelló contra el muro del monasterio. Cuando eso pasó, Link abrazó a Zelda por la cintura y le escuchó murmurar "perdón, Saharasala".
La máquina estalló, en una oleada de fuego y trozos de metal que Saeta pudo esquivar, aunque la onda explosiva hizo tambalear al grupo. Vio que Medli perdía altura, y que Kafei salió disparado hacia un lado. Nabooru le siguió, para ayudarle. Link VIII, con las figuras de Leclas y Reizar dentro de la burbuja, se convirtió en un balón que fue dando botes y rodando hasta golpearse con el muro, apenas unos metros más lejos del lugar donde la maquinaria había abierto un boquete.
Zelda sonrió. El plan había sido una locura, pero se alegró de que se le ocurriera. Mientras la Espada Maestra estuvo clavada en el pedestal dentro del Árbol Deku, tuvo tiempo más que de sobra para pensar. Se quedó dormida, tras ocurrirse el plan, y al despertar, tenía sus nuevas ropas y la Espada brillaba.
Era el momento, el de poner fin a Zant y su locura. A Kandra y su locura.
A la suya propia.
Cuando Saeta tomó el suelo, Zelda le gritó que se marchara. Le arrojó un trozo de carne, que se había reservado, y le volvió a gritar que no volviera.
Los sabios se congregaron alrededor de Zelda. Excepto un golpe que tenía Kafei en el brazo, porque le dio un pedazo de metal, y Medli, que parecía agotada, el resto estaba bien. Medli tocó una canción e hizo que lloviera sobre Laruto, para tenerla fresca otra vez.
– Los míos no podemos estar tanto tiempo fuera del agua, y, además, este lugar… – la sabia miró alrededor. Link se puso a su lado, y estrechó los ojos.
– Hay un aura maligna – dijo el rey.
– Debemos entrar. Seguro que Zant ya sabe que andamos por aquí – Zelda avanzó, y sintió que Saeta seguía allí, mirándolos –. Que te marches, tonto. Que esto es peligroso para ti y para los pelícaros. Huid.
Ninguno se movió.
– Bien, pues quedaos, pero fuera, eh… – Zelda se giró, dándoles la espalda –. El resto, seguidme. Esto se acaba hoy, y aquí.
