Capítulo 48. Defensa

Muchos años atrás, Saharasala caminaba por esos oscuros pasillos. Nunca había necesitado llevar farol o antorcha, se había movido con habilidad en ellos desde que fue seleccionado para ser el siguiente abad y su predecesor, un gran mago que llevaba el mismo nombre que un Sabio de la Luz, Rauru, le enseñó los múltiples secretos de las cámaras y del Monasterio de la Luz, asentado sobre las ruinas del antiguo castillo.

– Ser el abad implica tener este conocimiento – le dijo a su entonces joven acompañante.

El rey de Hyrule, Link V Barnerak, que solo había jurado su cargo un año antes, le acompañaba con paso torpe. No estaba acostumbrado a tanta oscuridad, ni al olor. Se había quejado al principio. Ahora, caminaba con un pañuelo apretado sobre su nariz, y sostenía una antorcha. Saharasala se preguntó entonces si no estaría guiándole demasiado pronto, si no podría esperar a que fuera mayor. La respuesta le llegó enseguida: el rey tenía muchas obligaciones. Solo conseguía que le dedicara plena atención a esta tarea cuando convencía a los demás de que necesitaba una semana de descanso y aislamiento en el monasterio, donde nadie le molestaba.

Si era o no digno de esta tarea, era algo de lo que Saharasala estaba muy seguro. El rey había superado el Mundo Oscuro, salvado Hyrule junto al primer caballero, y había regresado con unas habilidades mágicas y un conocimiento profundo. Puede que fuera joven, pero estaba listo para aprender más.

– ¿No sería mejor que le mostrara todo eso al futuro abad? – preguntó entonces él, con la voz ahogada tras el pañuelo. Recapacitó su pregunta y dijo, alarmado –. ¿Es que te encuentras mal? ¿Tienes que nombrar sucesor…?

Saharasala respondió entonces:

– Por muy sabio que yo sea, lo cierto es que soy mortal. He vivido mucho, y algún día, más cercano que lejano, me iré. Y lo haré tranquilo si sé que un hombre muy sabio y bueno tendrá este conocimiento y lo pasará. Ese será usted, alteza.

– Pero aún no soy un hombre… – susurró el rey.

– Todo llegará, alteza. Usted recorrerá estos pasillos, con la misma familiaridad que yo, y usará lo que aquí se oculta con inteligencia y sabiduría. Sabrá lo que tiene que hacerse, sin vacilar. Estoy seguro de ello.

Y Link, cinco años después, casi el doble de alto que entonces, con la misma corona ciñendo sus sienes, recorrió el camino de sus recuerdos. Escuchaba aún cada una de las explicaciones de Saharasala. Había sido capaz de guiar a Reizar hasta el Filo del Espíritu, y ahora iba en busca de otra arma que esperaba que fuera igual de útil, y que era lo que él necesitaba.

Las palabras de Saharasala resonaban en su interior, y unas eran aún más fuerte que otras. "Incluso su oscuridad es luz, alteza". Siempre creyó que era porque, como todos, pensaba que Link era un ser de luz incapaz de sentir odio, envidia o enfado. Él sí sabía que sentía todo aquello, a veces con una fuerza que le dejaba enfadado consigo mismo. Intentaba disfrazarlo con capas de humor, de seriedad, de concentración, pero claro que se molestaba. Ahora, mientras caminaba por esos pasillos, sin necesidad del pañuelo para soportar el olor, más preocupado por el destino de los sabios que por él mismo, sabía a qué se refería Saharasala.

Igual que sabía lo que pretendía Kandra, y Zant… Y como se podría solucionar todo. Había mandado a Reizar con el Filo para terminar con Devian. ¿Por qué a él? Porque era el único del grupo que no era un sabio ni un elegido. Sonaba cruel, y se odió por ello, pero era cierto que, si él no estaba en la batalla final, si Devian le hería o dejaba incapacitado, no sería un problema. En cambio, Zelda debía llegar al Templo del Tiempo. Las imágenes doradas, las líneas, le mostraron a Zelda delante del espejo de Devian, por lo que sabía que Reizar se encontraría con ella.

Era como la guerra, como cuando sobre el mapa ordenaba mover las tropas de un lado a otro, estando él sentado sin hacer nada.

Pero no, era, además del rey, el líder de los sabios. Tenía un papel que cumplir.

Llegó por fin a la sala. Sacó la flauta de la familia real. Puede que su poder con ella hubiera disminuido, pero aún podía ejecutar hechizos. El de curación, a veces funcionaba. Con la ayuda de Medli había sido capaz de hacer magia en conjunto. Ella solía decir que la corriente de poder de él era más fuerte que la suya, pero lo cierto es que la princesa orni tenía una habilidad con el arpa y una conexión con un avatar poderoso. Que Saharasala la hubiera escogido como Sabia de la Luz era una forma de decirle que estaba más que preparada para el puesto.

Colocó los dedos en los agujeros, como siempre había hecho, sintiendo el familiar peso. A medida que crecía, tenía que doblar más los brazos, y le costaba mover los dedos con la misma agilidad. La flauta estaba pensada para una mujer, le habían dicho siempre que era un objeto que heredaban las mujeres de la familia Barnerak, poseedoras de un poder espiritual. Sin una hermana que cumpliera esa misión, se la habían asignado a él, sin tener mucha fe en que tuviera algún don. Si hubiera sido un príncipe común, como todos sus antepasados, habría llegado al monasterio, habría tocado la canción en la sala, y se habría vuelto, sin más.

Y no había sido así, porque él tenía ese poder espiritual, como portador del Triforce de la Sabiduría.

"Sigo teniendo. Él nos lo dijo: ese poder siempre estará con nosotros. Por fin lo comprendo. Gracias, Saharasala, por todo lo que me has enseñado"

Se llevó la flauta a los labios y tocó la Canción del Tiempo. En esos oscuros y fríos pasillos, la música resonó con eco. ¿Habría un enemigo dispuesto a atacarle? No, no tan lejos.

La pared se abrió, y de forma automática, se encendieron algunos pilares. Formaban un círculo alrededor de un pedestal. Sobre un viejo cojín lleno de polvo, encontró flechas y un arco dorado. Se acercó, guardó la flauta en el estuche de la espalda, con la mirada fija en los objetos.

Conocía las flechas. Después de su aventura en el Mundo Oscuro, Saharasala le dijo que como Sabio de la Luz podía fabricar más, pero necesitaba tiempo para eso. Esos años transcurridos desde entonces, Saharasala había logrado hacer solo 5 flechas. Link reconoció el arco. Nunca se preguntó qué le pasó. Tras derrotar a Urbión, Link y Zelda se vieron transportados a mitad del mar, donde les rescató Kaepora Gaebora, y despertaron una semana más tarde, en el monasterio, sin nada encima excepto las ropas de novicio. Zelda conservó el Escudo Espejo, pero él perdió el arco. Supuso, entonces, que se le había caído en el mar o en el Mundo Oscuro. Saharasala le sacó de su error un par de años más tarde, cuando le mostró esta cámara.

El Arco de Luz. Dorado, con adornos blancos con formas de espirales. Dejó el que le regaló Zelda, con un susurro le pidió disculpas. Acarició la madera dorada, recorrió los detalles en blanco, y, con cierta reverencia, lo levantó de su cojín. Se lo enganchó en el cuerpo, y tomó las flechas de luz, nuevas. Las guardó junto a las que también las que le había dado Reizar, y esto le trajo el recuerdo de la primera vez, de cuando Saharasala le dio este arco, y lo que sucedió después.

Ahora sí, había llegado el momento. Tendría que moverse rápido, y llegar a la Sala del Tiempo.

Por suerte, conocía esos pasillos tan bien que podía recorrerlos a oscuras. Se había entrenado a conciencia, usando los métodos que empleaba Saharasala para guiarse por ellos. Había acabado en el agua en más de una ocasión, oliendo tan mal que tenía que alargar sus estancias en el monasterio de la luz para que no le llamaran Link V el Apestoso. Pero había merecido la pena, todo porque al final, resultó ser su salvación. Y la de su reino.

Caminó con la mano apoyada en la pared, siguiendo las runas. Si se equivocaba o desorientaba, volvía hacia atrás, pero eso ocurrió en una ocasión. Los pasillos estaban silenciosos, nadie le molestó. También era cierto que nadie le estaba buscando. No llegó a la Sala del Tiempo por el camino usual, sino que se desvió para subir al lugar donde, en tiempos en que esa cámara era frecuentada por ciudadanos, hechiceros y monjes, se subía el coro. Era un lugar pequeño y estrecho, pero suficiente para poder tener una buena vista de toda la sala.

Apretó los labios al asomarse por la pequeña ventana en forma de rectángulo. Sí, veía el pedestal de la espada. Alrededor, estaban los otros pedestales, que contenía cada uno de los medallones. Ahí se habían guardado, puesto que Saharasala le contó que los medallones solo servían para encontrar a los nuevos sabios, que de algún modo siempre estaban implicados en la búsqueda de esos objetos. Se movió un poco, y pudo ver que cada sabio estaba allí. Tiempo atrás, cuando Zelda y él dejaron los medallones en sus lugares, fueron apareciendo como si fueran fantasmas. Sin embargo, estaban ahí de verdad. Alrededor de cada sabio había una jaula de cristal. Vio a Laruto, a Link VIII y a Medli: estaban inconscientes, flotando en la prisión. Conocía ese hechizo, Aganhim le encerró en un sitio parecido. ¿Cómo le liberó Zelda? Hizo que el hechicero le soltara.

No, dudaba mucho que Zant pudiera ser convencido de eso.

Para poder ver a todos los sabios, Link fue moviéndose, en busca de un mejor ángulo. Y entonces se vio a sí mismo, dentro de unos de esos cristales. Delante, una persona con una gran máscara de lagarto le gritaba, siseando palabras llenas de veneno. El sabio más cercano era Kafei, y este golpeaba el cristal y gesticulaba, desesperado, aunque desde fuera no se escuchaba nada. El granjero tenía el rostro amoratado, una herida muy fea en el brazo derecho, que dejaba manchas de sangre en el cristal de su prisión.

La persona enmascarada se encaró hacia el Sabio de la Sombra. Link vio cómo se quitaba la máscara, y, tras gritarle a Kafei que se estuviera callado, le lanzó algo que solo soltó un vapor negro y rojizo a la vez. Kafei rebotó con violencia en el interior de la prisión, hasta quedar flotando como los demás, con los ojos en blanco. Estaba perdiendo mucha sangre.

El hechicero que le había atacado se giró entonces para mirar el pedestal en el centro. Al hacerlo, Link tuvo que taparse la boca. Se lo habían dicho muchas veces, tanta que estaba harto de escucharlo. Que era igual que él, que tenía su misma cara. Zelda había sido quién mejor le había descrito. Igual, pero como si hubiera bebido ácido en lugar de un buen té. El rictus de asco en la boca, que le trajo recuerdos de su madre, y también los ojos estrechos, enfadado. No, Zant no estaba teniendo un buen día. Y daba gracias de ello a Sombra.

Cuando le volvió invisible, fue para ocupar su lugar, y dejar que el enemigo pensaba que había logrado capturarle. Le dio el tiempo que necesitaba para acceder a las cámaras y traer consigo un arma para contrarrestar el poder de Zant. El tiempo que perdería el enemigo en preparar el orbe de cronomio, llevarlo a la sala, y empezar a extraer de los sabios el poder mágico que necesitaba para levantar, esta vez, la mayor de las arcas que había enterrada en Hyrule.

Porque, gracias al libro que encontraron en el Pico Nevado, Link ya sabía que el antiguo castillo de Hyrule estuvo en el lugar donde antes estuvo Altarea, y que descendió una vez apareció el primer héroe.

Solo que, si lo levantaba, el sello que protegía el portal al Mundo Oscuro, protegido por su madre, y el que mantenía todos los mundos, vigilado por otro ser, serían destruidos. Y, lo peor, es que no solo se abriría la puerta del Mundo Oscuro, sino que la fractura que había roto ya estos portales se haría más grande, y muchos mundos acabarían aquí. Mundos como el de la propia Sombra, un reino de muerte. Y otros aún peores.

Sacó el arco, preparó una flecha y apuntó. Zant volvía a dirigirse a su doble dormido dentro de la prisión de cristal. Recitaba conjuros unos tras otros, sin parar, con la intención de despertarle, pero sin resultado. Link colocó la flecha en el hueco y tensó la cuerda. Tenía un margen muy pequeño, apenas una rendija. Si fallaba, el ruido alertaría a Zant, y tendría que salir huyendo.

Tomó aire, y se concentró. Como cuando hacía magia, debía pensar en algo que le hiciera sentir bien, poderoso. Y esto le llevó a la imagen de Zelda, con la cabeza apoyada en su pecho, escuchando sus latidos cuando pensaba que él estaba dormido. Link fingía, porque le gustaba ver cómo se preocupaba por él. Era su capricho de príncipe mimado, se decía. El momento en que se sentía el centro de la vida de una persona a la que amaba tanto.

La flecha salió disparada. Fue un disparo limpio, perfecto, que cumplió su misión. Lo malo de usar tantas superficies reflectantes es que la luz podía moverse por ellas, y la flecha que había disparado era precisamente de ese material. Flechas de luz, que se reflejaron primero en la prisión de Kafei, luego en la de Leclas. El rayo quebró la superficie de Medli, y rebotó en corto para seguir el camino hasta la prisión que sostenía a Link VIII, más grande que las otras. El estallido lanzó el rayo, un poco más pequeño, hacia Laruto, y por último, impactó en la prisión de Nabooru. La chica despertó por el ruido, y miró confundida alrededor, al mismo tiempo que las paredes de cristal reventaron. Cada sabio aterrizó en su pedestal.

Zant retrocedió un poco, y miró hacia el Link que dormía. Solo que este no lo hacía. Su gemelo le miraba, los ojos ennegrecidos y con una sonrisa llena de colmillos. En ese instante, se desintegró en una nube de vapor oscura y desapareció.

Link, desde el coro, sonrió. Había logrado su parte, estaba satisfecho… Pero quizá se había precipitado. Quizá Zelda aún no había llegado. ¿Y si seguía perdida? Entonces, se dijo, los sabios y él detendrían a Zant.

Este se había quedado en el centro, con una mueca de odio en su rostro. Miró hacia arriba, y vio las ventanas estrechas. Enseguida, levantó las manos y recitó un rápido conjuro. El suelo de la cámara del Tiempo se llenó de un líquido viscoso de color negro, y de él surgieron unas largas manos. Se movían dentro de este líquido, con velocidad. Atraparon a Nabooru, antes de que esta pudiera coger la cimitarra. Fue Leclas quien acudió en su ayuda, usando un resto de cristal a modo de espada, con una empuñadura que su poder de sabio había fabricado. Link VIII protegió a Medli, aún mareada. Kafei intentaba levantar el boomerang, pero el dolor del brazo debía de ser muy fuerte, porque no podía lograrlo. Laruto corrió a su lado y tocó, veloz como solía ser la zora, la canción de curación.

En el centro, rodeada por la masa que había invocado Zant, la esfera de cronomio iluminaba la sala de colores rojo y negro.

Zant se alejó, un poco, de los sabios. Levantó sus manos y de su espalda salieron unos tentáculos hechos de sombra, que se clavaron en las ventanas del coro. Link los esquivó rodando por el suelo, y se ocultó detrás de un banco.

– ¡Sal! – le gritó, con la voz aguda. ¿Tenía él esa voz, cuando se enfadaba? Entendía ahora que no le tomaran en serio muchas veces.

Link apuntó con una flecha de luz. No la disparó, porque Zant se movía muy rápido. No iba a darle, y no podía desperdiciar flechas. Zant no se había quedado satisfecho con atravesar la ventana con un látigo de oscuridad. Lanzó más, agujereó la pared con una veintena de tentáculos, hasta que uno de ellos atrapó el tobillo de Link. Tiró de él, y los ladrillos, en una nube de polvo, cedieron. Con un golpe seco, le golpeó contra el suelo. Aun así, Link aferró bien el arco contra su pecho, con una flecha cargada, y se obligó a mantener los ojos abiertos. Bocabajo, vio a Zant agitarle y gritar a los sabios que se quedaran quietos. Link estiró el arco, y disparó. La flecha de luz salió directa para golpear a Zant en el pecho. Un tiro limpio…

Que fue desviado por una espada de luz azul.

Kandra Valkerion estaba delante de Zant. Las manos oscuras les rodeaban y empujaron a los sabios a sus lugares. Link se vio liberado del látigo. Cayó en el suelo, y se incorporó rápido como pudo. Apuntó con la tercera flecha, pero no llegó a usarla. Kandra estaba frente a Zant, protegiéndole con su cuerpo. Ahora que la veía mejor, con las luces de la sala, las marcas de la magia oscura en ella eran más visibles. Manchas grises se extendían por su cuello y manos.

– Siempre tan servicial, Kandra – dijo Zant, detrás de ella.

– Detened esto. Todos, parad – Kandra gritó, y hasta las manos que parecía descontroladas se quedaron muy quietas. Laruto dejó de tocar, y Kafei se pudo incorporar –. Vamos a intentar llegar a un acuerdo, antes de que haya más sangre derramada, ¿de acuerdo? Vosotros, regresad a las plataformas. Link, guarda esas flechas. No son necesarias…

– Se crearon para detener el mal… Y eso es lo que estamos haciendo todos aquí – dijo Link, sin bajar el arco.

– Eres un rey que escucha a los demás, que es justo. ¿Cierto? Zant y yo nos iremos, pero antes, tendréis que abrir el portal a cualquier mundo. No tiene por qué ser el nuestro, con cualquiera… Y me lo llevaré, lejos. No volverá a hacer daño a Hyrule.

Detrás de ella, Zant soltó una especie de bufido, pero Kandra se giró y le dijo:

– Los sabios están reunidos, nos superan en número. Hay que saber cuándo pelear y también cuando retirarse. Y ya no estás bajo la influencia de ningún demonio. Devian y Vaati fueron derrotados. Podemos marcharnos…

– ¿A dónde, Kandra? A la isla de Narisha, para que me pudra en medio de esa neblina. ¿A otro mundo? Este es el Hyrule que quiero… ¡el que siempre he querido! – el rostro de Zant se arrugó en una expresión de odio capaz de hacer temblar a todos, Kandra incluida. Esta le miraba por encima de su hombro, y volvió la vista al frente.

– ¡Purificadle, y dejará de ser una amenaza! – pidió Kandra a Link. Este tragó saliva y dijo:

– No sé si eso…

– No te molestes, alteza.

Fue Zelda quien dijo esto. Avanzaba, la Espada Maestra apuntando al suelo, el Escudo Espejo en la otra mano, levantado hacia Kandra.

– ¿Estáis todos bien? Siento haberos dejado en la estacada. Cierta pirada creyó muy divertido mandarme a visitar las catacumbas del monasterio – Zelda avanzó hasta colocarse al lado de Link – . Reizar está malherido, así que hay que acabar aquí cuanto antes para salvarle.

– Nos daremos prisa – prometió Link. Levantó un poco más el arco –. Zelda, tienes que…

– Lo sé – apretó bien el mango de la espada –. Tengo que sellar su poder. Es lo que siempre has temido, ¿eh, Zant? Que usara la Espada Maestra para detenerte. Porque en tu mundo, conoces la historia de los héroes, de los elegidos y de los sabios. Sabes que esta espada puede sellar todo poder mágico, como hizo con el señor del Mundo Oscuro.

Kandra negó con la cabeza. Su escudo de luz y su espada protegían a Zant. Este se inclinó un poco a un lado para mirar hacia Zelda. Sus ojos se estrecharon en una rendija.

– ¡No! ¡Tienes que purificarle! – gritó Kandra –. Devian le habrá dejado un resto de magia oscura. Cuando le curéis, os prometo que nos marcharemos…

Los sabios caminaron hasta colocarse al lado de Link y Zelda. Kafei lo hizo un poco renqueante, ayudado por Leclas y por Nabooru. El rey los miró, pero sin dejar de apuntar con la flecha. Zelda mostró el filo de la espada maestra, y esperó a que Link le hiciera una señal. El rey observó la escena, y luego, dijo:

– Dijiste que Zant tenía una forma de volver a vuestro mundo…

Kandra sonrió un poco, aliviada, al mismo tiempo que Zelda susurraba un "pero ¿qué haces?".

– Sí, la máscara que usa, la de lagarto… Le puede ayudar a crear un portal. Es un artefacto del reino del Crepúsculo, le da el poder para atravesar de un mundo a otro. La usará, os doy nuestra palabra.

– No puedo purificarle – susurró Zelda a Link –. No es un monstruo ni está poseído por ningún espíritu. Devian…

Link no llegó a responderle, porque él tenía sus dudas. No tenía tan claro que debían sellarle. Le veía, tan parecido a sí mismo, aunque una versión enfadada con el mundo. Fue el propio Zant quién disipó cualquier duda.

Del pecho de Kandra surgió un tentáculo oscuro. Le atravesó las raras ropas que vestía, que la habían protegido de cada ataque. Con un gesto de sorpresa en sus ojos, Kandra vio desaparecer el tentáculo. Zant, detrás suya, la empujó de una patada y la hizo caer en medio de aquel charco de oscuridad, justo debajo del núcleo. Las manos hechas de sombras empezaron a moverse de nuevo. Se encogieron unos instantes para luego alzarse más altas y con los dedos más largos.

– Me enseñaste a cumplir las promesas, ¿verdad? – dijo Zant, mirando a Kandra, tendida en el suelo –. Pues te dije que, si la veía en esta sala, os mataría a las dos. La quería muerta, la Espada destruida… Y aquí está, como siempre. ¿Queréis saber algo de mí? Odio a las Tres Diosas. Y odio, aún más todavía, la leyenda de los elegidos. ¡No aparecieron! Mi pueblo aún cree que vendrán, que aparecerán y que descenderemos a las tierras prometidas… ¡Y eso pasó en este mundo! Y vosotros lo desaprovecháis, con tanta pobreza y retraso. Siglos adelantados… Y no tenéis nada – Zant caminó por encima del cuerpo de Kandra, que no se movía –. Adelante, atacadme. Que de esta sala solo salga una persona viva, no me importa. Seré yo. Tendré por fin el reino que me merezco.

De la espalda de Zant aparecieron más de esos tentáculos. Al final, en lugar de manos, aparecieron las mismas formas que tenían las patas de los guardianes, con garras de acero grandes y pesadas. Las arrojó, y los sabios las esquivaron. Zelda se interpuso delante de Link y frenó el ataque con el escudo. Solo logró que Zant vacilara un poco. Las manos empezaron a moverse por la sala, intentando atrapar entre sus largos dedos a cada sabio. Ellos luchaban como podían: Nabooru tiraba sus rayos una y otra vez, sin cesar, y Kafei, recuperada parte de la movilidad en el brazo, pudo quemar un par con su boomerang. Leclas se defendía, con los restos que encontraba se fabricaba escudos de piedra o cristal, pero no eran suficientes. Link VIII retenía con su fuerza a algunas, y Medli tocaba y tocaba todos hechizos de ataque conocía: una ventisca de fuego, agua para mantener a Laruto hidratada, olas de viento que arrojaba a las manos lejos o las detenía.

Link usó las flechas normales. Si disparaba justo en medio de las palmas abiertas, las manos retrocedían. También intentaba dar a Zant, pero cuando apuntaba hacia él, los tentáculos de oscuridad le rodeaban y le protegían. A su lado, Zelda lanzaba ataques a toda velocidad, intentando cortar por la mitad aquellas manos, sus cuerpos alargados como brazos. La Espada Maestra las cortaba, pero volvían a surgir, una y otra vez.

Para sorpresa de Link, Zelda había llegado cerca de Kandra, y la arrastró tirando de su brazo, mientras se cubría con el Escudo Espejo.

– Aún está viva – dijo, cuando la dejó a los pies de Link. Entonces le susurró algo.

– De acuerdo, haré lo que pueda – Link dejó el arco y cogió la flauta –. Aunque yo…

Zelda se colocó frente a él, y trazó un arco. El tentáculo de Zant retrocedió, partido en una parte. Link empezó a tocar la canción de curación, y se dio cuenta enseguida que Laruto estaba allí, también tocando. La princesa zora le sonrió, para darle ánimos, y entonces Medli también se unió a la lucha.

– ¿Por qué la ayudáis? – clamó Zant, desde su fortaleza hecha de oscuridad. Ahora que Zelda se fijaba, la forma era la misma que la de un guardián –. Siempre ha sido una sierva leal, aunque no le gustaba la pelea. Os ha traicionado siempre que ha podido.

– ¡Esta pobre loca te quiere, pedazo de inútil! – le gritó Zelda –. ¡Sería capaz de seguirte al infierno, si con eso te salva! ¿Es que no te das cuenta?

Mientras Link, Laruto y Medli curaban a Kandra, Zelda, con el escudo en alto y la Espada preparada, le gritó de nuevo:

– ¡Eres un imbécil! La única persona que te quiere, en este y en mil mundos, y la atacas. No mereces ser rey. Pero ¿qué vas a saber de amor, tú, un maldito príncipe mimado?

– ¿Cómo me has llamado? – Zant se asomó entre los tentáculos.

– Sí, ella me lo ha contado. Que tu mamá te daba todos los caprichos, que te tenía en palmitas. Seguro que no te atolondraba con libros de geografía, ni te hacía escalar una montaña a las cuatro de la mañana… Ah, y sin deberes, como si lo viera. Pobre niño malcriado, que quería su reino lleno de maquinitas, pero como le dijeron que no, se cogió una rabieta…

Mientras hablaba, Zelda iba caminando hacia Zant. Las manos de oscuridad se quedaron quietas, como el mismo Zant. Los sabios dejaron de luchar. Kafei le preguntó a Zelda, cuando pasó cerca, si estaba segura de lo que estaba haciendo, a lo que la chica respondió con un gesto de los hombros. Leclas se puso detrás de Zelda y dijo un: "sí, tiene razón. La cara de todo un malcriado". Link exclamó un "eh", pero Nabooru, a su lado, le puso la mano en el hombro y le pidió que siguiera tocando. Kandra parecía estar recuperándose. Intentaba levantarse, pero aún estaba débil.

– No… No le hagáis… – rogaba desde el suelo.

Zelda la ignoró, o no la escuchó. Tenía sus ojos fijos en Zant. Poco a poco, asomaba el rostro, y después el cuerpo tras los tentáculos.

– Buah, buah, buah… Y como no me dejan construir el tren porque no hay sitio, ni hacer maquinitas de guerra que provocan incendios, ni hacer una guerra… ¡Me voy a otro mundo, a destrozarlo! Cuando ya no quede nada que quemar… ¿Te irás a otro para empezar de nuevo? ¿O te gustará ser el rey de un montón de cenizas y muertos? Ah, no, se me olvida que tienes centauros, orcos, goblins y centaleones… Buena suerte, que yo sepa, solo comen carne cruda, con vísceras y todo. Vas a tener que acostumbrarte a eso toda la vida, porque no creo que sepas ni encender un fuego sin llorarle a alguien...

– ¡Cállate! – Zant lanzó sus tentáculos, y Zelda los esquivó, usando la habilidad para moverse como el viento. Leclas la ayudó, y Kafei también, deteniendo los que lanzaba Zant por los lados.

– Y la culpa no la tendrás tú, claro. La culpa será de tu madre, de ese consejo, de Kandra, de los elegidos… Eres un imbécil, y la verdad, es que nadie lamentará tu desaparición. Solo ella – Zelda dio un salto, echó el brazo hacia atrás y lanzó una estocada circular. Hacía mucho que no lo lograba, pero ahora pudo sentir a todos los héroes con ella. Se formó una oleada de poder, que derribó no solo varias manos, sino también tentáculos. Por fin podía ver a Zant, claramente, al descubierto.

Zelda se agachó, y la flecha de luz salió disparada. Era la tercera, y esta surcó el espacio entre el rey verdadero y el falso. Sin embargo, algo se interpuso, otra vez. Fue la propia Zelda. Se había movido veloz, tanto que los demás no la vieron. Y no fue para salvar a Zant, sino porque alguien se había puesto enfrente.

– ¡Saeta! ¡Márchate, atontado! – le gritó.

El pájaro replegó las alas, pero no se movió ni un poco.

– Parece que le importo a más gente de lo que piensas – comentó Zant, con humor –. Ahora, vamos a retomar esto. ¡Vais a usar vuestros poderes de sabios, ahora!

Mientras Zelda había evitado que la flecha matara a Saeta, bajo sus pies se formó un remolino de oscuridad. La mano que surgió de allí tenía las garras de los guardianes, y varios de sus ojos alrededor del tronco. Empezó a disparar rayos azules, mientras que a Zelda la impulsó hacia el techo y la acorraló allí.

Link se vio rodeado por el aura protectora de Link VIII. Medli dejó de tocar la canción de la curación. Con otro hechizo, logró crear un muro de luz entre Kafei, Leclas y los rayos que salían de esta nueva creación. Zelda, atrapada en el techo, intentó doblar las rodillas. Se impulsó contra el techo, y salió disparada hacia abajo. Con la hoja de la Espada Maestra, fue cortando trozos de esta criatura. Link disparó sus flechas normales, rompiendo los ojos. Nabooru, a su lado, le dijo:

– Mi turno. Ya verás – y acumuló el rayo en sus manos y en la cimitarra de la ira. Gritó a Zelda una advertencia, y esta saltó fuera del pilar en el que se había convertido la mano. El rayo se dividió, en cientos de ellos, y, con un solo movimiento de la cimitarra, los lanzó hacia los ojos de la criatura. Los destruyó de un solo golpe, y la Sabia del Espíritu cayó de rodillas. De la piel le salía vapor.

– Ahora el mío – dijo Kafei. Alzó el boomerang, imitó el gesto de Zelda de echar el brazo atrás, y lanzó el arma. Describió un círculo perfecto, y el ciclón de fuego destruyó las manos que aún quedaban. Estas desaparecieron.

– Y el mío – dijo Laruto, poniéndose en pie. Tocó con el arpa una canción nueva, que sonaba igual que un barco moviéndose sobre las olas. Poco a poco, se formó una ola de espuma, que barrió el líquido oscuro y negro del que surgían las manos.

– Y ahora yo, eh – Leclas había usado el poder de sabio para unir las piezas de las prisiones de cristal, aún distribuidas por la sala. Creó una gran campana, que elevó y dejó caer sobre Zant. El cristal cortó los tentáculos. Zelda aterrizó justo en frente. –. Ahí, quietecito.

– Vaya, yo no he podido hacer nada, goro – dijo Link VIII. El rey le sonrió un poco y le dijo:

– Me has protegido, y te lo agradezco, amigo, pero ya puedes dejarlo.

Kandra se puso en pie, con la mano en el pecho. Ya no sangraba, y miraba consternada.

– Mejor que la tecnosanación – le dijo Link, con un guiño.

La caballero recuperó su bastón pero no sacó el arma. Se alejó de los sabios, en dirección a Zant. Este se había quedado quieto y callado, mirándoles a todos con un gesto de odio y asco en el rostro.

– No puedes hacer nada, Kandra. Él es así. No hay rayo purificador que lo salve de sí mismo – dijo Zelda –. Y tampoco puedo permitir que te lo lleves a otro mundo, donde puede hacer el mismo daño que ha hecho aquí.

– ¿Vais a matarle? – Kandra miró a Zant, atrapado.

– Voy a sellarle – Zelda se interpuso, con la Espada Maestra y el Escudo Espejo preparado –. Si no te apartas, lucharé contigo. Solo nos haces perder el tiempo.

Las dos chicas se miraron fijamente, antes de que Kandra, sin mediar palabra, atacara. Zelda la esquivó, le golpeó en la mano con la parte plana de la espada, y lanzó el bastón con el sable de luz lejos. Sin dejar de moverse como el viento, dio una voltereta hacia atrás, y asestó una patada en la barbilla a Kandra. La arrojó al suelo, antes de pestañear. Sin embargo, Kandra volvió a levantarse. Murmuró un hechizo oscuro, y se formó en sus manos desnudas una nube de polvo negro. Lo lanzó hacia Zelda, y esta se tambaleó, mareada.

Zant miraba alrededor de la prisión donde Leclas le había encerrado. Cerró los ojos, y Link, incluso a esa distancia, sabía lo que iba a pasar. Conocía la expresión. Estaba buscando todo su odio, toda su ira, todo el rencor. Link se puso en pie, y encajó la cuarta flecha. Zelda se deshizo de la nube de vapor, usando un giro de la Espada Maestra.

Justo entonces, Zant gritó su hechizo y los cristales que le habían retenido, estallaron en tantos pedazos que prácticamente se convirtieron en una lluvia de pinchos. Zelda sitió como se clavaban en su piel, y solo por suerte pudo protegerse el rostro y el torso tras el Escudo Espejo. Link VIII amplió su aura, cubriendo desde Link y Laruto, hasta a Kandra y Saeta. Fue lo bastante veloz, aunque Leclas se llevó un corte en un lado del cuerpo.

– ¡Aún tengo poder! ¡Y voy a hacerte tragar cada una de esas palabras! – y Zant, impulsado sobre sus tentáculos, atacó sin piedad a Zelda, una y otra vez. Esta esquivó, golpeó, detuvo. Mientras, Kandra recuperó su arma, y atravesó el aura de Link VIII.

Una de esas manos oscuras tomó el núcleo, que seguía girando y brillando en el centro de la estancia. Zelda lo vio, y gritó a los sabios que debían detenerla. Link apuntó con la flecha de luz, la cuarta, pero no se atrevía dispararla. Zant se movía muy rápido, demasiado, y si fallaba… Solo tendrían una última oportunidad. Los tentáculos y las manos que volvían a aparecer en el lodo negro tomaron el núcleo, y lo rodearon. Zant había crecido, tanto que estaba llegando al alto techo. La masa le rodeaba como una armadura, y el núcleo acabó colocado sobre su pecho. Cada vez más grande, los sabios luchaban con cada tentáculo. Zelda llegó al lado de Link y le dijo:

– Si hunde el núcleo en el suelo, y nos vence, levantará el arca.

– Lo sé – Link apuntó con la flecha –. Pero no tengo forma de darle, no se está quieto. Necesito que le retengáis para tener un disparo limpio. Zelda, solo tengo dos flechas. Si fallo…

– Las Diosas proveerán – Zelda le guiñó el ojo. Había dejado de sangrar, gracias a la canción de curación que tocó Medli.

Los rayos de Nabooru se estrellaban una y otra vez contra el cuerpo. Kafei, en el otro lado de la sala, no se rendía y mandaba el boomerang que le regaló Impa con la mejor de las punterías, dejando tras de sí tentáculos cercenados. Laruto, agotada, descansaba, mientras Medli había tomado el relevo y usaba la magia de su música para curar y todo lo que se le pasaba por la mente. Cristalizó haces de luz, convertidos en material con los que Leclas aprovechaba para crear: espadas, flechas, escudos… Link VIII se dividía entre lanzar sus poderosos puños y crear auras si un aliado perdía el pie y se veía rodeado o en peligro.

La única que no luchaba, que miraba hacia arriba, era Kandra. Se había apartado, buscando por todas partes. Saeta había echado a volar y se había alejado, pero Zelda le veía dando vueltas alrededor de Zant, sin acercarse.

– Saeta también cree que podemos curarle.

Link recordó la visión que tuvo, el sueño que estaba contado desde el punto de vista del pelícaro. La luz del sol, el aire, la risa de felicidad de un niño… Luego miró el rostro cada vez más lejano, deformado por el dolor y la ira. El rostro que era el mismo que el suyo, y a la vez, tan distinto. Vio a Kandra, y sus ojos castaños abiertos llenos de pena y de dolor. Aunque la habían curado, se notaba que apenas podía moverse.

– ¿Crees que podemos intentarlo? – dijo.

Zelda, a su lado, esquivó un tentáculo y lo cortó.

– ¿Y por qué íbamos a hacer eso? Es… Ha destruido todo alrededor, hay que pararle… – Zelda se quedó callada.

Se miraron los dos. Link con sus ojos llenos de bondad y luz, y Zelda con los suyos llenos de decisión, y los dos vieron que tenían, detrás, una duda. Zelda esquivó con el Escudo Espejo, otro tentáculo y dijo, tras soltar un hondo suspiro:

– ¿Recuerdas cómo usé la espada, cuando me rescatasteis del Bastión de Killian? Necesité un rato para concentrarme, y este maldito no va a parar.

– Menos mal que tienes 6 guerreros a tu lado – dijo Link, con una sonrisa.

Medli los miró, asintió, y empezó a tocar una tonada. La princesa orni empezó a soltar por sus plumas una luz dorada. Los sabios se reagruparon, alrededor de Zelda y de Link. Tambaleante, Kandra se acercó, pero no sacó sus armas.

– Vamos a intentarlo… Si no le purifico, al menos le haré daño – y Zelda levantó la Espada Maestra, igual que hizo cada vez que la habían bendecido, igual que cuando purificó a Brant o destruyó el núcleo del Bastión de Killian. Los sabios a su alrededor y Link, con flechas normales, mantuvo a raya los ataques de Zant. Kandra también se unió a ellos, con la mirada llena de esperanza.

La Espada Maestra se convirtió en un rayo, que iluminaba la sala de colores rojo, azul y verde, alternativamente. Zelda sintió como desde arriba todos los héroes se unían a ella, y también, el filo que vibraba. Era como si el espíritu dentro cantara. Una voz interna, suya y también de todos los héroes le dijo que ya podía intentarlo, y así lo hizo. De la Espada salió un rayo, un arco azul que recorrió la distancia y se clavó en Zant.

Este ni se quejó. Estaba tan cubierto de su masa oscura que no lograba llegar a él. Zelda soltó una maldición.

– Necesitaría… Darle a él, en su interior, pero con tanta mierda que lleva encima…

– Es miasma de magia oscura – dijo Kandra –. Usa el cronomio del núcleo para alimentarlo, por eso está creciendo tanto. Tenéis que destruir el núcleo.

Link miró su arco, y luego a Zelda. Esta había hecho lo mismo. Sin hablar, Zelda silbó y Saeta apareció a su lado. El pelícaro los miró, sus ojos ambarinos llenos de desconfianza, pero Zelda le dijo:

– Vamos a intentar salvarle, aunque no se lo merece. Necesitamos tu ayuda – y le acarició la cabeza, para tranquilizarlo –. Link, sube.

– Os daremos tiempo, para que no pueda derribaros – dijo Kafei.

Saeta se elevó en el aire. La criatura llena de miasma en la que se había convertido Zant era tan alta que estaba resquebrajando el techo. Mientras Zelda y Link se elevaban sobre Saeta, los seis sabios atacaron con todo lo que tenían, alejando los tentáculos y garras de Saeta. Link iba delante de Zelda, apuntando con el arco de luz, pero sin encajar aún la flecha.

Con un crujido, el techo de la Templo del Tiempo cedió. La figura oscura surgió entre los cascotes, por encima del Monasterio de la Luz. Saeta esquivó con habilidad los cascotes y salieron al aire libre. Para sorpresa de Zelda, ya estaba amaneciendo. El sol salía, despacio, limpiando el horizonte oscuro y llenándolo de colores rosados y azules. El aire era fresco y suave, aunque olía a ceniza y pólvora.

Zelda se puso en pie, apoyada en los estribos, las piernas firmes aferradas a los lados de Saeta. Levantó la espada y captó con ella estos rayos de la primera hora. Link asintió, y tomó la penúltima flecha de luz.

– ¿Ves el núcleo? – gritó Zelda, mientras se mantenía en alto.

– Sí – aseguró Link. Era una pequeña fracción de luz verdosa y azul que surgía del pecho de la criatura.

– ¡Cuando te diga, dispara! – Zelda sonrió un poco. No lo podía evitar. En las últimas batallas, había estado sola o con otros compañeros. Hacía tiempo que no tenía al rey con ella.

Desde abajo, otro pelícaro morado se alzó por encima de los cascotes. Era Kandra, volando con su espada de luz desenvainada. Intervino a tiempo para cortar un tentáculo que intentaba derribar a Saeta. Zelda estaba demasiado concentrada en la fuerza que tenía que hacer para mantenerse sobre el pelícaro, levantar bien la espada y sentir, ahora más aún, a todos los héroes que estaban allí con ella. Al cerrar los ojos, les pareció verles, pero también vio a otras personas que no eran los héroes. Eran la mayoría mujeres, todos con la misma corona que llevaba Link, la diadema de oro con el rubí. Algunos se le parecían, otros eran totalmente distintos. Zelda sonrió y gritó:

– ¡Ahora!

Link estiró el arco, con toda la fuerza de su brazo. Soltó la cuerda y la flecha de luz se clavó en el centro mismo del núcleo. La magia de la flecha rompió el núcleo, y la onda de cronomio empezó a expandirse. Zelda ya lo había visto, tres veces. Tenía que darse prisa, en lanzar la magia de la Espada Maestra, antes de que la onda les alcanzara. El miasma se estaba desintegrando, como había dicho Kandra. Vio surgir el cuerpo de Zant. Apuntó a él, pidió ayuda a todos los héroes, heroínas y sabios actuales o del pasado. Descendió el brazo.

El rayo de luz atravesó la distancia y golpeó de lleno esta vez a Zant, que gritó de dolor. El miasma se deshizo, igual que el agua sucia, cayendo sobre los restos del monasterio de la luz.

No pudieron celebrarlo: la onda de explosión se expandió, tanto que empezó a levantar el suelo del monasterio, las paredes, las columnas… Volaban piedras por todas partes. Zelda agarró a Link de la cintura, y Saeta empezó a volar en círculos, intentando mantenerse. Soltó un montón de plumas rojas, y estuvo a punto de caer, pero Gashin le sujetó con sus patas. Zelda y Link cayeron hacia atrás, pero les sostuvieron unos brazos, que los rodeó a los dos.

– ¡Aguantad! – gritó Kandra, que sujetó a Zelda a la vez que esta seguía sosteniendo a Link.

El aire era fuego, pero no les hirió. Una burbuja como un aura naranja les rodeó. Escucharon un grito parecido a un rugido, como el bramar de un terremoto, que surgió de la tierra. Zelda cerró los ojos, y escuchó el viento y el aire, sintió el golpe en la cara, y después, solo silencio.