El fin del turno llegaba (¡al fin a su fin!).

Bajaron al desayuno, sin revelar absolutamente nada, ni menos el anillo.

Llenos de pensamientos planos, para no llamar la atención de los 3 usuarios de Espíritu... y de los guardianes varios (que podían ser suspicaces o copuchentos, o ambos).

Luego, se despidieron, los dejaron en sus habitaciones; esperaron a que se durmieran (una buena dosis de gotitas de valeriana en el agua, harían el milagro, si se demoraban).

¡Y a prepararse, se ha dicho!.


"¿A qué hora está la Capilla, Dimitri?".

"2pm, Roza. No quise demasiado temprano, por ellos... Ni muy tarde, para... digamos... aprovecharnos de nuestra luna de miel".

"La tendremos, Dimitri. Haremos que pase. La idea de Baia es genial, en todo caso".

"Y, si quieres, podemos casarnos en el rito ruso, sin que nada -o nadie-, lo impida".

"Me encantaría", sonrió Rose, e iluminó el lugar. "Voy a tomar un baño, ¿sí?. No me espíes. El novio no puede ver a la novia. Tratemos de apegarnos a las tradiciones", y entró al baño.

Dimitri ya había tomado una ducha, así que comenzó a armar su ropa.

No usaría su uniforme o jeans, no.

Tampoco su adorada chaqueta de vaquero.

Iba a casarse.

Y su novia merecía lo mejor.

Tenía listo su único traje -bien limpio y planchado-, en una funda de tintorería.

Lo había enviado, apenas llegaron al hotel.

Y ya estaba listo.

Sonrió. ¡Si tan sólo su madre pudiera verlo ahora!.

Pero Olena Belikova ya había dado su bendición, años atrás; cuando Vika llevó a Roza a su casa, para un fin de semana.

Igualmente, grabaría la sencilla ceremonia, para hacer parte a su familia, tan lejos; en la mismísima Siberia, en Rusia.


"Pide un taxi, ¿si?, no quiero ensuciar el vestido", y Rose salió, como en un sueño, en una nube de encaje y seda blanca, con el pelo suelto, y un maquillaje muy suave.

En el pelo, llevaba una tiara con cristales swarovski, el algo prestado.

"Sé que el novio no puede ver a la novia, pero... ¡es Las Vegas!, y no tenemos todo el día, ¿te gusta?" y se giró.

Sonrió al verlo boquiabierto, casi babeando, y los ojos fijos en el coqueto escote del vestido del estilo regencia.

"Eres una visión, Rose", susurró.

Secándose la baba, que ya le corría por las comisuras de los labios, abiertos de par en par.

"Traté de cumplir todas las tradiciones" explicó, "el algo azul", le mostró el nazar, "el algo prestado", y señaló la tiara, "el algo antiguo", y señaló el vestido, "y el algo nuevo", y señaló su corazón, "esto que siento aquí es totalmente nuevo".

"El trraje fue un rregalo de mi familia, y es lo nuevo. Mi madrre y abuela lo hicierron a pedido", explicó Dimitri, "lo antiguo, es un pañuelo que perrteneció al abuelo Ivashkov, es de seda. Lo azul, es, bueno", se rascó la cabeza, "mi rropa interior, reconoció, enrojeciendo, "y lo prrestado... lo prrestado..."

"Es este lugar", susurró Rose, notando su duda, "no es dónde queríamos estar, para iniciar nuestra nueva vida juntos... incluso en la corte, no nos dejarán vivir juntos".

"Lo sé. Perro no podrrán separrarnos. Porrque los que nos une... somos nosotrros. No ellos".

Y besó los nudillos de su mano.

"¿Vamos, Señorrita?, su novio amante la esperra".

Salieron por la puerta ancha.

Rose llevaba un trench, cubriendo la totalidad del vestido, y un pañuelo en la cabeza (los hoteles son unos chismosos); en busca del taxi,que los llevaría a la capilla que él había reservado para ese día.


La Capilla de los Cristales era hermosa.

Dimitri había reservado un paquete muy simple.

Dos testigos, un fotógrafo y alguien que grabara (para la posteridad), además del oficiante.

Les facilitaron una habitación, en donde los testigos los ayudaron a arreglarse.

A Rose le pasaron un ramo de flores frescas.

No tenía rosas en él, pero sí otras muy simbólicas.

"¡Eres tan linda!", dijo la testigo, alisando el vestido, "¡pareces salida de un cuento!, y él, tan guapo... ¡Y sí se fugaron, wuau!, ¿quién puede oponerse a algo así?"

"¿El mundo?", masculló Rose, "de seguro, mi madre. La tía, el primo y la familia de él. Nuestros colegas. Nuestro círculo social".

"¡Y porqué!".

"Somos... como agentes secretos, él y yo. Está... prohibido".

"¡Qué romántico!".

Y así sonaba, en efecto.

Romántico.


"¿Traen los anillos?", El oficiante preguntó.

Y Dimitri sacó la cajita de su bolsillo, pasándola a su testigo; y sonrió.

"¿Testigos?", se acercaron los dos empleados de la capilla, que siempre oficiaban de testigos. "Estamos aquí para unir en matrimonio a Dimitri Randallovish Belikov y a Rose Maryem Hathaway Mazur", Dimitri dio un respingo, pero no dijo ni Pío.

Podía ser una mera coincidencia.

¡Claaaaro!.

"En primer lugar, voy a proceder a dar lectura al acta matrimonial: Comparecen quienes acreditan ser Dimitri y Rose, al objeto de contraer matrimonio civil. Quiero hacer constar que se han cumplido todas las prescripciones legales para la celebración de este matrimonio civil, sin que se haya presentado ni denunciado impedimento ni obstáculo para esta celebración."

El testigo de Dimitri le acercó la cajita, para que Intercambiaran los anillos y Rose; su esposa, su mujer, su Roza Belikova; se colgó de su cuello, para besarlo sonoramente.

Todos aplaudieron, sonoramente.

Y luego, vino el brindis (incluído), y el fotógrafo les pasó la tarjeta, con las fotos y el video, que Dimitri envió a su familia, que dieron gritos y saltos de alegría.

"¡Siempre lo predije!", dijo Yeva Belikova, hablando, "y ahora, tengo otra nieta. Cuídense mutuamente, que tiempos aciagos se vendrán sobre ustedes. Tienen un mundo en contra. Pero también, muchos a favor"


"¿Tenemos algún hotel parra cumplir nuestrros deberres marritales, o debemos buscar?", dudó Roza Belikova, acomodando su vestido en el trench, luego de la ceremonia.

"Tengo todo listo, milaya. Tu esposo es inteligente", y él sonrió, tomando su mano, "el lugar es íntimo y prrivado".

Ideal para consumar este amor que los estaba consumiendo, y del que corrían el riesgo de quedar sólo en cenizas... y en la calle.

Llegaron al discreto hotelito, que era económico, limpio y honrado; y bastaría por el momento.

Las Vegas no estaba en el presupuesto de los guardianes.

No para el hijo de Máster Randall Ivasjkov y para la hija del Señor Ibrahim Mazur (con sus sueldos de guardianes, claro).

"Los Señorres Belikov, Rroza y Dimitrri", dijo él, y sonrió como el sol.

"Todo preparado para ustedes. Y ¡Felicidades por la boda!", los felicitó la recepcionista, pasándole las llaves. "¿Algún equipaje?"

"Estamos en nuestro día libre. Nuestros jefes y nuestro equipaje; me temo, están muy lejos de aquí", sonrió Rose. "Pero yo seré el equipaje. Dimitri, amorcito, ¡cárgame, plis!", y Rose se lanzó a sus brazos.

"¡Oh, que romántico!, una auténtica fuga. Sin padres o hermanos o nadie. ¡Oh, wow!, dobles felicitaciones, entonces. ¡Qué valientes!".

Aplaudieron en recepción.


La habitación era normal, sin pretensiones y con mucha luz.

Y ambos sonrieron, con satisfacción.

Era como llegar a su nueva casa.

En la que partirían su nueva vida, desde el cero más absoluto.

Allí empezaron un Ritual del Amor.

Y de sexo. Claro.

Aunque fuera una sola vez en sus vidas, eran sólo ellos los que venían primero.

Así que se abrazaron, besándose y soltando sus ropas.

Dimitri le soltó con mucha delicadeza el hermoso vestido.

Y Rose intentó no romper nada (había sido manitas de estaca por años), pues lo quería enterito, para informar (ya de vuelta en la corte), ¡que estaba casada!.

Él desabrochó el corset de encaje por debajo del elegante vestido, liberando sus pesados pechos que le cayeron como cascada en el pecho.

La apretaba contra sí, entre ansioso y desesperado.

Era su Diosa, su amor, y su vida.

Cayeron sobre la cama (el sofá, era sólo para rapiditos, no para una noche de bodas, claro. Había que estar cómodos). y ella le fue sacando la ropa y la suya también –o la poca que le quedaba puesta-, para después recorrerlo con su boca y lamerle el pene endurecido.

Él la dejó ser y explorarlo por entero.

Con toda la calma y las prisas que eran importantes, para iniciar su camino juntos.

Acercó sus manos a su cuerpo y la atrajo hacia sí, mientras la excitaba a través del clítoris y los pezones y ella se echó hacia atrás gimiendo en los estertores de una excitación que nunca había conocido antes.

"Tengo miedo, Dimitri", susurró, deteniendo sus manos, "esto es diferente a todo. Lo sé. Lo siento. Muchos strigois y golpes. Pero esto... ¡es tan íntimo!, jamás había sentido algo así por alguien... jamás había pensado llegar a estar con alguien... así".

"Y... ¿aún... quierres?, ¿o aún me quierres?", dudó Dimitri, alejándose.

"¡Aún quiero y aún te quiero!, es que... no iré de vuelta a lo de antes. Serás mi esposo. Y yo tu esposa. Y enviaré a la porra sus tontas reglas. Caiga quien caiga. Duela lo que duela. Pague quien pague. Si es necesario, se lo restregaré a tu familia moroi en la cara. Pero serás mío", gruñó.

"Yo no sé si puedo... rrestregárselo a tu madrre, sin que me castrre prrimerro".

"No es necesario que le digamos de inmediato. No correremos riesgos. Me comeré a mi esposo primero, ¡Y luego le diremos!".

Janine siempre parecía saber cuándo Rose hacía alguna travesura.

"Y... erres una Mazur, además", se rascó la cabeza, "mi tía tiene sus peleas con Abe Mazur, ¿eres... parriente de él, por cierrto?"

"Es mi padre. Y no temas. Defenderá a su kizim de mi madre y de tu tía. ¡Soy su favorita!"

"¿Tienes más herrmanos?".

Se sorprendió.

"Nop. Por ningún lado. ¡Por eso soy su favorita!. Ahora, ¿en qué iba?, ¡ah, comerme a mi esposo, claro! ¡Cómo podía olvidarlo!".

Así que se recostó lentamente en la cama y separó groseramente las piernas, y no le importó lo que pensara él.

¡Además, él era su esposo, no pensaría nada malo!.

"Dimitri, amorcito. Soy tu esposa...", ronroneó y extendió sus manitas hacia él.

Y él comprendió que era esperado.

Anhelado.

Deseado ¡y por su mujer! .

"¡Móntame, vaquero!", gruñó, al ver sus dudas, porque él lo iba intentando poco a poco, preocupado porque ella gemía cada vez que intentaba montarla (el tamaño... sí importaba, con él. Claro. Y ella era.. pequeña, pero sabrosa).

Pero su Roza no dejaba de apretarlo con sus piernas y brazos.

Mejor les fue cuando Rose puso una almohada bajo su espalda y otra en su cuello y él se fue lentamente acercando más a ella.

De pronto ya no habían estrecheces, sino empujes.

¡Y ahí la cosa se puso gozosa!.

Su Roza abrió los ojos como platos.

¿Eso era un tronco, o el palo de una escoba?, ¡no, era una estaca afilada!.

Iba quedando sin aire con cada embiste, y finalmente él sonrió, al fin.

Y su Roza le sonrió, iluminando su vida.

"¡Upsy!", susurró Rose, "¡Dale, compadre, ya entraste!, ahorita, ¡no te detengas o quedarás encallado!"


Más tarde, mientras Dmitri recargaba su pistola, ocuparon su tiempo, besándose.

Entrelazados como pulpos o un koala con su árbol, o enredaderas.

Y se fueron adormeciendo, agotados de tanto cabalgar.

Y así despertaron, abrazados.

Era temprano en la mañana.

"Nos dorrmimos muy prrofundo, ¿tú crrees que nos noten?", susurró Dimitri, camino a la ducha.

"¿Importa?, era nuestro día libre. Y libre es eso. Libre. Podemos llegar al filo de la hora en que se despiertan, y aún así no los abandonamos", se estiró, como gata, "¿nos duchamos?, así desayunamos temprano.

Así que se bañaron -juntos, para ahorrar agua, dijeron-, y vistieron con la ropa arrugada del ayer que ya se fue.

Salieron a desayunar (más bien a un brunch), y volvieron al hotel; tan sigilosamente como salieron.

Los morois aún dormían y en el hotel.

O eso esperaban.

¿Se los dirían?, ¿se lo guardarían?.

Eso era...lo complicado.