XCIV
Las pisadas que llegan hasta su puerta no son las de Henry: son mucho más pesadas y algo lentas, como si la persona no estuviese familiarizada con la casa.
Debe ser Hopper.
El sonido de nudillos contra la madera es brusco. Diferente, también, a los golpeteos más delicados de Henry.
—Adelante…
El picaporte gira y, efectivamente, a través de la puerta entreabierta, Hopper asoma la cabeza.
—Ey, niña.
—Ey —saluda ella débilmente.
Con su permiso, el sheriff abre del todo la puerta y va a sentarse en la silla al lado de su cama. Poe abre levemente los ojos para observar al recién llegado.
—Es un bonito gato el que tienes ahí —menciona el oficial—. Parece ser uno de esos que tiene la gente rica. Sabes de lo que hablo, ¿no? El tipo de gato que lleva una mejor vida que tú o yo…
Eleven suelta una risita.
—La veterinaria dijo eso: que posiblemente se escapó de su hogar tiempo atrás… o que tal vez es mestizo de… —Le cuesta un poco recordar el nombre de la raza—: Ragdoll. Eso.
Hopper suelta un débil gruñido a modo de aquiescencia.
—Entonces, ¿no lo tienes hace mucho?
—Lo rescaté ayer —responde Eleven.
—Parece quererte mucho para tan poco tiempo —opina el hombre—. Se queda tranquilo contigo.
Eleven asiente ante su comentario.
—El sentimiento es mutuo…
—Qué bueno.
Es lo último que dice en un buen rato. A Eleven, sin embargo, no le molesta: sabe que Hopper es un hombre de pocas palabras, pero de gran corazón. Y, además, ella es la última persona que juzgaría a alguien por permanecer callado.
Cuando el oficial carraspea, ella aparta la vista de Poe para mirarlo. Por un momento, piensa que comentará sobre el fuerte olor de su herida, mas el hombre parece decidido a no tocar ningún tema espinoso.
—¿Y qué tal la escuela?
Le va horrible, ciertamente; eso no evita que le nazca una sonrisa ante su intento de conversación.
